Los crímenes de las cuatro estaciones


La confesión, última




El último año de estudiante en Salamanca, coincidió con el inicio de una serie de crímenes en la ciudad en el comienzo de cada estación que trajo de cabeza  a las autoridades, porque además algunos testigos afirmaban haber visto un fraile negro por los alrededores más o menos a la hora del crimen, con lo cual la fantasía y la imaginación de la gente alcanzó cimas inimaginables.
  Don Nuño se agitó sentado en su frailero y don Julián hizo un pequeño alto, sorprendido.
  __Proseguid, proseguid, no os detengáis.
   Las muertes por asfixia, la fecha y el fraile despertaron mi inquietud.
   __Tal vez sea el mismo asesino que mato a tu verdadera madre__ comenté con Julián__ Sabe Dios donde estaría hasta ahora y cuantas mujeres más habrá asesinado.
  __ Yo también pensé lo mismo, señor. No he podido evitarlo. Mi pobre padre pagó con la vida y tal vez no fuera el culpable.
  __ Oh, Julián__ suplicó la condesa__ no sufráis os lo ruego. La justicia hará su trabajo, ya veréis como esto sirve para esclarecer la muerte de la pobre Lucía y para exonerar a tu padre, nuestro pobre pastor.
   Pero no fue así.
   Los crímenes continuaron. Cuando nuestro hijo terminó los estudios manifestó su deseo de establecerse en León y prestar allí sus servicios. Nos pareció bien, porque además yo deseaba que aprendiera a llevar la hacienda y que fuera conociendo todos los entresijos de una buena administración y en la capital estaba más cerca y podía pasar más tiempo en la casa con nosotros.
  Todo fue bien hasta que sucedieron dos cosas. Mi señora la condesa, casamentera como todas las mujeres, se empeño en buscarle novia a Julián. Este le hizo notar que todavía no se consideraba preparado para el matrimonio. Como ella insistió pese a que yo se lo había prohibido y se emperró en presentarle alguna muchacha  que ya le había seleccionado, el muchacho se molestó y dejó de venir a visitarnos. Al tiempo una serie de crímenes al comienzo de las estaciones inquietó a la capital y a la provincia. Con las mismas características, fraile incluido.
   Yo me preocupé por si el asesino seguía al muchacho. Incluso me dio por pensar en alguno de los hijos legítimos de su verdadero padre, que en aquellas fechas ya se había muerto. Tomé los servicios de un  investigador para que hiciera averiguaciones sobre los hijos del agricultor. Uno de ellos, el segundo, era un joven pendenciero, de riña fácil, vengativo, cruel, mujeriego como el padre y frecuentador de los bajos fondos donde parecía desenvolverse como trucha en el río. Algunas de las jóvenes muertas se habían cruzado con él en algún momento de sus vidas, por lo menos dos de ellas. Además viajaba por varias provincias, puesto que era el encargado de cobrar los envíos de cereal. Podía haber matado en Salamanca y posiblemente en otras capitales de cuyos crímenes no teníamos noticia puesto que no las frecuentábamos. Me convencí totalmente de que era el asesino y tomé una decisión: matarle. El mismo investigador se encargó y le descerrajó un tiro entre los ojos. Era un buen tirador.
   __Ya lo veo__ asintió don Nuño, convencido de que el muerto no era el asesino. Segurísimo.
   Es otro de mis muchos pecados padre, porque los crímenes continuaron, para mi consternación. Por aquella fechas nuestro hijo, quiero decir Julián, había hecho las paces con mi esposa consintiendo que esta le presentara una candidata, una joven bondadosa, no demasiado agraciada, todo debe ser dicho, pero muy rica, de familia de cristianos viejos nobles y temerosos de Dios. Juana creo que se llamaba. Al chico no le gustó, como me hubiera pasado a mí, pero se comportó de modo caballeroso como correspondía al apellido que ahora ostentaba. Estuvimos orgullosos de él. No hubo boda, pero la condesa casi se alegró con ello. Así podía seguir seleccionando jóvenes, algo que se había convertido en su pasatiempo favorito.
   Aquel otoño fue crudísimo. El frío se había instalado en la comarca dispuesto a hacernos la vida más difícil de lo que ya era. Enfermamos mi esposa y yo. Julián abandonó sus asuntos en la capital y permaneció en el castillo, ocupándose de nuestro cuidado y de que todo marchara como debía, lo mismo que si yo estuviera al frente. Mejor aun.
   Solamente hubo un contratiempo. El inicio del invierno, el día veintiuno de diciembre, la hija de nuestra nueva costurera apareció muerta. Alguien la había estrangulado. Pensamos que sería una coincidencia. Pero yo estaba convencido de que el asesino seguía a mi hijo. Los hechos no se esclarecieron, quiero decir que no se descubrió al culpable y a mí no me habían quedado ganas de volver a investigar dado el terrible error cometido. Mi pobre esposa murió en enero y yo estaba cada vez mas desolado por los crímenes que seguían a mi hijo allí donde fuera y por la soledad que iba a acompañarme de ahora en adelante. Julián decidió permanecer conmigo hasta que me fuera sintiendo mejor. Entonces ocurrió lo que nunca hubiera imaginado.
   Don Julián tornó a llorar de nuevo y don Nuño a aquellas alturas estaba sorprendido por la  ingenuidad del conde.
    Estaba convencido de que al inicio de la primavera el asesino volvería a actuar así que procuraba no perder de vista a mi hijo, por si le ocurría alguna cosa desagradable también a él. Era veintiuno de marzo de 1585; apenas había dormido esa noche. Me levanté al alba, pasé por la habitación de mi hijo que dormía todavía. Me dirigí a la capilla a rezar un rato por todos nosotros; cuando media hora después regresaba a mis aposentos advertí con horror como un fraile con la capucha subida para ocultar el rostro, entraba a toda prisa en la alcoba de mi hijo.
    __Por fin__ pensó don Nuño.
    Llegué todo lo rápido que pude, espada en mano, porque aun era hábil con ella y al abrir la puerta de una patada, creí morir de la sorpresa. No os lo vais a creer, padre. Mi hijo, mi hijo Julián. Ese era el fraile. Mi hijo, mi hijo con el hábito de un monje, venía de…No puedo continuar, padre. Venía de…Horas más tarde se supo que la mujer de uno de mis palafreneros había sido asesinada, estrangulada. ¿Qué iba a hacer yo? ¿Qué podía yo hacer?
   Don Julián se asfixiaba. Se había sentado en la cama para lograr respirar mejor, pero el llanto le ahogaba tanto o más que el asma.
 En ese momento lo comprendí todo, todo. El había sido el asesino de su madre y del boticario. El había dejado que su padre muriera en la horca, el había continuado asesinando mujeres. ¿Cuántas, cuantas has matado, dime, cuantas?
   __Hasta el momento veintiséis__ respondió con tranquilidad__ aparte mi madre y el boticario.
  __¿Que vamos a hacer?__ le pregunté.
  __Me iré del país. Pienso ir al Nuevo Mundo.
  __¿Para continuar matando?
  No me respondió. Pensé ensartarlo con la espada, pero no tuve valor. Todo se había venido abajo. Toda mi vida se había desmoronado en ese momento. Era como si todos estos años no hubieran servido para nada. Mi casa y mi hacienda sin heredero, mi título perdido. Me arrepentí al instante horrorizado por tener pensamientos tan egoístas y no acordarme de las veintiséis mujeres  asesinadas en plena juventud. Habíamos criado un monstruo que ni siquiera sentía remordimientos. Un joven que nos había embaucado fingiendo ser quien no era en absoluto y a quien nosotros quisimos como a nuestro verdadero hijo, alguien a quien yo quise proteger asesinando a un inocente. Se iba al Nuevo Mundo a seguir matando. ¿Qué podía yo hacer? Menos mal que se ha muerto la condesa, de lo contrario esto la mataría de pena.
   __ ¿Puedo saber cómo mataste a tu madre y por qué?
   __Si os place. La maté por puta. Yo no soy como era el pastor, que ya sé que no era mi verdadero padre.
   A aquellas alturas nada me sorprendía. No sé como lo supo, tal vez se lo dijo alguien del pueblo o quizá fuera ella, no quise saberlo. Me contó que aquella tarde había llegado a la casa en el momento en el que su madre estaba atada a la cama, con los brazos en cruz y la piernas abiertas. Ella le tenía prohibido acercarse a  verla cuando estuviera el fraile de visita, pero él pasó por alto la prohibición. El hábito del monje estaba tirado en el suelo, porque éste se había desnudado y había tenido una urgencia fisiológica saliendo a toda velocidad hacia el corral. Sin dudarlo, atrancó la puerta, se puso el hábito, se subió la capucha y entró en la habitación. Sin mediar palabra tomó la almohada, se subió sobre ella como si fuera el amante y la asfixió sin miramientos. A continuación se quitó el disfraz, abrió la puerta y aguardo con un hacha en las manos a que entrara el monje. Ya os podéis imaginar lo que aconteció. Me alegro de haberlo hecho, apostilló, y yo podría jurar sobre la Biblia que era cierto.
   En medio de la desesperación tuve un minuto de lucidez y recordé mi amistad con  Juan II de Hispatania, amistad que se remontaba a nuestra niñez, y le envié una misiva rogándole un puesto en el país para mi hijo, quien había tenido un problema de faldas y era menester alejarlo de aquí durante un tiempo; mentí sin contemplaciones. El rey me respondió con rapidez proponiéndole el puesto de Corregidor en Saláceres, pues precisaba un hombre inteligente como le constaba que era Julián y de total confianza. Y lo era. Era inteligente y para asuntos legales, de entera confianza. Se lo trasmití a Julián y le pareció bien. No tengo excesivas ganas de irme allende los mares. Me iba para no incomodaros. Gracias por la oportunidad. Luego se planto delante de mí, me tomó la mano y me miró a los ojos.
   __Me gustaría prometeros que no va a volver a suceder, pero no puedo. Es algo que no puedo controlar, creedme. Si pudiera dejaría de matar ahora mismo. Pero es imposible.
Le creí. Lo que sucedió desde entonces ya no fue asunto mío, aunque pienso que habrá continuado matando mujeres en el inicio de las estaciones vestido de fraile.
  __Ya lo creo__ se dijo para si don Nuño.
  Esto es todo lo que necesitaba contar para aligerar mi conciencia, padre. Si me decís que Dios no me va a perdonar lo entenderé. Moriré aliviado de todos modos.
  __ Los pecados son gravísimos pero Dios en su infinita misericordia te perdonará, hijo. ¿Por qué no iba a hacerlo si perdonó a quienes le habían matado a El? Descansad y no os preocupéis más por esto. Estáis perdonado. Ego te absolvo peccatis tuis in nomine Patris, Filii et Spiritus Sancti. O algo así__ dijo el marqués consternado por lo que acababa de escuchar.
   Se sentó un momento porque necesitaba poner un poco de orden en el caos mental que le había producido la confesión. Era el Corregidor. Él era el asesino. Y como no se dieran tiempo en regresar y en hacer algo, iba a volver a suceder. Lo difícil era conseguir que confesara, porque sin ello iba a ser imposible culparle, siendo como era protegido del rey. Tenían que idear alguna argucia y rápido, porque el tiempo jugaba en contra.
   __Padre__ volvió a llamarle el conde tras recobrar el resuello una vez más__ ¿No me imponéis penitencia?
   __Ya habéis penitenciado suficiente hijo mío. Cuando os llegue la hora idos en paz. Dios os acogerá en su seno.
  __Sois muy generoso padre y Dios es todo misericordia. Bendito sea.
   __Amen__ respondió don Nuño saliendo de la habitación y comenzando a llamar a Josefo a voz en grito.


 
                                                    

Continuará....

Los crímenes de las cuatro estaciones

 La confesión, primera




Al palacio de  Picos Erizados, no llegaron aquella noche ni médicos ni sacerdotes, por ello, al marqués del no le quedó otra que avenirse a hacer de intermediario entre Dios y el noble leonés.
   Bastante contrariado, se sentó en un frailero al lado de la cama del moribundo, dispuesto a escuchar lo que tuviera a bien referirle.
   El conde español agarró con las pocas fuerzas de que disponía la mano de don Nuño, como si ello le mantuviera asido a la vida, y comenzó la confesión, o digamos mejor el relato, para no incomodar al marqués.
   __No se por donde comenzar.
   __Hacedlo por el principio, es lo mejor.
   El noble del Páramo inspiró aire con avaricia y comenzó a relatar entrecortadamente los hechos que tanto le atormentaban. Don Nuño atendía con resignación.
  “Ocurrió padre, que uno de nuestros pastores estaba casado con una hermosa mujer, hija de la costurera de la condesa, a la que dejó preñada un caballero leones que pasó por la casa para hacer negocios con el trigo y la cebada de sus tierras del Páramo. La condesa se empeñó en casarla a toda prisa con quien fuera para  que su criada no sufriera esa deshonra. Ella y sus damas se afanaron con ahínco en buscarle un marido lo más pronto posible porque esas cosas son difíciles de mantener en secreto ya que el tiempo navega en contra.
  Providencialmente apareció el pastor de ovejas por la casa porque el lobo había hecho estragos en el rebaño y precisaba ayuda para poder mantenerlos a raya.
   La condesa y yo nos miramos y sin mediar palabra nos entendimos. Luego de tantos años juntos es lo normal.
   El pobre rapaz venia con una herida muy seria que por poco lo transporta a la otra orilla; estuvo en la casa bastante tiempo, entre la fiebre, los delirios y los sopores del licor que le daban para poder aguantar el dolor cuando el médico le curaba las laceraciones de los dientes del animal, afilados y ponzoñosos como la lengua de las viejas putas. Perdonad padre, eso es lo que decimos por mis lares.
   __No os preocupéis hijo, me hago cargo de sobra.
   Cuando volvió en sí, se encontró casado con la muchacha y esperando un niño, lo que le llenó de  estupor al principio, pero que una vez observada  mejor la moza le pareció todo ello un regalo de los cielos, aunque no comprendía cómo había sido que no recordaba nada de nada. El médico le hizo notar que las fiebres producen graves fallos en la memoria, pero que como era bien patente había cumplido como cumplen los hombres que se visten por los pies. El pobre pastor era un alma noble y creyó de muy buena fe todo lo que le contamos, aunque hizo constar que le hubiera agradado sobremanera recordar siquiera un poco de lo que había hecho con la moza para engendrar al zagal que venía en camino.
   La gente de la aldea que conocía de sobra las andanzas de la hija de la costurera con el  triguero y antes con muchos otros, le echaban en cara su credulidad rayana en la bobería.
    ¿Cómo me va a mentir mi amo?, replicaba cuando alguien le reprochaba su candor. Tonto que eres tonto. No te consiento que insultes al señor conde, el no me mentiría jamás. Tenéis envidia de la belleza de mi esposa, eso es lo que os pasa.
   Se la llevó a vivir a la aldea, en las afueras, a la casa junto al camino del monasterio. Bastante antes de los nueve meses, contando desde la boda, nació el niño; un varón, que tenía el mismo rostro que su padre verdadero y su misma mata de pelo negro. Nunca habíamos visto, ni la comadrona tampoco, un recién nacido con tanto pelo. Es costumbre de los sietemesinos, dijo la partera que estaba en el ajo, para disimular. Todos nacen con mucho pelo. Esto constituyó una burla añadida para el padre que lo repitió por toda la aldea, para regocijo de los aldeanos.
   El bonachón del pastor me pidió permiso para llamarlo Julián como yo, a lo que accedí de buen grado; con el consentimiento le entregamos ropa para el niño y un dinero para la crianza. El buen hombre se hincó de rodillas y me besó la mano sollozando agradecido.
   El muchacho se fue criando bien. Era guapo y dicen que inteligente y listo, que no es lo mismo, aunque la gente piense que sí. Decidimos, porque ni la condesa ni yo le perdíamos la pista, aunque por razones diferentes, que fuera a estudiar con los frailes para que aprendiera a leer y a escribir y no se malograra su inteligencia.
   Estos, estaban sorprendidos de su facilidad para aprender cualquier cosa y de su destreza en el manejo de las armas. Además era trabajador y voluntarioso. Sin embargo su maestro le advertía un ligero contratiempo, algo poco aconsejable: estaba demasiado enmadrado, aunque su madre no le prestaba excesiva atención, todo hay que decirlo, dado que prefería la compañía de otros hombres antes que la del hijo y no digamos el marido.
   Mi querida condesa, si, la quería mucho  aunque le puse los cuernos en varias ocasiones. Me arrepiento, padre, es que me gusta la variedad, no fue por otro motivo. Mi querida esposa, como os decía, se enteró por otras criadas de como esta mala mujer tenía tratos con la curandera de la casa de la marca, que sabía deshacer preñeces con hierbas y malas artes acudiendo a ella en muchas ocasiones puesto que se metía en la cama con cualquier buen mozo que pasara por el pueblo. Hace no demasiado tiempo que esta bruja ardió en las hogueras del Santo Oficio, gracias sean dadas.
   Mientras el niño fue pequeño no estorbaba, pero al crecer, su presencia en la casa desagradaba a la madre, porque le quitaba albedrío para tener coyunda con los forasteros. Sin embargo el muchacho no quería separarse de ella ni con agua hirviendo. Así que la puta de la hija de la costurera de mi señora pensó en desembarazarse del niño del modo que pudiera, incluso se le pasó por la cabeza ahogarlo en el río, pero gracias a los santos, creyó más conveniente y menos trabajoso, dejarlo en el convento y habló con los frailes para llevarlo interno al cenobio, ya que así estaría más tiempo con ellos y podría aprender con más provecho, dado que cuando regresaba a la casa se distraía con cualquier cosa dejando olvidados los estudios y ella no era capaz de controlarlo, porque con ella se mostraba díscolo y desobediente, que el chico no es tan dócil como parece, reverendo padre, decía la muy puta con tanta maestría que hasta al buen fraile engatusó. A cambio puede ayudarles en los trabajos de esta santa casa. Los frailes antes de tomar cualquier decisión me lo comunicaron, porque en ello habíamos quedado. Mi esposa y yo creímos que acaso fuera bueno para el muchacho la estancia en la abadía, puesto que se iba haciendo mayor y acabaría comprendiendo como era su madre, de puta, quiero decir, con el consiguiente daño que eso podría causar en su carácter y en su comportamiento futuro.
   Su padre, el pastor, me refiero, no creyó conveniente separar al chico de la madre, así tan temprano, el infeliz, pero nosotros le hicimos ver la conveniencia que permanecer con los frailes al menos durante la semana y que los domingos, después de la Misa,  fuera a comer a la casa y a pasar el día con ellos, cosa que contentó al padre y desagradó a la madre.
   De este modo transcurrieron los años y Julián se fue transformando en adolescente.
Era muy buen estudiante y muy trabajador y los frailes le permitían acercarse a la casa de los padres siempre que lo deseara, una vez terminadas las clases y el trabajo. El chico, demostraba cada vez mas amor por su madre a la que contemplaba embobado y a la que seguía como un perrito cuando ella se movía por los alrededores de la casa hasta que, cansada de llevarlo pegado a sus faldas,  le tiraba piedras para que la dejara en paz.
No obstante, reparó una tarde en lo atractivo que era el muchacho al que sorprendió desnudo cuando se bañaba en el río. Se dio cuenta de pronto de cómo le iba cambiando el cuerpo, como iba apareciendo el vello púbico y como el muchacho salía del baño cada día con una deslumbradora erección de adolescente.
   __Que desperdicio__ comentaba la muy pervertida.
   Un mal día, se metió desnuda en el río cuando el chico se estaba bañando. El se sorprendió al verla y retrocedió azorado. Ella se acercó despacio como una sirena, le puso los brazos alrededor del cuello y le besó; primero la frente, después la nariz, luego los labios, metiendo de pronto la lengua como una serpiente dentro de la boca del muchacho.
   __ ¿Es necesario que refiráis estos pormenores?
   __Si, padre. Debo contarlo todo tal y como sucedió. De otro modo mi alma no se verá aliviada. Permitidme hacerlo a mi manera. Os lo ruego.
   __Como queráis.
    Os decía que le besó con lujuria. El chico se quedó al principio un poco perplejo, estas cosas eran nuevas para él, aunque no parecieron desagradarle. La muy pécora le tomó las manos y las puso sobre sus senos, rodeó las caderas del joven con sus muslos, mientras le pasaba la lengua por el cuello…
   Don Nuño se levantó del asiento.
  __Padre ¿Acaso os incomoda escuchar estas cosas? Perdonadme.
  __Continuad, hijo. Es que me duele la pierna, no os preocupéis.
  El deseo del muchacho despertó y respondió al estímulo de la puta con la fogosidad y el vigor  de sus quince años una primera vez dentro del agua y otras dos en la ribera del río sobre la hierba. Uno de mis criados lo presenció todo sin dar crédito. De todos modos, los gemidos y los gritos iban en progresión  a medida que los orgasmos ganaban en intensidad, por lo cual mas vecinos los oyeron,  creyendo por ello que la puta de la mujer del pastor estaba retozando con algún forastero y se apresuraron a acercarse para mirar. La gente disfruta con estas cosas. Cuando están en pleno éxtasis les tiran piedras. Pero ella se apercibió del peligro, como una loba, y se fueron a toda prisa para la casa.
No la denunciamos por respeto al pastor, porque nos daba mucha pena el hombre y porque yo me sentía culpable.
   Llegado este punto el conde casi se ahoga del sofoco. Don Nuño se apresuró a darle agua y aguardó el tiempo necesario a que se calmara para que prosiguiera. Ya le estaba interesando la historia.
  Conseguí que los frailes no dejaran salir al muchacho como antes, argumentándoles que la madre andaba con muchos hombres y no era conveniente que el chico la sorprendiera. Pero este lograba escaparse para yacer con ella como si fuera su novia. Yo no daba crédito, por eso mi criado me sugirió que me acercara para ver. Y eso hice.
  __¿Eso hicisteis?__ se escandalizó don Nuño.
  Si, cuando el chico se llegaba a la casa por las tardes, ella atrancaba la puerta y se lo llevaba al dormitorio. Todas los días igual. Ya no yacía con otros hombres, con Julián tenía más que suficiente y él acudía al tálamo como un corderito. Observamos por una rendija de las contraventanas. Al principio ella estaba sobre el muchacho. Desnudos los dos por completo…
    __Evitad estos pormenores.
  __No puedo, debo descargar mi conciencia. Tengo que referirlo como pasó. Me siento muy culpable.
  Luego, tras dos o tres penetraciones, ella le tomaba el pene firme con la mano, moviéndola arriba y abajo y, ¡no os lo vais a creer!, cuando Julián estaba nuevamente erecto…ella, ella…"
   Por suerte para don Nuño, el conde se ahogaba y tuvo que hacer un alto forzoso en el pormenorizado y descriptivo relato. El marqués salió para beber agua, mientras, entró don Pedro para acompañar al conde por si precisaba algo. Cuando reanudaron la confesión don Julián del Páramo continuó refiriendo las relaciones incestuosas que la pastora mantenía con el hijo.
  "Nos fuimos escandalizados. Decidí, sin decirle nada a la condesa porque no me atreví para no hacerla sufrir, hablar con la madre, recriminarle su conducta escandalosa y amenazarla con contarle al padre sus relaciones con el muchacho.
   No os atreveréis, me dijo. Mi marido no os creerá de todos modos y vos perderéis la oportunidad de probar alguna de las delicias que habéis presenciado. Seguro que mi señora la condesa no es capaz de satisfaceros del modo que yo lo haré, si mantenéis la boca cerrada.
   __¿Que me harías?, pregunté curioso. Todo lo que habéis visto y algo más que no tenéis ni idea de que se pueda hacer.
  __ ¿Me harías lo de la boca?
  __¡Don Pedro!__ exclamó don Nuño escandalizado.
  __Perdonadme padre. Soy un pecador y un lascivo, lo sé. Pero si vierais lo placentero que resultó. Hacía años que no sentía un goze tan…
  __¡Don Pedro!. Os prohíbo que continuéis. Ya me hago una idea bastante exacta de las artes amatorias de la mujer. Continuad con la historia, por favor.
  El conde del Páramo tuvo que resignarse a obviar lo referente al sexo y referir los hechos sin falta de ilustrarlos tan detalladamente.
  La relación con el hijo continuó durante al menos un año más. En ese tiempo hizo un par de visitas a la vieja bruja de la marca. Luego pareció irse cansando del muchacho. Prefería la variedad.
    Mientras tanto la villa fue tomando auge. Eran años de paz y los peregrinos a Santiago comenzaron a circular de nuevo en cantidad. El hospital del convento necesitó más medicinas para los muchos transeúntes que circulaban por los caminos y que traían todo tipo de males y de heridas propias de caminantes. Así que el monasterio de San Julián envió al boticario con frecuencia para traer hierbas y medicamentos que nuestro cenobio no poseía. Este hombre era buen mozo y un pecador compulsivo, que obviando el voto de castidad se entregaba a los placeres de la carne con demasiada frecuencia. Le gustó la esposa del pastor, como era de suponer y como ella no le hacía remilgos a los hombres y menos si eran atractivos, pues se convirtieron en amantes.
  El fraile, hombre duro al que le gustaban algunas cosas raras en la cama, sabedor de la promiscuidad de su amante le prohibió taxativamente tener relación carnal con ningún otro bajo amenaza de muerte, que así se las gastaba el boticario que Dios confunda. Ella pareció obedecerle y rehusó a los hombres excepto a Julián que como era el hijo no despertó el recelo del fraile. Voy a referíos algunas cosas que le vimos hacer al fraile. No os ofendáis.
   __Pero, ¿es que mirabais también?__ se escandalizó don Nuño.
  __Si padre. A estas alturas yo estaba dominado por el deseo. Ella era capaz de hacerle a un hombre cosas que nunca se habría podido imaginar.
  __Poca imaginación observo por la comarca__ pensaba don Nuño.
Por eso fuimos a ver lo que hacía con el fraile, por si había alguna novedad.
  __ ¿Húbolas?
  __Si, padre. Húbolas.
  El ya os digo era un poco especial. Disfrutaba atándola a la cama de manos y pies y lo que es peor fingía ahogarla con la almohada mientras la penetraba, con tanta fuerza, que una vez casi intervengo pues creí que la había matado sin querer, ya que ella sufrió unos espasmos muy violentos y luego se quedó quieta como si se hubiera muerto. Ya os digo que iba a irrumpir espada en mano, cuando ella abrió los ojos y dijo: hoy ha sido el mejor de todos, casi pierdo el conocimiento de placer. Luego, ella se ponía encima y le  hacía lo mismo a él. Yo quise probarlo, pero los acontecimientos se precipitaron y no pudo ser.
  __Señor, señor. Cuanta concupiscencia__ Exclamó don Nuño muy metido ya en su papel de confesor.
  Era el primer día de primavera de aquel infausto año. Había llegado lluviosa y fría. El boticario venía a la villa cada cambio de estación para traer medicinas, brebajes y ungüentos. Había tenido algún encontronazo con el muchacho a quien no le agradaba en absoluto, podéis imaginaros porqué. Este había llegado una tarde a la casa y los había visto copular por la misma ventana que nos. Seguro que le extrañó lo de la almohada, porque no creo que ella hubiera hecho eso antes con nadie. Fue también una novedad.
  Llegó la  noche y el boticario no se había presentado en el monasterio, los frailes extrañados salieron a buscarle.  La mula continuaba atada en el corral del pastor. La puerta de la casa estaba abierta. El fraile le llamó por su nombre y al no obtener respuesta, penetró en la vivienda. En medio de la cocina yacía el cadáver del boticario con un hacha clavada en medio del cráneo, sobre un charco de sangre negra como el alma del lujurioso monje. Estaba medio desnudo. Un poco más allá vio el hábito tirado en el  suelo de la habitación. Allí, en la cama, atada de pies y manos yacía la pastora. La habían ahogado con una almohada que aun tenía sobre la cara.
   El fraile salió corriendo aterrado pidiendo socorro. Todo el pueblo creyó, sin dudarlo un instante, que había sido obra del pastor; cansado de tantos cuernos, por fin había reaccionado, el hombre. Más vale tarde, decían los aldeanos, a los que pareció de perlas la venganza. A mí me resultaba imposible creer una cosa así, conociéndole como le conocía. Los frailes aseguraron que Julián, que no demostró ningún sentimiento, tan conmocionado quedó, el pobre, estaba esa tarde en el convento estudiando. Se pensó en cualquier otro amante celoso. Pero el pastor confesó.
   __He sido yo don Julián__ me dijo cuando fui a visitarle a la cárcel__ fui yo. Ya no aguantaba más. La había visto con nuestro hijo. No os vais a creer lo que le hacía. Casi me vuelvo loco.
   __El pobre pastor sollozaba con verdadero sentimiento. Daba mucha pena, padre y yo me sentía tan culpable, me sentía responsable de todo lo acontecido.
   __No debéis sentiros así. Vos no tenéis la culpa de que ella fuera tan depravada.
   El pobre pastor sólo me rogó que hiciera una cosa. Cuidad de mi hijo. Prometédmelo. Sabéis que es un muchacho inteligente y bueno, no lo abandonéis señor conde. Jurádmelo. No lo abandonéis. ¿Qué será de él solo en el mundo? Aun es muy niño. No lo abandonéis, por caridad.
   Jamás creí que mi pastor fuera el asesino. Pensé en cualquier amante de la puta que los sorprendió ese día, les mató, se largó del pueblo y nunca más volvió por aquí. Conmocionados como nos quedamos, nos ocupamos del hijo la condesa y yo porque así se lo había prometido al padre. Le instalamos en el castillo y más tarde le enviamos a Salamanca. Quería estudiar leyes. Fue tan bueno y tan agradecido con nosotros, era tan gentil y tan guapo que mi esposa y yo, ya mayores y sin hijos, decidimos adoptarle legalmente para que el titulo no se perdiera y el castillo y las tierras quedaran en buenas manos. Además de este modo pensábamos reparar de algún modo el daño que le hicimos a nuestro pastor sin mala intención. Solamente tratábamos de ayudar a la costurera de mi señora y ya veis lo que aconteció con ello. Por eso Dios nos castigó.

   Don Pedro guardó silencio un buen rato. Esta vez no le faltaba el resuello, se calló porque el llanto no le permitió continuar. Don Nuño dejó que llorara todo el tiempo que fuera preciso, para aliviar su tristeza. Cuando se recobró un poco, el noble español prosiguió su relato.


Continuará...

Los crímenes de las cuatro estaciones


La venganza, última


En casa de don Pedro de Picos Erizados había una gran consternación. Ahora si habían acudido sacerdotes; unos cuantos, cuando ya no se necesitaban para nada. También había acudido el Corregidor para disponer el entierro de su padre adoptivo.
   __Vamos a enterrarle aquí, en el lugar que los reyes tienen destinados para los altos dignatarios de la corte. Es un honor que me ha hecho el nuevo rey. Es difícil tras el diluvio hacer el viaje hasta León con un cadáver. Luego, con el tiempo, trasladaré sus restos para que descanse con su esposa. Les avisaré de cuando son los funerales por si quieren acudir.
   __Por supuesto.
   Don Nuño no acudió a saludarle, no tenía valor para verlo, temía que la rabia lo delatara y temía también lanzarse contra el llamándolo asesino, lo cual no era aconsejable, mayormente porque no tenía pruebas, solo la confesión de un muerto.
A mediodía llegaron Cirilo y Jacinto. Don Nuño y Josefo les recibieron con abrazos y el marqués preguntó a  Cirilo si había novedades.
   __Todo ha concluido. 
   Don Nuño y su criado hablaron en privado durante un buen rato, mientras Jacinto ponía  a Josefo al corriente de lo sucedido. Se sorprendió cuando el escritor le confesó haber visto la armadura la noche antes de partir para la capital
   __Han muerto todos y ya sabéis, se los ha llevado el río. Por cierto señor, se me había olvidado la dama por la que os habíais interesado, no os lo vais a creer. Era la esposa de Guzmán, bueno ahora la viuda. Está libre señor. Alegraros.

   Josefo ya no sabía que pensar. Los acontecimientos se habían precipitado en torrente como la lluvia y habían causado en el ánimo estragos parecidos. Habían removido conciencias, desenterrado recuerdos, arrastrado vidas y se habían ido igual que llegaron  dejado a su espalda muerte, porquería  y desamparo.
   El viaje de vuelta iba a ser difícil puesto que tenía mucho que preguntar al marqués y se mareaba en la litera.
   Don Nuño decidió irse y no esperar al entierro del conde del Páramo. Se despidieron todos de todos. Josefo prometió regresar a casa de don Pedro para visitar a los hijos de quienes se había hecho amigo sobre todo de Pedro, el mayor, aficionado  a la astronomía al tiempo que le instaba a visitarlo también en Saláceres. Don Nuño prometió a don Pedro pensar con calma en la confesión de don Julián  y tomar
 la decisión acertada o hacer todo lo posible por lo menos. El otoño estaba entrando, al menos sobe el calendario, que era lo preocupante.
    Una vez en camino Josefo que no había comido apenas para no tener un viaje difícil  no sabía por dónde empezar a preguntar; lo hizo por la armadura. Don Nuño le respondió a todo aunque sin entusiasmo. Apenas tenía voz, el terrible secreto que compartió con don Julián le había minado el espíritu.
   Era Almanso Vivar mi alférez del tercio. Un gigante como ya sabéis, que medía  más de  dos estados. Cuando portaba la bandera esta era visible por encima de las picas lo que desconcertaba y desmoralizaba al enemigo.
   Fue mi mano derecha durante años,  un hombre valiente y fiel al que quise como a un hermano. Con el tiempo comenzó a tener problemas de salud. Extraños, problemas extraños. Comenzó por hacerle daño la luz en los ojos. Esta dolencia fue aumentando de intensidad  hasta verse obligado a  utilizar  unos anteojos negros como si fuera ciego. A la vez el vello  se fue extendiendo hasta el punto de tener todo el cuerpo cubierto de pelo, un pelo negro y tupido como el de la cabeza, que unido a la estatura le daba un terrible aspecto de oso. La gente, ya sabéis, comenzó a ver la mano del diablo.
Menos mal que en aquellos tiempos la inquisición italiana solo se ocupaba de perseguir protestantes por toda la isla y le traía sin cuidado el exceso de pelo de Almanso y los contubernios con el diablo de los supuestos brujos.
   Pero eso no fue lo peor, lo más difícil sobrevino cuando la luz del día le afectaba a la piel que no estaba cubierta de pelo como parte de la cara y  las manos Es una extraña enfermedad. Se vio obligado a llevar celada y manoplas siempre que tuviera que estar al aire libre.
   Estaba casado desde bastante joven, cuando aún no había ni rastro de la enfermedad y tenía un hijo que ansiaba también ser soldado como el padre. Tomamos la decisión de licenciarlo y que viviera en su pueblo medio oculto, porque ya os digo que la imaginación corría pareja con la ignorancia y al Santo Oficio de España no le hacía falta más que una ligera insinuación de pacto con el diablo para poner en marcha toda su poderosa maquinaria.
  Yo le sugerí trasladarse a Hispatania dado que aquí no hay inquisición y la gente  acepta la diferencia sin grandes aspavientos y eso hicieron, viviendo aquí en mi palacio mientras yo estaba en la corte haciendo de doble del rey. Supongo que recordareis el episodio, porque prefiero pasar de largo por el. Cuando me embarqué de nuevo para Italia,  él se ocupó de mis asuntos aquí y a mi vuelta, herido, mi casa y mi hacienda estaban  en perfecto orden. Cuando me repuse y me fui a Madrid a vender mis pertenencias, el vino conmigo para ver a su hijo, ya soldado, que iba a llegar de permiso. Viajábamos por la noche dentro de la litera y durante el día descansábamos en cualquier pueblo. Nuestra última noche en Madrid regresando a mi casa unos delincuentes nos asaltaron en plena calle, matando a su hijo. Almanso partió en dos de una estocada al asesino y casi al otro, que no obstante logró huir. Su mujer que había viajado con nosotros hasta Salamanca para visitar a sus parientes perdió la razón al recibir la noticia y no quiso separarse del lado de su hijo. Hubo que arrancarla por la fuerza del cementerio y no fue posible convencerla para regresar a Saláceres. Alquilaron una vivienda lo más próxima al camposanto que encontraron y allí permanecieron estos años. Pudimos averiguar que uno de aquellos delincuentes fue nada menos que Guzmán Ibáñez, quien trató de asesinar a Almanso en su propia casa, sirviéndose de unos sicarios, un tanto chapuceros por suerte.
   Su mujer falleció hace un mes y yo envié a Cirilo a buscarle para que se ocupara de vengar la muerte del hijo y de paso, la violación de la hija de mi sirvienta que es sobrina suya y para terminar de una vez por todas con el problema de los alguaciles aunque no era esto lo que habíamos planeado. Solamente pretendíamos matar a los alguaciles tal y como se hizo: cercenándole la cabeza de un tajo a Tadeo  y luego Cirilo  dando buena cuenta de Benito para que terminaran de una jodida vez los asaltos a mujeres. Lo que no se es como se enteraron las damas de la Liga. Cirilo no pudo aclarármelo, aunque yo pienso que si lo sabe. Pienso, incluso, que él les hizo llegar la información. Creo que tiene buen trato con la hija del curtidor, la que estuvo en casa ¿recordáis?
   El viaje de Almanso fue todo un acontecimiento. En estos momentos ya no solo es la luz lo que le hace daño, incluso el aire  le causa una espacie de quemadura en la piel. Así que cuando tiene que salir a la calle debe hacerlo embutido en una armadura ¿Comprendéis? En su pueblo se hizo correr el bulo de que está loco y que se cree invisible dentro de la armadura de ese modo la inquisición ni se preocupa por él.  El viaje fue harto complicado. Almanso era excesivamente corpulento para hacer el viaje dentro de la armadura a lomos de un mulo. Hubo que pensar en otro medio de transporte. Además era aconsejable que nadie lo viera.

   Tuvimos que contar con la complicidad del boyero para que en su carro lo trajera metido en un ataúd y la armadura en otro. En el puesto de la frontera se dijo que era el ataúd para el rey ¿Para el rey? preguntó el oficial. Si, para el rey. Se hacen venir dos de Portugal y dos de España y en palacio esperan otros dos. Así nadie sabe en cual  va a ser enterrado y no se le puede hacer un sabotaje. Un sabotaje ¿Cómo qué? Preguntó el oficial. Pues no tengo ni idea. Pero así lo hacen y estos son los dos del lado español. Traigo un salvoconducto, como si dijéramos y le enseñó un papel que elaboramos en palacio con mi sello que es parecido al del rey, para que pudiera pasar sin abrir los  ataúdes, por supuesto. También habíamos dispuesto una bolsa de doblones, por si acaso había algún mal entendido. El dinero, no sé por qué, pero todo lo allana.
Almanso viajaba envuelto en una sabana y respiraba mediante una caña hueca introducida en su boca cuyo extremo asomaba justo en el centro de la cruz de fina taracea, consiguiendo que ni siquiera se adivinara  desde afuera. En el otro ataúd viajaba  la armadura enorme como habréis deducido. No hubo problemas. Cuando vos lo visteis venia caminando desde casa del boyero. A esa hora no hay nadie por las calles. Cirilo y otro criado se cercioraron de que no estuvieran los alguaciles y el boyero les acompañó llevando las pocas pertenencias de Almanso en su mulo. Al alférez lo habíamos instalado en casa en una habitación en la planta baja que hemos cerrado herméticamente  para no se cuele ni una brizna de aire. Allí estaría todo el tiempo que deseara vivir, porque me había comunicado su intención de quitarse la vida. Algo que yo respetaría, por supuesto.
   Josefo estaba fascinado por la historia. Podría escribir la biografía del alférez, le hacía mas ilusión que narrar la historia del hijo del conde de Cumbres Apuntadas. Se lo hizo notar a don Nuño y a este le apreció perfecto. Os daré todos los detalles que preciséis.
Josefo le habló al marqués de la mujer de Guzmán y de cómo se había enamorado y de que ese día no prestó atención alguna al fraile porque Raquel había sido su horizonte no existiendo nadie más en la iglesia para él esa mañana.
   Don Nuño se rió con gana por primera vez en muchos días, lo cual sirvió para levantarle un tanto el ánimo. Por una vez a su amigo asturiano le cuadraban las cosas con una mujer casada puesto que antes de iniciar la relación ya se había muerto el marido. Esta vez no habrá problemas de cuernos, ni huidas precipitadas.
   __Habéis tenido suerte.
   Bruscamente la litera se detuvo. Hubo que dar la vuelta porque enormes rocas se habían desplomado sobre la calzada y era imposible avanzar. Tuvieron que regresar e instalarse en el palacio de Cumbres Apuntadas. Allí esperaron a que se despejara el camino. Josefo aprovechó para tomar notas y comenzar la redacción de la historia, lo que agradó sobre manera al noble. Cuando pudieron reanudar el viaje ya era veintidós de septiembre, el asesino podía haber vuelto a matar.

   En Saláceres,  las mujeres de la  Liga sabían  que el camino estaba interrumpido. Dorotea, la hija del curtidor, echaba de menos la presencia de Cirilo. El sabría cómo impedir que el fraile volviera a matar. Con el aquí todo hubiera sido más fácil, habría ideado un plan que pudieran seguir. Ellas tuvieron que improvisar a toda prisa. Era veinte de septiembre, no quedaba tiempo, hubo que pasar a la acción. Antes, comprobaron que no estuviera en la villa ninguno de los amigos españoles del fraile, eso hubiera hecho la tarea más difícil aun.
   Se hizo imprescindible secuestrar al monje. Para ello, dos mujeres de la Liga se presentaron en el convento al anochecer solicitando ver al boticario. Tenían que hacerle una consulta. Resulta, le dijo Dorotea que mi padre tiene una fuerte reacción en los ojos, quizá sean los productos que utiliza para curtir las pieles, pero lo cierto es que nunca le había sucedido. Los tiene enrojecidos y apenas puede abrirlos. No ve nada ahora mismo. El tiene mucha fe en vos, mas que en el médico y me ha pedido que venga a rogaros que paseéis a verle un momento y le deis algún ungüento o cualquier otra cosa que consideréis que le pueda hacer bien. Ya sabéis que vivimos cerca. Os ruego que me acompañéis. Os lo ruego.
   El fraile accedió de buena gana. Era cierto que conocía al curtidor y en más de una ocasión le había dado algún remedio para las afecciones generalmente de la piel que le producían con frecuencia los productos empleados en el ejercicio de  su rentable profesión. Luego el hombre siempre se mostraba generoso con la comunidad, lo cual era muy tenido en cuenta. Así que el toledano se fue con Dorotea de buen ánimo.
   __Mi padre está en el taller.
   __¿Como no lo habéis llevado para la casa? No le conviene tener cerca la sustancia que le provocó la irritación.
   __Es muy terco. No ha querido ir.
   Cuando entraron algo se abalanzó sobre el boticario. Una sartén impulsada por la hilandera, que le dejó inconsciente en un amen. Cuando despertó se hallaba acordelado a una silla con un montón de soga alrededor del cuerpo, las manos atadas a la espalda y las piernas sujetas también con firmeza, una a cada pata. Una venda tapándole la boca, tornaba imposible cualquier intento de pedir ayuda.
   __¿Que carajo han hecho conmigo estas putas?. ¿Qué intenciones tendrán? __pensó, porque pensar si que podía, por desgracia, porque se le pasaron un montón de posibilidades desagradables por la cabeza.

   Nadie vino a interesarse por él, aunque notó que había mujeres en la puerta, único hueco con el que contaba el cuartucho, como montando guardia. La noche fue larga, aunque de madrugada y en vista de la tranquilidad se durmió un tiempo. Cuando despertó ya era de día. Transcurrido un buen rato escuchó la voz de Dorotea. Parecía alterada.
   __Mierda, mierda y mierda. No es él.
   __¿Que dices?__ preguntó otra voz.
   __Ha vuelto a matar, no es él. Rosalía, la mujer del jardinero del conde, ha aparecido muerta como las otras. Aunque esta vez nadie ha visto el fraile.
   __Porque estaba aquí.
   __Entonces ¿Quién ha matado?
   __Yo que sé, un imitador, quizá.
   __No lo creo. Ha sido el asesino de siempre. Entremos a ver al fraile.
   __A lo mejor se ha ido.
   __¿Por dónde y cómo, quien lo iba a desatar?
   __A lo mejor el diablo.
   __No digas tonterías. Nos hemos equivocado.
   Entraron comprobando, en efecto, que el boticario estaba tal y como lo habían dejado. Dorotea le quitó la mordaza.
   __Lo siento, padre, nos hemos equivocado.
  __ Supongo que alguien me explicará que es lo que está ocurriendo.
   Dorotea le refirió lo sucedido. El fraile no daba crédito. Porqué iba a ser el asesino, solo por ser alto y con buen porte. El no llevaba zapatos y lo más importante, no era un criminal.
   __ Si, os habéis equivocado por desgracia para esa pobre mujer. El criminal continúa matando. Pensad en otro.
   __¿Vais a denunciarnos?
   __¿A quien? Ya no hay alguaciles, ni alcalde mayor, que no ha regresado del entierro, ni tampoco Corregidor. El pueblo está sin autoridades, aunque bueno, nadie los echa de menos. Reconozco que vuestras intenciones eran nobles. A mí también me gustaría que cesaran los crímenes. Desatadme y dejadme ir en paz, que yo os perdono.

   Las mujeres de la Liga estaban descorazonadas  y totalmente perdidas. El único sospechoso que tenían no era el criminal. Cuando volvieran Cirilo y el marqués tendrían que reconocer que se había equivocado. Estaban peor que al principio. Lo que desconocía Dorotea es que don Nuño ya sabía quién era el criminal, aunque ignoraba el modo de hacerle confesar. Eso iba a ser tarea ardua por no decir imposible, algo que el marqués no quería contemplar bajo ningún concepto.

   El día veintidós de septiembre pudieron continuar camino. Llegaron por la tarde a la villa. Esta vez nadie salió a recibirles. Don Nuño le pidió a Josefo que se quedara en palacio.  Mandaremos recado a Raquel y a su hermano para que nos visiten mañana y le ofreceré mi casa si quiere quedarse en la villa una vez que sepa que vos la amáis.
Josefo no sabía cómo agradecerle todo lo que el marqués hacía por el. Nunca se había sentido tan respaldado por nadie ni siquiera por su padre que siempre le andaba recriminando por todo lo que hacía, nunca nada de provecho, según opinión paterna.


   Virtudes les dio la noticia cuando se disponían a entrar.
   __Ha vuelto a matar.
   __¿Como habrá logrado llegar con el corte del camino?
   __Posiblemente antes de que ocurriera__ dijo Cirilo.
   __Si estaba organizando el entierro de su padre.
   __Pues ha estado aquí, seguro.
   Al poco llegó Dorotea buscando a Cirilo. Le contó lo del fraile. Habéis tenido mucho valor le dijo Cirilo, no llores. Has hecho todo lo que has podido. Posiblemente cojamos pronto al criminal, creo que hay pistas fiables, pero no corras la voz. Debe ser un secreto. El criminal podría enterarse y huir. ¿De acuerdo?
   __Si.
   Don Nuño visitó el cadáver de Almanso que aguardaba entierro en la capilla de palacio y luego acordó con Cirilo enterrarle al amanecer.
   __Haremos el funeral aquí en la casa y tras ello le daremos sepultura en el panteón de mi familia. Para mi será un honor que descanse allí.
   Al entrar en el comedor para la cena  don Nuño saludo efusivamente a don Gonzalo, la armadura, y le resumió las vicisitudes del entierro del rey.
   __Dice que el rey siempre tocando las narices a todo el mundo. Tiene razón.
Luego le hizo otra sinopsis de la confesión de  don Pedro del Páramo, obviando los detalles eróticos. Para que tentar a una armadura.
   __Piense vuestra merced en el modo de hacerle hablar.
   Josefo, ya no se extrañaba de estas cosas. A estas alturas andaba convencido de que don Nuño era muy peculiar, pero no estaba loco ni nada parecido. Cuando comenzaban a cenar Virtudes llegó con una misiva. Don Nuño la abrió y en principió pareció alegrarse, pero luego la alegría mudó a fastidio.
   __Vaya un momento más inoportuno. No estoy para visitas.
     __¿Que sucede?__ quiso saber Josefo.
   __Mirad, para vos sí es buena noticia. Viene la compañía de Jerónimo Velázquez con Elena Osorio, por supuesto. Van a actuar a Madisboa en los actos de la coronación, a los que no tendré más remedio que acudir, maldita sea. Pernoctarán aquí en palacio, bueno creo que permanecerán un día o dos según dice la misiva__ Don Nuño releyó el texto—no estamos para visitas. Maldita sea. Supongo que vendrá Granvela. Pobre Lope.
   Cenaron en silencio. A los postres Josefo tuvo ¡por fin! una idea. Una idea que había que madurar, pero en principio parecía buena.
   __Tal vez sea muy conveniente para el otro asunto que nos ocupa la llegada de los cómicos.
   __No entiendo.
   __Acaba de ocurrírseme una idea. Creo que es la única oportunidad de lograr que don Julián confiese sus crímenes.
   __¿Y qué pinta la compañía de Velázquez en todo esto?
   __Pinta muchísimo.
   __Explicaros, voto a Dios.
   __Pues, veréis.




Continuará...





Los crímenes de las cuatro estaciones

La venganza, segunda



Año y pico más tarde de la ausencia de Raquel la compañera encargada de dar la noticia de su marcha a la fuerza con Guzmán, enfermó y tuvo que ser trasladada a un hospital en la capital. Desde allí tuvo ocasión, al fin, de escribir al hermano mayor de la novicia contándole lo sucedido, antes de morir sin remedio de fiebres tercianas.
Cuando Ariel Enríquez recibió la misiva, tomó dos decisiones: la primera informarse dónde demonios se hallaba ese país del que había oído hablar pero que creía inexistente y una vez comprobada la autenticidad y radicado el lugar exacto del emplazamiento, dirigirse allí a rescatar a su pobre hermana. Su esposa le hizo ver la conveniencia de hacerse acompañar por algún buen espadachín, porque presentarse en un país extranjero y liarse a mandobles con la autoridad lo consideraba suicida y ella no tenía la más mínima intención de quedarse viuda, al menos por el momento, que mas tarde nadie sabe.
   Así que contrataron un sicario de fiar y con él y con la noble intención de traerse a su hermana salió para Saláceres el converso, mientras su esposa se encaminó a la iglesia para comenzar una novena a Santa Rita abogada de las causas perdidas y otra a Santa Bárbara. No sabía bien porqué, pero ella le tenía fe en esa santa de nombre contundente.
   Los dos viajeros llegaron a la frontera con Hispatania un día después de comenzar el diluvio. El camino estaba interrumpido convertido en un turbulento río y no quedó otro remedio que retroceder hasta el pueblo más próximo a esperar la bonanza. Dio la casualidad que se hospedaron en la venta donde don Nuño y Josefo habían estado recabando información hacía más o menos un mes. Allí continuaba de criada la moza de los pechos exuberantes y las orondas caderas, para deleite sobre todo del sicario, mozo aguerrido, como debe ser dado el oficio que ostentaba, y con ganas de retozar entre abundancias, que disfrutó de los días de espera como no se había si imaginado que pudiera suceder, ya que tenía el viaje por aburrido y tedioso en la compañía del judío, hombre parco en palabras y en todo.

   Con Almanso ya en la villa y el hermano de Raquel en la frontera acompañado de un asesino profesional, los días de Guzmán entre los vivos parecían estar próximos a su fin. Ya le había llegado la percepción de peligro inminente, enamorado como andaba de la intuición, que le correspondía como nunca lo había hecho mujer alguna.

   En Saláceres la lluvia había caído sobre la villa con menos fuerza que en la capital. Las  puertas de la muralla permanecieron abiertas día y noche para que el agua se dirigiera a través de ellas al río Torte que, de igual manera que en Madisboa,  se desbordó aunque con menos brios, rebasando el puente pero sin tratar de penetrar en el recinto, por lo cual no le fue necesario librar batalla alguna con el agua del interior. Se comprende que la lluvia aquí no causara tantos estragos como en Madisboa, porque las montañas desaguaban directamente en el río y no sobre las calles. Aunque la inundación deterioró las puertas y causó algún destrozo en la muralla, sin embargo no arrastró a ningún vecino ni a ninguna animal, ni constituyó un torrente tan turbulento como en las calles de la capital.
      La vida en la villa se detuvo durante las semanas del diluvio y Jacinto se vio solo en casa  aislado en medio de la lodosa laguna en la que se convirtió el patio, el huerto y sobre todo, la plaza. Carlota le hacía señas desde los balcones de palacio, pero el asturiano apenas si la distinguía porque la lluvia era una tupida cortina que empañaba las imágenes y difuminaba los contornos. Alguna vez creyó Jacinto adivinar como Carlota se sacaba los pechos fuera del corsé y los meneaba ante el cristal, pero no podía estar seguro. Posiblemente se lo estuviera imaginando. De todos modos la desdibujada silueta de la moza le hizo compañía en aquellos días de forzado aislamiento en los que limpió y relimpió la casa, descolocó la ropa de los baúles y la colocó de nuevo, fregó suelos, lavó vajillas, bruñó metales hasta acabar medio derrengado durmiendo durante dos días con sus noches. Cuando despertó y comprobó que continuaba el diluvio sintió deseos de llorar. En el monasterio continuaba el tañido a muerto lo que hacía aun más lóbrego el obligado encierro.
   El día que escampó, una vez que el agua descendió de nivel, los salacereños en masa se dedicaron a limpiar primero las calles y una vez despejadas estas, las casas. Se ayudaban unos a otros como los buenos vecinos que siempre habían sido y cuando concluían la limpieza en su vivienda se iban a la del morador siguiente o a la del otro, si corría más prisa.
   En los palacios el agua inundó ligeramente los patios sin causar mayores problemas puesto que las viviendas se encontraban en los primeros pisos escaleras arriba, pero en las casitas bajas de la mitad de la villa, la riada invadió aunque sin demasiado ímpetu, las plantas inferiores y los moradores fueron obligados a vivir esos días confinados en la parte más alta. De todos modos el agua aquí no alcanzó ni la décima parte del nivel que consiguió en  la capital, siendo más liviana la inundación, con diferencia.
   La segunda noche después del día que escampó, Jacinto estaba en la cocina preparándose una leche caliente con miel y orégano, como le había enseñado su madre para curarse el dolor de garganta que le había sobrevenido tras respirar la humedad de la riada, cuando la casa pareció temblar de repente. Las lámparas, los cacharros de la alacena y los platos de la espetera tintinearon. El muchacho se asomó a la calle para ver que sucedía y lo que observó le dejó mudo de sorpresa y de temor. Mientras llegaba corriendo al balcón pensaba que la montaña se había venido abajo ablandada por la lluvia, pero jamás se habría imaginado lo que realmente apareció ante sus ojos redondos como lunas por el estupor y el miedo.
   Una enorme armadura caminaba a grandes trancos por la calle. Con parsimonia y un balanceo rítmico y constante, afianzaba un pie sobre el suelo antes de levantar el otro para avanzar, sacudiendo los limoneros con la fuerza de las pisadas y derribando los limones como si los vareara. La espada, sujeta con ambas manos, oscilaba al compás del cuerpo a derecha e izquierda. Un poco por detrás le seguía Cirilo. Jacinto, a pesar del miedo, cogió su forquiau, bajó corriendo las escaleras y salió al huerto. Abrió una pequeña cancela que había en el otro extremo y una vez en la calle, avanzó con cuidado pegado a las casas, siguiendo a la extraña comitiva con sigilo. No sabía bien porqué pero estando Cirilo presente se sentía protegido, por eso se atrevió a salir.
   Por el final de la calle, canturreando por efecto del alcohol, los dos alguaciles menores venían haciendo la ronda. Les seguía Guzmán un poco rezagado lo cual no era lo habitual, porque tras beber en las tabernas, el alguacil mayor se iba directo a su casa en la otra punta de la villa. A Tadeo le habían soltado porque se inundó el calabozo cuando la llovida. Benito se detuvo cuando adivinó las sombras avanzando por la calle y alzó la cabeza para mirar la armadura que se había parado y parecía aguardarles; Tanto se inclinó hacia atrás para poder verla entera, que cayó de  espalda sobre los adoquines.
   __Es el otro__ dijo Cirilo.
   El gigante de hierro se dirigió a Tadeo, que espada en mano y de pie en medio de la calle intentaba colocarse para enfocar la visión y ver que era aquello que se aproximaba, y de un mandoble le seccionó la cabeza. El cuerpo anduvo unos pasos descabezado hasta que, perdido el timón, flexionó las rodillas y se desplomó. Jacinto se orinó encima. Mientras, Cirilo se disponía a entrar en lid con Benito que había desenvainado para defender a su hermano y que comenzó a lanzar histéricos alaridos cuando contempló la cabeza por los suelos con una mueca de asombro detenida para siempre en sus facciones. Con la espada en la mano salió corriendo hasta que Guzmán le detuvo. Fue imposible lograr que se diera la vuelta, no quería mirar. Así que permaneció de espaldas clavado en medio de la calle, porque Guzmán le había amenazado con matarle como le diera por huir.
   El gigante de hierro había apoyado la punta de la tizona en los adoquines dispuesto a ser espectador de la lid. A Jacinto esa imagen le recordó a alguien. Si, al Cid Campeador; había visto una estatua en alguna parte. Benito continuaba de espaldas.
   Entretanto, Ibáñez no podía creer lo que estaba viendo. Era la armadura, tal y como la había soñado. Miró los limones esparcidos por el suelo a lo largo de la calle y comprendió. Su intuición que jamás le fallaba se lo había advertido: Viene un gigante embutido en una armadura no se sabe bien por qué motivo, pero ten la seguridad de que así será. Y así fue, bien a la vista estaba.
   Mientras el gigante se ponía de nuevo en marcha y se dirigía hacia el alguacil, Cirilo aguardaba con los aceros en ambas manos.
   Guzmán sabía que no tenía nada que hacer frente al monstruo, que este le partiría en dos como a Tadeo. Es lo mismo, pensó, si no me mata el por cualquier rara casualidad lo hará Cirilo. Hoy es mi última noche en la tierra, me cago en toda la corte celestial. Estoy jodido definitivamente ¿De qué infierno habrá salido esta ogro? Seguro que tiene un solo ojo también por eso me dejó tuerto. Pero eso sí,  moriré matando, esto está fuera de toda duda.
   Guzmán empuño la pistola que se había hecho traer de España después del intento fallido de asesinar a Almanso y que llevaba consigo en este momento. En menos que se dice fuego,  disparó sobre la armadura  apuntando a la cabeza. El gigante se tambaleó, cayó de rodillas con grave estruendo y luego se desplomó en el suelo sobre el lado derecho quedando encogido, casi  en postura fetal, mientras por el agujero de la frente manaba la sangre como el agua por una fuente.
   Esta va a ser la madre de todas las peleas a espada y vizcaína de la península ibérica, pensó Ibáñez primero, para repetirlo en alta voz después, poniéndose en guardia dispuesto a batirse con Cirilo.
   En la noche solamente se escuchaba el choque de los aceros. Fue una pelea bastante larga, teniendo en cuenta que Guzmán andaba  perjudicado por el orujo, pero en la certeza de que iba a ser su última contienda sacó fuerzas de donde no había y volvió a sentirse un soldado de los tercios. Es más, de pronto se notó rodeado por los compañeros entrechocando las apuntadas picas dándole ánimos; escuchó de nuevo la voz de su sargento, sintió los excitados relinchos de los caballos, percibió de reojo los arcabuces y se lanzo a la lucha por Dios y por España como antes de que todo acabara para él tras Lepanto. En ese preciso minuto, el tiempo había retrocedido, Lepanto no había tenido lugar aún y el iba a la muerte luchando valientemente de igual a igual  en los campos de batalla de la dulce Italia con sus noches benignas y sus limoneros. Iba a la muerte, si, porque tras justa lid, el acero del enemigo se le había introducido tres cuartas y le había partido en dos el corazón.
   Jacinto recuperó algo la calma y recordó a Raquel y pensó en su amo. Tenía que hablar con la dama no fuera  a ser que se largara de la villa y tuvieran que ir tras ella, que él estaba muy a gusto en Hispatania, a pesar de lo que acababa de suceder y ya no tenía deseos de viajar más.
   Un murmullo le devolvió a la calle y a la noche de muertos que estaba presenciando. Mujeres de la villa comenzaron a arribar a la plaza desde todas las calles. Cirilo, observaba sin moverse al lado de su amigo muerto, pero Benito se dio la vuelta, miró en derredor y comprendiendo intentó huir. Saltó sobre Guzmán tendido en el suelo, caliente aún y sangrando todavía, cuando un enjambre de sartenes y cacerolas le rodeó y avanzó sobre él. Fue una muerte ruidosa, violenta y sañuda. Seguramente lo que se tenía merecido. Posiblemente jamás se hubiera imaginado Benito un final así, en plena calle golpeado por un grupo de mujeres con sed de venganza absolutamente justificada. La paliza se extendió en el tiempo, las damas de la Liga, como las llamaba el marqués con admiración y respeto,  no eran conscientes de si estaba vivo o muerto y continuaron golpeando hasta que probablemente se cansaron. Cuando eso ocurrió estaban solas en la plaza. El círculo de vengadoras retrocedió tal y como había avanzado, desapareciendo por cada esquina ordenadamente como si interpretaran una danza sincronizada y mortal.
   Cirilo se arrodilló al lado del gigante. Había muerto casi en el acto. Mi pobre amigo, musitó el antiguo soldado. Vinieron mas criados de la casa de don Nuño para retirar el cadáver de Almanso. Jacinto tenía tal susto en el cuerpo, que ni se movió del sitio. El criado del marqués no lo vio al pasar por su lado porque hacía ya un rato que la luna, que lo había presenciado todo, se había ocultado tras una nube rezagada dejando a oscuras la villa, como si cayera el telón. Cuando se alejaron, el asturiano corrió a toda prisa para la casa sin volver la vista no fuera que se convirtiera en estatua como aquella mujer curiosa de la que hablaba la Biblia y que tantas veces le había mencionado el cura cuando le enseñaba la doctrina, allá en el pueblo.
   De vuelta en la cocina fue incapaz de tragarse la leche. Había atrancado bien la puerta pero no porque temiera que nadie le visitara ni que las salacereñas de la Liga le agredieran. No sabía por qué pero había cerrado a conciencia y aunque lo que había presenciado no iba a permitirle dormir en las noche siguientes, se fue a la cama y se tapó la cabeza con las mantas como cuando de niño había tormenta ¿ Cuando regresaría Josefo?
   A la mañana siguiente Jacinto había decidido acercarse a la casa de Raquel y ofrecerle la suya aunque no estuviera su amo. Eso hubiera hecho el escritor caso de haber estado en la villa en esos momentos, Jacinto lo sabía de sobra, le conocía bien. Se atrevió a asomarse por la ventana de la cocina para ver cómo estaba la plaza. Esta había sido despejada, los cadáveres retirados y los limones recogidos. Todo había vuelto a la normalidad. Salió y se encaminó a casa de doña Raquel. Cuando llegó un hombre con apariencia de viajero esperaba con dos caballos en la plaza delante de la casa Era el sicario que acompañaba a Ariel Enríquez. Este estaba arriba con su hermana. Por lo visto el alguacil había desaparecido. No había vuelto a la casa la noche anterior y no lo hallaban por parte alguna. Tampoco aparecían los otros dos alguaciles.
   __¿Sabréis algo vos por ventura?
   Jacinto se dio cuenta de que se había precipitado. No sabía que hacer en ese momento así que decidió volver a la casa y esperar a que regresara Josefo. No podía dejar ningún recado sin levantar sospechas, por ello explicó al viajero que su amo y él eran también españoles y que él conocía a Luisa, la criada de la casa. Volvería en otro momento cuando no hubiera visita. El sicario sonrió y le respondió que sería lo mejor.
   Cuando entraba en la plaza vio salir a Carlota del palacio y dirigirse hacia la casa. Al poco la aldaba de la puerta retumbó en todo el recinto. Jacinto se dio cuenta entonces de que el tañido a muerto había cesado por fin. Sorprendió a la muchacha, tocándole las nalgas.
   __Cirilo quiere que vengas a palacio. Tiene que contarte algo, por lo visto. Yo tengo que irme, mi tía no me deja hablar contigo nada más que lo estrictamente necesario.
   Tiene miedo que me preñes__ le dijo casi al oído llena de picardía.
   El asturiano se fue a  por el forquiau , cerró bien aunque ya no hacía falta guardarse de Guzmán, atravesó la plaza y entró en Palacio.
   Dentro no había ni rastro de la armadura. Cirilo estaba limpiando la espada y los cuberos desayunaban en la cocina. Ya habían terminado el trabajo, pero este año no habría vendimia, la lluvia había destrozado las vides, las había incluso arrancado de cuajo y arrastrado pendiente abajo hasta el río.
   __Habrá que ir a buscarlas a Lisboa.
   __Hoy regresan el señor marqués y tu amo. Voy a ir a recogerlos con la litera, te invito a venir conmigo.
__Os hacía en la capital con ellos. No sabía que habíais vuelto.
__Regresé el mismo día por la tarde una vez los dejé instalados. Allí no precisan la litera para nada. Además necesitaba regresar. Había asuntos que resolver.
__Ya lo he visto.
__Lo se. Por eso quiero que vengas conmigo. No puedo contarte nada hasta que mi amo lo sepa y el hable con el Corregidor y se lo refiera al señor Josefo.
__Y…y la armadura.
__Todo a su tiempo. No te preocupes por nada. Ven a desayunar.
Carlota ya le había puesto un tazón de chocolate caliente, unas rosquillas de anís recién fritas, un plato de queso y fruta.
Jacinto le hablo a Cirilo de la esposa de Guzmán y de cómo parecía que ella y su amo se habían enamorado.
__Perfecto, ahora tiene el camino libre. No haremos nada hasta hablar con mi señor ¿de acuerdo? Luego habrá tiempo para todo.
   __Es que me preocupa su seguridad. Por cierto, su hermano ha llegado precisamente hoy. A lo peor se van para Toledo.
   __Te garantizo que nada malo les sucederá. Tampoco se van a ir  así como así sin saber que ha sido de Guzmán. Si has terminado, ven conmigo.
   En las caballerizas, una vez a solas, le hizo una confesión que era más bien una orden.
   __Lo que has presenciado no ha sucedido. A los tres alguaciles se los llevó la corriente crecida del río. Salieron de la ciudad borrachos como andan cada noche y lo más probable es que hayan caído a las aguas. No se sabe nada de ellos. Ni se sabrá. Puede acontecer que los cadáveres o alguno de ellos quizá, aparezca por algún sitio cuando baje el nivel, pero lo más probable es que el Atlántico los lleve hacia las Indias de Occidente. Bien muertos, eso si. A vuestro amo si se lo puedes decir, mi amo lo hará de todos modos y le referirá más cosas que debe saber. Pero a nadie más, debes contarlo; ni siquiera a Luisa la criada de Raquel__ añadió Cirilo apuntándolo con el índice.
   Estaba comprobado que en el palacio del marqués todo se sabía, hasta lo que  sentían las personas unas por otras.