La planta cero



Si alguien pudiera ver sincronizadamente todo lo que sucede en esta planta, seguro que no tendría ningún misterio. Sería una sucesión de hechos ordenada y homogénea. Pero contemplado cada uno por separado no es posible hilvanarlos con coherencia, ni hallarles ninguna explicación racional; no tienen pies ni cabeza. Solamente pueden ser conjeturas, suposiciones. 
Posiblemente la misma planta lo sea.
En principio es el área de los errores médicos y de las mangas por hombro-no de modo oficial, como es de suponer-.Todo paciente ingresado en ella cuenta con abundantes anotaciones al margen en su historial que jamás verán la luz. Son para uso interno del hospital exclusivamente. Tal y como están las cosas en la medicina, es bastante probable que el facultativo que sume mas anotaciones se haga acreedor, en vez de a un despido por incompetente, a una medalla por minorar pacientes y ahorrar así dineros al servicio de salud, en una eutanasia activa, aunque quiero creer que involuntaria y menos aun patrocinada.
Los pacientes aquí, sufren una serie de trastornos adicionales que poco o nada tienen que ver con su dolencia original, ocasionados por un diagnostico y en consecuencia, una medicación, inadecuados; en el inicio de todo, fallecían o no, dependía de la suerte y de los genes del enfermo; pero ahora en este difícil presente, fallecen de todas, todas, porque el centro aprendió con los años que los muertos ni hablan ni reclaman y aunque lo hagan los deudos, faltando el testigo principal, todo es mas fácil de mangonear.
Resumiendo: el lugar es sospechoso de por si y para los pacientes supone una zozobra añadida despertarse en ese limbo hospitalario entre el mas allá y el mas acá.
La vida transcurre a cámara lenta, no hay prisas, y este sosiego en vez de relajar, agobia. El personal se mueve medio flotando entre la brumosa atmosfera que invade el lugar. Son desdibujados espectros que se manifiestan a los forzados moradores de esta antesala del infierno, quienes- recelosos siempre, ante las incertidumbres de su futuro inmediato- tratan de  precisar,  angustiados, si están ahí para curarles o tal vez para rematarles.

Para las visitas el fenómeno comienza delante de los ascensores pintados de amarillo insidioso. Hace tiempo que vienen sucediendo cosas raras en el de la derecha. Dentro se sufre, aunque sea crudo invierno, un calor agobiante, casi infernal y a menudo, la limpiadora encuentra en el suelo un rastro de ceniza en un montoncito.
“El guarro del gerente y sus puros, mira que fumar en el ascensor”.
Este aparato librepensador, exhibe sin pudor y sin que nadie haga por remediarlo, una extraña querencia a golpear visitantes. En un juego que solo él comparte,  hace varios amagos de cerrar las puertas, hasta que tropieza con un mortal-dudoso o retador y siempre ingenuo-detenido en el umbral: ¿me dejas entrar o que estúpido aparato?, contra el que descarga sin cortarse un pelo, toda su solidez germana, con resultado de ayes asombrados y lastimeros, mientras cabezas, hombros, brazos, caderas o piernas resultan contusionados, magullados o lisiados en el lance. En un sincronismo siniestro, puede que la agresión sea pura solidaridad con el personal sanitario de las malas praxis, porque esto sólo sucede con los visitantes de la planta cero, precisamente.
Sin embargo, este no es el único inconveniente que les espera.
En todo el edificio las puertas de acceso a planta, se abren de un simple empujón, pero en esta oponen una resistencia férrea, no quedando otra que emplearse a fondo, tanto, que muchas veces las visitas se dan la vuelta impotentes. Si consiguen entrar, una vaharada ardiente como el suspiro de un dragón, hace que se detengan dubitativos en el umbral a la vez que comienza a invadirles un caliginoso sopor que, una vez alojado en el cuerpo, lo vuelve torpe y pesado haciendo que lleguen a su destino, unos metros mas allá, exhaustos y casi mareados sin animo siquiera para decirles hola a sus parientes, o amigos, o vecinos, o lo que quiera que sean los visitados.
Ya advertí que el área es densa y bochornosa. Reúne todo lo necesario para que la imaginación pueda trabajar a gusto. Es por ello, quizá, que continúa existiendo.
Porque cualquier cosa que podamos aventurar sobre ella  resultará  del todo descabellada para mentes científicas y racionales como se supone que son las autoridades sanitarias, políticas y judiciales de un país del primer mundo, además.
Pero pueden decir misa; la planta cero esta ahí y es peculiar.
El record de la mayor singularidad, entre su variopinta fauna de sufridores a cuenta de decisiones a la ligera, lo ostenta la superviviente de una dosis brutal de Fentanilo que con la excusa de calmarle el dolor producido por la osteoporosis, la  dejó en un estado anestésico irreversible. Al carecer de familia que le pueda buscar las vueltas al centro, a este no le hizo falta eutanasiarla, por el momento, y la buena y tranquila señora permanece viva y cuidada en una habitación pequeña próxima a la puerta de acceso y salida de este limbo de justos. Como efecto secundario, o infinitiario, del exceso de morfina posee un extraño don premonitorio, o persuasivo, o ambos. Digo esto porque, cuando alguien pasa por delante de su puerta, siempre abierta, y la mujer dice con su lengua de trapo: “oye, oye, que vas dejando un rastro de humo; oye, que te vas quemando”, el interfecto se encamina indefectiblemente como un autómata al ascensor de la derecha  y ahí se pierde su pista para siempre.
No puedo aventurar lo que pasa dentro, ni tampoco, si a la mañana siguiente aparece la ceniza delatora. No puedo, porque no puedo ver lo que sucede en varias partes a la vez al no poseer el don de la ubicuidad ni ningún otro que me permita observar a través de superficies opacas, pero en la comarca se acrecienta el número de personas que desaparecen sin dejar rastro y de las que solo se recuerda lo último que dijeron a sus familiares: “Voy al hospital a visitar a fulano o a mengana a la planta cero. Volveré para hacer la cena o para cenar”, esto según sea mujer u hombre.
Y hasta hoy.