Un lugar para leer historias inventadas o no, de las que nunca soy protagonista. Aunque, a veces, me gustaría...
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Nacimiento en Belén, Cuento de Navidad
Aconteció,
pues, que en los días aquellos, salió un edicto de César para que se
empadronase todo el mundo.
Para Josef supuso una
contrariedad; acababa de lograr un buen empleo y trasladarse con su mujer desde Galilea a Judea le suponía pedir un
permiso de por lo menos dos días y tal como estaban las cosas en este momento
de crisis, no iba a ser lo mejor. Pero el edicto era claro:”todos los
palestinos, sin excepción, deben empadronarse en su lugar de origen.”
La carretera de
acceso a la ciudad de David, a sea a Belén, era peligrosa. Soldados del imperio
y milicianos nacionalistas se enfrentaban a todo lo largo de su trazado,
atacando sin preguntar a cualquiera que se moviera, fuera de la nacionalidad
que fuera, y aunque se pactara una tregua durante los días del empadronamiento,
era fácil que alguno lo olvidara y actuara por su cuenta. Sería mejor viajar
por caminos secundarios, pero el problema era María, su esposa, que estaba
encinta ya casi a punto de dar a luz. Como no se dieran prisa el parto les
sorprendería por el camino.
El hermano de Josef,
Cyrino, les prestó un medio de transporte que saltaba como una cabra con cada piedra, causando graves molestias a
María que sentía dolores de parto a cada sacudida.
_Vete más despacio Josef, por favor.
_Es que no vamos a poder hacer el viaje en los
dos días que me concedieron en la carpintería.
_Ya lo se, pero si
continuamos así, el parto se adelantará y tendré que quedarme por el camino. Yo
seré la que no llegue a tiempo.
_También que ocurrencia, un padrón ahora…
Se detuvieron un rato
para comer algo y dormir un poco. Estaban cansados del traqueteo y sucios del
polvo. Además se había levantado viento. Lo que faltaba. Se abrazaron y se durmieron
camuflados tras unos arbustos y cobijados bajo los olivos de Judea que siempre
esperan al viajero, con paciencia de siglos, para darle la bienvenida.
Les despertó un
murmullo cada vez más cercano de voces y pisadas. Josef se incorporó y se
acercó a un altozano cercano para echar un vistazo. Era un grupo nutrido de
pastores y cabreros que avanzaban por el camino sin apariencia de miedo al ejército
que patrullaba sin descanso por allí. Iban también en dirección a Belén,
posiblemente a causa del edicto. Eran demasiados para pasar desapercibidos.
_Es raro, no creo que acudan a empadronarse
todos juntos. Son un blanco fácil. Ni que fueran suicidas.
Despertó a María y
reanudaron la marcha. Adelantaron a los pastores que se abrieron en abanico
para dejarles pasar.
Cuando ya se
divisaban las luces de Belén, María no pudo más; la hora había llegado.
_Para, para, por favor Josef.
_Aguanta un poco mujer, ya se divisa Belén.
_No puedo, el niño ya viene.
_Nos cobijaremos en ese establo.
Se detuvieron y
María, tras un parto fácil, asistida por su marido el carpintero Josef, parió
un niño robusto y sano; llorón y tragón.
_Mira Josef, parece un príncipe.
_Es el hijo de Dios, que ha nacido en un
pesebre.
Josef se había dejado
llevar por el entusiasmo.
Los pastores, se habían
detenido para recoger de un pozo vacío los explosivos. Se los colocaron
alrededor del cuerpo y continuaron la marcha hacia Belén. Cuando llegaran la
ciudad estaría a rebosar de soldados. El ejército se habría desplegado por
todos los rincones. Morirían también civiles, pero era inevitable. Las guerras
son así.
A la altura del establo
escucharon el llanto de un niño y se acercaron a ver qué pasaba. El recién
nacido, tan gordito y sonrosado, les alegró la jornada y se entretuvieron haciéndole
carantoñas, arrodillados delante del pesebre. Antes de partir, le dieron a la madre los alimentos que llevaban para el
camino.
_Acéptelos señora, nosotros ya estamos
llegando.
_Dios os lo premiará.
Los pastores
propusieron a Josef que esperara hasta que ellos regresaran de empadronarse y
así se quedarían con María y el niño, mientras él iba y volvía.
Josef consultó a
María con la mirada y ella asintió. Los pastores se pusieron en marcha de
nuevo.
Cuando salían del
pesebre, una luz los cegó.
En el desierto de Judea, unos
hombres que preparaban sus camellos para pasear a los turistas vieron un
destello, como un cometa, que brillaba a lo lejos y se dirigía a las afueras de
Belén. De pronto escucharon un estruendo ensordecedor, mientras una potente
llamarada les cegaba. La luz se vio desde muchos kilómetros a la redonda y las
gentes se sorprendieron y después se entristecieron al comprender lo que había
ocurrido.
El ejército israelita
había disparado un misil Nimrod 2A tierra-tierra contra el pesebre, al detectar
sus sensores un grupo grande de gente, posiblemente guerrilleros palestinos,
detenido allí.
Era el pan de cada
día.
Evidentemente no hubo
sobrevivientes.
El misterio de la Torre Sur, epílogo
Aníbal tuvo sus más y
sus menos con Isabel y sobre todo con Casimiro.
_Tú no puedes venir
porque el asesino nos vio juntos en el ascensor y tiene memoria de lince.
_De lince es la
vista, jefe. La memoria es de elefante.
_Lo que sea. Voy
solo. Tú tampoco puedes venir _le dijo a Isabel_ porque es muy peligroso.
_ ¿Cómo lo vas a
encontrar?
_No lo se. Seguro que
actúa en alguna parte.
_ ¿Y cómo se anuncia,
como Gilda? No creo.
_Lo encontraré hasta
debajo de las piedras.
Antes de salir llamó
a García “voy a por el” le dijo y colgó. Aníbal era muy enigmático cuando le
daba la gana.
Mientras él hablaba
por teléfono Isabel tuvo una idea o mejor tuvo la idea. Luego de que se marchó, ella y Casimiro
fueron a hablar con García.
_En Cannes tengo un
amigo en la prefectura. Un amigo de la infancia de cuando mi padre iba a Perpiñán
a ver películas. Su padre era gendarme allí. El y mi padre se hicieron amigos y
yo he pasado muchos veranos en casa de ellos y mi amigo Pierre aquí. Ahora está
destinado en Cannes. Le llamaré y le pondré sobre aviso. Trazaremos un plan de
apoyo. Así que Richard Gere, eh.
El Hotel Carlton
Cannes estaba completo como era de esperar, pero en Le Grand Hotel también de
cinco estrellas encontró habitación. La crisis hacía mella en todo y el cine no
era ajeno. En el avión se enteró a través de internet de cómo el festival había
sido fundado por los franceses a sugerencia de los americanos para
contrarrestar la propaganda del cine italiano y alemán que impregnaba el recién
creado festival de Venecia impulsado por Mussolini y apoyado por los nazis. El
primer festival de Cannes se había inaugurado el primero de septiembre de 1939
para ser cancelado al día siguiente cuando comenzó la segunda guerra mundial.
“Todo es política,
hasta la creación de un festival de cine. Que hartazgo.”
Una vez instalado en
su habitación y tras firmar, con sorpresa, más de un autógrafo, pidió los
diarios locales y se dedicó a ojear la cartelera de espectáculos, sin saber muy
bien que buscar. Llamó a Isabel y se la leyó de pe a pa. Ella era más perspicaz
para esas cosas del cine y estaba mejor informada. La echaba de menos y sólo
acababa de llegar. Tras un buen rato diciéndose tonterías como todas las
parejas, fueron al grano que es este caso era la cartelera. ¿Qué otra cosa
podía ser con el Mediterráneo de por medio?
_Sólo
dime los nombres de los artistas. No hace falta que me digas en que sala.
_Bien. Veamos…La nueva Edith Piaf…
_Dime el nombre si lo pone, además del alias_
le interrumpió ella.
_Brigitte Brie “la nueva Edith Piaf.” Pone
foto, no es ella.
_Recuerda que se disfraza.
_Así y todo, no es.
_Carmen “la belga.”Parece gitana. Tampoco.
Trascurrió un buen
rato mirando todas las estrellas del cabaret y la noche de la ciudad del festival sin ningún resultado.
_Puede estar en alguna ciudad cerca de Cannes,
Niza por ejemplo. Podemos mirar.
_Está bien. Buscaré le información y te
volveré a llamar.
_Ten mucho cuidado.
_Si todavía no la he encontrado.
Decepcionado y un
tanto perdido decidió bajar a tomar una copa para luego darse una vuelta por la
sede del festival y observar a los mirones.
Lo vio de reojo al
salir del ascensor, aunque era más que probable que estuviera ahí desde el
principio. Era el cartel que anunciaba la actuación estrella de la noche en el
night club del hotel. No había foto, pero le sonó el nombre de algo. Llamó a
Isabel.
_ ¿De
qué me suena Mar Cansino?
_ ¡Es
ella!
_ ¿Por
qué lo sabes?
_ Así
se llamaba Rita Hayword, Gilda. Era de origen español, ya te lo dije. Se
llamaba Margarita Cansino. Es ella, ni lo dudes. ¿Donde la has visto?
_No te
lo vas a creer. Actúa en el hotel.
_Ten
mucho cuidado, por Dios.
Aníbal preguntó
discretamente por la estrella del espectáculo de la noche. Le dijeron que era
sudamericana y ¡qué casualidad! nadie sabía donde vivía ni como se llamaba en
realidad “Monsieur Gere.”
“Tengo que esperar a
la noche”
Isabel le contó a
García lo de la Cansino y este a su amigo Pierre. En el hotel ya había un par de
gendarmes, hombre y mujer, que estaban, en ese momento, en la barra justo en
frente de Aníbal.
Las noticias vuelan y
más en el mundo de la noche y el festival. Por eso uno de los camareros no
perdió tiempo en contarle a Gilda que el “mismísimo Richard Gere, se interesó
por ti. Como lo oyes.”
Isabel había tenido
la idea de que dado su parecido con el actor, sería bueno que acudiera a Cannes
con el look Gere. Aunque sin el pelo canoso, dado que Gilda lo había visto así
en el ascensor y según todos tenía memoria. “Serás un Gere un poco más joven,
aunque nadie se extrañará porque los actores van siempre con el look de su
último trabajo.” El resultado era muy bueno. Todo el mundo lo confundió,
incluso el mismísimo recepcionista del hotel dudó cuando vio el pasaporte.
Sin poder averiguar
nada sobre el paradero de Gilda durante el día, se dedico a pasear un rato por
la ciudad y los alrededores del festival. No había a esas horas apenas
movimiento. Alguna estrella “de poco fuste” posando en la playa para media docena
de periodistas y nada más. Pocos mirones y ninguna cara conocida entre ellos.
Para no cansarse y estar despejado por la noche decidió retirarse a su
habitación y esperar.
La sala estaba medio
llena cuando él llego. En ese momento un mago hacía desaparecer un cofre con
los anillos de una pareja dentro. En la barra dos solitarios y otra pareja que
juraría haberla visto antes en algún sitio.
Por fin el
presentador o como se llamara, “vestido de mamarracho” anunció a la estrella de
la noche. El local se había ido animando y estaba a rebosar.
La pareja conocida se
había sentado detrás de él.
Cuando Gilda
apareció, tras los aplausos, se hizo el silencio absoluto. Ni un silbido de
admiración, ni un comentario subido de tono. Nada. La chica imponía, desde
luego. Saludó a los presentes primero en francés y luego en inglés. Alguien
desde la barra hizo alguna observación también en inglés que ella respondió con
descaro, para regocijo del público, no exento del erotismo que desprendía por
cada poro.
Comenzó a cantar en
inglés mientras su cuerpo embutido en un vestido que parecía una segunda piel,
se movía sensual al compás de la música. De pronto, pareció fijarse en él,
descendió del escenario y se acercó meciendo sus caderas con suavidad. Sentada
en el borde de la mesa le dedicó la canción, podíamos decir que se la entregó
entera solo para él, como si no hubiera nadie más. Cuando terminó le acercó el
rostro y le murmuró al oído “te espero en mi camerino Richard.”
Anibal no se lo podía
creer. Todo había sido muy fácil. Sonriendo embobado, se dejó llevar por el
ambiente desconcertante que Gilda creaba a su alrededor y disfrutó del momento.
Pero enseguida regresó a la realidad.
Todo había sido muy
fácil, si. Demasiado. Mar Cansino, se había vuelto a equivocar. Le había
llamado Richard, pero le había hablado en español.
“Sabe quién soy. Esto
se va a complicar. Si acudo a la cita me pegará un tiro en cuanto entre por la
puerta. Tengo que pensar algo, rápido.” Ensimismado no se dio cuenta de que la
mujer de la pareja conocida se había sentado a su lado mientras el hombre salía
del local.
_Hola Monsieur Aníbal.
Soy policía. Mi compañero ha salido a decirles a los de afuera que se preparen.
La caza va a comenzar. Tenemos tomado el hotel. No tiene escapatoria. No
pensaría acudir a la cita ¿verdad?
Aníbal sorprendido
negó con la cabeza.
_De cualquier manera
será bueno que lo vea dirigirse a los camerinos. Por el camino notará policía y
ahora me voy, es posible que tenga ojos en la sala. Despídame con un beso en la
mejilla como si ya nos conociéramos.
Se despidieron como
viejos amigos y Aníbal salió en dirección al camerino de Gilda. Por el camino
noto policía, en efecto. Tanto era así que un camarero, posiblemente los ojos
de Gilda en la sala, había sido retenido contra su voluntad, esposado cuando se
resistió y amordazado cuando quiso comenzar a gritar para avisar al asesino.
Cuando llegó, el
hombre de la pareja conocida estaba al otro lado de la puerta con otro
gendarme. En el interior sonó la sintonía de un móvil. “Mierda, alguien la está
avisando.”Ambos hombres se miraron. El policía francés asintió con la cabeza y
pegó una patada a la puerta que se abrió con violencia. Gilda se había vuelto
de espaldas mientras hablaba; tenía una pistola en la derecha, a la vez que
sujetaba el teléfono con la zurda. Perdió unas décimas de segundo vitales. Cuando
se giró, el policía le disparó a la mano, mientras Aníbal y el otro gendarme la
inmovilizaban.
_Ya estás en mis manos, hijo de puta_ le
susurró Aníbal.
Ella se volvió y le
escupió a la cara.
_Queda detenido. Recítale sus derechos_ dijo
Pierre a su compañero, mientras pedía una ambulancia. Luego tomó a Aníbal del
brazo y lo llevó al pasillo.
_Suyo es el méggito Monsieur Maneggó. Suya es
también la ggecompensa.
Aníbal se encogió de
hombros. La recompensa era lo de menos en este momento.
_Voy a llamar a mi
amigo Gaggsia y poneglo al coggiente.
_Permítame que yo se lo diga a García.
_D´ ccord.
Gilda, esposada a una silla y rodeada de
gavachos, les insultaba en español y en francés, hasta que uno de los gendarmes
le dio un puñetazo en la boca, sin contemplaciones.
Los dos hombres,
detective y policía, avanzaron juntos por el pasillo en dirección a la salida. García hubiera terminado la
escena diciendo: “este va a ser el comienzo de una bonita amistad,” pero ya
sabemos que Aníbal Manero no era aficionado al cine.
FIN
El misterio de la Torre Sur, X
Había transcurrido un
año y poco desde el incidente de la fábrica de hielo. García no volvería a
caminar y Gilda se había esfumado. Manero no lo olvidaba.
Europa entera se
llenó de imágenes de Gilda, pelirroja o morena más un retrato robot del llamado
Gil. Se ofrecía incluso una generosa recompensa pagada por las empresas
afectadas, por una pista fiable que llevara a su detención.
Aníbal tenía una
relación de lo más estable con Isabel tanto que la abuela quiso mudarse de
nuevo a la Residencia, “ya no pinto nada aquí.” Ni Aníbal ni menos aun Isabel
se lo permitieron. Incluso Casimiro terció en el asunto. “Usted lo que quiere
es que yo muera de hambre. El piso es amplio no molestamos a los tortolitos.
Además usted se va a la cama nada mas cenar, no molesta, mujer.”
Isabel estaba muy a
gusto con su nuevo trabajo en la joyería donde se relacionaba con un sinfín de
señoras de la jet. Una tarde había entrado
la mismísima reina de Jordania, “tan guapa, tan elegante,” que se llevó
un aderezo carísimo de esmeraldas. Al principio sintió un poco de resquemor al
sustituir a la mujer del joyero asesinada por Gilda, pero el nuevo trabajo era
tan agradable que pronto lo olvidó. “Tú no te metas en líos, ya me entiendes,
con ningún cliente” le había dicho Aníbal completamente en serio “y no tendrás
problemas.” Sobre todo con él.
Aquel mediodía de
mayo, estaban comiendo los cuatro un cocido de garbanzos “esto es gloria
señora, que Ferrán Adriá, ni que estrellas Michelin, donde esté la cocina
tradicional que se quite todo lo demás,” mientras en el telediario daban
imágenes del festival de cine de Cannes. Se presentaba la película “Los
Mercenarios” y Antonio Banderas acudía sin Melanie de la que parecía haberse
separado. El elenco de actores protagonistas posaba para la prensa, tras haber
recorrido las calles a bordo de un tanque. Todo muy espectacular.
Estaba petado de
periodistas. Había cámaras y micrófonos de todas las nacionalidades por
doquier. Detrás de la valla de seguridad se apretujaban las fans gritando el
nombre de su favorito y levantando la mano cuando el aludido se giraba, para
que las pudiera localizar.
_ ¡Qué guapo Antonio! Es el que mejor está de
todo el grupo de viejas glorias de esta película_ opinó Isabel.
_Tampoco es tan viejo_ dijo Casimiro
sintiéndose aludido.
_Yo prefiero al “Chuache.”_añadió la abuela.
_Sayonara baby_ soltó Casimiro engolando la
voz. Lo mismo hubiera dicho García.
De pronto Isabel se
puso a gritar como una loca, señalando hacia la pantalla con el tenedor.
_¡Es el, es el, ES EL!_ Es Gilda. O sea Gil.
Bueno, ese. Ahí detrás de Harrison Ford. Míralo. AHÍ. Es el tipo del ascensor,
sin duda. Es él. Está en Cannes.
En Internet, en el
podcast del noticiario volvieron a ver las imágenes. Era él desde luego. Era
Gilda. Estaba en el festival de cine ¿donde mejor?
Aníbal se levantó de
un salto. Gilda se había vuelto a equivocar.
_Iré a por él. Ahora mismo.
Capitulo
diez
Después de dejar el hospital donde el médico le aseguró que el inspector García no volvería a caminar, Aníbal se fue derecho a su casa. Hacía mucho que no estaba por allí, pasaba todo el tiempo en la de Isabel. Incluso había trasladado su ropa y sus cosas más personales a casa de su novia. Olía a cerrado, por eso abrió las ventanas y dejó que el aire frío de la noche entrara a placer. Llamó a Isabel y le dijo que se quedaría en su casa “tengo mucho trabajo que necesito hacer a solas.” Ella no preguntó. Esa era una de las muchas cosas que a Aníbal le agradaban de su chica: la confianza que le demostraba y el respeto y la comprensión que tenía por su trabajo. Era una joya, desde luego. Lo mejor que le había deparado la vida y “este puto trabajo que me va a marcar.”
Fue incapaz de cenar,
el hambre parecía haberse esfumado de su vida para siempre. A pesar del relente
de la noche se sentó al lado de la ventana y abrió el cuaderno que había
recogido en la sala de torturas. Le había producido desasosiego llevarlo encima
el resto de la tarde.
Comenzó a leer. La
caligrafía era cuidada y fría como los ojos del criminal que la había escrito.
Aparentemente no había nada anormal. Ningún caracter sobresalía ni destacaba
por tener nada discordante. Era uniforme y metódica. Probablemente, hubiera
hecho las delicias de un experto en grafología que hubiera podido definir la
personalidad del asesino con todo lujo de detalles. Aníbal a simple vista
dedujo que esa era la letra de un hijo de puta, sin dudarlo. Meticulosa y
anodina y algo femenina, “parece letra de mujer.” Era clara, eso sí, podía
leerse perfectamente.
Para su asombro no
comenzaba con los crímenes de la Torre, si no que se remontaba a diez años
atrás. Todo parecía haber comenzado en Portugal. Jóvenes africanas de las ex
colonias que llegaban a la antigua metrópoli buscando una oportunidad y se
toparon con Gilda. En ese tiempo relataba trabajar en un cabaret de Lisboa
donde imitaba a Barbra Streisand. “Esta me suena de algo”. La primera víctima
trabajaba como camarera en el mismo local. Llegó de Cabo Verde esperando ganar
dinero y poder traer a su hijo. Fue fácil ganársela. La secuestró, junto con
otras cinco, para servir de juguete sexual a un grupo de depravados millonarios
que tenían un yate anclado en el puerto. Luego Gilda o Barbra las asfixió y las
arrojó, lastradas, al mar alejándolas de la costa a bordo de su barco
particular. “El mismo quizá que tenía fondeado en la fábrica de hielo.” Le
gustaba la muerte por asfixia, le producía placer. Relataba las sensaciones tan
excitantes que le provocaba la resistencia de las victimas primero, la renuncia
luego y después la nada. Sentir como pasaban de la lucha compulsiva y
aterrorizada al abandono absoluto, era una sensación de dominio tan
indescriptible y tan placentera que invitaba a probarla al que leyera esto por
el motivo que fuera. “De pantera a
muñeca de trapo, confiesa el muy hijo de puta” y como si lo adivinara, Gilda
había escrito a continuación: Antes de juzgarme, prueba.
Aníbal sintió ganas
de vomitar. Soltó el cuaderno que cayó al suelo. Si no fuera una prueba tan
importante lo quemaría ahora mismo sin leer ni una línea más.
Fue a la cocina y
bebió agua del grifo. Le dolía la cabeza. Rebuscó en la sanitaria del baño algo
para el dolor. Encontró paracetamol. Metió el comprimido en la boca y lo
masticó. No era capaz de tragar ninguna pastilla. Era algo que le ocurría desde
pequeño. Regresó a la salita, recogió el cuaderno y continuó leyendo. A pesar
del analgésico, el dolor de cabeza terminó por hacerse insoportable. Vomitó
varias veces, hasta que terminó los macabros relatos con el último asesinato:
el del ejecutivo metrosexual, al que torturó a placer hasta la muerte. Aguantó
seis horas el pobre infeliz.
Al abogado Estrada le
dedicaba solamente dos líneas. “Me duró poco, no resisten nada. Traté de
experimentar algo nuevo pero se ve que se me fue la mano y palmó en un tris.”
Se sorprendió de que
anotara la muerte de la mujer del joyero. Lo hizo deprisa y corriendo, sabiendo
que García le pisaba los talones. Sin muchos detalles. Simplemente había
puesto. “Asfixié a la puta.”
Aparte de los relatos
pormenorizados de los crímenes, cincuenta y seis en total, explicaba cómo al
principio trabajaba solo, luego conoció al que apodaba Johnny Farrell al que
contrató, era un modo de decirlo, cuando llegó a España, para que se deshiciera
de los cuerpos y más tarde como ayudante necesario para poder llevar a cabo
algunos de los raptos de la Torre.
Fue un error, pensó
Manero, Farrell no estuvo a la altura. El hallazgo de la pierna del primer
desaparecido de la Torre, comenzó a tirar del hilo.
También relataba cómo
le gustaba coleccionar objetos pertenecientes a los asesinados, “ya me
extrañaba a mí que no apareciera esto” y como regresó a la Torre a buscar algo
perteneciente al último raptado: el maricón de la veinticinco como ella o el o
lo que fuera lo llamaba con absoluto desprecio. “Ser homosexual es un delito,
ser un asesino en serie, por lo visto no. Puta ideología nazi.” Tenía que ser
algo tomado en su casa o en su lugar de trabajo; no servía lo que llevara
encima. “Cuanto morbo.” Cuenta como se divirtió burlando sin ningún esfuerzo
los controles de la policía, entrando como un visitante más en la torre,
después de que los polis ya hubieran visto las cámaras y ya hubiera
probablemente descubierto que el asesino actuaba disfrazado. Así y todo se
presentó como Lauren Bacall con su mismo vestido gris, ceñido, su collar de
perlas y su mirada felina y retadora y ni se inmutaron. Solo llamó la atención
de un gilipollas ridículo que subió con ella en el ascensor. Un don Juan de
cercanías que empleaba métodos de seducción tan cursis como los zapatos
italianos que llevaba junto con un traje de Emidio Tucci puro Corte Inglés. Por
su culpa tuve que marcar otro piso y perder el tiempo.
Aníbal sentía cada vez más ganas de tenerlo delante y pegarle un tiro. No, sentía ganas de tenerlo delante y torturarlo hasta la muerte y terminar metiéndole el cuaderno por el culo, mas la relación completa de todos los asesinos en serie del mundo desde que se inventó el modo de dejar constancia de los crímenes.
Aníbal sentía cada vez más ganas de tenerlo delante y pegarle un tiro. No, sentía ganas de tenerlo delante y torturarlo hasta la muerte y terminar metiéndole el cuaderno por el culo, mas la relación completa de todos los asesinos en serie del mundo desde que se inventó el modo de dejar constancia de los crímenes.
Dejó el cuaderno
sobre la mesa, se puso de pie y levantando la mano derecha, como haría un
detective de cine a toda pantalla, dijo a voz en grito delante de la ventana:
“Juro que te encontraré hija de puta.” El viento frío de la noche se llevó el
juramento junto con las hojas de los árboles y lo dejó agazapado en cada rincón
de la ciudad.
Después del desahogo
y ya dentro de la habitación añadió con esperanza “volverás a cometer un error.
Ese será tu último error. Ese día
desearás no haber nacido, desearás no haberte cruzado en nuestro camino. Hijo
de puta. Lo juro por mis cojones.”
Se sentó en la cocina
y se quedó pensativo. “No se cómo me ha salido este discurso tan raro, esto
debe ser cine, claro se me ha ido pegando. Hablo como ese que camina raro en la
película que me hizo ver la abuela: el autobús. No, coño: la diligencia. Eso.”
“Bueno, al fin y al
cabo ¿qué es la vida? Pues eso, cine.”
Volvió a visitar a
García. El inspector ya estaba en planta e iba haciéndose a la idea de que no
volvería a caminar. “Seré como Ironside,” le había comentado con su ironía
habitual. Aníbal desconocía el personaje, por supuesto.
Le mostró el cuaderno.
_Aquí está todo. Anotado con sumo cuidado sin
obviar nada. Le van los detalles.
_Te van a matar_ sentenció García con una
sonrisa. No esperaba otra cosa, en el fondo.
_Te juro que lo atraparé.
_ ¿Tienes un plan?
_No, pero estoy seguro de que volverá a meter
la pata y ese día será su ultimo día en libertad.
_Será difícil de atrapar. Luchará con uñas y
dientes. Cuando creas que lo tienes se te habrá escapado. Cuando le vayas a
echar el guante se escabullirá.
_Mejor. Así tendré excusa para pegarle un
tiro. Me alegrará el día.
_¡Coño! Estás
hablando como Harry el sucio. Acabarás aficionándote al cine.
“Lo dudo mucho” se
dijo para sus adentros Aníbal Viriato Manero Jiménez.
Continuará...
El misterio de la Torre Sur, IX
OCHO
El otoño había
llegado destemplado y lluvioso y la abuela no tenía ganas de salir al bingo y
pillar de camino una mojadura y un resfriado; sin nada mejor que hacer y sin
nuevas pelis de Paul Newman “tengo que buscarme otro novio más actual” se dedicó
a visionar los videos que
había enviado García y que nadie había devuelto. Eligió varias
cintas al azar y se entretuvo viendo a
la gente guapa entrar y salir de las carísimas tiendas cargadas de bolsas.
“Para estos no existe la crisis.”
_ ¡Coño! La Rita Hayworth otra vez. Lleva el
vestido tres tallas menos, como la Ana Obregón.
Aníbal estaba
dormitando a la espera de noticias sobre el operativo y se espabiló al oír el
nombre que no terminaba de saber pronunciar. En efecto. Delante de una de
las cámaras del escaparate de la tienda
de ropa de Carolina Herrera, varios metros más allá de la Torre, una morena
espectacular con melena ondulada y curvas acentuadas por un vestido de talla muy
inferior a la suya, se miraba en el cristal y se lanzaba un beso de aprobación.
Aníbal parpadeó y se
quedó mudo. Llevaba incluso el mismo vestido que el día del ascensor. ¿Qué
había ido a hacer aquella mañana a la Torre, cuando la policía ya tenía montado
un operativo y una vigilancia de cojones? O era idiota, cosa que dudaba, o le
iba el riesgo hasta la temeridad. Vanidosa era desde luego y eso había jugado
en su contra. Un coche último modelo de una marca carísima, se detuvo a su
altura. La morena metió la cabeza por la ventanilla del conductor para besarlo
en los labios y a continuación, rodeó el coche con un contoneo afectado y
provocativo, para sentarse al lado del hombre al que volvió a besar, antes de
que el auto arrancara a toda leche.
_Espera_ dijo Isabel_ ¿Puedes parar la
grabación justo donde aparece el rostro del conductor?
Aníbal lo hizo sin
responder. Se había vuelto mudo y obediente.
_Es el. Es el señor Nieto. Don Bosco, mi
desaparecido, el cuarto, el hedonista, el divorciado, el…
_Si mujer. Ya lo hemos comprendido_ se
apresuró a cortar la abuela.
_ ¿De qué día es la grabación?
_Del martes 18_respondió expectante.
Había vuelto a dar en
el clavo.
“Soy una detectiva de
cojones.”
Capitulo
nueve
Cuando estaba terminando
el montaje de la operación “Tesis,” Anselmo le llamó por teléfono:
_ Jefe, acabamos de encontrar al del retrato
robot.
_ ¿Dónde?_ “Por fin una buena noticia,” pensó
García.
_ En la playa del Oriente, muerto de un
disparo. Lleva varios días en el agua. Pero es él. Fijo.
En efecto, era él.
Muerto era idéntico al retrato robot, parecía premonitorio.
“Genial, el único
testigo. Era de prever que ocurriera esto.”
A García le hubiera
gustado dirigirse al cabaret a la hora de la actuación de Gilda, y ponerle las
esposas una vez hubiera terminado de cantar. “Se acabó, nena.” “Yo lo siento
por ti”, le hubiera respondido ella con su voz sensual. “¡Corten!” hubiera
dicho John Huston, pero estaba convencido de que a estas alturas, andaría
tratando de escapar, si no lo había hecho ya. La muerte del cómplice lo
corroboraba. Llevaba tres días en el agua por lo cual Gilda o como coño se
llamara podría estar ya lejos, incluso fuera del país. “Va a ser cierto eso de
que siempre llegamos tarde.”
Un derroche de coches
policiales tomó la calle para nada. Gilda no estaba ni se la esperaba y todo el
personal parecía haber sufrido un repentino ataque de ignorancia. Nadie la
conocía.
_ ¿Pero cómo que no? Pensáis que somos
gilipollas. Sabemos que es un hombre. ¿Nadie sabe ni siquiera cómo se llama?
García le hizo señas
a Harry el sucio para que se acercara.
_Bueno, verá jefe, la conocemos como cantante,
pero nadie sabe donde vive ni quien es en realidad. Lleva aquí solo unos meses.
Es un hombre, si. Se hace llamar Gil. Es lo único que sabemos.
_ ¿Sois vosotros todos los empleados?
_ Falta uno. El nuevo. Se hace llamar Rocco.
_ ¿Se hace?
_ Si. Aquí a los más principales nadie les
conoce bien. Nosotros solo sabemos eso. Hace unos días que se fue. Vino a
recogerlo un coche. Debía ser de parte del jefe.
_ ¿Quién es el jefe?
_ No lo sabemos_ respondió el de siempre_
Rocco hacía de camarero y era el enlace con el jefe.
_ ¿Quién os contrató?
_ Un tipo raro y bajito amigo de Gilda. El nos
paga también. No sabemos nada más. Se lo juro jefe_ remató el hombre mirando de
soslayo al sucio.
_ ¿Cómo se llama ese elemento?
_ Gilda lo llamaba Johnny y nosotros jefe,
jefe.
_ No soy tu jefe, di señor inspector cuando te
refieras a mi_ le espetó García con cara de muy mala leche mientras respondía
al móvil.
Era Anselmo con una
voz extraña. “Ay, la hostia”, pensó García.
_Tengo dos noticias. Una buena y la otra muy
mala. ¿Cómo empiezo?
García juró mentalmente
mirando al cielo, que le pegaba un tiro en cuanto tuviera ocasión.
_ No me jodas Anselmo. No me jodas.
Hubo un silencio al
otro lado.
_ ¡¡¡Anselmo!!!. Habla hijo de puta.
_ Es Gilda. La han detenido en el control de
la salida norte.
_ ¿Y?
_ Y se han liado a
tiros. Ha matado a uno de los nuestros, herido al otro y se ha escapado. Según
testigos se fue hacia el puerto. Va herida. No, va herido. Es un hombre jefe.
García salió a
escape. Por el camino ordenó a todos los coches dirigirse al puerto y formar
una barrera de modo que “ese cabrón no
se acerque al muelle ni de coña.”
García enfiló la
avenida principal de acceso al malecón a todo lo que daba el motor del Citroën
BX. De pronto un coche se le vino de frente a toda velocidad seguido por los
coches patrulla, que nada más se adivinaban por el ruido de las sirenas. Gilda
giró bruscamente a su derecha y enfiló por una calle transversal en dirección
prohibida, García se fue detrás. Pocos coches venían de frente, por suerte para
ellos y los peatones, muy prudentes, ni osaron cruzar la calle ni siquiera
poner un pie fuera de la acera. Los motores rugían igual que los de una carrera
de fórmula uno. Gilda cambió de dirección varias veces, yendo y volviendo,
buscando salir del entramado de calles, en dirección al extremo norte del
puerto, siempre buscando esa dirección, posiblemente a la vieja fábrica de
hielo, pensó García. ¿Qué habría allí?
En efecto, no se
había equivocado, Gilda hizo lo imposible por despistar a los polis, cosa que
había conseguido tras casi media hora de idas y venidas, en las cuales los
coches policiales protagonizaron varios incidentes destrozando mobiliario urbano
y chocando entre sí dos de ellos, que quedaron parados taponando la calle. El
consiguió seguirla aunque a bastante distancia. Mejor diríamos que se encaminó
hacia la fábrica de hielo por el camino más corto que halló, seguro de que ella
o él se dirigía allí, por un motivo que García, a estas alturas, sabía de sobra
cual era.
Cuando llegó al viejo
edificio, el coche de Gilda no se veía, posiblemente lo hubiera aparcado
detrás. García se detuvo y llamó a su gente.
Aníbal y media
ciudad, tenían una aplicación que permitía escuchar la radio de la policía a
través del móvil. Esta emisora se había convertido en líder de audiencia y en
una competencia desleal para las radios comerciales, tanto que el ministerio
del interior se planteaba, y no era broma, insertar publicidad en las
retrasmisiones de operativos. “Con el tiempo los anunciantes financiaran
delitos para hacerse publicidad” opinaba García al que no le faltaba razón. Así
que cuando el inspector dio la posición de la fábrica de hielo, Aníbal se fue
directo a por el coche.
Cuando llegó, el
Citroën de García estaba en la explanada, pero del poli no había señales y el
resto de coches aun no habían llegado, perdidos como estaban en una maraña de
calles de dirección única, enzarzados algunos en discusiones con otros
conductores. Se sentía a lo lejos el ruido inconfundible de un helicóptero que
supuso vendría a colaborar.
Aníbal empuñó la
pistola y se dirigió en zigzag hacia la puerta. Cuando se disponía a entrar
sonó un disparo. Se puso a cubierto tras un contenedor, pero el tiro no era
para él. Mientras avanzaba en dirección al sonido, escuchó el ruido de una puerta
y al poco el motor lejano de lo que supuso un coche. Seguro que Gilda trataba
de escapar. El helicóptero estaba justo encima.
Cuando llegó a una
especie de sala vio a García tendido en el suelo. Gilda le había disparado por
la espalda, casi a bocajarro. La cosa no pintaba bien. García había perdido el
conocimiento y sangraba abundantemente.
_ ¡Quieto, suelta el arma!
_ Soy Aníbal Manero, gilipollas. El asesino
acaba de salir por la puerta de atrás ¿Vas tu o voy yo?
_ Voy yo ¿Es grave lo de García?
_ Si.
Aníbal pidió una
ambulancia y permaneció al lado de García hasta que llegaron. Mientras se
llevaban al inspector y antes de que apareciera la científica, echó un vistazo.
El resto de polis se habían ido detrás de Gilda. La persecución estaba siendo
caótica.
El viejo edificio
había estado a punto de ser demolido, pero al final una empresa extranjera lo
había comprado barato con la intención de remodelarlo y convertirlo en
restaurante de lujo, con su propio embarcadero, pero llegó la crisis y las
obras no terminaron. Saliendo de la especie de sala donde estaban, posiblemente
el futuro comedor, se llegaba por un pasillo ancho y corto a la cocina. Había un cuartito anexo y en él
unas escaleras que bajaban a un sótano donde se hacía evidente que pensaban instalar la bodega.
Aníbal lo recorrió con calma. En alguna parte tenía que estar la sala de
torturas de Gilda y ese era un buen sitio. De pronto su pie tropezó con algo
casi imperceptible. Se agachó, “nunca llevo la linterna, maldita sea”, y se
alumbró con la luz del móvil. Pudo ver una ranura en lo que parecía una
trampilla. Bendijo su costumbre de llevar zapatos italianos de fina suela; con
deportivas ni lo hubiera notado.
Le costó Dios y ayuda
levantar la chapa de acero que tapaba el zulo. Pesaba lo suyo. El tal Gil era
un forzudo. “Otra vez la linterna me cago en la puta.” Con la lucecita del
teléfono distinguió una sólida escalera metálica apoyada en la pared. Bajó con
cuidado y llegó a una especie de vestíbulo amplio. Al fondo se adivinaba una
puerta y a su lado había una camilla Palpó la pared buscando un interruptor.
“Bingo”, hubiera dicho la abuela, cuando
lo encontró. En efecto había una puerta; una puerta de acero blindada. Abrirla
le iba a resultar imposible como no encontrara la llave, cosa a todas luces
improbable. Se acercó y empujó. Con gran asombro por su parte, la puerta se
abrió. Gilda no había tenido tiempo de cerrar. Pensándolo bien, total ¿para qué?
Una vez en la fábrica era cuestión de tiempo que hallaran el zulo. Entonces
para que fue. Podía haber tratado de escapar por otro lado sin necesidad de
guiar hasta allí a la policía. Tal vez quería que hallaran el sitio y
comprobaran lo que hacía y sobre todo, lo bien que lo hacía. Era una
histriónica, necesitaba público.
Entró. No se había
equivocado, allí estaba la sala de tortura y grabación. La habitación era
amplia. Tenía todo lo necesario para una buena sesión de martirio. Cadenas,
argollas, látigos, cuchillos, sierras, bates metálicos…y curioso, muy curioso,
una sala de maquillaje y una colección de pelucas. Al fondo había un armario
empotrado de pared a pared. Aníbal lo abrió con reservas. No le gustaba nada lo
que estaba encontrando. La sorpresa fue en aumento: estaba lleno de ropa, pero
no común y corriente; era ropa como de actuar. Recordó lo que le habían dicho
la abuela e Isabel de los disfraces de actores y lo comprendió. Gilda
disfrazaba a sus víctimas probablemente de actores y luego los torturaba hasta
la muerte. Una perversión más de sus clientes. Había otra puerta que, posiblemente,
daba a otro cuarto. Dudó un segundo y al final, entró. Era la sala de torturas
propiamente. Allí estaba dentro de una jaula tirado en el suelo el abogado y
sentada en la silla frente a la cámara la novia disfrazada de hombre. Muertos
los dos. La muerte de ella, por asfixia, era reciente. Aun estaba caliente.
Lamentó no ser
aficionado al cine.
Las paredes estaban
empapeladas con posters de actores, “supongo”. Reconoció a Marilyn
“inconfundible” a la famosa Rita “no se que,” al Wayne ese que camina raro y a
un tío con tupé en actitud de bailarín, con traje blanco y camisa negra que supuso
sería el que sirvió de modelo para el disfraz del sanitario del parquin. “Mi
pariente.”
Arriba se oía
movimiento. “Ya llegaron los listos.”
Sobre la silla del
director había un cuaderno. Aníbal se lo metió en el bolso justo en el momento
que entraba la científica.
_ No habrás tocado nada.
_ No habrás tocado nada.
_ Soy un santo.
_ Como hayas echado
algo a perder, te las verás conmigo, Manero.
_ Que miedo me das_
le respondió Aníbal acercándole la cara.
_ ¿Cómo bajaba los
cuerpos?_ preguntó otro.
_ Al hombro. Es un
forzudo. Claro, tú no has tenido que levantar la tapa del zulo_ dijo Manero
mientras subía la escalera.
Cuando estaba a la
mitad, observó otra puerta muy al fondo, retrocedió y se dirigió hacia allí. Se
encontraba solo de nuevo. Cuando abrió, una ráfaga de aire le hizo pararse y
volver el rostro. Estaba a la orilla del mar. El lugar era un embarcadero
debajo del edificio, al otro lado del puerto. Desde allí se salía casi de
inmediato a mar abierto. Por eso Gilda llegó hasta allí. Para escapar. El ruido
que escuchó no era precisamente del motor de un coche. Posiblemente introducía
por aquí a los secuestrados. Tendría el barco esperando en un sitio discreto,
los encerraba y los iba trayendo, tal vez de dos en dos. El acceso a la sala de
torturas era más fácil que por el sótano.
Antes de huir tuvo
tiempo de matar a la mujer del joyero y luego, disparó a García. No hubiera
hecho falta, no necesitaba subir para nada, pero sabía que el policía lo había
seguido y se divirtió pegándole un tiro. “Psicópata de mierda, te echaré el
guante, lo juro.”
_ ¿De dónde vienes por ahí?
_ Mira y lo sabrás, listo. Con cuidado, no sea
que te ahogues.
Cuando salió del
edificio permaneció unos minutos apoyado en el coche respirando aire puro. La
tarde se había puesto gris de nuevo tras una ligera tregua, y el viento soplaba de nordeste. Mal augurio.
El mar ya se había encrespado y parecía hervir. Las olas borboteaban nerviosas.
La espuma salpicaba el malecón.
_ ¿Donde carajo te
habrás ido, hijo de puta?_ se preguntó mirando el horizonte_ Juro que te
encontraré aunque sea lo último que haga. Te traeré ante García como que me
llamo Aníbal Viriato Manero Jiménez. ¿Qué pasa? Yo no me puse el nombre_ le
dijo al coche mientras abría la puerta. “Yo no he dicho ni mu” hubiera
respondido el coche si supiera hablar.
Aníbal arrancó y se
dirigió al hospital. Le contaría a Casimiro lo sucedido, pero sobre todo iría a
ver a García. La herida no presagiaba un futuro agradable para el inspector.
El misterio de la Torre Sur, VIII
SIETE
Esa tarde, cuando llegaron
las grabaciones que le envió García, la abuela tenía el deuvedé ocupado. Llovía
y no tenía ganas de salir al Bingo, así que decidió ver una película de Paul
Newman, “el hombre de mi vida, es que se me adelantó la Joanne”.
_Abuela, necesito visionar estas cintas, es
urgente.
_Trae, yo las miro.
_Me sentaré con usted y las visionaré yo
también.
_Oye, esto se debe estar poniendo feo, cuando
tú te tomas tanto interés…
Aníbal asintió en
silencio y se sentó al lado de la abuela, seleccionó la grabación del día
anterior y se dispuso a ver qué pasaba. Cruzó los dedos rogando que “apareciera
algo de una puta vez y no me tengan aquí toda la tarde viendo cintas como un
gilipollas”. La mujer del joyero se había ido “¿Y qué? Para qué se casan con
ese tipo de mujeres, de las que se arriman al mejor postor. Busca algo más de
fiar o quédate soltero, como yo”.
La vio llegar al
trabajo por la mañana abriéndose paso entre los reporteros que aun merodeaban
por allí, “además está escuchimizada, no tiene ni culo; no se cómo liga tanto.
Bueno algo hará bien, seguro”, salir al mediodía a comer algo al restaurante de
la Torre sur, regresar, asomarse a la puerta para despedir a la que suponía
sería una buena clienta, cerrar, salir y esperar por alguien en la calle.
“Vamos a ver bonita, quién es el maromo”. Encendió un cigarrillo; aunque lo
había dejado, la puta Torre le había obligado a retomar el vicio. Lo bueno era
que había conocido a Isabel. Era lo único positivo hasta ahora. A Isabel y a su
abuela que se habían convertido no sabía cómo en su familia. La abuela le dio
un codazo y reclamó un cigarro.
_Isabel no quiere que fume.
_Me la suda. No va a mandar en mí. Además
ahora desde que folla, está más simpática.
Aníbal sonrió por vez
primera en todo el día mientras en la pantalla, la joyera saludaba con la mano
a alguien que iba al volante de un coche que aparcó en doble fila unos metros
por delante. Parecía una mujer…”no me digas que se volvió lesbiana”. En la
grabación solamente se veía la parte de atrás del coche. “Va a ser la cámara de
la zapatería”.
_Abuela vamos a por otra. La de la tienda de
los manolos como dice usted.
Visionaron a cámara
rápida el resto del día hasta la hora del cierre. Entonces apareció el coche,
un Volkswagen Cabrio verde con capota negra del que descendió una tía alta,
pelirroja, con gafas de sol que se quitó, para verse bien, en el espejo que la
tienda de los manolos tenía en la esquina, justo debajo de la cámara, para que
las clientas se vieran al salir de cuerpo entero, tan altas sobre los tacones
de aguja, lanzando un beso de aprobación a la imagen que éste le devolvió.
_¡Coño, la Rita Hayward!_ exclamó la
abuela_ Andan por aquí de nuevo, como en
los viejos tiempos.
Aníbal se disparó
hacia arriba como si hubiera saltado el muelle del asiento y llamó a García.
_Es ella.
_ ¿Quién es ella?
_La tía que se llevó a la mujer del joyero. Es
la morena del ascensor. Aquí va de pelirroja y según la abuela de Isabel tiene
un look Rita no se que en Gilda, una
película. Acabo de verla con claridad. La vanidad le acaba de jugar una mala
pasada.
Hubo una pausa al
otro lado de la línea.
_Ahora mismo voy para allá.
García se quedó
mirando la grabación en silencio. Luego se volvió hacia Aníbal y le espetó:
_ Se donde trabaja. Voy a organizar la
operación. No se te ocurra intervenir.
Te mantendré informado, te doy mi palabra. Pero, como me arruines el
operativo te dejo sin licencia o mejor, te pego un tiro en los huevos, sin
contemplaciones. Te lo advierto.
Capítulo
ocho
Bosco Nieto había
tenido un mal día, uno más desde hacía demasiado tiempo. Paró el coche y trató
de reflexionar. Había sido un hombre de éxito ¿En qué momento todo lo
conseguido se había venido abajo? Tal vez cuando se auto convenció de que podía
lograr todo lo que se propusiera. Desde niño se había empeñado en destacar en la vida. Procedía de
una familia de clase media baja, en la que era el mayor de siete hermanos.
Siempre le había parecido excesivo el entusiasmo de sus padres por aumentar la
demografía, máxime cuando ello significaba descender unos grados en la escala
social y en el bienestar familiar aunque los dos progenitores se mataran a
trabajar. Su padre en una farmacia donde era dependiente y su madre, además de
las tareas de la casa, subiendo dobladillos hasta la saciedad para una tienda
de ropa.
Si sólo hubieran sido
dos hermanos (los dos mayores, él y su hermana), otro gallo les hubiera cantado
y no hubiera necesitado endurecerse los codos estudiando para conseguir una
beca y poder acceder a la Universidad
sin que los cinco pequeños dejaran de comer como es debido. Sin ser demasiado
inteligente, tuvo que destacar en el Instituto y en la Facultad a fuerza de
disciplina. Cuando terminó la carrera comenzó a trabajar casi inmediatamente en
su empresa actual, primero en la sección de comercio exterior, en un puesto sin
importancia, para luego ir ascendiendo despacio pero sin pausa, hasta el lugar
que ocupaba ahora: Jefe de proyectos internacionales de la Compañía. Por el
camino tuvo tiempo para formar una familia: mujer y dos hijos – el número que
consideraba suficiente- y tuvo tiempo también para que se fuera al garete.
¿Cuándo se estropeó
todo? volvió a pensar, dentro del coche aparcado sobre la acera, aunque de
sobra conocía la respuesta: cuando comenzó a creerse dios. No era problema de
conocer el por qué si no de tratar de volver a la realidad, a recuperar la
cordura. Sabía que, como todo en su vida, era cuestión de disciplina, pero
¿sabes qué? se dijo a sí mismo, que estoy harto de tanto método, harto de
programar mi vida, harto de no tener vida para poder tenerla. HARTO. Lo malo es
que para financiar el hedonismo que le había poseído se había metido en
negocios ruinosos y para poder pagar las deudas había contraído otras de juego
y para poder pagar estas había recurrido a prestamistas… y la cadena lo estaba
ahogando.
Le habían dicho que
los abogados del edificio rojo frente a la Torre Sur organizaban timbas y que
últimamente había un inglés que perdía el dinero con mucha alegría. Se jugaba
muy fuerte y hasta el momento no había podido conseguir que lo admitieran, “no
eres solvente tío” le había dicho el abogado Estrada. El joven abogado Estrada
que había sacado la carrera gracias a los contactos de papá y que sabía de
derecho lo que él de física cuántica.
_No
eres solvente tío, no eres solvente tío_ le entraron ganas de darle una hostia
y saltarle los piños si no fuera que eso le cerraría la puerta definitivamente.
Mientras rebobinaba su vida y sus problemas, alcanzó a observar de reojo, por
el retrovisor, como se acercaba una patrulla así que arrancó, se bajó de la
acera y salió a toda mecha. Sólo le faltaba un encontronazo con la policía para
completar la noche. Tras vagar sin rumbo por varias calles, casi ya en las
afueras, se tropezó con las luces de un cabaret que anunciaba a su estrella
a fachada completa “GILDA”.
_No está mal la tía. Tomaré la última. O la
penúltima, ya veremos.
Tal vez porque él
estaba muy borracho o quizá porque ella tenía un físico espectacular y
mientras cantaba, su cuerpo embutido en
un vestido ajustado de escamas de lamé dorado, se mecía al compás de la melodía
con un balanceo extrañamente sensual, la tal Gilda le hechizó por completo.
Bosco se imaginó a una cobra erguida dentro del cesto, hipnotizada por el
sonido del pungi de su encantador y
decidió asumir el papel de éste utilizando como instrumento un billete de 500.
No recordaba a ciencia cierta cómo, pero lo
cierto es que estaban en su casa y en la cama, el problema –siempre hay un
problema_ era que a su cosita no le daba la gana de espabilar. Su cosita, no se
llevaba bien con el estrés y sobre todo
con el whisky. A Gilda le pareció premonitorio.
_De
acuerdo amor, tranquilo que yo lo haré todo. Calma, calma, relájate, tú déjame
a mí. Yo haré el trabajo.
Y lo hizo y de qué
manera. A pesar del alcohol recordaría el polvo toda su vida. Además sin
esfuerzo alguno, tendido boca arriba y dejándose hacer. Y como lo hizo la tía.
“Genial, divino”
_Pídeme
lo que quieras Gilda. Lo que sea.
_Bueno
amor, tranquilo, relájate, duerme si quieres, mañana hablamos.
_ ¿Te
quedarás?
Mientras Bosco
roncaba plácidamente, Gilda recordó lo que le había contado durante el viaje.
Que era un alto ejecutivo en la Torre Sur y lo más interesante, como se mataba
a trabajar y como salía siempre tarde de su oficina, cuando ya no había nadie
prácticamente en el edificio. Bueno, algún rezagado también, pocos. El se
retrasaba porque era el trabajador perfecto, los otros tal vez tuvieran alguna
razón oculta.
_ ¿Hay
muchos ejecutivos trabajando hasta muy tarde?
_No,
que va. Yo suelo coincidir, a veces, con uno o dos. Cruzamos el vestíbulo a la
vez o nos tropezamos en el parquin. Son
gente rara.
“Interesante”, pensó
Gilda primero en el coche y más tarde en la cama. Por la mañana ya tenía listo
el café cuando él se despertó. Era sábado no tenía que ir a la Torre, así que
disponían de toda la mañana. Ella ya había urdido un plan. Era rápida pensando.
_Oye,
amor se me está ocurriendo algo. Si te ha gustado lo de anoche…
Bosco asintió con un
trozo de tostada en la boca.
_Podríamos
jugar a algo que se me acaba de ocurrir. ¿Hay cámaras en los ascensores?
_No_
negó un Bosco medio turbado- la posibilidad de jugar con ella le hacía
cosquillas en la entrepierna.
_Se me
ocurre que si me facilitas los horarios de los rezagados para yo evitarlos y
trazar un plan, podría sorprenderte cuando menos te lo esperas dentro del
ascensor y…
_ ¿Y?
_ ¿Y tú
qué crees? Repreguntó Gilda acercándose y acariciándole la cosita que ya se
había despertado por completo.
Continuara...
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