Cuento de Navidad



La adoración de los pastores.
Murillo 1668 

 Erase una vez un pequeño y próspero país, situado en un fértil valle, rodeado de  ríos cristalinos y bosques frondosos. Si hubiera un escenario para representar el paraíso, según el punto de vista actual, diferente por razones obvias al  punto de vista de Adán y Eva, éste sería el  lugar.
Sus habitantes eran tan, tan civilizados que cualquier sugerencia  la seguían a pies juntillas, solamente con que se les hiciera notar que era bueno para la comunidad (o sea, para ellos) y sobre todo para el medio ambiente ( la ecología se había puesto de moda, por fin).

Cada año al llegar la Navidad, los medios de comunicación comenzaban una campaña, que primero fue tímida, pero luego al ver el resultado, pasó a ser un continuo y machacón bombardeo: No tire su abeto de Navidad ¡plántelo! y haga un bosque junto a su casa. La Naturaleza se lo premiará.
¿No hubiera sido mejor decir: compre un árbol artificial en los chinos que le servirá para siempre y deje a la Naturaleza en paz?
¡Lo que les gusta a los medios lanzar consignas engañosas!.
Así se hizo de modo masivo y obsesivo durante años. En las fronteras proliferaron los viveros. Los países vecinos hicieron negocio con los abetos. Como el poder adquisitivo de los paisanos era tan alto, había mansiones que tenían un árbol navideño en cada estancia, de modo que al terminar las fiestas la plantación llegaba a ser compulsiva. Se plantaron abetos en cada resquicio de tierra libre por escaso que fuera. Mas que bosques se levantaban setos por doquier. El clima propicio hizo el resto. Los árboles crecieron, se ensancharon y ocuparon cada hueco que encontraron de modo que ya no quedó mas sitio libre. Entonces los medios aconsejaron no comprar mas abetos: ¡iluminemos los que tenemos alrededor!.
 Dicho y hecho.(A los paisanos les encanta obedecer consignas engañosas). Una compra masiva de bombillas tuvo lugar aquel año. El país se llenó de chinos que instalaron bazares en todos los sitios disponibles: naves industriales, bajos comerciales, pisos, y por supuesto al aire libre, en mercadillos y en pequeños puestos de esquina. Los semáforos, los bares y terrazas, los accesos a las grandes superficies y a las pequeñas, incluso a las iglesias y a los colegios, se atiborraron de chinos ambulantes con la mercancía luminosa a cuestas. Nunca se vio una invasión tal de orientales, ni de bombillas. Al otro lado, donde antes estaban los viveros, ahora proliferaban las fábricas de luces navideñas de todos tamaños y colores.

Sucedió, que faltó energía para tanta luz. Hubo que restringir el encendido sólo a los abetos próximos, entiéndase pegados, a las casas. Los lideres decidieron comprarla en los países vecinos. Los chinos se pusieron manos a la obra.
Los medios ya no decían ni pío.
Hubo que levantar tendido y proveer todo el material necesario. En unos meses estuvo listo y cuando llegó por fin la Navidad  ¡oh milagro! Cientos o miles de millones de pequeñas bombillas iluminaron hasta el último rincón del pequeño y próspero país de ríos cristalinos y vegetación excesiva. Había tanta luz que no podían mirar sin gafas de sol.
El país entró en el libro de los récords, por varias razones: la intensidad de la luz (se veía desde la estratosfera), el número de bombillas y la cantidad de chinos per cápita con los que contaban.
Mientras, fue sucediendo algo mas: los árboles crecieron tan alto, puesto que ya no podían a lo ancho, que sus copas se fueron enredando y formaron un tupido techo verde sobre el diminuto país. Tan tupido, que ocultó el sol para siempre. Porque los paisanos no iban a tirar ni un árbol. Cualquier cosa menos atentar contra la Naturaleza. Nosotros somos civilizados. Los chinos, otra vez, solucionaron el problema: Primero proveyeron infraestructura para importar mas luz, luego, para que ésta se siguiera viendo desde el espacio y no se perdiera uno de los récords, extendieron sobre el techo de ramas una tupida red, perlada de infinidad de bombillas de colores. Fue un trabajo laborioso que tuvo que contar con varios helicópteros desde los que se sujetó y se desplegó la refulgente malla. Delante de un ordenador un observador permanente, tenía visionada la red luminosa a través de Google Earth, por si se fundía alguna bombilla. Si esto sucedía daba las coordenadas exactas y un operario trepaba a lo alto a reponerla. Era una labor de chinos.
 Para completar el trabajo, los orientales diseñaron o copiaron de algún diseño, un nuevo alumbrado público permanente que fue el asombro de generaciones venideras. Tanto asombro produjo que comenzaron a llegar turistas para conocer el pequeño país que hasta el momento no había suscitado ningún interés en ninguna parte.
 Hubo que hacer aeropuertos y hoteles. Naturalmente los chinos se encargaron. Talaron árboles, si no hubiera sido imposible. Pero a la comunidad no le importó: era para progresar.
Mientras, a los orientales les surgió otro negocio. La gente sin poder tomar el sol, estaba paliducha, no parecían gente sana y bien alimentada. Además la falta de luz solar comenzaba a causar problemas de salud. En los mismos sitios donde antes vendieron bombillas, los laboriosos amarillos, instalaron ahora cámaras de rayos UVA a tutiplén. Siii, los vecinos las fabricaban en la frontera.
 Y en esto llegó el turismo, que no Fidel.
Los hoteles estaban instalados en los cerros, por encima de las copas de los árboles. Era el lugar idóneo, además,  mas abajo no había sitio. A cada persona se le ponía en la habitación, amén de un abeto para llevar de recuerdo, un par de gafas de sol, porque el destello de los millones de bombillas no se podía contemplar a simple vista. “La galaxia verde” o “Entre dos cielos” o cosas por el estilo, así se llamaban los alojamientos. Desde ellos, casi todos de cinco estrellas, (contemplar la estupidez ajena sale caro) se hacían excursiones diarias para observar a los extraños lugareños sin sol, ni por supuesto sombra, pero tostados como granos de café, que vivían bajo un techo de ramas, alumbrados por cantidades ingentes de bombillas y rodeados de chinos por todas partes.

La experiencia del turismo fue un éxito, como todo lo que se hacía en el pequeño país de ríos cristalinos y tupido ramaje. La gente venía por millones a  conocerlos. Sin embargo a nadie, nunca, nunca, se le ocurrió imitarlos.
Ni siquiera a los chinos.
Por lo menos que se sepa.

FIN



Que el resplandor de la Navidad no nos impida ver el sol. Que la imaginación nos acompañe siempre y que seamos capaces de ver lo invisible.
Mis mejores deseos para todo el mundo.

La niña mendiga


Escuché que mi padre me llamaba con insistencia. Bajé corriendo las escaleras, alarmada.
__¿Que es lo que pasa?
__Hay una niña en la puerta. Dice que tiene hambre. ¿Puedes hacerle un bocadillo?. Con este frío, la pobre.
Me dirigí a la cocina y le preparé un sándwich de jamón y queso, que era lo que tenía a mano es esos momentos. Cuando fui a llevárselo me extrañó que no hubiera nadie. Ni la niña, ni mi padre.  Miré en el jardín. Tampoco había nadie. Salí a la calle y comprobé, perpleja, que estaba desierta. Con el bocata en la mano, caminé hasta la esquina. No se veía un alma en ninguna dirección.
Regresé a la casa un poco confusa. Al entrar llamé:
__Papá, Papá. ¿Dónde estás?
Como no hubo respuesta, me dirigí a su despacho y allí estaba, desplomado sobre la mesa de su escritorio. Le había dado un infarto.
Mientras le acompañaba en la ambulancia y ya casi al final de nuestra calle, descubrí a una niña descalza caminando por la acera con aspecto de mendiga, que se volvió hacia nosotros. ¿Será esta la que vio mi padre?. Al cruzarse nuestras miradas hizo una mueca, como un amago de sonrisa, y noté con espanto que su cara se transformaba en una calavera. Vi su boca sin labios, dos agujeros donde estaba su nariz y sus cuencas vacías. Retiré la vista horrorizada. Cuando volví a mirar ya no estaba.
Mi padre falleció esa misma noche. Jamás me olvidé de  aquella visión, aunque no lo comenté con nadie.
Es que no podía. No sabía como hacerlo.

 Unos años después, cuando ya no me acordaba de la visión de la niña (no es que lo hubiera olvidado, me refiero a que no lo tenía continuamente presente), me dirigía una mañana hacia el lavabo de señoras en mi trabajo y me encuentro a una compañera llorando a moco tendido.
__¿Que te pasa. No te encuentras bien?
No me respondió. Simplemente me miraba, con la cara chorreando agua como si le hubieran tirado un barreño y estrujando el pañuelo que estaba empapado.
__Pero, vamos a ver. ¿Qué te ocurre?. No será tan grave.¿Problemas con algún compañero?...
__Es….que…no….puedo…no…puedo…
Estaba medio histérica. La tomé del brazo.__Mira vamos a mi despacho y allí me lo cuentas con calma. Esto se va a llenar de chicas dentro de un momento.
Pensé que,  algún compañero se había insinuado o propasado, y la muchacha no sabía como quitárselo de encima sin tener problemas. Son asuntos difíciles de manejar y menos para alguien que, me figuré por la edad, tendría un contrato temporal.
Le acerqué una tila de la máquina. Se serenó un poco y comenzó a relatar lo sucedido.
__Esta mañana temprano, me llamo mi vecina por el patio de luces__. Se sonó con estruendo. Yo la miraba atentamente.
__Me contó que había una niña en la puerta que pedía un bocadillo….y que no tenía nada a mano. ¿Puedes darle tú algo?, me dijo.
Pegué un bote en la silla y noté que me ponía pálida. Una latigazo de frío me recorrió de la nuca hasta los pies, lo mismo que si me hubieran acercado una barra de hielo a la espalda.
Ella titubeó.
__Continúa.
__Le preparé un bocata de mortadela con aceitunas ¿sabes? De la que me gusta.
Se volvió a sonar.
__Y cuando salí para dárselo, no había nadie. La puerta de la casa de mi vecina estaba entreabierta. Llamé y no me contestó, entré y la encontré desplomada en la cocina. Llamé al 112 y avisé a su familia. Cuando venía para el trabajo la vi desde el autobús.
__A la niña
__No te lo vas a creer…
__Juraría que si.
__Era una niña descalza que iba como flotando. Se volvió a mirarme, yo le hice una seña y ella se sonrió. Entonces….__Comenzó a llorar de nuevo. Yo saqué una caja de kleenex, porque su pañuelo ya no existía, el llanto lo había reconvertido en pasta de papel.
__Entonces…vas a pensar que estoy loca. Por favor no se lo cuentes a nadie.
Negué con la cabeza.
Entonces…la cara de la niña de transformó en una calavera….Oh Dios mío, que horror…
__¿Sabes como está tu vecina?
__Murió__me dijo entre suspiros__su hija me acaba de llamar. Murió. Yo he visto la muerte, la he visto…
__Cálmate__le dije mientras la abrazaba. Sabía perfectamente como se sentía.
Llame a la psicóloga de la empresa, porque la chica necesitaba, desde luego, un poco de ayuda y no estaba en condiciones tampoco de volver a casa sola. No les conté que yo había tenido la misma visión hacía unos años. ¿Para que?. Tengo un puesto de responsabilidad, no me conviene que me tomen por una persona influenciable por leyendas urbanas de aparecidos pre y post mortem. Podrían dudar de mi equilibrio emocional y esto está lleno de trepas.
 El asunto quedó entre la muchacha y una amiga, la psicóloga y yo. Ese día, hablando entre nosotras, convinimos en que nunca se sabe lo que uno puede percibir cuando está en trance de muerte.
La amiga, avispada, nos hizo notar que fue la chica y no la anciana la que vio como la cara de la niña se transformaba.
__Es que acababa de ver a su vecina casi muerta. La imaginación y los nervios le jugaron una mala pasada__argumentó la psicóloga. Teoría simple y poco original ( siempre se culpa a los nervios, pobres, de todo lo anormal que nos sucede; son el comodín de  los diagnósticos cuando no  se sabe que decir).  Estoy segura que pensaba, como yo, que es mejor no comentar según que cosas.
La vida continuó.

Ha pasado el tiempo.
Hace dos semanas mi hijo tuvo un accidente esquiando: se golpeó contra un árbol y entró en coma. Yo repasé la memoria de ese día y los anteriores a ver si había visto una niña en algún sitio. No recordaba ninguna.
Esa tarde, mientras nos dirigíamos al hospital yo no levanté la vista del salpicadero. No quería mirar a la calle y ver a la niña. Cuando esperábamos en Urgencias, me senté de espaldas a la puerta y no alcé los ojos del suelo. No quería verla. Le dije a mi marido que hiciera lo mismo.
__Si aparece una niña, no la mires. Por favor no la mires…Te lo ruego.
El me abrazó. Creyó que me había trastornado con  el accidente de nuestro hijo. Así estuve varios días, obsesionada con la dichosa niña. Comenzaron a preocuparse por mi salud mental. Sin embargo, yo sabia perfectamente de lo que estaba hablando.
Hasta que caí en la cuenta.
La ve primero el que va a morir. Luego llama a la persona que tiene próxima, como si pidiera ayuda anticipada: ven, que voy a morir. Posiblemente la muerte se manifiesta de ese modo para que no mueras solo. Tal vez es así de considerada. Sea como sea, esa es la correlación de los hechos.
O sea, que si no hay aviso, no hay niña.
Respiré hondo. Eso me tranquilizó.
Esta mañana estoy feliz. Mi hijo se ha despertado. Lo peor ya pasó, ahora sólo hay que pensar en la recuperación. Me estoy poniendo guapa. Quiero que me vea con buen aspecto.
Oí como mi marido se impacientaba.
__María, María, haz el favor de bajar.¿Me oyes?... María, que lenta eres…
__Ahora voy, vete sacando el coche.
Al poco sentí abrirse la puerta de nuevo.
__Ya está llamando otra vez. Que pesado, por Dios.
__María…
__Que ya estoy, ahora bajo impaciente.
__ María, aquí hay una niña que dice que tiene hambre, podías venir y prepararle un bocadillo antes de salir para el hospital….date prisa, mujer.



FIN

Cine: Carancho

Según el diccionario de la Real Academia, el carancho es un ave rapaz del continente americano que se alimenta de animales muertos.

Parece ser que en Argentina los accidentes de tráfico producen mas de ocho mil muertos al año y  un ingente número de heridos de toda consideración. Las víctimas y sus familiares mueven gran cantidad de dinero, para hacer frente a los gastos médicos y legales, procedente de las indemnizaciones de las aseguradoras. Esto hace que emerja un submundo violento que, amparado en la fragilidad de la ley, convierte la desgracia  en un posible negocio, transformando el drama ajeno en una jugosa comisión. Son los “caranchos”, carroñeros siempre al acecho, hurgando entre el dolor y la muerte.

Sobre esta premisa Pablo Trapero construye una historia de  corrupción, pasión y tragedia que no deja al espectador indiferente.
Sosa (Ricardo Darin) es un abogado que, a punto de recuperar su licencia, malvive recorriendo los hospitales y funerarias de la periferia, tratando  de convencer a las victimas de accidentes de tráfico de que confíen en su gestión y dejen las demandas a las aseguradoras  en sus manos. Se presenta como integrante de una sociedad de ayuda a las víctimas, que es en realidad la tapadera de un bufete que realiza actividades sospechosas.
Una noche conoce a Luján (Martina Gusman), una médico de urgencias que viene con la ambulancia a socorrer a un herido.  Ella recién llegada a la ciudad, esta sola y tiene un ritmo de trabajo frenético que apenas le permite dormir. Combate el estrés sedándose.  Son dos personajes extremos, huérfanos, que se aferran el uno al otro para sobrevivir. Sosa quiere dejar de “caranchear”, recuperar su licencia y redimirse. Juntos intentaran cambiar el rumbo de sus vidas, pero les faltará suerte…
Esta es la sexta pelicula de Trapero, director asiduo en festivales. Sucede en las callejuelas de Buenos Aires en la oscuridad de la noche y posee la calidad y la frescura tan envidiables del cine argentino de estos últimos años, con un buen guión, que crea un clima de desasosiego constante y una gran interpretación . Darin tiene una madurez fantástica y Martina Gusman hace totalmente creíble su difícil personaje.
Recomiendo ir a ver Carancho. Disfrutarán hora y media de buen cine y esto siempre es gratificante, aunque la historia sea dura.


Midas

 Este es un relato que forma parte de mi primer libro El eco del bosque, publicado por la editorial  venezolana "El perro y la rana".

Gauguin. Dos tahitianas. 1899

Como fue el primogénito, su padre para celebrarlo compró lotería y la repartió entre los parientes que vinieron a visitarles, después de hacer que el niño la tocara con sus manitas, y a pesar de las protestas de la madre.
Compró dos números distintos.
Tocaron el primero y segundo premios.


 Habían pensado llamarlo Juan como el abuelo, pero el progenitor, visto lo visto, dijo: este niño trae suerte, lo que toca lo transforma en oro, vamos a llamarlo Midas. A la madre casi le da un patatús.  Sin embargo prevaleció la opinión paterna, lo que provocó una crisis en la pareja que duró toda la vida;  la madre cada vez que llamaba al niño recordaba que debería  llevar el nombre del abuelo materno, recientemente fallecido, pero su marido se había empeñado en ese nombre tan peregrino y ridículo. Y todo porque, por pura casualidad, les había tocado la lotería el día que nació.


 Lo cierto es que el niño tenía cualidades innatas para los negocios. Comenzó en el colegio. Hacía chuletas para exámenes y las vendía a cinco pesetas. Luego pasó a vender apuntes a cincuenta  o a cien pesetas dependiendo de la extensión.
Cuando llegó la hora de ir a la universidad, le dijo a su padre: no hace falta que me pagues la carrera. Yo he ganado suficiente. Y ante el asombro paterno le subió al desván y le mostró cajones de madera de los que usaban en la tienda para meter las legumbres antes de que  se vendieran envasadas, llenos de monedas de duro, veinticinco y cincuenta pesetas y otro lleno de billetes de cien.
Aunque no tuviera suficiente, hubiera sido lo mismo. En la Universidad se dedicó, también, a vender apuntes y chuletas.
Cuando terminó la carrera, en vez de ejercerla y con el dinero ganado, abrió un negocio de tesis por Internet.
“TUTESIS.com”. Así de claro.
Comenzó con los conocidos, luego funcionó el boca a boca y le llovieron pedidos de toda España y después del extranjero. Distribuyó por toda la geografía pequeñas oficinas, en vez de una grande centralizada más difícil de manejar. De este modo cada distrito universitario tenía su propio departamento informático creador de tesis. Como era, casi en los albores de la Red, si ésta se caía en un punto cualquiera de la geografía, el problema era minino, ya que el resto seguía funcionando.

Además de Tesis elaboraban  Tesinas, Monografías, Trabajos fin de Carrera, Proyectos, etc. En fin, todo lo necesario para concluir con éxito los estudios universitarios. Según el tema elegido se daba un presupuesto cerrado que incluía todas las correcciones y rectificaciones que fueran necesarias.
 Midas había tanteado algunos tutores, para ver de incluirlos en plantilla y trabajar con ellos directamente, pero la mayoría le parecieron insobornables.
—Son docentes de vocación, peor para ellos—pensó.
Así que para no complicarse el negocio, no captó a ninguno.
Cuando el alumno era, digamos normal, la cosa marchaba por sí misma. El estudiante seguía las directrices del director o tutor y sabía trasladarlas a TUTESIS. Otros solamente necesitaban un poco de asesoramiento o que se le elaborasen algunos capítulos más complicados o que se le escribiese la Tesis, porque podía pasar que, alguien bueno en hacer investigación y sacar conclusiones no sabe luego redactar y echa por tierra años de buen trabajo de campo. En ese caso el aspirante a doctor colaboraba con ellos y todo iba de perlas. Pero si era un zoquete, que había aprobado gracias a los apuntes y chuletas de Midas, entonces la cuestión era más  complicada. Tenían que colocarle una grabadora, donde quedaran registradas las instrucciones del tutor, para ellos poder trabajar. Lo peor venía cuando el doctorando era  incapaz, incluso, de defender su tesis ante el tribunal. Para este supuesto tenían establecida una complicada trama de escuchas, digna de una película de James Bond. En este caso, la Tesis que siempre era costosa, le salía al aspirante por un ojo de la cara.
Recibía encargos incluso de gente que no había ido a la Universidad.
Esto era mucho más fácil. Sólo había que preguntar qué carrera les interesaba.
—Una cualquiera. La que sea más vistosa.
 Querían la tesis para enseñarla o para dejarla, distraídamente, olvidada sobre la mesa, cuando venía alguien a quien quisieran impresionar.
—¿Has visto mi tesis?
—Pero, ¿tú has ido a la Universidad?
—Naturalmente
—Fíjate, cum laude, van a publicarla
En unos años ganó miles de millones de pesetas.

 Fue tan fácil, que se aburrió. Ya no le motivaba y entró en una depresión. Estaba harto de hacer trabajos para que los demás se lucieran. Una panda de ignorantes cada vez más exigentes. Menudos profesionales se estaban formando.
 En la carisisima clínica suiza donde lo trataron tomó la decisión: dejaré todo y me iré a la Polinesia. Compraré una isla, como Marlon Brando.
Repartió la empresa entre sus empleados. Pero, al faltar el líder, los pequeños taifas se empezaron a sublevar. Cada uno quería gestionar el trozo de pastel  a su manera. Al final  se fueron declarando independientes y la mayoría cerró al cabo de un tiempo.
Cuando eso ocurrió, Midas ya se había comprado la isla en la Polinesia francesa, en el archipiélago de Tuamotu, e instalado en ella.

Sin despedirse de nadie ni dar explicaciones, se fue para los mares del Sur.
Vivía en una cabaña, cerca de la playa con todo tipo de comodidades. Era estupendo combinar la exuberancia y libertad del lugar con las más refinadas costumbres occidentales. Desayunar un oloroso café venezolano elaborado de forma artesanal, una tostada de buen pan de molde inglés con mantequilla de la dulce Eire y mermelada de guayaba holandesa, en una terraza abierta a la  playa, mientras el ambiente olía a flores, el mar era verde esmeralda, la arena blanca y buceando a medio metro de profundidad encontrabas jardines de coral fascinantes llenos de peces de colores que parecían de postal.
—Desayuno tres continentes— decía Midas, que tenía la manía de poner título a todo.

Contrató a una nativa para que le hiciera las faenas de la casa y era tan guapa y cariñosa que terminó por ser su amante. Buscaron a otra para que se ocupara de las tareas que la anterior había dejado vacantes, y ocurrió lo mismo. Además, comprobó que no existían rivalidades ni celos entre ellas y que podían hacer tríos sin ningún problema, o estar con una de las dos alternativamente, según le apeteciera, sin que la otra se mosqueara.  Esto sí que es vida.
Los padres de familia del pueblo le ofrecían a sus hijas para que las aceptara a su servicio. Pero con dos ya tenía más que suficiente. Así que contrataron una mujer mayor para las tareas se la casa y aquí se acabó la historia erótico-laboral.

Midas, para no perder del todo el hilo de su vida anterior, tenía decoradas las paredes de su cabaña con fotos suyas hechas delante de los monumentos emblemáticos de cada ciudad que había visitado.
A un nativo que tenía a su servicio, como mayordomo y remero de la  waka, método habitual de desplazamiento acuático en las islas del Pacifico Sur (son pequeñas embarcaciones con un estabilizador o dos al costado), le fascinaba una en la que su jefe tenía detrás los centinelas de Buckingham Palace con sus gorros negros de piel de oso.
Tanto le gustaba que un día Midas decidió hacerle un regalo. Le sacó una foto con su cámara  y luego con el PhotoShop, le colocó detrás a los guardas ingleses. Cuando el nativo de nombre Taipo, se vio, pegó un grito y salió corriendo pensando que era cosa de brujería.
Horas después, Midas le descubrió escondido detrás de unos arbustos cercanos a la casa sin atreverse a entrar.
—Ven aquí, hombre, ven. Creí que te gustaría verte con los centinelas como si hubieras estado allí
—¿No hace falta haber estado para tener esa foto?.
—Naturalmente que no
—Es que pensé que me había hecho magia y me había transportado sin yo darme cuenta.
Midas se río con ganas y le llevó adentro para mostrarle como lo había hecho.
Más le hubiera valido no habérselo enseñado nunca.

Taipo mostró la foto por toda la isla. Tuvo tanto éxito que rogó a Midas hacerle mas.
—Una con esa cosa de metal —dijo, señalando la torre Eiffel.
Se hizo fotos con la torre, con el  Coliseum de Roma, la clásica sujetando la torre de Pisa…
Al día siguiente había una pequeña fila de nativos a la puerta de la cabaña de Midas.
—Queremos vernos con esas cosas raras detrás.
A Midas le hizo gracia. Procedió a hacerles la foto y luego les dio a escoger, delante del mural de su casa, el monumento que les gustaba. Hubo un pequeño lío, porque algunos los  querían todos.
—Vamos a ver, solamente uno. Ya habrá tiempo para más.
Los polinesios se fueron encantados con su foto turística y se dedicaron a mostrarla a todo el vecindario. Los que tenían algún negocio, la colocaron en un sitio preeminente, para que pudiera ser vista por todo el mundo.
El resultado fue que, a la mañana siguiente, había una cola que daba dos veces la vuelta a la casa y en el pequeño embarcadero varias wakas, con gente de los puntos más lejanos de la isla que habían preferido llegar por mar.
Debo explicar que la isla de Midas formaba parte de un archipiélago de cientos de pequeñas islas, situadas en un amplio círculo convirtiendo el océano en un gran lago. Dentro de ese círculo había, también islas diminutas, igualmente habitadas.
Pues bien, la historia de las fotos navegó con la brisa vespertina de isla en isla y causó en los nativos más lejanos, el mismo efecto que en los convecinos de Midas.
Por eso, cada mañana la cola era mayor. Midas, viendo el cariz que tomaba el asunto trató de convencer a la gente de la imposibilidad de complacerlos a todos.
Los polinesios primero sonrieron como si no fuera con ellos la cosa y luego, al ver que no lograban la foto, comenzaron a impacientarse in crescendo hasta que,  la impaciencia llegó a su punto álgido, e intentaron quemar la cabaña con Midas dentro, naturalmente.

Hubo que avisar a las autoridades, que tardaron dos días en llegar. Primero, porque no les dio la gana de venir antes y luego, porque la acumulación de wakas alrededor de la isla era cada vez mayor y no podían aproximarse. Tentados estuvieron de dar la vuelta. Pero un emisario de Midas, (ni él ni su criado podían asomar la nariz), pasando de una barca a otra, llegó a la de los gendarmes y les rogó, por todo el panteón polinesio, que desembarcaran, a la vez que les mostraba el modo de llegar a tierra, desandando el camino de waka en waka.
Una vez en la casa, el gendarme jefe tras estudiar la situación, sentenció:
—No veo otra solución que hacer la foto. Esta gente es capaz de quedarse aquí toda la vida—
Miró a Midas, se encogió de hombros y se largó por donde había venido. Que para lo que hizo hubiera sido lo mismo que no viniera.
Cuando estaba a medio camino, se le encendió la bombilla y dio media vuelta. Pasó sobre las wakas otra vez, ignorando las protestas de los que aguardaban turno y llegó a la cabaña:
—Quiero una de esas fotos. Una con algo japonés.( Era admirador del imperio del sol naciente ). Midas sólo tenía el tren bala y se lo colocó detrás. El poli se fue tan contento mirando su imagen delante del tren. —He estado en Japón—, decía a la gente mostrando la foto. Los polinesios se miraban unos a otros y meneaban la cabeza.
Midas no tuvo otro remedio que comprar más ordenadores y mas cámaras y enseñar a Taipo y a otros nativos a hacer las fotos y manejar el PhotoShop . Aun así no daban  abasto, porque la fila era cada vez mayor.  Y eso que los nuevos ayudantes sacaban las fotos como buenamente podían. Unas veces el monumento elegido parecía querer desmoronarse en cualquier momento y otras era el turista, generalmente sin pies, el que estaba haciendo malabares con el equilibrio. No dejaba de verse original la torre de Pisa derecha como una vela, sirviendo de soporte a un polinesio a punto de caerse.
 Así y todo, la demanda crecía y crecía. Ya no venían por tierra, porque no había sitio para más gente; no cabían.  En el mar, la acumulación de wakas llegó a ser tanta  que se podía, saltando de una a otra, llegar a todas y cada una de las islas.
Tenían que trabajar todo el día.  Establecieron turnos, porque no había ni tiempo para comer, ni mucho menos para dormir, ya que los clientes se impacientaban y cuando eso ocurría se volvían sumamente agresivos y les daba por incendiar lo que pillaban a mano.
—Les gusta mas la hoguera que a la Inquisición —pensaba Midas.
De pronto, tuvo una idea.
—¡ Coño, ya lo tengo. Voy a cobrar por las fotos!. Verás que rápido dejan de venir.Voy a pedir un franco.
Taipo se echó las manos a la cabeza:
—Nos van a linchar.
Ni los lincharon, ni se fueron. Protestaron un poco, porque les pareció caro, eso sí. Algunos necesitaban regresar a su isla a por el dinero. Hubo varios percances, porque no podían maniobrar la waka. Entonces decidieron elegir a uno de cada isla para que fuera por las casas de todos a buscar el dinero. Saltando de barca en barca lo conseguía sin ningún problema. Mientras llegaba el franco, iban pasando los que ya lo tenían. La afluencia se redujo bastante debido a eso.
Esto permitió a Midas organizarse. Se acercó a la capital, compró material, pero sobre todo, contrató los servicios de un helicóptero que esperaba órdenes suyas y estaba operativo en cualquier momento.
Cada vez necesitaban contratar a más gente. Tuvo que hacer como con su empresa de  España: descentralizar. Distribuyó el trabajo por las islas cercanas, porque no podían conectarse todos en el mismo sitio. La potencia eléctrica no daba para tanto. Llegó a tener mil ordenadores trabajando Hubo que traer generadores, que llevaron su tiempo.
A punto estuvo de volverse loco, por segunda vez.
Pero como ya conocía los síntomas, pudo anticiparse. Advirtió a sus mujeres que estuvieran preparadas y un día, cuando ya no pudo más, llamó al helicóptero y se largó de su paraíso privado, que se había convertido en un infierno. Taipo se le arrodilló delante rogándole que no se fuera.
—Ahora si que nos linchan.
—Ven conmigo—, le sugirió Midas. Pero el mayordomo tenía una familia numerosísima a la que no quería abandonar y optó por quedarse al resultar imposible sacarlos a todos de una vez e impensable hacer dos viajes, porque el helicóptero acabaría ardiendo en cuanto volviera a aproximarse.
—Sólo tienes que seguir haciendo las cosas como hasta ahora. Un día acabará todo esto. Ten paciencia. Mientras tanto te harás rico con las fotos.
La codicia lo terminó de convencer y se quedó de jefe del  PhotoShop.
Ocurrió lo mismo que había pasado en España con TUTESIS. Los empleados se fueron sublevando, exigiendo más dinero y menos horas de trabajo, para al final acabar por abandonar el negocio, rompiendo previamente los ordenadores e incendiando las cabañas que les servían de oficinas. Porque los nativos a pesar de sus rostros siempre sonrientes, cuando se les cruzaban los cables tenían un pronto digno de un revolucionario francés.
Taipo aguantó lo que pudo, haciendo ímprobos esfuerzos, porque sabía que le iba la vida en ello. Al final desbordado, tuvo que cerrar el negocio. Trató de ponerse a salvo, pero fue descubierto y arrojado al mar, por un hueco que le hicieron, para el menester, entre dos wakas. Se ahogó,  porque aunque era un gran nadador, le fue imposible resistir, al no poder salir  a la superficie con tanto barco encima del agua. Como ya no había PhotoShop, los nativos se entretuvieron vigilando para ver por donde asomaba Taipo y cada vez que lograba sacar la cabeza, por el menor resquicio, recibía un golpe de remo que lo dejaba medio inconsciente y así hasta que no pudo más.
Cuando comprendieron que se había ahogado, echaron pie a tierra y, una vez linchados todos los fotógrafos que no pudieron ponerse a salvo, incendiaron las oficinas y destruyeron todo lo que les pilló de paso. Los disturbios fueron tantos que tuvo que intervenir la armada francesa  que se vio desbordada y necesitó ayuda de la VII Flota americana. Tardaron meses en poner orden. Todavía hay islas en pie de guerra. Después de varios años ya no saben por qué luchan, pero no paran, por si acaso.

Entre tanto Midas con sus chicas, llegó a la capital del archipiélago y se fue directo al aeropueto.
—Tomaremos el primer vuelo que salga para donde sea —les había dicho a sus mujeres.
El primero iba a Melbourne.
—Hala, nos vamos para Australia. A criar ovejas.
Llegaron a la capital de Victoria, se alojaron en el mejor hotel y Midas se dedicó a buscar un sitio para vivir.
Se tomo su tiempo. No había prisa y además el estado era tan inmenso que costaba elegir un sitio idóneo.
En el suroeste de Victoria, encontró al fin, una granja y allá se fue a criar corderos para carne. La zona disfrutaba de abundantes lluvias, así que además de ganado, había una extensa plantación de frutales delante de la casa.
Entre ellos había unos cuantos  Cinnamomun casia o canela de China,  traídos de Sri Lanka por el antiguo propietario y cientos de frambuesos o sangüesos.
Los aromas y las flores eran variados también, aunque sólo en primavera. Y el mar, aunque vivían en una isla, ni se adivinaba.
Como no podía ser de otra manera, tratándose de Midas, la cría de corderos marchaba viento en popa.
Por si no fuera bastante, un año la cosecha de frambuesas fue desbordante. Tanto que no sabían qué hacer con el excedente. Midas recordó las confituras de su abuela y tuvo una idea:
—Haremos mermeladas  —le dijo al encargado del huerto.
—Cocemos la fruta con azúcar, mitad y mitad.
Se pusieron manos a la obra. Como ese año, gracias a la lluvia los árboles de la canela se habían puesto exuberantes, las ramas estaban henchidas y la cosecha fue magnífica también. Así que  el encargado sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, sustituyó el azúcar, que no producían, por canela. El resultado fue una mermelada muy especial con un sabor peculiar mezcla de frambuesa y canela. Midas dio orden de que se repartiera, como obsequio, a los granjeros en la reunión anual de criadores ovinos de la zona.

Dos días después su secretario entró en el comedor mientras estaba desayunando con sus mujeres, con cara de susto.
—Mister García, venga a ver esto, please.
Midas se asomó al ventanal y se quedó atónito. Una fila inmensa de Jeeps de todos los colores estaba aparcada desde enfrente de la casa hasta perderse en el horizonte. Eran tantos que el final no se divisaba.
Se le vino a la memoria las cuerdas llenas de banderitas de colores que adornaban su calle en las verbenas de verano. También se le vinieron otros recuerdos más recientes y menos agradables.
—¿Qué ha pasado?
El secretario se encogió de hombros.
—Bajemos a ver qué sucede.
Cuando llegaron al patio, vieron a los granjeros con cara de felicidad lo mismo que sus mujeres, colocados por parejas delante de sus Jeeps. Al ver a Midas prorrumpieron en aplausos y hurras.
—¿Que sucede?
Las mujeres se acercaban a Midas y le tocaban en una mezcla de caricia y veneración, con una sonrisa de oreja a oreja.
Los hombres, con igual sonrisa, le daban palmadas en la espalda o cachetitos en la cara.
Midas no entendía nada.
Por fin el secretario llegó con la explicación:
—Ha sido la mermelada
—¿Como dices?
—La mermelada, mister García. Parece ser que ha tenido un incontestable efecto afrodisíaco. Esta gente ha recuperado poderes y placeres que hacía años no disfrutaban y que creían perdidos para siempre. Quieren nombrarle benefactor de la humanidad.
Quieren hacerle un monumento, quieren….

Midas no se lo podía creer. Tardó un tiempo en reaccionar.
—Vamos a ver Simpson, que les repartan toda la mermelada mas la canela que aún tenemos y que les den la receta.
—Si, señor….Señor, ¿se da cuenta que esto sería un gran negocio?
—Haga lo que le he dicho. Y dígale a Harris que prepare el helicóptero.
Cuando entró de nuevo en la casa, dijo a sus mujeres:
Chicas: preparaos. Vamos a salir de viaje. Aquí ya no tenemos futuro.



FIN




Berenguela de Navarra, reina de Inglaterra


Ricardo I partiendo a las Cruzadas

Nació, tal vez en  Tudela, hacia 1170 y murió en  le Mans, Francia, en 1230. Reina de Inglaterra, duquesa de Normandía y condesa de Anjou, fue la mayor de las hijas de Sancho VI de Navarra y de Sancha de Castilla, hija de Alfonso el Emperador.

Se casó con Ricardo Corazón de León, eternamente prometido a Aélis de Francia que era, por cierto, prima de Berenguela. El acuerdo con Aélis se rompe al esperar ésta un hijo de Enrique II, el padre de Ricardo. (Enrique II es el rey que aparece en Los pilares de la tierra, el hijo de Matilde).

Leonor de Aquitania (recuerdo a Katherine Hepburn en El león en Invierno), elige personalmente a la princesa Navarra para esposa de su primogénito. Hay quien dice que la reina madre escogió a una princesa oscura. No comparto esa opinión: una nieta de Alfonso VII el emperador, princesa de un reino como el de Navarra, no pasaba desapercibida en aquellos tiempos. Además los cónyuges de tres hermanos de Ricardo eran primos suyos: Margarita de Francia, casada con Enrique el joven, futuro Enrique III, Alfonso VIII de Castilla, marido de Leonor Plantagenet y Guillermo “el bueno” de Sicilia cuya esposa Juana Plantagenet fue compañera de la princesa Navarra en viajes y aventuras de todo tipo, durante la tercera cruzada, en la que participó Ricardo.

Berenguela se unió a la comitiva del rey en Mesina, Italia, cuando este iba ya camino de Palestina. Parece que convivieron durante un tiempo hasta casarse en la capilla de San Jorge en Limassol, Chipre el 12 de marzo de 1191. Leonor de Aquitania viajó desde Inglaterra, para acompañar a la novia, a pesar de tener ya 70 años.
Se discute la consumación de este matrimonio, apoyándose en el hecho de que no hubieran tenido hijos, ya que se insinúa la posible homosexualidad de Ricardo, recogida incluso, por La Enciclopedia Británica. Sin embargo se conoce la existencia de un hijo bastardo del rey y su costumbre de violar a las mujeres de los pueblos que osaban contestar su autoridad (poco han cambiado las cosas desde entonces). Esta bastante probado que el rey era como su padre amante de los placeres de la carne y no tenía ningún reparo en acostarse con hombres o mujeres. Era un autentico bisexual, libertino y vividor también, como su progenitor.

Además la ausencia de hijos, puede ser debida a la infertilidad de uno de los cónyuges. Si se afirma que Ricardo tenía un bastardo cabe pensar que el problema lo tuviera la reina. Y siendo asi ¿Por qué no fue repudiada?. El papa hubiera accedido. Se aducen otras razones: que Ricardo no podía perder a su mejor aliado para defender sus intereses en el sur de Francia, Navarra, aunque una vez recuperado el control de sus dominios esta apoyo ya no era tan necesario. Entonces, pudiera ser que el rey fuera consciente de que el estéril era él, por alguna razón posterior al nacimiento de su hijo, ya que curiosamente no tuvo ningún otro.

Como sabemos Ricardo I de Inglaterra, participó en  la tercera cruzada. El rey y sus tropas ayudaron a conquistar Acre, a pesar de estar muy enfermo de escorbuto. Mientras duró la enfermedad, se cuenta que mataba guardias con una ballesta, teniendo que ser para ello llevado en camilla por sus ayudantes.

Berenguela residió en San Juan de Acre a la vez que el rey guerreaba contra los sarracenos. Terminada la campaña, volvieron a Europa por separado. Ricardo fue hecho prisionero en Alemania y la reina se quedó en Poitiers, tratando de ayudar a su suegra Leonor, regente del reino, a conseguir la fabulosa suma que el emperador alemán exigía por Ricardo. Uno de los hermanos de Berenguela, Fernando, fue ofrecido como rehén para cubrir la garantía del rescate que quedó por pagar.

Aunque se asegura que tras la liberación del rey, éste y Berenguela no volvieron a reunirse, lo cierto es que se reconciliaron y reiniciaron su convivencia, decidiendo residir en el condado de Anjou. Pero las continuas disputas territoriales entre Ricardo y Felipe Augusto de Francia, los volvieron a separar definitivamente.

Cuando muere Ricardo (6 de abril de 1199) en el asedio a Châlus, la reina inicia un largo litigio con Juan sin Tierra, el sucesor, por negarse éste a dar cumplimiento a las disposiciones testamentarias de su hermano para su viuda. Con la ayuda de los papas Inocencio III y su sucesor Honorio III, Berenguela consigue que el rey Enrique III, cumpla los acuerdos alcanzados.

Berenguela de Navarra nunca llegó a pisar Inglaterra, por eso se la conoce como “la reina ausente”, aunque hay historiadores que aseguran que lo hizo después de viuda.
En realidad fueron unos reyes poco ingleses. Ricardo Corazón de León estuvo en su tierra solamente en un par de ocasiones. Siempre fue mas francés que inglés, lo cual molesta bastante a los británicos.

Asesinato en el geriátrico, último capítulo


Kandinsky- Juicio final-1912

Julián el camarero, llegó tarde. Cuando apareció ya habían comenzado a servir las comidas. Su compañero Pedro le había estado llamando al móvil sin fortuna, desde bien temprano. __¿Pero, que te ha pasado?. Te va a caer una buena. ¿Sabes lo que ha sucedido?. Han matado a don Felipe. ¿Qué te has hecho en la cara?.
Julián le cogió del brazo y lo empujó al pasillo.
__He tenido un a bronca con Paqui. Cree que me estoy viendo con mi anterior novia. Se puso echa una fiera y me arañó la cara. Yo le di un empujón y se golpeó contra la pared. Me dijo que me denunciaría. Así que me fui de casa, no quería que me detuvieran. Cuando llegué esta mañana y vi coches de policía, creí que me estaban esperando. Me fui a la choza de mi vieja. Sobre las once Paqui se presentó allí y me dijo que no había puesto la denuncia, que lo había dicho para fastidiarme. Me lo juró. Entonces volví a venir para acá. Un policía gordo que esta abajo me contó lo que había pasado.
__No se si creerte.
__Allá tú. Oye, yo tenía un negocio con don Felipe, me había prometido una cantidad de dinero. ¿Sabes si esta cerrada su habitación?.
__Naturalmente. Esta precintada. Ni se te ocurra acercarte. Hay policías en el tercer piso.
__Me dijo que tenía el dinero para mi… pero no terminaba de dármelo. Necesito esa pasta. Tendría que echar un vistazo.
__No puedes. Esta aquí la policía. ¿No has hablado con uno de ellos?. Olvídalo.



Rosa y Ofelia se fueron a su cuarto. Antes Rosa se había acercado a Monero y le había hecho una observación.
__Oiga joven, verá. Yo no utilizo andador. Mi compañera si, pero soy testigo de que durmió toda la noche y le juro que ni es capaz de matar una mosca, ni creo que sepa donde está la yugular…ademas es medio santa.¿Me comprende?. No tenemos porque estar encerradas toda la tarde.
__Lo siento señora,  no hay mas remedio. Pero voy a hacer algo por ustedes. Comenzaré la inspección por su cuarto. Así quedarán tranquilas el resto del día.
__Bueno algo es algo. Muchas gracias joven__dijo doña Rosa mirándolo descaradamente de arriba abajo.


Juan Monero cumplió su palabra e inspeccionó el taca-taca de doña Ofelia. Se entretuvo un buen rato mirando las ruedas. Había tiempo: toda la tarde. Era el único que iban a investigar. Evidentemente no existía la marca delatora. Se le había ocurrido de pronto, como se le ocurrían otras soluciones, así sobre la marcha, con tal de no andar haciendo preguntas que era muy aburrido.
A veces, resultaba.
Pocas.
Monero esperaba que el criminal se deshiciera del andador esa misma noche a las doce. A esa hora exacta pasaba el camión de la basura, puntual como la carroza de Cenicienta. Tenia la teoría de que el culpable arrojaría el artilugio delator por la ventana del tercer piso, cuando el vehículo estuviera debajo. Se había informado y  averiguado que el camión  de recogida era muy moderno, con un sistema de carga lateral, debido al cual el conductor, mediante un robot y un ordenador realizaba toda la operación. Sin mas personal. Por eso el criminal lo tenía fácil: No habría nadie fuera del camión que pudiera verlo y el ruido de éste, ahogaría el estruendo de la caída.
Desgracia y él estarían esperando.
Pasaron el resto de la tarde en el salón del tercer piso, viendo baseball en la televisión por satélite de la Residencia.
__Este sitio debe costar un pastón. Hay que ver que bien viven estos cabrones__comentó Desgracia mientras merendaba una hamburguesa que le habían preparado en la cocina y se manchaba de grasa, naturalmente.

Transcurrió la tarde con los pobres residentes secuestrados en sus habitaciones y la tercera planta envuelta en un silencio de muerte, nunca mejor dicho. Para mayor seguridad de que nadie salía ni entraba apostaron un guardia en el ascensor y otro en la escalera.
Por la noche hubo que servir la cena en las habitaciones. Monero y Desgracia acompañaron uno a cada uno de los dos camareros, haciendo el paripé.
Desgracia, que no estaba muy convencido de que la trampa diera resultados, se dedicó a preguntar a los ancianos sobre la vida de Felipe. Se enteró de algunas cosas interesantes.
Supo que últimamente andaba detrás de una tal doña Isabel, una mujer muy guapa que era diseñadora de joyas, con tanta insistencia que ésta se había quejado a la dirección del centro, porque ya lo consideraba acoso; que hacía tratos con un camarero que había estado en la cárcel y que unos cuantos días atrás había discutido acaloradamente en el jardín con otro residente: don Jacinto Escobar. Desde ese día no se volvieron a hablar y don Jacinto lo evitaba de modo ostensible.
__Bueno, posiblemente el criminal sea alguno de estos tres. Ya veremos.

Las horas transcurrían lentamente. Los ancianos no eran capaces de conciliar el sueño. La mayoría no quiso tomar el somnífero acostumbrado, preferían estar en vela. Esperaban que el policía guapo estuviera en lo cierto y el criminal se descubriera esa misma noche. No les hacía ninguna gracia que conviviera con ellos y menos que le diera por volver a matar. Aunque trataban de convencerse de que Felipe se lo había buscado y que el crimen había sido un hecho puntual, por motivos personales, no las tenían todas consigo.
__Lo mismo es un asesino de ancianos compulsivo__decía doña Rosa.
__Se dice en serie__corregía doña Ofelia.
__Pues eso. Mata ancianos en serie de modo compulsivo. Lo que yo digo. Que afición tienes a corregirme.

Monero y Desgracia estaban en sus puestos. La tercera planta permanecía a oscuras y en silencio. No se oía ni un rumor. Hasta la brisa nocturna de poniente había cesado.
El reloj de la torre de la Iglesia cercana de la Virgen de los Ojos Grandes, dio las doce. El ruido de lo que podría ser un camión comenzó a escucharse cada vez mas cerca. Cuando rodeó el edificio y enfiló el callejón de los contenedores, a Juan Monero se le encogió el estómago.
__Allá vamos__pensó
Alerta como estaba, no escuchó ni un rumor de pasos. Solamente percibió un ligero roce en el hombro. De un salto se dio la vuelta a la vez que empuñaba su arma reglamentaria y apuntaba con ella, hacia la sombra que le había rozado.
__¡Quieto, quieto, no se mueva!
Con la otra mano buscó el interruptor. Al encenderse la luz, comprobó que tenía delante a don Jacinto Escobar portando un andador que dejó en el suelo a los pies del sorprendido subinspector.
 Desgracia que estaba en las escaleras, subió a toda prisa. Su compañero ya estaba trincando al culpable.
__Lo siento caballero, queda usted detenido como sospechoso de la autoría del asesinato de don Felipe Iglesias.
__Pensaba entregarme antes, pero cuando vi la trama que había ideado no quise estropeársela…__afirmó don Jacinto extendiendo las manos con las muñecas juntas para facilitar el esposamiento.
__Muy considerado de su parte.



 Doña Elisa, la vieja directora, les contó lo ocurrido. Doña Isabel y doña Luisa estaban presentes. Ambas corroboraron todo lo que ella afirmó.
Se sentía culpable. Debería haber puesto en la calle a Felipe esa misma tarde. Pero le costaba enfrentarse a él. Aunque ni siquiera la había reconocido; Sin embargo, ella no se olvidó jamás de su cara ni de su vileza.
__Si le hubiera echado, nada de esto habría sucedido.
__ No se culpe señora. No hay razón para ello__la consoló Desgracia.
__Dígame una cosa__inquirió Monero__Por que don Felipe le pidió el favor a don Jacinto de que conquistara a doña Isabel. ¿ Se conocían de antes?.
__Es una larga historia. Verán. Yo estuve a punto de casarme con Jacinto. Me dejo plantada ante el altar.
Los subinspectores se miraron.
__Todo fue una burla que urdió Felipe despechado porque no quise nada con él. Había fallecido el padre de Jacinto y se llevó la llave de la despensa ¿entiende lo que le digo?.
Monero asintió.
__El quería terminar su carrera de medicina. Felipe le ofreció un buen dinero que le permitiría continuar los estudios. Aceptó y siguió adelante hasta las últimas consecuencias. Pasado el tiempo me pidió perdón…toda la vida tuvo remordimientos. Es un buen hombre. Fue un buen cirujano. Uno de los mejores.
__Eso explica la precisión del corte__terció Desgracia.
__¿Que le ocurrirá ahora?
__Con lo que ustedes me han  contado y un buen abogado dudo que vaya a la cárcel, teniendo en cuenta su edad…
__Haremos por él todo lo que sea posible__terció doña Isabel.
__Muy bien señoras, tenemos que irnos. Lo siento__dijo Monero dirigiéndose a las tres.
Don Jacinto estaba en la salita contigua al despacho de la directora custodiado por dos policías. No lo habían esposado. Monero no lo consideró necesario.
La directora salio y le abrazó. Lo mismo hicieron Isabel y Luisa. Esta luchaba duramente por contener las lágrimas.
__Te buscaremos el mejor abogado. No temas nada__le dijo su antigua novia__Yo me ocuparé de todo__ Y acercándose a su oído para que nadie pudiera escuchar, afirmó:
__Has hecho lo que debías. Ahora ya estas en paz.

__Dígame una cosa__inquirió Monero a don Jacinto cuando se iban
__Usted dirá.
__Porqué el andador si usted no lo necesita.
__Cogí uno en la enfermería. Como en la tercera muchos lo utilizan se me ocurrió que nadie sospecharía si escuchaba un taca taca y tal vez  pensara que era Felipe que se iba de ronda, como hacía muchas noches. Estaba decidido a hacer lo que hice y no quería interrupciones. No me di cuenta del dichoso rastro, hasta que llegué a la ventana. De todos modos son cosas que uno hace sin saber bien el porqué… lo del andador me refiero.
__Ya.



Habían transcurrido varias semanas. Los ánimos se habían calmado, pero a los residentes que tenían memoria, les costaba olvidar.
Aquella mañana corrió la noticia de que llegaba nuevo inquilino para la habitación de Felipe.

__Supongo que será un tío__dijo doña Rosa.
__¿A ti que mas te da?
__Pues me da. Hemos perdido dos tíos, lo justo es que venga por lo menos uno.

Efectivamente eso parecía lo justo. Y eso fue lo que ocurrió. La directora joven entró dando el brazo a un caballero.
__¡Coño!. Arturo Fernández, el hombre de mi vida.
__¡Cállate Rosa!.
__No me da la gana. Siempre quise tener algo con él y mira por donde…
__Señoras y señores, este es don Jenaro Puerta…
__Lo ves, no es Arturo.
__Pero se le parece muchísimo. Así que como si lo fuera. Te lo advierto Isabel, no me lo levantes.
__No tengo la mas minima intención.
__Bueno, hay que averiguar como está de la próstata. Si está bien, me lo pido. Coño Ofelia no me mires así. Que culpa tengo yo de que seas una estrecha.
__¡……!
__Oye Isabel, cuando lo ligue, te pido prestada la habitación. Tu puedes pagarte un hotel por una noche…
__Es mas joven que tú__sentenció doña Ofelia, que era bastante aguafiestas.
__Arturo es de mi edad.
__Si, pero este no es Arturo, es alguien que se le parece. Nada mas.
__¿Y que, si es mas joven?.
__Pues que, evidentemente, no va ni siquiera a notar que existes.
__Mierda Ofelia. Vete a la mierda y déjame en paz.
__A lo mejor es homosexual__dijo doña Luisa con muy buena intención.
__Sois unas impresentables y unas envidiosas, que no soportáis que yo ligue con Arturo Fernández__dijo Rosa puesta en pie, antes de abandonar la mesa y el comedor.
Al salir pasó, sin necesidad ninguna, por delante del recién llegado, que como vaticinó Ofelia, ni siquiera se percató de su existencia fijo como estaba en ese momento, en el culo del camarero. Sus compañeras no se perdieron detalle.
__Menuda la que nos espera__sentenció Ofelia__Aquí va a arder Troya. Dios nos pille confesadas y a ese pobre, también. Lo que hace la necesidad. Señor, Señor…


FIN