Capítulo I
__Ves, se nos ha hecho de noche por estos montes del diablo. Si hubieras llegado antes, pero el señorito no sabe ser puntual.
__Vale, déjalo ya. Es imposible
extraviarse.
__ ¿Ah si? Y como llamarías a
esto. Llevamos horas y no hemos llegado a ninguna parte, parece que estemos
dando vueltas.
__Mira en el mapa.
__No es cuestión de mapa. Con esta
niebla es imposible saber donde estamos. Seguro que nos hemos confundido en el
cruce. Te estrangulaba con gusto.
__Tu elegiste el camino, no me
eches a mí la culpa de todo.
__No, si encima soy yo la
culpable, el señorito jamás se equivoca.
__Deja ya de llamarme señorito.
__Sigue conduciendo y cállate. A
ver si llagamos por fin a alguna parte.
Cuando comprobaron que realmente se habían extraviado sintieron deseos de
matarse el uno al otro. De todos modos eso era algo muy habitual últimamente
que, por lo menos a Juan, le preocupaba bastante. Por la mínima ya estaban
agarrados. Saltaban chispas, pero no como al principio. Entonces se miraban y
tenían que aparcar urgentemente. Ahora, cuando se miraban era para reprocharse
algo. En este momento la tempestad estaba a punto de caramelo. Habían llegado a
un pueblo, era cierto, pero no a la estación de montaña a la que se dirigían:
Después de mas una hora de conducir por una carretera desierta y peligrosa se
toparon, ya noche cerrada, con un lugar medio derruido, cuyas maltrechas formas
aparecían insinuadas en medio de la niebla como gigantes de piedra, custodiando
la nada. Primero echaron una ojeada en derredor para cerciorarse y luego se
dirigieron todo tipo de improperios subidos de tono; ambos tenían un lenguaje
afilado y ordinario, incluso soez, como si sus familias no se hubieran gastado
el dinero en colegios caros.
Una vez cesó la tormenta verbal,
con aparato de tacos de todos los colores y algún puñetazo en el brazo de Juan,
porque él lo colocó para esquivar el golpe que iba certeramente dirigido a la
cara, un silencio denso invadió la oscuridad. Cuando se restablece la calma
nunca se sabe que se puede esperar, si mas furia de nuevo o por fin, el
anhelado equilibrio
__¿Y ahora qué?
__No empecemos otra vez; nos hemos
perdido, es evidente. Pero como verás estamos en un pueblo, la cosa no es tan
grave.
__Estamos en medio de ninguna
parte. Yo sólo he visto ruinas…
Ana que era de puñetazo fácil, iba
a golpearlo de nuevo y él, hábil y rápido, se había vuelto a cubrir la cara, cuando algo la detuvo: una sombra rozó el coche. Ana creyó
ver de reojo, una cabeza apoyarse en la luna de la ventanilla trasera e incluso
creyó percibir un intento, apenas insinuado, de abrir la puerta. Se volvió
rápidamente para divisar una sombra que se alejaba. Abrió y bajo del coche.
__¿Dónde vas con esta niebla tu
sola?. Espera…__Juan la escuchó gritar llamando a alguien. Antes de que tuviera
tiempo de apearse y seguirla, Ana la rápida, ya se había sentado de nuevo.
__Era una mujer, creo. Llamé, pero
no me hizo caso. La perdí en la niebla. Es cada vez más espesa, no se ve ni a
un palmo de distancia.
__Tengo que aparcar estamos en
medio de no sé dónde. Yo me apeo y voy delante y tú me sigues con mucho
cuidado. No te den intenciones de atropellarme.
__Ni hablar. Tú te orientas fatal.
Iré yo delante
__¿Yo me oriento fatal? Te
recuerdo que tú eras la que miraba el mapa…
__¡Dejémoslo ya!. Yo me apeo y tú
me sigues. ¡Punto!
Ana se bajo del coche dando un
portazo y se dirigió hacia la izquierda donde creía haber visto una luz. En
efecto, un débil resplandor que parecía proceder de una casa, se insinuaba a no
mucha distancia. Miró hacia Juan y afirmó con la cabeza. Era cierto lo que
había supuesto, había una vivienda al lado del camino, unos metros más abajo.
Cuando llegaron, el estacionó como mejor pudo, bien orillado por si acaso, y
ambos se dirigieron a buscar, suplicando si fuera necesario, un sitio donde
pasar la noche y esperar a que la niebla se disipase.
Una mujer abrió la puerta dejando
apenas una rendija por donde mirar a los recién llegados. Al ver a Ana, iba a
cerrar, pero Juan se interpuso. Cuando lo vio, la mujer cambió de actitud.
__¿Que es lo que quieren?
__Nos hemos perdido. Íbamos hacia
la cima del puerto y nos despistó la niebla. En un
cruce nos equivocamos de camino y hemos llegado hasta aquí. Necesitamos un
sitio para pasar la noche…
En ese punto Juan enmudeció al ver
aparecer en segundo plano, el rostro de un hombre con la cara pintada de mujer.
__Hemos llegado en mal momento__ pensó
en voz alta.
Ana se asomó al oír el comentario
y se quedó absorta contemplando el rostro pintarrajeado en el que el maquillaje
no podía disimular totalmente la sombra de la barba y unos círculos de
color manchaban grotescamente las mejillas del
mismo tono rojo que la pintura de los labios. Los párpados eran dos informes
manchas verdes. El hombre los miraba inexpresivo y silencioso, con su cara
pintada. La imagen era irrisoria, pero a la vez inquietante. Juan le dio un
codazo.
__Vámonos, estos están de fantasía
erótica.
Ana no se movió. La cara pintada
de mujer para nada indicaba juegos eróticos,
era más bien patética.
__¿Sucede algo?__ preguntó a la
mujer.
__Nada que a usted le importe. Vayan dos casas
más abajo, allí podrán pasar la noche.
Cerró dando un portazo. Ana y Juan
se quedaron clavados en la puerta.
__No podría imaginar esto ni en
sueños.
__¿Imaginar que?
__Que iba a encontrar en medio de
la nada una pareja, madura además, con este tipo de fantasía.
__Tú todo lo llevas al mismo
terreno. Yo creo que ocurre algo raro.
__Ya esta Alana Poe, dándole a la
imaginación. Vamos a donde nos han indicado, si no queremos morir de frío.
Apenas dieron dos pasos, resonó en
el aire saturado de vapor de agua, una especie de alarido, como el graznido de
un ave inmensa. Se oyó lejano, pero claro.
__¿Has oído eso?
__Será un águila. Estamos muy
altos.
__¿Por la noche?
__Si no es un águila será
cualquier otro pajarraco nocturno. Vamos.
Apuraron el andar. De camino
pasaron por delante de otra vivienda. Ana no pudo evitar mirar por la ventana
iluminada. Con voz ronca llamó a Juan. El volvió, de mala gana, sobre sus
pasos. Ella le señaló hacia dentro con el dedo.
Era una habitación con dos camas, en ellas estaban acostados dos chicos
jóvenes, con los rostros pintados de mujer, del mismo tosco modo que el de la
casa anterior. Permanecían inmóviles, como si durmieran. La sombra de los
párpados era azul en este caso y rebosaba por todos lados. El colorete y los
labios tenían el mismo tono fucsia. Aquellos rostros inexpresivos daban una
cierta zozobra, para Ana tenían un algo amenazador
Ella y Juan se miraron. Era raro
si, tuvo que convenir Juan.
__Estarán celebrando el carnaval.
__ ¿En noviembre?
__Vamos a la otra casa, que nos
morimos aquí de frío.
Cuando llegaron vieron que era una
fonda. La patrona, ponía el
destartalado cartel, que se mecía sujeto solamente por un extremo. Había luz en
la ventana pero Ana no se acercó a mirar.
Les abrió una mujer mayor y con
tantos kilos que no cabía por una hoja de la puerta. No pensaba salir, porque
si no, hubiera abierto las dos. Miró primero a Juan con detenimiento y luego a
Ana.
__¿Que se les ofrece?
__¿No es esto un fonda?__ respondió
preguntando Juan
__Lo es.
__Queremos pasar la noche, por
favor __terció Ana__ nos hemos perdido.
__¿Cuanto hace que andan por aquí
dando vueltas?
__Hace un rato grande.
La mujer asintió repetidamente con
la cabeza, los miró otra vez de abajo a arriba y se hizo totalmente a un lado
para permitirles pasar. Una vez que entraron sacó la cabeza
y miró hacia el cielo. No se veía nada con la niebla. Echó el cerrojo y colocó
la tranca de hierro, cruzando las contraventanas.
Juan y Ana accedieron directamente a la sala donde al fondo había un buen
fuego en la chimenea. Se acercaron corriendo y pusieron las
manos sobre las llamas.
__¿Querrán cenar? Luego les
preparo la habitación.
Al darse la vuelta para responder
ambos se quedaron inmóviles mirando hacia el sofá.
Un hombre mayor y tan entrado en
kilos como la patrona, estaba sentado quieto como un muerto, mirándolos sin
pestañear con la cara pintada como una puerta.
__Dígame una cosa. ¿Por que los
hombres llevan la cara pintada?__ preguntó Ana, reponiéndose del susto primero
que Juan, que aun miraba absorto al hombre maquillado.
__ ¿Y por que no?__ dijo la
patrona plantada en jarras delante de ella.
__Hombre, no es lo normal.
__No lo será en su pueblo. Aquí sí.
Y le sugiero a su marido o lo que sea que se maquille la suya si quiere
llegar vivo a mañana. Vaya pintándolo mientras
pongo la mesa.
Ana y Juan se miraron en silencio.
No se lo podían creer.
La patrona les gritó desde la
cocina:
__Ya me extraña que no haya
palmado.
__Vámonos__ dijo Juan__ Vámonos.
__ ¿Adonde, con esta niebla? Mira
yo te pinto la cara, cenamos, subimos a la habitación y mañana nos largamos con
viento fresco.
__Ni hablar. No me pintas nada.
Juan se dirigió a la cocina a
hablar con la vieja. El hombre del sofá ni se había inmutado. Ana le tocó para
comprobar que estaba vivo. Tenía las manos calientes.
__Muerto no está.
__¿Me quiere decir a que viene lo
de la pintura?
En ese momento escucharon un golpe
seco en el exterior, lo mismo que si algo hubiera impactado contra el suelo.
Siguió un ruido como de pasos torpes y luego alguien golpeó la puerta de la calle, intentando abrirla.
__Vengan aquí. Póngase detrás de mí.
¡Apague la luz!__ le dijo a Ana que entraba por la puerta.__ ¡Apague la luz de
una vez, cagoenlaleche!
__¿Quien está en la puerta?__ preguntó Ana.
Juan tenía el enorme trasero de la patrona sobre el estómago.
__Me va a asfixiar__ pensó, ya
entre sopores.
__Chissssst.
Quienquiera que estuviera a la
puerta tenía empeño en entrar. Golpes, zarandeos, patadas. Ana y Juan con la
patrona, no decían ni pío en la cocina. Oyeron como se derramaba la leche en el
fogón. Nadie se movió. Mientras, el visitante continuaba con su afán de
derribar la puerta. Al cabo de un rato, se hizo el silencio. Luego se escuchó
un siseo pronunciado, como el ruido de un cohete al elevarse y después el
silencio de nuevo.
__Menos mal__ suspiró Ana__ ¿Que
ha sido eso?
La patrona se llevó el índice a
los labios. En ese momento un grito como un lamento escalofriante, resonó en el
silencio haciendo vibrar las ventanas y tintinear todos los cacharros de los
aparadores. Una ráfaga de viento sopló en la quietud de la noche y se coló por
todos los rincones; Ana y Juan lo percibieron como una corriente gélida que
atravesó la casa y los envolvió con detenimiento, como si buscara algo.
__Ya pasó__dijo la mujer__ Píntele la cara
rápido, antes de que vuelva.Continuará...
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