Nacimiento en Belén, Cuento de Navidad



Aconteció, pues, que en los días aquellos, salió un edicto de César para que se empadronase todo el mundo.



Para Josef supuso una contrariedad; acababa de lograr un buen empleo y trasladarse con su mujer  desde Galilea a Judea le suponía pedir un permiso de por lo menos dos días y tal como estaban las cosas en este momento de crisis, no iba a ser lo mejor. Pero el edicto era claro:”todos los palestinos, sin excepción, deben empadronarse en su lugar de origen.”
La carretera de acceso a la ciudad de David, a sea a Belén, era peligrosa. Soldados del imperio y milicianos nacionalistas se enfrentaban a todo lo largo de su trazado, atacando sin preguntar a cualquiera que se moviera, fuera de la nacionalidad que fuera, y aunque se pactara una tregua durante los días del empadronamiento, era fácil que alguno lo olvidara y actuara por su cuenta. Sería mejor viajar por caminos secundarios, pero el problema era María, su esposa, que estaba encinta ya casi a punto de dar a luz. Como no se dieran prisa el parto les sorprendería por el camino.
El hermano de Josef, Cyrino, les prestó un medio de transporte que saltaba como una cabra  con cada piedra, causando graves molestias a María que sentía dolores de parto a cada sacudida.
 _Vete más despacio Josef, por favor.
 _Es que no vamos a poder hacer el viaje en los dos días que me concedieron en la carpintería.
 _Ya lo se, pero si continuamos así, el parto se adelantará y tendré que quedarme por el camino. Yo seré la que no llegue a tiempo.
 _También que ocurrencia, un padrón ahora…
Se detuvieron un rato para comer algo y dormir un poco. Estaban cansados del traqueteo y sucios del polvo. Además se había levantado viento. Lo que faltaba. Se abrazaron y se durmieron camuflados tras unos arbustos y cobijados bajo los olivos de Judea que siempre esperan al viajero, con paciencia de siglos, para darle la bienvenida.
Les despertó un murmullo cada vez más cercano de voces y pisadas. Josef se incorporó y se acercó a un altozano cercano para echar un vistazo. Era un grupo nutrido de pastores y cabreros que avanzaban por el camino sin apariencia de miedo al ejército que patrullaba sin descanso por allí. Iban también en dirección a Belén, posiblemente a causa del edicto. Eran demasiados para pasar desapercibidos.
 _Es raro, no creo que acudan a empadronarse todos juntos. Son un blanco fácil. Ni que fueran suicidas.
Despertó a María y reanudaron la marcha. Adelantaron a los pastores que se abrieron en abanico para dejarles pasar.
Cuando ya se divisaban las luces de Belén, María no pudo más; la hora había llegado.
 _Para, para, por favor Josef.
 _Aguanta un poco mujer, ya se divisa Belén.
 _No puedo, el niño ya viene.
 _Nos cobijaremos en ese establo.
Se detuvieron y María, tras un parto fácil, asistida por su marido el carpintero Josef, parió un niño robusto y sano; llorón y tragón.
 _Mira Josef, parece un príncipe.
 _Es el hijo de Dios, que ha nacido en un pesebre.
Josef se había dejado llevar por el entusiasmo.
Los pastores, se habían detenido para recoger de un pozo vacío los explosivos. Se los colocaron alrededor del cuerpo y continuaron la marcha hacia Belén. Cuando llegaran la ciudad estaría a rebosar de soldados. El ejército se habría desplegado por todos los rincones. Morirían también civiles, pero era inevitable. Las guerras son así.
A la altura del establo escucharon el llanto de un niño y se acercaron a ver qué pasaba. El recién nacido, tan gordito y sonrosado, les alegró la jornada y se entretuvieron haciéndole carantoñas, arrodillados delante del pesebre. Antes de partir, le dieron  a la madre los alimentos que llevaban para el camino.
 _Acéptelos señora, nosotros ya estamos llegando.
 _Dios os lo premiará.
Los pastores propusieron a Josef que esperara hasta que ellos regresaran de empadronarse y así se quedarían con María y el niño, mientras él iba y volvía.
Josef consultó a María con la mirada y ella asintió. Los pastores se pusieron en marcha de nuevo.
Cuando salían del pesebre, una luz los cegó.

En el desierto de Judea, unos hombres que preparaban sus camellos para pasear a los turistas vieron un destello, como un cometa, que brillaba a lo lejos y se dirigía a las afueras de Belén. De pronto escucharon un estruendo ensordecedor, mientras una potente llamarada les cegaba. La luz se vio desde muchos kilómetros a la redonda y las gentes se sorprendieron y después se entristecieron al comprender lo que había ocurrido.
El ejército israelita había disparado un misil Nimrod 2A tierra-tierra contra el pesebre, al detectar sus sensores un grupo grande de gente, posiblemente guerrilleros palestinos, detenido allí.

Era el pan de cada día.

Evidentemente no hubo sobrevivientes.


El misterio de la Torre Sur, epílogo



Aníbal tuvo sus más y sus menos con Isabel y sobre todo con Casimiro.
 _Tú no puedes venir porque el asesino nos vio juntos en el ascensor y tiene memoria de lince.
 _De lince es la vista, jefe. La memoria es de elefante.
 _Lo que sea. Voy solo. Tú tampoco puedes venir _le dijo a Isabel_ porque es muy peligroso.
 _ ¿Cómo lo vas a encontrar?
 _No lo se. Seguro que actúa en alguna parte.
 _ ¿Y cómo se anuncia, como Gilda? No creo.
 _Lo encontraré hasta debajo de las piedras.
Antes de salir llamó a García “voy a por el” le dijo y colgó. Aníbal era muy enigmático cuando le daba la gana.
Mientras él hablaba por teléfono Isabel tuvo una idea o mejor tuvo la idea.   Luego de que se marchó, ella y Casimiro fueron a hablar con García.
 _En Cannes tengo un amigo en la prefectura. Un amigo de la infancia de cuando mi padre iba a Perpiñán a ver películas. Su padre era gendarme allí. El y mi padre se hicieron amigos y yo he pasado muchos veranos en casa de ellos y mi amigo Pierre aquí. Ahora está destinado en Cannes. Le llamaré y le pondré sobre aviso. Trazaremos un plan de apoyo. Así que Richard Gere, eh.

El Hotel Carlton Cannes estaba completo como era de esperar, pero en Le Grand Hotel también de cinco estrellas encontró habitación. La crisis hacía mella en todo y el cine no era ajeno. En el avión se enteró a través de internet de cómo el festival había sido fundado por los franceses a sugerencia de los americanos para contrarrestar la propaganda del cine italiano y alemán que impregnaba el recién creado festival de Venecia impulsado por Mussolini y apoyado por los nazis. El primer festival de Cannes se había inaugurado el primero de septiembre de 1939 para ser cancelado al día siguiente cuando comenzó la segunda guerra mundial.
“Todo es política, hasta la creación de un festival de cine. Que hartazgo.”
Una vez instalado en su habitación y tras firmar, con sorpresa, más de un autógrafo, pidió los diarios locales y se dedicó a ojear la cartelera de espectáculos, sin saber muy bien que buscar. Llamó a Isabel y se la leyó de pe a pa. Ella era más perspicaz para esas cosas del cine y estaba mejor informada. La echaba de menos y sólo acababa de llegar. Tras un buen rato diciéndose tonterías como todas las parejas, fueron al grano que es este caso era la cartelera. ¿Qué otra cosa podía ser con el Mediterráneo de por medio?
  _Sólo dime los nombres de los artistas. No hace falta que me digas en que sala.
  _Bien. Veamos…La nueva Edith Piaf…
  _Dime el nombre si lo pone, además del alias_ le interrumpió ella.
  _Brigitte Brie “la nueva Edith Piaf.” Pone foto, no es ella.
  _Recuerda que se disfraza.
  _Así y todo, no es.
  _Carmen “la belga.”Parece gitana. Tampoco.
Trascurrió un buen rato mirando todas las estrellas del cabaret y la noche de la  ciudad del festival sin ningún resultado.
 _Puede estar en alguna ciudad cerca de Cannes, Niza por ejemplo. Podemos mirar.
 _Está bien. Buscaré le información y te volveré a llamar.
 _Ten mucho cuidado.
 _Si todavía no la he encontrado.
Decepcionado y un tanto perdido decidió bajar a tomar una copa para luego darse una vuelta por la sede del festival y observar a los mirones.
Lo vio de reojo al salir del ascensor, aunque era más que probable que estuviera ahí desde el principio. Era el cartel que anunciaba la actuación estrella de la noche en el night club del hotel. No había foto, pero le sonó el nombre de algo. Llamó a Isabel.
  _ ¿De qué me suena Mar Cansino?
  _ ¡Es ella!
  _ ¿Por qué lo sabes?
  _ Así se llamaba Rita Hayword, Gilda. Era de origen español, ya te lo dije. Se llamaba Margarita Cansino. Es ella, ni lo dudes. ¿Donde la has visto?
  _No te lo vas a creer. Actúa en el hotel.
  _Ten mucho cuidado, por Dios.
Aníbal preguntó discretamente por la estrella del espectáculo de la noche. Le dijeron que era sudamericana y ¡qué casualidad! nadie sabía donde vivía ni como se llamaba en realidad “Monsieur Gere.”
“Tengo que esperar a la noche”
Isabel le contó a García lo de la Cansino y este a su amigo Pierre. En el hotel ya había un par de gendarmes, hombre y mujer, que estaban, en ese momento, en la barra justo en frente de Aníbal.


Las noticias vuelan y más en el mundo de la noche y el festival. Por eso uno de los camareros no perdió tiempo en contarle a Gilda que el “mismísimo Richard Gere, se interesó por ti. Como lo oyes.”
Isabel había tenido la idea de que dado su parecido con el actor, sería bueno que acudiera a Cannes con el look Gere. Aunque sin el pelo canoso, dado que Gilda lo había visto así en el ascensor y según todos tenía memoria. “Serás un Gere un poco más joven, aunque nadie se extrañará porque los actores van siempre con el look de su último trabajo.” El resultado era muy bueno. Todo el mundo lo confundió, incluso el mismísimo recepcionista del hotel dudó cuando vio el pasaporte.
Sin poder averiguar nada sobre el paradero de Gilda durante el día, se dedico a pasear un rato por la ciudad y los alrededores del festival. No había a esas horas apenas movimiento. Alguna estrella “de poco fuste” posando en la playa para media docena de periodistas y nada más. Pocos mirones y ninguna cara conocida entre ellos. Para no cansarse y estar despejado por la noche decidió retirarse a su habitación y esperar.

La sala estaba medio llena cuando él llego. En ese momento un mago hacía desaparecer un cofre con los anillos de una pareja dentro. En la barra dos solitarios y otra pareja que juraría haberla visto antes en algún sitio.
Por fin el presentador o como se llamara, “vestido de mamarracho” anunció a la estrella de la noche. El local se había ido animando y estaba a rebosar.
La pareja conocida se había sentado detrás de él.
Cuando Gilda apareció, tras los aplausos, se hizo el silencio absoluto. Ni un silbido de admiración, ni un comentario subido de tono. Nada. La chica imponía, desde luego. Saludó a los presentes primero en francés y luego en inglés. Alguien desde la barra hizo alguna observación también en inglés que ella respondió con descaro, para regocijo del público, no exento del erotismo que desprendía por cada poro.
Comenzó a cantar en inglés mientras su cuerpo embutido en un vestido que parecía una segunda piel, se movía sensual al compás de la música. De pronto, pareció fijarse en él, descendió del escenario y se acercó meciendo sus caderas con suavidad. Sentada en el borde de la mesa le dedicó la canción, podíamos decir que se la entregó entera solo para él, como si no hubiera nadie más. Cuando terminó le acercó el rostro y le murmuró al oído “te espero en mi camerino Richard.”
Anibal no se lo podía creer. Todo había sido muy fácil. Sonriendo embobado, se dejó llevar por el ambiente desconcertante que Gilda creaba a su alrededor y disfrutó del momento. Pero enseguida regresó a la realidad.
Todo había sido muy fácil, si. Demasiado. Mar Cansino, se había vuelto a equivocar. Le había llamado Richard, pero le había hablado en español.
“Sabe quién soy. Esto se va a complicar. Si acudo a la cita me pegará un tiro en cuanto entre por la puerta. Tengo que pensar algo, rápido.” Ensimismado no se dio cuenta de que la mujer de la pareja conocida se había sentado a su lado mientras el hombre salía del local.
 _Hola Monsieur Aníbal. Soy policía. Mi compañero ha salido a decirles a los de afuera que se preparen. La caza va a comenzar. Tenemos tomado el hotel. No tiene escapatoria. No pensaría acudir a la cita ¿verdad?
Aníbal sorprendido negó con la cabeza.
 _De cualquier manera será bueno que lo vea dirigirse a los camerinos. Por el camino notará policía y ahora me voy, es posible que tenga ojos en la sala. Despídame con un beso en la mejilla como si ya nos conociéramos.
Se despidieron como viejos amigos y Aníbal salió en dirección al camerino de Gilda. Por el camino noto policía, en efecto. Tanto era así que un camarero, posiblemente los ojos de Gilda en la sala, había sido retenido contra su voluntad, esposado cuando se resistió y amordazado cuando quiso comenzar a gritar para avisar al asesino.
Cuando llegó, el hombre de la pareja conocida estaba al otro lado de la puerta con otro gendarme. En el interior sonó la sintonía de un móvil. “Mierda, alguien la está avisando.”Ambos hombres se miraron. El policía francés asintió con la cabeza y pegó una patada a la puerta que se abrió con violencia. Gilda se había vuelto de espaldas mientras hablaba; tenía una pistola en la derecha, a la vez que sujetaba el teléfono con la zurda. Perdió unas décimas de segundo vitales. Cuando se giró, el policía le disparó a la mano, mientras Aníbal y el otro gendarme la inmovilizaban.
  _Ya estás en mis manos, hijo de puta_ le susurró Aníbal.
Ella se volvió y le escupió a la cara.
  _Queda detenido. Recítale sus derechos_ dijo Pierre a su compañero, mientras pedía una ambulancia. Luego tomó a Aníbal del brazo y lo llevó al pasillo.
  _Suyo es el méggito Monsieur Maneggó. Suya es también la ggecompensa.
Aníbal se encogió de hombros. La recompensa era lo de menos en este momento.
 _Voy a llamar a mi amigo Gaggsia y poneglo al coggiente.
 _Permítame que yo se lo diga a García.
 _D´ ccord.

 Gilda, esposada a una silla y rodeada de gavachos, les insultaba en español y en francés, hasta que uno de los gendarmes le dio un puñetazo en la boca, sin contemplaciones.
Los dos hombres, detective y policía, avanzaron juntos por el pasillo en dirección  a la salida. García hubiera terminado la escena diciendo: “este va a ser el comienzo de una bonita amistad,” pero ya sabemos que Aníbal Manero no era aficionado al cine.






FIN

El misterio de la Torre Sur, X



Había transcurrido un año y poco desde el incidente de la fábrica de hielo. García no volvería a caminar y Gilda se había esfumado. Manero no lo olvidaba.
Europa entera se llenó de imágenes de Gilda, pelirroja o morena más un retrato robot del llamado Gil. Se ofrecía incluso una generosa recompensa pagada por las empresas afectadas, por una pista fiable que llevara a su detención.
Aníbal tenía una relación de lo más estable con Isabel tanto que la abuela quiso mudarse de nuevo a la Residencia, “ya no pinto nada aquí.” Ni Aníbal ni menos aun Isabel se lo permitieron. Incluso Casimiro terció en el asunto. “Usted lo que quiere es que yo muera de hambre. El piso es amplio no molestamos a los tortolitos. Además usted se va a la cama nada mas cenar, no molesta, mujer.”
Isabel estaba muy a gusto con su nuevo trabajo en la joyería donde se relacionaba con un sinfín de señoras de la jet. Una tarde había entrado  la mismísima reina de Jordania, “tan guapa, tan elegante,” que se llevó un aderezo carísimo de esmeraldas. Al principio sintió un poco de resquemor al sustituir a la mujer del joyero asesinada por Gilda, pero el nuevo trabajo era tan agradable que pronto lo olvidó. “Tú no te metas en líos, ya me entiendes, con ningún cliente” le había dicho Aníbal completamente en serio “y no tendrás problemas.” Sobre todo con él.
Aquel mediodía de mayo, estaban comiendo los cuatro un cocido de garbanzos “esto es gloria señora, que Ferrán Adriá, ni que estrellas Michelin, donde esté la cocina tradicional que se quite todo lo demás,” mientras en el telediario daban imágenes del festival de cine de Cannes. Se presentaba la película “Los Mercenarios” y Antonio Banderas acudía sin Melanie de la que parecía haberse separado. El elenco de actores protagonistas posaba para la prensa, tras haber recorrido las calles a bordo de un tanque. Todo muy espectacular.
Estaba petado de periodistas. Había cámaras y micrófonos de todas las nacionalidades por doquier. Detrás de la valla de seguridad se apretujaban las fans gritando el nombre de su favorito y levantando la mano cuando el aludido se giraba, para que las pudiera localizar.
 _ ¡Qué guapo Antonio! Es el que mejor está de todo el grupo de viejas glorias de esta película_ opinó Isabel.
 _Tampoco es tan viejo_ dijo Casimiro sintiéndose aludido.
 _Yo prefiero al “Chuache.”_añadió la abuela.
 _Sayonara baby_ soltó Casimiro engolando la voz. Lo mismo hubiera dicho García.
De pronto Isabel se puso a gritar como una loca, señalando hacia la pantalla con el tenedor.
 _¡Es el, es el, ES EL!_ Es Gilda. O sea Gil. Bueno, ese. Ahí detrás de Harrison Ford. Míralo. AHÍ. Es el tipo del ascensor, sin duda. Es él. Está en Cannes.
En Internet, en el podcast del noticiario volvieron a ver las imágenes. Era él desde luego. Era Gilda. Estaba en el festival de cine ¿donde mejor?
Aníbal se levantó de un salto. Gilda se había vuelto a equivocar.
 _Iré a por él. Ahora mismo.


Capitulo diez



Después de dejar el hospital donde el médico le aseguró que el inspector García no volvería a caminar, Aníbal se fue derecho a su casa. Hacía mucho que no estaba por allí, pasaba todo el tiempo en la de Isabel. Incluso había trasladado su ropa y sus cosas más personales a casa de su novia. Olía a cerrado, por eso abrió las ventanas y dejó que el aire frío de la noche entrara a placer. Llamó a Isabel y le dijo que se quedaría en su casa “tengo mucho trabajo que necesito hacer a solas.” Ella no preguntó. Esa era una de las muchas cosas que a Aníbal le agradaban de su chica: la confianza que le demostraba y el respeto y la comprensión que tenía por su trabajo. Era una joya, desde luego. Lo mejor que le había deparado la vida y “este puto trabajo que me va a marcar.”
Fue incapaz de cenar, el hambre parecía haberse esfumado de su vida para siempre. A pesar del relente de la noche se sentó al lado de la ventana y abrió el cuaderno que había recogido en la sala de torturas. Le había producido desasosiego llevarlo encima el resto de la tarde.
Comenzó a leer. La caligrafía era cuidada y fría como los ojos del criminal que la había escrito. Aparentemente no había nada anormal. Ningún caracter sobresalía ni destacaba por tener nada discordante. Era uniforme y metódica. Probablemente, hubiera hecho las delicias de un experto en grafología que hubiera podido definir la personalidad del asesino con todo lujo de detalles. Aníbal a simple vista dedujo que esa era la letra de un hijo de puta, sin dudarlo. Meticulosa y anodina y algo femenina, “parece letra de mujer.” Era clara, eso sí, podía leerse perfectamente.
Para su asombro no comenzaba con los crímenes de la Torre, si no que se remontaba a diez años atrás. Todo parecía haber comenzado en Portugal. Jóvenes africanas de las ex colonias que llegaban a la antigua metrópoli buscando una oportunidad y se toparon con Gilda. En ese tiempo relataba trabajar en un cabaret de Lisboa donde imitaba a Barbra Streisand. “Esta me suena de algo”. La primera víctima trabajaba como camarera en el mismo local. Llegó de Cabo Verde esperando ganar dinero y poder traer a su hijo. Fue fácil ganársela. La secuestró, junto con otras cinco, para servir de juguete sexual a un grupo de depravados millonarios que tenían un yate anclado en el puerto. Luego Gilda o Barbra las asfixió y las arrojó, lastradas, al mar alejándolas de la costa a bordo de su barco particular. “El mismo quizá que tenía fondeado en la fábrica de hielo.” Le gustaba la muerte por asfixia, le producía placer. Relataba las sensaciones tan excitantes que le provocaba la resistencia de las victimas primero, la renuncia luego y después la nada. Sentir como pasaban de la lucha compulsiva y aterrorizada al abandono absoluto, era una sensación de dominio tan indescriptible y tan placentera que invitaba a probarla al que leyera esto por el motivo que fuera.  “De pantera a muñeca de trapo, confiesa el muy hijo de puta” y como si lo adivinara, Gilda había escrito a continuación: Antes de juzgarme, prueba.
Aníbal sintió ganas de vomitar. Soltó el cuaderno que cayó al suelo. Si no fuera una prueba tan importante lo quemaría ahora mismo sin leer ni una línea más.
Fue a la cocina y bebió agua del grifo. Le dolía la cabeza. Rebuscó en la sanitaria del baño algo para el dolor. Encontró paracetamol. Metió el comprimido en la boca y lo masticó. No era capaz de tragar ninguna pastilla. Era algo que le ocurría desde pequeño. Regresó a la salita, recogió el cuaderno y continuó leyendo. A pesar del analgésico, el dolor de cabeza terminó por hacerse insoportable. Vomitó varias veces, hasta que terminó los macabros relatos con el último asesinato: el del ejecutivo metrosexual, al que torturó a placer hasta la muerte. Aguantó seis horas el pobre infeliz.
Al abogado Estrada le dedicaba solamente dos líneas. “Me duró poco, no resisten nada. Traté de experimentar algo nuevo pero se ve que se me fue la mano y palmó en un tris.”
Se sorprendió de que anotara la muerte de la mujer del joyero. Lo hizo deprisa y corriendo, sabiendo que García le pisaba los talones. Sin muchos detalles. Simplemente había puesto. “Asfixié a la puta.”
Aparte de los relatos pormenorizados de los crímenes, cincuenta y seis en total, explicaba cómo al principio trabajaba solo, luego conoció al que apodaba Johnny Farrell al que contrató, era un modo de decirlo, cuando llegó a España, para que se deshiciera de los cuerpos y más tarde como ayudante necesario para poder llevar a cabo algunos de los raptos de la  Torre.
Fue un error, pensó Manero, Farrell no estuvo a la altura. El hallazgo de la pierna del primer desaparecido de la Torre, comenzó a tirar del hilo.
También relataba cómo le gustaba coleccionar objetos pertenecientes a los asesinados, “ya me extrañaba a mí que no apareciera esto” y como regresó a la Torre a buscar algo perteneciente al último raptado: el maricón de la veinticinco como ella o el o lo que fuera lo llamaba con absoluto desprecio. “Ser homosexual es un delito, ser un asesino en serie, por lo visto no. Puta ideología nazi.” Tenía que ser algo tomado en su casa o en su lugar de trabajo; no servía lo que llevara encima. “Cuanto morbo.” Cuenta como se divirtió burlando sin ningún esfuerzo los controles de la policía, entrando como un visitante más en la torre, después de que los polis ya hubieran visto las cámaras y ya hubiera probablemente descubierto que el asesino actuaba disfrazado. Así y todo se presentó como Lauren Bacall con su mismo vestido gris, ceñido, su collar de perlas y su mirada felina y retadora y ni se inmutaron. Solo llamó la atención de un gilipollas ridículo que subió con ella en el ascensor. Un don Juan de cercanías que empleaba métodos de seducción tan cursis como los zapatos italianos que llevaba junto con un traje de Emidio Tucci puro Corte Inglés. Por su culpa tuve que marcar otro piso y perder el tiempo.
Aníbal sentía cada vez más ganas de tenerlo delante y pegarle un tiro. No, sentía ganas de tenerlo delante y torturarlo hasta la muerte y terminar metiéndole el cuaderno por el culo, mas la relación completa de todos los asesinos en serie del mundo desde que se inventó el modo de dejar constancia de los crímenes.
Dejó el cuaderno sobre la mesa, se puso de pie y levantando la mano derecha, como haría un detective de cine a toda pantalla, dijo a voz en grito delante de la ventana: “Juro que te encontraré hija de puta.” El viento frío de la noche se llevó el juramento junto con las hojas de los árboles y lo dejó agazapado en cada rincón de la ciudad.
Después del desahogo y ya dentro de la habitación añadió con esperanza “volverás a cometer un error. Ese  será tu último error. Ese día desearás no haber nacido, desearás no haberte cruzado en nuestro camino. Hijo de puta. Lo juro por mis cojones.”
Se sentó en la cocina y se quedó pensativo. “No se cómo me ha salido este discurso tan raro, esto debe ser cine, claro se me ha ido pegando. Hablo como ese que camina raro en la película que me hizo ver la abuela: el autobús. No, coño: la diligencia. Eso.”
“Bueno, al fin y al cabo ¿qué es la vida? Pues eso, cine.”



Volvió a visitar a García. El inspector ya estaba en planta e iba haciéndose a la idea de que no volvería a caminar. “Seré como Ironside,” le había comentado con su ironía habitual. Aníbal desconocía el personaje, por supuesto.
 Le mostró el cuaderno.
 _Aquí está todo. Anotado con sumo cuidado sin obviar nada. Le van los  detalles.
 _Te van a matar_ sentenció García con una sonrisa. No esperaba otra cosa, en el fondo.
 _Te juro que lo atraparé.
 _ ¿Tienes un plan?
 _No, pero estoy seguro de que volverá a meter la pata y ese día será su ultimo día en libertad.
 _Será difícil de atrapar. Luchará con uñas y dientes. Cuando creas que lo tienes se te habrá escapado. Cuando le vayas a echar el guante se escabullirá.
 _Mejor. Así tendré excusa para pegarle un tiro. Me alegrará el día.
_¡Coño! Estás hablando como Harry el sucio. Acabarás aficionándote al cine.

“Lo dudo mucho” se dijo para sus adentros Aníbal Viriato Manero Jiménez.


Continuará...

El misterio de la Torre Sur, IX

OCHO



El otoño había llegado destemplado y lluvioso y la abuela no tenía ganas de salir al bingo y pillar de camino una mojadura y un resfriado; sin nada mejor que hacer y sin nuevas pelis de Paul Newman “tengo que buscarme otro novio más actual” se dedicó a visionar  los  videos que  había enviado García y que nadie había devuelto. Eligió varias cintas  al azar y se entretuvo viendo a la gente guapa entrar y salir de las carísimas tiendas cargadas de bolsas. “Para estos no existe la crisis.”
 _ ¡Coño! La Rita Hayworth otra vez. Lleva el vestido tres tallas menos, como la Ana Obregón.
Aníbal estaba dormitando a la espera de noticias sobre el operativo y se espabiló al oír el nombre que no terminaba de saber pronunciar. En efecto. Delante de una de las  cámaras del escaparate de la tienda de ropa de Carolina Herrera, varios metros más allá de la Torre, una morena espectacular con melena ondulada y curvas acentuadas por un vestido de talla muy inferior a la suya, se miraba en el cristal y se lanzaba un beso de aprobación.
Aníbal parpadeó y se quedó mudo. Llevaba incluso el mismo vestido que el día del ascensor. ¿Qué había ido a hacer aquella mañana a la Torre, cuando la policía ya tenía montado un operativo y una vigilancia de cojones? O era idiota, cosa que dudaba, o le iba el riesgo hasta la temeridad. Vanidosa era desde luego y eso había jugado en su contra. Un coche último modelo de una marca carísima, se detuvo a su altura. La morena metió la cabeza por la ventanilla del conductor para besarlo en los labios y a continuación, rodeó el coche con un contoneo afectado y provocativo, para sentarse al lado del hombre al que volvió a besar, antes de que el auto arrancara a toda leche.
 _Espera_ dijo Isabel_ ¿Puedes parar la grabación justo donde aparece el rostro del conductor?
Aníbal lo hizo sin responder. Se había vuelto mudo y obediente.
 _Es el. Es el señor Nieto. Don Bosco, mi desaparecido, el cuarto, el hedonista, el divorciado, el…
 _Si mujer. Ya lo hemos comprendido_ se apresuró a cortar la abuela.
 _ ¿De qué día es la grabación?
 _Del martes 18_respondió expectante.
Había vuelto a dar en el clavo.
“Soy una detectiva de cojones.”


Capitulo nueve


Cuando estaba terminando el montaje de la operación “Tesis,” Anselmo le llamó por teléfono:
  _ Jefe, acabamos de encontrar al del retrato robot.
  _ ¿Dónde?_ “Por fin una buena noticia,” pensó García.
  _ En la playa del Oriente, muerto de un disparo. Lleva varios días en el agua. Pero es él. Fijo.
En efecto, era él. Muerto era idéntico al retrato robot, parecía premonitorio.
“Genial, el único testigo. Era de prever que ocurriera esto.”
A García le hubiera gustado dirigirse al cabaret a la hora de la actuación de Gilda, y ponerle las esposas una vez hubiera terminado de cantar. “Se acabó, nena.” “Yo lo siento por ti”, le hubiera respondido ella con su voz sensual. “¡Corten!” hubiera dicho John Huston, pero estaba convencido de que a estas alturas, andaría tratando de escapar, si no lo había hecho ya. La muerte del cómplice lo corroboraba. Llevaba tres días en el agua por lo cual Gilda o como coño se llamara podría estar ya lejos, incluso fuera del país. “Va a ser cierto eso de que siempre llegamos tarde.”
Un derroche de coches policiales tomó la calle para nada. Gilda no estaba ni se la esperaba y todo el personal parecía haber sufrido un repentino ataque de ignorancia. Nadie la conocía.
  _ ¿Pero cómo que no? Pensáis que somos gilipollas. Sabemos que es un hombre. ¿Nadie sabe ni siquiera cómo se llama?
García le hizo señas a Harry el sucio para que se acercara.
 _Bueno, verá jefe, la conocemos como cantante, pero nadie sabe donde vive ni quien es en realidad. Lleva aquí solo unos meses. Es un hombre, si. Se hace llamar Gil. Es lo único que sabemos.
  _ ¿Sois vosotros todos los empleados?
  _ Falta uno. El nuevo. Se hace llamar Rocco.
  _ ¿Se hace?
  _ Si. Aquí a los más principales nadie les conoce bien. Nosotros solo sabemos eso. Hace unos días que se fue. Vino a recogerlo un coche. Debía ser de parte del jefe.
  _ ¿Quién es el jefe?
  _ No lo sabemos_ respondió el de siempre­­_ Rocco hacía de camarero y era el enlace con el jefe.
  _ ¿Quién os contrató?
  _ Un tipo raro y bajito amigo de Gilda. El nos paga también. No sabemos nada más. Se lo juro jefe_ remató el hombre mirando de soslayo al sucio.
  _ ¿Cómo se llama ese elemento?
  _ Gilda lo llamaba Johnny y nosotros jefe, jefe.
  _ No soy tu jefe, di señor inspector cuando te refieras a mi_ le espetó García con cara de muy mala leche mientras respondía al móvil.
Era Anselmo con una voz extraña. “Ay, la hostia”, pensó García.
  _Tengo dos noticias. Una buena y la otra muy mala. ¿Cómo empiezo?
García juró mentalmente mirando al cielo, que le pegaba un tiro en cuanto tuviera ocasión.
  _ No me jodas Anselmo. No me jodas.
Hubo un silencio al otro lado.
 _ ¡¡¡Anselmo!!!. Habla hijo de puta.
 _ Es Gilda. La han detenido en el control de la salida norte.
 _ ¿Y?
 _ Y se han liado a tiros. Ha matado a uno de los nuestros, herido al otro y se ha escapado. Según testigos se fue hacia el puerto. Va herida. No, va herido. Es un hombre jefe.


García salió a escape. Por el camino ordenó a todos los coches dirigirse al puerto y formar una barrera de modo que  “ese cabrón no se acerque al muelle ni de coña.”
García enfiló la avenida principal de acceso al malecón a todo lo que daba el motor del Citroën BX. De pronto un coche se le vino de frente a toda velocidad seguido por los coches patrulla, que nada más se adivinaban por el ruido de las sirenas. Gilda giró bruscamente a su derecha y enfiló por una calle transversal en dirección prohibida, García se fue detrás. Pocos coches venían de frente, por suerte para ellos y los peatones, muy prudentes, ni osaron cruzar la calle ni siquiera poner un pie fuera de la acera. Los motores rugían igual que los de una carrera de fórmula uno. Gilda cambió de dirección varias veces, yendo y volviendo, buscando salir del entramado de calles, en dirección al extremo norte del puerto, siempre buscando esa dirección, posiblemente a la vieja fábrica de hielo, pensó García. ¿Qué habría allí?
En efecto, no se había equivocado, Gilda hizo lo imposible por despistar a los polis, cosa que había conseguido tras casi media hora de idas y venidas, en las cuales los coches policiales protagonizaron varios incidentes destrozando mobiliario urbano y chocando entre sí dos de ellos, que quedaron parados taponando la calle. El consiguió seguirla aunque a bastante distancia. Mejor diríamos que se encaminó hacia la fábrica de hielo por el camino más corto que halló, seguro de que ella o él se dirigía allí, por un motivo que García, a estas alturas, sabía de sobra cual era.
Cuando llegó al viejo edificio, el coche de Gilda no se veía, posiblemente lo hubiera aparcado detrás. García se detuvo y llamó a su gente.
Aníbal y media ciudad, tenían una aplicación que permitía escuchar la radio de la policía a través del móvil. Esta emisora se había convertido en líder de audiencia y en una competencia desleal para las radios comerciales, tanto que el ministerio del interior se planteaba, y no era broma, insertar publicidad en las retrasmisiones de operativos. “Con el tiempo los anunciantes financiaran delitos para hacerse publicidad” opinaba García al que no le faltaba razón. Así que cuando el inspector dio la posición de la fábrica de hielo, Aníbal se fue directo a por el coche.
Cuando llegó, el Citroën de García estaba en la explanada, pero del poli no había señales y el resto de coches aun no habían llegado, perdidos como estaban en una maraña de calles de dirección única, enzarzados algunos en discusiones con otros conductores. Se sentía a lo lejos el ruido inconfundible de un helicóptero que supuso vendría a colaborar.
Aníbal empuñó la pistola y se dirigió en zigzag hacia la puerta. Cuando se disponía a entrar sonó un disparo. Se puso a cubierto tras un contenedor, pero el tiro no era para él. Mientras avanzaba en dirección al sonido, escuchó el ruido de una puerta y al poco el motor lejano de lo que supuso un coche. Seguro que Gilda trataba de escapar. El helicóptero estaba justo encima.
Cuando llegó a una especie de sala vio a García tendido en el suelo. Gilda le había disparado por la espalda, casi a bocajarro. La cosa no pintaba bien. García había perdido el conocimiento y sangraba abundantemente.
  _ ¡Quieto, suelta el arma!
  _ Soy Aníbal Manero, gilipollas. El asesino acaba de salir por la puerta de atrás ¿Vas tu o voy yo?
  _ Voy yo ¿Es grave lo de García?
  _ Si.
Aníbal pidió una ambulancia y permaneció al lado de García hasta que llegaron. Mientras se llevaban al inspector y antes de que apareciera la científica, echó un vistazo. El resto de polis se habían ido detrás de Gilda. La persecución estaba siendo caótica.
El viejo edificio había estado a punto de ser demolido, pero al final una empresa extranjera lo había comprado barato con la intención de remodelarlo y convertirlo en restaurante de lujo, con su propio embarcadero, pero llegó la crisis y las obras no terminaron. Saliendo de la especie de sala donde estaban, posiblemente el futuro comedor, se llegaba por un pasillo ancho y corto  a la cocina. Había un cuartito anexo y en él unas escaleras que bajaban a un sótano donde se hacía  evidente que pensaban instalar la bodega. Aníbal lo recorrió con calma. En alguna parte tenía que estar la sala de torturas de Gilda y ese era un buen sitio. De pronto su pie tropezó con algo casi imperceptible. Se agachó, “nunca llevo la linterna, maldita sea”, y se alumbró con la luz del móvil. Pudo ver una ranura en lo que parecía una trampilla. Bendijo su costumbre de llevar zapatos italianos de fina suela; con deportivas ni lo hubiera notado.
Le costó Dios y ayuda levantar la chapa de acero que tapaba el zulo. Pesaba lo suyo. El tal Gil era un forzudo. “Otra vez la linterna me cago en la puta.” Con la lucecita del teléfono distinguió una sólida escalera metálica apoyada en la pared. Bajó con cuidado y llegó a una especie de vestíbulo amplio. Al fondo se adivinaba una puerta y a su lado había una camilla Palpó la pared buscando un interruptor. “Bingo”,  hubiera dicho la abuela, cuando lo encontró. En efecto había una puerta; una puerta de acero blindada. Abrirla le iba a resultar imposible como no encontrara la llave, cosa a todas luces improbable. Se acercó y empujó. Con gran asombro por su parte, la puerta se abrió. Gilda no había tenido tiempo de cerrar. Pensándolo bien, total ¿para qué? Una vez en la fábrica era cuestión de tiempo que hallaran el zulo. Entonces para que fue. Podía haber tratado de escapar por otro lado sin necesidad de guiar hasta allí a la policía. Tal vez quería que hallaran el sitio y comprobaran lo que hacía y sobre todo, lo bien que lo hacía. Era una histriónica, necesitaba público.
Entró. No se había equivocado, allí estaba la sala de tortura y grabación. La habitación era amplia. Tenía todo lo necesario para una buena sesión de martirio. Cadenas, argollas, látigos, cuchillos, sierras, bates metálicos…y curioso, muy curioso, una sala de maquillaje y una colección de pelucas. Al fondo había un armario empotrado de pared a pared. Aníbal lo abrió con reservas. No le gustaba nada lo que estaba encontrando. La sorpresa fue en aumento: estaba lleno de ropa, pero no común y corriente; era ropa como de actuar. Recordó lo que le habían dicho la abuela e Isabel de los disfraces de actores y lo comprendió. Gilda disfrazaba a sus víctimas probablemente de actores y luego los torturaba hasta la muerte. Una perversión más de sus clientes. Había otra puerta que, posiblemente, daba a otro cuarto. Dudó un segundo y al final, entró. Era la sala de torturas propiamente. Allí estaba dentro de una jaula tirado en el suelo el abogado y sentada en la silla frente a la cámara la novia disfrazada de hombre. Muertos los dos. La muerte de ella, por asfixia, era reciente. Aun estaba caliente.
Lamentó no ser aficionado al cine.
Las paredes estaban empapeladas con posters de actores, “supongo”. Reconoció a Marilyn “inconfundible” a la famosa Rita “no se que,” al Wayne ese que camina raro y a un tío con tupé en actitud de bailarín, con traje blanco y camisa negra que supuso sería el que sirvió de modelo para el disfraz del sanitario del parquin. “Mi pariente.”
Arriba se oía movimiento. “Ya llegaron los listos.”
Sobre la silla del director había un cuaderno. Aníbal se lo metió en el bolso justo en el momento que entraba la científica.
 _ No habrás tocado nada.
 _ Soy un santo.
 _ Como hayas echado algo a perder, te las verás conmigo, Manero.
 _ Que miedo me das_ le respondió Aníbal acercándole la cara.
 _ ¿Cómo bajaba los cuerpos?_ preguntó otro.
 _ Al hombro. Es un forzudo. Claro, tú no has tenido que levantar la tapa del zulo_ dijo Manero mientras subía la escalera.
Cuando estaba a la mitad, observó otra puerta muy al fondo, retrocedió y se dirigió hacia allí. Se encontraba solo de nuevo. Cuando abrió, una ráfaga de aire le hizo pararse y volver el rostro. Estaba a la orilla del mar. El lugar era un embarcadero debajo del edificio, al otro lado del puerto. Desde allí se salía casi de inmediato a mar abierto. Por eso Gilda llegó hasta allí. Para escapar. El ruido que escuchó no era precisamente del motor de un coche. Posiblemente introducía por aquí a los secuestrados. Tendría el barco esperando en un sitio discreto, los encerraba y los iba trayendo, tal vez de dos en dos. El acceso a la sala de torturas era más fácil que por el sótano.
Antes de huir tuvo tiempo de matar a la mujer del joyero y luego, disparó a García. No hubiera hecho falta, no necesitaba subir para nada, pero sabía que el policía lo había seguido y se divirtió pegándole un tiro. “Psicópata de mierda, te echaré el guante, lo juro.”
  _ ¿De dónde vienes por ahí?
  _ Mira y lo sabrás, listo. Con cuidado, no sea que te ahogues.
Cuando salió del edificio permaneció unos minutos apoyado en el coche respirando aire puro. La tarde se había puesto gris de nuevo tras una ligera tregua,  y el viento soplaba de nordeste. Mal augurio. El mar ya se había encrespado y parecía hervir. Las olas borboteaban nerviosas. La espuma salpicaba el malecón.
 _ ¿Donde carajo te habrás ido, hijo de puta?_ se preguntó mirando el horizonte_ Juro que te encontraré aunque sea lo último que haga. Te traeré ante García como que me llamo Aníbal Viriato Manero Jiménez. ¿Qué pasa? Yo no me puse el nombre_ le dijo al coche mientras abría la puerta. “Yo no he dicho ni mu” hubiera respondido el coche si supiera hablar.

Aníbal arrancó y se dirigió al hospital. Le contaría a Casimiro lo sucedido, pero sobre todo iría a ver a García. La herida no presagiaba un futuro agradable para el inspector.

El misterio de la Torre Sur, VIII

SIETE


Esa tarde, cuando llegaron las grabaciones que le envió García, la abuela tenía el deuvedé ocupado. Llovía y no tenía ganas de salir al Bingo, así que decidió ver una película de Paul Newman, “el hombre de mi vida, es que se me adelantó la Joanne”.
 _Abuela, necesito visionar estas cintas, es urgente.
 _Trae, yo las miro.
 _Me sentaré con usted y las visionaré yo también.
 _Oye, esto se debe estar poniendo feo, cuando tú te tomas tanto interés…
Aníbal asintió en silencio y se sentó al lado de la abuela, seleccionó la grabación del día anterior y se dispuso a ver qué pasaba. Cruzó los dedos rogando que “apareciera algo de una puta vez y no me tengan aquí toda la tarde viendo cintas como un gilipollas”. La mujer del joyero se había ido “¿Y qué? Para qué se casan con ese tipo de mujeres, de las que se arriman al mejor postor. Busca algo más de fiar o quédate soltero, como yo”.
La vio llegar al trabajo por la mañana abriéndose paso entre los reporteros que aun merodeaban por allí, “además está escuchimizada, no tiene ni culo; no se cómo liga tanto. Bueno algo hará bien, seguro”, salir al mediodía a comer algo al restaurante de la Torre sur, regresar, asomarse a la puerta para despedir a la que suponía sería una buena clienta, cerrar, salir y esperar por alguien en la calle. “Vamos a ver bonita, quién es el maromo”. Encendió un cigarrillo; aunque lo había dejado, la puta Torre le había obligado a retomar el vicio. Lo bueno era que había conocido a Isabel. Era lo único positivo hasta ahora. A Isabel y a su abuela que se habían convertido no sabía cómo en su familia. La abuela le dio un codazo y reclamó un cigarro.
 _Isabel no quiere que fume.
 _Me la suda. No va a mandar en mí. Además ahora desde que folla, está más simpática.
Aníbal sonrió por vez primera en todo el día mientras en la pantalla, la joyera saludaba con la mano a alguien que iba al volante de un coche que aparcó en doble fila unos metros por delante. Parecía una mujer…”no me digas que se volvió lesbiana”. En la grabación solamente se veía la parte de atrás del coche. “Va a ser la cámara de la zapatería”.
 _Abuela vamos a por otra. La de la tienda de los manolos como dice usted.
Visionaron a cámara rápida el resto del día hasta la hora del cierre. Entonces apareció el coche, un Volkswagen Cabrio verde con capota negra del que descendió una tía alta, pelirroja, con gafas de sol que se quitó, para verse bien, en el espejo que la tienda de los manolos tenía en la esquina, justo debajo de la cámara, para que las clientas se vieran al salir de cuerpo entero, tan altas sobre los tacones de aguja, lanzando un beso de aprobación a la imagen que éste le devolvió.
 _¡Coño, la Rita Hayward!_ exclamó la abuela_  Andan por aquí de nuevo, como en los viejos tiempos.
Aníbal se disparó hacia arriba como si hubiera saltado el muelle del asiento y llamó a García.
 _Es ella.
 _ ¿Quién es ella?
 _La tía que se llevó a la mujer del joyero. Es la morena del ascensor. Aquí va de pelirroja y según la abuela de Isabel tiene un look Rita no se que  en Gilda, una película. Acabo de verla con claridad. La vanidad le acaba de jugar una mala pasada.
Hubo una pausa al otro lado de la línea.
 _Ahora mismo voy para allá.
García se quedó mirando la grabación en silencio. Luego se volvió hacia Aníbal y le espetó:
 _ Se donde trabaja. Voy a organizar la operación. No se te ocurra intervenir.  Te mantendré informado, te doy mi palabra. Pero, como me arruines el operativo te dejo sin licencia o mejor, te pego un tiro en los huevos, sin contemplaciones. Te lo advierto.


Capítulo ocho


Bosco Nieto había tenido un mal día, uno más desde hacía demasiado tiempo. Paró el coche y trató de reflexionar. Había sido un hombre de éxito ¿En qué momento todo lo conseguido se había venido abajo? Tal vez cuando se auto convenció de que podía lograr todo lo que se propusiera. Desde niño se había  empeñado en destacar en la vida. Procedía de una familia de clase media baja, en la que era el mayor de siete hermanos. Siempre le había parecido excesivo el entusiasmo de sus padres por aumentar la demografía, máxime cuando ello significaba descender unos grados en la escala social y en el bienestar familiar aunque los dos progenitores se mataran a trabajar. Su padre en una farmacia donde era dependiente y su madre, además de las tareas de la casa, subiendo dobladillos hasta la saciedad para una tienda de ropa.
Si sólo hubieran sido dos hermanos (los dos mayores, él y su hermana), otro gallo les hubiera cantado y no hubiera necesitado endurecerse los codos estudiando para conseguir una beca y poder acceder a  la Universidad sin que los cinco pequeños dejaran de comer como es debido. Sin ser demasiado inteligente, tuvo que destacar en el Instituto y en la Facultad a fuerza de disciplina. Cuando terminó la carrera comenzó a trabajar casi inmediatamente en su empresa actual, primero en la sección de comercio exterior, en un puesto sin importancia, para luego ir ascendiendo despacio pero sin pausa, hasta el lugar que ocupaba ahora: Jefe de proyectos internacionales de la Compañía. Por el camino tuvo tiempo para formar una familia: mujer y dos hijos – el número que consideraba suficiente- y tuvo tiempo también para que se fuera al garete.
¿Cuándo se estropeó todo? volvió a pensar, dentro del coche aparcado sobre la acera, aunque de sobra conocía la respuesta: cuando comenzó a creerse dios. No era problema de conocer el por qué si no de tratar de volver a la realidad, a recuperar la cordura. Sabía que, como todo en su vida, era cuestión de disciplina, pero ¿sabes qué? se dijo a sí mismo, que estoy harto de tanto método, harto de programar mi vida, harto de no tener vida para poder tenerla. HARTO. Lo malo es que para financiar el hedonismo que le había poseído se había metido en negocios ruinosos y para poder pagar las deudas había contraído otras de juego y para poder pagar estas había recurrido a prestamistas… y la cadena lo estaba ahogando.
Le habían dicho que los abogados del edificio rojo frente a la Torre Sur organizaban timbas y que últimamente había un inglés que perdía el dinero con mucha alegría. Se jugaba muy fuerte y hasta el momento no había podido conseguir que lo admitieran, “no eres solvente tío” le había dicho el abogado Estrada. El joven abogado Estrada que había sacado la carrera gracias a los contactos de papá y que sabía de derecho lo que él de física cuántica.
  _No eres solvente tío, no eres solvente tío_ le entraron ganas de darle una hostia y saltarle los piños si no fuera que eso le cerraría la puerta definitivamente. Mientras rebobinaba su vida y sus problemas, alcanzó a observar de reojo, por el retrovisor, como se acercaba una patrulla así que arrancó, se bajó de la acera y salió a toda mecha. Sólo le faltaba un encontronazo con la policía para completar la noche. Tras vagar sin rumbo por varias calles, casi ya en las afueras, se tropezó con las luces de un cabaret que anunciaba a su estrella a  fachada completa “GILDA”.
 _No está mal la tía. Tomaré la última. O la penúltima, ya veremos.
Tal vez porque él estaba muy borracho o quizá porque ella tenía un físico espectacular y mientras  cantaba, su cuerpo embutido en un vestido ajustado de escamas de lamé dorado, se mecía al compás de la melodía con un balanceo extrañamente sensual, la tal Gilda le hechizó por completo. Bosco se imaginó a una cobra erguida dentro del cesto, hipnotizada por el sonido del pungi de su encantador y decidió asumir el papel de éste utilizando como instrumento un billete de 500.
 No recordaba a ciencia cierta cómo, pero lo cierto es que estaban en su casa y en la cama, el problema –siempre hay un problema_ era que a su cosita no le daba la gana de espabilar. Su cosita, no se llevaba bien con el estrés y  sobre todo con el whisky. A Gilda le pareció premonitorio.
  _De acuerdo amor, tranquilo que yo lo haré todo. Calma, calma, relájate, tú déjame a mí. Yo haré el trabajo.
Y lo hizo y de qué manera. A pesar del alcohol recordaría el polvo toda su vida. Además sin esfuerzo alguno, tendido boca arriba y dejándose hacer. Y como lo hizo la tía. “Genial, divino”
  _Pídeme lo que quieras Gilda. Lo que sea.
  _Bueno amor, tranquilo, relájate, duerme si quieres, mañana hablamos.
  _ ¿Te quedarás?
  _ Claro, mi amor. Duérmete anda. Así juntito a mí.
Mientras Bosco roncaba plácidamente, Gilda recordó lo que le había contado durante el viaje. Que era un alto ejecutivo en la Torre Sur y lo más interesante, como se mataba a trabajar y como salía siempre tarde de su oficina, cuando ya no había nadie prácticamente en el edificio. Bueno, algún rezagado también, pocos. El se retrasaba porque era el trabajador perfecto, los otros tal vez tuvieran alguna razón oculta.
  _ ¿Hay muchos ejecutivos trabajando hasta muy tarde?
  _No, que va. Yo suelo coincidir, a veces, con uno o dos. Cruzamos el vestíbulo a la vez o  nos tropezamos en el parquin. Son gente rara.
“Interesante”, pensó Gilda primero en el coche y más tarde en la cama. Por la mañana ya tenía listo el café cuando él se despertó. Era sábado no tenía que ir a la Torre, así que disponían de toda la mañana. Ella ya había urdido un plan. Era rápida pensando.
  _Oye, amor se me está ocurriendo algo. Si te ha gustado lo de anoche…
Bosco asintió con un trozo de tostada en la boca.
  _Podríamos jugar a algo que se me acaba de ocurrir. ¿Hay cámaras en los ascensores?
  _No_ negó un Bosco medio turbado- la posibilidad de jugar con ella le hacía cosquillas en la entrepierna.
  _Se me ocurre que si me facilitas los horarios de los rezagados para yo evitarlos y trazar un plan, podría sorprenderte cuando menos te lo esperas dentro del ascensor y…
  _ ¿Y?
  _ ¿Y tú qué crees? Repreguntó Gilda acercándose y acariciándole la cosita que ya se había despertado por completo.


Continuara...