Los crímenes de las cuatro estaciones

El marqués y el segundo crimen



De tanto andar atisbando por los balcones, expuesto a corrientes y al rocío de la noche, cogió unas fiebres que le obligaron a guardar cama bastante tiempo. Luego la convalecencia se alargó  porque el tiempo enfrió repentinamente, aunque fuera mayo y Virtudes no le consintió salir de su habitación donde ardía día y noche un buen fuego y donde le servía caldos de gallina calientes que el marqués, hastiado,  terminó por arrojar al orinal. Cuando pudo volver a salir ya andábamos por  San Antonio. No consiguió ninguna información que lo sacara de dudas. El pueblo no sabía nada, andaban tan despistados como Guzmán. Además continuaban con el toque de queda a pesar del buen tiempo.
   Sin embargo eso no impidió que el veintiuno de junio, otra mujer apareciera muerta, estrangulada también como la anterior, a plena luz del día.
   El  mismo día que don Nuño había estado muy ocupado observando desde el balcón, la mudanza de un vecino nuevo. La casa de enfrente a su palacio, iba a ser habitada, parecía ser que por un joven con su criado. Llegaron muy temprano nada más abrirse las puertas con dos carros de bueyes y estuvieron todo el día trajinando, entrando  muebles, enseres, ropas y libros, muchos libros. Pararon un momento para comer algo sentados en el huerto, bajo la atenta vigilancia de don Nuño, que les hizo llegar unas jarras de buen vino de su cosecha.
   __De las gracias a su señor y dígale que en cuanto termine de instalarme, pasaré a saludarlo.
   Don Nuño contempló estupefacto, como al anochecer Guzmán en persona con sus dos secuaces, se presentó a detener al recién llegado y lo acusó formalmente del asesinato de la mujer del sacristán, que esa era la muerta, y a su criado de cómplice.
   __Ah no, esto sí que no.__ Don Nuño salió a la calle decidido y se fue a ver al Corregidor, que esta vez, aún no se había largado.  No le conocía personalmente y según le habían informado, era un español de León. Era moreno con abundante cabellera y barba negra azabache. Parecía turco.  No era mal parecido. Pese a la rudeza que don Nuño le suponía como leonés, fue extremadamente cortés. Mostraba buenas formas. Escuchó al capitán con atención. Nunca habían hablado, pero el Corregidor conocía las hazañas del marqués, las de los Tercios y las otras, y le admiraba y le respetaba.
   Por ambas.
   Porque había demostrado mucho temple y mucha discreción y esas eran virtudes poco corrientes y menos en la corte de Juan II.
   El Corregidor estaba soltero, como el marqués y no mostraba demasiado interés en las mujeres, por lo menos en apariencia, que luego nadie sabe. Era un hombre austero que no exhibía grandes boatos y a don Nuño eso le parecía una muy buena cualidad. Además no era religioso. El marqués era sabedor de que nunca aparecía por la iglesia, pese a ocupar un cargo público y ser Hispatania una nación católica y apostólica y romana. Cuando algún clérigo se lo había recordado, el leones se había limitado a  responder lacónicamente.
    __Tengo oratorio privado.
    Lo cual no era cierto. Don Nuño se había informado.
   Se cayeron bien, por suerte para los detenidos. El capitán le explicó porqué sabía con certeza que no podían ser los criminales y el español aceptó sin ambages sus argumentos.
  __A la hora del crimen, señoría, esta buena gente ya andaba hacía tiempo descargando sus enseres. Es que no solo los he visto yo, los vio todo el vecindario, amén de mis criados a alguno de los cuales di permiso para que fueran a ayudar. Llegaron a poco de abrirse la puerta de la muralla. Los boyeros y demás viajeros que arribaron con ellos están de testigos.
   __Le creo señor marqués. Diré al alguacil mayor que los suelte.
   El marqués lo miró inquisitivo sin moverse del sitio.
   __Ahora mismo don Nuño. Lo haré ahora, podrá llevárselos con usted.
   __ Perfecto, yo respondo del muchacho y de su sirviente.
   __Mientras llegan permitidme ofreceros un vino de mi tierra de origen.
   Cuando trajeron a los detenidos, el propio Corregidor hizo las presentaciones.
 Josefo Mallo, ese era el nombre del joven. Procedía de Asturias, como los antepasados maternos del marqués. Había heredado la casa de unos parientes lejanos que habían fallecido sin descendencia.. Era un escritor con poca fortuna. Ocupaba su tiempo en lances amorosos que sólo le traían problemas, porque tenía uns extraña y obstinada preferencia por las mujeres casadas. Huyendo del último marido llegó a Hispatania y procedió a instalarse en la casa que le habían legado hacía ya unos cuantos años y por la que, hasta la fecha, no había demostrado ningún interés.
   Le pareció lo más seguro, de momento. Cogió sus pocas pertenencias y se vino con su criado, Jacinto, ayudante eficaz en duelos y peleas y compañero en  hambres y fatigas. Casi un hermano.
   __Podéis agradecer a don Nuño la buena disposición para con vos y vuestro sirviente.
   __Muchas gracias señor. Si no fuera por su intervención no se que hubiera sucedido.
   __Deberían pasar la noche en mi casa. Venga con su criado. Estarán seguros. No me fío un pelo de Guzmán.
   __No os preocupéis por el alguacil__ intervino el Corregidor __se cuidará muy mucho de importunaros.
   __Os estamos doblemente agradecidos, señoría.
   Ya en la calle, el marqués reiteró el ofrecimiento.
   __Dormiréis en mi casa. No me fío del alguacil, pese a lo que diga el señor Corregidor.
   Josefo y su criado Jacinto, se dirigieron con el marqués y su gente a pernoctar en palacio. Era una clara y estrellada noche de junio. Perfecta para contar estrellas en buena compañía, hubiera pensado Josefo en otro momento. Porque ésta distaba mucho de ser una noche plácida. En cada esquina parecían acechar sombras furtivas y escurridizas, a la par que un recelo turbador, oscuro y amenazante, se expandía con la brisa por el cielo de la villa, empañándolo e inquietando a sus moradores que continuaban atrancados en sus casas a cal y canto.
   No se escuchaba un sonido. Ni siquiera ladraban los perros.
   El trayecto no era muy largo hasta el palacio de don Nuño, sin embargo apresuraron el paso, el marqués con la mano en la empuñadura de su espada y su criado Cirilo, soldado del Tercio como su amo, alerta cerrando la marcha  un poco ladeado, por si fueran sorprendidos por retaguardia. Jacinto el criado era muy bueno lanzando mortíferas piedras con su forquiau[1]  de salguero y Josefo era un espadachín aceptable. Por todo lo cual el grupo hubiera presentado batalla de haber sido necesario, que no lo fue.
   En la casa del marqués ya esperaba la cena caliente y la cama para los huéspedes preparada. Virtudes y su sobrina Carlota, una moza joven, sonrosada y rubicunda, que enseguida descubrió a Jacinto, montaban guardia en el comedor. El marqués indicó al ama que atendieran al muchacho convenientemente en la cocina. Él y Josefo se sentaron  a la mesa enfrentada a un buen fuego y vestida con un impoluto mantel blanco. La vajilla era finísima traída de Italia y las copas y los cubiertos de plata. Previamente, don Nuño presentó a don Gonzalo al recién llegado__ mi buen amigo y compañero. El muchacho es asturiano como mi santa madre, que Dios tenga en su gloria__ aclaró a la armadura que no dijo ni pío. A Josefo le pareció una extravagancia de las muchas que tiene la nobleza y no le dio más importancia.
   Los dos caballeros comieron a placer, sopa caliente y reconfortante, carpas del rio Torte, de claras aguas, delgadas y dulces cuyo pescado tenía un sabor delicado y especial,  y  de tercero codornices, mas queso de cabra como postre regado con generoso vino de la cosecha del marqués. De sobremesa hablaron largo y tendido sobre Asturias con un buen orujo traído de Galicia, como remate de la excelente cena. Cuando ya los párpados pesaban como corazas, mas por los vapores del licor que por la hora puesto que ambos eran noctívagos, decidieron retirarse a descansar.
   __Buenas noches don Nuño y muchas gracias de nuevo.
   __Descanse Josefo. Mañana tenemos que comenzar a investigar.
   __¿Investigar?
   __Naturalmente. Los asesinatos. Debemos descubrir al culpable. Don Gonzalo nos ayudará.
   El escritor miró de soslayo a la armadura y asintió con la cabeza sin mucho convencimiento. Apenas avanzados unos pasos, se volvió y preguntó.
   __¿El culpable o los culpables?
   __El culpable. Estoy convencido de que es uno sólo. Mañana hablaremos. Buenas noches.
   __Buenas noches.
   El asturiano continuó por el  largo corredor hasta sus aposentos. Al pasar por delante de la puerta donde dormía Jacinto, escuchó ahogados murmullos. Un poco preocupado, después de los sucesos del día, pegó la oreja para oír mejor. Le tranquilizó escuchar una voz de mujer.
   __Por ahí no, Jacinto. No, que me haces daño.¡Que no!
   __Cállate Carlota, no seas mojigata.
   __¿Carlota?, ¿era acaso la sobrina de la sirvienta de don Nuño?.
   __¡Ay, ay , bruto que te digo que por ahí no….!
   __Que rápido se enamora Jacinto. Ha aprendido mucho en este tiempo. De todos modos no está bien, estamos invitados…
   Iba a llamar  a la puerta pero se arrepintió. El pobre Jacinto tenía derecho a regalarse un poco, habían pasado meses terribles y el muchacho se había portado como un héroe y se había convertido en un hombre entero, con todas las consecuencias.
   __Bueno mañana lo reprendo; ahora que disfrute. Se lo tiene merecido.


                                        




[1] tirachinas


Continuará...

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