La Torre...


Este es el inicio de un relato que publicaré en septiembre, entre otras razones porque aún no está pulido del todo y nos hace falta a ambos un descanso veraniego. Confío que enganche lo suficiente para que acudáis a la  cita.

Hasta entonces os deseo un verano saludable y optimista. Que la vida sea buena con todos y muchas gracias, como siempre, por haberos pasado por aquí.





PRÓLOGO


Cuando terminó de actuar, el nuevo camarero le trajo el recado.
   _ El jefe al teléfono.
  _ ¿Tiene que ser ahora? Me han invitado a una copa y la cosa promete. Aquel calvo de allí ¿lo ves?
  _ ¡Venga!_ apremió el camarero haciendo un gesto con la cabeza en la dirección del teléfono.
La voz del jefe sonó como un trueno seco de verano.
  _ Necesito material.
  _ En unos días.
 _ En unos días, no. Ahora mismo te pones a ello. Mañana quiero resultados. ¿Estamos guapa?
  _Estamos, estamos. ¡Cuántas prisas!
  _Oye, no tolero un fallo. Necesito cuatro. Lo de siempre. No os paséis  que luego los quiero para otra cosa.
  _ ¿Para qué?
  _ Sin preguntas. Tú haz tu parte y punto. ¿Ok?
  _ Ok.
De muy mala gana evitó volver a la sala para no encontrarse con su admirador. Ya en el camerino se quitó la peluca, el maquillaje, el vestido, el sujetador con las tetas postizas y se vistió con su ropa normal. Mientras, pensaba en la caza. Ya lo tenía todo planeado y dispuesto. Esta vez iba a ser más audaz, más temeraria, “muy aventurado” había dicho su ayudante. Parecía aventurado, pero no lo era tanto. Por el edificio circulaban a diario tres mil personas, entre ejecutivos y personal de mantenimiento, seguridad y limpieza. Sin contar los visitantes. “Esa torre está petada de cámaras”. Eso era lo que creía la gente, incluido su ayudante. El plan que había previsto no era difícil de ejecutar. Lo tenía todo estudiado al milímetro. El operativo sería fácil partiendo de la planta décima, donde estaba la clínica. Luego era cumplir la logística, como todo.
Además, le iba el riesgo. Sin una buena dosis extra de adrenalina no podría con el trabajo, y este nuevo reto le iba a proporcionar un extraordinario y necesario subidón.
  _ Cada día estás más guapa_ dijo lanzándose un beso en el espejo, antes de apagar la luz y salir.


Capítulo I


La esposa del primer desaparecido llamó, histérica, a la policía: su marido no había regresado del trabajo, “no, no volvió en toda la noche, he llamado a todo el mundo, a la familia, a la oficina, a sus compañeros, nadie sabe nada. Ayer lo vieron tomar el ascensor como siempre, pero su coche continúa en el parking. Hagan algo por favor, por Dios se lo pido, ya no se qué pensar ni a quien más llamar.”
Horas más tarde la policía se puso de nuevo en contacto con ella. “ No, no dejó una carta, ni siquiera una nota. ¿Un suicidio? ¡Ni pensarlo!, mi marido no era de esos. Tampoco dejaba cabos sueltos, ni explicaciones por dar”.
En efecto, no dejaba cabos sueltos. Fuera lo que fuera lo que hubiera sucedido, en el ascensor se le perdió la pista. Era un hombre religioso de misa frecuente y de costumbres austeras. No tenía vicios ni se le conocían amantes Un hombre previsible que parecía haberse evaporado.
El distrito financiero de la ciudad, donde la Torre Sur destacaba por su ampulosidad, estaba atestado de cámaras de seguridad. La policía las revisó a conciencia. Ninguna había captado al susodicho el día que, supuestamente, desapareció, ni en los días siguientes; igual sucedió con las del parking. Allí continuaba su coche esperando pacientemente, como un novio al pie del altar.

El cura de la parroquia que frecuentaba aseguró no haberlo visto desde tres días antes de la desaparición. En la asociación de antiguos alumnos del colegio San Ignacio de Loyola confirmaron a la pasma no saber nada de él desde la última reunión tres meses atrás y al club de pádel hacía un mes que no acudía porque según le confesó a su compañero de partido, la fusión de su empresa con otra argentina no le dejaba tiempo para nada. Según todos los que lo trataban con asiduidad, andaba estresado y de mal humor.
La policía no descartaba la desaparición voluntaria, ni tampoco el suicidio, aunque su mujer perjurara que era imposible. “Nada es imposible” comentó el inspector García, muy dado a las frases hechas y a los lugares comunes.
“No puedo creer que mi marido se haya ido para siempre”. “Nada es para siempre” volvió a sentenciar García.
“Por favor inspector, encuéntrenlo, no puedo vivir sin él”.
“Eso se lo dirá a todos”. Esto García, obviamente, sólo lo pensó.
El misterio personal de Iñigo Méndez dejó de serlo cuando desapareció el segundo ejecutivo en el mismo edificio: un mando intermedio de una consultora internacional, que no guardaba relación alguna con el primero. Nadie tenía noticia de que se conocieran ni siquiera de vista. Tampoco parecían conocerse entre sí ni con los dos primeros, los tres restantes desaparecidos en días sucesivos...










FELIZ VERANO