Los crímenes de las cuatro estaciones

Un sospechoso




A la mañana siguiente, Virtudes sirvió el desayuno. Chocolate con leche, panecillos caseros de harina de trigo, azúcar y aceite de oliva, queso de cabra y fruta en abundancia. Siempre el desayuno de palacio  era generoso en fruta fresca de temporada, fuera la que fuera, porque el marqués padecía estreñimiento crónico. Jacinto había madrugado y se encontraba ya en el huerto ayudando a Carlota, la sobrina. Josefo tuvo que dejar la reprimenda para más tarde.
   Don Nuño estaba deseando comenzar las pesquisas. Ya tenía una teoría y se moría de ganas de compartirla con alguien que no fuera don Gonzalo.
   __Como os decía ayer, los crímenes son obra de un solo hombre.
   __¿Como podéis afirmar eso?
  __Veréis, voy a referiros un suceso del que fui testigo en Italia. Cuando estaba en Sicilia, varios asesinatos de frailes tenían asombrada y aterrada a  la isla y no digamos a los frailes. Iban cayendo como moscas y había opiniones para todos los gustos. La más peregrina manifestaba que eran obra del demonio, que había vuelto a la tierra para terminar con los siervos de Dios y había comenzado por el sur de Italia, tierra ardiente y pecaminosa en la cual el diablo tenía predicamento, al parecer. Ya lo decía San Pablo: todos los que viven en islas son malos, pero los sicilianos son los peores. Sentencia que no comparto en absoluto. Bien, pues como además, pasaba el tiempo y no se hallaba a los culpables esta tesis tomó fuerza. Según los sicilianos, el diablo ascendía a la superficie, mataba y regresaba al infierno. Cuando lo tenía a bien repetía y vuelta a empezar. Era imposible darle caza, porque aparte de listo, tiene poderes que los humanos ni imaginamos.  Las autoridades no sabían qué camino seguir. La teoría del diablo les pareció descabellada en principio, aunque tras varios años de asesinatos constantes, pensaron que tal vez el maligno se sirviera de algún brazo ejecutor al que habría comprado o poseído y al que ayudara a escabullirse y a pasar inadvertido porque de otro modo no se entiende como no habían dado con el criminal en todos estos años, cuando, además, asesinaba en pleno día y dentro de las iglesias. No le dije como los mataba ¿Verdad?.
   __No.
  __Morían casi siempre de un certero golpe en la cabeza, pero luego el cadáver aparecía con la cruz de la victima clavada en el corazón. Eso alimentó la teoría de que era cosa del demonio. Hubo algún crimen, creo que dos o tres, en los que, siendo el muerto igualmente dominico,  no apareció la cruz no se sabe si porque el criminal no tuvo tiempo de incrustarla en su sitio habitual o porque fueron crímenes puntuales y no obra del asesino múltiple.
   Pasaron años, durante los cuales los frailes de la comarca vivieron su calvario particular hasta que un día apareció una buena pista de modo casual como suele suceder las más de las veces. Una tarde alguien vio salir a un monje muy apresurado de la iglesia de un convento, poco antes de que unas devotas encontraran muerto a otro con la misma escenografía de siempre. Fue fácil de identificar porque tenía una ostensible y personal cojera. Se registraron uno por uno todos los cenobios de la isla sin hallar rastro ni memoria del fraile cojo. Entonces el investigador, un hombre inteligente al que yo conocí en unos baños romanos que ambos frecuentábamos y donde solíamos conversar, afirmó sin lugar a  dudas que el asesino iba disfrazado de fraile para matar y lo que durante algún tiempo fue mera teoría de odio a los monjes por algún oscuro motivo, cobró entonces certeza. Repasó episodios de actuaciones dudosas de la inquisición- recordad que los frailes eran dominicos-encontrando algunas pistas. No se equivocaba y tras algunos descartes apareció el cabo correcto que habría de conducirle al centro de la madeja y aunque le llevó su tiempo en el que volvió a actuar de nuevo el asesino, al final dio su fruto y le permitió llegar al verdadero culpable.
   Cuando le prendió la justicia, tras varias sesiones de interrogatorio, usted ya me entiende, se derrumbó y confesó: los mataba porque de niño había visto como dos dominicos torturaban a su padre hasta la muerte. Por lo visto alguien le denunció como homosexual. Una mujer despechada, creo. Entonces, la inquisición le aplicó la sierra sin miramientos.
   __¿La sierra?
   __Pero, ¿de dónde salís vos?¡ Que escritor tan poco informado! La sierra es una forma de tortura y ejecución a la vez, para este tipo de acusados. ¿Queréis que os la describa?
   __Por supuesto.
  __Pues veréis: cuelgan a la victima boca abajo y la cortan por la mitad, partiendo de la ingle, con una sierra muy afilada. El pobre hombre padece todo el proceso hasta que la sierra va más o menos por el ombligo ¿comprendéis ? En ese momento el reo muere. Cuando le parten el hígado en dos mitades.
   __¡Por Dios!
   __Si, es terrible. Como le decía, al hijo le descubrieron mirando y trataron de impedir que escapara. Cuando estaba a punto de huir por un ventanuco, le dieron alcance, y mientras uno le sujetó por los tobillos, el otro intentó seccionarle las piernas con la misma sierra con la que acababan de matar al padre. Entre que la postura era difícil, la sierra estaba demasiado ensangrentada para cumplir bien sus funciones y que el chico era ágil y fuerte y logró escabullirse a patada limpia, no pudieron cumplir su propósito. El muchacho pudo escapar a duras penas, comprenderá que aterrado después de lo presenciado y lo vivido y con graves heridas en ambas piernas.
   Un viejo curandero que vivía escondido en la montaña lo encontró yaciendo en el bosque, casi desangrado. Lo llevó a su guarida y logró que sobreviviera sin perder las extremidades, aunque con la movilidad muy mermada, como es natural. Desde ese día, el muchacho juró no dejar, en cuanto tuviera capacidad para ello, un dominico vivo.
El viejo le respondió que así hablan los hombres y que él le ayudaría en todo lo que pudiera. No pudo mucho porque antes de que el otro iniciara su particular cruzada contra los frailes, estos echaron el guante al brujo, no dando  tiempo siquiera a que ardiera en la hoguera puesto que se les murió en los interrogatorios. Esto renovó el odio del muchacho, caso de que necesitara renovación, que volvió a jurar no dejar un dominico con vida en la isla y le insufló el coraje suficiente para comenzar la venganza de una vez por todas.
   Cumplió con largueza. Hasta que lo cogieron asesinó veintiocho. Se disfrazaba de fraile para no levantar sospechas. A nadie le extrañaba ver un monje entrar o salir de los conventos. ¿Comprendéis a donde quiero llegar? Mataba frailes porque tenía un motivo para ello, hubo un desencadenante, como si dijéramos. Bueno pues yo creo que a nuestro asesino le pasó algo extraño con  las mujeres y me atrevería a jurar que con los frailes.
    __No lo entiendo.
  __Pues es muy fácil. Asesina mujeres y antes o después del crimen se ve un fraile por los alrededores. Pasó en el anterior y en este también. Unas vecinas de la última víctima lo vieron.
   __Si vieron un fraile ¿Por qué me prendieron a mí?
  __Ah, eso son  cosas del alguacil. El sale a la calle y prende lo primero que encuentra que no estuviera antes ¿comprende? No le importa lo que manifiesten los testigos. ¿Sigue mi teoría?
   __Desde luego señor marqués.
   __Prefiero que me llame don Nuño.
   __Muy bien.
   __De  acuerdo, pues le diré más. Estoy convencido que, como en Sicilia, es un falso fraile.
   __¿Y eso?
  __A todo el que lo vio le extraña que calce medias y finos zapatos de caballero. O sea, que se disfraza para matar. Aquí no es para pasar inadvertido en las iglesias puesto que no asesina monjes así que podía disfrazarse de cualquier otra cosa: de cuadrillero, de pastor, de cura…pero no, lo hace de fraile. Algo muy extraño…
   __El hábito cubre más. Con la capucha no se le ve la cara.
   Don Nuño pasó por alto la observación.
   __Tengo otra teoría, es alguien que vive en la ciudad desde después de entrado el invierno.
   __¿ En que se basa vuestra merced?
  __Pues en lo siguiente: asesina en los cambios de estación, primavera, verano. ¿Por qué no mató en invierno? Sencillamente porque no estaba aquí. Esta idea se le ocurrió a don Gonzalo ayer noche__ dijo señalando a su amigo de hierro.
  __Ah, don Gonzalo. ¿No toma chocolate?__ preguntó Josefo desconcertado.
  __No sea majadero, no ve que es una armadura.
 Josefo no sabía muy bien a esas alturas si la salud mental del marqués estaba completa, excentricidades aparte,  o le faltaba un trozo, como a su entrepierna. Para disimular el pensamiento se atrevió a argumentar.
 __Veamos, también podría ser que hubiera dos asesinos diferentes que hubieran matado también por motivos diferentes. Despecho, rencillas… que se yo.
 __Poca imaginación tenéis para ser escritor__ don Nuño no llevaba bien que le fueran a la contra__ Lo que tenemos que hacer es enterarnos de cuantos caballeros han venido a vivir a  Saláceres desde las Navidades hasta marzo más o menos. La ciudad es pequeña, casi todos nos conocemos. Será fácil saber cuánta gente principal hay nueva. Después investigaremos su pasado inmediato. Nos bastará con saber si en el lugar anterior de residencia o en los alrededores murieron mujeres asesinadas al inicio de cada estación.
   __Sin intención de llevaros la contraria, don Nuño. ¿No puede ser que lo del inicio de estación sea una casualidad?
  __Pudiera ser, pero no lo creo. Pienso que todo guarda relación. Estos asesinos múltiples son minuciosos.
   __Caso de que sea un asesino múltiple como decís vos.
   __Lo es, sin duda. Además tengo un sospechoso.
   __Puedo saber quién.
  __Desde luego: El médico, don Antero. Lo es también del hospital, por lo que pudo coger un hábito.
   __ ¿ Era un fraile negro lo que vieron los testigos?
   __Si.
   Don Nuño recapituló:__Es un fraile que no es fraile, alto y distinguido “con muy buen porte” en eso coinciden los testimonios, calza finos zapatos y mata mujeres al inicio de cada estación. El médico llegó en Navidad, antes estuvo en una pequeña villa de la provincia de Salamanca en España. Iremos allí y averiguaremos si murieron mujeres asesinadas y en que época. Yo creo que será muy fácil cogerle.
   __Don Antero, no tiene buen porte__ sentenció Virtudes que había entrado a recoger el servicio         __Además ese día estuvo atendiendo a la mujer del boticario.
   __Tiene coartada, un tanto sólida para el primer crimen, pero no para el segundo. Y don Antero es alto y tiene buena planta.
   __Pero no tiene un caminar distinguido, se mece como una cuna. Y casi siempre lleva borceguíes de cuero. No calza zapatos__ volvió a replicar con su áspera voz.
   __No opines de lo que desconoces, ama.__Exclamó el marqués bastante contrariado.
Ella hizo ademán de cerrarse la boca con llave y se fue.
   __Creo que vuestra merced tiene cierto empeño en que sea el médico.
   __Y ustedes también en que no lo sea.
   __Hay que ser objetivos.
   __Según mis conjeturas es hoy el candidato mas idóneo. Nos acercaremos al anterior pueblo donde ejerció y ya veremos si estoy o no en lo cierto.
   __¿Cuando iremos?

   __Mañana. No hay tiempo que perder, el otoño regresará pronto.

Continuará...

Los crímenes de las cuatro estaciones

El marqués y el segundo crimen



De tanto andar atisbando por los balcones, expuesto a corrientes y al rocío de la noche, cogió unas fiebres que le obligaron a guardar cama bastante tiempo. Luego la convalecencia se alargó  porque el tiempo enfrió repentinamente, aunque fuera mayo y Virtudes no le consintió salir de su habitación donde ardía día y noche un buen fuego y donde le servía caldos de gallina calientes que el marqués, hastiado,  terminó por arrojar al orinal. Cuando pudo volver a salir ya andábamos por  San Antonio. No consiguió ninguna información que lo sacara de dudas. El pueblo no sabía nada, andaban tan despistados como Guzmán. Además continuaban con el toque de queda a pesar del buen tiempo.
   Sin embargo eso no impidió que el veintiuno de junio, otra mujer apareciera muerta, estrangulada también como la anterior, a plena luz del día.
   El  mismo día que don Nuño había estado muy ocupado observando desde el balcón, la mudanza de un vecino nuevo. La casa de enfrente a su palacio, iba a ser habitada, parecía ser que por un joven con su criado. Llegaron muy temprano nada más abrirse las puertas con dos carros de bueyes y estuvieron todo el día trajinando, entrando  muebles, enseres, ropas y libros, muchos libros. Pararon un momento para comer algo sentados en el huerto, bajo la atenta vigilancia de don Nuño, que les hizo llegar unas jarras de buen vino de su cosecha.
   __De las gracias a su señor y dígale que en cuanto termine de instalarme, pasaré a saludarlo.
   Don Nuño contempló estupefacto, como al anochecer Guzmán en persona con sus dos secuaces, se presentó a detener al recién llegado y lo acusó formalmente del asesinato de la mujer del sacristán, que esa era la muerta, y a su criado de cómplice.
   __Ah no, esto sí que no.__ Don Nuño salió a la calle decidido y se fue a ver al Corregidor, que esta vez, aún no se había largado.  No le conocía personalmente y según le habían informado, era un español de León. Era moreno con abundante cabellera y barba negra azabache. Parecía turco.  No era mal parecido. Pese a la rudeza que don Nuño le suponía como leonés, fue extremadamente cortés. Mostraba buenas formas. Escuchó al capitán con atención. Nunca habían hablado, pero el Corregidor conocía las hazañas del marqués, las de los Tercios y las otras, y le admiraba y le respetaba.
   Por ambas.
   Porque había demostrado mucho temple y mucha discreción y esas eran virtudes poco corrientes y menos en la corte de Juan II.
   El Corregidor estaba soltero, como el marqués y no mostraba demasiado interés en las mujeres, por lo menos en apariencia, que luego nadie sabe. Era un hombre austero que no exhibía grandes boatos y a don Nuño eso le parecía una muy buena cualidad. Además no era religioso. El marqués era sabedor de que nunca aparecía por la iglesia, pese a ocupar un cargo público y ser Hispatania una nación católica y apostólica y romana. Cuando algún clérigo se lo había recordado, el leones se había limitado a  responder lacónicamente.
    __Tengo oratorio privado.
    Lo cual no era cierto. Don Nuño se había informado.
   Se cayeron bien, por suerte para los detenidos. El capitán le explicó porqué sabía con certeza que no podían ser los criminales y el español aceptó sin ambages sus argumentos.
  __A la hora del crimen, señoría, esta buena gente ya andaba hacía tiempo descargando sus enseres. Es que no solo los he visto yo, los vio todo el vecindario, amén de mis criados a alguno de los cuales di permiso para que fueran a ayudar. Llegaron a poco de abrirse la puerta de la muralla. Los boyeros y demás viajeros que arribaron con ellos están de testigos.
   __Le creo señor marqués. Diré al alguacil mayor que los suelte.
   El marqués lo miró inquisitivo sin moverse del sitio.
   __Ahora mismo don Nuño. Lo haré ahora, podrá llevárselos con usted.
   __ Perfecto, yo respondo del muchacho y de su sirviente.
   __Mientras llegan permitidme ofreceros un vino de mi tierra de origen.
   Cuando trajeron a los detenidos, el propio Corregidor hizo las presentaciones.
 Josefo Mallo, ese era el nombre del joven. Procedía de Asturias, como los antepasados maternos del marqués. Había heredado la casa de unos parientes lejanos que habían fallecido sin descendencia.. Era un escritor con poca fortuna. Ocupaba su tiempo en lances amorosos que sólo le traían problemas, porque tenía uns extraña y obstinada preferencia por las mujeres casadas. Huyendo del último marido llegó a Hispatania y procedió a instalarse en la casa que le habían legado hacía ya unos cuantos años y por la que, hasta la fecha, no había demostrado ningún interés.
   Le pareció lo más seguro, de momento. Cogió sus pocas pertenencias y se vino con su criado, Jacinto, ayudante eficaz en duelos y peleas y compañero en  hambres y fatigas. Casi un hermano.
   __Podéis agradecer a don Nuño la buena disposición para con vos y vuestro sirviente.
   __Muchas gracias señor. Si no fuera por su intervención no se que hubiera sucedido.
   __Deberían pasar la noche en mi casa. Venga con su criado. Estarán seguros. No me fío un pelo de Guzmán.
   __No os preocupéis por el alguacil__ intervino el Corregidor __se cuidará muy mucho de importunaros.
   __Os estamos doblemente agradecidos, señoría.
   Ya en la calle, el marqués reiteró el ofrecimiento.
   __Dormiréis en mi casa. No me fío del alguacil, pese a lo que diga el señor Corregidor.
   Josefo y su criado Jacinto, se dirigieron con el marqués y su gente a pernoctar en palacio. Era una clara y estrellada noche de junio. Perfecta para contar estrellas en buena compañía, hubiera pensado Josefo en otro momento. Porque ésta distaba mucho de ser una noche plácida. En cada esquina parecían acechar sombras furtivas y escurridizas, a la par que un recelo turbador, oscuro y amenazante, se expandía con la brisa por el cielo de la villa, empañándolo e inquietando a sus moradores que continuaban atrancados en sus casas a cal y canto.
   No se escuchaba un sonido. Ni siquiera ladraban los perros.
   El trayecto no era muy largo hasta el palacio de don Nuño, sin embargo apresuraron el paso, el marqués con la mano en la empuñadura de su espada y su criado Cirilo, soldado del Tercio como su amo, alerta cerrando la marcha  un poco ladeado, por si fueran sorprendidos por retaguardia. Jacinto el criado era muy bueno lanzando mortíferas piedras con su forquiau[1]  de salguero y Josefo era un espadachín aceptable. Por todo lo cual el grupo hubiera presentado batalla de haber sido necesario, que no lo fue.
   En la casa del marqués ya esperaba la cena caliente y la cama para los huéspedes preparada. Virtudes y su sobrina Carlota, una moza joven, sonrosada y rubicunda, que enseguida descubrió a Jacinto, montaban guardia en el comedor. El marqués indicó al ama que atendieran al muchacho convenientemente en la cocina. Él y Josefo se sentaron  a la mesa enfrentada a un buen fuego y vestida con un impoluto mantel blanco. La vajilla era finísima traída de Italia y las copas y los cubiertos de plata. Previamente, don Nuño presentó a don Gonzalo al recién llegado__ mi buen amigo y compañero. El muchacho es asturiano como mi santa madre, que Dios tenga en su gloria__ aclaró a la armadura que no dijo ni pío. A Josefo le pareció una extravagancia de las muchas que tiene la nobleza y no le dio más importancia.
   Los dos caballeros comieron a placer, sopa caliente y reconfortante, carpas del rio Torte, de claras aguas, delgadas y dulces cuyo pescado tenía un sabor delicado y especial,  y  de tercero codornices, mas queso de cabra como postre regado con generoso vino de la cosecha del marqués. De sobremesa hablaron largo y tendido sobre Asturias con un buen orujo traído de Galicia, como remate de la excelente cena. Cuando ya los párpados pesaban como corazas, mas por los vapores del licor que por la hora puesto que ambos eran noctívagos, decidieron retirarse a descansar.
   __Buenas noches don Nuño y muchas gracias de nuevo.
   __Descanse Josefo. Mañana tenemos que comenzar a investigar.
   __¿Investigar?
   __Naturalmente. Los asesinatos. Debemos descubrir al culpable. Don Gonzalo nos ayudará.
   El escritor miró de soslayo a la armadura y asintió con la cabeza sin mucho convencimiento. Apenas avanzados unos pasos, se volvió y preguntó.
   __¿El culpable o los culpables?
   __El culpable. Estoy convencido de que es uno sólo. Mañana hablaremos. Buenas noches.
   __Buenas noches.
   El asturiano continuó por el  largo corredor hasta sus aposentos. Al pasar por delante de la puerta donde dormía Jacinto, escuchó ahogados murmullos. Un poco preocupado, después de los sucesos del día, pegó la oreja para oír mejor. Le tranquilizó escuchar una voz de mujer.
   __Por ahí no, Jacinto. No, que me haces daño.¡Que no!
   __Cállate Carlota, no seas mojigata.
   __¿Carlota?, ¿era acaso la sobrina de la sirvienta de don Nuño?.
   __¡Ay, ay , bruto que te digo que por ahí no….!
   __Que rápido se enamora Jacinto. Ha aprendido mucho en este tiempo. De todos modos no está bien, estamos invitados…
   Iba a llamar  a la puerta pero se arrepintió. El pobre Jacinto tenía derecho a regalarse un poco, habían pasado meses terribles y el muchacho se había portado como un héroe y se había convertido en un hombre entero, con todas las consecuencias.
   __Bueno mañana lo reprendo; ahora que disfrute. Se lo tiene merecido.


                                        




[1] tirachinas


Continuará...

Los crímenes de las cuatro estaciones

El marqués y el segundo crimen



Don Nuño García de las Asturias, el marqués,  servía desde joven,  en los Tercios españoles por ser  de origen asturiano por parte materna. Su padre fue un caballero hispatano bachiller, licenciado y doctor en leyes por la Universidad de Salamanca, que siempre residió en Madrid y su madre una española de Pravia, descendiente de los reyes astures. Nuño demostró desde la infancia una obstinada vocación militar. Era el terror de las niñeras y ayas a las que era experto en despistar para dedicarse a sitiar y a hacer la guerra a cualquier cosa animal, vegetal o mineral que se pusiera a tiro. Los perros de la casa con el rabo entre las patas, se negaban a  abandonar su caseta en cuanto el niño salía al jardín y los gatos propios y ajenos escapaban al exterminio subidos a los árboles más altos, incluso al tejado. Las plantas del jardín o las hortalizas del huerto perfectamente alineadas eran ejércitos enemigos a los que reducir con la escoba antes de que tomaran al asalto la fortaleza o antes de que consiguieran llegar a Valencia para embarcar, porque no siempre era soldado a veces era bandolero, mucho más divertido y excitante, como todo aquello que se posiciona al margen de la ley. Más de una vez lloró amargamente el hortelano al ver sus lechugas  reducidas a un montón de verdes despojos babeantes o los tomates convertidos en sangre pastosa a palo limpio o aquellos tubérculos exóticos y sustanciosos traídos del Nuevo Mundo esparcidos sobre la tierra, aun sin completar el desarrollo requerido, porque Nuño había arrancado de cuajo sus preciosas ramas verdes transformadas por su guerrera  imaginación en  cabelleras de monstruos emergidos desde grutas tan invisibles como inexistentes. Estaba claro que sería soldado de adulto. Podría haber sido también pirata o salteador de caminos, pero dada su cuidada educación, más propios fueran para él los ejércitos de  su serenísima majestad. Estaba predestinado, como si dijéramos, aunque fuera hijo único y tuviera doblones en abundancia. No fue soldado por necesidad, lo fue por vocación.
   Comenzó en el tercio de don Lope de Figueroa, quien tras varias campañas en el Mediterráneo con desigual fortuna, pero en las que Nuño demostró con creces su valía, le envió a Madrid con cartas que el mismo y don Juan de Austria le dieron para Felipe II. En ellas se recomendaba al rey que le otorgara el mando de una compañía. Nuño hizo el viaje desde Nápoles en la galera Sol y llegó a tiempo para ver aun con vida a su padre que falleció al poco del regreso del soldado, muy orgulloso porque el rey en persona había distinguido a su hijo con el grado de capitán.
   El capitán de un Tercio era alguien  designado por el propio monarca para mandar una compañía, teniendo potestad para decidir  el arma de la que va a ser formada. En la de don Nuño amante de la variedad, siempre hubo mezcla de armas: Picas, arcabuces y mosquetes. Por encima del capitán, en el Tercio, solo estaba el maestre de campo y el rey. Esto da idea de la relevancia del cargo.  A los capitanes se les concedía la extravagancia, permítanme la expresión,  de un paje de rodela; muchachos que se colocaban en el combate delante de ellos para protegerles con su rodela, saliendo siempre muy mal parados, como es de  suponer. A don Nuño esto le parecía indecoroso y jamás lo consintió en su compañía. Fue un militar admirado por sus camaradas y querido y respetado por sus soldados. Un caballero, en una palabra.
   Siempre fue don Nuño defensor a ultranza de pagar con puntualidad a la tropa. Era sabido por todos, rey incluido, que cuando la paga se retrasaba (hubo momentos que hasta treinta meses) el Tercio se amotinaba aunque jamás pusieran en duda su fidelidad a España y al rey. Era entonces cuando el saqueo descontrolado pasaba a ser el modo de  resarcirse, tanto de bagajes del enemigo como en pueblos y ciudades. Don Nuño recordaba lo que le habían referido del saqueo de Roma en 1527, que llegó a extremos inhumanos de barbarie y destrucción. Hasta los dedos y las orejas de los cadáveres fueron cortados para llevarse las joyas y familias enteras, niños inclusive, torturados para que entregaran  el dinero.
   El marqués no quería bajo ninguna circunstancia que esto se repitiera en Sicilia  contribuyendo a aumentar la negra fama que los enemigos vertían sobre los ejércitos de España. En alguna ocasión en la que la paga se retrasó demasiado don Nuño anticipó el dinero de su propia fortuna para evitar que sus hombres, rudos si, y poco honestos quizá, pero disciplinados y valientes como pocos se convirtieran por mor  de la incompetencia de los encargados de la  Hacienda hispana en vulgares malhechores.
   Tras la gloria de Lepanto, olvidando lo jurado en aquel momento de rabia contra su rey, regresó a Hispatania, mas muerto que vivo, y se quedó para siempre en la ciudad y en el palacio de su familia paterna, donde esperaba morir tranquilo. La lectura era casi su única distracción  aparte de las amenas conversaciones que mantenía con una armadura que montaba guardia en el comedor y a la que llamaba don Gonzalo en homenaje al Gran Capitán de los Tercios de España,  al que admiraba más que a nadie en este mundo de ahora tan poco creativo. Muchas noches en los largos inviernos ensayaban estrategias militares y criticaban las utilizadas en diferentes batallas por los capitanes españoles que no andaban finos últimamente.
   Cuando sucedió el crimen de la hija del herrero, don Nuño y don Gonzalo, mantuvieron  graves parloteos y se hicieron numerosas cábalas sobre quién podía ser el asesino. Don Nuño, conociendo a Guzmán, investigó por su cuenta si la joven tenía algún pretendiente desairado, o si era requerida por algún vecino que no fuera correspondido, incluyendo a los alguaciles, por supuesto. Para ello se servía de Virtudes, que conocía a todo el vecindario y estaba al tanto de los chismorreos y de la colección completa de noticias que tenían  que ver con los amores u otras cuestiones de cintura para abajo que ocurrían  en la villa, que pese a ser, en apariencia, pacata y religiosa era muy activa en esos menesteres. Era una ciudad próspera donde todo el mundo tenía buena pitanza y ya se sabe que una vez el estomago lleno y con la certeza de volverlo a satisfacer al día siguiente, el hedonista cerebro sugiere otros placeres y el cuerpo obedece de inmediato encantado de la vida.
   La detención y el rápido ajusticiamiento de los vagabundos, interrumpió sus pesquisas, pero no las detuvo.
   __Ahora ya está, no se moleste mas vuestra merced__decía la armadura.
   __No. No está, esos pobres no son los culpables y usted lo sabe, el asesino anda suelto. No podemos cejar.
   Por Virtudes se enteró de que la muchacha no tenía novio, pero si algún pretendiente. Que el médico la visitaba a menudo, aunque era porque la chica tenía desmayos y privaciones y a veces, a pesar de las sales y algún que otro cachete, no podían hacerla volver en si y tenían que recurrir al galeno.
   Don Nuño siguió la pista del doctor, que no le caía bien por doble motivo: por médico y porque era muy religioso. Pero se llevó una gran decepción ya que ese día había estado atendiendo a la mujer del boticario que tuvo un parto de cuarenta y ocho horas. El niño venía con el cordón doblemente enrollado en el cuello. Fue un nacimiento complicado y don Antero, casi al borde de la extenuación, consiguió salvarlos a los dos. Este acierto hizo que todos los vecinos le admiraran como casi hacedor de milagros.
   Todos, menos don Nuño.
   Otro sospechoso a tener en cuenta pudiera ser el albéitar del pueblo. Más que nada porque el herrero había sido, desde siempre, el consejero gratuito sobre enfermedades y  costumbres de los animales domésticos, entiéndase mulos, cerdos  y caballos, dado que las cabras se curan solas en el campo haciendo buen uso de su sabiduría empírica. Tal vez la cabra y el albéitar tengan algo en común, alguna cosa en el cerebro, pensaba don Nuño.
   Bien, pues al albéitar le costó y aun le cuesta, que los vecinos cambiaran la costumbre por la razón, que eran harto reacios, mas teniendo en cuenta que ésta les costaba dineros. Pero el pobre sanador de bestias era un buen hombre y don Nuño no le creyó capaz de una felonía así, máxime porque no tenía buen porte y calzaba siempre botas. Lo mejor para andar entre excrementos.
   Los posibles pretendientes también fueron investigados por don Nuño y don Gonzalo, pero ambos tenían buenas coartadas. Desde luego parecía un misterio, pero seguro que no era tal y el asesino continuaba impune mofándose de la gestión del alguacil.  Pero por poco tiempo, voto a Dios,  ellos lo descubrirían más temprano que tarde.
   Durante el proceso de los vagabundos y bastante antes ya del veredicto, comenzaron a colocar el cadalso en la plaza frente a la casa de don Nuño, lo que propició en el marqués un ataque de cólera de los suyos.
   __Que barbaridad, si no ha terminado el juicio.
   El capitán a pesar del fuerte dolor en la pierna por el cambio de estación, fue a quejarse al Alcalde Mayor
   __Han confesado, don Nuño__Dijo encogiéndose de hombros__Ante eso ¿Qué se puede hacer?
   __Pero como no van a confesar. ¿No conoce los métodos de Guzmán?.
   __Han firmado la confesión sin que nadie los coaccionara, le doy mi palabra. Si no está conforme hable con el Corregidor.
    Don Nuño abandonó el consistorio sorprendido y enojado por la desfachatez del Alcalde Mayor, juez del auto, y se dirigió sin demasiada fe al palacio del Corregidor.
   Este había salido, casualmente, de viaje.
   __Este hombre siempre anda de un sitio para otro. No se que otras misiones desempeñará para el rey, porque siendo solamente Corregidor en Saláceres no necesita moverse tanto. Misterios de la corte.
   No halló, pues, ante quien elevar su protesta, porque cuando el Corregidor regresó ya estaban los reos enterrados.


Continuará...