El misterio de la Torre Sur, IV



TRES

Andrés Guerrero, llegó el lunes temprano como siempre. En el parquin ya había un dispositivo policial discreto pero visible. Cuando se dirigía al ascensor, un sanitario de lo más sonriente, empujando un contenedor, se emparejó con él.
  _Disculpe señor, es que el montacargas no funciona, creo que la policía lo ha clausurado. Voy a la clínica ¿no le importa que suba con usted?
  _Por supuesto que no. Entre.
  _Usted primero, señor, por favor.
  _Un momento, un momento, espere. ¿Qué lleva en el contenedor?
No contaba con que el policía lo hubiera visto. La furgoneta estaba aparcada de modo estratégico para evitarlo.
  _Llevo ropa limpia para la clínica.
  _Ábralo.
El policía metió la mano entre la ropa y comprobó que todo estaba en orden. Le hizo un gesto con la mano de que continuara. Guerrero, amable como era, le había esperado con la puerta abierta.
El ascensor se detuvo en el sótano cuatro. Guerrero se sorprendió al notar un pinchazo en el brazo. La visión se le nubló enseguida y perdió la conciencia, antes de que su acompañante lo introdujera de cabeza dentro del contenedor sin miramientos.
Cuando despertó estaba sentado en una silla, atado de pies y manos. Miró alrededor aun con dificultad. Le dolía la cabeza. Levantó la vista en dirección al foco que, en su vertical, iluminaba la escena. El resto de la habitación estaba en semi penumbra
Se extrañó al ver una cámara enfrente. A su izquierda, en una mesa distinguió varios objetos. Cuerdas de cuero, un martillo, lo que parecía un bate metálico, un cuchillo de grandes dimensiones…Mas a la izquierda había otra mesa más pequeña con un montón de… ¿cosméticos? ¿Eran cosméticos? También había pelucas, de varios colores. No pudo ver nada más. Una niebla cada vez más espesa, lo iba cubriendo todo. Algo le oprimía el pecho. Sintió que se ahogaba. En el brazo izquierdo el dolor era insoportable.



Capitulo cuatro


El inspector García fingía odiarlo, pero en el fondo Aníbal le gustaba, le caía bien. Había sido poli, le habían hecho una buena putada y había dejado el cuerpo, aunque no el oficio. Se había conducido con coherencia y eso le agradaba. Se sentía solidario. “Somos la misma raza de perro, sólo que con distinto collar.” Así que cuando se encontraron en el vestíbulo de la Torre Sur, puso cara de malas pulgas aunque se alegrara para sus adentros.
 _Hola García, cuánto tiempo.
 _Demasiado poco.
 _Ya tienes idea de lo que pasó o sigues perdido.
 _El que anda perdido eres tú.
Aníbal se hizo el sordo.
 _Con todo el tiempo que pasó y no hay ni un avance. ¿No habéis visto nada en las cámaras  de seguridad?
 _Si hemos visto cosas, pero nada definitivo.
 _O sea, que estáis perdidos.
 _Vete a lo tuyo y deja de tocarme los huevos.
 _Podíamos intercambiar información_ sugirió Aníbal ya en el ascensor.
 _Di más bien que yo podía pasarte información.
 _Podíamos comentar los avances_ Aníbal volvió a hacerse el sordo.
 _ ¿Que avances? Seguro que no tienes nada, que más quisieras que yo te diera pistas, listillo.
 _Vete a tomar por culo_ indicó Aníbal mientras salía.
 _Vete tú ¿No te jode el tío?




Cuando Aníbal escuchó el informe de Casimiro tuvo el pálpito de no haberse equivocado. Eran la banda perfecta para un atraco. Seguro que estaban en algún sitio perdido preparando el asalto a un furgón blindado, por ejemplo.
El primer desaparecido era un hombre metódico con una vida fácil de rastrear. El segundo viudo, hija en América, previsible también. El tercero, divorciado, sin hijos, sin amantes conocidas, empleaba el tiempo libre haciendo horticultura en una finca que tenía en un pueblo cercano a la ciudad. “Acercarme a husmear”. El cuarto era el más conflictivo: problemas con  su ex a causa de la pensión, deudas, hedonismo. “Este puede haber sido el instigador, el ideólogo” y el último era: ¡un experto en armas; organizador de partidas de Target Practice con blancos móviles!, aficionado a los juegos de roll. Una mente violenta y metódica. Junto con el anterior, el instigador. Pero ¿para que los otros? Cuantos menos mejor”.
 _Algunos de los desaparecidos solían bajar solos prácticamente cada día en el ascensor puesto que, por diferentes razones, se retrasaban en la salida. El primero parece ser que odiaba a su jefe inmediato, un tipo de izquierdas, que había conseguido el puesto con el único merito de haber sido secretario de estado en el ministerio de agricultura y pesca, cuando aún se llamaba así, y trataba  de no coincidir con él.
 _Muy oportuno para una empresa eléctrica_ observó Manero _Puta política.
 _El segundo, un día  a la semana, el viernes precisamente, cuidaba las plantas del despacho y se iba cuando ya no quedaba nadie dentro.
El tercero, también una vez por semana, esperaba que se fueran todos y pasaba un buen rato chateando con su nieta americana. El cuarto solía retrasarse a menudo hablando por teléfono se cree que con prestamistas y el cuarto tenía relaciones homosexuales con uno de los vigilantes. Un día a la semana esperaban a que todos se fueran para dar rienda suelta a su frenesí en los lavabos
 _ ¿En los lavabos?
 _Si, donde no hay cámaras.
 _No me digas que era el martes.
 _No. Era el lunes, para comenzar bien la semana.
 _Además, averigüé que algún ascensor estuvo parado unos minutos entre dos pisos los dos primeros días en los que desapareció alguien. Y el lunes uno de los del garaje. Solamente esos días. Nunca en otras fechas. No tendrá sentido, pero es lo único que encontré.
 _ ¿Todos los ascensores tienen cámaras?
 _Todos no. Solamente las lanzaderas. Son siete y van desde la planta baja hasta la cuarenta y nueve. El resto son ascensores convencionales. Esos no tienen cámaras. Hubo sus más y sus menos con la instalación o no. Pero al fin se decidió que no. Para qué. Si en cada planta hay seguridad y cámaras hasta en la sopa.

Por la tarde, le hubiera gustado llamar a Isabel y continuar con el interrogatorio, pero prefirió acercarse a la finca del segundo desaparecido por si servía de guarida para la preparación de lo que fuera que estuvieran tramando, aunque suponía que era el primer sitio donde buscó la policía una vez que los tuvo a todos identificados.
Desde afuera no se apreciaba nada extraño, dentro había un perro al que alguien ponía comida y agua. Así mismo alguien regaba las hortalizas y las plantas. La casa estaba cerrada a cal y canto. En el buzón del portón de entrada se acumulaban los sobres de la propaganda electoral. “Coño, las elecciones, ni me acordaba”.
  _ ¿Vas a votar Casimiro?
  _Yo no ¿Para qué?
  _ ¿Para qué va a ser? Para elegir diputados.
  _Son municipales, señor Manero.
  _Vete a hablar con los vecinos, a ver si alguno da de comer al chucho y riega las plantas. Venga, ya estás tardando.
Manero que solamente había votado una vez en su vida a Felipe González - le había encandilado el carisma de aquel andaluz que decía ciudadanas y ciudadanos, pero al final terminó por decepcionarlo y nunca más repitió la experiencia- rodeó la casa, echando un vistazo. Halló una puerta trasera, Quitó el precinto de la policía, la abrió y entró. Olía a cerrado, pero todo estaba limpio y en orden. No había nada fuera de su sitio. Recorrió la casa que no era muy grande. No tenía sótano ni buhardilla. Miró los suelos y las paredes en busca de alguna trampilla o puerta disimulada. No halló nada anormal. Allí no había nadie.
En el jardín se reencontró con Desgracia.
 _Un vecino se encarga de de dar de comer al perro y de regar las plantas. Dice que lo lleva haciendo años durante la semana. El dueño solamente viene los findes y las vacaciones.
 _Vámonos.
Tras dejar a Casimiro en casa, llamó a Isabel. Por lo menos pasaría un buen rato. Mañana sería otro día.

Ella se puso nerviosa: “es que he perdido la práctica”. “Eso es lo mismo que nadar o montar en bicicleta” le respondió la abuela “en cuanto te pones te acuerdas.” Confiando en que la abuela tuviera razón se puso el conjunto interior nuevo y bajó a la calle donde ya la esperaba Manero.
 _ ¿A dónde vamos? preguntó al ver como Aníbal se ponía en marcha sin mediar palabra después de echarle un vistazo de aprobación.
 _A mi casa_ respondió el detective con prisas.



En la cama, después de dos polvos bastante buenos, sobre todo el segundo, se pusieron a hablar del caso. A Isabel le interesaba lo que pudieran haber encontrado.
  _Nada de particular. Sabemos que todos los desaparecidos menos uno se retrasaban en la salida. Dos a diario y los otros dos solamente a veces. Uno el viernes y el otro, que es el último desaparecido, cada lunes, aunque desapareció el martes. Supongo que si alguien los secuestró estaba al tanto de sus costumbres, así que puede ser alguien de dentro.
  _ ¿Alguien que los conozca a todos?, preguntó Isabel.
  _Eso es bastante improbable. En el edificio hay tres mil personas. Alguien que por algún motivo sepa quiénes se retrasan al salir que fue cuando se esfumaron la mayoría
  _Alguien de seguridad.
  _Si, puede ser. Estamos investigando a todos. Alguno pudo dar el soplo. Estamos sobre uno que se acaba de comprar una moto carísima.
También pudiera ser alguien de mantenimiento o alguien que  los haya observado de algún modo, yo que se. ¿Tú no has visto nada que te llamara la atención? Y cuando digo nada quiero decir nadie.
  _No.
Ya en el coche, mientras Aníbal la llevaba de vuelta a casa recordó algo:
­­ _ La mañana del día que desaparecieron los últimos, subí en el montacargas con uno de mantenimiento que no había visto nunca, aunque tampoco tiene nada de particular. Pero es que recuerdo la mirada. Era alto, muy guapo  y tenía unos ojos verdes sorprendentes.
  _ ¿Que tenían de extraño?_ Preguntó Aníbal recordando a su misteriosa mujer.
  _ Eran muy fríos. Te penetraban y te dejaban helada. Me dio miedo y todo. Pensé que en cualquier momento iba a sacar un cuchillo y degollarme.
  _ ¡Hala, exagerada! ¿Viste a qué planta iba?
  _Iba precisamente a la planta 25.



 Continuará...


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