La leyenda del pueblo de los hombres mujer

Capítulo VIII



Gloria permaneció bastantes días en el hospital. Al salir corriendo a la calle se había dado un golpe contra un arcón de hierro que, obviamente, no había visto. Tenía dos huesos rotos en la rodilla y ésta visiblemente deformada. Además, padecía un fuerte shock nervioso. Ana le hizo compañía hasta que llegó su familia.
   Juan y Pedro permanecieron con ellas en el centro. Mientras, el periodista trató de convencerle  de que se uniera a ellos en un programa especial en el cual advertirían  a la gente del riesgo que entrañaba la estación, con el ser moviéndose  por allí a sus anchas. Juan no quiso colaborar bajo ningún concepto. A punto estuvieron de llegar a las manos. El escándalo fue de tal calibre que el personal del hospital les advirtió que a la próxima, llamarían a seguridad y les echarían de allí sin misericordia.

   Aunque la cámara nunca apareció, en cuando Gloria estuvo en condiciones de acudir a un plató prepararon la emisión.  Desde hacía varios días, Pedro se pasaba cada tarde por casa de Ana, para escribir el guión y revisar toda la información de modo que no quedara ningún cabo suelto. Desde los sucesos había surgido una fuerte amistad entre ambos, que a Juan no le gustaba nada, ni  las visitas tampoco y procuraba llegar a casa una vez que el periodista se hubiera ido.
   La relación entre él y Ana iba cada vez peor. No iba, para ser exactos. Ella se creía elegida por el destino para acabar con el maleficio de la montaña o dicho de otro modo más expeditivo, para pegarle un tiro a la mariposa.
   Una tarde Ana estaba enfrascada en el ordenador cuando Juan le anunció que su madre estaba al teléfono. A ella había acudido Juan a raíz de los acontecimientos, a buscar ayuda, pero la madre era para eso aun peor que la hija; era una creyente convencida en todo tipo de aparecidos: ovnis, vírgenes, licántropos, vampiros y por supuesto hombres y mujeres polilla. Faltaría más. Así que tomó partido por la niña y afeó con ella la conducta de Juan que había visto y sin embargo no había creído.
   __Eres peor que Santo Tomás.
   El harto del tono bíblico que iba tomando el asunto se había desentendido por completo de todo y no había vuelto a preguntarle a Ana nada sobre nada relacionado con el puto pueblo con su mariposa y su periodista embaucador.
   __Que les den a todos.
   Pero esa tarde, le pudo la curiosidad y se acercó para ver que estaba haciendo todo el santo día  metida en la Red. Se quedó atónito cuando comprobó que estaba en E-bay, tratando de adquirir lo que se anunciaba como “un kit para cazar licántropos y otros seres similares”. Entre varias cosas pintorescas como una botella de jugo de ajo, un rosario con caja de latón, una cruz de madera con libro de salmos, ad hoc, colmillos caninos y otras idioteces por el estilo, Juan vio algo que le inquietó bastante: una pistola y su correspondiente munición de balas de plata, especiales para matar hombres lobo y demás individuos de especies parecidas.
   Cuando Ana dejó el teléfono tuvieron una bronca monumental, la mayor de todas las que habían tenido, la mayor de las broncas jamás tenida por pareja alguna. Ella cogió las llaves del coche y se largó con un portazo, él le siguió gritando desde el umbral:
   __¿Pero cómo es posible que te creas que has sido elegida, imbécil? Piensas que eres un mesías que va a redimir al mundo de una amenaza. Y una vez que logres matar al bicho ¿Qué vas a hacer, crucificarte cabeza abajo? Ah no, la asociación de periodistas esotéricos y paranormales del mundo te dará una medalla y los esquiadores te harán un monumento y…
   __Y vete a tomar por el culo.
   Desde ese día Ana no volvió a la casa. Juan pensaba que estaba en la de Pedro, pero no, se había instalado, provisionalmente, con una amiga.
Dos días antes de la emisión del programa, la madre de Gloria llamó al director: su hija sufría, según los médicos,  un hematoma subdural  crónico como consecuencia del golpe del accidente y  presentaba un cuadro de desorientación y amnesia, además de vómitos y otros síntomas. La habían vuelto a ingresar.
   __No, no. Está en una clínica privada. No, no diré donde. Dejadla en paz. No contéis con ella.
   Sin grabación y sin testigo directo de la aparición. Sólo contaban con Ana.                  
   Si Juan quisiera colaborar…
   Volvieron a intentarlo, pero fue inútil. No quiso ni hablar con ellos. En la estación continuaban muriendo hombres de la misteriosa muerte súbita y cada vez se oían más testimonios de gente que aseguraba haber visto una mariposa enorme, pero no querían testificar ante las cámaras.
   Tenían miedo. Alguien los intimidaba, era evidente.
   Por otra parte, cada vez iba menos gente a esquiar y los que acudían procuraban no pernoctar en la estación.
   A Ignacio, el párroco que también la había visto e iba a contarlo ante las cámaras, le trasladaron fulminantemente a África. Por lo visto allí era más útil, según el arzobispado. Pedro visitó a su madre por si podía facilitarle alguna dirección u otra forma de ponerse en contacto. Pero, o era cierto que no la tenía o la habían amedrentado.
   El mismo, comenzó a tener la sensación de ser seguido por alguien. Desde los sucesos del valle estaba en guardia, pero hasta ahora todo había estado tranquilo, más o menos.
  Comenzó a tomar precauciones obvias: no ir siempre por la misma ruta, llegar a casa a horas diferentes cada día, cerrar bien, revisar cada mañana los bajos del coche. Mandó instalar una alarma. No obstante, no se sentía seguro. Aunque no quería preocuparla se lo contó a Ana y le sugirió también estar alerta. El día de la emisión del programa la cadena había decidido ponerles escolta.
   __Nunca está de más tomar precauciones. No sabemos a qué o a quien nos enfrentamos.
   Por la noche todo estaba preparado en el estudio. Ana llegó puntual con su guardaespaldas, sin embargo Pedro se retrasaba.
   __Es que cambia de ruta a diario y posiblemente la de hoy sea más larga o tenga más tráfico…
   Pasaban los minutos como cuentas de rosario y el director ya no sabía que pensar. Le llamaban al móvil con insistencia, pero una voz grabada les advertía que estaba fuera de cobertura. Lo mismo sucedía con el celular del escolta.
   __Avisa a la policía.
   __Pero…
   __Avisa, ya están advertidos.
   No obstante, tuvieron que comenzar sin él.
   El presentador leyó la exposición de los hechos preparada por Pedro y antes de abordar la entrevista con Ana, expuso el súbito y casual empeoramiento en la salud de Gloria, la mujer que había filmado el incidente de aquella noche más la desaparición no menos misteriosa de la cámara y  el sospechoso retraso de Pedro, “cosa que jamás ocurrió en los doce años que llevamos haciendo el programa”.
   __Están preparando la escenografía__ pensó Juan al escuchar todo aquello.
    Por supuesto no estaba al corriente de las sospechas de Pedro ni de que la cadena les hubiera puesto escolta. No había vuelto a hablar con Ana.
   Ella contó su historia. Esta vez no había tampoco ningún testigo que la corroborara. Parecía que todo estuviera preparado para darle misterio y credibilidad a una historia de por si poco creíble.  El programa no fue precisamente un éxito de audiencia. La estación les acusó de hacer un montaje burdo para desprestigiarlos no se sabía con que oscuras intenciones y les amenazó, por supuesto, con una demanda.
   El público se dividió entre los que creían a pies juntillas la historia de la mujer mariposa y los que pensaban en un montaje de “gente que carece de argumentos y quiere seguir en el candelero a toda costa”. Porque “salir en la tele da mucha fama y luego se venden libros a porrillo, aunque sean infumables”, decían los críticos que siempre habían sido muy intolerantes con el contenido del programa y muy envidiosos con los éxitos del presentador y de Pedro León, un periodista muy respetado entre el gremio de seguidores de lo paranormal.
   La prensa sensacionalista acosó a Ana sin piedad en las semanas siguientes. Programas basura de cadenas privadas le ofrecían dinero por aceptar careos con escépticos sobre temas esotéricos. Cuanta más violencia verbal más dinero. Si llegaban a las manos, el doble de lo acordado en principio.
   A estas alturas Ana estaba totalmente asqueada porque sabía que los hechos eran ciertos y que la gente continuaba muriendo y le dolía que prevaleciera la frivolidad de la audiencia fácil sobre la necesidad, perentoria para ella, de esclarecer los sucesos de una vez por todas. Le sorprendía y le lastimaba a la vez, la falta absoluta de ética de los medios de comunicación en general.
   Pedro no volvió a aparecer.
   Lo mismo que si se lo hubiese tragado la tierra. No dejó ni rastro tras de sí. Fue imposible hallar nada, ni el coche, ni una mínima pista. Nada.
   __Seguro que aceptó dinero por desaparecer, tonta que eres tonta__ Le decía Juan sin piedad alguna, cebándose con ella en una pobre venganza, de la que más adelante se arrepintió.
   Ella estaba segura de que no había sido así. Algo terrible y definitivo le había ocurrido. Estuvo semanas pendiente del teléfono, por si la cadena o la policía tenían alguna noticia. Luego, todo se precipitó. La televisión suprimió el programa de misterio. Los hombres continuaron muriendo en Silos. Las autoridades peinaron la zona buscando algo y Ana se cansó de todo y aceptó el trabajo en Londres.

Continuará...


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