La granja

Capitulo XII

 
La esencia de Africa/ Viorel Sánchez 2010
El capitán ha traído a Teresa, la hermana del mueblero. Hacía tiempo que la rondaba el muy cabrón. Ella que es de misa diaria, ni caso. Ya me ha dicho que esa es sólo para él. Ya veremos. De momento, al desván.
Le  pregunté cómo se las había ingeniado para apresarla, porque ella le temía como al diablo.
Fue muy fácil, me dijo. Para librarse de mí, la muy imbécil, dijo en casa que se iba una temporada a casa de su tía materna al campo, además el aire puro le sentaría bien, ya sabes cómo son las mujeres con los aires y la pureza. Le dije a su hermano que no se preocupara: yo haré que mis hombres la escolten en el tren sin que ella se dé cuenta, en estos tiempos no es conveniente que una mujer viaje sola .Ja,ja,ja. En la siguiente parada la bajaron del tren. Yo esperaba en el jeep para traerla aquí y el resto ya lo sabes.

Hoy han venido por aquí una pareja rumbo a la frontera. Ella preñada. Pidieron pasar la noche. Estaban extenuados. Les acogí. Ya lo había pensado antes, pero de todos modos no hubiera tenido mas remedio. Oyeron los gritos de algunas, cuando les quité la mordaza para que comieran. Irene, que les lleva la  comida, las mandaba callarse. Es lista sabía lo que iba a suceder. El capitán llegó llovido del cielo…Le metió un tiro al hombre y a ella la subimos al desván con las otras. Lo enterramos bajo el roble.
Ahora ya está completo el cupo.

    Pensó en lo que diría don Antonio cuando lo supiera. Sonrió imaginando la cara del capitán.
   __Veremos quién se ríe ahora.

   A medida que leía estaba más y más convencido de que  procedía de la granja. Siguió leyendo un poco por alto. Quería llegar  a 1948, el año de su nacimiento. Pero al pasar la vista algo llamó su atención: se citaba a Pedro Tamargo, su padre.
   Se  le aceleró el corazón, ahí estaba.

5 de Enero de 1947: Madre Elena
Venta niña de un mes
Comprador: Pedro Tamargo, el jodido cacique.

   ¿Una niña? Y que había sido de ella…nadie le había dicho nunca que tuviera una hermana.
5.000 ptas. No le dio la gana de pagarme más. El capitán me aconsejó cerrar el trato. No conviene enemistarse con Pedro. Todavía conserva muchos amigos en el poder.
Al mes volvió a por otra. A la anterior la había vendido bien en la capital de la provincia. No fuimos capaces de saber a  quién.

10 de Febrero de 1947: Madre Olga
Venta niña de doce días.
Comprador: Otra vez el condenado cacique. Seguro que saca el doble.  Ahora quiere un niño para el verano.

    __Ese voy a ser yo. Pero no, yo nací en el 48.
    Pasó por alto las demás ventas. La granja marchaba viento en popa. Las mujeres parían a niño por año. Por el momento solamente uno había muerto al nacer. Estaba también bajo el roble. Llegó al verano. Nacieron dos varones. Uno de Teresa y otro de Irene. Esta tenía por costumbre poner nombre a todos los que paría. Las otras se lo desaconsejaban:__ Es mejor que no lo hagas. Se sufre menos__ Al niño de ahora le llamó… ¡Gerardo!
   Se dirigió a la habitación de Petra. 
   El temporal continuaba cada vez con más fuerza.
   __¿Conserva tu amo alguna foto de las mujeres?
   Negó con la cabeza. El no la creyó y le lanzó una mirada agresiva.
   Ella afirmó repetidas veces e hizo gestos de necesitar escribir. Félix trajo la pizarra.
“Guarda la documentación y los retratos que traían algunas de ellas. Supongo que habrá visto la otra caja. Allí están. Acuérdese de mi señor, dele la medicación. Yo tengo hambre.”
   Era noche cerrada. Había oscurecido muy pronto. Bajo a Petra a la cocina. Sujetó el grillete a un hierro de la ventana y dejó que preparara algo de comer.
   Apartó la mesa a donde ella no pudiera llegar, abrió la otra caja y se dispuso a encontrar a Irene. En efecto, allí estaba. Volvió a estremecerse.
   Era ella.
   La mujer rubia que veía en el sueño. Cayó en la cuenta de que se parecían mucho físicamente. Siguió leyendo

30 de Julio: Madre Irene
Venta niño de un mes al dichoso cacique. No sé a quién se lo venderá. El muy cabrón seguro que saca el doble.

   Así que era hijo de Irene y del viejo. Pero, un momento…estamos en julio de 1947, él nació en mayo de 1948. No puede ser. Siguió buscando más ventas a Pedro Tamargo.     No las había.
   Entonces no era él.
   Miró todo el año 48 buscando más ventas a su padre. No las halló. En todo el libro no había constancia de que el cacique hubiera comprado ningún niño más. Eso daba al traste con lo que había imaginado sobre su procedencia de la granja. Su padre compraba niños y los revendía. Esa era toda la relación. Se sintió muy decepcionado.


   Comieron algo. A Félix le extrañó que Petra no intentara nada contra él. Podría haberle tirado algo, un cuchillo, por ejemplo. Aunque luego habría represalias. Ella lo sabía de sobra. De ahí la apatía.
   __Es lista, también.
   Le preguntó a bocajarro
   __¿Tu eres hija del viejo?
   Ella fingió no oír.
   __De  todos modos te encontraré en el libro. Es cuestión de tiempo.
   La vio escribir en al pizarra:
   “Voy a preparar comida para el señor”.
   __No te molestes. Ya no come. Se está muriendo.
   “Quiero verlo”.
   __Ni hablar. Yo mando aquí ahora. Si haces lo que te diga te irá mucho mejor. Hoy es el día en el que has cambiado de amo.
   La muda no volvió a comunicarse. A Félix le asombraba su docilidad. Se la quedó mirando. No era fea. Tendría  treinta y tantos. No pensaba que fuera una “paridora”.
Si era hija del viejo sabía de sobra lo que había sucedido en la granja durante esos años. Pero, ¿Por qué no la habían vendido?. Quizá por la mudez. Además ¿Dónde estaban las mujeres?. Algunas eran mucho mas jóvenes que Higinio. No tenían edad  para morirse. ¿Qué habían hecho con ellas?. Seguro que Petra era cómplice.
   Todo estaba en el libro. Ya llegaría.
   Subieron a la planta superior. Detrás de la cama de la habitación de Petra, había otra argolla. Encajó  el grillete.
   __Mañana será otro día. Que duermas bien__se sorprendió de su propio cinismo.
   Se dirigió derecho a la habitación del viejo. No se había muerto. Clavó sus ojos nublados en él cuando se percató de su presencia.
   Félix se sentó en el sillón al lado de la cama y se aseguró de que viera el libro, antes de seguir leyendo.
   A partir de julio del 47 todo eran ventas. No habían traído a mas mujeres. Hubo un aborto y una mujer tuvo problemas tras el último parto para quedarse en estado. Cuando iban a deshacerse de ella, llegó por fin el embarazo salvador; por esta vez.
   Había encontrado gente conocida. Algunos compañeros de colegio, procedían de la granja y otras personas importantes de la pequeña ciudad, con negocios propios y un buen nombre, también.¡Menudo escándalo cuando esto trascienda!
   Comprobó las páginas  que restaban. Muchas todavía. Era tedioso leer tantas veces lo mismo repetido. Pasó la vista rápidamente, hasta que le pareció volver a ver el nombre de su padre. Se detuvo y leyó con atención

Mayo del 48. El jodido Pedro Tamargo había vendido al niño a unos sobrinos del obispo. El crío parece ser que es enfermizo y cogió unas fiebres que por poco no lo cuenta. Cuando ya estaba bien, volvió a enfermar. Se lo han devuelto y él quiere endosármelo a mi. NI HABLAR. Le salió mal el negocio, que se joda.
Hoy me ha parado escopeta en mano cuando iba con el Isocarro y tuve que prometerle que le buscaría comprador. No quieren niños en casa. Pues no pienso buscarle nada. Además el niño ya tiene un año, es muy mayor para la venta. El próximo reparto lo haré escoltado por el hombre del capitán.

   __Que bárbaro, los compradores son tan buenos como estos dos. Para ellos los niños son también mercancía. Si tiene alguna tara se devuelve.
    A continuación venía mas contabilidad. Pero sabía que su asunto volvería a aparecer por algún lado. En efecto.
   Apareció en otoño. Félix cada vez lo entendía menos.



Continuará...

La granja

Capítulo XI
Una boda sin rostros/ Viorel Sánchez 2010

El viejo era un cabrón  de cuidado, aficionado a zurrar la badana a diestro y siniestro con razón y sin ella. Una vez mató a palos a uno de los bueyes que tiraban del carro con las uvas para el vino. No sé que le haría que lo ató al pesebre y le dio con una cadena hasta que lo mató. Del mismo modo nos zurraba  a la vieja y a mí. Me tenía sentenciado: como viniera quejándome por algo, me encerraría en la bodega y con un poco de suerte, los vapores del vino, me asfixiarían. Lo decía porque una vez me pelee con los hijos de los vendimiadores y vine llorando para casa. Me advirtió que no toleraba maricones. Le tenía un miedo cerval.

   __Bienvenido al club. Pero yo no me dedico a secuestrar y violar mujeres, ni a vender niños.

La vieja me enseño a leer y a escribir a escondidas. Hasta que nos descubrió y ese día casi la mata y a mí también. De la paliza me rompió un brazo: el que puse para protegerme. Ella estaba preñada y tuvo un aborto. Por poco se muere. A partir de ese día se acabaron las clases. Tuve que quedarme con lo que había aprendido que no era demasiado. La vida aquí consistía en trabajar y trabajar. Traer del bosque leña para el invierno, arar las tierras, sembrar, recolectar, recoger la uva, hacer vino, cuidar los animales. Siempre lo mismo.
 Un año tras otro.
A pesar de las peleas con los niños me encantaba la época de la vendimia. La explanada se llenaba de gente que vivía en tiendas de lona. Yo aprendí a defenderme, además crecí pronto y era muy alto. Me tenían un poco de miedo. Una vez una de las familias, una venida del otro lado, trajo una hija rubia preciosa. Tenía los ojos tan azules como se pone el cielo cuando calienta el tiempo, por el viento del sur. Le traía moras y arándanos y flores del campo. Un día nos besamos. Su hermano nos vio y se lo dijo al padre. Le prohibieron verse conmigo. Yo quise hablar con su padre y con los hermanos, pero no me dejaron ni acercarme.
 No tenían por qué hacerme eso.
 Les quemé la tienda, con ellos dentro, si. Ella se abrasó tanto que murió aquí mismo. Los médicos tardaron mucho en venir. También murieron los padres y uno de los hermanos. El otro quedó tullido de  por vida. Si no puede ser para mí, pues no será para nadie. ¿Qué se cree esa gente? Se dijo que el fuego había sido fortuito. “Tienen muy poco cuidado” dijo el guardia. Prohibieron hacer fogatas delante de las tiendas y se habilitó una zona alejada para cocinar. Mi padre me dio un puñetazo en el estómago, porque le había dejado sin tres obreros y había interrumpido el trabajo un día. Pero, después de cenar, me dijo que había hecho lo correcto.
Tras este incidente mi relación con las mujeres fue difícil. Menos mal que están las putas ¿Qué hubiera hecho sin ellas? Je,je.
Un año una epidemia de hongos mato las vides. Solamente sobrevivieron unas cuantas en la zona más cercana  a la casa. Dejamos de hacer vino y se terminó la vendimia. A mi ya no me importaba. Me había hecho mayor y prefería otras compañías. Bendije las plagas de las cepas.
La última vez que la vieja parió, nació una niña. Mi padre la hizo desaparecer como  a los demás. Ese día llegó borracho a casa. Se pelearon. Ella le dio con algo en la cabeza y salió huyendo. El se fue tras ella tambaleante, con la escopeta. Ella nunca regresó. Yo no pregunté.
Desde ese día tuve que ocuparme de hacer la comida y las faenas de la casa. Cuando algo no estaba bien, me amenazaba con matarme ”como hice con ella”.
Me tenía  harto.
Cuando volví de la mili, estaba a punto de estallar la guerra del 36. Por aquí pasaba gente huyendo. Eran años difíciles. Yo había hecho amistad con  partidarios  de los sublevados. Los invité a la casa cuando llegaron al pueblo.
__Oye, este sitio es cojonudo para traer enemigos  y hacer que canten. Si no hablan se les da pasaporte y listo. ¿Me la prestas?
Dije que sí. El viejo me monto un escándalo. Quiso pegarme con la cadena de los bueyes, me amenazó con traer la escopeta. Le quité la cadena y le di un golpe. Perdió el conocimiento. Luego lo arrastré y lo tiré por la trampilla a la bodega. Puse encima varios toneles. Pasado un tiempo eche hormigón al suelo. Adiós para siempre.
Los falangistas me preguntaron por él.
__Desapareció. Un día se echó al monte y no regresó__ Lo creyeron ¿Por qué no?
__Oye ¿no tienes bodega para que sirva de calabozo?
__Esta sellada. Lo hicimos al dejar de producir vino. Son peligrosas, los vapores pueden asfixiarte.
__¿Tienes desván?
__Si.
__Bueno, eso servirá.
Lo acondicionaron, tapiando las solanas. Pusieron un candado en la puerta
Colaboré con ellos. Hay que ver qué cosas les hacían a los prisioneros. Que imaginación. A cambio podía moverme libremente a uno y otro lado y hacer lo que me pareciera. Estar protegido por el poder es buena cosa. Lo aprendí entonces y siempre lo he tenido en cuenta. Si alguna vez cambia la tostada sabré reciclarme, no me cabe duda.
Irene me dijo una vez que yo era el diablo. ¿Qué otra cosa se puede ser viviendo en el infierno?
   __Curiosa reflexión.
   Volvió al principio y comenzó a leer la contabilidad.

 2 de agosto de 1940. Madre Irene.
Venta niño de dos meses.
Comprador: Juan Ferrán, el boticario. Calle Principal n.º 10.
 Pagó 10.000 Ptas. Una fortuna. Me dio también medicamentos.
El capitán mandó a un hombre  de confianza vigilar el camino, por si hubiera algún inconveniente. Los niños lloran. Pero éste se quedó dormido con el movimiento de la mula. Además de conseguirle una niña, le voy a dar un porcentaje. Así  todos contentos.

30 de diciembre de 1940. Madre Ana.
Venta niña de tres semanas.
Comprador: Adolfo Linares, el capitán. Calle Libertad n.º4.

   __¡El mismo! Cuando le enseñe el libro a don Antonio…

Yo pensaba cobrarle 5000 ptas. (las madres comen). Pero me dijo que tururú. Me paga con la protección y otro tipo de servicios.
Unos días después, me envió una mujer joven que habían capturado con más gente tratando de huir por el monte. Se llama Carmen. Ya estaba preñada. Al día siguiente trajo otras dos.
He terminado de acondicionar el desván. Ya hay cuatro  inquilinas. Irene sigue abajo. Con otras dos arriba, el negocio será de lo mas productivo. El capitán quiere participar en la “fabricación” de los niños. Acepté, pero eso no aumentará el porcentaje que le doy. Se lo he dejado claro.

2 de Abril de 1941: Madre Carmen.
Venta niño de un mes.
Comprador: Venancio Márquez, el médico.
7.000 ptas. Mas la promesa de atenderme gratis, siempre que lo necesite.
El capitán y yo nos reímos a gusto. El niño es hijo de un maquis y el médico falangista. Ahora tiene un niño rojo y además hijo de puta…

   Hablaba  de los niños y las mujeres como si fueran animales.
   Era fácil imaginar el terror que se viviría en la casa. Las mujeres sujetas a la pared por una cadena, siendo sometidas por ese par de canallas. Dándose consuelo las unas  a las otras, ayudándose en el parto… pensó en las escenas de dolor cuando les quitaban a los hijos.
    Siguió leyendo. Era lo mismo siempre.
   __Aquí hay algo nuevo. Llegan más mujeres. ¡Oh no, por Dios!


 Continuará...

La granja


 Capítulo X
 




 Composición jugando / Viorel Sánchez


Llevó el libro a su habitación. Permaneció leyendo con la puerta abierta mientras Petra se bañaba. No sabía aún lo que iba a hacer con ella.
   No se acordó para nada del viejo. No le había aseado ni dado la comida ni siquiera la medicación.
   Continuó con la lectura.
   En el texto constaba una descripción de cada “paridora”, seguido de la contabilidad de cada parto y cada venta.

El principio:
Irene y Ana, hermanas. Los padres fusilados. Iban camino a la frontera. Les dejé pasar la noche. Ana venía enferma. Irene me gustó en cuanto la vi. Le dije que se quedaran todo el tiempo que fuera necesario para que su hermana se curara. Quedó embarazada enseguida. Yo sabía que la mujer del capitán de la guardia civil quería una niña. Pero la muy imbécil tuvo un niño. No puede uno fiarse de las mujeres. Ana estaba también embarazada. No quería en principio, pero no tuvo más remedio. Le dije que las entregaría  a la guardia civil. Cuando se enteró la hermana se montó una buena… Tuve que atarlas a la cama. Más adelante se me ocurrió lo del desván. Era grande, habría sitio para mas. El negocio se presentaba productivo. Había muchas mujeres estériles en la comarca.

   __A este no se le ocurrió pensar que podrían  ser los maridos los estériles o un porcentaje de ambos cónyuges.
    Recordó las notas del final.  Tras unas hojas en blanco, el viejo había hecho un resumen con los problemas que se fueron presentando a lo largo de los años. Le había puesto un título. “ No todo fue fácil”.
   __Supongo que se referirá a él.

No todo fue fácil.
Algunas trataron de rebelarse y se pasaban el día gritando (hubo que amordazarlas), lo cual resultaba incómodo y pesado: tanto quitar y poner vendas. Aparte, luego se negaban a comer, ”que preferían morirse”, decían las muy imbéciles. Menos mal que estaba Irene.  Ella era la que  se ocupaba de hacer la comida, porque yo no soy buen cocinero. Irene me convenció de que si las mujeres comían bien, las camas estaban limpias y ellas también; aparte de ser bueno para el negocio,  todo marcharía mucho mejor. “Además, me dijo, si hacemos que colaboren en los trabajos, si las mantenemos ocupadas, eso las distraerá y les hará la situación más llevadera.”.
 __A mí que me importa como sea para ellas la situación.
__Si se sienten mejor mentalmente, la salud física no se resentirá, los embarazos no tendrán problemas y a la larga el beneficio será ti.
¡Qué lista era!

   __Seguro que se refiere a la mujer de mi sueño. Ya sabía yo que era diferente.

Ella lo organizó todo: Distribuyó el trabajo. Estableció turnos. Por la mañana se hacía limpieza, luego se aseaban. Las que tenían más habilidad se ocupaban de arreglar el pelo a las otras. Es increíble lo que les gusta a las mujeres llevar el pelo arreglado. Siempre me ha llamado la atención. Por las tardes cosían o tejían.  Subimos la vieja máquina de coser de mi madre. Ahora que lo pienso:¿Era realmente mi madre aquella mujer que me crió y que vivía con el viejo? Siempre la maltrató, yo me escondía debajo de la cama y me tapaba los oídos para no sentir los golpes y los gritos de ella. Otros niños que nacieron el viejo se los llevaba. Seguro que los vendía también, aunque alguna vez le había visto tirando un bulto al río. No sé, pero un día trató de huir y él se fue al monte con ella y la escopeta. La vieja no volvió. No me atreví a preguntar qué había ocurrido…. Pusimos la máquina, como digo, en el desván al lado de la cama de Carmen que sabía manejarla. Confeccionaban ropa para ellas y para los niños. Yo compraba lana  y telas casi siempre al otro lado de la frontera.  Ellas necesitaban poco vestuario ¡no salían del desván!
A las que sabían hacer galletas o conservas o mermeladas o cualquier otra cosa, las bajábamos a la cocina una vez por semana. Alguna no quiso colaborar al principio, pero cuando vio la mejoría de las otras, termino aceptando.
Parecía increíble. No sé como lo lograba. Pero hizo que todo marchara a la perfección.
Una noche se lo pregunté en la cama después de hacer el amor, porque con Irene siempre hice el amor, y ella me dijo: “que lo lograba con esperanza” ¿Con esperanza, de qué? “De salir de aquí algún día”.
No lo pude evitar, me reí a gusto. ¿Cómo piensas lograrlo? “No lo sé, pero Dios nos ayudará, estoy segura. Algún día en alguna parte, cuando pasen los años de miedo, alguien recordará que tiene una familiar desaparecida y comenzará a hacer preguntas. Ese será el cabo que conducirá al final de la pesadilla”. Podía tener razón, pero era difícil, muy difícil. A no ser que algún comprador se vaya de la lengua en una noche de copas o cosa similar. Nunca se sabe. Pero no es fácil, por la cuenta que les trae. Además casi toda la comarca se le echaría encima. Hay mucha gente importante implicada.
Pese a ello, no iba del todo desencaminada. Un día de otoño, yo estaba en el monte recogiendo setas y el capitán se había ido a la capital. Petra ya era grandecita. A media tarde un cazador extraviado se acercó a la casa. Traía un Jeep que hacía un ruido de mil demonios, como si viniera arrastrando una tonelada de piedras. Las mujeres lo oyeron desde el desván. Comenzaron a gritar. Petra, la pobre, fingió ser ella, pero no coló. Además ellas, las locas, comenzaron a golpear las cadenas contra las camas. El ruido era ensordecedor y se escuchaba abajo, a pesar del aislante.
El hombre quiso subir al desván, pero la puerta tenía candado. Desde allí escuchó perfectamente a las mujeres, incluso les habló y ellas le contestaron. Huyó despavorido rumbo al pueblo. Cuando regresé, Petra tenía un resumen de la situación escrito en la pizarra. Salí a toda prisa detrás de él. El infeliz había estado en el cuartel. A las mujeres no les dio tiempo de contarle que el capitán participaba en el asunto.
Cuando llegué uno de los hombres de confianza del jefe, de los que me daban escolta, me dijo que ya lo había llamado por teléfono a la ciudad y puesto al corriente. Acordaron que otro de los nuestros lo siguiera discretamente mientras el capitán venía a su encuentro.
Lo esperó y lo interceptó en la cima del puerto. El Jeep apareció en el río con el cadáver del cazador dentro. Murió ahogado. Nadie sospechó que el ahogamiento había sido previo a la caída al río. Je, je. El capitán y sus métodos, acabaron ese día con la esperanza de Irene.
Pero aún hubo otro momento de peligro. Este fue mucho peor. Temí seriamente que se descubriera todo. Aunque luego había  reflexionado ¿a dónde iba a ir? A cualquier lugar al que se dirigiese, estaría perdida. Casi todo el mundo era cliente de la granja o tenía un pariente que también lo era. Además la primera casa que iba a encontrar en el hipotético caso de que llegara, era la de Tamargo, el cacique.
Estaba perdida.

   __Mi casa, bueno mejor dicho la del cacique. ¿Pero por qué estaba perdida? ¿Mi padre estaba en el ajo? Voy a ser de la granja, estoy seguro. Lo estoy viendo más claro por momentos.

Pero el negocio no debía tener fisuras y el hecho de que una escapara, haría temblar  a toda la ciudad y dejaría en serio entredicho su, hasta ahora  total e indiscutible seguridad
Fue en el invierno del 68. Yo estaba muy enfermo, tenía una bronquitis con cuarenta de fiebre. Cometimos un error: no quise que el capitán enviara uno de los hombres a quedarse aquí mientras tuviera que permanecer en cama. Digo cometimos, porque él no insistió. Bajó la guardia lo mismo que yo. Era enero y hacía un temporal de lluvia y frío como si todas las borrascas que debieran caer sobre la tierra esos días, se concentraran aquí por alguna oscura razón de venganza divina o cosa así. Dios, caso de existir, no estaría muy contento con nosotros, digo yo…Dejé suelta a Irene. ¿Dónde iba a ir con ese temporal, si no sabía conducir? Ella era la que llevaba el peso de la casa hasta que Petra tomó completamente el relevo, además necesitaba que me diera las medicinas.
Todo iba bien. Dormía en la habitación en una cama supletoria. No la consideraba bajo ningún concepto, capaz de intentar matarme o algo parecido. Además ¿para que? El capitán no la dejaría salirse con la suya. Podía irse dando por muerta, también. Y ni que decir tiene que  el resto de las mujeres, correría la misma suerte.
Pero una noche no terminaba de subir. La llamé. Nadie contestó. Volví a llamar. Petra apareció en la puerta.
__¿Donde está Irene?
Se encogió de hombros. Le dije que bajara a ver. Tardó un buen rato en subir. Ya estaba levantándome cuando apareció con la pizarra. Venía chorreando, mojada de arriba abajo.
__¿Pero, que ha pasado?
“Irene se ha ido. La mula no está en la cuadra”
Me vestí a toda prisa. Dudé, pero decidí llamar al capitán. Había que impedir que llegara a ninguna parte. El teléfono no funcionaba. Comprobé con furor contra mí mismo que había cortado el cable.
__Me está bien empleado por imbécil.
En ese momento granizaba. Las piedras de hielo eran como garbanzos y la fuerza del viento los lanzaba como proyectiles.
No podía haber llegado lejos. Perdió tiempo entre cortar el cable y aparejar la mula.
Enfilé el camino de tierra. Alumbrado por los faros era una interminable línea recta sobre la que el temporal formaba espirales de agua y  piedras, como fantasmas que bailaban  delante de la luz. Cualquiera hubiera tenido miedo, pero Irene era arrojada como ella sola.
No había ni rastro de ambas.
Comenzó a tronar. Los relámpagos me cegaban aun más que la ira. Reduje la velocidad. Miraba a un lado y a otro. Podía  haber visto los faros y estar escondida detrás de los árboles, pensé.  Yo sabía que la mula temía a la tormenta. Si arreciaba se encabritaría, seguro. Tuve una corazonada. Decidí  parar y esperar. Tenía que caminar paralela al camino, de lo contrario se perdería en el bosque.
Los relámpagos eran continuos  e iluminaban el paisaje como si fuera de día.
No me equivocaba.
De pronto, algo se movió a la izquierda. Una sombra avanzó a toda prisa y salió al camino unos metros por delante de donde estaba. Era la mula trotando despavorida. No había ni rastro de Irene. Arranqué de nuevo y avancé despacio. La vi agarrada al tronco de un árbol tratando de sostenerse en pie. Baje la luna y la llamé. Se incorporó y trato de huir corriendo. Tuve intención de esperar que saliera al camino y atropellarla. Si fuera cualquier otra lo hubiera hecho. Dejé que saliera a la curva de la carretera, entonces la adelanté con el coche, baje y le di alcance. Logré arrastrarla hasta el vehículo. Antes de hacerla subir le pegue varios puñetazos en la cara. Tuve que contenerme para no matarla a golpes allí mismo. Perdió el conocimiento.
Cuando llegamos a casa, aun no se había recuperado del todo. Le dije a Petra que la ayudara a entrar. La tormenta alumbró la escena. Yo las miraba desde la puerta. Le permití lavarse el barro, pero le puse el grillete, naturalmente. Nunca más bajé la guardia.
__Ahora si se terminó la esperanza__ le dije.__ Despídete. Nunca saldréis vivas de aquí.
¡Jamás!
Levantó la frente y ni me miró. Pero yo sabía que estaba herida por dentro.
Muy herida.
Sin embargo, estoy convencido de que jamás perdió la esperanza. Era muy especial.
No le dije nada al capitán. Advertí a Petra.
__Ni una palabra.
Si lo averiguaba, era capaz de matarla.

   __¿El capitán? ¿Será el amigo de don Antonio? Seguro que sí. Menudo elemento. Con razón nunca me gustó. Y toda la comarca estaba enterada. No lo puedo creer.
   Tras una página en blanco, había más notas. También tenían título:”el viejo”.


Continuará...


la granja

Capítulo IX
 
Las hermanas/Viorel Sánchez 1993

Al día siguiente tenía el plan perfectamente trazado. No cabía otra opción.
La salud del viejo pareció resentirse esa misma mañana. Petra lo encontró muy agitado cuando subió a verlo. No tenía por costumbre presentarse en la habitación de Higinio fuera de los horarios de las comidas. Pero estaba preocupada. El día anterior ya lo observó muy inquieto. Félix apareció en el cuarto detrás de ella.
Le tomó el pulso y la tensión. Ambos habían aumentado. El enfermo intentaba llevarse el brazo al pecho y se retorcía como si tuviera una fuerte molestia.
   __ ¿Tiene dolor precordial? Cierre los ojos si es que si
   El viejo obedeció con prontitud. Félix  le puso una cafinitrina bajo la lengua.
   __No se inquiete Petra. Se calmará dentro de un rato.
   Una vez su paciente se recuperó y quedó relajado, bajó a desayunar. Ella le sirvió como cada día.  Antes de que él terminara se dirigió al corral a dar de comer a los animales.
   Cuando acabó su tarea y se dio la vuelta, apenas tuvo tiempo de sobresaltarse al ver a Félix justo detrás. Este le dio un certero y efectivo puñetazo en el rostro que le hizo perder el sentido. Despertó en la cama atada de pies y manos.
    Era viernes.
   El no perdió tiempo.
   Trepó por la vieja  escalera  hasta lo alto de la plataforma.  Bajo el brazo llevaba una más pequeña, metálica y ligera, de uso doméstico que había descubierto en la despensa de la casa. Cuando estuvo arriba, la apostó contra la pared, le faltaban unos cuarenta o cincuenta centímetros para llegar al borde, pero serviría.  Ascendió unos peldaños, retiró la tapa y miró dentro. Estaba oscuro. El cielo también se había oscurecido de repente. El sol otoñal de la mañana se dejó ocultar por las orondas nubes que precedían, como avanzadilla, a la tormenta. Difícil ver la caja que, además, era negra. El agua permanecía un metro por debajo del nivel total.
   Subió un poco más y miró de nuevo. Se encaramó sobre el borde, tanto, que estuvo a punto de caer de cabeza. Ni rastro.
   Decidió bajar; se fue a la casa y abrió todos los grifos. Cuando el agua dejo de correr, trepó de nuevo al tanque. Una vez arriba, se detuvo a pensar un momento: era preferible retirar la tapa por completo, no fuera a ser que el viento que había comenzado a soplar con fuerza, la moviera hacia delante y le impidiera salir. No lo creía probable, pero, por si acaso. La empujó demasiado fuerte y una ráfaga ayudó a tirarla al suelo, produciendo un escandaloso estruendo, que al chocar contras las piedras, sonó como una explosión.
Petra y el viejo la oyeron desde sus respectivas habitaciones. Incluso Félix se sobresaltó.
Se puso las botas de agua. Arriba de nuevo, se sentó a horcajadas en el borde del depósito, izó la escalera y la introdujo en el interior, poniendo mucho cuidado para no caerse.  El viento arreciaba.
   __Debí  atarme con una cuerda, como prevención.
   Había muy poca agua, apenas unos treinta centímetros. Bajó de espalda a la pared. Una vez dentro, fue fácil encontrar la caja. Cuando iba a emprender el ascenso, algo llamó su atención. Parecía otra caja. Estaba como un metro más allá. Caminó arrastrando los pies por el limo del fondo hasta llegar a ella. En efecto era otra caja estanca. Rebuscó por si hubiera más. No encontró ninguna otra. Las cogió y salió del depósito. Respiró profundamente cuando se vio fuera.
   Una vez en la plataforma y al disponerse a retirarla, la escalera salió volando empujada por el viento, obligando a Félix a apartarse rápidamente para no verse golpeado.
   __Por poco. He tenido suerte__ pensó, mientras se pegaba a la pared  del tanque para evitar que una ráfaga lo derribara también.
   __¡Dichoso viento!
   Se agachó para protegerse del temporal que arreciaba y se asió con fuerza al final de la escala de acceso. Comenzó a descender. La bajada era difícil y lenta con ambas cajas en una mano. El viento lo zarandeaba. A media altura las dejó caer. Necesitaba las dos manos para sujetarse.
    Se dirigió con prisa hacía la casa. Las nubes iban cambiando de color. Ahora eran gris oscuro casi negro y estaban cargadas de agua. Algunas gotas, no podían contener la prisa y comenzaban a desprenderse. Eran enormes y formaban círculos al estamparse contra el suelo.
   En la cocina colocó las  cajas sobre la encimera de mármol para proceder a abrirlas
En ese momento sonó el teléfono.
   Era Marta hecha un basilisco.
   __ ¿Estás tonto o qué? ¿Por qué no me has llamado? Pienso ir mañana a verte sin falta.
   __Imposible__ dijo él con tranquilidad.
   __ ¿Cómo que imposible?
   __El viejo ha empeorado y yo no puedo despegarme de su lado. Además cualquier pequeña alteración le molesta y le agrava. O sea que no puedes ni aparecer por la habitación porque le daría un sincope. Mira, yo te llamaré. De todos modos no creo que Higinio dure mucho. Quizá mañana tengamos que internarlo de nuevo…
   __Es que tengo ganas de verte
   __Yo también__ mintió Félix.__ Estoy casi seguro de que tendremos que llevarlo al hospital. Entonces te llamaré.
   __Te echo de menos en la cama…
   Lo que faltaba. Ahora se iba a poner erótica. Decidió cortar por lo sano.
   __Marta, tengo que dejarte. No puedo perderlo de vista. Además es la hora de la medicación. Estoy aquí haciendo un trabajo ¿recuerdas? Y no se puede tomar a la ligera la salud de los pacientes.
   __Que sieso eres.
   __Me pagas para que haga bien mi trabajo ¿No?
   __Vale. No dejes de llamarme. Besitos donde tú ya sabes…
   ¡Qué pesada por dios!. Colgó y se dirigió a terminar el otro trabajo.

   Una vez abierta la caja del libro ( lo sabía porque estaba limpia a diferencia de la otra que llevaba más tiempo dentro del agua), levantó la tapa. Allí estaba, en efecto.
 Al cogerlo vio que debajo había una llave pequeña como de candado y otra que en principio no identificó con claridad, pero que pudiera ser  para esposas o grilletes. Recordó entonces la argolla que había visto tras la cama del viejo.
   __Aquí sucedió alguna cosa  rara, muy rara, que tiene que ver con mi sueño. No sé de que manera me concierne, pero creo que ocurrió algo terrible. Y sea lo que sea, la muda lo sabe.
   Con las manos temblorosas abrió el libro y comenzó a leer:

Hoy he decidido empezar el negocio. Hay tres niños en la casa y conozco tres familias dispuestas a pagar una buena cantidad por cada uno de ellos. Estas dos tontas no quieren que los venda, peor para ellas. Eso me obligará a tomar una determinación que no hubiera sido necesaria si fueran razonables. Pero las mujeres se ponen intratables con ese dichoso instinto maternal. No pensarán las muy imbéciles que voy  a trabajar para mantenerlas a ella y a  esos  gritones voraces. Mañana cerraré el trato y si todo sale como espero comenzaré un negocio muy productivo. Ya hay otro mocoso en camino… 

   A partir de ahí, comenzaba lo que parecía simple contabilidad.  La letra era pequeña y abigarrada para que todo cupiera en el menor espacio posible. Además estaba borrosa sobre todo al principio, por el paso del tiempo. Enrolló la páginas y las fue pasando para comprobar cuantas ocupaban la relación de las ventas. Observó que al final había unas notas como un resumen de algo. Decidió leerlo antes de continuar.
   Tuvo que cerrar el libro. Arriba sonó un golpe como si alguien se hubiera caído de la cama.
   Subió las escaleras de dos en dos y se dirigió a la habitación de Petra. Efectivamente se  había caído. Posiblemente tratando de levantarse para ir al baño. Se lo había hecho todo encima.
   La levantó y la empujó de nuevo sobre el lecho.
   __Quédate así hasta que yo vuelva. De lo contrario te partiré la cara.
   Volvió a la cocina y cogió las llaves. Como había pensado, la pequeña abría el candado.  Subió al desván. El corazón le latía con fuerza. Había otra puerta, la empujó y se encontró con algo inesperado y desconcertante. Estaba seguro de que allí se escondía la clave, pero no se figuraba ese horror. Y era sólo el principio.

    El desván era grande,  toda la superficie de la casa. Las ventanas de las solanas estaban tapiadas. El techo estaba forrado toscamente de tabléx de modo que no sobresalieran las vigas.
   __Por si alguna sentía tentaciones de colgarse…
   Había tres camas metálicas, como de hospital, a cada lado de un pasillo central, con sus correspondientes mesitas. Le llamó la atención una vieja máquina de coser a los pies de una de ellas.
   __Así que fueron más de dos. Aumentó el negocio. ¿Y la máquina? Este era capaz de obligarlas además a trabajar para él.
   A la derecha de la puerta un tabique a media altura hacía las veces de rudimentario biombo, ocultando detrás un aseo con lo esencial. Al fondo, lo mismo, pero a la izquierda.
   Al lado de cada cama una argolla empotrada en la pared sostenía una cadena soldada a ella. Cada una descansaba en el suelo en este momento. En el otro extremo tenía un grillete.
   Cogió el más próximo e introdujo la llave universal que contenía la caja. Se abrió con un ligero chirrido.
   Se sentó en el suelo, al principio del pasillo e imaginó el resto. Las mujeres sujetas a la pared por una cadena y con el grillete en el tobillo. ¿ Como pudieron pasar estas cosas? Recordó a las que su padre llevaba a la casa. Eran años difíciles. El nació a finales de los cuarenta. Las guerras  habían terminado no hacía mucho. Por aquella pequeña ciudad casi en la frontera pasaban todo tipo de gentes. Eran tiempos duros de hambre y persecución. Cada cual tenía suficiente con sobrevivir. Si alguien desaparecía sin dejar rastro, nadie hacía demasiadas preguntas.
   Por un momento creyó verlas: seis mujeres encadenadas, esperando ser violadas y una vez embarazadas, esperando de nuevo durante nueve meses para que les quiten el hijo y vuelta a empezar. Aguardando un milagro que no llegaba. Ayudándose y confortándose las unas  a las otras.
   Sin esperanza.
   __Supongo que las violaría abajo. Aquí sería imposible, las otras se le echarían encima.
   El mismo horror, la misma vileza tantas veces repetida que, posiblemente, las hizo acostumbrarse y ver lo irremediable como natural.
   Conformándose con lo que estaban viviendo.
   Es un mecanismo de defensa. Él lo sabía perfectamente. Además la sumisión anula las voluntades y algunas personas terminan por creer que se merecen lo que les está pasando. Un buen ejemplo es el famoso síndrome de Estocolmo en el que los rehenes terminan por colaborar con los  secuestradores.
   __Somos muy complicados los humanos.
   Aunque, quizá no todas aquellas mujeres reaccionaran igual…Pensó en la rubia que vio en sueños. La vio dando ánimos a las más débiles. No sabía por qué, pero se la imaginaba más fuerte, de esa clase de gente que jamás se doblega por mucho que la humillen, de esa clase de gente hecha de una pasta especial.
   __Que mala suerte ha tenido….__pensó mientras se levantaba.
   Reparó que sobre la pared- biombo que estaba a su lado colgaba otra cadena terminada  en grillete en ambos extremos.
   __Esta es la de las violaciones.
   Con ella en la mano regresó a la habitación de la muda.
   Le soltó las ataduras de los pies y le encajó el grillete.
   __Levántate. Vamos al  baño, te aseas y luego hablaremos.
   Encajó el grillete del otro extremo en el radiador y ordenó a Petra abrir el grifo. No había agua.
   __Voy a llenar el depósito. En cuanto salga agua, te vas lavando y no hagas tonterías.
Bajó y accionó el interruptor en la cocina. El motor se puso en marcha. Calculó unos quince minutos más o menos. Había comenzado a llover con ganas. Las fuertes rachas de viento arrastraban las últimas hojas de los árboles y las mezclaban con la lluvia, formando vistosos molinillos de colores. Empezó a tronar. Cuando el agua rebosó por encima del tanque, desconectó el motor. Subió al primer piso y se asomó al baño, para ver que hacía la sirvienta. Estaba de pie en la bañera. No hizo ningún ademán de taparse cuando entró Félix. Al sacarse la ropa, las bragas y la falda se habían quedado colgando de la cadena como en un tendedero. Félix entró, abrió el extremo del grillete y las dejó caer.
   __Volveré dentro de un rato y haré lo mismo para que puedas vestirte.
   Hasta ese momento no había reparado en que Petra era una mujer.


Continuará,,, 


La granja

Capítulo VIII


 
Años arrasados/Viorel Sánchez
Comprobó que el panadero pasaba cada día de lunes a viernes sobre las diez de la mañana. O sea que tenía, el resto del viernes, sábado y domingo para sonsacar a Petra y si se ponía difícil  otro día más. El lunes el recogía el pan y listo. Diría que la sirvienta estaba enferma. Había pensado atarla y si fuera necesario, golpearla hasta que le diera la llave del desván.
   Cualquier persona en sus cabales se preocuparía por el cariz que estaba tomando la obsesión. Pero a Félix, acostumbrado desde niño a vivir situaciones singulares, le parecía normal.
  Tenía que hacerse con la llave a cualquier precio. El camino, el hombre, la mula, los fardos y la manta eran demasiadas coincidencias. Todo lo había visto en el sueño que llevaba años repitiéndose. Tenía que saber más, cayera quien cayese.

   Esa noche el viejo estuvo muy inquieto, Félix temía que le repitiera el infarto. Se quedó a velar en la habitación. Petra se presentó con la pizarra. “Vaya a acostarse. Yo velaré. Es mejor que usted esté descansado por si hay que llamar al médico y acompañarle al hospital”.
Le hizo caso, porque tenía razón.
   Durmió mal. Volvió a ver a la mujer rubia que llamaba a Gerardo. Había estado pensando en ella y no, no la conocía de antes. No la había visto nunca. Estaba seguro.
  Gerardo, tampoco era el nombre del viejo. Se llamaba Higinio.
  Se levantó y decidió ir a la habitación del enfermo para ver cómo iban las cosas. Se asomó  a la puerta y vio a Petra empujando la cama para colocarla de nuevo en su sitio.
  __¿Que hace,  por qué lo ha movido?
  Evidentemente no obtuvo respuesta.
  Sobre la cama descansaba una especie de grueso libro de contabilidad. La mujer  se apresuró a cogerlo y lo rodeó con los brazos sobre el pecho, protectora, mirando a Félix desafiante.
  __Me he desvelado, váyase a dormir, queda poco para el amanecer. Descanse un rato, yo velaré.
  Notó que estaba reacia a marcharse. Insistió.
  __Petra, vaya a acostarse y duerma un poco. Me quedaré aquí con él. Váyase tranquila, mujer…
  El enfermo estaba despierto y observaba a Petra implorante. Ella, nerviosa con el libro en brazos, no le prestó atención.
  Transcurrido un buen rato desde que ella se fuera,  Félix salió al pasillo y comprobó que la puerta de su habitación  estaba cerrada y la  luz apagada. Regresó donde el viejo, se arrodilló y miró bajo la cama.
  Las facciones del viejo se crisparon. Fijó la vista en el techo, implorando que se les viniese encima.
  No se veía bien. Cogió la lámpara de la mesilla y se alumbró con ella colocándola horizontal como una linterna.  No observó nada anormal. Se pegó al suelo y extendió el brazo. Entonces si,  al pasar la mano, notó la ranura entre las tablas, siguió avanzando y acarició un asidero. Se retiró hacia atrás rápidamente y se incorporó. El enfermo  contemplaba todos sus movimientos con los ojos muy abiertos fijos en él.
   Decidió no esperar más. Cerró la puerta. Movió la cama, dejando al descubierto la trampilla. Estaba muy bien disimulada, puso el asa vertical y tiró de ella con cuidado no fuera a romperse. La puertecilla se abrió. Había una caja metálica del tamaño del agujero. Con el corazón a toda velocidad la sacó y la depositó en el suelo. La abrió y comprobó que estaba vacía.
   __El libro__ pensó en voz alta.
   Volvió la caja a su sitio, cerró el zulo y puso la cama en su posición normal. Cuando lo hizo, reparó en algo: una argolla de pared justo detrás del cabecero. En ese momento no le prestó demasiada atención. Tampoco miró al viejo. Este tenía los ojos cerrados y estaba rígido como si llevara muerto varias horas.
   No sabía qué hacer. Se había puesto nervioso.
   __Esa puta. Se lo ha llevado. Tengo que hacerme con él. En ese libro hay algo que me concierne, cada día estoy más seguro.
   Reparó entonces en el aspecto del enfermo. Este se sobresaltó cuando lo tocó en el brazo.
   __No estás muerto. No puedes morirte hasta que yo lo diga.
   Se sentó en el sillón. No volvió a  preguntarse si acaso se estaba volviendo loco por la obsesión de su relación con aquel lugar. Muy al contrario. En este momento, vivía convencido de que el destino le había guiado hasta allí por algo. Y cada día estaba más cerca de descubrirlo. La paranoia crecía como todo lo que se alimenta sólo y Félix la dejaba engordar a sus anchas. Es más, se diría que la disfrutaba.
   Cuando sintió levantarse a Petra, comenzó su rutina de atención al enfermo, para que estuviera finalizada cuando ella viniera con el desayuno. La sirvienta se asomó a la puerta para ver si todo iba bien. Comprobada la normalidad, se fue para iniciar su tarea diaria.
   Cada día lo mismo.
   El hombre observaba a Félix, mientras iba y venía preparándolo todo. Si éste hubiera prestado atención a su expresión, se habría dado cuenta de que su mirada no era de temor como otras veces; era de odio. Un odio infinito.
   Dejó que Petra le diera el desayuno al viejo, mientras él iba al baño a asearse. Abrió la ventana.
   Olía a pino quemado.
   Pasó la mañana espiándola. Ella seguía con sus tareas habituales. No hizo nada diferente a otros días.
   __Tengo que saber qué pasó con el dichoso libro. Miraré en su dormitorio.
   No tuvo necesidad.
   Llevaba todo el día sintiéndose mal. Cuando era niño, una noche, ardió el bosque de pinos centenarios que bordeaba la pequeña ciudad. Soplaba un fuerte viento de poniente. El humo lo invadió todo; hubo que desalojar a la gente que vivía más próxima al fuego, él y su familia entre ellos.
   Pasó mucho miedo.
   Los animales que no dio tiempo a evacuar, murieron abrasados en sus cuadras. En días sucesivos un penetrante olor a madera y carne carbonizados persistió en el ambiente, mientras comprobaba con horror y tristeza como el fuego había convertido  el monte en cenizas y los troncos de los árboles en figuras fantasmales, que vagaban entre el humo, escapadas del infierno, a medio consumir. Comenzó a darle miedo aquel lugar en el que jugaba de niño con los perros, persiguiendo alimañas.  Desde ese  día, cada vez que el olor a pino quemado hacía acto de presencia, era presa de un extraño desasosiego, que terminaba por ponerle enfermo.
   Cuando estaba en la habitación con Higinio, dándole la medicación de la tarde, sintió náuseas. Se dirigió al baño con toda la rapidez que le permitía su cada vez más persistente mareo. Una vez allí se apoyó en el alfeizar  de la ventana abierta, buscando un poco de alivio en el fresco vespertino. Con la vista aún borrosa,  pudo ver a Petra atravesar el corral con algo en las manos, que depositó en el suelo al lado de una de la columnas que sostenían el depósito del agua, donde reposaba tras de su viaje desde el aljibe, antes de abastecer la vivienda.
   Félix observó el tanque. Arriba, la mujer ya tenía adosada  a la pared otra escalera portátil de pequeño tamaño.
   Antes de coger el bulto que esperaba en el suelo miró hacia la casa. El se retiró rápidamente de la ventana. Trepó con el objeto, ¿parecía una caja?, hasta la altura  del depósito por la herrumbrosa escala adosada a una de las columnas, en la que faltaban algunos peldaños. Cuando llegó a la plataforma, se encaramó por la otra  escalera, levantó con trabajo la tapa y tiró dentro lo que, en efecto, era una caja. Tal vez la caja estanca que había visto días atrás.
   __ No jodas... ¿A que es el libro? ¿Pero, por que en el depósito, por qué no quemarlo?__ Se alejó de la ventana antes de que pudiera descubrirlo.__ No quiere destruirlo, únicamente pretende que yo no lo encuentre.
   Se echo agua a la cara. Las náuseas habían desaparecido, pero el mareo continuaba. Se sentó en el borde de la bañera hasta sentirse mejor y volvió a la habitación del viejo. Olvidó por completo la medicación.
   Apoyado en el piecero de la cama, de espaldas al enfermo, hizo un repaso de la situación:
   Recoger el libro sería más difícil: el depósito tendría más o menos dos metros de altura,  calculó Félix comparándolo con la estatura de Petra y un diámetro de casi otros dos.  Ignoraba si la caja se habría sumergido o, por el contrario, estaría flotando.
   Subiría y miraría dentro. Si no se veía, vaciaría el tanque.
   Tenía que retirar la tapa y necesitaría otra escalera para meterse dentro y lo más importante, para salir después. Además suponía que el tanque tendría en el fondo varios centímetros de limo. La maniobra era peligrosa. En la plataforma había poco espacio, si la escalera se movía por cualquier circunstancia, la caída podía ser mortal.
  Bien, prepararía un plan. El único inconveniente era Petra.
  Nunca se ausentaba, por eso iba a ser una tarea difícil. Necesitaba tiempo para llevar a cabo el rescate y ella no debía sorprenderlo. Eso podría significar un peligro añadido al que ya tenía de por si la ascensión a la plataforma, cuya altura se aproximaba a la de la casa.
Era imprescindible tener a la muda fuera de combate. Dedicó el resto de la tarde a idear el modo de librarse de ella.
   Mientras Félix paseaba por la habitación gesticulando y hablando a media voz, el viejo le miraba cada vez más temeroso. La impotencia y el miedo asomaban claramente en su afilado y pálido rostro. Apenas tenía vida.
   Para Félix ya no existía en esos momentos.



Continuará…