Cuento de Navidad



Viajaban hacinados en la bodega de un enorme carguero, vetusto y desvencijado que surcaba renqueante todos los océanos conocidos  y algún que otro mar por descubrir, con bandera de Panamá, capitán griego y tripulación coreana en su mayoría.
Ella iba apretujada con sus hermanas sin moverse del sitio que les había correspondido, expectantes y temerosas ante el incierto futuro que les esperaba en Europa, el lugar de  destino. Sabían que el viaje terminaría para todas y cada una en alguna casa o en algún establecimiento, pero no sabían nada mas. Desconocían la función que les correspondería, si es que tenían alguna, e ignoraban si serían bien o mal consideradas y por consiguiente bien o mal tratadas. El futuro era muy incierto, pero en China no había sitio para tantas. Nacieron para emigrar.
A el le pasaba exactamente lo mismo. Pero era mas práctico, así que para animarse un poco el viaje, decidió ligar. Y se fijó en ella, porque era un poco mas alta y sobresalía del resto de las que le pillaban mas cerca. Se dedicó a hacerle la corte con descaro. Ella se resistió al principio, pero al fin sucumbió a su insistencia y se dejo llevar.
Fue un viaje inolvidable. Aunque navegaron un mes dando casi la vuelta al mundo, pillaron alguna galerna de cuidado, hubo un incendio a bordo y estuvieron a punto de ser apresados por piratas, el amor superó todos los tedios, todas las zozobras, todos los pánicos, todos los sobresaltos y cuando llegaron a buen puerto la certeza de la inevitable separación les causó el mayor dolor que jamás creyeron fueran capaces de experimentar. Nunca habían imaginado que se pudiera llegar a sufrir de ese modo.
Trataron de pasar inadvertidos para conseguir continuar a bordo, aunque el futuro fuera mas que incierto. Podía acontecer que al ser descubiertos la tripulación les arrojara por la borda en alta mar, sin miramientos. Pero, por lo menos morirían juntos. Era preferible a vivir separados sin volver a verse nunca mas.
No hubo suerte. Fueron desembarcados como todos los demás, llevados a un lugar de espera y conducidos mas tarde a sus respectivos lugares de exposición donde serían elegidos por sus futuros dueños. Casi no tuvieron tiempo de despedirse. Ella evitó mirarle, mientras el la contemplaba, confiando en un postrer milagro, hasta que dejo de verla.
Llegó diciembre. No había vuelto a tener noticias de ella. A su lado en la tienda estaban algunas de sus hermanas, pero ni rastro de su enamorada. A los pocos días, fue elegido, llevado a una casa y colocado en lo que parecía ser la estancia principal, justo al lado del Belén. En el barco había visto muchas figuritas como aquellas y había escuchado que el niño hacía milagros.
__Encuéntrala y tráemela aquí. Haz algo por un compatriota. Tu estás con tus padres y con tus animales, pero yo estoy sólo y triste sin ella. Compadécete de mi. Al fin y al cabo somos chinos los dos.
Llegó Nochebuena. El contemplaba, en el salón, como terminaban de colocar a sus pies,  los regalos para la mañana siguiente.
 De pronto ¡oh milagro!, la dueña de la casa entró con ella en brazos y la colocó a su lado, sobre la mesa, retirándose unos pasos para comprobar el efecto. Precioso, se dijo, mientras salía de nuevo.
Después de haberlo pedido tanto, no podía creérselo. Temblaba por la emoción y las manzanas de resina roja que le servían de adorno, tintineaban como campanillas.
Se volvió hacia ella maravillado.
__Soy yo, le dijo. Soy yo ¿no me reconoces?
Ella miraba en derredor con curiosidad, cuando le escuchó preguntar. Ni siquiera le había visto.
__¿Estás seguro?
__Naturalmente.
__No se, es que…
__¿Ya me has olvidado?__ preguntó con tristeza.
__No. Es que te noto cambiado.
__Claro. Es por todos estos adornos que me han puesto. Pero mira soy yo__ dijo tocándola__pincho como siempre.
Ella se sorprendió.
__¿Cómo me has reconocido?

__Tienes los pétalos mas anchos y uno de cada tres tiene la punta doblada hacia abajo. He comprobado que el resto no. He visto muchas en todo este tiempo. Pero no hay otra Flor de Pascua de tela de plástico igual que tu.
Ella se quedó pensativa. Tal vez fuera él. Tal vez, pero es que a ella todos los abetos le parecían iguales. De todos modos, iban a pasar mucho tiempo juntos, porque había escuchado decir a la dueña, que luego, nada de tirarlos, se iban al trastero y servirían de nuevo para el próximo año. Que había que ahorrar. Así que le sonrió y asintió sacudiendo sus rojas brácteas con sensualidad.
El dio un respingo. Alguna manzana se vino al suelo. ¡Que buena suerte habían  tenido después de todo!. __Gracias, gracias__le dijo al niño del Belén.
El niño le guiñó un ojo con malicia.
Ella suspiró resignada. Nunca mas volvería a ver al Papa Noel con el que había ligado en la tienda. Pero bueno, mas vale algo que nada. A lo mejor el próximo año ella también tenía suerte…
Miró al niño del Belén y recordó haber escuchado que hacia milagros.
__Ya hablaré contigo mas tarde__ le dijo resuelta, apuntándole con uno de sus pétalos sin doblar.
__Vas lista__ se dijo el niño bostezando, harto ya de tanta cháchara.__ Aborrezco a Papa Noel. No hay sitio aquí para los dos. ¡Te fastidias!.
Y se quedó dormido tan contento.



FELIZ NAVIDAD

El hombre lobo de la isla de los cuatro bosques



Le gustaba viajar en dirección al sol, por eso aquella tarde cabalgó hacia el oeste, aun sabiendo que el camino terminaría forzosamente en el mar tras una hora de viaje mas o menos.
    Vivir en una isla pequeña es lo que tiene.
   Aunque no todo eran inconvenientes. Muchas veces, sobre todo cuando se encaminaba al este, podía regresar a dormir a casa. De ese modo viajar resultaba económico, teniendo en cuenta que se sabía la isla de memoria y en los viajes casi nunca topaba con novedades.
Sin embargo, cuando como hoy partía hacia poniente tenía, por fuerza, que pernoctar en destino, porque regresar de noche no era aconsejable. Lo aprendían desde pequeños. Vivir en una isla donde en cada bosque hay un bandido desalmado, feroz, hambriento  y armado hasta los dientes, es lo que tiene.
   Los cuatro bandidos que tenía la isla, estaban hambrientos porque los bosques eran poco extensos y ellos, tras años de vida montaraz, ya habían devorado todo lo comestible que contenían, aves nocturnas incluidas. Así que cuando viajabas cruzando la foresta, siempre de día, en grupo y con escolta armada, no escuchabas ningún pájaro cantar, ni te saltaba al paso liebre alguna, ni se adivinaban animales al acecho  o a resguardo tras una mata de espinos, ni pendían frutos de los árboles, ni tan siquiera las zarzas tenían moras. Todo se lo habían devorado los bandoleros.
Cuando apareció el hambre, trataron de acercarse a los pueblos a por comida, pero cada bosque contaba con su respectivo guarda que jamás se internaba en la espesura, por si acaso, y aguardaba en las inmediaciones a que su bandido asomara la punta de la perilla para descerrajarle un tiro o mejor dos, si se dejaba.
   De este modo los forajidos estaban cada vez mas delgados y eran cada vez mas voraces.

   En un pasado reciente, el bandido del bosque del este, que era el mas próximo a la costa, se había aventurado a acercarse a la playa para pescar algo o por lo menos recoger alguna cosa de valor que el mar hubiera acercado a tierra. Por culpa del hambre estaba dispuesto a trasmutarse en traficante o en cambiador, según  se terciara. Pero la isla estaba tan aislada en medio del océano que sólo arribaban con las mareas huesos de ballena, con tanta profusión, que la gente los ignoraba hartos de fabricar adornos y armas con ellos. Tampoco la pesca le fue favorable. Entre las rocas solamente nadaban morenas, mas voraces aun que ellos. Lo había comprobado cuando una le llevó, de un bocado, media mano derecha. La otra media fue pasto para la gangrena y el mismo se la amputó de un tajazo con su alfanje, antes de que le comiera todo el brazo. Aparte de a disparar con la zurda, aprendió que los tiburones, aunque sean pequeños, son muy peligrosos.
   Los otros tres bandidos conocedores de los hechos, no intentaron salir de la espesura ¿para que?
Al que campeaba por el bosque del norte hacía ya tiempo que no se le veía, ni se le escuchaba, ni se le olía. Jamás se había lavado. Tal vez se lo devoró la mugre, sentenció el guarda, pero continuaré patrullando, por si acaso. Y porque, de lo contrario, perdería el empleo.
   Sin embargo, el bandido del bosque del sur que era el mas joven de todos, sentía además de hambre,  la necesidad de visitar el “Afrodita” lupanar equidistante entre el pueblo y su bosque; pero sin dinero era ocioso aventurarse a salir siquiera de su escondite. Llevaba días observando que nadie visitaba el local ni de día, ni menos aún de noche.
   Me acerco, entro, encañono a las mozas, elijo una, me la traigo, me hace el trabajo y luego, la dejo ir. No tienen porqué tomarlo a mal.
   Se acercó al atardecer. Ni siquiera habían colgado el farol a la puerta. No era necesario. Había luna llena. O nueva. Eran visibles desde bien lejos. Cuando estaba a un paso del primer escalón, un aullido prolongado le hizo detenerse en seco.
   Mierda, el hombre lobo. Corre, corre, no sea que te descubra. Corre y súbete a un árbol. Ponte  a salvo. Mierda. Por algo no venían clientes.
   Y es que, para abundar en la desgracia, desde hacía unos cuantos meses había aparecido un licántropo en la isla.  Había transcurrido, por lo menos, un siglo desde que al último lo devorara un oso, cuando todo el centro de la isla era una sola masa forestal densa y frondosa.. Hoy en día ya no había osos, pero en cambio había reaparecido el hombre lobo. Siempre hay sucesos desagradables.
Así que nadie debería viajar de noche solo ni por los montes, ni por los escarpados caminos  costeros, porque el licántropo atacaba en cualquier lugar, a cubierto o a cielo raso. Pero para temer al lobishome  se necesitaba que hubiera luna llena o ¿era nueva?, bueno se necesitaba luna redonda. Entonces había peligro; si la luna era una hoz, no, pero si como hoy era un plato, mejor quitarse de en medio.
   El bandido del bosque del oeste iba a comprobarlo esta misma noche.

   Cuando a nuestro viajero amigo del sol, le comunicaron la aparición del nuevo hombre lobo y le advirtieron del asunto de la luna anduvo un tiempo perplejo y taciturno: Nunca había sabido distinguir la luna llena de la luna nueva y no quería preguntar, no fuera que lo tomaran por tonto y dejaran de comprarle los relojes de arena que fabricaba y que eran su sustento.
   Ser pobre es lo que tiene.
   Además, el también tenía problemas cuando había luna llena ¿o era con la nueva?
Otra gente sufría dolores en las articulaciones cada vez que cambiaba el tiempo; a el le atormentaban cuando cambiaba la luna. Padecía unos dolores desgarradores, como si se descoyuntara. Es lo que les sucede desde siempre a los séptimos hijos nacidos después de mellizos y que se quedan dormidos alguna noche, desnudos bajo la luna llena o la luna nueva. Eso le había advertido su abuela: En tiempos venideros, tendrás muchos problemas cuando llene la luna. Y él se había resignado.
   Es lo que tiene ser tan sufrido.

   Esa tarde, el caballo iba cada vez mas lento; a este paso, la noche les encontraría antes de llegar a poblado. Esto sucedió, en efecto. Cuando llegó al pueblo las barcas estaban todas en tierra, las redes tendidas sin terminar de coser y las casas cerradas a cal y canto, pese a que la luna alumbraba como si fuera el sol. Ni que decir tiene que no había un alma por la calle.
   Claro, se dijo, es la luna del lobo. Y ahora ¿Qué voy a hacer? Ni se molestó en acerarse al hostal. Desde hacía un buen rato le dolía todo el cuerpo, las manos se le estaban agarrotando. Es de llevar tanto tiempo agarrado a las riendas. No tendré mas remedio que regresar. Tuvo que apearse del caballo. Los pies ya no se sujetaban dentro de los estribos. El animal pareció aliviado y se alejó al trote. ¿Dónde vas? Vuelve. Vuelve. ¿Será desagradecido? Me ha dejado aquí tirado, no puedo creerlo. Y ahora que hago, ¿por donde regreso? Dios, que dolor. Le picaba todo el cuerpo. Cada vez que le sucedía algo así, terminaba por ponerse a cuatro patas. Era lo único que le aliviaba. Los primeros pasos resultaban torpes, pero  a medida que caminaba se iba notando mas ligero y cómodo en la nueva postura, hasta que se daba cuenta de que era capaz de correr tanto o más que el caballo. No te necesito descastado, le gritó mientras le adelantaba. El animal, resoplando nervioso,  ya se  había internado en el amenazante bosque y el lo siguió decidiendo, sobre la marcha, fiarse del instinto de su montura.
   Los animales tienen mucha perspicacia.

   Le olió enseguida: olía a bandido. ¿A que otra cosa podía oler, si por la noche no hay nadie mas en el bosque? Sintió crujir las hierbas a su derecha en una carrera que pretendía ser sigilosa y que tal vez lo fuera para otro que no tuviera el sentido del oído tan desarrollado. Aunque alumbraba la luna llena o nueva, el bosque era muy tupido en aquella zona y la luz no penetraba. Los pasos se detuvieron unos metros por delante de el. De pronto, una sombra saltó a la calzada y aguardó agazapada y acechante. Cuando la tuvo de frente optó por detenerse también y esperar. En buena ley, no sabía que otra cosa podía hacer. Levantó la cabeza. Notó como las orejas se apuntaban y se movían hacia delante. El bandido lo vio en ese preciso momento, lanzó un alarido de horror y salió a galope, desapareciendo  por el mismo sitio por donde había aparecido.
   Que raro, se dijo, tampoco debo ser tan feo. Bueno, mejor así. No tengo ganas de morir esta noche. Continuó, no obstante, la vertiginosa carrera hasta su casa. Entró y atrancó la puerta. Pensó que no volvería a ver a su caballo y se sorprendió cuando le oyó trotar y dirigirse al corral. No salió, porque cuando estaba llegando, media hora antes por su reloj de arena, escuchó al guarda de la zona lanzar alaridos: el lobishome, el lobishome, antes de que un disparo le rozara la pata trasera izquierda. Como para volver a salir de casa. Había tenido mucha suerte esa noche. Había escapado del bandido, del hombre lobo y del guarda. Mientras permanecía tumbado y fatigado en el suelo de la cocina contemplando la luna a través de las ripias del tejado, pensó en el susto del bandido cuando lo tuvo delante. Jamás se lo hubiera imaginado. Si lo contaba seguro que nadie le creería. Así que para que molestarse. Sin embargo se sintió tan contento que aulló de alegría. Un aullido limpio y prolongado que heló la sangre de nuevo al bandido del bosque del oeste  y a todo el que lo escuchó en la noche silenciosa del licántropo en la que nadie dormía ni se sentía a salvo. Nadie, excepto él.
   Ser hombre lobo es lo que tiene.