La leyenda del pueblo de los hombres-mujer

Capitulo I

__Ves, se nos ha hecho de noche por estos montes del diablo. Si hubieras llegado antes, pero el señorito no sabe ser puntual.
Picasso. Dora Maar. 1941
__Vale, déjalo ya. Es imposible extraviarse.
__¿Ah si? Y como llamarías a esto. Llevamos horas y no hemos llegado a ninguna parte, parece que estemos dando vueltas.
__Mira en el mapa.
__No es cuestión de mapa. Con esta niebla es imposible saber donde estamos. Seguro que nos hemos confundido en el cruce. Te estrangulaba con gusto.
__Tu elegiste el camino, no me eches a mi la culpa de todo.
__No, si encima soy yo la culpable, el señorito jamás se equivoca.
__Deja ya de llamarme señorito.
__Sigue conduciendo y cállate. A ver si llagamos por fin a alguna parte.

Cuando comprobaron que realmente se habían extraviado sintieron deseos de matarse el uno al otro. De todos modos eso era algo muy habitual últimamente que, por lo menos a Juan, le preocupaba bastante. Por la mínima ya estaban agarrados. Saltaban chispas, pero no como al principio. Entonces se miraban y tenían que aparcar urgentemente. Ahora, cuando se miraban era para reprocharse algo. En este momento la tempestad estaba a punto de caramelo. Habían llegado a un pueblo, era cierto, pero no a la estación de montaña a la que se dirigían: Después de mas una hora de conducir por una carretera desierta y peligrosa se toparon, ya noche cerrada, con un lugar medio derruido, cuyas maltrechas formas aparecían insinuadas en medio de la niebla como gigantes de piedra, custodiando la nada. Primero echaron una ojeada en derredor para cerciorarse y luego se dirigieron todo tipo de improperios subidos de tono; ambos tenían un lenguaje afilado y ordinario, incluso soez, como si sus familias no se hubieran gastado el dinero en colegios caros.
Una vez cesó la tormenta verbal, con aparato de tacos de todos los colores y algún puñetazo en el brazo de Juan, porque el lo colocó para esquivar el golpe que iba certeramente dirigido a la cara, un silencio denso invadió la oscuridad. Cuando se restablece la calma nunca se sabe que se puede esperar, si mas furia de nuevo o por fin, el anhelado equilibrio
__¿Y ahora que?
__No empecemos otra vez; nos hemos perdido, es evidente. Pero como verás estamos en un pueblo, la cosa no es tan grave.
__Estamos en medio de ninguna parte. Yo sólo he visto ruinas…
Ana que era de puñetazo fácil, iba a golpearlo de nuevo y él, hábil y rápido, se había vuelto a  cubrir la cara, cuando algo la detuvo: una sombra rozó el coche. Ana creyó ver de reojo, una cabeza apoyarse en la luna de la ventanilla trasera e incluso creyó percibir un intento, apenas insinuado, de abrir la puerta. Se volvió rápidamente para divisar una sombra que se alejaba. Abrió y bajo del coche.
__¿Donde vas con esta niebla tu sola?. Espera…__Juan la escuchó gritar llamando a alguien. Antes de que tuviera tiempo de apearse y seguirla,  Ana la rápida, ya  se había sentado de nuevo.
__Era una mujer, creo. Llamé, pero no me hizo caso. La perdí en la niebla. Es cada vez mas espesa, no se ve ni a un palmo de distancia.
__Tengo que aparcar estamos en medio de no se donde. Yo me apeo y voy delante y tu me sigues con mucho cuidado. No te den intenciones de atropellarme.
__Ni hablar. Tú te orientas fatal. Iré yo delante
__¿Yo me oriento fatal?. Te recuerdo que tú eras la que miraba el mapa…
__¡Dejémoslo ya!. Yo me apeo y tú me sigues.¡Punto!.
Ana se bajo del coche dando un portazo y se dirigió hacia la izquierda donde creía haber visto una luz. En efecto, un débil resplandor que parecía proceder de una casa, se insinuaba a no mucha distancia. Miró hacia Juan y afirmó con la cabeza. Era cierto lo que había supuesto, había una vivienda al lado del camino, unos metros mas abajo. Cuando llegaron, el estacionó como mejor pudo, bien orillado por si acaso, y ambos se dirigieron a buscar, suplicando si fuera necesario, un sitio donde pasar la noche y esperar a que la niebla se disipase.
Una mujer abrió la puerta dejando apenas una rendija por donde mirar a los recién llegados. Al ver a Ana, iba a cerrar, pero Juan se interpuso. Cuando lo vio, la mujer cambió de actitud.
__¿Que es lo que quieren?
__Nos hemos perdido. Íbamos hacia la cima del puerto  y nos despistó la niebla. En un cruce nos equivocamos de camino y hemos llegado hasta aquí. Necesitamos un sitio para pasar la noche…
En ese punto Juan enmudeció al ver aparecer en segundo plano, el rostro de un hombre con la cara pintada de mujer.
__Hemos llegado en mal momento__pensó en voz alta.
Ana se asomó al oír el comentario y se quedó absorta contemplando el rostro pintarrajeado en el que el maquillaje no podía disimular totalmente la sombra de barba y unos círculos de color  manchaban grotescamente las mejillas del mismo tono de rojo que la pintura de los labios. Los párpados eran dos informes manchas verdes. El hombre los miraba inexpresivo y silencioso, con su cara pintada. La imagen era irrisoria, pero a la vez inquietante. Juan le dio un codazo.
__Vámonos, estos están de fantasía erótica.
Ana no se movió. La cara pintada de mujer  para nada indicaba juegos eróticos, era mas bien patética.
__¿Sucede algo?__preguntó a la mujer.
__Nada que a usted le importe. Vayan dos casas mas abajo, allí podrán pasar la noche.
Cerró dando un portazo. Ana y Juan se quedaron clavados en la puerta.
__No podría imaginar esto ni en sueños.
__¿Imaginar que?
__Que iba a encontrar en medio de la nada una pareja, madura además, con este tipo de fantasía.
__Tú todo lo llevas al mismo terreno. Yo creo que ocurre algo raro.
__Ya esta Alana Poe, dándole a la imaginación. Vamos a donde nos han indicado, si no queremos morir de frío.
Apenas dieron dos pasos, resonó en el aire saturado de vapor de agua, una especie de alarido, como el graznido de un ave inmensa. Se oyó lejano, pero claro.
__¿Has oído eso?
__Será un águila. Estamos muy altos.
__¿Por la noche?
__Si no es un águila será cualquier otro pajarraco nocturno. Vamos.
Apuraron el andar. De camino pasaron por delante de otra vivienda. Ana no pudo evitar mirar por la ventana iluminada. Con voz ronca llamó a Juan. El volvió, de mala gana, sobre sus pasos. Ella le señaló hacia dentro con el dedo.
Era un habitación con dos camas, en ellas estaban acostados dos chicos jóvenes, con los rostros pintados de mujer, del mismo tosco modo que el de la casa anterior. Permanecían inmóviles, como si durmieran. La sombra de los párpados era azul en este caso y rebosaba por todos lados. El colorete y los labios tenían el mismo tono fucsia. Aquellos rostros inexpresivos daban una cierta zozobra, para Ana tenían un algo amenazador
Ella y Juan se miraron. Era raro si, tuvo que convenir Juan.
__Estarán  celebrando el carnaval.
__¿En noviembre?
__Vamos a la otra casa, que nos morimos aquí de frío.
Cuando llegaron vieron que era una fonda. “La patrona” ponía el destartalado cartel, que se mecía sujeto solamente por un extremo. Había luz en la ventana pero Ana no se acercó a mirar.
Les abrió una mujer mayor y con tantos kilos que no cabía por una hoja de la puerta. No pensaba salir, porque si no, hubiera abierto las dos. Miró primero a Juan con detenimiento y luego a Ana.
__¿Que se les ofrece?
__¿No es esto un fonda?__respondió preguntando Juan
__Lo es.
__Queremos pasar la noche, por favor__terció Ana__nos hemos perdido.
__¿Cuanto hace que andan por aquí dando vueltas?
__Hace un rato grande.
La mujer asintió repetidamente con la cabeza, los miró otra vez de abajo a arriba y se hizo totalmente a un lado para permitirles pasar.  Una vez que entraron sacó la cabeza y miró hacia el cielo. No se veía nada con la niebla. Echó el cerrojo y colocó la tranca de hierro, cruzando las contraventanas.
Juan y Ana accedieron directamente a la sala donde al fondo había un buen fuego en la chimenea.  Se acercaron corriendo y pusieron las manos sobre las llamas.
__¿Querrán cenar?. Luego les preparo la habitación.
Al darse la vuelta para responder ambos se quedaron inmóviles mirando hacia el sofá.
Un hombre mayor y tan entrado en kilos como la patrona, estaba sentado quieto como un muerto, mirándolos sin pestañear con la cara pintada como una puerta.
__Dígame una cosa.¿Por que los hombres llevan la cara pintada?__preguntó Ana, reponiéndose del susto primero que Juan, que aun miraba absorto al hombre maquillado.
__¿Y por que no?__dijo la patrona plantada en jarras delante de ella.
__Hombre, no es lo normal.
__No lo será en su pueblo. Aquí si. Y le sugiero a su marido o lo que sea que se maquille la suya si quiere llegar  vivo a mañana. Vaya pintándolo mientras pongo la mesa.
Ana y Juan se miraron en silencio. No se lo podían creer.
La patrona les gritó desde la cocina:
__Ya me extraña que no haya palmado.
__Vámonos__ dijo Juan__Vámonos.
__¿Adonde, con esta niebla?. Mira yo te pinto la cara, cenamos, subimos a la habitación y mañana nos largamos con viento fresco.
__Ni hablar. No me pintas nada.
Juan se dirigió a la cocina a hablar con la vieja. El hombre del sofá ni se había inmutado. Ana le tocó para comprobar que estaba vivo. Tenía las manos calientes.
__Muerto no está.
__¿Me quiere decir a que viene lo de la pintura?
En ese momento escucharon un golpe seco en el exterior, lo mismo que si algo hubiera impactado contra el suelo. Siguió un ruido como de pasos torpes y luego alguien golpeó  la puerta de la calle, intentando  abrirla.
__Venga aquí. Póngase detrás de mi. ¡Apague la luz!__le dijo a Ana que entraba por la puerta.__¡Apague la luz de una vez, cagoenlaleche!
__¿Quien está en la puerta?__preguntó Ana. Juan tenia el enorme trasero de la patrona sobre el estómago. 
__Me va a asfixiar__pensó ya entre sopores.
__Chissssst.
Quienquiera que estuviera a la puerta tenía empeño en entrar. Golpes, zarandeos, patadas. Ana y Juan con la patrona no decían ni pío en la cocina. Oyeron como se derramaba la leche en el fogón. Nadie se movió. Mientras, el visitante continuaba con su afán de derribar la puerta. Al cabo de un rato, se hizo el silencio. Luego se escuchó un siseo pronunciado, como el ruido de un cohete al elevarse y después el silencio de nuevo.
__Menos mal__suspiró Ana__¿Que ha sido eso?
La patrona se llevó el índice a los labios. En ese momento un grito como un lamento escalofriante, resonó en el silencio haciendo vibrar las ventanas y tintinear todos los cacharros de los aparadores. Una ráfaga de viento sopló en la quietud de la noche y se coló por todos los rincones; Ana y Juan lo percibieron como una corriente gélida que atravesó la casa y los envolvió con detenimiento, como si buscara algo.
__Ya pasó__dijo la mujer__Píntele la cara rápido, antes de que vuelva.


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