El renglón torcido


Capítulo V


Isabel llegó el sábado por la mañana increíblemente temprano, tanto que ni Aníbal ni Casimiro se habían levantado. La abuela estaba en la cocina preparando el café y conversando con García. Casi a la vez que Isabel llegó Elisa abuela. Entró como si la persiguiera el demonio y se plantó delante de García.
   __Están pasando cosas muy raras.
   __ ¿Cómo cuales?
  __Como que desaparece comida y ropa__ explicó mirando a Isabel abuela__ y además a Dolores le han robado las recetas de Indalecio.
   __ ¿Cómo que le han robado las recetas?
  __Pues eso, las recetas que tiene para la medicación del Inda, que le han desaparecido.
   __Puede haberlas perdido…
  __Podría, si Dolores fuera de otra manera que no es…más descuidada, quiero decir.
  __Con la preocupación puede haberse descuidado, tal vez las cambió de sitio y no lo recuerda.
  __Eso no le pasa a Dolores, tiene razón Elisa__ terció la abuela__ algo raro ocurre.
  __Vamos a ver, centrémonos: Alguien roba comida y las recetas del chico. Pues es ce cajón que ese alguien sabe dónde está el Inda como dicen ustedes.
  __A esa conclusión ya había llegado yo… Sabe una cosa__ Elisa se sentó frente a García con la cara desencajada__ creo que es mi nieta. Creo que ella roba la comida, lo que no puedo afirmar es que haya robado las recetas…
   __Tendrás que espiarla.
  __Ya lo hice y la veo levantarse a por comida a la nevera que luego lleva a su habitación…no puede ser que coma tanto. Lleva bastante comida. Y hay algo más: la madre de María también me dijo que su hija roba comida y que le falta ropa de su hijo mayor…Algo se traen entre las dos.
   __Pero si Elisa no sale de casa…
   __Pero la María si, viene todos los días a ver a Elisa, se encierran en su cuarto y nadie la ve cuando se va, yo estoy trajinando mis cosas y mi hija está en su trabajo.
   __Yo vigilaré__ aseguró Casimiro que había escuchado la conversación__ ¿a qué  hora viene la María de visita?
   __A media mañana la primera vez, luego vuelve por la tarde.
   __Queda tiempo. Abuela como huele ese café.
   __ ¿Y las recetas?
   __Todo a su tiempo. Voy a desayunar.

   Aníbal e Isabel bajaron de la habitación cuando ya todos se habían ido a sus quehaceres, en la casa permanecía solamente la abuela para darles noticia de las novedades.
   __Voy a salir al campo para ver si veo al cardenal.
   __ ¿A estas horas? Estará regresando si no lo hizo ya…Te  he hecho un bocadillo de jamón. Necesitarás reponer fuerzas.
  __Da igual solamente quiero conocerlo. Marcho ahora mismo. Gracias por el bocata abuela, todo un detalle. Adiós__ le dijo a Isabel dándole un beso de refilón.
   __No se para que he venido__ protestó.
  __Aníbal está aquí para trabajar en el caso que tenemos entre manos, no lo atosigues. ¿Has traído la información que te pidió? Déjame echarle un vistazo.

   Aníbal se dirigió a buen paso a los campos donde según la abuela cazaba monseñor. No se escuchaba ningún disparo, el soto bosque estaba lleno de trinar de pájaros, se notaba que nada perturbaba la calma. Hacía buen tiempo, sin calor excesivo, con una ligera brisa templada y olorosa. Llegaban aromas posiblemente de arbustos o hierbas que Aníbal, urbanita pertinaz, no era capaz de identificar. En ese momento de paz perfumada, casi balsámica, Aníbal pensó fugazmente, que le gustaba el campo. Cuando levantó la vista del suelo para asimilar mejor la panorámica purificante, algo rasgó el paisaje, como un tijeretazo. Alguien avanzaba en dirección a la espesura a toda carrera. Pero no era el cardenal. Era una mujer rubia con la melena ondulando al viento de la frenética galopada que la llevaba al bosque. El detective comenzó a trotar para poder seguirla.
   __Ni siquiera en el campo existe la calma completa__ pensó mientras la   seguía a la suficiente distancia para no ser visto.
   Tras un buen trecho, internados ya en una fronda más espesa, y varios metros por delante, la mujer comenzó a llamar: “Alejandro, Alejandro…Contéstame por favor”.
   __Llama al cardenal__ se dijo frenando el trote__ esto se va a poner interesante. ¿Quién será esta mujer? Tiene buena pinta.
   __Alejandro, se que estás aquí, responde, tengo que hablarte…
   De pronto unos metros tras ella, los suficientes para no errar el tiro, apareció un hombre alto vestido de campo con la escopeta en la zurda.
   __Buen cazador__ se dijo Aníbal__ la pieza está muerta.
   __ ¿Qué es lo que quieres Ana María?
   __ ¡Alejandro! Necesitaba verte y hablar contigo.
   __Pues aquí estoy. Pero te advierto que ya no hay nada que hablar.
   __Alejandro ¡llévame contigo a Roma!
   __ ¿Qué dices, estás loca?
   __Me voy de aquí. Ya no soporto ni a mi marido ni menos aun a mí suegra. Tras la muerte de Sofía mi vida aquí ya no tiene ningún sentido…
   __Haz lo que te parezca, pero a mí ni te acerques.
   Aníbal escondido, casi empotrado en una carrasca joven, escuchaba sin dificultad, y sin demasiada sorpresa, la conversación entre la esposa del señorito y el cardenal de la santa iglesia romana.
   __Alejandro no me dejes abandonada a mi suerte.
   Esta frase sonó más a amenaza que a súplica, pensó el detective, al que una culebra de buen tamaño le acababa de pasar sobre una bota, para ir a ponerse al sol unos metros más allá.
   __Montaré un escándalo, ahora ya no tengo nada que perder.
   __Ana María, te juro por Dios que si no sales de mi vida por las buenas te vas a arrepentir, y que cualquier daño que intentes hacerme a mi o a lo que represento, se volverá contra ti al ciento por uno. Y sabes que no miento.
   __! Alejandro, te lo ruego! Por nuestra hija.
   __ ¿Por nuestra hija?__ se dijo Aníbal__ esto se pone de lo más interesante.
   El cardenal se había acercado a la mujer del señorito, con la que por lo escuchado había tenido lo suyo, y la había cogido por el cuello para exponerle en la cara una última advertencia.
   __Que era mía la niña lo dices tú, a mi no me consta en absoluto y cuanta más basura quieras echar sobre la iglesia, peor para ti.
   __Porque la iglesia soy yo__ remató Aníbal__ yo y mi polla, claro…
   En ese momento la culebra regresó sobre sus pasos, es un decir, para descubrir a Aníbal. Sorprendidos ambos, se contemplaron sin moverse, hasta que el reptil estiró el cuello, también es un decir, y abrió las fauces enseñando su lengua bífida específica y amenazante, como la del cardenal. Aníbal retrocedió mecánicamente y perdió el equilibrio agarrándose a la carrasca, que se sacudió sorprendida por el tirón.
   __ ¡Mi marido, es mi marido, dispara, dispara!
   Todo sucedió de repente. Dos aves de buen tamaño, que Aníbal no supo identificar, salieron volando del arbusto, tras la sacudida, y pasaron sobre las cabezas del cardenal y de su amante.
   __Mira, tu marido se va con otra, volando además ja,ja,ja.
   __No tiene ninguna gracia.
   __Me voy para el pueblo. Te aconsejo que esperes un rato y te vuelvas tú también sin llamar la atención. Te lo advierto. No me obligues a tomar medidas contra ti.

   Aníbal se quedó esperando a que ambos se fueran para regresar el también. No había podido saludar al cardenal, pero lo visto y oído era mucho más interesante. Esperando a que la llamada Ana María se fuera a su casa o a donde le diera la gana, pero que se fuera, el detective rebobinó la película: la esposa del señorito había tenido más que amistad con el cardenal hasta el punto de poder ser el padre de la niña asesinada. Claro que en aquel tiempo Alejandro aun no era cardenal, sería arzobispo u obispo, pensó Aníbal. Además de por la mujer, aunque posiblemente el señorito esto no lo sabría o tal vez si, había que averiguar por qué otro motivo estaban enfrentados. Casimiro había mencionado algo de unas tierras, unas tierras con mala uva que aparentemente no valían nada pero que ambos se las disputaban. Hay que  tirar de ese hilo.




 Continuará...

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