Erase una vez...en el siglo XVI de un país peculiar llamado Hispatania



Estos relatos forman parte de uno mas extenso. Es un thriller ambientado en el siglo XVI (El asesino de las cuatro estaciones). Iré publicando episodios sueltos en los que se presentan situaciones y personajes, pero en los que no se adivina la trama...Este primero lo llamaremos:


La condesa y el monasterio


Aunque vuestras mercedes me acusen de exagerar, como solemos a veces los contadores de historias, les puedo jurar sin ofender a Dios al ponerle  por testigo, que el  plácido y favorable presente de la villa comenzó a variar de rumbo aquel día que nuestra señora la condesa, aburrida en la fortaleza, dio en observar la conducta de las cabras. Las había visto miles de veces, pero ese día reparó –nunca sabremos que extraño designio unió los hábitos de las cabras y el destino de Saláceres- en que estos curiosos animales cada vez que iban a pastar a un sitio determinado de la montaña, regresaban exultantes dando brincos y balidos, atropellándose en su intemperante carrera para reclamar la atención mutua de machos y hembras, en un tumulto erótico que volvía locos a perros y a pastores, terminando todos desfallecidos por tanta fogosidad. Intrigada mandó un criado de su absoluta privanza a informarse con los pastores y estos le contaron de muy buen grado, ufanados de que la condesa se interesara por las costumbres de sus rebaños, que el alboroto lo ocasionaba una pradera conformada por una planta rastrera llamada  comúnmente “alimento de cabra”,  cuya raíz se adhiere como una lapa a la cuarcita, creciendo sin mayores necesidades  donde las demás fracasan. Hacía muchísimos años, mil tal vez, que un fraile la había traído nada menos que de la China y la había plantado en el huerto del convento. Allí estuvo siglos desaprovechada hasta que uno de los tantos boticarios que pasaron por el cenobio a través de los tiempos, decidió utilizarla como suplemento alimenticio, transformada en tisana, dadas sus abundantes propiedades beneficiosas para casi todo y sin efectos secundarios conocidos y por tanto, es de cajón, que jamás descritos. Tras algunas semanas comenzó a notarse en el monasterio un novedoso y alarmante aumento de la libídine en los pobres frailes de cualquiera edad, y digo pobres porque para aliviarse, dadas sus peculiares circunstancias,  se veían forzados a la práctica compulsiva del onanismo impenitente o lo que era peor, de la sodomía. Varios, no obstante, tuvieron coyunda con alguna mujer visitante del convento que se prestó a ello no sin cierta sorpresa e incluso, a veces, sin que se prestara; tanta era la urgencia que no había tiempo para hacer entrar en razón, ni menos aún encandilar al ocasional fautor. Estos son, como sabemos, pecados gravísimos para nuestra santa madre la iglesia de Roma, acrecentados aquí por el voto de castidad,  por todo lo cual el prior casi pierde la razón y casi la vida, tratando, por una parte de averiguar el motivo de la saturnal y por otra, de  dar ejemplo, como era su obligación, rechazando la tentación y manteniéndose firme como una roca en medio del impetuoso oleaje, lo que le costó un sinfín de flagelaciones, rosarios, ayunos, penitencias y baños continuos en agua fría.
Poseído el monasterio por el caos mas absoluto, hubo que suprimir oficios y maitines y encerrar a la comunidad en sus celdas privadas adonde se les servía la comida y de de donde salían, de uno en uno, solamente para hacerse un lavatorio frío y acudir a las letrinas a vaciar el orinal. De servir el condumio y abrir las puertas para que pudieran ir y venir individualmente, se ocupaba el hermano Judas, a quien parecía no haber hecho efecto lo que quiera que fuera que había provocado el frenesí y que estaba dotado, además, de una corpulencia disuasoria de cualquier intento de agresión por el motivo que fuera.
 El prior y el boticario, gravemente preocupados, parlamentaron largamente a través de la verja que separaba el altar mayor del presbiterio. Todas las precauciones eran necesarias. Dejada de lado la suposición de posesión demoníaca, puesto que ambos eran hombres prácticos e inteligentes, llegaron a la conclusión de que la culpable tendría que ser alguna sustancia que todos respiraran o ingirieran, excepto el hermano Judas, cuya vida dentro del monasterio así  como sus costumbres iban a ser cuidadosamente estudiadas. Dedujeron con buen criterio, que si el problema viniera con el aire, Judas y el resto de salacereños padecerían de lo mismo y que ellos supieran no había señales de tal sucedido en la villa, porque de lo contrario el desconcierto de mujeres y hombres gratamente sorprendidos al principio pero alarmados mas tarde e incluso agotados por tanta fogosidad no exenta de promiscuidad, con el consiguiente aumento de los conflictos conyugales y vecinales, habría producido una  riada de confesiones o de visitas al hospital y no había aparecido nadie con esas novedades por el monasterio; además dando un rodeo por la villa, cada uno por su lado, comprobaron que todo el mundo estaba tranquilo; por eso concluyeron que tenía que ser algo intra muros  puesto que sólo les afectaba a ellos.
Mientras el prior se retiraba a sus aposentos a orar y a flagelarse sin misericordia, el boticario, hombre prudente y recio venido a Hispatania desde el Alto Aragón español se zambulló de cabeza en el pilón del huerto cuya agua de enero, fría como carámbano, tuvo la virtud de impulsar la sangre por todos y cada uno de los canales dispuestos para ese cometido a lo  largo del cuerpo hasta el cerebro, tránsito del todo necesario para lograr discernir cual podría ser el origen de aquel fuego que había poseído a la comunidad.
Descartados el agua y el pan que constituían el frugal régimen del hermano Judas, se dedicó a investigar el resto de alimentos. Las legumbres eran compradas a un proveedor palentino que hacía también la provisión a la villa. Quedaron pues, excluidas de la sospecha. El pescado del río Torte era también compartido por el resto de la población; fue absuelto por ello. El monasterio poseía un extenso rebaño de cabras cuyo excedente de leche vendían en la villa. No eran tampoco la leche ni los quesos los responsables de la lujuriosa epidemia.
Los huevos, así como  la carne de las gallinas, codornices y cerdos que criaban, fueron suprimidos de la dieta mientras se hacía la investigación. No hubo en esos días ninguna buena nueva, con lo cual se dedujo que no eran los culpables. Mientras, el hermano boticario se dedicó a hacer un repaso exhaustivo de las hortalizas y sobre todo de las hierbas del huerto.
Eludió La historia de las  plantas de Teofrasto y el herbario manuscrito árabe que poseía el monasterio y prestó atención al herbario propio mas escueto y por ende mas apropiado para este caso, en el que urgía la solución, comprobando propiedades de  las plantas que utilizaban como alimento, como condimento o como suplemento, dejando de lado de  momento, las medicinales puesto que no todos las tomaban. Fue inspeccionando minuciosamente una a una, leyendo cada acotación que anteriores boticarios habían añadido debajo del correspondiente dibujo. Trabajó día y noche, ayunando y acudiendo al pilón cada vez que notaba que la sangre se acumulaba en una parte de su anatomía solamente.


Cuando comprobó el Epimedium- que era utilizada de modo generalizado por sus variadas propiedades sanadoras tanto de problemas urinarios, como dolores de articulaciones, falta de memoria, timidez emocional y síntomas generales de envejecimiento-leyó con cuidado lo que el fraile que la introdujo en Hispatania había anotado. Tras la descripción minuciosa de la planta y sus propiedades medicinales el monje importador hacía hincapié en sus abundantes bondades  sin ningún efecto adverso que se le hubiera descubierto desde que el ser humano aprendió a  poner por escrito sus conocimientos. La letra era levemente incipiente y el texto resultaba difícil de leer porque el tiempo y una inundación que había sufrido el cenobio años atrás habían dejado huella sobre el herbario, difuminando la escritura, borrándola incluso, en algunas partes.
__En cuanto hallemos la solución a nuestro problema, comienzo una copia nueva, porque esta terminará por ser ilegible__ pensaba el hermano botánico, mientras se aplicaba sobre la lectura acercando la vela todo lo posible.

Continuará la próxima semana...

2 comentarios:

Nieves dijo...

Hola amiga, estoy encantada de verte de vuelta por aqui y de leerte de nuevo. Tu relato de los pobres frailes y la planta causante de destaparles sus instintos más salvajes y reprimidos me ha resultado muy entretenido y me ha provocado algunas sonrisas, imaginándomelos a los pobres jejeje. Que tengas una feliz tarde de domingo, ahora algo más soleados y sin lluvias. Un besin muy fuerte,

Maria Jose Mallo dijo...

Hola Nieves. Pobres frailes si... pero es peor lo que le pasa al conde.
Confío no cansar al personal, serán unos cuantos capítulos que iré alternando con otros relatos como los de siempre.
Gracias por la visita y el comentario.
Aquí también regresó el sol y subieron las temperaturas. Espero que tengamos un otoño templado.
Besinos.