Los crímenes de las cuatro estaciones

 La confesión, primera




Al palacio de  Picos Erizados, no llegaron aquella noche ni médicos ni sacerdotes, por ello, al marqués del no le quedó otra que avenirse a hacer de intermediario entre Dios y el noble leonés.
   Bastante contrariado, se sentó en un frailero al lado de la cama del moribundo, dispuesto a escuchar lo que tuviera a bien referirle.
   El conde español agarró con las pocas fuerzas de que disponía la mano de don Nuño, como si ello le mantuviera asido a la vida, y comenzó la confesión, o digamos mejor el relato, para no incomodar al marqués.
   __No se por donde comenzar.
   __Hacedlo por el principio, es lo mejor.
   El noble del Páramo inspiró aire con avaricia y comenzó a relatar entrecortadamente los hechos que tanto le atormentaban. Don Nuño atendía con resignación.
  “Ocurrió padre, que uno de nuestros pastores estaba casado con una hermosa mujer, hija de la costurera de la condesa, a la que dejó preñada un caballero leones que pasó por la casa para hacer negocios con el trigo y la cebada de sus tierras del Páramo. La condesa se empeñó en casarla a toda prisa con quien fuera para  que su criada no sufriera esa deshonra. Ella y sus damas se afanaron con ahínco en buscarle un marido lo más pronto posible porque esas cosas son difíciles de mantener en secreto ya que el tiempo navega en contra.
  Providencialmente apareció el pastor de ovejas por la casa porque el lobo había hecho estragos en el rebaño y precisaba ayuda para poder mantenerlos a raya.
   La condesa y yo nos miramos y sin mediar palabra nos entendimos. Luego de tantos años juntos es lo normal.
   El pobre rapaz venia con una herida muy seria que por poco lo transporta a la otra orilla; estuvo en la casa bastante tiempo, entre la fiebre, los delirios y los sopores del licor que le daban para poder aguantar el dolor cuando el médico le curaba las laceraciones de los dientes del animal, afilados y ponzoñosos como la lengua de las viejas putas. Perdonad padre, eso es lo que decimos por mis lares.
   __No os preocupéis hijo, me hago cargo de sobra.
   Cuando volvió en sí, se encontró casado con la muchacha y esperando un niño, lo que le llenó de  estupor al principio, pero que una vez observada  mejor la moza le pareció todo ello un regalo de los cielos, aunque no comprendía cómo había sido que no recordaba nada de nada. El médico le hizo notar que las fiebres producen graves fallos en la memoria, pero que como era bien patente había cumplido como cumplen los hombres que se visten por los pies. El pobre pastor era un alma noble y creyó de muy buena fe todo lo que le contamos, aunque hizo constar que le hubiera agradado sobremanera recordar siquiera un poco de lo que había hecho con la moza para engendrar al zagal que venía en camino.
   La gente de la aldea que conocía de sobra las andanzas de la hija de la costurera con el  triguero y antes con muchos otros, le echaban en cara su credulidad rayana en la bobería.
    ¿Cómo me va a mentir mi amo?, replicaba cuando alguien le reprochaba su candor. Tonto que eres tonto. No te consiento que insultes al señor conde, el no me mentiría jamás. Tenéis envidia de la belleza de mi esposa, eso es lo que os pasa.
   Se la llevó a vivir a la aldea, en las afueras, a la casa junto al camino del monasterio. Bastante antes de los nueve meses, contando desde la boda, nació el niño; un varón, que tenía el mismo rostro que su padre verdadero y su misma mata de pelo negro. Nunca habíamos visto, ni la comadrona tampoco, un recién nacido con tanto pelo. Es costumbre de los sietemesinos, dijo la partera que estaba en el ajo, para disimular. Todos nacen con mucho pelo. Esto constituyó una burla añadida para el padre que lo repitió por toda la aldea, para regocijo de los aldeanos.
   El bonachón del pastor me pidió permiso para llamarlo Julián como yo, a lo que accedí de buen grado; con el consentimiento le entregamos ropa para el niño y un dinero para la crianza. El buen hombre se hincó de rodillas y me besó la mano sollozando agradecido.
   El muchacho se fue criando bien. Era guapo y dicen que inteligente y listo, que no es lo mismo, aunque la gente piense que sí. Decidimos, porque ni la condesa ni yo le perdíamos la pista, aunque por razones diferentes, que fuera a estudiar con los frailes para que aprendiera a leer y a escribir y no se malograra su inteligencia.
   Estos, estaban sorprendidos de su facilidad para aprender cualquier cosa y de su destreza en el manejo de las armas. Además era trabajador y voluntarioso. Sin embargo su maestro le advertía un ligero contratiempo, algo poco aconsejable: estaba demasiado enmadrado, aunque su madre no le prestaba excesiva atención, todo hay que decirlo, dado que prefería la compañía de otros hombres antes que la del hijo y no digamos el marido.
   Mi querida condesa, si, la quería mucho  aunque le puse los cuernos en varias ocasiones. Me arrepiento, padre, es que me gusta la variedad, no fue por otro motivo. Mi querida esposa, como os decía, se enteró por otras criadas de como esta mala mujer tenía tratos con la curandera de la casa de la marca, que sabía deshacer preñeces con hierbas y malas artes acudiendo a ella en muchas ocasiones puesto que se metía en la cama con cualquier buen mozo que pasara por el pueblo. Hace no demasiado tiempo que esta bruja ardió en las hogueras del Santo Oficio, gracias sean dadas.
   Mientras el niño fue pequeño no estorbaba, pero al crecer, su presencia en la casa desagradaba a la madre, porque le quitaba albedrío para tener coyunda con los forasteros. Sin embargo el muchacho no quería separarse de ella ni con agua hirviendo. Así que la puta de la hija de la costurera de mi señora pensó en desembarazarse del niño del modo que pudiera, incluso se le pasó por la cabeza ahogarlo en el río, pero gracias a los santos, creyó más conveniente y menos trabajoso, dejarlo en el convento y habló con los frailes para llevarlo interno al cenobio, ya que así estaría más tiempo con ellos y podría aprender con más provecho, dado que cuando regresaba a la casa se distraía con cualquier cosa dejando olvidados los estudios y ella no era capaz de controlarlo, porque con ella se mostraba díscolo y desobediente, que el chico no es tan dócil como parece, reverendo padre, decía la muy puta con tanta maestría que hasta al buen fraile engatusó. A cambio puede ayudarles en los trabajos de esta santa casa. Los frailes antes de tomar cualquier decisión me lo comunicaron, porque en ello habíamos quedado. Mi esposa y yo creímos que acaso fuera bueno para el muchacho la estancia en la abadía, puesto que se iba haciendo mayor y acabaría comprendiendo como era su madre, de puta, quiero decir, con el consiguiente daño que eso podría causar en su carácter y en su comportamiento futuro.
   Su padre, el pastor, me refiero, no creyó conveniente separar al chico de la madre, así tan temprano, el infeliz, pero nosotros le hicimos ver la conveniencia que permanecer con los frailes al menos durante la semana y que los domingos, después de la Misa,  fuera a comer a la casa y a pasar el día con ellos, cosa que contentó al padre y desagradó a la madre.
   De este modo transcurrieron los años y Julián se fue transformando en adolescente.
Era muy buen estudiante y muy trabajador y los frailes le permitían acercarse a la casa de los padres siempre que lo deseara, una vez terminadas las clases y el trabajo. El chico, demostraba cada vez mas amor por su madre a la que contemplaba embobado y a la que seguía como un perrito cuando ella se movía por los alrededores de la casa hasta que, cansada de llevarlo pegado a sus faldas,  le tiraba piedras para que la dejara en paz.
No obstante, reparó una tarde en lo atractivo que era el muchacho al que sorprendió desnudo cuando se bañaba en el río. Se dio cuenta de pronto de cómo le iba cambiando el cuerpo, como iba apareciendo el vello púbico y como el muchacho salía del baño cada día con una deslumbradora erección de adolescente.
   __Que desperdicio__ comentaba la muy pervertida.
   Un mal día, se metió desnuda en el río cuando el chico se estaba bañando. El se sorprendió al verla y retrocedió azorado. Ella se acercó despacio como una sirena, le puso los brazos alrededor del cuello y le besó; primero la frente, después la nariz, luego los labios, metiendo de pronto la lengua como una serpiente dentro de la boca del muchacho.
   __ ¿Es necesario que refiráis estos pormenores?
   __Si, padre. Debo contarlo todo tal y como sucedió. De otro modo mi alma no se verá aliviada. Permitidme hacerlo a mi manera. Os lo ruego.
   __Como queráis.
    Os decía que le besó con lujuria. El chico se quedó al principio un poco perplejo, estas cosas eran nuevas para él, aunque no parecieron desagradarle. La muy pécora le tomó las manos y las puso sobre sus senos, rodeó las caderas del joven con sus muslos, mientras le pasaba la lengua por el cuello…
   Don Nuño se levantó del asiento.
  __Padre ¿Acaso os incomoda escuchar estas cosas? Perdonadme.
  __Continuad, hijo. Es que me duele la pierna, no os preocupéis.
  El deseo del muchacho despertó y respondió al estímulo de la puta con la fogosidad y el vigor  de sus quince años una primera vez dentro del agua y otras dos en la ribera del río sobre la hierba. Uno de mis criados lo presenció todo sin dar crédito. De todos modos, los gemidos y los gritos iban en progresión  a medida que los orgasmos ganaban en intensidad, por lo cual mas vecinos los oyeron,  creyendo por ello que la puta de la mujer del pastor estaba retozando con algún forastero y se apresuraron a acercarse para mirar. La gente disfruta con estas cosas. Cuando están en pleno éxtasis les tiran piedras. Pero ella se apercibió del peligro, como una loba, y se fueron a toda prisa para la casa.
No la denunciamos por respeto al pastor, porque nos daba mucha pena el hombre y porque yo me sentía culpable.
   Llegado este punto el conde casi se ahoga del sofoco. Don Nuño se apresuró a darle agua y aguardó el tiempo necesario a que se calmara para que prosiguiera. Ya le estaba interesando la historia.
  Conseguí que los frailes no dejaran salir al muchacho como antes, argumentándoles que la madre andaba con muchos hombres y no era conveniente que el chico la sorprendiera. Pero este lograba escaparse para yacer con ella como si fuera su novia. Yo no daba crédito, por eso mi criado me sugirió que me acercara para ver. Y eso hice.
  __¿Eso hicisteis?__ se escandalizó don Nuño.
  Si, cuando el chico se llegaba a la casa por las tardes, ella atrancaba la puerta y se lo llevaba al dormitorio. Todas los días igual. Ya no yacía con otros hombres, con Julián tenía más que suficiente y él acudía al tálamo como un corderito. Observamos por una rendija de las contraventanas. Al principio ella estaba sobre el muchacho. Desnudos los dos por completo…
    __Evitad estos pormenores.
  __No puedo, debo descargar mi conciencia. Tengo que referirlo como pasó. Me siento muy culpable.
  Luego, tras dos o tres penetraciones, ella le tomaba el pene firme con la mano, moviéndola arriba y abajo y, ¡no os lo vais a creer!, cuando Julián estaba nuevamente erecto…ella, ella…"
   Por suerte para don Nuño, el conde se ahogaba y tuvo que hacer un alto forzoso en el pormenorizado y descriptivo relato. El marqués salió para beber agua, mientras, entró don Pedro para acompañar al conde por si precisaba algo. Cuando reanudaron la confesión don Julián del Páramo continuó refiriendo las relaciones incestuosas que la pastora mantenía con el hijo.
  "Nos fuimos escandalizados. Decidí, sin decirle nada a la condesa porque no me atreví para no hacerla sufrir, hablar con la madre, recriminarle su conducta escandalosa y amenazarla con contarle al padre sus relaciones con el muchacho.
   No os atreveréis, me dijo. Mi marido no os creerá de todos modos y vos perderéis la oportunidad de probar alguna de las delicias que habéis presenciado. Seguro que mi señora la condesa no es capaz de satisfaceros del modo que yo lo haré, si mantenéis la boca cerrada.
   __¿Que me harías?, pregunté curioso. Todo lo que habéis visto y algo más que no tenéis ni idea de que se pueda hacer.
  __ ¿Me harías lo de la boca?
  __¡Don Pedro!__ exclamó don Nuño escandalizado.
  __Perdonadme padre. Soy un pecador y un lascivo, lo sé. Pero si vierais lo placentero que resultó. Hacía años que no sentía un goze tan…
  __¡Don Pedro!. Os prohíbo que continuéis. Ya me hago una idea bastante exacta de las artes amatorias de la mujer. Continuad con la historia, por favor.
  El conde del Páramo tuvo que resignarse a obviar lo referente al sexo y referir los hechos sin falta de ilustrarlos tan detalladamente.
  La relación con el hijo continuó durante al menos un año más. En ese tiempo hizo un par de visitas a la vieja bruja de la marca. Luego pareció irse cansando del muchacho. Prefería la variedad.
    Mientras tanto la villa fue tomando auge. Eran años de paz y los peregrinos a Santiago comenzaron a circular de nuevo en cantidad. El hospital del convento necesitó más medicinas para los muchos transeúntes que circulaban por los caminos y que traían todo tipo de males y de heridas propias de caminantes. Así que el monasterio de San Julián envió al boticario con frecuencia para traer hierbas y medicamentos que nuestro cenobio no poseía. Este hombre era buen mozo y un pecador compulsivo, que obviando el voto de castidad se entregaba a los placeres de la carne con demasiada frecuencia. Le gustó la esposa del pastor, como era de suponer y como ella no le hacía remilgos a los hombres y menos si eran atractivos, pues se convirtieron en amantes.
  El fraile, hombre duro al que le gustaban algunas cosas raras en la cama, sabedor de la promiscuidad de su amante le prohibió taxativamente tener relación carnal con ningún otro bajo amenaza de muerte, que así se las gastaba el boticario que Dios confunda. Ella pareció obedecerle y rehusó a los hombres excepto a Julián que como era el hijo no despertó el recelo del fraile. Voy a referíos algunas cosas que le vimos hacer al fraile. No os ofendáis.
   __Pero, ¿es que mirabais también?__ se escandalizó don Nuño.
  __Si padre. A estas alturas yo estaba dominado por el deseo. Ella era capaz de hacerle a un hombre cosas que nunca se habría podido imaginar.
  __Poca imaginación observo por la comarca__ pensaba don Nuño.
Por eso fuimos a ver lo que hacía con el fraile, por si había alguna novedad.
  __ ¿Húbolas?
  __Si, padre. Húbolas.
  El ya os digo era un poco especial. Disfrutaba atándola a la cama de manos y pies y lo que es peor fingía ahogarla con la almohada mientras la penetraba, con tanta fuerza, que una vez casi intervengo pues creí que la había matado sin querer, ya que ella sufrió unos espasmos muy violentos y luego se quedó quieta como si se hubiera muerto. Ya os digo que iba a irrumpir espada en mano, cuando ella abrió los ojos y dijo: hoy ha sido el mejor de todos, casi pierdo el conocimiento de placer. Luego, ella se ponía encima y le  hacía lo mismo a él. Yo quise probarlo, pero los acontecimientos se precipitaron y no pudo ser.
  __Señor, señor. Cuanta concupiscencia__ Exclamó don Nuño muy metido ya en su papel de confesor.
  Era el primer día de primavera de aquel infausto año. Había llegado lluviosa y fría. El boticario venía a la villa cada cambio de estación para traer medicinas, brebajes y ungüentos. Había tenido algún encontronazo con el muchacho a quien no le agradaba en absoluto, podéis imaginaros porqué. Este había llegado una tarde a la casa y los había visto copular por la misma ventana que nos. Seguro que le extrañó lo de la almohada, porque no creo que ella hubiera hecho eso antes con nadie. Fue también una novedad.
  Llegó la  noche y el boticario no se había presentado en el monasterio, los frailes extrañados salieron a buscarle.  La mula continuaba atada en el corral del pastor. La puerta de la casa estaba abierta. El fraile le llamó por su nombre y al no obtener respuesta, penetró en la vivienda. En medio de la cocina yacía el cadáver del boticario con un hacha clavada en medio del cráneo, sobre un charco de sangre negra como el alma del lujurioso monje. Estaba medio desnudo. Un poco más allá vio el hábito tirado en el  suelo de la habitación. Allí, en la cama, atada de pies y manos yacía la pastora. La habían ahogado con una almohada que aun tenía sobre la cara.
   El fraile salió corriendo aterrado pidiendo socorro. Todo el pueblo creyó, sin dudarlo un instante, que había sido obra del pastor; cansado de tantos cuernos, por fin había reaccionado, el hombre. Más vale tarde, decían los aldeanos, a los que pareció de perlas la venganza. A mí me resultaba imposible creer una cosa así, conociéndole como le conocía. Los frailes aseguraron que Julián, que no demostró ningún sentimiento, tan conmocionado quedó, el pobre, estaba esa tarde en el convento estudiando. Se pensó en cualquier otro amante celoso. Pero el pastor confesó.
   __He sido yo don Julián__ me dijo cuando fui a visitarle a la cárcel__ fui yo. Ya no aguantaba más. La había visto con nuestro hijo. No os vais a creer lo que le hacía. Casi me vuelvo loco.
   __El pobre pastor sollozaba con verdadero sentimiento. Daba mucha pena, padre y yo me sentía tan culpable, me sentía responsable de todo lo acontecido.
   __No debéis sentiros así. Vos no tenéis la culpa de que ella fuera tan depravada.
   El pobre pastor sólo me rogó que hiciera una cosa. Cuidad de mi hijo. Prometédmelo. Sabéis que es un muchacho inteligente y bueno, no lo abandonéis señor conde. Jurádmelo. No lo abandonéis. ¿Qué será de él solo en el mundo? Aun es muy niño. No lo abandonéis, por caridad.
   Jamás creí que mi pastor fuera el asesino. Pensé en cualquier amante de la puta que los sorprendió ese día, les mató, se largó del pueblo y nunca más volvió por aquí. Conmocionados como nos quedamos, nos ocupamos del hijo la condesa y yo porque así se lo había prometido al padre. Le instalamos en el castillo y más tarde le enviamos a Salamanca. Quería estudiar leyes. Fue tan bueno y tan agradecido con nosotros, era tan gentil y tan guapo que mi esposa y yo, ya mayores y sin hijos, decidimos adoptarle legalmente para que el titulo no se perdiera y el castillo y las tierras quedaran en buenas manos. Además de este modo pensábamos reparar de algún modo el daño que le hicimos a nuestro pastor sin mala intención. Solamente tratábamos de ayudar a la costurera de mi señora y ya veis lo que aconteció con ello. Por eso Dios nos castigó.

   Don Pedro guardó silencio un buen rato. Esta vez no le faltaba el resuello, se calló porque el llanto no le permitió continuar. Don Nuño dejó que llorara todo el tiempo que fuera preciso, para aliviar su tristeza. Cuando se recobró un poco, el noble español prosiguió su relato.


Continuará...

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