El perro abandonado






 

Si, allí estaba, en el mismo sitio.

Pobre, pensó, seguro que está abandonado, porque ahí sigue, probablemente donde lo dejaron, esperando a que vuelvan esos miserables. Si no te gustan los animales no los tengas y si no tienes medios para mantenerlo en estos tiempos tan difíciles, tampoco.

Ya era el tercer día que lo veía. Aparcó el coche y se bajó.

Me iré acercando con cuidado. Estará asustado. Peligroso no puede ser, es muy pequeño. Puede estar algo agresivo...Toma...ven...anda guapo, ven...

Y vino. El perro que parecía abandonado, se bajó del montón de escombros sobre el que estaba sentado y se acercó a ella. No había nadie, aquella era una zona apenas transitada. Había sido un barrio de clase media, pero después de la crisis tan brutal que había traído la guerra, se había despoblado. La gente se quedó sin dinero y la mayoría no pudieron continuar pagando la hipoteca, ni el alquiler y las casas se fueron cerrando. Había habido muchos suicidios, y varias reyertas cuando la policía venía con el juzgado a desalojar a la gente de sus casas.

Últimamente, varios okupas se habían instalado en las casas menos ruinosas que eran las más cercanas al río. En la zona por la que ella circulaba, los edificios estaban muy dañados tras los incendios que habían seguido a los desahucios y a los tumultos derivados de la crisis. La gente había arremetido contra las oficinas de los bancos, incendiándolas, y antes de dejar su casa, muchos, le habían prendido fuego o la habían hecho explotar con una bombona de gas. 

Todo el mundo consideraba el barrio siniestro y peligroso, pero a ella le venía mejor ese camino, ahorraba un montón de tiempo ¿peligroso de que, si no hay nadie? Y con lo cara que está la gasolina...

El perro se dejó acariciar; en principio, cuando le tocó suavemente la cabeza, se quedó quieto con las orejas gachas y después, cuando le comenzó a pasar suavemente la mano a lo largo del cráneo y del lomo, el animal se relajó, incluso comenzó a menear el rabo.

Te voy a llevar conmigo, le dijo, porque esos cabrones que te dejaron solo no van a volver a buscarte, podían haberte abandonado en otra zona más transitada, donde te viera más gente, aunque bueno, lo mismo te hubieran atropellado. Además, aquí te he encontrado yo. Tengo otro perro en casa, os vais a llevar bien, ya verás...

El perro comenzó a caminar en dirección a los ruinosos edificios que un día fueran viviendas con gente, con familias, con perros y con gatos.

¿Adónde vas? No es por ahí, anda ven conmigo.

El perro apresuró el paso. Ella se quedó quieta sin entender por qué el animal no la obedecía. Vio como el perro se paraba y se volvía a mirarla con cara de circunstancias.

Parece que quiera decirme algo.

Cuando se fue hacia acercando, el animal volvió a ponerse en marcha.

Seguro que pasa algo. A ver si va a tener dueño y está teniendo problemas y el perro sale todos los días para avisar. Que listos y que nobles son.

Lo siguió por entre las ruinas hasta una zona de casas bajas que parecían no haber sufrido demasiados daños. Una de ellas, la segunda, tenía el portón abierto, el animal entró y ella lo siguió. Curiosamente no sentía miedo ninguno.

La casa parecía estar en buenas condiciones, el jardín estaba arreglado. En el porche había una mesa con dos sillas, nuevas y limpias.

Aquí pasa algo, desde luego.

Cuando accedió a la casa el perro la estaba esperando en el recibidor.

Al verla entrar pareció alegrarse y se dirigió a una puerta del final del pasillo, que estaba entreabierta; ella lo siguió para descubrir a un anciano echado en la cama en una habitación aseada y luminosa.

Para estar solo, está todo limpio, no debe hacer muchos días que está enfermo.

El hombre mayor, con bastante buen aspecto, la miraba sin sorprenderse.

Está un poco flaca, dijo dirigiéndose al perro.

Ella iba a hablar, cuando un fuerte golpe en la cabeza la dejó sin palabras, con la boca abierta durante los segundos que tardó en desplomarse. Cuando despertó estaba sobre la mesa de mármol de la cocina, desnuda, atada de pies y manos, y con una cinta de embalaje aprisionando su boca. No podía hablar ni moverse. Solo podía pensar. Su cerebro trabajaba a gran velocidad. Algo malo estaba ocurriendo, algo muy malo para ella. Sus ojos se fijaron primero en el techo pintado de azul,  donde había una lampara de neón justo sobre la mesa, y luego descendieron hasta la mujer que estaba frente a ella, con una jeringuilla en la mano. Del perro ni rastro.

Seguro que tenía cara de terror en ese momento. Notaba como los ojos se hacían grandes hasta sentir dolor, como si se fueran a salir de las cuencas. Trató de preguntar que hacía allí, y que estaba pasando, pero con la boca tapada, solo lograba  articular sonidos ininteligibles.

Fue entonces cuando la mujer le habló.

Creo que es de cortesía que sepas lo que va a pasar contigo, aunque algo te habrás imaginado.

En ese instante, aparecieron el hombre y el perro que se quedaron de espectadores en la puerta. La mujer prosiguió.

Voy a ponerte esta inyección para que duermas, cuando esto ocurra, mi marido te ahogará con una almohada y luego, una vez muerta, te trocearemos y te iremos comiendo ¿qué te parece? Está la vida muy cara, no podemos comprar apenas alimentos. Vivimos de lo que cultivamos en el huerto y de la carne que conseguimos así. Si no hubieran envenenado el río, se podría pescar, pero ni eso se puede. Hemos tenido que buscarnos la vida. Zar que es muy listo nos ayuda, como has podido comprobar. Así no levantamos sospechas.

Estaba cada vez más aterrorizada, quería pensar que todo era un sueño, inducido por las cosas que la gente decía del barrio aquel, que de pronto, se despertaría en su cama y todo habría pasado. Cerró los ojos, para volver a abrirlos y despertar. En ese breve intervalo sintió un pinchazo. Levantó los párpados lentamente, a lo mejor había sufrido un accidente y estaba en el hospital.

Aquella mujer tenía la cara muy próxima a la suya y la miraba expectante.

De pronto tuvo sueño. Vuelvo a dormirme, pensó...me duermo...todo es un sueño...todo...

Prepárate le dijo la mujer al hombre y tú puedes irte a dormir, le dijo al perro. Ya te daremos tu ración cuando esté lista. Aunque tendrás que volver a salir dentro de poco, la tía está muy flaca tiene pocas carnes. Esta dichosa crisis es mala para todo...

 

FIN

Érase una vez en Almería, historia real


 




Tendría yo veinte añitos, más o menos y el más de cuarenta, aunque a mí, con la mentalidad de la época,  me parecía viejísimo.

Habíamos ido a Almeria, dos amigas y yo, a la jura de bandera del hermano de una de ellas que estaba haciendo la mili en un sitio llamado San Viator, en medio del desierto.

  –Yo no dejo a mi hermano solo ese día, tenéis que venir conmigo.

Se apuntó Irene, no le importa que revele el nombre, y me estuvo dando la turra durante semanas, para que me añadiera yo, que accedí con la condición de no tener que ir a la susodicha jura, porque siempre he tenido alergia a los uniformes y a toda la parafernalia que los rodea. Llegadas a un acuerdo, allá que nos fuimos.

La hermana mayor de Irene y su marido, nos acercaron en coche a Madrid  y desde allí tomamos avión a Almería cuyo aeropuerto se llamaba entonces “de Almería” y ahora se llama “Antonio de Torres”, que no tengo el gusto. Íbamos a estar cinco días, con fin de semana a la vuelta en Madrid, que para mi iba a ser lo mejor.

Durante el vuelo desde Madrid, yo viajé sentada al lado de un cincuentón, viejo para mí, que dijo ser catedrático de Historia y que, por como se manifestaba, odiaba a Almanzor, o Al Mansur, llamado el victorioso.

-¿La Alcazaba de Almería? Fea, feísima como todo lo que hizo Almanzor. No pierdas tiempo en ir a verla...

La sobrevolamos antes de tomar tierra, y bueno, tampoco me pareció tan fea...

-No pierdas tiempo en visitar nada que hubiera hecho ese elemento funesto para la historia de este país.

Pues vale.

 


Nos alojamos en el Gran Hotel Almería, no se esfuerzan mucho en los nombres, de cuatro estrellas. En ese momento en la ciudad no había hoteles de cinco estrellas. Esto lo hago notar por lo que viene después. Si los hubiera habido, no estaría contando esto.

Llegamos por la tarde, la jura era pasado mañana, mi amiga llamó a su hermano, lo saludamos, nos cambiamos y salimos a dar una vuelta. Cuando regresamos, por el hall del hotel circulaba un tropel de gente variopinta y agitada, que se abalanzaba sobre los ascensores como buitres. Parecían del cine, por las pintas.

-Están rodando en el desierto de Tabernas una peli del oeste, un spaguetti western,- nos informó el chico de recepción, que no sabía donde quedaba Asturias y nos llamaba “las vascas”.

Esa tarde noche se había levantado viento de levante y resultaba bastante desagradable andar por la calle, así que decidimos cenar en el hotel y mañana ya se vería.

El comedor estaba mediado de gente, la mayoría extranjeros supusimos que del rodaje. En aquel tiempo aun no existía el turismo de masas que vino poco después. Tras la cena, nos fuimos a tomar algo a la “boite” del hotel donde en ese momento sonaba música de jazz. No nos interesaba mayormente el jazz, pero era muy temprano para irse a dormir.

Nos fuimos a donde vimos una mesa libre. Yo con mi despiste característico, no vi a nadie que me llamara la atención, es más, no vi a nadie. Como si estuviera sola. Tras un rato, alguien me tocó en el brazo y un tío mayor, o sea, de mas de cuarenta, medio rubio, con barba, un poco hortera para mi gusto, me preguntó: ¿Do you like jazz? Me encogí de hombros, porque tampoco tenía opinión sobre el jazz en ese momento.

Pensará que soy tonta, me dije, aunque tampoco me importaba mucho. Tras terminar el concierto pusieron música de baile, nos levantamos a bailar y ellos detrás. Eran cuatro. El guapo, el feo, el regular, y otro que hablaba italiano y no callaba. Hablaba como una cotorra.

El feo, para las demás, era el más atractivo para mi y era, nada más y nada menos, que Lee Van Cleef un gran actor y gran pintor, mucho más allá de sus personajes de malo en películas del oeste. Pero a mí me cayó en suerte, el alto de la barba, o sea, Clint Eastwood, al que no tenía el gusto de conocer en ese momento. Los otros dos no sé quiénes eran.



Bailamos y seguimos bailando...Yo andaba ya un poco molesta con el yanqui alto, que se había convertido en mi sombra. Al fin, cuando cerraron la boite, me acompañó hasta mi habitación. Ellos, los del cine, tenían para ellos solos toda la última planta del hotel. Nosotras estábamos en el segundo piso.

¿Dónde va este tío? Pensaba yo en el ascensor, supongo que continuará para su suite. Pero no, él también se quedó en mi planta. Cuando llegamos a mi puerta, le dije.

-Thank you, Clint. See you tomorrow...- por decir algo, porque no se me ocurrió otra cosa. No tenía intención alguna de volver a verlo.

Irene ya estaba en la habitación y de la otra amiga hacía ya rato que no se sabía nada. Os recuerdo que yo tenía veinte años, que creo eran diecinueve,  de los de entonces. Ahora lo cuento con mucho aplomo, pero me temblaban las piernas.

-Okey- me contestó, a la vez que me cogía por la cintura y me plantaba un beso en los labios.

Creo que me puse colorada como un ababol de la pradera, y no me desmayé porque no soy propensa a los desmayos. Entré y cerré la puerta en sus narices. Ya le había dicho adiós previamente.

Con los años, cuando las amigas recordamos aquello, pensamos que se habría descojonado en el ascensor de camino a su suite. Pero es lo mismo. En aquel momento una era como era, en aquel momento... y le tenía miedo a aquel tío tan alto y tan americano. A saber que me podía hacer...

Si, si, reíros todo lo que os de la gana.

-Se ha comportado como un caballero- dijo la otra amiga cuando llegó y se lo contamos.

-¿Como un caballero? ¿Que se supone que tenía que hacer, violarme en el pasillo? Por cierto, tu de donde vienes.

-Si, visto lo visto, a ti te lo voy a decir.

A la tarde siguiente, cuando regresé al hotel tras un día de playa, tenía en recepción un ramo de rosas espectacular, con una invitación para cenar del señor Eastwood.

No fui. Me excusé como pude. Creo que dije que había pillado una insolación. El llamó para interesarse y mi segunda amiga, de la que no digo nombre, porque ya no está entre los vivos, se entendió con el. Tenía mucho desparpajo y se echaba las manos a la cabeza de que no quisiera ir.

-Una oportunidad así no la vuelves a tener en la vida.

Tanto me atosigó, mi amiga digo, que terminé por echarme a llorar. Irene me daba la razón.

-¿Que va a hacer con este tío?

Si, que si, que os podéis reír todo lo que queráis.

Al día siguiente me fui a la jura, pese a haber puesto como condición para el viaje no ir, y cuando regresamos el cine ya se había ido. Yo, ya sabía que se iban ese día, a Dios gracias.

Mr. Eastwood me había dejado una nota, que conservo, en la que decía:

Dear María, As you know the shooting is over here. I loved meeting you. I hope that our paths will cross again.

Sincerely

 Y su firma.

Nunca me he arrepentido de aquello. Con el tiempo le he admirado como director, como actor me gusta menos, y como personaje no me gusta nada en absoluto. Republicano, votante de Trump, defensor de las armas de fuego, machista...que ha tratado a sus mujeres bastante mal, etc. etc.

Hoy en día, conociendo al personaje, tampoco me hubiera acostado con él.