Cuento de Navidad



La adoración de los pastores.
Murillo 1668 

 Erase una vez un pequeño y próspero país, situado en un fértil valle, rodeado de  ríos cristalinos y bosques frondosos. Si hubiera un escenario para representar el paraíso, según el punto de vista actual, diferente por razones obvias al  punto de vista de Adán y Eva, éste sería el  lugar.
Sus habitantes eran tan, tan civilizados que cualquier sugerencia  la seguían a pies juntillas, solamente con que se les hiciera notar que era bueno para la comunidad (o sea, para ellos) y sobre todo para el medio ambiente ( la ecología se había puesto de moda, por fin).

Cada año al llegar la Navidad, los medios de comunicación comenzaban una campaña, que primero fue tímida, pero luego al ver el resultado, pasó a ser un continuo y machacón bombardeo: No tire su abeto de Navidad ¡plántelo! y haga un bosque junto a su casa. La Naturaleza se lo premiará.
¿No hubiera sido mejor decir: compre un árbol artificial en los chinos que le servirá para siempre y deje a la Naturaleza en paz?
¡Lo que les gusta a los medios lanzar consignas engañosas!.
Así se hizo de modo masivo y obsesivo durante años. En las fronteras proliferaron los viveros. Los países vecinos hicieron negocio con los abetos. Como el poder adquisitivo de los paisanos era tan alto, había mansiones que tenían un árbol navideño en cada estancia, de modo que al terminar las fiestas la plantación llegaba a ser compulsiva. Se plantaron abetos en cada resquicio de tierra libre por escaso que fuera. Mas que bosques se levantaban setos por doquier. El clima propicio hizo el resto. Los árboles crecieron, se ensancharon y ocuparon cada hueco que encontraron de modo que ya no quedó mas sitio libre. Entonces los medios aconsejaron no comprar mas abetos: ¡iluminemos los que tenemos alrededor!.
 Dicho y hecho.(A los paisanos les encanta obedecer consignas engañosas). Una compra masiva de bombillas tuvo lugar aquel año. El país se llenó de chinos que instalaron bazares en todos los sitios disponibles: naves industriales, bajos comerciales, pisos, y por supuesto al aire libre, en mercadillos y en pequeños puestos de esquina. Los semáforos, los bares y terrazas, los accesos a las grandes superficies y a las pequeñas, incluso a las iglesias y a los colegios, se atiborraron de chinos ambulantes con la mercancía luminosa a cuestas. Nunca se vio una invasión tal de orientales, ni de bombillas. Al otro lado, donde antes estaban los viveros, ahora proliferaban las fábricas de luces navideñas de todos tamaños y colores.

Sucedió, que faltó energía para tanta luz. Hubo que restringir el encendido sólo a los abetos próximos, entiéndase pegados, a las casas. Los lideres decidieron comprarla en los países vecinos. Los chinos se pusieron manos a la obra.
Los medios ya no decían ni pío.
Hubo que levantar tendido y proveer todo el material necesario. En unos meses estuvo listo y cuando llegó por fin la Navidad  ¡oh milagro! Cientos o miles de millones de pequeñas bombillas iluminaron hasta el último rincón del pequeño y próspero país de ríos cristalinos y vegetación excesiva. Había tanta luz que no podían mirar sin gafas de sol.
El país entró en el libro de los récords, por varias razones: la intensidad de la luz (se veía desde la estratosfera), el número de bombillas y la cantidad de chinos per cápita con los que contaban.
Mientras, fue sucediendo algo mas: los árboles crecieron tan alto, puesto que ya no podían a lo ancho, que sus copas se fueron enredando y formaron un tupido techo verde sobre el diminuto país. Tan tupido, que ocultó el sol para siempre. Porque los paisanos no iban a tirar ni un árbol. Cualquier cosa menos atentar contra la Naturaleza. Nosotros somos civilizados. Los chinos, otra vez, solucionaron el problema: Primero proveyeron infraestructura para importar mas luz, luego, para que ésta se siguiera viendo desde el espacio y no se perdiera uno de los récords, extendieron sobre el techo de ramas una tupida red, perlada de infinidad de bombillas de colores. Fue un trabajo laborioso que tuvo que contar con varios helicópteros desde los que se sujetó y se desplegó la refulgente malla. Delante de un ordenador un observador permanente, tenía visionada la red luminosa a través de Google Earth, por si se fundía alguna bombilla. Si esto sucedía daba las coordenadas exactas y un operario trepaba a lo alto a reponerla. Era una labor de chinos.
 Para completar el trabajo, los orientales diseñaron o copiaron de algún diseño, un nuevo alumbrado público permanente que fue el asombro de generaciones venideras. Tanto asombro produjo que comenzaron a llegar turistas para conocer el pequeño país que hasta el momento no había suscitado ningún interés en ninguna parte.
 Hubo que hacer aeropuertos y hoteles. Naturalmente los chinos se encargaron. Talaron árboles, si no hubiera sido imposible. Pero a la comunidad no le importó: era para progresar.
Mientras, a los orientales les surgió otro negocio. La gente sin poder tomar el sol, estaba paliducha, no parecían gente sana y bien alimentada. Además la falta de luz solar comenzaba a causar problemas de salud. En los mismos sitios donde antes vendieron bombillas, los laboriosos amarillos, instalaron ahora cámaras de rayos UVA a tutiplén. Siii, los vecinos las fabricaban en la frontera.
 Y en esto llegó el turismo, que no Fidel.
Los hoteles estaban instalados en los cerros, por encima de las copas de los árboles. Era el lugar idóneo, además,  mas abajo no había sitio. A cada persona se le ponía en la habitación, amén de un abeto para llevar de recuerdo, un par de gafas de sol, porque el destello de los millones de bombillas no se podía contemplar a simple vista. “La galaxia verde” o “Entre dos cielos” o cosas por el estilo, así se llamaban los alojamientos. Desde ellos, casi todos de cinco estrellas, (contemplar la estupidez ajena sale caro) se hacían excursiones diarias para observar a los extraños lugareños sin sol, ni por supuesto sombra, pero tostados como granos de café, que vivían bajo un techo de ramas, alumbrados por cantidades ingentes de bombillas y rodeados de chinos por todas partes.

La experiencia del turismo fue un éxito, como todo lo que se hacía en el pequeño país de ríos cristalinos y tupido ramaje. La gente venía por millones a  conocerlos. Sin embargo a nadie, nunca, nunca, se le ocurrió imitarlos.
Ni siquiera a los chinos.
Por lo menos que se sepa.

FIN



Que el resplandor de la Navidad no nos impida ver el sol. Que la imaginación nos acompañe siempre y que seamos capaces de ver lo invisible.
Mis mejores deseos para todo el mundo.

La niña mendiga


Escuché que mi padre me llamaba con insistencia. Bajé corriendo las escaleras, alarmada.
__¿Que es lo que pasa?
__Hay una niña en la puerta. Dice que tiene hambre. ¿Puedes hacerle un bocadillo?. Con este frío, la pobre.
Me dirigí a la cocina y le preparé un sándwich de jamón y queso, que era lo que tenía a mano es esos momentos. Cuando fui a llevárselo me extrañó que no hubiera nadie. Ni la niña, ni mi padre.  Miré en el jardín. Tampoco había nadie. Salí a la calle y comprobé, perpleja, que estaba desierta. Con el bocata en la mano, caminé hasta la esquina. No se veía un alma en ninguna dirección.
Regresé a la casa un poco confusa. Al entrar llamé:
__Papá, Papá. ¿Dónde estás?
Como no hubo respuesta, me dirigí a su despacho y allí estaba, desplomado sobre la mesa de su escritorio. Le había dado un infarto.
Mientras le acompañaba en la ambulancia y ya casi al final de nuestra calle, descubrí a una niña descalza caminando por la acera con aspecto de mendiga, que se volvió hacia nosotros. ¿Será esta la que vio mi padre?. Al cruzarse nuestras miradas hizo una mueca, como un amago de sonrisa, y noté con espanto que su cara se transformaba en una calavera. Vi su boca sin labios, dos agujeros donde estaba su nariz y sus cuencas vacías. Retiré la vista horrorizada. Cuando volví a mirar ya no estaba.
Mi padre falleció esa misma noche. Jamás me olvidé de  aquella visión, aunque no lo comenté con nadie.
Es que no podía. No sabía como hacerlo.

 Unos años después, cuando ya no me acordaba de la visión de la niña (no es que lo hubiera olvidado, me refiero a que no lo tenía continuamente presente), me dirigía una mañana hacia el lavabo de señoras en mi trabajo y me encuentro a una compañera llorando a moco tendido.
__¿Que te pasa. No te encuentras bien?
No me respondió. Simplemente me miraba, con la cara chorreando agua como si le hubieran tirado un barreño y estrujando el pañuelo que estaba empapado.
__Pero, vamos a ver. ¿Qué te ocurre?. No será tan grave.¿Problemas con algún compañero?...
__Es….que…no….puedo…no…puedo…
Estaba medio histérica. La tomé del brazo.__Mira vamos a mi despacho y allí me lo cuentas con calma. Esto se va a llenar de chicas dentro de un momento.
Pensé que,  algún compañero se había insinuado o propasado, y la muchacha no sabía como quitárselo de encima sin tener problemas. Son asuntos difíciles de manejar y menos para alguien que, me figuré por la edad, tendría un contrato temporal.
Le acerqué una tila de la máquina. Se serenó un poco y comenzó a relatar lo sucedido.
__Esta mañana temprano, me llamo mi vecina por el patio de luces__. Se sonó con estruendo. Yo la miraba atentamente.
__Me contó que había una niña en la puerta que pedía un bocadillo….y que no tenía nada a mano. ¿Puedes darle tú algo?, me dijo.
Pegué un bote en la silla y noté que me ponía pálida. Una latigazo de frío me recorrió de la nuca hasta los pies, lo mismo que si me hubieran acercado una barra de hielo a la espalda.
Ella titubeó.
__Continúa.
__Le preparé un bocata de mortadela con aceitunas ¿sabes? De la que me gusta.
Se volvió a sonar.
__Y cuando salí para dárselo, no había nadie. La puerta de la casa de mi vecina estaba entreabierta. Llamé y no me contestó, entré y la encontré desplomada en la cocina. Llamé al 112 y avisé a su familia. Cuando venía para el trabajo la vi desde el autobús.
__A la niña
__No te lo vas a creer…
__Juraría que si.
__Era una niña descalza que iba como flotando. Se volvió a mirarme, yo le hice una seña y ella se sonrió. Entonces….__Comenzó a llorar de nuevo. Yo saqué una caja de kleenex, porque su pañuelo ya no existía, el llanto lo había reconvertido en pasta de papel.
__Entonces…vas a pensar que estoy loca. Por favor no se lo cuentes a nadie.
Negué con la cabeza.
Entonces…la cara de la niña de transformó en una calavera….Oh Dios mío, que horror…
__¿Sabes como está tu vecina?
__Murió__me dijo entre suspiros__su hija me acaba de llamar. Murió. Yo he visto la muerte, la he visto…
__Cálmate__le dije mientras la abrazaba. Sabía perfectamente como se sentía.
Llame a la psicóloga de la empresa, porque la chica necesitaba, desde luego, un poco de ayuda y no estaba en condiciones tampoco de volver a casa sola. No les conté que yo había tenido la misma visión hacía unos años. ¿Para que?. Tengo un puesto de responsabilidad, no me conviene que me tomen por una persona influenciable por leyendas urbanas de aparecidos pre y post mortem. Podrían dudar de mi equilibrio emocional y esto está lleno de trepas.
 El asunto quedó entre la muchacha y una amiga, la psicóloga y yo. Ese día, hablando entre nosotras, convinimos en que nunca se sabe lo que uno puede percibir cuando está en trance de muerte.
La amiga, avispada, nos hizo notar que fue la chica y no la anciana la que vio como la cara de la niña se transformaba.
__Es que acababa de ver a su vecina casi muerta. La imaginación y los nervios le jugaron una mala pasada__argumentó la psicóloga. Teoría simple y poco original ( siempre se culpa a los nervios, pobres, de todo lo anormal que nos sucede; son el comodín de  los diagnósticos cuando no  se sabe que decir).  Estoy segura que pensaba, como yo, que es mejor no comentar según que cosas.
La vida continuó.

Ha pasado el tiempo.
Hace dos semanas mi hijo tuvo un accidente esquiando: se golpeó contra un árbol y entró en coma. Yo repasé la memoria de ese día y los anteriores a ver si había visto una niña en algún sitio. No recordaba ninguna.
Esa tarde, mientras nos dirigíamos al hospital yo no levanté la vista del salpicadero. No quería mirar a la calle y ver a la niña. Cuando esperábamos en Urgencias, me senté de espaldas a la puerta y no alcé los ojos del suelo. No quería verla. Le dije a mi marido que hiciera lo mismo.
__Si aparece una niña, no la mires. Por favor no la mires…Te lo ruego.
El me abrazó. Creyó que me había trastornado con  el accidente de nuestro hijo. Así estuve varios días, obsesionada con la dichosa niña. Comenzaron a preocuparse por mi salud mental. Sin embargo, yo sabia perfectamente de lo que estaba hablando.
Hasta que caí en la cuenta.
La ve primero el que va a morir. Luego llama a la persona que tiene próxima, como si pidiera ayuda anticipada: ven, que voy a morir. Posiblemente la muerte se manifiesta de ese modo para que no mueras solo. Tal vez es así de considerada. Sea como sea, esa es la correlación de los hechos.
O sea, que si no hay aviso, no hay niña.
Respiré hondo. Eso me tranquilizó.
Esta mañana estoy feliz. Mi hijo se ha despertado. Lo peor ya pasó, ahora sólo hay que pensar en la recuperación. Me estoy poniendo guapa. Quiero que me vea con buen aspecto.
Oí como mi marido se impacientaba.
__María, María, haz el favor de bajar.¿Me oyes?... María, que lenta eres…
__Ahora voy, vete sacando el coche.
Al poco sentí abrirse la puerta de nuevo.
__Ya está llamando otra vez. Que pesado, por Dios.
__María…
__Que ya estoy, ahora bajo impaciente.
__ María, aquí hay una niña que dice que tiene hambre, podías venir y prepararle un bocadillo antes de salir para el hospital….date prisa, mujer.



FIN