El cuento de Antonio


Hace ya tiempo, mi amigo Antonio Abad Díaz Ortega, me descubrió el barrio inglés de Riotinto. Me contó historias de sus andanzas de niño por allí con los amigos, de la explotación minera, de las diferencias entre ingleses y españoles…Mas adelante, me refirió muchas mas cosas sobre su vida: me habló de cómo “el refugio”, se convirtió en su tabla de salvación, cuando el destino le dio una oportunidad que él entendió sería la última.
Entre todos los materiales que fue reciclando para construir la casa, sin tener idea de albañilería ni mucho menos de carpintería, estaban las tablas de pino rija de las caballerizas de Bellavista.
De todo ello surgió este cuento que lleva tiempo escrito, que anduvo un poco traspapelado y que ahora por fin, le llega el turno de publicarse. Tuvo varios títulos pero he optado por el mas simple: El cuento de Antonio.

Casas victorianas del Barrio Inglés.

Una vez terminado el trabajo, se tendió sobre la cama y lo contempló. Había quedado perfecto. Se dio cuenta que estaba exhausto; cuando se enfrascaba en la tarea no se acordaba ni de comer, pero había merecido la pena. ¡Que habilidad tenía para trabajar la madera; ni que hubiese nacido en una carpintería!. Se sintió contento consigo mismo. Su refugio significaba mucho para él. Construyendo la casa, consiguió dar de nuevo sentido a su vida. Además, aquellas tablas de pino rija de las caballerizas del Barrio Inglés de Riotinto, que fueron en otro tiempo involuntarios e impasibles testigos de amores y desamores con sus trágicas consecuencias, protegían ahora como cálidos escudos, las paredes del hogar donde encontró, por fin, la paz que tanto buscó. Se habían convertido en algo positivo, como predijera a gritos aquel día ya muy lejano, en el que un suceso terrible, conmocionó sus primeros años de adolescencia y le hizo desear con todas sus fuerzas expulsar a los ingleses de su querida tierra.
Transcurridos algunos años, los británicos se fueron; pero las imágenes de aquella tarde permanecieron imborrables. Tumbado sobre el colchón contemplando el techo de madera, volvieron a su memoria. Estaba seguro de que los desgraciados protagonistas de aquella locura, también ahora, habrían encontrado la paz. Mientras los ojos, de nuevo, se llenaban de lágrimas se vio con sus amigos una tarde cualquiera, camino del Barrio Inglés.


A pesar de que Bellavista tenía, incluso, garitas con guardias Antonio y los chicos del pueblo, se colaban a menudo para disfrutar, desde que eran muy niños, de los columpios y toboganes del parque infantil. En su barrio sólo podían jugar al futbol en la polvorienta calle que lo atravesaba o entretenerse robando fruta en los huertos cercanos.
Ahora en plena edad del pavo, preferían la compañía de las chicas que ya habían comenzado a hacerles cosquillas en el estómago. Todos y cada uno tenían novia en el Barrio Inglés. Las primeras veces que se acercaron a Bellavista, les acompañaba alguna amiguita del pueblo, pero en este momento, eso era imposible, ya que no podían encontrarse cara a cara dos novias, inglesa y española, sin que ocurriera una tragedia. En el presente, las incursiones en el recinto eran sólo para hombres.
__Que las chicas son muy liantas y gritonas y enseguida se agarran de los pelos.
En plena efervescencia del amor muchos se habían “tatuado” en el brazo, frotando con fuerza contra la piel el fósforo de una cerilla, la inicial del nombre de su novia preferida, convirtiéndolo en una dolorosa cicatriz que duraba, generalmente, mucho mas que el amor y que provocaba a menudo contundentes escenas de celos, cuando alguna de las chicas visiblemente herida en su amor propio, descubría en el brazo de su novio una inicial que no se correspondía con la suya. Los reproches terminaban a menudo con un enrabietado empujón o un sonoro cachete de: ¡ahí te quedas, idiota!.

Los roneos dentro del Barrio se interrumpían bruscamente cuando una madre, o varias, descubrían a los chicos. Entonces tenía lugar la misma escena decenas de veces repetida, como un ritual. Las inglesas avisaban a los guardias, quienes con toda la rapidez y destreza de la que eran capaces perseguían a los muchachos por el recinto hasta lograr atrapar por lo menos a uno, el cual se llevaba en representación de todos, el bofetón de escarmiento, que jamás produjo el efecto deseado. Volvían en cuanto tenían ocasión.

A nuestro Antonio, aparte de Ann, rubita, tímida y menuda, le gustaba algo mas de los ingleses: los caballos y las caballerizas, en cuya tarima con cámara de aire, resonaban los cascos como una sinfonía en el mejor auditorio del mundo.
__Me gustaría tener una casa hecha toda de tablas__pensaba mientras deslizaba la mano por el suelo con delicadeza, disfrutando del tacto cálido de la madera pulida por las herraduras de los caballos.
Cuando no estaba su novia, iba derecho a las caballerizas y se pasaba la tarde acariciando y hablando a su favorito: un precioso pura sangre, a quien los dueños habían bautizado como Lonely Star, porque tenia una mancha blanca, como una estrella, en medio de la frente. El animal disfrutaba de las caricias encantado, alargando el cuello para recibirlas. Antonio comprendió temprano que los caballos son menos ariscos que las mujeres, aunque a primera vista no lo parezca.
__Eres lo mejor del barrio. Tu y Ann.__le decía besándole el hocico, mientras el caballo bajaba la cabeza dócilmente agradeciendo el afecto del muchacho.
Una de esas tardes, se vio sorprendido por un hombre joven que entró para ensillar a Lonely y a otro caballo. No tenía aspecto inglés. Era alto, moreno y como hubiera dicho su hermana “ para morirse de guapo”.
__No huyas, hombre, que no voy a hacerte nada__ le dijo con acento andaluz__Ya te había visto antes por aquí. ¿Te gustan los caballos, verdad?. Tienes muy buen gusto. Este ejemplar es un pura sangre excepcional. Si por mi fuera te dejaría montarlo.
__¿Para quien lo ensilla?
__Para una rubia muy guapa, ya verás
__¿Y el otro?
El español se rió, mientras se le iluminaban los ojos__El otro es para mi.
Estuvieron conversando mientras el recién llegado preparaba los caballos. Le contó de muy buena gana, que era de Sevilla y que trabajaba en la explotación minera.
__Soy ingeniero. Ahora ya quedan pocos ingleses y nosotros los vamos sustituyendo.
__¿Vives aquí en el Barrio?
__Eso es, vivo aquí en Bellavista.
El andaluz, revisó los cascos del caballo, comprobando las herraduras para acto seguido, colocar el sudadero, dejando libre la crin sobre la cruz. A continuación, puso la montura, dejo caer la cincha con cuidado para no golpear al animal y la apretó con suavidad. Luego, cogió la cabezada con la mano derecha y acercó el filete a la boca del caballo.
Antonio lo observaba con atención. Nunca antes había podido presenciar como se apareja un caballo. Estaba emocionado.
El joven, seguía con la tarea sin dejar de hablar con el chico.
Una vez colocado el filete, subió la cabezada metiendo las orejas. Para finalizar, abrochó el ahogadero y después la muserola. Cuando terminó, repitió la operación con el otro caballo.
Al poco rato, entró la rubia con traje de amazona, sonrió a ambos, subió a lomos de Lonely ayudada por el joven y salio al paso. El español montó el otro caballo, se tocó el ala del sombrero mirando a Antonio, le guiñó un ojo y se fue detrás.
__Bueno, por lo menos no me han reñido.
Después, regresó al parque con los otros.

Algunas veces Ann se escapaba de la vigilancia materna, y se acercaba a las caballerizas, donde sabía que esperaba Antonio. Esas tardes eran inolvidables. Sentados sobre las tablas del suelo y recostados en una de las columnas de ladrillo rojo que bordeaban el amplio pasillo, cogidos de la mano, se contaban sus secretos; soñaban juntos con futuras vidas sin prohibiciones, sin barrios separados, sin diferencias…Estando con ella, Antonio se veía capaz de las mayores proezas.
__Cuando sea mayor, pienso luchar con todas mis fuerzas para que todos seamos iguales.
Casi siempre, eran interrumpidos por los gritos de los ingleses que ya habían descubierto a sus amigos y los andaban persiguiendo como tantas y tantas veces.
La última, los guardas con la ayuda de varios residentes acorralaron a los chicos por sorpresa y les dieron una soberana paliza.
Tardaron meses en volver.

Era ya julio y una calurosa tarde, cuando los muchachos decidieron colarse de nuevo en el Barrio Ingles. Costó convencer a Antonio para que los acompañase. Ann y su familia habían regresado a Inglaterra y el aliciente era para él, inexistente. No habían podido, ni siquiera, despedirse. Ella le dejó un escueta nota a una amiga, para que se la hiciera llegar: “Nos vamos. Adiós…Espero que…podamos volver a vernos. Adiós…”
No, no quería volver a Bellavista.
__Vas a las caballerizas
__¿Para que?, probablemente la rubia ya se ha llevado a Lonely.
__A lo mejor no y el hombre te deja montarlo.
__Si, seguro…
__Bueno, pues te vienes al parque, no seas pesado.
De muy mala gana y por no regañar con los amigos, acabó uniéndose a la expedición. Todos iban alegres haciendo planes animadamente, menos Antonio que los seguía rezagado y cabizbajo. Cuando se estaban aproximando al lugar por el que entraban al Barrio, un coche conduciendo por la izquierda y levantando una nube de polvo casi los arrolla sin ningún miramiento.
__¡Eh cuidao mister!. Que prisa lleva este hombre.
Una vez dentro Antonio, melancólico por la ausencia de Ann, fue directo a las caballerizas. No tenía ganas de ver a sus amigos con sus novias. Como había imaginado, no estaba su caballo, ni el otro tampoco.
__Ya han salido otra vez.
Se sentó sobre el suelo de pino y se quedó esperando sin saber a quien. En el fondo tenía la secreta esperanza de que Ann entrara por la puerta en cualquier momento.
__”Hola, me he escapado y he regresado para estar contigo….”__ Una lágrima limpia dibujó una línea irregular en su cara polvorienta.
El sonido de un trote que se acercaba le devolvió a la realidad. Se puso de pie secándose las lágrimas. De pronto apareció Lonely jadeante, resoplando nervioso. Antonio se le acercó despacio, llamándolo con suavidad. El pura sangre se dejó abrazar. Estaba sudoroso. El chico le acariciaba el cuello y el hocico, mientras se preguntaba que habría sucedido, cuando irrumpió el otro caballo con el jinete inclinado hacia adelante sujetándose con toda la fuerza de que era capaz. Tenía una mancha de sangre que se extendía por la chaqueta y el pantalón, tiñéndolos de rojo. A Antonio, aturdido, le vino a la memoria aquella vez que derramó el tintero sobre la libreta nueva. Una perseverante ola azul lo fue invadiendo todo sin remedio echando a perder el cuaderno. Lo mismo sucedía ahora, sólo que el color era diferente.
Cuando el caballo se detuvo, el español vio al muchacho y le dijo: __a-yu-da…
Trató de desmontar y cayó al suelo, perdiendo el conocimiento. Su pie derecho se quedo enganchado en el estribo. Antonio creyó que estaba muerto; iba a acercarse cuando escuchó un motor, el chirrido de unos frenos y en segundos vio al inglés que casi los atropella, entrar con un rifle en la mano. Se dirigió a Lonely y le disparó entre los ojos. El pura sangre cayó muerto en el acto. El estruendo encabritó al otro caballo que salio a galope por la puerta de enfrente, hacia el patio interior, arrastrando al jinete moribundo. El británico les siguió, disparando sin parar.
El chico cerró los ojos y huyó de las caballerizas, tropezando primero con el cuerpo de Lonely y luego, con los ingleses que se acercaban a toda prisa para ver que había pasado.
Nadie reparó en él.
Corriendo pasó por delante del parque donde sus amigos se habían escondido, apresuradamente, detrás de unos arbustos, asustados al oír los disparos creyendo que iban dirigidos contra ellos.
No escuchó como lo llamaban.
Siguió por una de tantas calles paralelas. Atravesó un jardín. Continuó por otra calle. Se encontró de frente con los guardas, que ni lo miraron y salió del Barrio por la puerta principal. Era la primera vez que la traspasaba. No paró de correr hasta llegar a su casa. Su madre, extrañada, lo vio entrar por la puerta y dirigirse al patio. Allí abrazado a su perra, rompió a llorar desconsoladamente.
No consiguió que le dijera que había sucedido. Se enteró mas tarde por las otras madres, cuando el suceso recorrió el pueblo con la brisa vespertina.
__¿Pero tú lo has visto Antonio?...¿Estabas allí..?. Dime que te ha pasado…

Ya era noche cerrada cuando sus amigos se acercaron hasta la casa para verlo. Seguía en el patio trasero llorando. La madre les dijo que no había querido ni cenar.
Los niños le rodearon en silencio. Después de un rato grande uno de los muchachos le dijo:
__¿Sabes?. Vinieron muchos policías ¡con traje y corbata con este calor! y después de mucho trajín, se llevaron detenido al inglés que disparaba. Algunas mujeres lloraban mucho. Al hombre joven lo llevaron al hospital, pero creo que murió y el mister por poco se carga al otro caballo….A la rubia la encontraron muerta también…Mi madre dice que es una tragedia griega. No se que querrá decir eso…
Antonio seguía llorando con la cabeza sobre las rodillas. Los chicos se miraron y decidieron marcharse.
__Bueno, hasta mañana, tú…
Cuando ya se iban levantó la cabeza y dijo a voz en grito:
__¡Un día me llevaré las tablas de las caballerizas para hacer con ellas algo bueno!.
Los muchachos le miraron y se encogieron de hombros.
__Este tío es mas raro….dice cada cosa.
__Es que está triste, ya se le pasará. El caballo era amigo suyo….y el español también.
Jamás olvidó aquella tarde. Quedó grabada en su memoria para siempre. Tardó muchos años en poder acercarse a un caballo, sin que se le hiciera un nudo en la garganta. Aunque ya no quedaban ingleses, al hacerse mayor se fue de Riotinto.

Décadas después, uno de aquellos niños, ahora casado con la novia del pueblo, calvo y con sobrepeso, llegó a la casa de Antonio en Huelva. Venía con el diario en la mano.
__Mira tú, lo que dice el periódico: van a derruir las caballerizas del Barrio Inglés. ¿No querías llevarte las tablas?. Es que no se me ha olvidado aquello que dijiste. Estabas tan convencido…
Antonio leyó la noticia y pronunció otra de aquellas frases que siempre habían sido incomprensibles y misteriosas para su amigo, justito de neuronas.
__ Un día de pronto, todo encaja como las piezas de un mecano.
El amigo asintió sin entender. Lo quería muchísimo, pero seguía pensando que era un tipo muy raro; y aunque cada vez que le traía una noticia esperaba dócilmente la respuesta, no sabía muy bien para que, si jamás las comprendía.
__Acompáñame anda…vamos a ver que se puede hacer.
Juntos, como cuando eran niños, se dirigieron de nuevo al Barrio Inglés. Esta vez entraron por la puerta principal. Hasta ese día, Antonio, no había vuelto a pisar Bellavista.