Acaba
de ocurrir ahora mismo. La vimos venir tal y como la había visto el resto del
mundo desaparecido antes que nosotros. Asomó por el horizonte y avanzó
implacable como un castigo divino, como la última de las plagas. Solo cabía
esperar a que ocurriera, ya no se podía hacer otra cosa. Yo me senté en mi
jardín mirando al último sol de espaldas a ella, que lo postrero que vieran mis
ojos fuera la luz, esa luz granate de las tardes de otoño, presagio de otro día
de sol, que ya no vendría.
De
pronto todo se volvió oscuro, y ya no sentí nada más. Ni dolor, ni frio, ni
siquiera miedo. Algunos de mis familiares y algún amigo también, habían
decidido quitarse la vida nada más la vieron aparecer, pero yo no, yo decidí
dejarme ir con ella, como la mayor parte
de la Humanidad que había desaparecido resignada a su suerte, bajo su manto de
oscuridad.
Ahora
mismo solo está la nada a mí alrededor. No veo, ni siento, ni huelo, ni percibo
ninguna cosa. Dentro de la oscuridad absoluta, creo que solamente funciona mi
cerebro, no se por cuánto tiempo. Siempre escuché que continua consciente un
tiempo, toda vez que el resto de tu cuerpo se va a donde quiera que lo haga;
tal vez sea eso y mi cerebro continua activo, mientras todo lo demás se ha ido
a no sé dónde. Y aunque aquel filósofo tan plasta dijera: pienso, luego soy, la
verdad es que por mucho que pienses si no puedes expresarte, no eres nada. Yo
ahora mismo no soy aunque pueda pensar, porque el pensamiento es como la
escritura: tiene razón de ser si se comparte; continúa en el otro o no sirve de
nada.
Supongo
que esto será pasajero, estaré un tiempo. No voy a estar una eternidad pensando
solamente. Si la sombra nos hace desaparecer ya es castigo suficiente. No es
necesario que nuestro cerebro continúe activo en la nada ¿para qué? ¿Con que
objeto?
Todo
comenzó no hace mucho. Comenzó en un lejano rincón de China. Otra vez China. Al
principio lo tomamos como un bulo, fake
news, cuentos chinos…Pero luego se vio que era cierto: Una extraña sombra
había llegado de no se sabía dónde y se extendía por el país haciéndolo
desaparecer. Todo quedaba oscuro, sin luz. Pero ¿y la gente? ¿Y las casas y los
ríos y los montes? Se pensó en la caída de un meteorito gigante en algún lugar
y que la nube negra fuera su consecuencia. También se pensó en la erupción
súbita de un volcán en el mar o en algún
punto de China o Rusia, porque la nube aunque parecía haber surgido en China ya
había cubierto Mongolia y una parte importante de Rusia e iba ganado anchura
según avanzaba. También se especuló con
que pudiera haber sido un experimento de Corea del Norte, porque apareció muy
cerca de la frontera de ese país con China.
Ya
conocemos el hermetismo de los chinos y de los rusos, y no digamos de los
coreanos. Pasó mucho tiempo antes de que supiéramos que la nube ya había
invadido la cuarta parte del país y continuaba su paso implacable, avanzando
hacia el oeste, o sea hacia Europa. También podía haber sucedido al revés y
dirigirse hacia el este, pero no, venía hacia nosotros. Más tarde se supo que
la sombra se expandía en todas direcciones aunque con un poco más de rapidez
hacia el oeste.
China
está muy lejos, nos dijimos para consolarnos, y esto es una nube de un meteorito o de una
explosión de algún experimento que estaban haciendo en secreto, los chinos o
los coreanos o los japoneses, vete tú a saber. La nube acabará en cuanto se
disipe, ahora es muy densa pero ya menguará. Sin embargo, hubo muchos que
predicaron el apocalipsis, como en otros contratiempos de alcance universal que
habían ocurrido en épocas anteriores. Fueron ellos los que, por una vez,
tuvieron razón.
Surgió
la histeria y la gente comenzó a escapar delante de la nube. Un éxodo de chinos
y rusos y ahora también hindúes espantados huía con lo puesto hacía otras
partes del país, lo mismo comenzaba a ocurrir en Australia, y supongo que en
mogollón de islas e islotes del Índico, pero era en vano: la sombra los
alcanzaba más pronto que tarde. Parecía, además, que se moviera más rápido,
como si la escapada la estimulara. Tanto fue así que el gobierno chino envió al
ejército a contener a la masa que trataba de huir. Al que le toque, se aguanta,
parecía ser la consigna, incluido el ejército, que era engullido por la sombra
junto con la gente que habían ido a contener.
¿Pero
que queda por detrás? Nos preguntábamos en occidente, y ¿Qué ocurre cuando se
disipa la nube? En ese tiempo, no se supo. Se prohibió el acceso al país a la
prensa extranjera. Los corresponsales que ya estaban fueron confinados en sus
casas, sin teléfono ni ordenador, vigilados por la policía, armada hasta los dientes.
En un momento dado se les sacó del país, en lo que se presentó como un intento
de salvar sus vidas. En principio eligieron quedarse en los países de al lado,
pero luego fueron viniendo delante de la nube, hasta que las naciones cerraron
fronteras y se quedaron atrapados donde les pilló. Daba igual pedir auxilio a
las embajadas, nadie podía hacer más de lo que se hacía, que era tratar de huir
delante de la nube.
Meses
más tarde, cuando casi toda China había desaparecido bajo la sombra, supimos
con extrañeza y horror, que tras ella sólo quedaba oscuridad y vacío. Que la
nube no se disipaba, no desaparecía y que dentro de ella, era imposible
percibir nada. Por lo visto, se habían internado en ella con luces potentes que
se perdían una vez dentro y nada más se sabía. Quienes entraban se esfumaban
sin dejar rastro. Se volatilizaban o lo que fuera que les pasara, pero se
interrumpía toda comunicación y nunca más regresaban. Los potentísimos radares que
llevaban consigo no indicaban dirección alguna, se quedaban mudos. Dentro de la
oscuridad, no había nada, o si lo había, no podía manifestarse hacia el
exterior.
Supimos que los gobiernos habían utilizado medios muy sofisticados para encontrar a la
gente, cientos de millones de ciudadanos que habían desaparecido, junto con sus
ciudades, sin obtener ningún resultado. Desde el aire era imposible porque la
nube traspasaba la atmosfera y se percibía desde el espacio como lo que era:
una sombra que, partiendo de China, iba
ocultando una gran parte de la tierra.
Pero
¿Qué era lo que formaba la nube? Con el desconcierto inicial, se pensó en
millones de millones de insectos casi microscópicos como una plaga de
langostas, elevada al infinito. Pero se terminó por demostrar que en la nube no
había ningún ser vivo. No era polvo de meteorito, ni de una erupción volcánica,
que no se había producido. No se hallaron trazas de gases ni partículas de
minerales. No era humo. Era una nube, solo una nube. Puro vapor de agua negra,
negrísima. Pocos días más tarde se llegó a la conclusión de que tampoco era una
nube. Era simplemente una sombra.
Fue
entonces cuando en occidente comenzamos a alarmarnos de verdad, y los
gobiernos, viendo lo que se nos venía encima comenzaron a tomar medidas
drásticas. La primera, poner a salvo a sus mandamases. Los primeros, el rey de
Inglaterra y la presidenta de los Estados Unidos, descendiente del expresidente Trump
de infausto recuerdo, que continuando la estirpe, en los años nefastos de la
última pandemia exterminó a casi toda Centroamérica en el desierto de Sonora
convertido en un crematorio al aire libre. De tal ancestro, que se iba a esperar.
Pero
¿a donde los podían evacuar? En principio más el oeste. A Hawái, para ganar
tiempo, mientras se piensa en cómo ponerlos a salvo en alguna estación espacial
de las que andan por ahí fuera. Cosa algo complicada, teniendo en cuenta la
edad de ambos y la falta de entrenamiento para viajar al espacio. Además ¿Qué harían
con ellos una vez que toda la tierra hubiera desaparecido? ¿A dónde volverían?
Había que ir improvisando a toda prisa. El resto de mandatarios, cada uno
tendría que ir pensando en su manera de huir, contando con la ayuda USA, o no,
según fuera su importancia para el vigía de occidente. El ruso, un hijo de
Putin, tenía un bunker o muchos, en muchos lugares diferentes. Se iría al de
más al este, a retaguardia de la sombra, que en esa dirección se movía más
despacio. El hebreo y el canadiense fueron invitados a unirse a la presidenta
americana para ponerse a salvo. El canadiense rehusó. Correré la suerte de mi
pueblo, dijo en un gesto inútil, porque no iba a quedar nadie para recordarlo.
Los
pueblos estaban, estábamos, condenados como siempre. Se nos dijo que
permaneciéramos con nuestras vidas como si no fuera a ocurrir nada. Porque si
la sombra continuaba avanzando huir hacia adelante, algo muy humano, no nos iba
a servir de nada. Solo nos quedaba rezar para que la sombra se disipara o
desapareciera igual que había surgido.
De
todos modos, la gente con dinero, pensó que huir de la sombra servía para ganar
tiempo. Te mueves hacia occidente y si la sombra tarda un año en llegar eso que
tienes de más. Por suerte, muchos paraísos fiscales estaban en el Caribe, y
Suiza y Liechtenstein y Luxemburgo y Gibraltar y las Islas del Canal, aun
estaban libres de sombra, así que hicieron alguna transferencia y se largaron a
tomar el sol, mientras el resto del mundo se convertía en nada. Tan grande fue
el éxodo que los países de América tuvieron que cerrar fronteras drásticamente.
Aunque les pagaran el oro y el moro ¿de qué serviría el dinero sin futuro? No
obstante, algunos pensaron que, a lo mejor, la sombra no traspasaba los océanos,
algo que estaba haciendo en el Indico, pero el Indico era otro tipo de océano,
mas light, con el Atlántico o con el Pacífico, no iba a poder, y continuaron
acogiendo a los millonarios del éxodo a cambio de cuantiosas sumas que se
apresuraban a gastar en múltiples excentricidades, por si acaso. Porque, en el
fondo sabían que todo iba a ser muy efímero. Más adelante se vio que la sombra
avanzaba algo más despacio sobre los océanos, pero avanzaba, no se detenía.
Pero
¿Qué era aquella extraña sombra? ¿De dónde había salido? ¿Cómo se había formado?
Y lo más importante ¿Por qué absorbía todo a su paso y lo hacía desaparecer?
Continuará...
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