Los crímenes de las cuatro estaciones


El alguacil, tercera





Transcurrido un tiempo, tampoco hizo falta demasiado, se había ganado totalmente la confianza de sus superiores.  Como era también carcelero, se unía con entusiasmo a las torturas de los reos. Había descubierto el placer que produce, en gentes como él, infligir dolor impunemente e incluso provocar la muerte del preso de modo atroz, si se te va la mano; sin pretenderlo, por supuesto.
 Había dos métodos de tortura que le gustaban sobremanera. Uno de ellos era la toca, muy en boga en aquel siglo. El tormento consistía en poner en la boca del preso un paño de lino con los que se hacían las tocas que cubrían la cabeza de las mujeres. Esta tela se introducía por la boca hasta la traquea y posteriormente se vertía  agua sobre ella. Al empaparse la tela provocaba una sensación de ahogo con arcadas y vómitos e incluso, si no se interrumpía a tiempo, la muerte por asfixia. Otro de los favoritos de Guzmán era el péndulo. Con el se abría toda buena sesión de tortura. Era como el aperitivo antes del banquete. Aun Galileo no había enunciado la ley del péndulo simple, cuando ya la Santa Inquisición había descubierto su utilidad.
   En este caso las manos del reo eran atadas a la espalda y éste era suspendido por ellas a bastante altura. El balanceo producía la luxación de los hombros, codos y muñecas. Además era habitual añadir peso a los pies del preso y fustigarlo durante el proceso con una vara. Era un martirio de lo más completo.
  Pero lo mejor continuaba siendo la impunidad de responsabilidades y de conciencia,  que de esta última sino exime por lo menos atenúa lo suficiente. En el caso de Guzmán  no era tanto impunidad de conciencia (porque careciendo  por completo de la segunda se hacía innecesaria la primera) como conciencia de impunidad. La sensación de estar por encima de la ley, era única. ¿Qué mas se podía pedir? La eximente de responsabilidades era una bicoca, un dulce para  golosos como él y otros muchos en el Santo Oficio.
   Por mor de una limpieza de sangre más que dudosa y de una hombría de bien inexistente,  Ibáñez  se había transformado en valedor de la causa divina pero eso si, puesta  al servicio de la monarquía terrena, porque aunque la Inquisición debía contar con la aprobación de Roma, era un instrumento de la monarquía a quien  mas que el celo por la defensa de la fe, le movía la obtención de riqueza mediante la confiscación de bienes, sobre todo si el reo los poseía en abundancia.
 Muchos fieles adinerados, verdaderos cristianos viejos, se veían como consecuencia de todo ello, delatados por enemigos, competidores, criados u otras personas incluso aun menos adecuadas para tal menester, siendo condenados por el tribunal como herejes relapsos,  quedando privados de sus propiedades, que es estos casos pasaban casi integras a las arcas reales.
   No obstante, los inquisidores que al principio habían alabado su buena disposición y se habían aprovechado de ella cuando se acumulaba el trabajo, terminaron por hartarse de sus atrocidades. Acordaron entre todos encontrar el modo de librarse de él sin que sospechara, porque sabía demasiado además de ser muy bueno levantando falsos testimonios y en aquella época no estaba el búcaro para rosas. Las rencillas y las zancadillas entre los miembros del Santo Oficio eran más frecuentes de lo que debieran. Además el puesto de familiar estaba cada vez más solicitado, incluso por caballeros, ya que la limpieza de sangre que el empleo acreditaba permitía alcanzar muchas prebendas  y ya quedamos en que eran tiempos difíciles para todo el mundo. Guzmán se había convertido en una molestia y  se necesitaban plazas libres con urgencia porque el rey había prohibido que se crearan nuevas dado que había mas familiares ya que inquisidores. Urgía pues una solución.
   Uno de sus jefes,  amigo personal del recién nombrado Corregidor de Saláceres, desde sus tiempos de estudiantes en Salamanca, recibió con la buena nueva del ascenso del camarada, la solución para el próximo destino del incómodo familiar  y de vuelta, barajada pero visible entre los parabienes y las albricias, remitió la solicitud, como favor muy especial, que el Santo Oficio recordará siempre (que era lo mismo que ocurriría si no les hacía el favor, pero para que decir las cosas de ese modo, existiendo este otro mas diplomático), de una carta de poder a favor de Guzmán, que era de madre hispatana, e  idóneo por tanto para Alguacil Mayor. Así lo llevaban fuera de España, algo conveniente para todos, en especial para ellos.
__Te hago un favor, porque es muy bueno atrapando malhechores. No te pesará__ mintió el inquisidor sin ningún remordimiento.
El Corregidor no tuvo otro remedio;  le otorgó la carta, un sueldo de 50 reales y una vivienda. Así se lo comunicó a su amigo con la gratitud a sus parabienes y favores.
     Lo lamentó toda su vida.
   Guzmán  se sorprendió con la noticia. Precisamente ahora que había tanto trabajo y que el había adquirido practica consiguiendo resultados cada vez mas satisfactorios, excepto las veces, tampoco tantas, en las que se  le moría el reo; No obstante, pensándolo mejor, no le pareció mal su nuevo empleo. Iba a dedicarse a detener malhechores igual que hogaño, pero con mas albedrío y con más variedad. Estaba un poco harto de herejes y brujas. Además, el decidiría a partir de ahora, quien era culpable y quien no, porque  tenía mucha experiencia en métodos para arrancar confesiones. Si acaso el juez fuera más minucioso,  las pruebas se improvisaban sobre la marcha, que él tenía también imaginación. 
   No había vuelto por Hispatania desde niño cuando al morir su padre, portugués afincado en Saláceres, la familia los expulsó de la casa a él, a su madre que nunca les había gustado porque no era de su condición social y a su hermano pequeño que murió al poco, mas de desnutrición que de enfermedad. Habían llegado, tras un desgraciado viaje hasta Salamanca y allí ayudados por las monjas que les acogieron y dieron trabajo a su madre habían logrado sobrevivir.
   Recordaba los limoneros, las calles empinadas y el clima, su dulce clima, mas benigno que el de Madrid, lo cual no dudaba sería bueno para su maltratada salud y su cada vez mas dolorida osamenta. Guardaba la esperanza de encontrar aun con vida a alguno de sus parientes, aunque los que quedaron en la casa eran ya entonces de edad avanzada, pero como alguno perviviera, iba a tener medida cabal en primera persona de cómo los traumas infantiles se mantienen vivos en la memoria de quienes los padecieron.
    Por suerte para ellos, habían pasado a mejor vida hacia tiempo.
   Recogió sus escasas pertenencias, pagó lo que debía, y se despidió de los pocos amigos y de su superior, partiendo para el exilio que le había impuesto la Santa Inquisición, como antes el ejercito, aunque esta vez no le dejaron tirado. Por lo menos le buscaron otro empleo. Claro que, en este caso,  había motivos para ello: el Santo Oficio le temía bastante y al Tercio de Sicilia, Guzmán Ibáñez, se la traía al pairo.
   Apareció en la villa una tarde cuando ya estaban a punto de cerrarse las puertas, acompañado de quien presentó como su esposa; una joven delicada, que dicen estaba de novicia en el convento donde lo atendieron cierto día que, ya de camino a Hispatania,  resultó malherido en un lance con cuadrilleros españoles de la Santa Hermandad. Estos iban persiguiendo un bandido y Guzmán quiso echarles una mano lo que fue malinterpretado por ellos, dando origen a una refriega en la que por poco, una raquítica pulgada, no perdió el ojo que le quedaba. Los mismos cuadrilleros, una vez aclarados los hechos, lo dejaron en el convento, porque era el único sitio de los alrededores donde podían atenderlo.
   Las monjas se afanaron en curarle la herida, pero el solamente tuvo ojo para Raquel, que era quien le llevaba la comida. No recordaba haber visto nunca una mujer tan guapa y tan distinguida. Ni siquiera la reina Ana de Austria a la que vio una vez pasar en su carruaje.

   Se habría enamorado de la novicia si hubiera sido capaz, pero ese, era un sentimiento inexistente para Guzmán. Se encaprichó de ella, y como según él una esposa vendría bien para su nuevo destino, investigó con la comunidad para averiguar algo sobre la joven que pudiera utilizar como chantaje. Preguntó a  las otras monjas sobre el origen y la vida anterior de la novicia. Las hermanas fueron muy discretas, pero como de todo hay en la viña del señor, una de las sores, la más vieja, le contó por orden directa de la superiora,  que eran conversos__ mala gente, nunca pierden del todo su maña, no son de fiar__ y le puso en bandeja la ruta a seguir, como si de una carta de navegación se tratara.
   Así pues Guzmán, ante la imposibilidad de enamorarla, se dispuso a coaccionarla sin ambages, con el mismo resultado para sus intereses e incluso mejor; que el miedo es más perdurable que el amor. Le hizo saber que habiendo llegado a su conocimiento el hecho de su origen judío, tenía dos posibilidades: abandonar de buen grado el convento e irse con el a Hispatania o propiciar que el Santo Oficio investigara a su familia, con grandes probabilidades  de que acabaran en la hoguera por herejes. No necesitaba aclarar que dicha investigación correría por su cuenta, que para eso estaba allí providencialmente.
   La aprendiz de monja, temerosa, pidió ayuda y consejo a la superiora. Pinchó en hueso la pobre conversa, porque la madre no le abrigaba en absoluto simpatía ni que decir afecto, desde que el duque de Toros Bravos, benefactor del convento, pusiera sus ojos lascivos en la joven retirándolos de su maternidad que había sido hasta ese momento el objeto de sus atenciones. Así que la novicia se encontró sola amén de dolorida  y confusa por el desdén de su abadesa a la que consideraba como su madre en aquellas circunstancias. Era una joven ingenua y no se había percatado del deseo que había despertado en el duque, ni de los trajines de este con la priora. En consecuencia,  no tuvo otra que plegarse a los caprichos de Guzmán para proteger a su gente ( eran ciertamente judíos conversos y ella había profesado para acreditar la nueva y buena fe de la familia).  Rogó a una compañera, su mejor amiga, hiciera llegar a sus hermanos la noticia, por el modo que buenamente pudiera, diciéndoles que se iba  vivir a Hispatania con el alguacil, porque no le quedaba otra opción. Que no le dijeran nada a los padres, ya ancianos, para evitarles ese dolor añadido e innecesario. Que en cuanto le fuera posible les haría llegar noticias. Partió llorando, al amanecer, sobre un caballo que la comunidad tuvo a bien regalar al novio con la condición de que se la llevara sin mas dilación hacia su nuevo e inopinado destino.
   No obstante, Raquel tuvo suerte el día en el que Guzmán puso su ojo en ella.          Vuestras mercedes pensarán que acabo de perder el juicio, pero voy a ponerles al corriente del futuro que le esperaba en el convento una vez que el duque se hubo encaprichado de su belleza y de su candor. 
   Por lo pronto, acceder a ser su amante a la par que la abadesa miraba hacia otro lado, con gran pesar eso sí, dado que se iba a quedar a dos velas, mientras el duque poseía a la nueva de mala manera.
   Como las desgracias siempre van unidas al igual que las cerezas,  pudiera acontecer con gran probabilidad que resultara preñada repetidas veces, teniendo tantos abortos provocados como pudiera soportar, para continuar siendo la juvenil y atractiva amante del ducal y lascivo viejo verde, hasta que se cansara de ella. Una vez sobrevenido este trance su inmunidad habría llegado a su fin también y la abadesa podría imponerle el castigo que considerara más adecuado por su pecado de belleza y juventud, por haberle levantado el amante, acción esta última muy fea, por cierto y para que mantuviera la boca cerrada. Los obradores de los conventos son versátiles y por ello hábiles para todo tipo de productos, no sólo yemas. Luego se la enterraría en el cementerio de la comunidad y se avisaría a los deudos de que había muerto de unas fiebres la pobre infeliz, que fue una santa, amada por la  comunidad y sobre todo por esta pobre priora.
   Este sería sin remedio, desde el momento en el que el noble la descubrió, su desgraciado transcurrir conventual.

   Por lo menos en Saláceres podría tener alguna oportunidad, no desconfíen vuestras mercedes.

Continuará....

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