Navidad






Otro año más quiero desear a todos los lectores lo mejor para el nuevo año 2020. Mucha salud, muchos éxitos y mucha alegría. 
Que se cumplan los sueños de todos y que avancemos en la vida, cuidando el planeta y ayudando a quien lo necesite.

Merry Christmas and Happy New Year 2020







Cuento distópico de Navidad





Aborrecía la navidad. No recordaba desde cuando, pero hacía mucho tiempo que estas fechas tan manipuladas le ponían de los nervios. Daba lo mismo en un sitio que en otro, en todos, la gente comenzaba a cambiar de actitud un mes antes del veinticinco de diciembre, nada más aparecer en el ambiente síntomas claros de la fiesta de fiestas, es decir, turrón, luces, lotería, langostinos con bigote, arbolitos con adornos y villancicos.
   —Que falta de imaginación, todos los años lo mismo.
   Aborrecía ese hipermercado en cuya publicidad nada llegaba hasta que ellos lo dijeran: la primavera, el verano, las rebajas,  y sobre todo la navidad. Este año tenían la capacidad de transformar en elfos a todo quisque. Una tarde, no tuvo más remedio que entrar en el susodicho a recoger a su tía Genoveva que era adicta al chocolate con churros de la cafetería. Desde la puerta, hasta que se plantó delante de la hermana de su madre, catorce, si, catorce dependientes y dependientas que se cruzó en el camino, la señalaron con el dedo y le dijeron: eres elfa. Cuando vino el camarero y en vez de ¿qué va a tomar?, le dijo casi al oído, eres elfa, se levantó y le dio una ostia.
   Fue cuando comprendió que había que hacer algo.
   Decidió invertir las cosas. Ella ya no formaría parte del rebaño.
   Al año siguiente, desde un mes antes del veinticinco de diciembre, justo cuando todo comenzaba en el exterior, las luces de su casa dejaron de encenderse,  se alumbraba  con linternas ecológicas que ella misma aprendió a fabricar con botellas de plástico. Eran fechas de ahorro de energía.
   Dejó de llamar a la gente, y quince días antes del veinticinco de diciembre, dejó incluso, de saludar. Eran fechas de ausencia, de introspección, cuanto menos se hablara mejor.
   Ese mes, y hasta el ocho de enero, hacía una dieta vegetariana, casi vegana. Eran tiempos de purificación, de cambio.
   En su casa nunca más se celebraron cenas ni comidas navideñas, ni ella acudió a ninguna celebración de excesos en casa de nadie. Eran fechas de parquedad en el consumo. Fechas de autolimitación.
   Por supuesto quedaron suprimidos los regalos del gordo Nicolás y de los tres reyes de los elfos. Era época de austeridad total.
   El primer año, la gente le dijo que estaba loca, pero poco a poco, casi con cuentagotas, algunas personas fueron adhiriéndose a la causa. Al año siguiente otro apartamento en su edificio, apagó las luces. Al otro, eran ya ocho. Hoy es casi la mitad del edificio y ocurre algo parecido en los demás del barrio. También se nota el aumento de la dieta vegana. El hiper de los elfos, ya no anuncia tanta carne de cordero, ni tanto langostino bigotudo, ni tanto turrón. Ahora promociona unos rollitos de algo verde que dicen que sabe a carne. Ni caso. Que lo coman ellos. Por las calles, hay menos gente con la sonrisa puesta el día entero. Se ven más personas con la cara normal. Y este año ¡por fin! el ayuntamiento dejó de poner villancicos como banda sonora todo el santo día, pese a la queja de la farmacia que, por lo visto, redujo de forma drástica la venta de paracetamol, porque a la gente ya no le duele la cabeza.
   Hay más gente feliz de verdad, aunque no sonrían todo el día. Hay más gente feliz, porque, se han unido los raros, y con el ahorro de la austeridad, les alcanza para poner, al principio todo el mes, y ahora ya todo el año, comida caliente y mantas para los sin techo de la ciudad. La distopía ha sido buena para muchos.
   Lo más divertido es que sirven las comidas delante del hiper de los elfos, con un cartel que pone:

   NADA DE ESTA COMIDA ESTÁ COMPRADA AQUÍ.
   PORQUE AQUÍ SOLO HAY ELFOS Y NOSOTROS SOMOS PERSONAS.

La reina hilandera


XI




Fue la única alegría del viejo Fruela en años; los ojos se le arrasaron de lágrimas de emoción. Qué alegría le acababa de dar su sobrina Adosinda pensando en desposar a Silo y más aun pensando en hacerlo rey de las Asturias, con el apoyo nada menos que de Samos. Cuanto honor para su casa las palabras de Argerico sobre Silo, el buen concepto que el abad tenía de su único hijo. El bueno de Silo. Tan preocupado por la cultura, aficionado a leer y a escribir. Lo había heredado de su madre. En honor a la verdad, a él siempre le pareció un débil, un hombre que prefería leer a luchar no era muy de fiar como adalid en estos tiempos difíciles, pero algo había en su hijo que hacía que los hombres importantes del reino confiaran en él y le consideraran digno de la mano de la hija de Alfonso I y digno también para asumir la corona cuando llegara el momento. Lo cierto es que era instruido y diplomático y cuando tenía que luchar lo hacía, aunque no fuera muy de su agrado, pero lo hacía y bien. Para que darle más vueltas.
   —Hija mía, me acabas de hacer el hombre más feliz del reino en estos momentos. Silo será tu esposo, será un inmenso honor para esta casa, que es la tuya, que yo te agradezco en lo que vale. Espero que Dios me permita vivir para veros desposados.
   —¿No sería mejor que permanecieras aquí un tiempo y luego yo te acompañara a Cangas a dar la noticia al rey Aurelio? —preguntó casi afirmando Silo.
   —Ya lo había pensado. Pero pienso que es mejor que vaya ahora y le dé la sorpresa, si permanezco aquí, pueden sospechar y urdir alguna trama. Hablaré con el rey, recogeré mis cosas y regresaré a Flavium Avia. Nos desposaremos aquí. En Cangas ya no hay nadie de la familia. Además como estamos de luto por el rey, será una boda discreta.
   Cuando Fruela, tembloroso por la emoción se retiró a descansar, Silo manifestó a Adosinda la necesidad de aclarar algunos puntos referidos al  futuro como esposos.
   —¿Que te preocupa?
   —No es preocupación —Silo titubeó unos segundos, no sabía cómo abordar una duda que creía importante y que, por lo visto y oído, no se había tratado en Samos, ni en ninguna parte— Me pregunto, que ocurrirá con Alfonso, si nosotros tenemos hijos varones…
   —Alfonso será antes, puesto que es mayor y será, con total seguridad, gobernador de palacio, cuando llegue le hora de sucederte. Si tenemos hijo varón, el será el siguiente.
   —¿Accederá Alfonso?
   —Desde luego. Ese será el acuerdo. Nuestro hijo varón o el marido de nuestra hija, si elije bien. Eso se pactará con Alfonso, en su momento. Argerico también me lo había preguntado y en eso hemos quedado. Esta completamente de acuerdo. Alfonso será rey, después de ti, para eso lo estamos educando.
   —Me parece bien.
   —Aun no somos esposos y ya estás pensando en los hijos, como sois los hombres —sentenció resuelta Adosinda levantándose, mientras Silo se ruborizaba.
 
Piscina bautismal iglesia San Juan de Santianes de Pravia
   
   Llovía de nuevo en Cangas, cuando la hija de Alfonso I, pidió audiencia al rey Aurelio. Este se la concedió de inmediato, posponiendo todos los asuntos que tenía entre manos.
   Adosinda iba a arrodillarse, cuando Aurelio se adelantó para impedírselo. Besó su mano y la invitó a tomar asiento.
   —Me alegro mucho de verte. ¿Cómo están los niños?
   —Perfectamente, señor. Pero no vengo a hablaros de eso.
   —Pues tú dirás.
   —Tengo intención de contraer matrimonio.
   Hubo un ligero titubeo en el rey, que Adosinda interpretó como producto de la sorpresa.
   —¿Quién es el elegido? —inquirió Aurelio secamente.
   —Silo, el hijo de mi tío Fruela.
   —Me parece bien.
 —Pues mucho mejor. Porque será mi esposo en breve.
    Adosinda iba a levantarse, dando la audiencia por terminada, ya estaba todo dicho, pero Aurelio la detuvo.
   —Podías haberme dicho que querías casarte.
   —No entiendo a que os referís.
   —Podíamos haber hallado otro marido.
   —¿Qué tiene de malo este? Es el que yo elegí.
   —No es eso. Podías ser reina desde el mismo momento de tu matrimonio.
   —Bueno, bueno —pensó Adosinda— pero este no era medio monje, medio ermitaño, y mira con lo que me sale.
   —Lo seré toda vez que mi marido sea elegido rey, tras vuestra muerte o vuestra renuncia. Mi marido os sucederá. Gracias por vuestro tiempo, señor.
   La princesa salió de la estancia a toda prisa. La afirmación del rey Aurelio, la había dejado descolocada. Lo cierto es que tenía ganas de reírse a carcajadas, cosa que hizo nada más cerrar la puerta, sin preocuparse de que sus risas fueran oídas por el rey y por todo el palacio, puesto que continuó riendo hasta que entró en sus aposentos, cerró la puerta y llamó a su sirvienta para que la ayudara a quitarse la ropa.
   Al día siguiente  el rey salió para San Martin, donde pasaba la mayor parte de su tiempo, casi a la vez que Adosinda salía para Flavium Avia.
   La princesa no regresó a Cangas hasta el día en que Silo fue coronado rey de las Asturias, seis años más tarde.
 

FIN



 
Tumbas de Silo y Adosinda en Santianes