La leyenda del pueblo de los hombres-mujer



 Introducción
Warhol. Damas y caballeros. 1975

Esa misma mañana había visto la noticia en el periódico: La estación de montaña de Silos cerraba definitivamente.  Se quedó pensativo. Que casualidad, precisamente hoy que viene Ana. Ese había sido para ellos el principio del fin de su relación. La dichosa estación de montaña y aquella noche en la que se extraviaron y encontraron el maldito pueblo.
No había quien se creyera que dejaran perderse así por las buenas, una estación de esquí  con mas de ochenta kilómetros de pistas, perfectamente equipada y segura donde nunca hubo accidentes graves, ni aludes, ni cosas por el estilo. Hacía meses que el parador, un edificio emblemático en la zona, le había precedido en el cierre por falta de huéspedes, ante el rumor extendido de que la estación mataba a los hombres de una extraña muerte súbita, como la de los bebés. Las autoridades se apresuraron con todo tipo de desmentidos. “¿Cómo va a matar una estación de esquí a nadie?. ¡Por favor no digan tonterías!. Hubo alguna que otra muerte repentina, pero todo dentro del promedio que podemos considerar normal, teniendo en cuenta el elevado número de visitantes, que estamos a bastante altura y que las condiciones del clima son las que son en estos sitios”. Siempre que las administraciones desmienten, debe uno ponerse en lo peor. Algo ocurre realmente. ¿Por qué si no, se molestan con lo ocupados e inaccesibles que están?.
No obstante,  el parador se cerró bastante antes de finalizar la temporada. Le siguió la escuela de esquí y se sabe que técnicos de la comunidad autónoma e incluso del gobierno central revisaron la montaña palmo a palmo, buscando no se dijo nunca que.
Posiblemente ni ellos lo sabían.
Pero los pocos vecinos que pudieron aproximarse medio ocultos, porque acotaban la zona con guardias y perros por todo el perímetro, presenciaron entre curiosos y asombrados, como andaban de acá para allá y de abajo arriba, armados hasta las cejas y con los ojos protegidos por unas gafas parecidas a las de los soldadores.
La explicación final consistió en decir que había unas extrañas emanaciones de gas u otra sustancia tóxica sin determinar que podía provocar dichas muertes. Pero, entonces debería morir todo el mundo, pensó la gente con buen criterio, como en los casos de muerte dulce producida por la mala combustión de los braseros, sin embargo sólo morían hombres. A no ser que la susodicha fuera caprichosa o selectiva y supiera distinguir entre mujeres y hombres.  Sería digno de estudio la aparición de un gas letal exclusivo para varones. Quien lo poseyera se forraría. Podría llegar a ser mucho mas codiciado que el coltan.
Pero, había mucho mas y ellos lo sabían.
Además si era algo que se respiraba ¿por que los técnicos sólo se protegían la vista?. “Pensarán que somos tontos, hasta un niño se daría cuenta de eso”. Pero las autoridades no dieron ninguna otra explicación.  Nunca lo hacen. Desmienten, pero no aclaran, lo cual deja las cosas peor. De ese modo, se dispara la rumorología y la imaginación de la gente ya de por si proclive a creer cualquier cosa que les ponga en contacto con seres de otros mundos.¡Cuanta necesidad de comunicación con el mas allá!. Para poner la guinda, la prensa, sobre todo la especializada en temas paranormales, tenía prácticamente tomada la montaña, ante el runrún  de avistamientos de un ser alado y enorme por las noches.
La administración clausuró el recinto y bloqueó el acceso sin contemplaciones, debido a la obstinación de algunos periodistas e investigadores por permanecer en la  zona.

Cuanta razón tenía Ana. Se sintió mal. Debería de haberse puesto enteramente de su parte. Aunque no hubieran conseguido gran cosa, primero, porque el asunto parecía inverosímil a todas luces y luego porque se estrellaban contra la dirección de la estación, con ramificaciones en las altas esferas administrativas y económicas. Vaya, que era como atacar un tanque armado sólo con un cuchillo;  pero, no obstante,  tendría que haber hecho causa común con ella. Tendría que haber estado  a su lado, aunque no les creyeran y tal vez, de paso,  hubieran salvado alguna vida.
Le remordía la conciencia.
Se dirigió al garaje para ver como estaba el coche, sólo faltaba que se lo entregara sucio. Según era Ana. Hacia  un año que habían cortado la relación. Desde los sucesos. Al principio fue un alivio, la vida en común se había convertido primero, en un infierno de reproches y gritos y luego en un silencio denso y cortante aun peor. Después,  la echó de menos durante un tiempo y ahora que ya le era indiferente, el diario le daba la razón y él se sentía culpable. Cuando ocurrieron los hechos, le tenía bastante harto: parecía estar poseída por el síndrome de la verdad absoluta; se había vuelto irascible y completamente  insoportable. Por eso no le dio la gana de secundarla, a pesar de lo que habían presenciado juntos y ella, claro, nunca se lo perdonó.
Con razón.
Después, había aprovechado una oferta de trabajo en Londres y se había ido a vivir a Inglaterra. Hoy vendría a recoger el coche y se lo llevaría en el Ferry.  Continuaba teniendo miedo a volar, así que viajaba desde las islas en tren o en barco como ahora. Hasta en eso eran diferentes. Juan nunca pasaría por debajo del mar en un tren. ¡Jamás! Sin embargo a ella era el avión lo que le daba claustrofobia. Hacía una semana que había regresado, pero no se habían visto. Ayer le llamó para avisar que hoy recogería el cuatro por cuatro y concertar una hora que las viniera bien a ambos.
__Prefiero por la tarde. Así me iré directamente al puerto.
__Por mi, no hay problema.
 El coche seguía aparcado en el garaje de la casa que habían compartido durante ocho años. El no había vuelto a conducirlo. No recordaba siquiera si aun tenia alguna cosa de su propiedad dentro, con esa manía de dejarlo todo por ahí olvidado que tantas y tantas veces le reprochó Ana.
Tampoco recordaba si lo había lavado después de regresar de aquel viaje. Suponía que si, pero parecía que no: estaba bastante polvoriento. Lo revisó mas de cerca. Estaba sucio, muy sucio. Que abandonado era, la verdad. Decidió llevarlo al lavado automático y dejarlo reluciente, como por otra parte era su obligación; no se devuelve nada hecho una porquería.
Cuando se sentó al volante tuvo una sensación extraña. Es normal, pensó, la última vez que lo conduje ocurrió todo aquello, que desembocó en la ruptura. Es mas que lógico que esté un poco inquieto. Todavía hoy, prefería pensar que todo había sido un sueño o  alucinaciones debidas a la altura y al frío…Pero, parece que no. Que es real. Todo lo que sucedió después, las muertes, el rastreo y el cierre de la montaña, lo había corroborado con creces.
Abandonó el garaje.
No sabría decir por que, pero le hizo bien salir a la luz del día. Hasta miró al sol sin gafas, a pesar de sus ojos claros. Desde aquello, había dejado de gustarle la noche. Durante un tiempo le tuvo terror, incluso debido a los sucesos vividos desarrolló entomofobia. Necesitó unas cuantas sesiones con el psicólogo.  Hoy se notaba raro. Sentía algo entre nostalgia y abatimiento. Mientras se alejaba de casa,  la memoria, actuando unilateralmente como siempre, regresó hasta aquella tarde y le obligó a verse por la carretera de camino al puerto, discutiendo con Ana. Que error había sido el dichoso viaje. Trató de pensar en otra cosa, pero de nuevo la memoria, tan útil a veces y tan molesta otras, insistió en lo mismo. No había otro remedio. ¿Para que rebelarse? Volvió a verse conduciendo aquella tarde, de camino a la estación de esquí. Recordó que estaba lloviendo y la calzada era estrecha y sinuosa; además mojada como estaba, resultaba resbaladiza y peligrosa. Juan, escuchaba la voz de Ana, cada vez mas subida de tono. Últimamente siempre estaba gritando. Se había vuelto un poco histérica o a lo mejor, siempre lo había sido y él enamorado como estaba, no se había dado cuenta. Ella se enfadaba por algo y a él le encantaban los morritos que ponía. Era imposible que hubiera pelea. Pero ahora, ya no le hacían gracia.
Conducía en silencio, concentrado en la carretera y la lluvia, difícil cóctel, pero la voz de Ana era cada vez estridente y le sacaba de quicio…

Continuará cada jueves

Biutiful


Cuando una película no es ni buena ni mala, suele decirse de ella que “se deja ver”. Bien, pues Biutiful es difícil de ver. No es que no sea buena, es que cuesta verla. Sobre todo a los miopes como yo. El comienzo y el final es lo mejor del guión.

El argumento es la vida de Uxbal, un hombre que se mueve por la oscuridad de los bajos fondos de Barcelona (podría ser cualquier otra ciudad), traficando incluso con seres humanos; ex drogadicto, ex marido, padre que hace lo que puede, con amigo de la infancia policía y con una fluida relación con los muertos  a los que ve incluso en el techo de la habitación. No es extraño teniendo en cuenta su romance largo con las drogas . Por tener, tiene hasta una enfermedad terminal.
Este personaje es la película y este personaje es Bardem, o sea que, por una simple regla de tres,  Bardem es la película y si no fuera por el carisma y la fuerza de este actor no aguantaríamos en el cine la hora y media larga de metraje.

Dice Iñárritu, el director, que es una película llena de esperanza. Yo no vi esta virtud por ninguna parte. A no ser que se refiera al malestar que te crea y que te hace recordarla de continuo. Eso posibilita que irrumpa en tu vida el mundo de seres invisibles, porque no queremos verlos, no porque lo sean realmente, que habitan la ciudad con una cotidianeidad paralela a la tuya. Posiblemente sea esa la esperanza del director: que los recuerdes. Entonces si, ha conseguido su objetivo.
Bardem hace una gran interpretación de un personaje muy difícil, con el que sería fácil caer en el histrionismo o resultar anodino. Esta medido y totalmente creíble. Los demás actores le dan la réplica perfectamente. Me gustó mucho la actriz que interpreta a su ex mujer (mejicana, creo).

Salí del cine con ganas de ver la luz, así literalmente. Mi acompañante, sentía deseos de lavarse de inmediato. Menos mal que Oviedo esta lleno de fuentes y como era Navidad, de luces por todas partes…