La última cena (Cuento de Navidad)

Raul Sampietro Martínez, La última cena
Abrió los ojos al sentir que alguien la tocaba. No lo vio con nitidez; era un médico. ¿Era un médico?. ¿Dónde estaba?. Intentó hablar pero no llegó a discernir si lo logró. Tenía la lengua pastosa y torpe, como pegada al paladar. El probable médico le hurgó en los ojos. ¿Qué buscará ahí dentro? Cuando se quedó sola miró alrededor con atención procurando conservar la calma. Si, estaba en un hospital, posiblemente en una UCI. Tenía varios aparatos conectados, un catéter en el brazo y algo metido por la nariz que la molestaba bastante. Uno de los artefactos pitaba a intervalos precisos. Estaba rodeada de tecnología por todas partes, pero no se acordaba de como había llegado hasta allí, ni porqué. Trató de hacer memoria; no recordaba haber conducido por lo cual descartaba el accidente de tráfico. Además no parecía tener traumatismos. Comprendió- tenía el cerebro a ralentí- que hacía un rato no había articulado palabra porque el facultativo, o enfermero, o lo que fuera, no le respondió. Claro que los médicos cuando les preguntas algo suelen hacer como que no te han oído. Como si tu salud sólo les importara a ellos. Buscó en algún recodo de la memoria noticia de las horas previas al ingreso en este sitio. Tiene que haber algo en alguna parte. ¿Qué había estado haciendo?. ¿Por qué acabó en un hospital? ¿Era de día o de noche? Desistió. Estaba muy cansada, se notaba extremadamente débil. Percibía su cuerpo como una carcasa vacía. Cerró los ojos. Así estaba cómoda. Durmió.

 Fuera era madrugada de Navidad y en el hospital también. Había espumillón dorado con bolas de colores en el control de cada planta y pegatinas del portal de Belén con pastorcillos y todo en las puertas acristaladas profusamente ribeteadas de escarcha, mas un árbol enorme en el hall, lleno de luces y de orondos papa noeles de blancas barbas y trajes colorados. Un poco excesivo pensaría Elvira si pudiera verlo.

 La noche de nochebuena no había sido demasiado movida en urgencias. Algún coma etílico- anda una copita mas, que es Nochebuena-; algún traumatismo y/o herida inciso contusa por peleas familiares- juntarse familias enteras en un espacio reducido puede ser peligroso-; alguna intoxicación- porque le gente le da al langostino aunque tenga alergia al marisco, que una noche es una noche, hasta que se les hincha la cara como un balón de futbol-; algún accidente de tráfico por no respetar los semáforos- no pares que no viene nadie y llegamos tarde-, y dos extraños envenenamientos por arsénico: una señora de mediana edad que no tenía aspecto de suicida, y un africano de raza no blanca, como se dice ahora tan eufemísticamente para no herir sensibilidades, que tampoco tenía pinta ni edad para haber querido quitarse de en medio.
Según la documentación que portaba, Elvira residía en un barrio bien de la ciudad, pero el taxista aseguró haberla recogido en uno que antes era de medio pelo en la periferia, pero que ahora, al contar con almacenes y salas de cine cerradas había sido invadido por los sin papeles, habiendo devenido, por ello, en marginal y cuyas señas anotó en un papel a la policía. Ella lo llamó, o eso creía, pero cuando la recogió estaba a gatas por el suelo incapaz de tenerse en pie y con fuertes dolores abdominales. No pudo cobrar la carrera, porque cuando llegaron al hospital la señora estaba inconsciente.
No se preocupe cuando todo se haya resuelto ya le pagará.
No, si no me importa.

 Elvira Moran había ingresado sobre las diez de la noche con síntomas de haber sido envenenada con arsénico. ¿Suicidio? No lo creo. Porque no estaba en su casa, no iba a suicidarse en la calle en el otro extremo de la ciudad, pudiendo morirse en su cama tan ricamente. Además va arreglada y vestida como si hubiera estado cenando con alguien. Ese alguien pudo haberla envenenado. ¿Dónde estuvo?¿Con el africano? Cuando pueda hablar nos lo dirá, si lo tiene a bien.
El muchacho llegó por su pie un poco mas tarde; tras el ingreso en urgencias perdió el conocimiento. Después del correspondiente lavado de estómago una vez comprobada la intoxicación, pasó a planta, no preciso UCI. Era un tipo robusto. Sin embargo no había podido decir ninguna cosa coherente. Desvariaba bastante; además o hablaba en su lengua nativa o acababa de inventarse un idioma. Era imposible el entendimiento. Ni que decir tiene que no llevaba ningún tipo de documentación. Tenía los bolsillos tan limpios como el estómago en este momento.
 Elvira vivía sola. Su hijo arquitecto estaba en un país de los Emiratos árabes trabajando en la construcción de un complejo hotelero sobre una plataforma en medio del mar. Excentricidades de nuevos ricos. Ella no había querido desplazarse hasta allí porque no le daba la gana de ir tapada hasta los pies y con un velo en la cabeza como cuando era niña para ir a misa en la iglesia de Franco. Aquellos tiempos de desigualdades ya habían terminado hacia mucho, por suerte para todos.
Cuando los jeques y las jequesas vienen a Europa visten como quieren. Pues que vayan aprendiendo.
Cenaré sola tan ricamente.
Pero no, puede que no hubiera cenado sola.
El hijo no tenía ni idea de lo que había decidido hacer su madre esa noche. Habían discutido y ella ya no estaba en casa cuando el llamó, con eso de la diferencia horaria, ya sabe. La llamé al móvil pero lo tenía apagado. Iré para allá en el próximo avión.
Si no quiere no hace falta. En el hospital dicen que se pondrá bien. Salvo algún imponderable…¿Usted sabe si tiene algún pariente o algún amigo o amiga en este barrio o por la zona?
Que yo conozca no. Sus amigas viven todas en el centro como ella.
Y parientes por allí que yo sepa, pues tampoco.
¿Y algún novio?
¿Qué dice?
¿Qué si tiene algún novio por esa zona o aledaños?
Que va, mi madre no tiene novio.
Ya. ¿Y de donde venía a esas horas y con una buena dosis de arsénico en el cuerpo?
Usted sabrá, que para eso es policía.

 Pues no, no sabía. Estaba tan perdido como un taxi en medio del Sahara. Había habido dos envenenamientos pero no podía establecer ninguna relación entre las victimas. Entre otras razones porque no hablaban. Decidió darse una vuelta por el lugar donde el taxista recogió a Elvira. Era un parque descuidado en el extrarradio, sin rastro de césped, con árboles escuálidos, papeleras arrancadas y bancos llenos de excrementos de paloma. Ella esperaba donde la parada de autobús, había relatado el conductor. Lógicamente no había un alma por allí a aquellas horas. Cruzó la calle; enfrente la zona era peatonal. Vestigio de otras épocas mas boyantes. Había bazares de Oriente, una librería de viejo, una pequeña frutería, una antigua sala de cine atrancada a cal y canto, un locutorio que ya había cerrado y enfrente un antiguo convento de monjas bastante ruinoso, aunque habitado porque se veía luz. En la asquerosa vidriera del locutorio, sobre montones de pegatinas, había un anuncio escrito a mano con rotulador rojo y sujeto al cristal con celo, por las esquinas:
Cena de Nochebuena gratis en el convento como cada año.
A las siete y media.
Sopa de pollo, pollo guisado con patatas fritas y turrón. 
Es solo para indigentes. Abstenerse listillos, que no está el horno para bollos. 
Se quedó parado frente al portón del cenobio. Iba a llamar, no sabía muy bien para que, cuando se abrió una de las hojas y apareció una monja portando una bolsa de basura.
Buenas noches hermana, ¿mucha gente en la cena?
Bastante. Aun nos queda un poco de sopa, si gusta.
Gracias. Verá, soy policía, me gustaría hablar con usted.

 ¡Bingo!. Elvira había estado ayudando a servir el condumio. Ella y sor Clementina se conocían desde el colegio. Aunque era evidente que habían tenido vidas muy diferentes seguían conservando una buena amistad. Se fue temprano porque iba a cenar con una amiga a su casa. Tomó un caldito para entonarse, mientras yo llamaba un taxi. Luego salió para esperar donde para el bus. Esta calle es peatonal como habrá visto. Si le daré caldo para que lo analicen. El pollo se terminó. Tiré los huesos a la basura. Ah, va a rescatar la bolsa. ¿Turrón?. Si también me queda algo. Mientras va a por la bolsa le prepararé las cosas. Ah, que no toque nada. Bien vale, usted tiene guantes para no contaminar. Perfecto.
¿El muchacho negro?. Si posiblemente estuvo aquí. Cada año son diferentes este es un barrio con mucho inmigrante sin papeles. No duran demasiado por la zona. Desde hace unos años nadie repite cada Nochebuena. Antes venían indigentes del barrio y todos nos conocíamos. Ahora siempre son desconocidos. ¿Qué que fue de los indigentes de siempre? Habrán muerto, supongo. La calle mata mucho, sabe usted. Deberían detenerla. Que me prepare para acompañarle al hospital a ver si reconozco al chico. Supongo que luego me traerá de vuelta. Perfecto. ¿Podré ver a Elvira? Deberían avisar a su hijo. ¡Que eficiente es usted!.

 La hermana Clementina creyó, solo creyó, reconocer al muchacho. Es que son todos muy parecidos. Se acercó para verlo mejor y entonces si, le reconoció porque tenía dos pequeñas cicatrices en la nariz de haber llevado metido un arete o algo así en su tribu. No hablaba español, apenas hacía una semana que había llegado, me lo dijo el otro joven que le acompañaba ¿por cierto, ahora que caigo, por que se han envenenado? Nosotras hemos cenado lo mismo y estamos tan saludables. Elvira también tomó un caldito. Si, hemos cenado lo mismo que ellos. Todo, todo lo mismo. Este joven creo que en su pueblo era un príncipe. No comprendo para que ha venido. El otro chico me contó que era de Uganda. Si, este. El otro era congoleño.
 Acababa de llegar el interprete; un antiguo misionero al que las tropas de Idi Amin cortaran las manos décadas atrás; afirmó que no hablaba una lengua inventada, aunque tampoco swahili, pero eso si, era una lengua bantú, sin duda. Si la hermana afirma que es ugandés seguro que habla luganda. Vamos a ver. Va a ser complicado, puede ser una especie de dialecto del luganda…En fin…haré lo que pueda. Si, ya se que nadie me pide mas.

 Señor comisario…ah perdone, subinspector, acabo de recordar algo. Esta memoria mía…No se si tendrá algún interés. Nosotras no probamos el turrón. Yo soy diabética perdida y la hermana Angustias es celiaca de nacimiento. Los dulces ni tocarlos. Ya le dije que los comercios de la zona nos dan la comida. Tiene que ser pollo, o conejo, o cordero con un poco de suerte. Nunca cerdo. Por los musulmanes, ya sabe. ¿Qué, el turrón?También nos dan algo de vino barato, fruta y pan. Ah, si, el turrón. A veces nos dan pescado ¿sabe? Un poco de merluza incluso. Entonces ponemos tres platos. ¿Qué? Ah, si hombre, el turrón. Para eso hemos tenido suerte. Nos lo regala la confitería Bailén. El dueño es muy generoso. Hace por lo menos diez años que nos lo envía. El mismo lo empaqueta y nos lo trae al convento en persona. Tan ocupado como está en estas fechas y sin embargo nunca falla. Es un caballero. De misa y comunión diarias. Siempre refunfuña que hay demasiados vagos en este país y demasiados negros y moros, que el gobierno nunca debió consentir que vinieran, que había que ametrallarlos cuando llegan en pateras…ay Señor, Señor; que deberían meterlos en un avión y tirarlos al mar como en Argentina- no se a que se refiere-pero es sólo palabrería de viejo gruñón que trabajó mucho desde niño. Luego ya ve. Se desvive por ellos. Es un santo cascarrabias. ¿Qué? si, el sabe que nosotras no probamos el turrón bajo ningún concepto. Precisamente nos manda uno sin azúcar ni gluten para que podamos comerlo sin problemas. Ya le digo que es un hombre muy generoso y considerado.. Si, todo el mundo come y si sobra se lo regalo para llevar. El dueño nos trae mas para Nochevieja. ¿El muchacho? si, comió turrón para probarlo, pero parece ser que no le gustó mucho. Solo lo probó y Elvira ahora que recuerdo, cogió un cachito de turrón blando para el camino. Si, hoy tienen abierto. Abren por la tarde. Si, vive justo encima. ¿Qué? que no me mueva de aquí, que vendrá alguien ahora para llevarme a casa. ¿Y usted? Va a la confitería.¿le gusta el turrón verdad?. . .Pero, no hace falta que le moleste tan temprano, comprenda que es una falta de consideración. Hay turrón de sobra. Bueno, pues si se empeña…Salude a don Adolfo de mi parte. Déle un abrazo…Que rápido desaparece este hombre. Si hay turrón de sobra. No son horas para ir a molestar.

El espía alemán


Del libro "El Eco del Bosque"
La ensenada de Artedo

Jugaban al güa en la plaza y recogieron las canicas a toda prisa cuando sintieron bajar por la pendiente el destartalado autobús de línea.
   —Que viene el Luarca, recoge, recoge, venga.
   Se apoyaron en fila india contra la pared de la iglesia, para ver descender a los viajeros. Esa era otra de sus distracciones. El Luarca hacía dos visitas al pueblo: una por la mañana y la última, bien entrada la tarde. En época de escuela, siempre llegaban tarde a la clase matinal, porque no se despegaban de la plaza, hasta que se iba el autobús.
   Eran la lista de viajeros en carne y hueso. Si alguien quería saber si fulano o mengano se había ido de viaje preguntaba a cualquiera de los tres. Daban la información como si fuera el parte de guerra, con todo lujo de detalles, número de viajeros, cestos o maletas y hasta la ropa que llevaban puesta.
Esa tarde el autocar les trajo una sorpresa. Regresaron todos los viajeros que se habían ido por la mañana mas un desconocido. Un hombre de mediana edad, alto, rubio, enjuto, con gafas y cara de  despiste. Los tres se le colocaron al lado inmediatamente y lo examinaron sin ningún pudor de arriba abajo. El extraño se dejó examinar y luego les preguntó:
   —¿Queda muy lejjjos la fonda?.
   Ellos negaron con la cabeza al unísono.
   —¿Querrrreis enseñarrrme el camino?.
   Asintieron todos a la vez y se colocaron delante haciendo una seña con la cabeza para que los siguiera.
   Al llegar el viajero les entregó unas pesetas como propina.__ Grrrasias__les dijo.
   —Es usted extranjero —Afirmó el más hablador de los tres.
   —Si, he venido a conoserrr la costa.

   No se habló de otra cosa esos días en el pueblo. El recién llegado causó tanta curiosidad entre los mayores como en los chicos. El dueño de la fonda informó orgulloso y encantado de la vida, a los convecinos con los tres chiquillos en primera fila.
   —Es alemán. Me dijo Paco, el chofer del Luarca, que hay otros dos en San Esteban.
   Luego bajando mucho la voz, tanto que casi no se oyó, sentenció: espías, son espías alemanes.
   Los chicos abrieron mucho los ojos. Espías, espías en Cudillero. Tenemos que investigar.
   Esa tarde se reunieron en la vieja barca varada  y medio podrida, del abuelo del menor de los tres  a tratar el asunto.
    — Es que hay una guerra en Europa.
   —¿Que es Europa?
   —Unos países de por ahí afuera.
   —¿Nosotros no somos de  Europa?
   —No.
   —¿De dónde somos?
   —De España, pareces tonto.
   —¿Va a volver la guerra aquí otra vez?
   —No, si nosotros controlamos al espía.
   —¿Que tenemos que hacer?
   —No perderlo de vista.
   Se escupieron las manos antes de estrecharlas. Era su manera de sellar un pacto. Fueron en busca del espía a toda prisa. En ese momento no se hallaba en el pueblo, se enteraron  en la taberna del puerto, donde se reunían los hombres.
   —Marchó temprano.
   —¿En qué? —preguntó el chico mayor muy sorprendido; ellos no lo habían visto coger el Luarca.
   —Lo llevo Ramón en el coche de punto a San Esteban.
   —¿Para encontrarse con los otros?
   —No lo sé. Ramón solo dijo que lo llevó a San Esteban.
   —Vaya una manera de investigar. Lo lleva de viaje y ni siquiera vigila para ver que hace. Puede haber cogido el tren.
   —¿Y a vosotros que os importa lo que haga o deje de hacer?. Venga, fuera de aquí ahora mismo —Dijo el fondista, molesto porque unos mocosos le dieran lecciones de cómo espiar.
   Así no iban a enterarse de nada. Tenían que seguirlo ellos. Esperaron pacientemente a que regresara el autocar. Llegó, con retraso como siempre pero el alemán no volvió. Ni con Ramón tampoco.
   —Menudo fastidio y ahora ¿Qué hacemos?
   Volvieron a la taberna. Nadie sabía nada. En cuanto Pedro, el dueño, los vio los echo de allí a patadas.
   A la tarde siguiente el teutón regresó en el coche de línea.
   —Menos mal —dijeron a la vez.

    El mediano de los tres comentó el asunto mientras cenaban, con su hermano mayor que ya iba a la mar.
   —Ese hombre anda mirando y anotando los calados de las playas. Sobre todo el de Artedo.
   —¿Para qué?
   —Posiblemente para que entre algún barco a cargar gasolina o níquel de Navia o a desembarcar heridos o yo que sé. Pero para algo de eso, seguro.
   —¿Y por qué no entran aquí en Cudillero?
   —Tu estas tonto. No ves que España es neutral. No pueden hacer eso. No pueden dejarse ver por los puertos.
   —Ah —contestó el niño sin entender nada.
   Corrió a contárselo a los otros.

   —Dice mi padre que en Artedo hay una sima. Que de repente la profundidad es enorme. Que es peligroso bañarse en la playa cuando la bajamar, porque entras caminado mucho rato y el agua no te cubre, pero de repente ¡pum!, la sima, y te ahogas.
   —¿Vendrá un barco con alemanes heridos?
   —Tal vez. Tenemos que procurar no perderlo de vista.
   Al día siguiente por la tarde, el espía subió al coche de Ramón y se fue. Los chicos ya le habían aleccionado para que vigilara si se encontraba con los otros dos o si tomaba el tren para Oviedo.
   —Vale, no os preocupéis que os lo contaré todo.
   Pero el taxi regresó al poco rato. No había tenido tiempo de llegar a San Esteban.
   —¿A dónde lo llevaste?.
   —A la playa de Artedo. Tengo que volver a recogerlo a las seis.
   —Vamos a decir en casa que nos vamos al río a pescar, cogemos un bocadillo y nos llegamos a Artedo.
   La madre del mayor puso muchos impedimentos.
   —No vas al río que te ahogas
   —Pero si el agua nos da por la rodilla.
   —Hay una zona mas profunda
   —No vamos a llegar hasta allí, mama. Esta muy lejos. Venga, déjame ir de una vez. Te prometo que no va a pasar nada. Venga, mujer…
   —Bueno. Pero como te ahogues, ni se te ocurra volver, porque te mato.
   —Que cosas tan raras dice tu madre.
   Caminaron en dirección al puerto, allí torcieron a la izquierda para coger una senda muy empinada, que cortaba la montaña y terminaba en al carretera general. Desde allí hasta Artedo eran cuatro kilómetros.
   —Tengo hambre —decía el menor— ¿Por qué no nos sentamos y comemos el bocadillo?
   —Aquí no come nadie hasta que lleguemos, mas te vale metértelo en la cabeza.

   Después de una hora larga llegaron al pueblo. Bajaron hacía la playa y cuando estaban a medio camino, vieron al alemán venir hacia ellos fumando tranquilamente, con los prismáticos en bandolera y una bolsa en la mano. Esperaron agachados para ver que hacía.
   Cuando llegó más o menos a la mitad de la playa, se sentó sobre un peñasco que sobresalía en las dunas de piedra, sacó algunos aparatos de la bolsa, que colocó con cuidado a su lado sobre la grava, cogió los prismáticos y se puso a otear el horizonte.
   Los chicos descendieron el empinadísimo camino rápidamente y se parapetaron tras las piedras. Estaban en la misma horizontal que el espía.
Transcurrió el tiempo. El teutón miraba el reloj y luego el horizonte. Los chicos hacían lo mismo. El pequeño se aburrió y sacó el bocadillo. El sol ya estaba bajando hacia el mar para pasar la noche.
   De pronto algo brillo en frente de donde estaba el hombre. Algo lejano emergía y brillaba bajo el adormilado sol.
   —Parece un tubo.
   En ese momento, el mar se agitó y un enorme pez gris apareció en la superficie.
   —Socorro, socorro —Comenzó a gritar el más pequeño, mientras intentó echar a correr. El mayor lo sujetó por las piernas y le hizo caer. Luego le taparon la boca.
   —Cállate. Cállate, ya.
   —¿Qué es eso?
   —Un submarino, ¿no lo ves?
   El sumergible hizo varias señales luminosas. El alemán respondió y  al poco rato el U-Boot  se sumergió. El espía recogió sus cosas y se dispuso a subir hacia el pueblo, por donde estaban los chicos. Estos se habían dejado caer al otro lado de la duna de piedras desapareciendo por completo del campo de visión del espía.

   Cuando regresaron era ya de noche cerrada. La madre del mayor, le había estado buscando en las casas de los otros. Las dos madres restantes se unieron a la búsqueda. Cuando le echó la vista encima, se saco la alpargata de esparto y se dirigió hacia el con no muy buenas intenciones.
   —No me pegues, que no me he ahogado
   —Te voy a dar yo a ti guasa. Espérame ahí.
   Los tres recibieron algunos alpargatazos y quedaron castigados el resto de la semana.
   Se juramentaron no decir nada del submarino, en represalia.

    A la noche siguiente, hubo mucho revuelo en el puerto. Varios bidones de gasolina estaban alineados detrás de la lonja de pescado y algunos barcos de pequeño porte preparados para hacerse a la mar.
   —¿Donde vais? —preguntó el mediano a su hermano.
   —Vamos a  Artedo a llevar gasolina a un submarino alemán nodriza.
   —¿Que es nodriza?
   —Como una vaca lechera. Oye, vete a casa que estás castigado, y no cuentes esto por ahí.
   Al chico le pillaba de camino la casa del mayor.
   —¿Te ha pegado tu madre?
   —Un poco, si
   —Me ha dicho mi hermano que eso que vimos es una vaca lechera alemana y ellos van a llevarle gasolina.
   —Joer, un submarino nodriza, que pasada.
   A la mañana siguiente, el alemán se iba con su escaso equipaje en el Luarca.   El mayor lo vio desde al ventana.
   —Alemaaaan.
   El espía se volvió y lo saludó con la mano. Cuando se disponía a subir, se dio la vuelta y entregó algo a un hombre mientras le señalaba al chico en la ventana.
   Eran los prismáticos. Se los había regalado.

   Durante meses siguió el suministro de combustible y víveres. El U-Boot emergía en la ensenada de Artedo  tranquilamente durante el día para que la tripulación descansara y recargar aire y baterías.
   —¿Como son los alemanes? —preguntaba el pequeño a su hermano
   —¿Ya no te acuerdas del espía? Son como él, altos y rubios.
   —¿Siempre viene el mismo submarino?
  —A cargar gasolina y aceite, sí. Luego hay otro que viene a cargar níquel y además,  hay otros cuatro lobos grises que vienen a resguardarse.
   —¿No son vacas lecheras?
   —No, esos son lobos grises.

   Estaban durmiendo, cuando se empezaron a escuchar voces y carreras a toda prisa en dirección al puerto.
   El mayor llegó el primero.
   Un marinero contaba lo sucedido.
  —Fue un “mosquito” ingles. Apareció de repente, el submarino se sumergió a toda prisa, pero seguro que lo alcanzó. Soltaba bombas a diestro y siniestro. Al explotar levantaban columnas de agua tan altas como la torre de la iglesia. Salimos de allí a toda máquina. Creímos que nos iba a perseguir. Se metió para el pueblo y luego, dio la vuelta y se largó. Mañana  por la mañana volveremos para ver si hay supervivientes, que no creo.
 Los chicos esperaban en el puerto junto con más gente el regreso de los barcos de auxilio. No encontraron nada.

   Los lobos grises no volvieron a aparecer por allí. Llegaron noticias de que casi toda la flota de submarinos del Atlántico había sido hundida por los ingleses.
   También se dijo, que al capitán del U-Boot nodriza, le había sido concedida la cruz de hierro.
   Cuando el mayor de los tres muchachos, ya adolescente, fue por primera vez a la mar, precisamente a pescar palometa en la ensenada de Artedo, justo en borde de la sima perfectamente reconocible porque el mar cambia de color, comenzó a gritar acodado en la borda:
   —Capitán, te han dado la cruz de hierro. Capitaaaan……
  —Cállate de una vez —le reprendía el patrón— no busques problemas. Olvida esa historia.

   El U-boot sigue allí hundido, con su capitán y toda la tripulación.

Se aparece como un fantasma a los submarinistas, en la profundidad de la sima, cuando afloja la resaca.

U-Boot alemán

Kevin Spacey and Richard III

En el teatro Palacio Valdés de Avilés, auspiciada por el Centro Niemeyer, la compañía del Old Vic de Londres, representó la pasada semana Richard III de William Shakespeare con dirección de Sam Mendes y protagonismo absoluto de Kevin Spacey.
En inglés, como debe escucharse y leerse al autor de Stratford Upon Avon, y con una sencilla e innovadora puesta en escena: catorce puertas por las que salían los personajes y que tras cada muerte se adornaba con una cruz, Kevin Spacey con corona de papel como las que vienen en los crackers que consumen los anglosajones en Navidades y otras celebraciones, daba comienzo al mas famoso monologo del dramaturgo inglés y a una representación memorable. Nosotros, el público, en silencio cuasi reverencial, escuchábamos al actor americano, que en estado de gracia, ponía imagen y voz a la maldad mas absoluta, a ese monarca deforme de cuerpo y alma que Spacey convirtió en dictador del siglo XX.
El vestuario también sorprendió. Los personajes masculinos vestían traje y corbata y las damas mezclaban trajes de época con otros mas actuales. A esta sencillez se sumó la banda sonora de insistentes tambores que acompañaron y remarcaron la acción en momentos puntuales y a los que la fantástica acústica del teatro regaló una sonoridad que solo se consigue en lugares como este nuestro Palacio Valdés.
La compañía del Old Vic-puro talento- secundó perfectamente a Kevin Spacey, que no obstante, se los merendó. El se bastaba para llenar la escena y para ser en si la función. Con una dicción perfecta, un registro lleno de matices y un esfuerzo físico considerable, dio vida durante mas de tres horas a ese monstruo jorobado con un brazo inerte y una pierna contrahecha, dejando fascinado al auditorio que nos levantamos al final, todos a una, como si lo tuviéramos ensayado, en una ovación cerrada de mas de cinco minutos- según la prensa que lo habrá cronometrado- obligando a la compañía a saludar varias veces.
Si tuviera que resumir lo vivido esa noche, de las que marcan, lo haría como Jesulin, con dos palabras: emocionante e inolvidable.
Con toda mi gratitud al Centro Cultural por habernos abierto esta ventana al mundo, me sumo a las manifestaciones de los avilesinos en apoyo a su, nuestro, Niemeyer y remarco la falta de interés del nuevo gobierno del Principado que se dedica a obstaculizar porque si, la gestión de la dirección del Centro. Está bien exigir transparencia en la administración de fondos públicos, pero tampoco se debe llegar arrollando como un tornado. A mas a mas, que diría un catalán, es evidente la falta de interés de los facistas-el partido que gobierna Asturias es el FAC-por la cultura, ya que nadie de dicha formación o partido o lo que sea, acudió a las representaciones. Ni el presidente don Alvarez Cascos ni el consejero de Cultura. Quizá para ellos solo sea interesante la caza del rebeco o la pesca del salmón. Ellos se lo perdieron y como  escribió Nacho Artime el sábado en La Nueva España:“ Perdieron la oportunidad  de verse retratados con cuatro siglos de anticipación”

Colón y el Quijote en el Niemeyer



Los personajes del Quijote contemplando las chimeneas de Arcelor.El siglo XVII y el XXI


Durante todo el verano las esculturas de Cristóbal Gabarrón ponen color al blanco del Niemeyer con una exposición llena de luz y formas dando vida a lo que el artista denomina Homenaje al Quijote y los Silencios de Colón.

Gabarrón es un pintor nacido en Mula, Murcia, y residente ahora en New York, aunque muy unido también a Valladolid donde se trasladó a vivir de niño. Es también escultor, dibujante, grabador, retratista y muralista.

Los "Quijotes" están situados entre el auditorio y el edifico polivalente, donde está la cafetería y el restaurante por si a Sancho le ataca el hambre, que seguro que si y los "Silencios" o los incas están en el muelle detrás de la cúpula.

Estos se ven muy bien desde la torre observatorio en el bar brasileiro mientras saboreas un cóctel Niemeyer, rico, rico, que no se sube a la cabeza, doy fe, y contemplas una preciosa vista sobre la ciudad y la ría.


Las fotos están un poco grises, porque comenzó a llover. Este orbayu típico de Asturias que parece que no moja, pero que te deja chorreando en un momento.
 Los incas desde la torre, después de llover.


Con la panorámica sobre Avilés, la ría y los incas y mientras llueve y me tomo un Niemeyer a vuestra salud, me despido hasta el otoño. Buen verano para todos y muchas gracias por haberos pasado por aquí. Muchos besinos.

El ascensor

Regresé llorando, como cada tarde desde hacía un mes. Era miedo lo que tenía o tal vez no. No se.  No se lo que era. Me decía a mi misma que la cosa iba camino de convertirse en adicción. Pero no, imposible, porque yo controlo el asunto. Cuando quiera corto y listo. ¿Cuántas veces no obstante, me había prometido no volver a caer?. Todas. ¿Y cuantas veces había vuelto  a las andadas?. Cada día.
Pero, es porque en el fondo, me gusta. Cuando ya no me mole, lo dejo, así de fácil. Terminar no es tan difícil sólo hay que decir no.
Con eso me convencía a mi misma de que todo acabaría cuando yo quisiera y me consolaba durante un rato, pero luego retornaba el desánimo y el desasosiego.
Recuerdo como al principio hasta lo echaba de menos los fines de semana. Ahora ya casi no. Desde luego mejoraba; despacio eso si, pero sin pausa. Los primeros días estaba deseando terminar el trabajo. Incluso era un aliciente adivinar que podría suceder; alimentar la duda de  si  si o si no. Que nervios, cuanta adrenalina junta. Pero con el tiempo me había poseído la zozobra. No sabía muy bien lo que quería. Mi cabeza era un caos.
Ahora, comenzaba el trabajo sin darme tregua, casi, ni para comer. Llevaba un ritmo frenético, parecía una máquina. Me veía como uno de esos armatostes de los campos de petróleo que salen en las películas, todo el rato arriba y  abajo sin parar. Había días que incluso conseguía olvidarme del tema, esos días me ilusionaba pensar que acaso estaba en el camino de la curación. Pero al final volvía a caer, para mi desesperación. Llegaba a casa llorando, ya digo; no cenaba,  no dormía. Si continúo así me muero cualquier noche…Había pensado en hacer terapia, pero me daba vergüenza o acaso pena, para que engañarme.
Hoy iba a ser diferente.
Me había mirado a los ojos en el espejo y me lo había prometido. Me lo había jurado. Hoy se acaba.
Me daba miedo mirar la hora. De reojo veía a los  demás comenzar a recoger papeles, cerrar cajones, apagar ordenadores. Yo me iba quedando rezagada, para luego comenzar una desesperada  carrera contra reloj. Tenía que estar lista y salir como todo el mundo. No podía quedarme dentro a pasar la noche, aunque alguna vez lo consideré la solución.
Salí y me dirigí al aparcamiento. Al principio de todo, ese fue el problema: que iba sola en el coche. Entonces pensé pedirle a una compañera que viniera conmigo. Asunto resuelto.
Pero soy una ilusa. Fui incapaz.
Estaba enganchada lo mismo que el collar del perro a la cadena. ¿ O es al revés? Da lo mismo. Lo cierto es que el uno sin la otra o a la inversa no sirven para nada. Aunque es cierto que no se acoplan ni desacoplan solos, necesitan ayuda exterior.
Yo, sin embargo, no necesitaba ninguna mano que me desenganchara. Yo solita me bastaba. Solo tenía que decir no. Nada mas. Y hoy era el día.
Pero no, no lo fue.
Le vi venir y en vez de subir al coche y salir a toda velocidad, atropellándolo si fuera preciso, me encontré caminando hacia atrás, fascinada, sin dejar de mirarlo mientras el se aproximaba tranquilo; me metí en el ascensor, me arremangué la falda y me quité las bragas. El entró, cerró la puerta y sucedió lo mismo de siempre, desde hacía un mes en el que bajamos juntos por primera vez y de forma tonta hicimos el amor, sin conocernos de nada. Desde ese día hasta hoy y sin mediar palabra, todos los días lo mismo. Luego el salía con su coche y esperaba en la calle a su mujer que trabajaba en otro departamento y en otro edificio. Yo me iba en el mío y  pasaba por su lado como si no nos conociéramos.  Lo cierto era que no nos conocíamos. No sabía ni como se llamaba. No me atrevía a preguntárselo a nadie. No quisiera por nada que los compañeros sospecharan.  ¿Por qué no se lo preguntaba a él?. Porque no hablábamos. Una vez que traté de hacerlo, me tapó la boca con la mano. Lo nuestro era pura pasión o puro sexo, ¿que diferencia hay?.
Así que un día mas, desesperada, me fui a casa maldiciendo mi carácter tan poco firme y mi facilidad para complicarme la vida a lo tonto, por un puñetero polvo en el ascensor con un tío desconocido, del que solo sabía que estaba casado,  aunque lleváramos follando un mes.

La casa

Relato de mi libro "El eco del bosque"


 ¡Por fin había visto la luz! ¿Cómo no se habría dado cuenta antes?. Todos esos meses de  incertidumbre, de no saber como llevarlo a cabo, le habían provocado una angustia todavía mayor que aquellas que le condujeron a esta decisión ya irrevocable.
Porque la decisión, en efecto, ya está tomada; Pero su ejecución no puede ser la forma habitual por la que opta todo el mundo que está en la misma disyuntiva.
Eso es absolutamente vulgar. Está al alcance de cualquiera. El es un snob. Tiene que estar a la altura de las circunstancias.

Decidió optar por otro método en el que, además, involucrara la conciencia de otros. Eso además de poco corriente, tenía el morbo añadido de ver como la gente abandona sus principios por muy arraigados que los tenga,  por una buena suma de dinero. O por conseguir cualquier otra cosa con la que no se hubieran atrevido ni a soñar.
Hizo repaso mental de todos sus amigos. Al serle difícil encontrar principios por este lado, recurrió a los conocidos, que eran cientos. Reparó en una persona. Alguien con una vida privada y pública intachable, que ya es difícil. Porque lo mas común es acabar sucumbiendo a las tentaciones de los poderosos, capaces de comprar los sueños del que en ese momento posea la llave que permite abrir la puerta del único suyo: seguir acumulando riqueza y poder.
Estudiar al personaje y dirimir por que, o por cuanto, se vendería le suponía un aliciente que le ayudaría a seguir soportando la existencia mientras llegaba el momento.

Le invitó a comer y ya de sobremesa hablaron de lo divino y lo humano. Vio que iba a resultar complicado ganarse su complicidad. Necesitaría muchos encuentros para conocer sus supuestas debilidades y saber por donde abordarlo.

Después de varias citas le fue casi imposible contactar con él durante un tiempo, lo cual le preocupó: “ No puede haber sospechado nada de nada. No se que pasa entonces”.
Se enteró por amigos, que había comprado una casa en la zona vieja de la ciudad. Un antiguo caserón que un valido de reyes había construido para una de sus amantes, allá por el siglo XVIII. Existía una cierta leyenda, puesto que la amante había sido degollada y se decía que, desde entonces, la casa tenía maleficio, porque todo el que la fue habitando encontró la muerte de forma violenta. Pero a la esposa le fascinaba la historia del caserón, le parecía romántica y él se apresuró a complacerla.

Una tarde, al regresar a su casa , se encontró la invitación para una gran fiesta de inauguración que su reciente amigo daba con motivo del traslado a su nueva morada.
La noche de la gran cena con todo el poderío económico y político del momento, varios invitados preguntaron al nuevo dueño, si no tenía miedo de la leyenda de la casa.
“Bueno, eso es lo que son: leyendas urbanas sin mas. No hay que darles importancia”. Luego riendo sentenció:” Por ese motivo he comprado la casa a muy buen precio. En realidad, el maleficio me ha venido bien”.

A las pocas semanas se desayunó con la noticia en la primera página del diario: “El último nombramiento ministerial, se rompe el cuello al caerse por las escaleras de su nueva casa”.
Leyenda o no, lo cierto es que encontró la muerte de forma violenta como decían las crónicas que sucedía. “La casa que mata”, comenzaron a titular los diarios sensacionalistas.

Fue entonces cuando se le ocurrió la idea. Supuso, con acierto, que la viuda vendería la casa. Dio orden a su administrador de comprarla.
Este puso el grito en el cielo. Lo mismo que su hermana quien se presentó en su casa y le echó la gran bronca.
“¿Qué quieres suicidarte?. ¿ Te has molestado en leer las estadísticas que publican los periódicos?”.
Las había leído y comprobado. Desde su construcción en 1780, la casa había “matado” de forma violenta al cabeza de cada familia que la habitó. Hubo veces de matar a la pareja. Sin embargo, nunca mató niños. Todo un detalle.
Era perfecta para él. Vivía cerca, debería de habérsele pasado por la cabeza. Tuvo que ser ella la que le mandara una señal. Como las futuras amantes.
Se pasó un buen rato contemplándola. La verdad era espléndida. Estaba convencido que ella lo había elegido. Como se explica, sino, que matara con tanta celeridad, a la persona que él había escogido para hacerle de verdugo. Como se explica que el ministro, de repente, decidiera comprar la casa y vivir en ella; cuando hacía no mucho que se había mudado a otra mansión. Estaba claro. la casa le atrajo y se lo quitó de en medio, porque la casa a quien quería era a él. No tenía mas que instalarse y esperar.

La noche que se traslado a vivir “ con ella”, como le gustaba decir, abrió un carísimo champaña francés de la casa  Perrier- Jouet, y brindó con la mansión.   

Con la copa en la mano, de modo muy teatral, descendió lentamente la gran escalera, mientras le decía .”Soy todo tuyo. Tengo impaciencia por ver como lo harás. Ya que te has tomado tantas molestias, espero que sepas estar a la altura de mis circunstancias”.


El antropólogo errante


Plaza  de los Muertos
 Estaba tan harto.
Se había pasado media vida escarbando en necrópolis, hurgando entre  los esqueletos de gente muerta hacia miles de años, respirando polvo, bacterias y todo tipo de seres microscópicos mas o menos aletargados y agresivos,  a tutiplén. Su existencia se había vuelto tan monótona que el pesimismo le había ido tunelando como la carcoma y en este momento estaba enteramente invadido por el. Le había horadado el cuerpo sin clemencia y le había traspasado hasta el alma como un demonio. Necesitaba un buen exorcismo o mejor necesitaba otro trabajo.
Estas cerúleo, le había dicho su madre, que era un poco rebuscada. El sin embargo se veía amarillento, claro que tampoco andaba fino con los colores. Eran gajes de vivir en lo oscuro.

Como era alto parecía un cirio escuálido, de los de medio pelo, que también en los cirios hay categorías. Ya hace mucho que luces así, volvió a  decir su madre. Es que no tomas el sol ¿Cómo vas a estar?. Coge unas vacaciones y vete al Caribe, hazme caso.
Lo que le faltaba, ir al Caribe. El sol le desharía como a una momia. Desde luego las madres a veces…tendrán  buena intención, pero estarían mejor calladas.
Además, tenía un tufillo a rancio impregnado en la pituitaria que hacía que todo le oliera raro. Así que para mas inri, iba por la calle con cara de  repugnancia.
Ya no se puede estar peor. No puedo mas, me voy a morir de asco en cualquier enterramiento arcaico. Necesito dejar este trabajo. NECESITO DEJAR ESTE TRABAJO. Se lo repetía a menudo cuando se afeitaba en el espejo y hoy por fin se había decidido. Creo…

Siempre quiso estudiar filología hebrea pero cometió el error de enamorarse de Paloma, rubia de piernas largas cuyo exclusivo mérito consistía en poseer el mejor culo de la Universidad. Ella era militante de derechas  y estudiante de Historia y él cambió de carrera y de partido político porque en aquel momento de reacción química con efecto secundario de idiotez aguda, hubiera cambiado incluso de país y de  familia y hasta de cara si ella se lo hubiera pedido. Paloma le había abducido la voluntad. Solo hacía lo que ella le pedía que hiciera. Un día le dijo que llamara rojo cabrón de mierda al Rector y el fue y lo llamó. Le costó un año de carrera. Pero Paloma le admiraba por ello y eso no tenía precio.

Palomita de maíz, que así la llamaba cuando se ponía cursi, dejo al unísono la carrera y a el cuando se enamoró del catedrático de paleoantropología y se marchó a Egipto al valle de los reyes a excavar una KV no se cuantos.
Le destrozó el corazón. Y la vida. Y la carrera. Tardó muchos meses en recomponerse. Su madre estaba convencida de que nunca se había repuesto y de que el amor por Paloma le había quebrado el destino que desde luego, otro hubiera sido de no cruzarse el maíz explotado por el medio.
Se hizo paleoantropólogo, esperando tener la oportunidad de ir al King`s Valley y desde luego la tuvo. Pero para entonces Paloma se había largado de Egipto con el director de un museo americano de momias y estaba viviendo en New York.
Pues me iré a Nueva York también. Era una obstinación enfermiza. ¿Para que vas detrás de ella si te abandonó hace años y no has vuelto a tener contacto nunca mas?. Si te dejó al perro y al hámster y no se acordó de ninguno de los tres never again. Esto se lo reflexionaba el subconsciente, que era mas razonable y hablaba bien inglés, pero él lo ignoraba y el subconsciente sufría con la indiferencia.

En el ínterin, se había casado con una compañera. Era  irremediable, puesto que no alternaba con nadie mas, pero no salió bien porque, por lo visto,  no supo hacerla feliz. Nunca entendió el reproche:  él no fue feliz tampoco. La cosa podía haber quedado en tablas pero se ve que siempre pierde las partidas. Será su sino. Que se le va a hacer. Siempre fue conformista.

Un día, porque todo llega, tuvo la oportunidad de irse a Manhattan, a dar unos cursos a una universidad privada de esas que abundan en USA. Pero justo el día antes de su llegada Paloma había salido para Italia, con su nuevo novio, un escritor de libros de autoayuda, best sellers en el mundo mundial, que necesitaba documentación in situ para escribir sobre el papa de Roma. No sabemos que pinta el vicario de Cristo en un libro de autoayuda como no sea para explicar al mundo y que se comprenda, el entramado necesario para montar un tinglado místico y permanecer siglos nadando en la abundancia, predicando lo contrario y teniendo como coartada al espíritu santo, que nadie sabe que es lo que es. Sería un libro de autopromoción gracias a la religión, mas bien. Aunque las sectas ya saben mucho de eso. No hay nada nuevo bajo el sol.

Una vez terminó su estancia en la  Gran Manzana, regresó con el firme propósito de olvidar a Paloma de una puta vez. Fueron sus palabras exactas. Y mas o menos lo logró pero a cambió le empezó a comer la depresión como ya sabemos.
No obstante, hoy estaba decidido por completo después de afeitarse y verse la cara en el espejo: cada vez mas feo y mas amarillo. Dejaría el underground. Lo que no sabía era a que dedicarse en el futuro.

Buscó una posible ocupación entre sus amigos. Casi todos habían dejado la universidad y se habían dedicado a los negocios o la política. A todos ellos les iba bien. Incluso la mayoría continuaban casados.
Pensó que la política no sería buena actividad. No creía  servir para actor: no sabia mentir y estaba convencido de que en política esto era imprescindible; lo contario te convertía en un busto parlante, por no decir loro, sin carisma y si encima no eras ya guapo, porque la vida subterránea te había metamorfoseado al revés: de mariposa en gusano, el porvenir no iba a ser interesante. Iba a sufrir y ya no estaba por la labor. Sufrir por las mujeres, todavía, pero por la política le parecía absurdo.

Haciéndose estas reflexiones llegó al trabajo. Se hallaba en unas catacumbas anexas a la catedral y debajo de una plaza llamada “De los Muertos”, llena de terrazas a las que acudía la gente en manadas. Era un sitio solemne. Con la catedral a un lado y un convento de clausura del siglo IX en el opuesto desde el que volaba libre el canto de las monjas. Up stairs, la famosa casa de la parra y abajo y frente a ella un viejo palacio porticado que ocultaba la ciudad. La plaza tenía una particularidad: desde abajo se oían todas las conversaciones que se producían arriba. En los momentos de mayor gentío era como el rumor del mar en una tarde de resaca, pero cuando la afluencia no era excesiva eras capaz de oír claramente la cháchara de la gente. Citas clandestinas, confesiones amorosas, dejadas mas o menos agrias, excusas telefónicas al cónyuge, etc, etc.
Procuraba no escuchar, porque le parecía indecorosa la intromisión, aunque fuera  involuntaria, en  intimidades ajenas. Pero aquel día como iba a ser el último, se lo tomó con calma y se sentó un rato a escuchar mientras pasaba el cepillo minuciosamente a un omoplato de varón joven y rubio. Que todo se sabía estudiando la osamenta.
Mejor hubiera sido haberse quedado sordo.
Una voz de hombre hablaba por teléfono con alguien. Hablaba por teléfono, supuso, porque sólo se le escuchaba a él.
__Lo he matado y lo he metido en el armario envuelto en una sábana.
__Si, si. Era el hijo. A ella le hice lo mismo en la ciudad anterior.
__No, todavía no. Que yo sepa.
__Como no iba a  hacerlo. ¿Qué otra opción tenía?. Me conoce, por mucho que lo amenazara terminaría por contarlo todo.
__No, no. Me voy en coche a Portugal. Una vez allí tomaré un barco hacia algún sitio.
__Bueno no te pongas así. Sabes que volveré a hacerlo si se tercia. Yo no lo busco. Me persigue, ya lo sabes.
__Si mamá tendré cuidado. Si estoy solo. He matado al niño ¿recuerdas?
__No. No te preocupes. Si, te llamaré. Tengo que dejarte. Adiós mamá.

Antes del final de la inquietante conversión entre lo que parecían madre e hijo, salió corriendo del subterráneo. Atravesó como un bólido la catedral y subió a la Puerta  de dos saltos. Empujó a los peregrinos que estaban accediendo en ese momento. Escuchó improperios en varios idiomas y salió a la plaza. Miró en torno.
Fue descorazonador.
Estaba llena de gente. No observó a ningún hombre solo. Multitud de personas de ambos sexos, e incluso de sexo indefinido por el aspecto,  hablaban por el móvil, pero todo el mundo estaba acompañado y todos parecían felices y contentos. Se sentó en las escaleras que llevaban a la plaza “De los Vivos”, para tener una perspectiva general y poder divisar mejor al gentío. Era como un representación al revés. El público en el escenario y el actor en las gradas. Normal siendo él el actor.
Fue aun mas descorazonador.
Ni rastro del posible asesino.
Grupos, familias, novios, extranjeros. A saber donde estaba ya. Seguro que se largó mientras el subía. Tardaría mas o menos tres minutos.  Tuvo tiempo de recoger el coche y ya estaría de camino a Portugal.
Que asco de vida.
Permaneció un buen rato allí sentado, en las escaleras que separan a  los vivos de los muertos. Tomó la determinación de no volver a la necrópolis. Cogería el coche y se largaría a dar la vuelta al mundo. Ahora mismo. Tenía dinero de sobra. Tantos años trabajando sin gastar un euro, viviendo en casa de la madre. Ya se ducharía en algún sitio donde decidiera parar. También compraría ropa. Llamaría a su madre para que no se preocupara, como había hecho el  asesino, tan considerado con su vieja.
El asesino. ¿Quiénes habrían sido las victimas?. Posiblemente algún día dieran la noticia del hallazgo de unos cadáveres en dos armarios de  distintas habitaciones de diferentes ciudades. La policía es eficaz. Seguro que los asocia y  terminan por descubrirlo. Compraré los diarios cada día. Cuando lo atrapen volveré. Lo resolvió así de pronto. Era hombre de decisiones radicales.
__Sólo regresaré cuando pillen al criminal de Plaza dos Mortos__se dijo en voz alta como un juramento.
__ ¿Y si no lo pillan?__ preguntó el subconsciente.
__No volveré. Me convertiré en el antropólogo errante.
__Puede no aparecer jamás.
__Pues jamás regresaré. Pesimista, aguafiestas, cenizo, gruñón.
Siempre terminaba insultando al subconsciente que solamente tenía buenas intenciones y este sufría tanto que decidió abandonarlo allí mismo. Desde ese día se quedó sin Paloma, sin trabajo, sin subconsciente y sin sosiego.
Por idiota.
El Valle de los Reyes

Las cenizas

Relato de mi libro: El eco del bosque ( Editorial "El perro y la rana" )

Dunas de Maspalomas (Gran Canaria)

Lo dejó por escrito: “Quiero que lleven mis cenizas a las dunas de Maspalomas y las esparzan allí. Y quiero que sea mi sobrina Miriam. Para ello y para ella, lego tres mil euros, para que se pase allí unos días a todo confort.”

 A su mujer, casi le da un ataque. Eran tan diferentes. No comprendo como un hombre como él, inteligente, atractivo y divertido se casó con semejante sieso. Además ni siquiera era guapa.
__Porque era rica. Fue un braguetazo__decía mi madre.
Después del funeral me entregó las cenizas y me dijo con la misma cara de asco de siempre y con mucha solemnidad:
__Cumple la voluntad de tu tío.
__Pues que bien. Que experiencia tan interesante. Hacer el viaje con las cenizas y esparcirlas en las dunas. Me lo voy a pasar bomba. Eso si, para compensar, viajare en vuelo regular y en primera clase y luego, me instalare en el mejor hotel del sur de Gran Canaria. Con los tres mil euros, me daré la gran vida hasta que se acaben.
Tuve que esperar unos días con las cenizas en casa, hasta que la tía me entregó el dinero, que le costó bastante, todo hay que decirlo.

Entonces, me puse manos a la obra. Busqué el mas estrellado hotel de la zona y una vez hechas las reservas, saqué billete en primera clase en un vuelo regular, nada de charter.
Lo primero era transportar las cenizas con discreción y comodidad. En aquel tiempo no viajaba nunca en avión con equipaje de mano. Por consiguiente, la urna debería ir en la maleta. Pero corría el riesgo de que se abriera y las cenizas se mezclaran con mi ropa ¡que asco!, aunque fuera mi tío.

Luego de pensarlo bastante tomé la decisión de poner las cenizas en un cajetín de caudales, como si llevara mi bisutería, y meterla en al maleta. La caja, bien cerrada con llave, impediría que las cenizas se desparramasen por muchos golpes que llevara el equipaje, que no se por que imaginé, que iban a ser muchos.
Se me presentó un dilema con el modo de meter las cenizas: así a granel o mas recogidas dentro de una bolsa. Me decidí por lo último. Me pareció mas respetuoso y mas higiénico. Puse la urna en una bolsa de cierre hermético y basculé el contenido.  Cerré y para mas seguridad le di unas vueltas sobre si misma y la sujeté con un clip. Luego la aplané con la mano dentro del cajetín apara no pellizcar la bolsa con el cierre y listo.
Nadie sospecharía que allí iba mi tío Oscar corroborando la bíblica sentencia: polvo eres y en polvo te convertirás.

Llegó el día de la partida y comenzaron los problemas. Yo no había querido decir a nadie de mi entorno la fecha del viaje. No quería bromas ni cachondeitos en el aeropuerto. Así que una vez ya lista y en marcha llamé un taxi.
No funcionaba radio-taxi, no había modo de contactar por teléfono.
Como vivo en una ciudad pequeñita donde todos nos conocemos y yo utilizo bastante el taxi porque no conduzco, tengo el móvil de algunos taxistas, así que empecé a llamar. Uno estaba en Oviedo, imposible que viniera a tiempo. Otro estaba a punto de entrar en el paritorio con su mujer. Otro había tenido un accidente:  echando gasolina, vio a unas chicas despampanantes haciendo auto-stop, pagó y salió a toda velocidad, para recogerlas, sin percatarse de que no había sacado la manguera de la entrada de su depósito. Arrancó de cuajo el surtidor. El último que llame, que ya ni me acuerdo que impedimento tenía, me dijo: __Tranquila, que yo lo soluciono.
Después de varios minutos, que me parecieron siglos, me hizo una llamada.
__Vete bajando que va un taxi a buscarte.
Me di cuenta que no se puede dejar nada al azar, porque es un ácrata y todo lo estropea.
Llegaba tarde para facturar. Menos mal que había bajado una niebla espesísima. Digo menos mal porque esto, retrasaría el vuelo.
Cuando salí de casa la niebla era como merengue clarito, a medio camino parecía nata montada y en el aeropuerto era arroz con leche.
El avión venía de Madrid y había tenido que regresar desde la misma vertical del aeropuerto.

Nos informaron que, como la niebla era ya muy espesa, nos llevarían en Bus hasta Madrid.
__¿Queee?. ¿Y mi billete de primera clase?.
__No hay otra opción. Espere a mañana si quiere.
Pensé: tengo la reserva para hoy. Si espero a mañana puede suceder igual. La niebla lo mismo permanece días. No tengo ganas de regresar a casa y empezar de nuevo. Viajaré como sea.
El vuelo salía a las cuatro de la tarde. Cuando nos comunicaron la opción de viaje eran las cinco. El autocar llegó a las siete. Entre embarcar y demás las siete y media.
Llegamos a Madrid a las tres de la madrugada.
El viaje fue tedioso al máximo. El único aliciente que hubo, era una película de Richard Gere  “Yanquis”, que aunque ya la había visto, Gere siempre merece al pena. Como dura dos horas y  por lo visto no tenían otra, se repetía lo mismo que una sesión continua. Que cutrez  ¡por Dios!.Eso ya es demasiado Gere. Opté por dormir.
Cuando llegamos a Barajas tenía el trasero dolorido y las piernas entumecidas
__Menos mal que ahora me podré estirar en el avión. Primera clase es lo que tiene.

Naturalmente nuestro vuelo a Gando ya había salido. Era el que fue a buscarnos y dio la vuelta sin nosotros así que de Madrid salio “in time”.
__¿Que harán con nosotros?__ Se preguntaba la gente. Porque un viaje en avión, siempre es una aventura. Yo diría que es mas bien un secuestro, porque estas en manos de la compañía. Llegas al aeropuerto, les entregas la maleta que inmediatamente pierdes de vista  y ya estás perdido. Hacen contigo lo que quieren sin darte explicaciones.

Enseguida lo supimos. Los first class viajaríamos dentro de un momento en un Air Bus que hacía la ruta Las Palmas-Lagos-Malabo. El resto se irán a un hotel y viajaran mañana.
Era un Air Bus A320 de 200 plazas e iba lleno hasta la bandera. Pero hubo un problema: me sentaron en clase turista. Protesté a al azafata y me hizo notar que este modelo tiene sólo una clase.
__Serán cabrones. Para que pagué yo primera__. Lo mismo le sucedía a una señora catalana que viajaba al otro lado del armario ropero negro que llevábamos en medio.
__Perdí el vuelo y no tuve mas opción que esta__me dijo__Voy a Malabo a ver a mis nietos. Tengo una hija casada con un ingeniero que trabaja allí.
Bueno, pensé: no hay remedio. Así que relájate.
Me distraje contemplando la muñeca de mi compañero de viaje. Llevaba una pulsera de oro mas gruesa que la correa del reloj, por cierto un Rolex, con un nombre grabado “Denisse”, que supongo sería el suyo. No hablaba español. Cruzó alguna palabra en ingles con la señora catalana. Pocas, no era muy hablador. Le miraba la muñeca, como digo, cuando alguien me susurró casi al oído.
__Hola, soy el sobrecargo. Quieres un zumito o algo. Enseguida serviremos la cena.
__No muchas gracias, esperaré a la cena. Desde las nueve mas o menos que nos habían dado un bocata en el autobús, no había comido nada. Eran las cuatro y media. ¡Dios mío las cuatro y media de la madrugada!. Que viaje tío Oscar, que viaje.
__¿Que ha dicho?__ pregunto la catalana.
__Que nos servirán la cena. Co-mi-da., le dije por señas al africano, que asintió con la cabeza.
Trajeron una especie de carne asquerosa, con una guarnición rara. Tenía un olor bastante desagradable. Ni la toqué. Nuria, la catalana, tampoco. Le dimos nuestras raciones a Denisse que se las zampó mas el postre y se quedó tan tranquilo.
Luego volvió el sobrecargo meloso y nos trajo café. Vomitivo.
Para matar el tiempo, recliné el respaldo, cerré los ojos y me dediqué a imaginar fantasías eróticas con Denisse. Supuse que como era negro, estaría muy bien dotado. Es lo que dice todo el mundo, que yo no he tenido ocasión de comprobarlo nunca.

Cuando estábamos en lo mejor algo en mi oído me hizo volver a la realidad. Era el sobrecargo.
__No, no quiero ni bebida ni comida de esa tan asquerosa que servís.
__No es eso__dijo, sin cambiar el tono__es que vamos a aterrizar. Abróchate el cinturón.
__Menos mal, por fin llegamos. Después de tomar tierra, me despedí de la catalana y le dije adiós con la mano a Denisse.
__Adiós guapa que lo pases bien__dijo en un español mas que correcto.
Le miré sorprendida y se rió en mis narices. Encima que se comió nuestra cena.

Nos habían recordado que en las islas es una hora antes. Una vez en el aeropuerto y mientras esperaba el equipaje retrasé el reloj. Eran las  cinco de la madrugada, hora local. Salí de mi casa a las tres de la tarde. Llevaba quince horas de viaje, quince horas para llegar a Canarias que esta a tres mil kilómetros. Nadando hubiera llegado antes.
La cinta de los equipajes comenzó a funcionar. Esperé con paciencia a que apareciera mi maleta. No acababa de asomar. Conmigo esperaban mas viajeros procedentes de Asturias. Ninguna de nuestras maletas salió al canódromo.  
La cinta transportadora de los aeropuertos me recuerda a una carrera de perros pachones, al revés: La pista se mueve y los canes tienen que salir al ruedo, tratando de conservar el equilibrio. Lo hacen desorientados, tropezando, cayéndose. Algunos salen ya, patas arriba. Los amos se compadecen y los agarran sobre la marcha como pueden. ( Me aburro mucho en los aeropuertos y tengo que imaginar cosas). Bien, pues a nuestro perro pachón no le dio la gana de salir ese día.
__Como fuimos los últimos en embarcar….__ pensó en voz alta una señora.
__¿Y no debería ser lo contrario?__dijo un joven con pinta de intelectual.
 La cinta siguió funcionando un rato sin que salieran equipajes y de pronto paró.
Todos quedamos expectantes mirando fijamente el negro transporte mecánico, en silencio.
__No me jodas, no me jodas. Que las maletas siguen viaje a Guinea Ecuatorial__dijo un viajero interpretando el pensamiento de todos.
Como si nos hubieran accionado un resorte, salimos en tropel hacia el mostrador de reclamaciones.
__¿Que ha pasado?__nos preguntó el canario amable y guapo que estaba atendiendo, al ver que lo mirábamos sin decir ni pío.
__No han llegado nuestras maletas.
__¿Vienen ustedes…?
__De Madrid
__¿El Air-Bus destino Malabo?
Asentimos todos con la cabeza. No queríamos ni imaginar lo que le podía suceder a nuestro equipaje. Sobre todo yo.
__Vamos a ver. ¿proceden todos de Madrid?
Le explicamos lo sucedido.
__Tengan calma. Voy a hablar con Barajas. Posiblemente el equipaje se habrá quedado allí.
Rezamos mentalmente para que así fuera.
Comenzó a hablar con su dulce acento__hola mi niña que tal, cuanto hase que no coinsidimos__así estuvo un buen rato. Yo evitaba pensar en mi tío.
Por fin se acercó y nos dijo:__Lo siento  pero la persona que atendió su vuelo se ha ido y el relevo no sabe que paso con las maletas.
__¿Pero como puede no saberlo, que control es ese?__preguntó otro viajero con muchísima razón.
__No se preocupen estas cosas pasan mas a menudo de lo que deberían. Me dan a dar sus nombres y la dirección de sus hoteles y me cubren este impreso con los datos de su equipaje. Si viajó a Malabo, mañana por la tarde esta aquí y si se quedó en Barajas, que es lo mas probable, lo tienen es sus hoteles por la mañana temprano.

Cubrí el impreso y tome un taxi para el sur. Cuando llegamos a Maspalomas empezaba a amanecer. El recepcionista me preguntó muy amablemente que había sucedido que llegaba con tanto retraso. Yo había llamado al hotel antes de salir de Asturias, para no tener problemas con la reserva, pero igual que en Barajas el turno había cambiado. Este sabía que llegaría tarde pero desconocía porqué.

Tenía ganas de estar a solas. Necesitaba llorar pero no podía. Me di un baño con la sana intención de ahogarme. No me quitaba la maleta con las cenizas del pensamiento. Tras el baño y envuelta en la toalla, porque no tenía otra cosa, trate de dormir un rato.
Me quedé medio traspuesta con el cansancio y vi a mi tío, tendido inmóvil, con su traje negro, dando vueltas en la cinta transportadora del aeropuerto de Malabo, solo. Una vuelta y desaparecía para volver a aparecer. Otra vuelta y lo perdía de vista y de nuevo surgía por el otro extremo, como si viniera de ultratumba, como si el encargado de recogerlo en el otro lado, estuviera dormido o distraído. De pronto, una mano negra ( digo negra porque era de ese color), lo recogía y se lo llevaba a su casa. ¡Hay gente tan caritativa!.
__¿ A donde te llevan, tío Oscar?__ me descubrí sentada en la cama, gritando. Miré el reloj; eran las diez. Había dormido un par de horas.
Me vestí y llame a recepción por si había llegado la maleta. __Aún no. No se preocupe en cuanto llegue la subiremos a su suite__
Opté por ir a desayunar. El restaurante estaba en la última planta y la vista sobre las dunas, la playa y el océano era fantástica. Pero no estaba para admirar paisajes. Me serví un zumo y un café. En frente de mi se sentó un tío rubio con pinta de extranjero, que cuando comprobó que estaba sola se levanto y se acercó a mi mesa.
__Excuse me. My name is  Thomas. I’m from Wisconsin, USA. Do you understand me?
__Negué con la cabeza__. Mira que me han dicho veces que aprenda inglés. Pero no me apetece. __Un día lo lamentarás__me sentenció mi madre. Bueno, pues hoy lo lamento, porque el tal Thomas está como un queso.
Bebí el zumo y dejé al yanqui con un palmo de narices.
Cuando, al regresar, abrí la puerta de la habitación, fue lo primero que vi: ¡LA MALETA!. Se había quedado en  Barajas. La abracé como si realmente fuera mi tío Oscar redivivo. La puse sobre la cama con mucho cuidado, la abrí y saqué el cajetín. Mire alrededor para encontrarle un sitio. Decidí  ponerlo dentro del armario. Allí estaría bien hasta que investigara las dunas y encontrara el lugar idóneo par esparcir las cenizas.

Sentí hambre repentinamente, por lo que volví a subir al restaurante. Me serví queso, fiambre, fruta, café y tostada con mermelada de ciruela. Fui a sentarme mirando al mar. Buscando un sitio, volví a ver a Thomas, pero ya había ligado. ¡Que rápido!.

Dormí hasta bien entrada la tarde, entonces pensé que era buena hora para reconocer las dunas. Estaban allí mismo.
La inmensa playa tiene la arena blanca y el mar es azul cristalino. Caminando sólo unos metros llegas a las dunas. En el principio había muchas familias con niños, pero a medida que te internas en ellas, encuentras nudistas y…gays, muchísimos gays. Yo iba prácticamente pegada al mar. Desde una bastante elevada, miré hacia adentro. Son muy extensas, bastante mas de lo que pensaba. Escuché murmullos y gemidos. Miré hacia abajo y los vi. Eran dos hombres haciendo el amor.
Entonces se me pasó por la cabeza, como un flash; entonces lo comprendí. Con la sorpresa, perdí el equilibrio y caí duna abajo, lo mismo que por un tobogán. Aterricé en la arena mojada. Seguro que grité, no lo recuerdo. Al poco rato apareció sobre la duna un chico supongo que gay, que me preguntó:
__Mi niña, ¿estas bien?
__Si, gracias.
Bajo  corriendo y me ayudó a levantarme.
__Estabas fisgando, picarona.
__No digas tonterías. Estoy dando un paseo
__¿Por aquí?. Anda que no hay playa ni nada para pasear.
Pensé que era inútil discutir. Le dí las gracias y al darme la vuelta para irme, tropecé con otro, supongo que gay también, que estaba detrás de mi.
__¿ Te pone mirar?
__Iros los dos a la mierda.
Espera, me dijo el primero, que regresamos contigo. Anda cari, trae las cosas.
__Estas mojada. Puedes ponerte mi pareo.
__No gracias.
__Estas en ese hotel
__Si.
__Pues entonces nos veremos por aquí__me dijo mientras me rozaba un pecho con el codo.
Si no estuviera segurísima que era gay, diría que se estaba insinuando. Vinieron conmigo. Lo cierto es que eran ambos encantadores sobre todo el primero, de nombre Roberto.
Los despedí a la entrada el hotel, aunque me insistieron sin ningún pudor que les invitara a una copa.__Otro día__. Tenía ganas de estar sola de nuevo, porque me había asaltado una duda mas que razonable.
Mi tío Oscar viajaba muy a menudo a Maspalomas, según él para jugar al golf. Venía solo naturalmente porque a la tía no le gustaba viajar y además la relación entre ellos estaba acabada hacía tiempo. Si es que había existido alguna vez. En la casa dormían en habitaciones separadas. Eso era algo que habíamos descubierto de pequeños y nos extrañó mucho, porque  todas las parejas que conocíamos, incluso los abuelos, dormían juntos.
__Cada uno duerme como quiere__, nos dijo mi madre a modo de explicación.__ No quiero volver a oír hablar de esto.
Si era cierto que venía a jugar al golf y que tenía tanta afición, hubiera mandado esparcir las cenizas en el campo en el que jugaba habitualmente. ¿ por que en las dunas?
Por otra parte, si era cierto lo que estaba  pensando y dado que venía a menudo, el ambiente gay de aquí, tenía que conocerlo. Mañana buscaré a Roberto y hablaré con él.

No me fue difícil. Era el hamaquero de la playa. En cuanto me vio vino derecho hacia mi.
__Hola mi niña. Estas blanquita. Ponte protección solar alta. No la tienes, yo tengo. Llevas un bikini muy fashion. Oye, estas bastante buena.¿Estas sola, conoces la isla? ¿No?, yo te la enseño. ¿ De que te ríes?.
Me colocó la hamaca en posición y una sombrilla tumbada detrás para que no me molestara el viento que ese día soplaba con ganas, y se sentó a los pies.
__Oye Roberto
__Soy todo oídos__me contestó mientras me acariciaba una pierna__eres suabita…
__Deja de toquetearme y escucha. Voy a enseñarte una cosa. Oye ¿tu no eres gay?
__Si
__¿Y que haces casi metiéndome mano?.
__Es que algunas tías me gustan también, por ejemplo tú.
__¿Me estas llamando marimacho?
__Para nada. Pero es que hay mujeres muy especiales capaces de hacer sentir deseo sexual a los tíos como yo. Me ha pasado alguna vez. Pocas.
__¿Les pasa eso a todos los gays?
__Supongo. Yo sólo se lo que me pasa a mi.
__El chico que estaba ayer contigo ¿es tu novio?
__Si.
__¿Hace mucho que estas por aquí?
__Soy de aquí. Si me preguntas cuanto tiempo llevo con este trabajo, hace seis años.
Había sacado una foto de mi tío y se la puse delante de las narices.
___¡Aaaaaay Oscar!
__Lo sabía
Se levantó de un salto__No me digas que eres la mujer de Oscar.
__No, soy su sobrina.
__¿A que has venido?__me preguntó, mientras hacía una cruz con los dedos índice de las dos manos y los ponía delante de mi cara., como si tratara de ahuyentar a un vampiro.
__A esparcir las cenizas de mi tío.
__¿Se ha muerto Oscar?__. Volvió a sentarse
__Si, murió de cáncer hace unos días.
__¿ Y quiso que trajeras aquí sus cenizas?
Asentí con la cabeza.__Ayer, cuando os conocí, buscaba un sitio para esparcirlas.
__Yo conozco ese sitio.

Estaba llegando mucha gente y tenía trabajo. Quedamos para cenar y hablar con calma de Oscar. Acordamos que al atardecer del día siguiente arrojaríamos ¡por fin¡ las cenizas en las dunas.

Vino solo, aunque yo le había propuesto venir con su chico y le había dejado claro, clarísimo, que no iba a ligar conmigo.
Me contó como conoció a Oscar en la playa,__porque tu tío jamás jugó al golf, que lo sepas__ y como, aunque era mucho mayor que él, le gustó enseguida.
__ Era un hombre muy atractivo y elegante, con muy buenos modales y mucha clase__. Oscar, por lo visto, era bastante promiscuo, eso hizo que mantuvieran una relación totalmente abierta. Este último año, cuando Roberto ya tenía pareja fija salían los tres o los cuatro, incluso  si Oscar ligaba con mujeres.
__O sea que era bisexual.
__ Naturalmente. ¿Qué estabas pensando? Que poco conocías a tu tío. Oye, no sabía que estuviera enfermo.
__No, ni él tampoco. Fue muy rápido. Sintió unas molestias muy persistentes en la espalda y cuando le hicieron radiografías, apareció algo que corroboraron con análisis y una broncoscopia . Era un cáncer de pulmón, un adenocarcinoma que ya interesaba el mediastino y no tuvo operación posible. El oncólogo le dio tres meses de vida. Vivió solamente dos.
Los ojos se le llenaron de lágrimas__Que pena, oye, de verdad. Lo siento mucho__.Rompió a llorar un poco exageradamente.
Le cogí la mano y dejé que llorara un buen rato. Cuando se calmó, le propuse que diéramos un paseo. Necesitaba tomar el aire.

Caminábamos en silencio, cogidos del brazo. Yo pensaba en la doble vida de mi tío. ¡Que cabrón!. Yo sabía que era un hedonista y que todo lo que le proporcionara placer era válido. Disfrutaba de  todo lo que le gustaba. Sin límites. Menos de su mujer.
__Oye Roberto ¿tú cuando te diste cuenta que eras gay?
__¿Yo?, siempre. Cuando nací la comadrona le dijo a mi madre; has tenido un gay.
Nos reímos.
__Nena, tu tío era un hombre muy especial.
__No  estoy segura de que su mujer pensara lo mismo
__Si su mujer hubiera tenido la mitad de la clase que él tenía, hubieran sido felices.
__Tal vez. Estoy bastante confundida. La verdad es que la vida es muy complicada.
Roberto se detuvo y me cogió la mano.
__Mira, lo pasado, pasado está. Alégrate, porque él fue feliz aquí. Mañana cumplimos su voluntad y ya. Nadie es nunca totalmente dichoso y la mayoría de las parejas terminan rotas, aunque se entiendan bien en la cama, que parece que no era el caso. ¿Estamos?
__Estamos.
__Perfecto__dijo, mientras me daba un azote en el culo.

Al día siguiente pasé al mayor parte del tiempo en la playa. Ya me había puesto morena. Estaba muy a gusto con Roberto. ¡Que pena que fuera gay!.
Comimos juntos un bocadillo sentados en mi hamaca. Bien entrada la tarde me fui al hotel. Quedé con Robert a las ocho en recepción. Me dijo que su chico quería venir, porque apreciaba mucho a Oscar y se quedó de piedra cuando conoció la historia. Me pareció bien.

Cuando salí del ascensor con el cajetín metido en el bolso, y los vi, tuve que hacer esfuerzos para no reírme.
__¿De que vais disfrazados?
__Vamos de luto.
Iban vestidos con traje y corbata negros y deportivas rojas. Parecían dos ejecutivos de Manhattan. Estaban un poco ridículos.
__¿No querrás que vayamos por la arena con mocasines?
Comprendí que tenían razón. Roberto quiso llevar el bolso con las cenizas. Caminamos en silencio hasta llegar a las dunas.
__Mira, vamos a esparcirlas en el sitio favorito de Oscar.
__De acuerdo.
Una vez allí, Roberto sacó el cajetín, lo abrimos, extrajo la bolsa y me la entregó.
__Tu las esparces cuando yo te diga. Espera un momento.
Se colocaron muy serios a mi derecha. El novio encendió una vela roja y Roberto hizo ademán de comenzar  a cantar.
__Vamos.
__Oye, un momento. ¿Qué estáis haciendo?__Apenas podía contener al risa.
__Cantar la canción favorita de Oscar. Cuando diga tres, yo canto y tú arrojas las cenizas.
__¿Es necesario todo esto?
__SI. Tú déjame a mi, que yo se de que va esto.
__Bien, de acuerdo.
Roberto me miró fijamente durante un instante y comenzó la cuenta…
__Una, dos y tres
Era la canción de Joaquin Sabina...
Y nos dieron las diez y las once
Las doce y la una y las dos y las tres
Y desnudos al anochecer
Nos encontró la luna...