La sombra, desenlace

 

II

 

 


  Tras todo tipo de especulaciones, más o menos afortunadas como ocurre siempre que aparece algo insólito a nivel global, se impuso la seriedad y prevaleció el criterio científico. La sombra era destructiva. Dentro de ella nada sobrevivía. Era como los agujeros negros del Universo. Dentro no había nada. Era la antimateria. Eso era la sombra. Antimateria.

Pero ¿Cómo se había formado? Se sabe que los agujeros negros andan por el espacio, incluso en nuestra galaxia y que pueden aproximarse a la Tierra. Se sabe que son lo que queda de una estrella que explotó; sus restos permanecen tan apelmazados y su gravedad es tan intensa, que nada puede salir ni entrar. Se sabe que se expanden y que atrapan todo lo que les sale al paso. Pero cerca de la Tierra no había explotado ninguna estrella susceptible de convertirse en antimateria y atraer a nuestro planeta.

Tras muchas especulaciones, y muchas discusiones acaloradas, incluso desaforadas, los científicos llegaron  a la conclusión de que la antimateria se había formado en la misma Tierra. O mejor aún: la Tierra se convertía en antimateria a pasos agigantados como si le hubieran entrado las prisas por desaparecer.

¿Qué le había ocurrido al planeta? Si el mundo de la ciencia no sabía dar una explicación clara, a nivel de la calle había tantas teorías como habitantes. Las iglesias dijeron que tanto pecado junto había terminado por irritar a los dioses con tal furia que habían desencadenado la última de las plagas para exterminar a una población a la que habían dado ya demasiadas oportunidades. Ya sabemos cómo se ponen los dioses cuando se irritan con la humanidad, pero esto se les había ido claramente de las manos.

El opuesto a la fe, o sea, el mundo de la ciencia, reconocía estar desconcertado al respecto y no sabía que decir que fuera coherente. Lo que avanzaba era claramente antimateria. Por resumir la situación y referirla de un modo asequible a todas las cabezas, se podría decir que en alguna parte, la tierra había implosionado, y se había convertido en una masa capaz de expandirse y absorber todo lo que se fuera encontrando. Eso era lo que, simplificando, había ocurrido. Nuestro planeta azul, se había convertido en una masa negra, vacía, que nos estaba engullendo, que estaba acabando con la vida de modo abrupto, tal y como había empezado hace cientos de millones de años. La tierra estaba haciendo su big bang particular.

Aquí, hicieron aparición los visionarios de siempre, los que afirman tener hilo directo con la vida extraterrestre, para hacer afirmaciones tales, como que otros mundos decidieron acabar con nosotros porque somos un peligro para el equilibrio cósmico e intergaláctico, porque contaminamos el aire hasta niveles estratosféricos, capaces de alterar todo el sistema solar, porque fuimos capaces de hacer subir la temperatura del planeta varios grados, porque derretimos los polos e hicimos subir el nivel de los océanos, porque alteramos los ecosistemas, desplazando poblaciones de animales fuera de sus hábitats naturales, lo que trajo consigo todo tipo de epidemias y porque, no contentos con esto, alteramos virus en laboratorios y los soltamos alegremente para ver que ocurría, como si fuéramos profesores chalados, o en el peor de los casos para tratar de exterminar a grupos de población onerosos para la economía de las naciones, como ocurrió con la última pandemia de los años cuarenta de nuestro último siglo, el XXI.  Fue por todo esto, según los visionarios, que los alienígenas decidieron acabar con nosotros mandándonos la sombra.

Pero lo cierto y verdad, es que nosotros nos bastamos solitos para terminar con la vida en nuestro planeta, sin necesitar ayuda del exterior.

Este siglo que acaba de concluir a la mitad,  ya había tenido un ensayo de pandemia en los años veinte, que no había dado el resultado apetecido, por eso volvieron a intentarlo en los cuarenta, esta vez sí, causando estragos en la población a nivel global. Habían aprendido de errores anteriores. Yo perdí en esa última pandemia a la mayor parte de mi familia, por lo menos a la más querida. Por eso, cuando llegó la sombra me senté a esperarla con calma, casi con alegría. 

En esos veinte años entre una y otra plaga, la Humanidad poco había cambiado. Cambiar para bien, me refiero. Cuando concluyó la primera plaga, la del coronavirus, como dieron en llamarla, los humanos nos lanzamos a recuperar nuestro modo de vida, como si no hubiera un mañana, como si tuviéramos un tiempo limitado para todo. Oleadas de viajeros llegaron  a nuestro país para alegría y regocijo de los empresarios del turismo. Lo perdido en unos años, se recuperó en apenas un mes. Al mismo tiempo, y dada la demanda se volvió a la construcción salvaje en donde hubiera un hueco libre. La necesidad de espacio corrió pareja con la de alimentos. Mientras una parte del mundo se moría de hambre, en occidente se talaban bosques para plantar forraje con que alimentar la carne que se necesitaba y se esquilmaban los mares, que por otra parte estaban llenos de inmundicias vertidas por los humanos del primer mundo, que ya no sabíamos donde echar los residuos del consumismo salvaje que nos había invadido. Todos nos dejamos, en mayor o menor medida, arrastrar por la vorágine, porque quien no lo hiciera, era considerado peligroso para el nuevo orden que había surgido. Y ya sabemos cómo se las gasta el orden cuando le llevan la contraria. Era consumo o marginación. Así de tajante.

Con la misma alegría con que nos habíamos dedicado a gastar y a movernos por el mundo nos fuimos multiplicando, tanto, que en veinte años la población se triplicó, para entusiasmo del sistema. Había que construir más escuelas, más universidades, más viviendas, más tiendas, más oficinas, mucho más de todo. El triple o más por todas partes. Todo multiplicado por tres: la corrupción, el egoísmo, la rapiña, la envidia, la infamia, la falta absoluta de moral y de ética y de valores; la morralla, en una palabra. La podredumbre. Todo elevado al cubo.

El fin comenzó a llegar durante la plaga de 2040. Enfermamos de un extrañísimo virus, que en una fase solo medio grave, era mortal de necesidad. Vino del mar, se cree, porque todavía ahora no se sabe a ciencia cierta. La gente tuvo que prescindir de las playas, con lo cual de nuevo el turismo de sol volvió a resentirse. Ni playas, ni costa, ni pescado. Los del interior se sintieron a salvo y los dueños de negocios de alojamiento se frotaban las manos: Menudo botín les esperaba. Pero llueve en todas partes y esa lluvia es agua que se evapora de los mares, sube a las nubes, las nubes viajan también y revientan donde les place, con lo cual llevan la contaminación a todas partes. La lluvia y la gente, que no paramos de movernos de un sitio para otro con tanta globalización, esparcimos la muerte por el universo.

La población que tenía la desgracia de enfermar de modo grave, la mayoría, no tenía curación. Los menos graves eran hospitalizados y si empeoraban se les sacaba de los hospitales y se les llevaba a morir a donde les correspondiera. Nadie de su familia conocía el lugar al que los llevaban, ni siquiera podían recoger sus cenizas que eran depositadas en búnkeres subterráneos, porque eran aun susceptibles de contagiar. Cuando se juntaban demasiados enfermos graves, se pudo comprobar cómo eran ayudados a morir, no siempre de la mejor manera. Se dijo que eran gaseados y sus cadáveres incinerados allí mismo, en grupo. Sobre esas cenizas se echaba cal viva y vuelta a empezar.

Algunos miembros de mi familia, los más cercanos, los más queridos, desaparecieron del hospital un día y ya nunca más supe de ellos. Quise pensar que estarían sedados y no serían conscientes de su horrible fin, pero no tenía ninguna garantía de que así hubiera sido. Nunca supe donde fueron a morir ni de qué manera. Con el tiempo, para poder sobrellevarlo, me auto convencí de que nada de eso había ocurrido; ellos habían muerto en el hospital y sus cenizas llevadas al bunker. Tanto hice por olvidar que ya no recordaba cuales familiares habían sido los perdidos en aquel horror. Solo sabía que había tenido una familia y que ya no había nadie, solo estaba yo, que había ido también al hospital, pero me había curado.

En otras partes del mundo, el exterminio fue general. En África la gente que se lanzó al mar para llegar a Europa buscando remedio para el mal atroz que había asolado el Continente, era quemada viva desde los barcos que aparentemente iban a socorrerles. Se creó una barrera de buques, frente a las costas de África en el Mediterráneo y parte del Atlántico, el Escudo de Fuego, que redujo a cenizas a la población que huía. Oí contar que había tantos cadáveres que parecía que el Continente se había expandido.

Algo parecido ocurrió en América con la gente que huyó hacia el norte. El desierto de Chiguagua y sobre todo el de Sonora fueron testigos del genocidio y son la tumba de casi toda la población de Centroamérica, que desapareció carbonizada mientras huía, sin lograr llegar a ninguna parte. Imagino que lo mismo ocurrió en todas partes del mundo. Yo no quise saber nada más. Quité de mi casa las televisiones y las radios y los ordenadores y me esforcé en olvidar mi propia tragedia.

Cuando un día mis amigos me hablaron de la nube y comprobé que era cierto, sentí alivio. Supongo que lo mismo les habrá ocurrido a las personas que, como yo, sufrieron el horror. Tal vez la sombra en vez de un castigo, sea una redención. Nuestra madre Tierra se auto inmola para que dejemos de sufrir. Porque la inmensa mayoría de los que sobrevivimos a aquel holocausto,  nos convertimos en muertos vivientes, autómatas que continuábamos vivos por inercia. Sin recuerdos, sin memoria, sin afectos, sin familia, sin nada. Como robots.

Las naciones comenzaron a funcionar de nuevo, pero costaba librarse de aquel ambiente de muerte, de aquella atmósfera contaminada, de aquellos mares a los que nadie quería asomarse, ni siquiera a los ríos, ni a la lluvia, de la que la gente huía despavorida en cuanto caía apenas rocío. Tendría que pasar una generación entera para volver a un mínimo de normalidad, pero no hubo tiempo, porque un día algo surgió en el horizonte. Algo negro como una nube de tempestad comenzó a expandirse y se lo llevó todo. ¡Por fin!

Siento que ya mi cerebro se agota, parece que ya voy dejando de ser… Ahora si podré dormir tranquila y descansar, que falta me hace. Tendré una eternidad para ello………………………………………………………

 

 

 


 

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