Navidad






Otro año más quiero desear a todos los lectores lo mejor para el nuevo año 2020. Mucha salud, muchos éxitos y mucha alegría. 
Que se cumplan los sueños de todos y que avancemos en la vida, cuidando el planeta y ayudando a quien lo necesite.

Merry Christmas and Happy New Year 2020







Cuento distópico de Navidad





Aborrecía la navidad. No recordaba desde cuando, pero hacía mucho tiempo que estas fechas tan manipuladas le ponían de los nervios. Daba lo mismo en un sitio que en otro, en todos, la gente comenzaba a cambiar de actitud un mes antes del veinticinco de diciembre, nada más aparecer en el ambiente síntomas claros de la fiesta de fiestas, es decir, turrón, luces, lotería, langostinos con bigote, arbolitos con adornos y villancicos.
   —Que falta de imaginación, todos los años lo mismo.
   Aborrecía ese hipermercado en cuya publicidad nada llegaba hasta que ellos lo dijeran: la primavera, el verano, las rebajas,  y sobre todo la navidad. Este año tenían la capacidad de transformar en elfos a todo quisque. Una tarde, no tuvo más remedio que entrar en el susodicho a recoger a su tía Genoveva que era adicta al chocolate con churros de la cafetería. Desde la puerta, hasta que se plantó delante de la hermana de su madre, catorce, si, catorce dependientes y dependientas que se cruzó en el camino, la señalaron con el dedo y le dijeron: eres elfa. Cuando vino el camarero y en vez de ¿qué va a tomar?, le dijo casi al oído, eres elfa, se levantó y le dio una ostia.
   Fue cuando comprendió que había que hacer algo.
   Decidió invertir las cosas. Ella ya no formaría parte del rebaño.
   Al año siguiente, desde un mes antes del veinticinco de diciembre, justo cuando todo comenzaba en el exterior, las luces de su casa dejaron de encenderse,  se alumbraba  con linternas ecológicas que ella misma aprendió a fabricar con botellas de plástico. Eran fechas de ahorro de energía.
   Dejó de llamar a la gente, y quince días antes del veinticinco de diciembre, dejó incluso, de saludar. Eran fechas de ausencia, de introspección, cuanto menos se hablara mejor.
   Ese mes, y hasta el ocho de enero, hacía una dieta vegetariana, casi vegana. Eran tiempos de purificación, de cambio.
   En su casa nunca más se celebraron cenas ni comidas navideñas, ni ella acudió a ninguna celebración de excesos en casa de nadie. Eran fechas de parquedad en el consumo. Fechas de autolimitación.
   Por supuesto quedaron suprimidos los regalos del gordo Nicolás y de los tres reyes de los elfos. Era época de austeridad total.
   El primer año, la gente le dijo que estaba loca, pero poco a poco, casi con cuentagotas, algunas personas fueron adhiriéndose a la causa. Al año siguiente otro apartamento en su edificio, apagó las luces. Al otro, eran ya ocho. Hoy es casi la mitad del edificio y ocurre algo parecido en los demás del barrio. También se nota el aumento de la dieta vegana. El hiper de los elfos, ya no anuncia tanta carne de cordero, ni tanto langostino bigotudo, ni tanto turrón. Ahora promociona unos rollitos de algo verde que dicen que sabe a carne. Ni caso. Que lo coman ellos. Por las calles, hay menos gente con la sonrisa puesta el día entero. Se ven más personas con la cara normal. Y este año ¡por fin! el ayuntamiento dejó de poner villancicos como banda sonora todo el santo día, pese a la queja de la farmacia que, por lo visto, redujo de forma drástica la venta de paracetamol, porque a la gente ya no le duele la cabeza.
   Hay más gente feliz de verdad, aunque no sonrían todo el día. Hay más gente feliz, porque, se han unido los raros, y con el ahorro de la austeridad, les alcanza para poner, al principio todo el mes, y ahora ya todo el año, comida caliente y mantas para los sin techo de la ciudad. La distopía ha sido buena para muchos.
   Lo más divertido es que sirven las comidas delante del hiper de los elfos, con un cartel que pone:

   NADA DE ESTA COMIDA ESTÁ COMPRADA AQUÍ.
   PORQUE AQUÍ SOLO HAY ELFOS Y NOSOTROS SOMOS PERSONAS.

La reina hilandera


XI




Fue la única alegría del viejo Fruela en años; los ojos se le arrasaron de lágrimas de emoción. Qué alegría le acababa de dar su sobrina Adosinda pensando en desposar a Silo y más aun pensando en hacerlo rey de las Asturias, con el apoyo nada menos que de Samos. Cuanto honor para su casa las palabras de Argerico sobre Silo, el buen concepto que el abad tenía de su único hijo. El bueno de Silo. Tan preocupado por la cultura, aficionado a leer y a escribir. Lo había heredado de su madre. En honor a la verdad, a él siempre le pareció un débil, un hombre que prefería leer a luchar no era muy de fiar como adalid en estos tiempos difíciles, pero algo había en su hijo que hacía que los hombres importantes del reino confiaran en él y le consideraran digno de la mano de la hija de Alfonso I y digno también para asumir la corona cuando llegara el momento. Lo cierto es que era instruido y diplomático y cuando tenía que luchar lo hacía, aunque no fuera muy de su agrado, pero lo hacía y bien. Para que darle más vueltas.
   —Hija mía, me acabas de hacer el hombre más feliz del reino en estos momentos. Silo será tu esposo, será un inmenso honor para esta casa, que es la tuya, que yo te agradezco en lo que vale. Espero que Dios me permita vivir para veros desposados.
   —¿No sería mejor que permanecieras aquí un tiempo y luego yo te acompañara a Cangas a dar la noticia al rey Aurelio? —preguntó casi afirmando Silo.
   —Ya lo había pensado. Pero pienso que es mejor que vaya ahora y le dé la sorpresa, si permanezco aquí, pueden sospechar y urdir alguna trama. Hablaré con el rey, recogeré mis cosas y regresaré a Flavium Avia. Nos desposaremos aquí. En Cangas ya no hay nadie de la familia. Además como estamos de luto por el rey, será una boda discreta.
   Cuando Fruela, tembloroso por la emoción se retiró a descansar, Silo manifestó a Adosinda la necesidad de aclarar algunos puntos referidos al  futuro como esposos.
   —¿Que te preocupa?
   —No es preocupación —Silo titubeó unos segundos, no sabía cómo abordar una duda que creía importante y que, por lo visto y oído, no se había tratado en Samos, ni en ninguna parte— Me pregunto, que ocurrirá con Alfonso, si nosotros tenemos hijos varones…
   —Alfonso será antes, puesto que es mayor y será, con total seguridad, gobernador de palacio, cuando llegue le hora de sucederte. Si tenemos hijo varón, el será el siguiente.
   —¿Accederá Alfonso?
   —Desde luego. Ese será el acuerdo. Nuestro hijo varón o el marido de nuestra hija, si elije bien. Eso se pactará con Alfonso, en su momento. Argerico también me lo había preguntado y en eso hemos quedado. Esta completamente de acuerdo. Alfonso será rey, después de ti, para eso lo estamos educando.
   —Me parece bien.
   —Aun no somos esposos y ya estás pensando en los hijos, como sois los hombres —sentenció resuelta Adosinda levantándose, mientras Silo se ruborizaba.
 
Piscina bautismal iglesia San Juan de Santianes de Pravia
   
   Llovía de nuevo en Cangas, cuando la hija de Alfonso I, pidió audiencia al rey Aurelio. Este se la concedió de inmediato, posponiendo todos los asuntos que tenía entre manos.
   Adosinda iba a arrodillarse, cuando Aurelio se adelantó para impedírselo. Besó su mano y la invitó a tomar asiento.
   —Me alegro mucho de verte. ¿Cómo están los niños?
   —Perfectamente, señor. Pero no vengo a hablaros de eso.
   —Pues tú dirás.
   —Tengo intención de contraer matrimonio.
   Hubo un ligero titubeo en el rey, que Adosinda interpretó como producto de la sorpresa.
   —¿Quién es el elegido? —inquirió Aurelio secamente.
   —Silo, el hijo de mi tío Fruela.
   —Me parece bien.
 —Pues mucho mejor. Porque será mi esposo en breve.
    Adosinda iba a levantarse, dando la audiencia por terminada, ya estaba todo dicho, pero Aurelio la detuvo.
   —Podías haberme dicho que querías casarte.
   —No entiendo a que os referís.
   —Podíamos haber hallado otro marido.
   —¿Qué tiene de malo este? Es el que yo elegí.
   —No es eso. Podías ser reina desde el mismo momento de tu matrimonio.
   —Bueno, bueno —pensó Adosinda— pero este no era medio monje, medio ermitaño, y mira con lo que me sale.
   —Lo seré toda vez que mi marido sea elegido rey, tras vuestra muerte o vuestra renuncia. Mi marido os sucederá. Gracias por vuestro tiempo, señor.
   La princesa salió de la estancia a toda prisa. La afirmación del rey Aurelio, la había dejado descolocada. Lo cierto es que tenía ganas de reírse a carcajadas, cosa que hizo nada más cerrar la puerta, sin preocuparse de que sus risas fueran oídas por el rey y por todo el palacio, puesto que continuó riendo hasta que entró en sus aposentos, cerró la puerta y llamó a su sirvienta para que la ayudara a quitarse la ropa.
   Al día siguiente  el rey salió para San Martin, donde pasaba la mayor parte de su tiempo, casi a la vez que Adosinda salía para Flavium Avia.
   La princesa no regresó a Cangas hasta el día en que Silo fue coronado rey de las Asturias, seis años más tarde.
 

FIN



 
Tumbas de Silo y Adosinda en Santianes

La reina hilandera


X





Adosinda no sabía cómo abordar a Silo y hablarle de sus planes. Casi hubiera preferido decírselo a su tío y que este hablara con él y le pusiera la corriente y le hiciera notar la conveniencia de aceptar. Pero el abad había sido muy claro: “Habla primero con tu primo”, y eso debía hacer.
   Una mañana que su tio Fruela se levantó pronto de la mesa, puesto que su galeno venía a hacerle una visita para vigilar una tos preocupante para todos menos para el enfermo, que consideraba la visita una molestia innecesaria,
  Adosinda  tuvo la posibilidad de hablar un rato a solas con Silo, sin tener que concertar cita, lo cual le parecía demasiado solemne.
   —¿Yo te gusto? —Le espetó así por las buenas.
   Silo se azoró, según su costumbre, miró a su prima y tartamudeó al responder.
   —Natu-tu-raal-mente. Tu guuus-tas a todo-do el mundo.
   —Solo quiero saber si te gusto a ti.
   —¿A qué viene esto?—preguntó a su vez recuperando el aplomo.
   —Viene a lo que viene. Responde a mi pregunta sin evasivas. Es muy importante.
   —Sí.
   —Si ¿Qué?
   —Que si…me gustas. Siempre me has gustado, desde niños.
   —No te disgustaría casarte conmigo…
   —¿El qué?
   —Lo que has oído. Casarnos tú y yo. Las Asturias necesitan un rey como Dios manda. Un rey que no tenga las manos manchadas con la sangre del anterior, un rey civilizado y culto y no un gañan montaraz como Aurelio, ni un bastardo resentido como Mauregato. El reino te necesita a ti y yo, la hija de Alfonso I, también y los hijos de mi hermano lo mismo. Tienes que ser el próximo rey, debes serlo, y eso será más fácil casado conmigo, si no te desagrado.
   —Tú no, pero la idea de ser rey…esa idea…no la contemplo. No sabría.
   —Tonterías. Nadie sabe, pero todo el mundo puede aprender si quiere. Tú eres inteligente. Serias un buen rey, tranquilo, amigo del califa. Sabrías junto con Abderramán mantener a raya a Carlomagno. Seguro que contigo el reino viviría en paz, que tanta falta nos hace, y comenzaría a prosperar de nuevo, tras años de problemas y revueltas.
   —Tu hermano no fue ajeno a esos problemas; tomó decisiones cuanto menos, discutibles.
   —Lo sé. Sé que tú no seguirías ese camino. Tú podrías restaurar la confianza perdida en la corona. Devolver al pueblo la fe en su rey, controlar al clero, hallando un fiel entre las disposiciones de mi hermano y sus necesidades y deseos. Beato te ayudaría en esto. ¿Qué me dices? ¿No te tienta la idea?



   —Sí y no. Casarme contigo me agradaría mucho, colmaría mis sueños…pero la corona…
   —No tengas temor. Sabrás gobernar perfectamente, además podrás contar con todo el asesoramiento que precises.
   —Supongo que cuando me lo propones, es que has hablado con Argerico y sabes con que apoyo contaríamos y tienes claras las probabilidades. ¿No es así?
   —¿Ves como eres listo? A la muerte de Aurelio, tú serías el nuevo rey. Alfonso sería gobernador de palacio  y el siguiente en la elección. Y todo en orden.
   Silo mantuvo un silencio prudente y reflexivo.
   — ¿Tú me quieres Adosinda?
   —Naturalmente.
   —No como parientes, sino como hombre, me refiero.
   —Pues claro. Te quiero de ambas maneras.
   —¿Has hablado con mi padre, respecto a esto?
   —No. He preferido hacerlo antes contigo. Es lo lógico. Al fin y al cabo esto es entre tú y yo.
   —No estoy tan seguro.
   —¿De que no estás seguro?
   —De que sea un asunto entre tú y yo. Pienso que es un asunto de estado, de conveniencia, pensando en el futuro de Alfonso, sobre todo.
   —Eso también. Por todo ello, será una boda conveniente para todos. No puede salir mal. Se lo diremos juntos a tu padre y luego hablaremos de los plazos.
   —¿Sisinio de Nepi lo sabe?
   Adosinda se sorprendió.
   —Sí, lo sabe. Estaba presente cuando hablamos el abad y yo.
   —¿No podías tratarlo con el abad sin testigos?
   —Estábamos en la mesa. La conversación surgió. Aunque no estuviera presente, se hubiera enterado igual.
   —De eso estoy seguro. Veremos de qué lado se pone.
   —De ninguno. Él ni pincha ni corta. Su reino no es de este mundo.
   —A veces eres muy ingenua. Ese hombre no es lo que quiere parecer. Tiempo al tiempo.
   —No vamos a discutir por Sisinio. Centrémonos en lo nuestro y en nuestros aliados. Vayamos a hablar con tu padre. El galeno ya se habrá marchado.



Piedra laberíntica del rey Silo, fragmento que se conserva en Santianes.



La reina hilandera


IX
Mauregato de Asturias


Sisinio de Nepi prosiguió viaje, pero no se dirigió a Roma. Una vez lejos de Flavium Avia, su caballo puso rumbo a los dominios de Mauregato. El príncipe no se hallaba en casa en ese momento puesto que se había unido a las huestes del nuevo rey para repeler un nuevo  levantamiento en San Martin que estaba siendo peor de lo esperado. El fraile se aposentó en el castillo como si fuera suyo y se entretuvo en escribir algo que el mayordomo supuso sería un diario para el papa.
   Una vez que Mauregato llegó al castillo   —Hay que estar a bien con Aurelio. Nunca se sabe que puede pasar— justifico como excusa por la ausencia, Sisinio interrumpió su trabajo para ponerle el corriente de las nuevas aprendidas en Samos, acerca de los planes de Adosinda y de la opinión de Argerico con respecto a ellas.
   —Así que el primo Silo, y que opina Argerico.
   —Le parece de perlas. Eso allanará el camino de Alfonso hacia el trono. El monasterio será el protector y el preceptor del nuevo rey, al que habrán educado a su imagen y a su conveniencia.
   —No dudo que Alfonso llegue a rey algún día, pero no será el sucesor de Silo. Yo estoy antes.
   —Tú puedes suceder a Aurelio.
   —Si matrimonian Silo y Adosinda, será difícil. Entre los dos tienen muchos adeptos y Samos movilizará a todo el occidente a su favor. Salvo que, por algún motivo, cambien mucho las cosas. Y luego está la conveniencia del califa, y ya sabemos que es pariente de Silo y tiene con él buena relación. Le apoyará con todos sus medios. Pero no adelantemos acontecimientos. Todo a su tiempo.
   —Mañana proseguiré camino.
   —¿Vas a ver al califa?
   —Haré lo que convenga. Pienso que el califa es menos importante para nosotros ahora mismo. Todavía está furioso por la muerte de su sobrino. Dejemos que enfríe el asunto, y mientras, hagamos ver ante él que Silo puede ser el próximo rey. Le gustará. Entre tanto, nosotros hacemos nuestro juego.
   —Así que al abad de Silos, no le parece mal la herejía…
   —No le da importancia y cree que es buena estrategia para que Carlomagno no asimile la iglesia de Toletum a la franca. Además hay algo, digamos, chocante: al príncipe Alfonso le gusta Carlomagno. Está deslumbrado por su aureola de héroe y de conquistador. Si prefiere al rey franco antes que al califa, puede ser bueno para ti.
   —Supongamos que Aurelio es rey durante mucho tiempo y Alfonso llega a la edad para reinar. Entonces ¿Qué?
   —Puede ser que pacte con el franco, incluso que quiera casar a su hermana con él, para sellar una alianza. Ya sabes el gusto del rey por las jovencitas.
   —¿Entonces? ¿Nos acercamos al califa?
   —Será bueno, de momento, estar a bien con ambos. Porque puede trascurrir mucho tiempo y las cosas en Hispania cambiar mucho también. Pienso que debo ir a Aquisgrán. Es bueno que Carlomagno sepa todo esto.


   —¿No crees que Samos hará cambiar la opinión de Alfonso con respecto a Carlomagno?
   —No olvides que está Bermudo de Guimará. Él le guiará.
   Mauregato iba a objetar alguna cosa, pero Sisinio le interrumpió.
   —Sabrá hacerlo. Es muy hábil. Cuando Alfonso salga de Samos, su opinión acerca de Carlomagno no habrá variado, incluso se habrá fortalecido.
   —¿Y no debería saberlo el califa?
   —De momento, no. ¿Quieres que comience a pensar en otra guerra, por si las moscas? Deja que se casen Adosinda y Silo y que el califa piense en su pariente como un aliado y que esté tranquilo. Mientras nosotros haremos planes con el rey franco.






La reina hilandera


VIII
 
Alfonso II, sobrino de Adosinda

El principe Alfonso encajó bien la estancia obligada en Samos, pero la pequeña Jimena lloró con desconsuelo cuando su tía Adosinda se despidió de ellos. Llamaba a su madre a gritos y asestaba patadas y mordiscos a todo aquel que trataba de disuadirla, cuando se agarró  a las faldas de Adosinda con la intención de regresar con ella a Cangas.
   —En Cangas no hay nadie de tu familia. ¿Acaso no recuerdas que el rey murió? ¿Te has olvidado de que tu madre huyó a Alava? La vida allí ya no es segura ¿por qué piensas que os he traído hasta aquí? No ha sido por gusto, niña; ha sido por necesidad. Aquí se queda Teodomira, que es como si fuera yo misma, y tu nodriza Gaudiosa. Estarás lo mismo que en Palacio, pero a salvo. Aquí harán de ti una autentica princesa.
   —Cuando yo sea rey, te casaré con el rey de alguna nación importante —afirmó Alfonso como consuelo. Tenía muy asumido su papel en el futuro.
   —No quiero que tú me cases con nadie. Yo quiero regresar contigo, tía Adosinda.
   —Sabes que no es posible, ya lo habíamos hablado. Vendré a visitaros todo lo a menudo que pueda y durante los veranos estaremos juntos el mayor tiempo posible. Necesito  ver que ocurre en la corte y organizar nuestro futuro.
   Antes de abandonar Samos, mientras Jimena continuaba sus lloros y gritos, que se escuchaban por todo el recinto, Adosinda tuvo con Argerico una última conversación a propósito de su boda.
   —Cuando os detengáis en Flavium Avia, manifestad a vuestro tío vuestros propósitos, pero habladlo antes con Silo. Si se muestra demasiado reticente hacédmelo saber, yo trataré de convencerle, aunque creo que no será necesario. Estando casada con él, podéis residir en Flavium Avia, o a caballo entre ahí y la corte, y podéis llevaros a vuestros sobrinos durante las vacaciones; les hará mucho bien algo de vida familiar. Todo son ventajas. En la próxima elección seréis la reina con total seguridad. Comenzaremos a trabajar para ello desde ya.
   —¿Quién es Sisinio de Nepi?
   —Uno de los nuestros.
   —Eso ya lo sé.
   —¿Entonces para que preguntáis?
   —Pregunto si es de fiar y a que ha venido.
   —Tiene una misión que no os concierne y es absolutamente de fiar. ¿Contenta?
   —Está al tanto de nuestros planes de futuro. ¿Viene de parte del papa, como afirma?
   —Ya os he dicho que sus motivos no os conciernen —respondió Argerico con firmeza— Pero si, es bueno que conozca vuestros planes. De lo contrario no estaría presente en nuestras conversaciones. Quiero haceros notar una cosa.
   —Decidme cuanto deseéis.
   —Sería bueno para los niños mantener contacto con su madre…
   —Pero Munia ¡los abandonó!
   —La reina no tuvo otra que huir ante el temor, no infundado, de ser asesinada también. Mi consejo es que se le mande recado de donde están los niños y que se le permita comunicarse por escrito con ellos. No es bueno que ellos se sientan abandonados por su madre. Solicito vuestra venia para hacerle llegar noticias.
   —De acuerdo, si vos creéis que es lo mejor, proceded. Sé que todo lo que dispongáis será bueno para mis sobrinos.
   —Así lo haremos entonces.
   Adosinda dejó Samos con pena por sus sobrinos, sobre todo por Jimena, que tras los llantos se había quedado dormida, pero contenta porque su futuro parecía haberse encaminado, al fin, tras tantos meses de dudas y de miedos, por qué negarlo. Hizo mil y una recomendaciones a Teodomira acerca de los niños, abrazó a Alfonso, que no pudo reprimir una lágrima y besó la mano del abad Argerico, el amigo fiel del rey Fruela, a quien dejaba sus bienes más preciados: sus sobrinos, los hijos del rey.


  Una vez salvado el rio Oribio, cuando dirigió una última mirada a la abadía, observó un jinete que les alcanzaba al galope. Miró a Bermudo de Guimará que les acompañaba hasta el mismo crucero donde les había recibido, y esté afirmó sin ni siquiera ver al jinete:
   —Es Sisinio, Sisinio de Nepi. Regresa con vos.
   —¿Vuelve a Roma?
   —¿A Roma? De momento os acompañará hasta Flavium Avia. Luego continuará hasta el final de su viaje, sea el que sea.
   No volvió a preguntar. Era inútil. Vería el modo de sonsacar a Sisinio cuando estuvieran a solas, aunque lo veía difícil.
   —Estaréis contento —le dijo a Bermudo, con impertinencia, arreando la montura antes de que este le pudiera responder.
   Adosinda les observó, cuando se despidieron todos de todos en el crucero. Los dos frailes simplemente se desearon buen viaje, lo mismo que le dijo Bermudo a ella, antes de volverse a Samos.
   —Os estoy muy agradecida, por vuestra hospitalidad y vuestra compañía.
   —El monasterio os agradece la confianza, señora y yo personalmente, aunque no soy nadie, estoy humildemente satisfecho por el honor de cuidar de vuestros sobrinos, los príncipes.
   —Volveremos a vernos en cuanto me sea posible.
   —Será un honor, señora.
   Reanudaron la marcha en direcciones opuestas. El camino no estaba transitado por lo cual la comitiva avanzaba a buen ritmo. Llegando a Grandas aminoraron el paso. Ya estaban en poblado para pernoctar.
   —¿Y ahora, que? —preguntó a Sisinio.
   —Ahora continuaremos hasta Flavium Avia, donde os entregaremos sana y salva a vuestro primo Silo…el candidato.
   —¿Acaso no veis con buenos ojos mi posible boda con él?
   —Tengo por norma no opinar acerca de asuntos terrenos y menos aun si conciernen a los sentimientos o a la política. Mi reino no es de este mundo.
   —Se me olvidaba que picáis más alto.
   —No es soberbia, señora, es prudencia.
   Adosinda sonrió con diplomacia, pero pensaba que Sisinio era un insolente. Casi lo mismo pensaba él con respecto a ella, aunque le gustaba su carácter fuerte, esa decisión que no se detenía ante nada y esa lengua audaz que le había costado más de un disgusto y que tras el asesinato del rey, había puesto su vida en serio peligro. Si él fuera un hombre normal, con una vida normal, no dudaría en conquistarla.
   Pasaron días sin que se dirigieran la palabra, hasta llegar a Tinegio, precisamente.
   —Podríamos no pernoctar en casa Santa Cruz, si lo preferís. En la abadía estarán encantados de acogernos.
   —No sé por qué hacéis esa sugerencia. No podemos hacerles ese feo innecesario.
   —Lo que ordenéis.
   —No es una orden, es pura lógica. No veo motivo para no visitarles.
   Sisinio de Nepi sabía que si había motivo y sabía también que para Adosinda no era plato de gusto. Circulaban rumores acerca de Silo y la hija de los señores y todos habían notado la tensión sexual que había en el ambiente cuando estaban los dos. A lo mejor era solamente eso: algo puramente físico. Probablemente el sentimiento por parte de Silo no fuera más allá. Pero como eso solo lo conocía el, o tal vez ni siquiera, la situación era incómoda, máxime siendo Silo ahora mismo la más firma opción que tenía Adosinda para encarrilar el futuro del reino a su favor y al de sus sobrinos.
   Llegaron, se hospedaron, cenaron con los señores y su hija, la rubia flaca, según Adosinda, se retiraron a descansar y a la mañana siguiente se fueron con el viento fresco del otoño occidental, que ya se hacía notar y más parecía invierno en ciernes.
  —No sé que ve en esa rubia tan plana. Parece un muchacho vestido de mujer —pensaba la princesa mientras se alejaba del palacio con bastante alivio. Si no fuera porque el poderío del señor era bueno para sus planes de futuro, no se habría molestado ni en saludarles.
   El resto de jornadas hasta Flavium Avia transcurrieron sin casi nada de particular. Sisinio hermético, ella prudente, todos a buen ritmo y el camino perenne, servicial y firme bajo su marcha, compañero y amigo hasta la meta.
   Desde Beriso hasta Villapañada, la niebla se infiltró en la comitiva, para hacerse llovizna hasta la casa de Silo. A tontas  estaban empapados cuando llegaron.
  En casa de Fruela de Cantabria les esperaba un buen fuego. Silo no había regresado de visitar a unos colonos en la raya con los pésicos del sur; “problemas con las lindes entre vecinos”, le aclaró su tío; “tenemos que ocuparnos de todo”.
   Adosinda presento a Sisinio de Nepi a su tío Fruela.
   —Ya me había hablado mi hijo de vos. Os agradezco la compañía que habéis brindado a mi sobrina. Seréis nuestro huésped el tiempo que preciséis.
   —Os lo agradezco, señor. Me iré mañana temprano. Debo proseguir mi camino.
   —¿Va a Roma? —preguntó a su sobrina, cuando el fraile se retiró.
   —Eso creo, pero es muy hermético. Todos lo son con respecto a él.
   —La iglesia y su cerrazón de siempre. Todo son secretos. A veces es más difícil saber qué opina la iglesia acerca de algo concreto que ver nevar en verano. Y menos en estos tiempos tan contestatarios en todos los estamentos. Si hubiera más claridad, todo sería más fácil. Pero supongo que eso forma parte de su pompa.
   —Parece tener que ver con la herejía.
   —¿Con Elipando? Creo que se le da demasiada importancia.
   —Eso creo yo también. Argerico piensa de él que es un hombre inteligente y que la supuesta herejía forma parte de una estrategia.
   —¿Ah sí? Tendrás que contarme. Ha llegado Silo. Vayamos a recibirle.


Fruela de Cantabria






La reina hilandera


VII
  




Al pie de un crucero, en el límite geográfico entre la tierra astur y la gallega, un grupo de hombres armados al servicio de Samos, aguardaban a la comitiva. Al frente de todos se hallaba el hombre fuerte del monasterio, Bermudo de Guimará, quien fuera muy amigo del difunto rey Fruela y al que Adosinda conocía por haberlo visto en la corte centenares de veces. Cada vez que su hermano el rey precisaba alguna cosa de Samos, este fraile guerrero se personaba en Cangas con la solución. Tras presentarle los respetos del abad y los suyos propios, saludó con afecto y deferencia a Sisinio de Nepi al que parecía conocer muy bien, lo mismo que a Silo, quien aprovechó para despedirse y regresar con su gente a Flavium Avia donde su padre le necesitaba.
   —Confío en que los levantamientos se solucionen rápidamente. Aquí, de momento, la situación parece controlada. Si precisáis ayuda en cualquier circunstancia contad con la nuestra.
   —Agradecido —respondió Silo llevándose la mano diestra al corazón—. Cuidad de ellos. Sobre todo de los niños, dadles la educación que se merecen los hijos de un rey.
   —Así lo haremos, perded cuidado.
   Tras besar la mano de su prima, emprendió el viaje de vuelta. Era ajeno por completo al hecho de que aquel viaje iba a cambiar su destino. Adosinda había decidido casarse con él y él no podría negarse. Primero porque sería un desaire impropio de un hombre de bien y segundo porque la quería. La había querido siempre, aunque hubiera yacido con otras mujeres, pero eran otros sentimientos.
   Adosinda se interesó por la salud del abad, un tanto delicada últimamente y puso al corriente a Bermudo de Guimará de los pormenores de la elección y la jura del nuevo rey, del cual el fraile tenía buena opinión.
   —Nos gusta Aurelio, es un hombre prudente a la vez que firme.
   —Será un rey de transición.
   —¿Eso creéis?
   —Ha sido elegido en un momento difícil y se ha optado por un hombre afín al grupo regicida, para salvar vidas. En cuanto enfríen los ánimos se le acabó el momio.
   —Perdonad, pero yo tengo otra opinión. Creo que es un hombre inteligente y bueno per se. Será un buen rey porque pese a su bondad no le tembló la mano cuando fue necesario someter a los rebeldes. Tiene autoridad en el reino, se lleva bien con el clero, cosa importante en estos momentos, bien con los moros y es contrario claramente a la herejía de Toledo.
   —Todos lo somos en la familia del rey. Beato de Liébana es nuestro maestro y nuestra voz y nosotros sus valedores frente a Elipando. Me gustaría tanto que viniera a la corte.
   —Sed prudente con eso. No vayáis por delante del papa. Veremos lo que opina Esteban al respecto. En Samos lo hablaremos.



  Llegaron al monasterio al atardecer del siguiente día. La puesta del sol de otoño pintó el cielo de arreboles, mientras los montes se dejaban encender con la pasión de la tarde y los campos ofrecían la lujuria de su verde deslumbrante hasta cegar la vista de los recién llegados, asombrados por el derroche de luz y de color. La grandeza de Samos empequeñeció ante la exuberancia que la Naturaleza mostraba para afirmar su supremacía sobre la raza humana, siempre tan arrogante.
   El abad Argerico salió a recibir a sus huéspedes. Adosinda le encontró asombrosamente saludable para la edad que le suponía y lo que había escuchado sobre su poca fortaleza.  Argerico se emocionó al recibir a los hijos de su amigo y valedor Fruela. Él lamentaba profundamente su desaparición y se sentía honrado de ser el tutor de sus hijos y muy agradecido a Adosinda, por habérselos confiado. Así se lo dijo en privado, en la primera de las muchas conversaciones que compartieron.
    —Sé que algunos aducen en contra de Fuela que  dio muerte a su hermano Vimara; pero cuando las cosas se hacen en beneficio de todos, cuando el motivo se escapa al entendimiento de los simples, solamente Dios puede comprender y juzgar. El Consejo se ha erigido en representante de Dios sin méritos para ello. Pagaran su culpa, no lo dudes. Entretanto rezaremos para que Aurelio sea un rey justo.
   —Agradezco vuestras palabras que me confortan. Sé que mis sobrinos estarán a salvo con vos y sé también que aquí recibirán todos los conocimientos necesarios para cumplir su destino, que en el caso de Alfonso será el de rey de las Asturias.
   —Para Samos será un honor, señora. Haremos de Alfonso un hombre erudito y justo y de Jimena una dama instruida y virtuosa.
   Adosinda decidió demorarse unos cuantos días en Samos para instalar a sus sobrinos y tener ocasión de tratar con el abad el asunto de su posible boda con Silo. Mientras, trató de intimar un poco más con Sisinio de Nepi, sin conseguirlo. El fraile continuaba hermético. Solo conversaba con el abad y con Bermudo de Guimará con quien parecía entenderse a las mil maravillas.
   —Seguro que se sodomizan —le dijo con total descaro su aya Teodomira.
   —¡Que dices mujer! Como se te ocurre… ¡Por Dios!
   —Es práctica habitual. No sé en qué mundo vives.
   —No quiero escucharte. Pareces haber perdido el juicio.
   —No pierdas el tiempo tras el fraile. Céntrate en lo que hablamos. Trátalo con el abad de una vez y regresa a Flavium Avia. No te dejes llevar por la excitación, que no están los tiempos para fornicios.
   —¡Teodomira, no emplees semejante lenguaje cuando te dirijas a mí! Ponte con tus obligaciones y deja de decir sandeces! —replicó con vehemencia la princesa, antes de salir dando un sonoro portazo.
   —Las verdades escuecen, vaya que si —se dijo para sí el aya, mientras contemplaba por la ventana a Bermudo y a Sisinio hablando con pasión de sus asuntos—. Seguro que estos dos se visitan por la noche. Seguro.
   Tras acostar a los niños, cansados por el viaje y excitados ante la perspectiva de su nueva vida lejos de Cangas y de la familia, Adosinda se dirigió a cenar con el abad. Estaban presentes Bermudo de Guimará, Sisinio de Nepi y otro fraile, que le fue presentado como Ermefredo Gutiérrez.
   —Es el hijo del conde Hermenegildo Gutiérrez. Será el tutor de tus sobrinos. Es, además de noble por estirpe y por carácter, un erudito, un sabio, un verdadero hombre de ciencia. Conoció también a tu hermano Fruela. Su padre y el tuyo, el añorado rey Alfonso, fueron buenos amigos. El conde Gutiérrez fue un fiel servidor de tu padre. Verás que he elegido con esmero, como no podía ser de otro modo.
   —Os agradezco en lo que vale vuestra entrega a la educación de mis sobrinos. Samos es, hoy por hoy,  la mejor referencia en cuanto a sabiduría y lealtad al rey. Por ello estamos aquí.
   —No os defraudaremos, señora —afirmó Ermefredo—. Para mi será un honor educar al futuro rey.
   —Desearía hablaros a propósito de esto. Sé que, tal vez es algo precipitado, pero me gustaría conocer los apoyos con los que podría contar mi sobrino, llegado el momento.
   —Lo mejor para las aspiraciones de Alfonso sería que vos estuvierais casada. Dependiendo de la edad del niño cuando se elija el nuevo rey, vuestro marido podría aspirar al trono y luego Alfonso podría ser gobernador de palacio, paso previo importante.  En este caso vuestro marido contaría con el apoyo de los partidarios de Fruela, más los de nuestra influencia que serían importantes, más los de vuestro marido, que bien elegido, podían ser más que suficientes.
   —¿Qué os parecería Silo?
   Sisinio de Nepi, levantó fugazmente la vista del plato y miró alternativamente al abad y a Adosinda; a ella con curiosidad, como si la pregunta le hubiera pillado por sorpresa, algo que no ocurrió con los demás, que parecían esperar la consulta.
   —No me equivoqué con vos —afirmó el abad con cara de satisfacción—. Siempre supe que erais una mujer inteligente. Vuestro padre estaría orgulloso. Creemos que Silo es una magnifica opción. ¿Por qué? Os lo diré: porque es de vuestro linaje, porque es un hombre inteligente, prudente, instruido, que no es muy corriente, porque se nota que os respeta, os valora  y os ama y porque tiene buena relación con el califa, lo cual no es asunto baladí.
   —No manifiesta simpatía por Carlomagno —Se atrevió a alegar Sisinio de Nepi, para sorpresa de Adosinda.
   —Mejor —afirmó el abad—. Así no se verá deslumbrado por la aureola de héroe del rey franco y le plantará cara si se diera el caso. Entre el rey de Asturias y el califa le mantendrán a raya.
   —¿Y la herejía? —inquirió Adosinda.
   —¿Os referís a Elipando de Toledo? Bueno… veréis, esto tiene su miga.
   El abad apartó el plato, que apenas había probado, y apoyó los codos en la mesa, juntando las manos como si fuera a orar. Levantó los ojos al artesonado del refectorio buscando inspiración divina en la madera de roble (Dios está en todas partes), para afirmar:
   —Elipando es más inteligente de lo que la mayoría supone.
   —No sé si os comprendo…
   —No seáis impaciente; dejadme continuar. Elipando reside en Toletum, rodeado de musulmanes y judíos que niegan la divinidad de Jesucristo. Si se muestra inflexible respecto a esto, si se muestra belicoso en algo que puede ser incluso nimio…
   —¿Nimio? —Casi se escandalizó Adosinda.
   —Sí, he dicho nimio. Para los musulmanes y para los judíos Cristo es solamente un profeta, un hombre como cualquiera, pero para nosotros, los católicos, Cristo es Dios. Elipando encuentra en el adopcionismo un fiel para la balanza: Cristo tiene naturaleza humana, cierto, pero siendo hijo adoptivo de Dios, su naturaleza es también divina. Si no es hijo de Dios per se, lo es al ser adoptado por Dios y presentado a los hombres como su hijo verdadero para realizar su misión divina. Sí, pero no, o no, pero si. Como queráis. Al no ser Dios sino un hombre mortal, que de hecho muere en la cruz, adoptado por Dios, no se contradice con lo que de él afirma el Corán y la Biblia Hebrea. Y todos contentos.  Pura semántica.
   —¿Vos lo aprobáis?
   —Ni lo uno, ni lo otro. Me parece inteligente. Debemos situar la afirmación en el contexto en el cual se manifiesta. Tampoco es tan grave. Tiene buenos consejeros en ciertos cristianos orientales nestorianos, que llegaron a Córdoba con los musulmanes. El papa no le da mayor importancia, por el momento, al menos.
   Sisinio de Nepi, movió la cabeza negativamente, ante la mirada inquisitiva de Adosinda, que enmudeció de improviso.
   —Hay algo más —reiteró el abad—. Carlomagno quiere asimilar la iglesia hispana a la franca. El pontificado le debe muchos favores…
   —¿Y?
   —Y ¿Para qué asimilar una iglesia que mantiene unas tesis heréticas? Si lo hace se supone que comparte esas teorías y sabemos que no es así. Lleva tiempo anatematizando contra Félix de Urgel que es el otro adopcionista de pro.
   —¿Pensáis que Elipando promueve el adopcionismo como resistencia contra Carlomagno? ¿Por eso el papa parece no inmutarse?
  El abad Argerico volvió a elevar la vista al cielo, mientras se encogía de hombros.
   —Por el momento, Elipando convive en paz con judíos y musulmanes y mantiene a raya a Carlomagno ¿Qué más se le puede pedir? Nosotros a lo nuestro. A educar al futuro rey y a tratar de aconsejaros bien sobre vuestra boda. La herejía es asunto de Roma. Cuando el papa se manifieste, nosotros acataremos su dogma. Mientras tanto esas disposiciones tan favorables que manifestáis sobre Beato de Liébana y su oposición frontal a Elipando, dejadlas para más adelante. Para cuando seáis reina, si acaso. Antes no. Recordad que Silo es vuestro primo, necesitareis una dispensa papal.
   Adosinda volvió la vista hacia Sisinio de Nepi. ¿A que había venido? ¿A decirle al abad que no se manifestara sobre el adopcionismo? Para esto no hacía falta que se molestara en hacer el viaje, Argerico tenía las ideas muy claras. Otro recado le traería de parte del papa. O acaso no traía recado alguno. ¿Entonces a que había venido? A lo mejor, Silo estaba en lo cierto y no era de fiar. Y si no era de fiar, ¿qué hacía en la mesa escuchando los planes de boda con Silo y todo lo demás referido al futuro de Alfonso?
   El fraile soldado, aparentó no darse cuenta de la mirada de la princesa y continuó cenando como si tal cosa. Bermudo, Ermefredo y el abad, se miraron entre ellos fugazmente, tan fugazmente que Adosinda ni se percató.

Elipando de Toledo