La leyenda del pueblo de los hombres mujer



Capitulo II



__Tiene que contarnos qué  sucede y que ha sido ese alarido, que ya nosotros habíamos escuchado, y quien trató de entrar en la casa__ dijo Ana resueltamente, mientras traía el bolso y sacaba el neceser para maquillar a Juan.
   __Se lo diré en pocas palabras, pero píntele la cara ya.
   __Ni hablar
   __Deja que te pinte, es evidente que ocurre algo.
   La patrona se encaró con Juan
   __Si no se maquilla, le echaré a la calle y que la mariposa de la muerte se entienda con usted.
   __ ¿La mariposa de la muerte?
   __Cuéntenoslo todo__ apremió Ana mientras trataba de poner el maquillaje a Juan que se retorcía como una anguila para esquivarla.
   “Sucedió por primera vez hace muchos años. Mi abuela me lo contó. Dijo que una noche, ya entrado el otoño cuando los días son más cortos y la gente se encierra en las casas a asar castañas y a preparar las despensas para el invierno, resonó en el pueblo un alarido estremecedor”.
   __¿Como este de hoy?
   __Lo mismo.
    “Los vecinos se llamaron desde las ventanas. Todos lo habían oído. El alcalde y mi abuelo decidieron salir a ver  de qué se trataba. Los demás asomaron a las puertas con la escopeta a punto para cubrirles la retaguardia y acudir a socorrerles si fuera necesario”.
   __Ni hablar, no me pintas los labios, de ninguna manera.
   __¡Cállate!, o seré yo misma la que te ponga en la calle. Continúe por favor. No interrumpas mas__ e dijo a Juan bajando la voz.
   La patrona daba la vuelta a una olorosa tortilla de patata. Unas no menos olorosas sopas de ajo borboteaban en una olla sobre el fogón.
  Ana, después de terminar con su tarea de maquilladora, colocó los platos para la cena que la mujer había dejado sobre la mesa. El hombre pintado de mujer entró en la cocina. Al sentarse a la mesa miró a Juan con curiosidad.
   __ ¿Qué le parezco, a que estoy atractiva?
   __No debería mofarse__ afeó la patrona__ la historia no tiene gracia.
   __¡Cállate!__ dijo Ana, dándole un manotazo__ Continúe señora, haga el favor.
   “Pues eso, que salieron a ver qué pasaba. No vieron absolutamente nada. La noche estaba tan tranquila como fría. Un niño, el mayor del tío Ignacio, comenzó a gritar que la había visto”.
   __ ¿Dejaron salir  a los niños?
   __Y si no los dejaron, salieron solos.
   “Como le decía comenzó a gritar: la he visto, la he visto.
¿El qué? ¿Qué es lo que has visto?
La mujer mariposa, la he visto, la he visto, la he visto, la vi, repetía histérico. Su madre, mujer resuelta, llegó y le dio un bofetón__ para que se calme__ explicó a los vecinos. El chico, se tranquilizó con el cachete y contó que había sentido un siseo detrás de él, como si lanzaran un cohete y al volverse a mirar vio una mujer muy alta que se elevó en vertical para luego salir volando con unas alas enormes.
Para cohetes estamos, dijo el alcalde.
 Bueno, la fantasía de los chicos, terció el maestro, ya se sabe.
 La he visto, la he visto, una mujer enorme, con alas…
Su madre se lo llevó a casa a rastras. Antes de entrar se lo advirtió: Deja ya de decir chorradas, si no quieres cobrar de verdad. Y te vas a la cama sin cenar, por embustero.
 Mama, te lo juro…
El niño se calló cuando vio a la madre coger la escoba. Se fue de refilón a la cama sin rechistar. Al día siguiente su padre subió a buscarlo al ver que no estaba para desayunar.
Este chico. Hay que salir con las cabras. Siempre hace lo mismo.
Se lo encontró muerto, dormido tranquilamente, sin ningún signo de violencia. Muerte súbita, dijo el médico. Se da a todas las edades, explicó antes de que le preguntaran si eso no era más propio de bebés”.
   Ana y Juan no habían comenzado a cenar, escuchaban absortos a la patrona.
 “Días más tarde, cuando aun rezaban el rosario cada tarde por el pequeño difunto, volvió  a escucharse el grito. Esa noche los niños y las mujeres se encerraron en las casas y todos los hombres salieron en grupos de a cuatro a patrullar por el pueblo, armados con  lo que tenían a mano. Dieron varias veces la vuelta al recinto sin observar nada raro, hasta que, de pronto el tío Genaro y sus tres hijos, sintieron un siseo a la derecha de donde se hallaban.
El zumbido del cohete, dijo el más joven.
Chissst.
Sigilosos se dirigieron al lugar de donde procedía el ruido; una repentina ráfaga de viento helado les detuvo al tiempo que una mujer envuelta en algo membranoso se elevó ante ellos y antes de que reaccionaran, desplegó unas enorme alas y se perdió en la noche”.
   __¡Que buena está esta la sopa!__ exclamó Ana que necesitaba decir algo.
   __A mi todo me sabe a pintalabios.
   La patrona miro de reojo a Juan y siguió con su historia.
 “Aquí, aquí, está aquí.
¿Que habéis visto?
La enorme mujer que vio el niño. Salió volando. Era cierto. Nosotros hemos notado un viento frío.
Estamos en octubre. Es normal.
El padre se había apoyado en un árbol. Le costaba respirar. Nunca jamás en sus muchos años de cacerías y noches a la intemperie había visto cosa igual. Ni siquiera la hubiera podido imaginar.
 Ahora sí, estoy seguro de que el mundo se acaba. Lo dice la Biblia: veréis señales. Pues yo las he visto. Quiero confesión, que venga el cura.
No hizo falta esperar mucho, el sacerdote estaba allí mismo. También se había unido a la expedición armado con un hisopo y una cruz.
Lo mejor contra los vampiros, además del ajo.
¿Pero son vampiros?
No sabemos, lo seguro es que son criaturas del demonio.
Estos siempre encuentran trabajo, dijo el alcalde, que era ateo.
Hizo bien el viejo confesarse. Aquella noche falleció, lo mismo que sus tres hijos. Muerte súbita, volvió a decir el médico.
¿Usted no sabe diagnosticar otra cosa?
Es lo que es. Muerte súbita.
Míreles el cuello a ver si los ha mordido un vampiro.
No diga tonterías.
Coño, míreles ¿Qué trabajo le cuesta?
No, no tenían marcas de mordeduras ni ninguna otra señal. Era una muerte plácida; ni se enteraban. Pero la gente comenzó a atemorizarse. En todas las conversaciones se referían los hechos del mismo modo: Se oye el alarido, salen los hombres y los que ven a la mujer, mueren. El pueblo acordó no salir de casa oyeran lo que oyesen. Pasaron los días y el grito no volvió a escucharse. Los vecinos recuperaron un poco la calma.
Pero la última semana  antes del día de difuntos, un alarido lastimero retumbó en el hielo de la noche y se coló en cada morada. Los vecinos habían acordado no salir, pero la tía Calixta que sabía que sus días en este mundo estaban contados, hizo una sugerencia no exenta de lógica.
Hasta ahora han sido hombres los que la han visto y han muerto. Pero ¿y si la ve una mujer, que sucedería? Voy a salir a comprobarlo. Además no quiero morirme sin ver algo extraordinario.
Sus hijos protestaron, pero ella les convenció con el argumento de que estando desahuciada, como lo estaba, no importaba morir unos días antes. Posiblemente se ahorrara sufrimientos inútiles. De modo que, cogió su cachava y salió a la noche, bien abrigada eso si  para no pillar un resfriado, en el momento en que el grito volvió a escucharse.
Así y todo, tiene un par de huevos__ sentenció el alcalde.
Se encontró a la  mujer mariposa justo delante de la iglesia. Pareció descolgarse del viejo tejo. Sin miedo ninguno se miraron ambas. La mariposa se inclinó hacia delante para verla mejor y logrado el propósito, se escucho el siseo y se elevó en vertical, tan alto, que la tía Calixta no la pudo ver emprender el vuelo.
Regresó a casa y convencida de su final, se despidió de la familia.
Llamad al cura que me administre los sacramentos y luego dejadme sola.
A la mañana siguiente la oyeron gritar llamando a su hija. No se había muerto. Vivió aun bastantes meses. Esto hizo que la gente llegara a una conclusión:
Sólo mueren los hombres.
Por alguna razón que desconocían la muerte súbita era para los varones que veían a la mujer con alas.  Del mismo modo desconocían quien o que era la mariposa y de donde había surgido, pero ahora les intrigaba mas porque morían los hombres y no las mujeres.
Tampoco está claro. Sólo ha ocurrido una vez, no es porcentaje suficiente, razonó el maestro.
Tiene razón, convino el alcalde, lo cual era raro porque no estaban de acuerdo en nada. El edil consideraba al maestro un meapilas inaguantable.
Haciendo cábalas se sucedieron los días. Noviembre ya estaba ahí, vendrían los comediantes”.
   __¿Venían comediantes al pueblo?__ preguntó Ana__ lo mismo que en el de mis abuelos cuando mi madre  era niña. Recuerdo que me hablaba de una familia que se llamaban Los Magdalenos. Ella era amiga de la hija más pequeña. Se llamaba Amparito. Un día enfermó y mi madre hizo su papel. Le dieron una bolsa enorme de caramelos.
   Juan la miraba con su cara pintada. Ana no dejaba de sorprenderlo. Ahora resultaba que su madre había sido comedianta de niña.
   __Que vida tan interesante habéis tenido.
   __Mas que la tuya, niño de barrio pijo. Recuerdo que interpretó al hijo de Genoveva de Brabante__ dijo entornando los ojos con nostalgia.
   __Interpretaría a la hija.
   __Hizo de hijo.
   __ Claro, una buena actriz hace cualquier papel.
   __Vete a la mierda.
   La patrona les miraba sin perder la paciencia. Su marido después de comer un buen trozo de tortilla, se había dormido.
“Les decía que vinieron comediantes”.
   Juan y Ana, que se observaban con el cuello estirado como gallos de pelea, volvieron a prestarle atención. La vieja prosiguió.
“La gente acordó no hacer mención a los sucesos. La vida volvió más o menos a la normalidad. Las comedias se representaban en la iglesia, pero los actores vivían esos días repartidos por las casas, de allí salían ya maquillados para la función. No eran suficientes, así que cada uno podía hacer varios personajes en la misma obra. Una noche uno de los hijos venía perfectamente caracterizado de mujer, le acompañaba otro hermano que hacía papel de hombre. Estaban representando “El perro del hortelano”. Todos lo escuchamos. El muchacho llegó pálido a pesar del maquillaje, el otro se hizo las necesidades encima. Juraron entre sollozos haberla visto: si, la mujer con alas que vieron antes los muertos. Nadie se atrevió a decir la verdad. El cura se les acercó y con disimulo les administró la extremaunción o algo parecido.
Se suspendió la función por indisposición de dos actores. Pero nadie del pueblo se fue a su casa, se quedaron haciendo apuestas sobre lo que sucedería esa noche.
Me juego la mula a que muere el hombre.
Hombres son los dos.
Si, pero el otro parecía una mujer. Recuerda lo de la tía Calixta.
La mariposa sabrá diferenciar entre una mujer y un hombre pintado de mujer.
O no.
A la mañana siguiente todo el pueblo esperaba la noticia del fallecimiento de alguno o de ambos. La hermana salió llorando a buscar a los padres que  dormían en otra casa.
Mi hermano, mi hermano, está muerto.
¿Cual, cual hermano?
Manuel
¿El que iba vestido de mujer?
No, el otro. Mama, papa, por Dios…
La familia de actores itinerantes, se cansó de preguntar a todo el mundo que había sido aquello.
¿Que aquello?
Eso, lo que habían visto los hijos.
La gente había convenido no soltar prenda. Ahora ya estaba muerto el chico ¿para qué decir nada? Se correría la voz y vendrían gentes de la ciudad a investigar. Capaces serían de fumigar el pueblo con ellos dentro. Todavía recordaban cuando años atrás, un águila enorme descendió sobre el valle y se llevó en sus garras un niño del cesto en el que lo tenía su madre, mientras trabajaba en el huerto. Los huertanos subieron montaña arriba culpándoles de criar pajarracos y soltarlos sobre el valle para acabar con ellos. Gracias que la Providencia hizo que unos militares estuvieran realizando prácticas de escalada en un lugar cercano y se apercibieran de los sucesos, encaminándose hacia el pueblo para defenderlos de sus agresores, si no, no lo hubieran contado. De todos modos se vieron obligados a montar guardia por las noches durante mucho tiempo.
Oye y ahora que caigo. ¿y si fue un bicho de estos en vez de un águila lo que vieron en el valle?.
No lo creo, esta mariposa no se lleva a nadie.
Bueno, ahora en lo que estamos es en descubrir si mata mujeres. Es muy importante. Nos va la vida en ello. Sugiero que la próxima vez, sean mujeres las que salgan  a la calle.
Cobardes, eso es lo que sois.
Necesitamos estar seguros.
Oye__ dijo la tía Honoria__ ¿Y por que no salen hombres vestidos de mujer? Parece que al comediante fue eso lo que lo salvó.
Si, si. Tiene mucha razón.
Esta bien, que no se diga que somos caguetas. Yo me disfrazaré de hembra, la próxima vez__ se ofreció el tío Ramón.
Pues no se hable más.
Además llevaré la escopeta y le pegaré un tiro. Por ahí deberíamos de haber empezado.
La mariposa tardó tres días en aparecer de nuevo. En casa del tío Ramón, el maquillaje estaba preparado; su mujer que nunca se pintó, había comprado todo lo necesario. Hasta esmalte para las uñas. En cuanto se oyó el grito, se pusieron manos a la obra. El resultado fue ridículo por completo. Si no fuera el temor, la mujer se hubiera reído con ganas. Además Ramón se había puesto un vestido que había pertenecido a su suegra con un pañuelo por la cabeza, para que el pelo no lo delatara, que le picaba y se le caía sobre los ojos. Si la mujer mariposa tuviera sentido del humor, se hubiera divertido con la visión. Y si tuviera amor propio se llevaría un berrinche con la visión del hombre-mujer. Habían pensado engañarla con un mamarracho armado con un rifle. ¡Qué cutres!. Pero la mariposa o era miope o carecía por completo de sentido de la estética.
Cerca de la era se encontraron. Ella lo miró con detenimiento y él se orinó encima. No recordó para que servía el arma que llevaba abrazada, mientras hacía ímprobos esfuerzos por no salir corriendo. Al final la mujer con alas se fue con la misma escenografía de siempre y el tío Ramón corrió para casa aunque sólo fuera para cambiarse de calzoncillos. No murió esa noche. Y quedó como un héroe para algunos y como un cagueta para los más.
Al final el pueblo se convenció: sólo mueren hombres. Pero ¿Por qué? La mariposa no se los come. Entonces ¿Qué gana con su muerte?
Ese fue el siguiente dilema”.

Continuará,,,,


La leyenda del pueblo de los hombres-mujer

Capítulo I





__
Ves, se nos ha hecho de noche por estos montes del diablo. Si hubieras llegado antes, pero el señorito no sabe ser puntual.
   __Vale, déjalo ya. Es imposible extraviarse.
   __ ¿Ah si? Y como llamarías a esto. Llevamos horas y no hemos llegado a ninguna parte, parece que estemos dando vueltas.
   __Mira en el mapa.
   __No es cuestión de mapa. Con esta niebla es imposible saber donde estamos. Seguro que nos hemos confundido en el cruce. Te estrangulaba con gusto.
   __Tu elegiste el camino, no me eches a mí la culpa de todo.
   __No, si encima soy yo la culpable, el señorito jamás se equivoca.
   __Deja ya de llamarme señorito.
   __Sigue conduciendo y cállate. A ver si llagamos por fin a alguna parte.

Cuando comprobaron que realmente se habían extraviado sintieron deseos de matarse el uno al otro. De todos modos eso era algo muy habitual últimamente que, por lo menos a Juan, le preocupaba bastante. Por la mínima ya estaban agarrados. Saltaban chispas, pero no como al principio. Entonces se miraban y tenían que aparcar urgentemente. Ahora, cuando se miraban era para reprocharse algo. En este momento la tempestad estaba a punto de caramelo. Habían llegado a un pueblo, era cierto, pero no a la estación de montaña a la que se dirigían: Después de mas una hora de conducir por una carretera desierta y peligrosa se toparon, ya noche cerrada, con un lugar medio derruido, cuyas maltrechas formas aparecían insinuadas en medio de la niebla como gigantes de piedra, custodiando la nada. Primero echaron una ojeada en derredor para cerciorarse y luego se dirigieron todo tipo de improperios subidos de tono; ambos tenían un lenguaje afilado y ordinario, incluso soez, como si sus familias no se hubieran gastado el dinero en colegios caros.
   Una vez cesó la tormenta verbal, con aparato de tacos de todos los colores y algún puñetazo en el brazo de Juan, porque él lo colocó para esquivar el golpe que iba certeramente dirigido a la cara, un silencio denso invadió la oscuridad. Cuando se restablece la calma nunca se sabe que se puede esperar, si mas furia de nuevo o por fin, el anhelado equilibrio
   __¿Y ahora qué?
   __No empecemos otra vez; nos hemos perdido, es evidente. Pero como verás estamos en un pueblo, la cosa no es tan grave.
   __Estamos en medio de ninguna parte. Yo sólo he visto ruinas…
   Ana que era de puñetazo fácil, iba a golpearlo de nuevo y él, hábil y rápido, se había vuelto a  cubrir la cara, cuando algo la detuvo: una sombra rozó el coche. Ana creyó ver de reojo, una cabeza apoyarse en la luna de la ventanilla trasera e incluso creyó percibir un intento, apenas insinuado, de abrir la puerta. Se volvió rápidamente para divisar una sombra que se alejaba. Abrió y bajo del coche.
   __¿Dónde vas con esta niebla tu sola?. Espera…__Juan la escuchó gritar llamando a alguien. Antes de que tuviera tiempo de apearse y seguirla,  Ana la rápida, ya  se había sentado de nuevo.
   __Era una mujer, creo. Llamé, pero no me hizo caso. La perdí en la niebla. Es cada vez más espesa, no se ve ni a un palmo de distancia.
   __Tengo que aparcar estamos en medio de no sé dónde. Yo me apeo y voy delante y tú me sigues con mucho cuidado. No te den intenciones de atropellarme.
   __Ni hablar. Tú te orientas fatal. Iré yo delante
   __¿Yo me oriento fatal? Te recuerdo que tú eras la que miraba el mapa…
   __¡Dejémoslo ya!. Yo me apeo y tú me sigues. ¡Punto!
   Ana se bajo del coche dando un portazo y se dirigió hacia la izquierda donde creía haber visto una luz. En efecto, un débil resplandor que parecía proceder de una casa, se insinuaba a no mucha distancia. Miró hacia Juan y afirmó con la cabeza. Era cierto lo que había supuesto, había una vivienda al lado del camino, unos metros más abajo. Cuando llegaron, el estacionó como mejor pudo, bien orillado por si acaso, y ambos se dirigieron a buscar, suplicando si fuera necesario, un sitio donde pasar la noche y esperar a que la niebla se disipase.
    Una mujer abrió la puerta dejando apenas una rendija por donde mirar a los recién llegados. Al ver a Ana, iba a cerrar, pero Juan se interpuso. Cuando lo vio, la mujer cambió de actitud.
   __¿Que es lo que quieren?
   __Nos hemos perdido. Íbamos hacia la cima del puerto  y nos despistó la niebla. En un cruce nos equivocamos de camino y hemos llegado hasta aquí. Necesitamos un sitio para pasar la noche…
   En ese punto Juan enmudeció al ver aparecer en segundo plano, el rostro de un hombre con la cara pintada de mujer.
   __Hemos llegado en mal momento__ pensó en voz alta.
   Ana se asomó al oír el comentario y se quedó absorta contemplando el rostro pintarrajeado en el que el maquillaje no podía disimular totalmente la sombra de la barba y unos círculos de color  manchaban grotescamente las mejillas del mismo tono rojo que la pintura de los labios. Los párpados eran dos informes manchas verdes. El hombre los miraba inexpresivo y silencioso, con su cara pintada. La imagen era irrisoria, pero a la vez inquietante. Juan le dio un codazo.
   __Vámonos, estos están de fantasía erótica.
   Ana no se movió. La cara pintada de mujer  para nada indicaba juegos eróticos, era más bien patética.
   __¿Sucede algo?__ preguntó a la mujer.
   __Nada que a usted le importe. Vayan dos casas más abajo, allí podrán pasar la noche.
   Cerró dando un portazo. Ana y Juan se quedaron clavados en la puerta.
   __No podría imaginar esto ni en sueños.
   __¿Imaginar que?
   __Que iba a encontrar en medio de la nada una pareja, madura además, con este tipo de fantasía.
   __Tú todo lo llevas al mismo terreno. Yo creo que ocurre algo raro.
   __Ya esta Alana Poe, dándole a la imaginación. Vamos a donde nos han indicado, si no queremos morir de frío.
   Apenas dieron dos pasos, resonó en el aire saturado de vapor de agua, una especie de alarido, como el graznido de un ave inmensa. Se oyó lejano, pero claro.
   __¿Has oído eso?
   __Será un águila. Estamos muy altos.
   __¿Por la noche?
   __Si no es un águila será cualquier otro pajarraco nocturno. Vamos.
   Apuraron el andar. De camino pasaron por delante de otra vivienda. Ana no pudo evitar mirar por la ventana iluminada. Con voz ronca llamó a Juan. El volvió, de mala gana, sobre sus pasos. Ella le señaló hacia dentro con el dedo.
Era una habitación con dos camas, en ellas estaban acostados dos chicos jóvenes, con los rostros pintados de mujer, del mismo tosco modo que el de la casa anterior. Permanecían inmóviles, como si durmieran. La sombra de los párpados era azul en este caso y rebosaba por todos lados. El colorete y los labios tenían el mismo tono fucsia. Aquellos rostros inexpresivos daban una cierta zozobra, para Ana tenían un algo amenazador
   Ella y Juan se miraron. Era raro si, tuvo que convenir Juan.
   __Estarán  celebrando el carnaval.
   __ ¿En noviembre?
   __Vamos a la otra casa, que nos morimos aquí de frío.
   Cuando llegaron vieron que era una fonda. La patrona, ponía el destartalado cartel, que se mecía sujeto solamente por un extremo. Había luz en la ventana pero Ana no se acercó a mirar.
   Les abrió una mujer mayor y con tantos kilos que no cabía por una hoja de la puerta. No pensaba salir, porque si no, hubiera abierto las dos. Miró primero a Juan con detenimiento y luego a Ana.
   __¿Que se les ofrece?
   __¿No es esto un fonda?__ respondió preguntando Juan
   __Lo es.
   __Queremos pasar la noche, por favor __terció Ana__ nos hemos perdido.
   __¿Cuanto hace que andan por aquí dando vueltas?
   __Hace un rato grande.
   La mujer asintió repetidamente con la cabeza, los miró otra vez de abajo a arriba y se hizo totalmente a un lado para permitirles pasar.  Una vez que entraron sacó la cabeza y miró hacia el cielo. No se veía nada con la niebla. Echó el cerrojo y colocó la tranca de hierro, cruzando las contraventanas.
Juan y Ana accedieron directamente a la sala donde al fondo había un buen fuego en la chimenea.  Se acercaron corriendo y pusieron las manos sobre las llamas.
   __¿Querrán cenar? Luego les preparo la habitación.
   Al darse la vuelta para responder ambos se quedaron inmóviles mirando hacia el sofá.
   Un hombre mayor y tan entrado en kilos como la patrona, estaba sentado quieto como un muerto, mirándolos sin pestañear con la cara pintada como una puerta.
   __Dígame una cosa. ¿Por que los hombres llevan la cara pintada?__ preguntó Ana, reponiéndose del susto primero que Juan, que aun miraba absorto al hombre maquillado.
   __ ¿Y por que no?__ dijo la patrona plantada en jarras delante de ella.
   __Hombre, no es lo normal.
   __No lo será en su pueblo. Aquí sí. Y le sugiero a su marido o lo que sea que se maquille la suya si quiere llegar  vivo a mañana. Vaya pintándolo mientras pongo la mesa.
   Ana y Juan se miraron en silencio. No se lo podían creer.
   La patrona les gritó desde la cocina:
   __Ya me extraña que no haya palmado.
   __Vámonos__ dijo Juan__ Vámonos.
   __ ¿Adonde, con esta niebla? Mira yo te pinto la cara, cenamos, subimos a la habitación y mañana nos largamos con viento fresco.
   __Ni hablar. No me pintas nada.
   Juan se dirigió a la cocina a hablar con la vieja. El hombre del sofá ni se había inmutado. Ana le tocó para comprobar que estaba vivo. Tenía las manos calientes.
   __Muerto no está.
   __¿Me quiere decir a que viene lo de la pintura?
   En ese momento escucharon un golpe seco en el exterior, lo mismo que si algo hubiera impactado contra el suelo. Siguió un ruido como de pasos torpes y luego alguien golpeó  la puerta de la calle, intentando  abrirla.
   __Vengan aquí. Póngase detrás de mí. ¡Apague la luz!__ le dijo a Ana que entraba por la puerta.__ ¡Apague la luz de una vez, cagoenlaleche!
    __¿Quien está en la puerta?__ preguntó Ana. Juan tenía el enorme trasero de la patrona sobre el estómago. 
   __Me va a asfixiar__ pensó, ya entre sopores.
   __Chissssst.
   Quienquiera que estuviera a la puerta tenía empeño en entrar. Golpes, zarandeos, patadas. Ana y Juan con la patrona, no decían ni pío en la cocina. Oyeron como se derramaba la leche en el fogón. Nadie se movió. Mientras, el visitante continuaba con su afán de derribar la puerta. Al cabo de un rato, se hizo el silencio. Luego se escuchó un siseo pronunciado, como el ruido de un cohete al elevarse y después el silencio de nuevo.
   __Menos mal__ suspiró Ana__ ¿Que ha sido eso?
   La patrona se llevó el índice a los labios. En ese momento un grito como un lamento escalofriante, resonó en el silencio haciendo vibrar las ventanas y tintinear todos los cacharros de los aparadores. Una ráfaga de viento sopló en la quietud de la noche y se coló por todos los rincones; Ana y Juan lo percibieron como una corriente gélida que atravesó la casa y los envolvió con detenimiento, como si buscara algo.
   __Ya pasó__dijo la mujer__ Píntele la cara rápido, antes de que vuelva.


Continuará...

Hola de nuevo

Hola de nuevo, debo confesar que no he terminado, como era mi intención, el relato de los detectives prometido en el verano. Hasta el momento de la publicación voy a repetir una historia del 2011 que tuvo mucho éxito  y que a mí, particularmente, siempre me ha gustado. Pido disculpas por el retraso y confío en que os agrade volver a leer



La leyenda del pueblo de los hombres-mujer




 Introducción



Esa misma mañana había visto la noticia en el periódico: La estación de montaña de Silos cerraba definitivamente.  Se quedó pensativo. “Qué casualidad, precisamente hoy que viene Ana”. Ese había sido para ellos el principio del fin de su relación. La dichosa estación de montaña y aquella noche en la que se extraviaron y encontraron el maldito pueblo.
   No había quien se creyera que dejaran perderse así por las buenas, una estación de esquí  con más de ochenta kilómetros de pistas, segura y  perfectamente equipada, donde nunca hubo accidentes graves, ni aludes, ni cosas por el estilo. Hacía meses que el parador, un edificio emblemático en la zona, le había precedido en el cierre por falta de huéspedes, ante el rumor extendido de que la estación mataba a los hombres de una extraña muerte súbita, como la de los bebés. Las autoridades se apresuraron con todo tipo de desmentidos. “¿Cómo va a matar una estación de esquí a nadie? ¡Por favor no digan tonterías! Hubo alguna que otra muerte repentina, pero todo dentro del promedio que podemos considerar normal, teniendo en cuenta el elevado número de visitantes, que estamos a bastante altura y que las condiciones del clima son las que son en estos sitios”. Siempre que las administraciones desmienten, debe uno ponerse en lo peor. Algo ocurre realmente. ¿Por qué si no, se molestan en dar explicaciones con lo ocupados que están y lo inaccesibles que son?
   No obstante,  el parador se cerró bastante antes de finalizar la temporada. Le siguió la escuela de esquí y se sabe que técnicos de la comunidad autónoma e incluso del gobierno central revisaron la montaña palmo a palmo, buscando no se dijo nunca que.
   Posiblemente ni ellos lo sabían.
  Pero los pocos vecinos que pudieron aproximarse medio ocultos, porque acotaban la zona con guardias y perros por todo el perímetro, presenciaron entre curiosos y asombrados, como andaban de acá para allá y de abajo arriba, armados hasta las cejas y con los ojos protegidos por unas gafas parecidas a las de los soldadores.
  La explicación final consistió en decir que había unas extrañas emanaciones de gas u otra sustancia tóxica sin determinar que podía provocar dichas muertes. Pero, entonces debería morir todo el mundo, pensó la gente con buen criterio, como en los casos de muerte dulce producida por la mala combustión de los braseros, sin embargo sólo morían hombres. A no ser que la susodicha fuera caprichosa o selectiva y supiera distinguir entre mujeres y hombres.  Sería digna de estudio la aparición de un gas letal exclusivo para varones. Quien lo poseyera se forraría. Podría llegar a ser mucho más codiciado que el coltan.
   Pero, había mucho más y ellos lo sabían.
  Además si era algo que se respiraba ¿por qué los técnicos sólo se protegían la vista?. “Pensarán que somos tontos, hasta un niño se daría cuenta de eso”. Pero las autoridades no dieron ninguna otra explicación.  Nunca lo hacen. Desmienten, pero no aclaran, lo cual deja las cosas peor. De ese modo, se dispara la rumorología y la imaginación de la gente ya de por si proclive a creer cualquier cosa que les ponga en contacto con seres de otros mundos. ¡Cuánta necesidad de comunicación con el mas allá! Para poner la guinda, la prensa, sobre todo la especializada en temas paranormales, tenía prácticamente tomada la montaña, ante el runrún  de avistamientos de un ser alado y enorme por las noches.
   La administración clausuró el recinto y bloqueó el acceso sin contemplaciones, debido a la obstinación de algunos periodistas e investigadores por permanecer en la  zona.

   Cuánta razón tenía Ana. Se sintió mal. Debería de haberse puesto enteramente de su parte. Aunque no hubieran conseguido gran cosa, primero, porque el asunto parecía inverosímil a todas luces y luego porque se estrellaban contra la dirección de la estación, con ramificaciones en las altas esferas administrativas y económicas. Era como atacar un tanque armado sólo con un cuchillo;  pero, no obstante,  tendría que haber hecho causa común con ella. Tendría que haber estado  a su lado, aunque no les creyeran y tal vez, de paso,  hubieran salvado alguna vida.
   Le remordía la conciencia.
  Se dirigió al garaje para ver cómo estaba el coche, sólo faltaba que se lo entregara sucio, según era Ana. Hacia  un año que habían cortado la relación. Desde los sucesos. Al principio fue un alivio, la vida en común se había convertido primero, en un infierno de reproches y gritos y luego en un silencio denso y cortante aun peor. Después,  la echó de menos durante un tiempo y ahora que ya le era indiferente, el diario le daba la razón y él se sentía culpable. Cuando ocurrieron los hechos, lo tenía bastante harto: parecía estar poseída por el síndrome de la verdad absoluta; se había vuelto irascible y completamente  insoportable. Por eso no le dio la gana de secundarla, a pesar de lo que habían presenciado juntos y ella, claro, nunca se lo perdonó.
   Con razón.
  Después, había aprovechado una oferta de trabajo en Londres y se había ido a vivir a Inglaterra. Hoy vendría a recoger el coche y se lo llevaría en el Ferry.  Continuaba teniendo miedo a volar, así que viajaba desde las islas en tren o en barco como ahora. Hasta en eso eran diferentes. Juan nunca pasaría por debajo del mar en un tren. ¡Jamás! Sin embargo a ella era el avión lo que le daba claustrofobia. Hacía una semana que había regresado, pero no se habían visto. Ayer le llamó para avisar que hoy recogería el cuatro por cuatro y concertar una hora que las viniera bien a ambos.
   __Prefiero por la tarde. Así me iré directamente al puerto.
   __Por mí, no hay problema.
  El coche seguía aparcado en el garaje de la casa que habían compartido durante ocho años. El no había vuelto a conducirlo. No recordaba siquiera si aun tenía alguna cosa de su propiedad dentro, con esa manía de dejarlo todo por ahí olvidado que tantas y tantas veces le reprochó Ana.
  Tampoco recordaba si lo había lavado después de regresar de aquel viaje. Suponía que sí, pero parecía que no: estaba bastante polvoriento. Lo revisó más de cerca. Estaba sucio, muy sucio. Que abandonado era, la verdad. Decidió llevarlo al lavado automático y dejarlo reluciente, como por otra parte era su obligación; no se devuelve nada hecho una porquería.
   Cuando se sentó al volante tuvo una sensación extraña. Es normal, pensó, la última vez que lo conduje ocurrió todo aquello, que desembocó en la ruptura. Es más que lógico que esté un poco inquieto. Todavía hoy, prefería pensar que todo había sido un sueño o  alucinaciones debidas a la altura y al frío…Pero, parece que no. Que es real. Todo lo que sucedió después, las muertes, el rastreo y el cierre de la montaña, lo había corroborado con creces.
   Abandonó el garaje.
   No sabría decir porqué, pero le hizo bien salir a la luz del día. Hasta miró al sol sin gafas, a pesar de sus ojos claros. Desde aquello, había dejado de gustarle la noche. Durante un tiempo le tuvo terror, incluso debido a los sucesos vividos desarrolló entomofobia. Necesitó unas cuantas sesiones con el psicólogo.  Hoy se notaba raro. Sentía algo entre nostalgia y abatimiento. Mientras se alejaba de casa,  la memoria, actuando unilateralmente como siempre, regresó hasta aquella tarde y le obligó a verse por la carretera de camino al puerto, discutiendo con Ana. Que error había sido el dichoso viaje.      Trató de pensar en otra cosa, pero de nuevo la memoria, tan útil a veces y tan molesta otras, insistió en lo mismo. No había otro remedio. ¿Para qué rebelarse? Volvió a verse conduciendo aquella tarde, de camino a la estación de esquí. Recordó que estaba lloviendo y la calzada era estrecha y sinuosa; además mojada como estaba, resultaba resbaladiza y peligrosa. Juan, escuchaba la voz de Ana, cada vez mas subida de tono. Últimamente siempre estaba gritando. Se había vuelto un poco histérica o a lo mejor, siempre lo había sido y él enamorado como estaba, no se había dado cuenta. Ella se enfadaba por algo y a él le encantaban los morritos que ponía. Era imposible que hubiera pelea. Pero ahora, ya no le hacían gracia.
   Conducía en silencio, concentrado en la carretera y la lluvia, difícil cóctel, pero la voz de Ana era cada vez estridente y le sacaba de quicio…

Continuará...