El misterio de la Torre Sur

DOS



Era viernes y por tanto a Ramón Gámez le tocaba regar las plantas de su despacho y las pocas que había en la empresa, que habían sido criadas en su casita de campo, traídas y colocadas con esmero en el sitio adecuado, con el agrado de los compañeros las más de las veces, pero con la protesta de alguno también.
   A Ramón le fascinaban las plantas y los arboles y la Naturaleza en general. Tras el divorcio de su mujer se había acentuado su pasión por lo verde que tanto le había ayudado a superar el trance doloroso del abandono y más tarde la soledad.
  Cada viernes de todas y cada una de las semanas, comenzaba el ritual del abonado y regado en cuanto se iban todos. Era una tarea que se demoraba media hora. Cada viernes, su coche era siempre uno de los últimos en abandonar el garaje. Ese último día en la empresa el ascensor se había detenido en la planta décima. Una enfermera alta y con buenas tetas entró empujando una camilla. Guerrero, todo un caballero quiso echarle una mano cuando la camilla pareció hacer un extraño y trabarse.
    —No se preocupe. Es que son falsas como los carros del súper.
  —A Guerrero le impactaron los ojos verdes de la joven, más que sus tetas, demasiado grandes para su gusto.
   —¿Ha ocurrido algo?
   —Uno de seguridad. Un ictus. Demasiado gimnasio.

    —¡Hostia! Otra vez la ambulancia.
    El vigilante del parking era muy curioso. Además la rubia que empujaba la camilla con el muerto estaba muy buena. “Menudo par de tetas”.
    —No se baje, yo la ayudo —le dijo al conductor. Ayer no le tocó a usted ¿eh?
    —¿El qué?
    —El muerto. Ayer vino un compañero suyo.
    —Cada uno cuando le toca —dijo la enfermera, sin que el segurata supiera bien a quien se refería: si al compañero o al muerto.
    —¿Quién es el fiambre?
    —No podemos dar esa información. Gracias por la ayuda.
   ”Menudo culo. Está completa la tía”.
  

  






  



Capítulo III


El inspector García fingía odiarlo, pero en el fondo Aníbal le gustaba, le caía bien sin que supiera del todo porqué. Así que cuando se encontraron en el vestíbulo de la Torre Sur, puso cara de malas pulgas aunque se alegrara para sus adentros.

   —Hola García, cuánto tiempo.
   —Demasiado poco.
   —Ya tienes idea de lo que pasó o sigues perdido.
   —El que anda perdido eres tú.
   Aníbal se hizo el sordo.
   —Con todo el tiempo que pasó y no hay ni un avance. ¿No habéis visto nada en las cámaras  de seguridad?
   —Si hemos visto cosas, pero nada definitivo.
   —O sea, que estáis perdidos.
   —Vete a lo tuyo y deja de tocarme los huevos.
   —Podíamos intercambiar información —sugirió Aníbal ya en el ascensor.
   —Di más bien que yo podía pasarte información.
   —Podíamos comentar los avances —Aníbal volvió a hacerse el sordo.
   —¿Que avances? Seguro que no tienes nada, que más quisieras que yo te diera pistas, listillo.
   —Vete a tomar por culo —indicó Aníbal mientras salía.
   —Vete tú ¿ No te jode el tío?




   Cuando Aníbal escuchó el informe de Casimiro tuvo el pálpito de no haberse equivocado. Eran la banda perfecta para un atraco. Seguro que estaban en algún sitio perdido preparando el asalto a un furgón blindado, por ejemplo.
   El primer desaparecido era un hombre metódico con una vida fácil de rastrear. El segundo, viudo, hija en América, previsible también. El tercero, divorciado, sin hijos, sin amantes conocidas, empleaba el tiempo libre haciendo horticultura en una finca que tenía en un pueblo cercano a la ciudad. “Acercarme a husmear”. El cuarto era el más conflictivo: problemas con  su ex a causa de la pensión, deudas, hedonismo. “Este puede haber sido el instigador, el ideólogo” y el último era: ¡un experto en armas; organizador de partidas de Target Practice con blancos móviles!, aficionado a los juegos de roll. Una mente violenta y metódica. Junto con el anterior, el instigador. Pero ¿para que los otros? Cuantos menos mejor”.
   —Los cinco desaparecidos solían bajar solos los más de los días en el ascensor puesto que, por diferentes razones, se retrasaban en la salida. El primero parece ser que odiaba a su jefe inmediato, un tipo de izquierdas, que había conseguido el puesto con el único merito de haber sido secretario de estado en el ministerio de agricultura y pesca, cuando aún se llamaba así, y trataba  de no coincidir con él.
   —Muy oportuno para una empresa eléctrica —observó Manero—.Puta política.
   El segundo, un día  a la semana, el viernes precisamente, cuidaba las plantas del despacho y se iba cuando ya no quedaba casi nadie dentro.
El tercero, también una vez por semana, esperaba que se fueran todos y pasaba un buen rato chateando con su nieta americana. El cuarto solía retrasarse a menudo hablando por teléfono se cree que con prestamistas y el cuarto tenía relaciones homosexuales con uno de los vigilantes. Un día a la semana esperaban a que todos se fueran para dar rienda suelta a su frenesí en los lavabos
  —¿En los lavabos?
   —Si, donde no hay cámaras.
   —No me digas que era el martes.
   —No. Era el lunes, para comenzar bien la semana.
   —Además, averigüé que algún ascensor estuvo parado unos minutos entre dos pisos los dos primeros días en los que desapareció alguien. Solamente esos días. Nunca en otras fechas. No tendrá sentido, pero es lo único que encontré.
   —¿Todos los ascensores tienen cámaras?
   —Todos no. Solamente las lanzaderas. Son siete y van desde la planta baja hasta la cuarenta y nueve. El resto son ascensores convencionales. Esos no tienen cámaras. Hubo sus más y sus menos con la instalación o no. Pero al fin se decidió que no. En cada planta hay seguridad y cámaras hasta en la sopa.

   Por la tarde, le hubiera gustado llamar a Isabel y continuar con el interrogatorio, pero prefirió acercarse a la finca del segundo desaparecido por si servía de guarida para la preparación de lo que fuera que estuvieran tramando, aunque suponía que era el primer sitio donde buscó la policía una vez que los tuvo a todos identificados.
Desde afuera no se apreciaba nada extraño, dentro había un perro al que alguien ponía comida y agua. Así mismo alguien regaba las hortalizas. La casa estaba cerrada a cal y canto. En el buzón del portón de entrada se acumulaban los sobres de la propaganda electoral. “Coño, las elecciones, ni me acordaba”.
  —¿Vas a votar Casimiro?
  —Yo no ¿Para qué?
  —¿Para qué va a ser? Para elegir diputados.
  —Son municipales, señor Manero.
  —Vete a hablar con los vecinos, a ver si alguno da de comer al can y riega las plantas. Venga, ya estás tardando.
   Manero rodeó la casa, echando un vistazo. Halló una puerta trasera, la forzó y entró. Olía a cerrado, pero todo estaba limpio y en orden. No había nada fuera de su sitio. Recorrió la casa que no era muy grande.   No tenía sótano ni buhardilla. Miró los suelos y las paredes en busca de alguna trampilla o puerta disimulada. No halló nada anormal. Allí no había nadie.
   Salió y llamó a Isabel. Por lo menos pasaría un buen rato. Mañana sería otro día.
   En la cama, después de dos polvos,  se pusieron a hablar del caso. A Isabel le interesaba lo que pudieran haber encontrado.
  —Nada de particular. Sabemos que todos los desaparecidos se retrasaban en la salida. Tres a diario y los otros dos solamente a veces. Uno el viernes y el otro, que es el último desaparecido, sin día fijo. Supongo que si alguien los secuestró estaba al tanto de sus costumbres, así que puede ser alguien de dentro.
  —¿Alguien que los conozca a todos?, preguntó Isabel.
  —Eso es bastante improbable. En el edificio hay tres mil personas. Alguien que por algún motivo sepa quiénes se retrasan al salir que fue cuando se esfumaron.
  —Alguien de seguridad.
  —Si, puede ser. Estamos investigando a todos. Alguno pudo dar el soplo. Estamos sobre uno que se acaba de comprar una moto carísima.
También pudiera ser alguien de mantenimiento o alguien que se cuele sin dificultad y los observe. ¿Tú no has visto nada que te llamara la atención? Y cuando digo nada quiero decir nadie.
  —No.
   Ya en el coche, mientras Aníbal la llevaba a casa recordó algo:­­_ La mañana del día que desapareció el segurata, subí en el montacargas con uno de mantenimiento que no había visto nunca, aunque tampoco tiene nada de particular. Pero es que recuerdo la mirada. Era alto, tenía la cara contusionada y unos ojos verdes sorprendentes.
  —¿Que tenían de extraño? Preguntó Aníbal recordando a su misteriosa mujer.
  —Eran muy fríos. Te penetraban y te dejaban helada. Me dio miedo y todo.
  —¿A qué planta iba?
  —Iba precisamente a la planta 35.


Continuará...







No hay comentarios: