Capitulo I, última parte
Tras
ello, recobrando el sosiego, osciló la cabeza a derecha e izquierda y
respiró hondo varias veces para concentrarse y comenzar a sacar conclusiones.
Era lo que había visto hacer tantas veces a su jefe el inquisidor antes de cada interrogatorio (luego éste se persignaba
y encomendado a Dios comenzaba a
torturar a los reos). Pasando por alto las cruces del maestro, que tampoco era
menester imitarlo al ciento por ciento,
se dispuso a comenzar las pesquisas con la intención, loable pero
inútil, de detener al culpable; Con la
mente ya clara, se le ocurrió que tenían que haber sido dos, dado el visible
ensañamiento con la víctima, moza bigarda y recia por lo que dedujo que un solo
individuo, digamos normal, no hubiera
podido con ella. El mismo servía como ejemplo de tal aseveración dado que había
tratado de violentarla, sin conseguirlo, una tarde que se la encontró
desprevenida evacuando aguas menores en el corral, resultando muy mal parado en
el intento; aconteció que la muy ladina haciendo alarde de una agilidad más
propia de gato que de mujer, se había incorporado de un salto y le
había propinado de entrada un buen rodillazo en sus partes intimas y de remate
un golpe en la cabeza con una sartén de hierro de las que fabricaba su padre,
que atraída por su cráneo como si fuera un imán, encajó como un manguito en su coronilla. Eran famosas en toda la comarca las sartenes
del herrero de Saláceres y Guzmán había
probado aquella tarde sus bondades, y había descubierto el porqué de su
extendida y bien ganada fama de solidez. Desde entonces, cada vez que le echaba
la vista encima a una sartén, fuera o no del herrero de la villa, le vibraba la
cabeza. Recobró el conocimiento, bien
entrada la noche sobre un pedregal extramuros del pueblo, con la única compañía
de una cabra que se entretenía en comerle las medias y con la sartén a guisa de celada con el
mango de sobrenuca. A consecuencia de lo acontecido esa tarde, sufrió la
entrepierna dolorida mas una sensación de peso y opresión en la cabeza durante
varios días- ya se le había olvidado el efecto de llevar morrión- y
cultivó una creciente antipatía por la
moza y por su padre. Aunque tuvo que reconocer que podían haberlo arrojado al
río de cabeza si hubieran querido desembarazarse de él para siempre.
Si fuera un poco apercibido, que no era el
caso, hubiera interpretado que precisamente el ensañamiento señalaba la
probabilidad de un solo asesino, el cual ante la resistencia de la muchacha, no
tuvo más remedio que golpearla para reducirla y poder luego rematarla a placer
por estrangulamiento o asfixiarla igual aunque comprobara que ya estaba muerta.
También habría deducido que el asesino parecía tener una extraña y lúgubre
querencia a la muerte por asfixia,
porque de lo contrario los golpes en la
cabeza hubieran sido más que suficiente para acabar con su vida.
Esto,
si solo pretendiera matar por matar. O dicho de otro modo: si se conformara con
matar del modo que pudiere.
Piensen vuestras mercedes.
Tuvieron que ser por lo menos dos, había
aseverado convencido a la vuelta del escenario del crimen delante de todos los vecinos reunidos en la
plaza, levantado los dedos índice y corazón en lo que parecía más una señal de
victoria. Echó un vistazo en derredor a sus aturdidos conciudadanos y
escupiendo al suelo, juró por el rey nuestro señor y sus muertos, los del rey,
que detendría a los culpables.
El pueblo se echó a temblar.
La gente se dispersó a toda prisa y tras
pasar el día ocupados en sus tareas sin mucho afán, puesto que el corazón y la
cabeza se les iban a la par tras la infeliz muchacha y sus padres, procedieron
a encerrarse en sus casas en cuanto la tarde enrojeció por el oeste; ni
rosarios, ni ángelus, ni misas vespertinas, ni visitas furtivas y apresuradas a
alcobas ajenas ni nada parecido. Si alguien enfermaba, se dejaba el aviso al
médico para la mañana siguiente. Mas le valía al paciente que el mal no fuera grave
por la cuenta que le traía. Si apremiaba el amor, habría que esperar a una hora más propicia, siempre de día, aunque
la noche fuera más cómplice y más discreta para estos menesteres. Así se
hubiera aparecido la mismísima virgen del ocaso, nadie asomaría la nariz.
Cosa extraña, teniendo en cuenta que el
crimen sucedió a plena luz del día.
Pero no era ese el motivo, las buenas gentes
de la villa recelaban del asesino suelto por allí, aún pensando muchos con
bastante lógica, que no iba a dedicarse a matar todos los días; pero,
temían bastante más al alguacil. Su nulidad como investigador, era suplida
echando el guante sin miramientos a cualquier cosa que se moviera por la noche
sin motivo suficiente, o incluso con él, para el movimiento. Si se cometía
algún delito, los alguaciles, se pasaban el día como solían bebiendo gratis en
las tabernas o acechando a las mozas y por la noche rondaban el pueblo buscando
al culpable, porque el delincuente siempre vuelve al lugar del crimen; era una
máxima que Guzmán había aprendido en España en sus años de servidor del Santo
Oficio, aunque le añadió una variante propia: vuelve por la noche. Esto último
era lo que solía hacer cuando mal vivía
en Madrid, ganándose escasamente el pan y el vino como sicario. Era una extraña
costumbre, la de pasear la calle donde había matado la noche anterior, que
podía haberle costado algún disgusto extra.
Este hombre, o lo que quiera que fuera,
tenía la arraigada creencia de que la noche se hizo para que descansen las
gentes decentes. Quien sale al sereno es para delinquir: espiar tras las
puertas, meterse en cama ajena, dirimir querellas con nocturnidad, robar,
violar e incluso matar como había sucedido hoy. Aunque hubiera acontecido por
la mañana; seguro que los criminales ya estaban en su puesto desde la noche
anterior y no mataron porque no había victima a esas horas.
Ni que decir tiene que jamás prendía al
verdadero culpable, puesto que conociendo los razonamientos del alguacil,
cuando alguien delinquía-siempre de modo venial, ya les digo que esta era una
villa tranquila- el interfecto no volvía a trasnochar; era la condena que se auto imponía, terminando por pagar las
culpas casi siempre, algún forastero desinformado y por ende desprevenido. Por
eso fue que, el día de autos obedeciendo una misteriosa consigna, todo el mundo
procuró recogerse al atardecer y si te he visto no me acuerdo hasta el día
siguiente.
Guzmán, comenzó a sacar conclusiones: El cadáver había aparecido tras los arbustos cercanos al río, los asesinos la
habían apartado del lugar habitual donde las mujeres lavaban, tal vez para no
ser descubiertos. Ella debió resistirse y fue por eso que la golpearon con una
piedra, luego la arrastraron para ponerse a cubierto de mirones hasta el lugar
donde la estrangularon, aunque posiblemente ya estaba muerta a consecuencia de
los golpes. Guzmán había deducido que fueron dos como ya escuchamos, uno la
golpeó y otro la estranguló. Porque todo el mundo tiene derecho a una
oportunidad, incluso para asesinar.
__O sea que la mataron dos veces__ había
aseverado uno de los alguacilillos de nombre Tadeo. Los dos eran tardos pero
éste lo era con más generosidad
No le
remangaron la saya, ni le bajaron los calzones, ni la dejaron con las piernas
abiertas ( para que molestarse en cerrarlas) quiere esto decir que no abusaron
de ella afirmó Guzmán a los atribulados padres; pero ni siquiera les sirvió de
consuelo
Quizá no les dio tiempo, pensaba para sus adentros, es que si no, no comprendo para que la
asaltaron.
Mandó prender al padre para interrogarle,
aunque no fue él quien descubrió el cadáver si no su mujer, cuando se extrañó
de que tardara tanto en regresar y salió a buscarla, temiendo que estuviera
pelando la pava con algún mancebo desocupado y por ende dispuesto con presteza
a amores furtivos y ocasionales. Luego quiso sondear, como quien no quiere la
cosa, a la mujer.
__¿Por qué estaba lavando tan temprano, eh?
__Es la hora que tú has marcado.
Los alguaciles menores asintieron.
__ Guzmán, te lo ruego, a esa hora yo estaba
herrando el caballo de Benito precisamente__ gemía el padre , como si no
tuviera ya bastante con la muerte de la hija.
Benito era el otro alguacil menor, algo
menos tardo que Tadeo.
__Varios vecinos me vieron trabajando
desde el amanecer. Benito, además,
estuvo un buen rato conmigo y mi mujer había acudido a misa de alba. Pregunta
a los frailes.
Tuvo que soltarlos de mala gana porque la
coartada era buena, había testigos de fiar.
De pronto, recordó al boyero.
Era cierto, había regresado de España la
noche anterior, le contó durante el interrogatorio, si, hice el viaje solo,
pero una vez aquí, me fui derecho a mi casa y a la cama. Mi mujer y mis hijos
son testigos. ¿Por qué no han de valer? Ellos son quienes me vieron. Me
desperté esta mañana con los gritos del herrero. Guzmán negaba impasible con la
cabeza.
__Esperad, esperad, si, me vio alguien más.
Se me había olvidado. El albéitar. Vino muy temprano, mi esposa le fue a buscar
porque la asna se puso de parto. El me vio dormido en mi cama. Preguntadle.
Guzmán le preguntó, aunque se tomó su
tiempo. Mientras, retuvo al boyero en el calabozo. Le había tomado manía y le
hacía ilusión joderle la vida durante unas horas.
Decía la verdad, desde antes del amanecer,
el albéitar estaba en la casa ayudando a parir a la burra mientras él andaba en
brazos del sueño como un bendito. Los gritos del padre les alertaron a todos.
Demostrada la inocencia del carretero,
prendió a otros vecinos. Los que vivían en las proximidades del río eran los más
idóneos para cargar con la culpa, puesto que la ocasión hace al delincuente.
Adivinar el móvil era lo más fácil. Seguro que la moza arremangó la saya para
no mojarse y enseño las carnes turbando a más de uno, porque la visión de un
tobillo femenino obnubila los pensamientos y desata los instintos. Si lo sabría
él. Mandó traerlos a su presencia, y tras torturarlos por su empecinamiento en
declararse inocentes, lo que les que acarreó secuelas para toda su vida, dio por concluida la investigación el día en
el que un par de frailes giróvagos
tuvieron la mala fortuna de pasar por la villa.
Le vino al pelo y a los vecinos también, que
cayeran por allí, aunque estuviera probado y comprobado que no tenían nada que
ver en el luctuoso asunto.
Llegaron cuatro días después.
Dio la casualidad que esa primera mañana de
primavera, el dueño de la taberna donde los alguaciles comían y bebían gratis,
vio pasar a un fraile minutos antes de que apareciera el cuerpo de la joven
estrangulada, por el único camino que conducía
a la puerta de la muralla que daba al arroyo.
Al
fraile lo vio regresando por el camino de la puerta del arroyo, así se lo había
explicado a Guzmán. Era uno solo, alto y con buen porte. No le vio la cara
porque se la ocultaba la capucha, pero le chocó que calzara medias y zapatos
picados de caballero y no las rústicas y desgastadas abarcas de cuero, que por
lo menos, los frailes del convento de la villa solían calzar. Se lo comentó a
Guzmán, pero este lo pasó por alto. Parecía un enigma que solo servía para complicar las cosas. El misterio
del fraile con zapatos.
Sin
embargo la tarde en la que arribaron los pobres peregrinos lo recordó de
pronto.
Ese día le pareció oportuno y absolutamente
aprovechable. Excusando los zapatos, porque los giróvagos iban casi descalzos,
el testimonio servía a la perfección. Hizo comparecer al tabernero.
__Si quieres que no volvamos por la taberna,
tienes que decir lo que yo te mande.
El tabernero no es que fuera tonto;
precisamente por eso, entendió la frase al revés:
__Si quieres que no salgamos de tu taberna,
no digas lo que yo te mande.
__Diré lo que vuestra merced me ordene.
__Muy bien. Me habías dicho que viste dos
frailes ¿no es eso?.
__No,vi solamente uno
__¿Qué?.
__¿Qué?.
El tabernero se dio un puñetazo en la
cabeza. Parecía que adivinara las intenciones del alguacil.
__Si, vi a dos, uno se acercó a mi puerta a
pedir algo de comer y el otro, el otro…__El pobre ventero carecía de imaginación
y mentía mal, en consecuencia.
__No hace falta precisar. Los viste ir en
dirección al arroyo y minutos más tarde los viste regresar ¿no es eso?.
__Si, sí señor.
__Muy bien, ya tenemos asesinos.
Así pues, descartado el coloso, contando los
padres y el boyero con coartada fiable, no habiendo podido demostrar la
implicación de ningún otro vecino, y no
teniendo ni remotísima idea de que había sucedido con la muchacha, prendió a los giróvagos y tras un juicio por llamarlo de algún modo,
donde primero se les torturó y luego se les leyó una versión de los hechos
elaborada a medida por el alguacil y el Alcalde Mayor que tenía el mismo o
parecido talante, se les declaró culpables, porque “habían confesado” y se les ahorcó en la plaza, para escarmiento
de futuros y por supuesto, foráneos, asesinos de mujeres.
Al dueño de la taberna le remordió un poco
la conciencia, porque no era mal hombre, solo estaba muy harto de los
alguaciles. Al final se consoló pensando que de todos modos acabarían muertos en cualquier camino.
__Que mas da antes que después…y así me
libro yo de éstos.
Resulta útil ser práctico en la vida.
A pesar de los ahorcamientos, nadie se creyó
que los infelices vagabundos fueran los culpables y continuaron mirándose con
recelo unos a otros y sobre todo a los alguaciles, por si alguno fuera el
asesino. Debo decir aquí, para no
confundir a vuestras mercedes, que ninguno de los tres lo fue. Simplemente
porque no se terció.
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