Érase una vez en Almería, historia real


 




Tendría yo veinte añitos, más o menos y el más de cuarenta, aunque a mí, con la mentalidad de la época,  me parecía viejísimo.

Habíamos ido a Almeria, dos amigas y yo, a la jura de bandera del hermano de una de ellas que estaba haciendo la mili en un sitio llamado San Viator, en medio del desierto.

  –Yo no dejo a mi hermano solo ese día, tenéis que venir conmigo.

Se apuntó Irene, no le importa que revele el nombre, y me estuvo dando la turra durante semanas, para que me añadiera yo, que accedí con la condición de no tener que ir a la susodicha jura, porque siempre he tenido alergia a los uniformes y a toda la parafernalia que los rodea. Llegadas a un acuerdo, allá que nos fuimos.

La hermana mayor de Irene y su marido, nos acercaron en coche a Madrid  y desde allí tomamos avión a Almería cuyo aeropuerto se llamaba entonces “de Almería” y ahora se llama “Antonio de Torres”, que no tengo el gusto. Íbamos a estar cinco días, con fin de semana a la vuelta en Madrid, que para mi iba a ser lo mejor.

Durante el vuelo desde Madrid, yo viajé sentada al lado de un cincuentón, viejo para mí, que dijo ser catedrático de Historia y que, por como se manifestaba, odiaba a Almanzor, o Al Mansur, llamado el victorioso.

-¿La Alcazaba de Almería? Fea, feísima como todo lo que hizo Almanzor. No pierdas tiempo en ir a verla...

La sobrevolamos antes de tomar tierra, y bueno, tampoco me pareció tan fea...

-No pierdas tiempo en visitar nada que hubiera hecho ese elemento funesto para la historia de este país.

Pues vale.

 


Nos alojamos en el Gran Hotel Almería, no se esfuerzan mucho en los nombres, de cuatro estrellas. En ese momento en la ciudad no había hoteles de cinco estrellas. Esto lo hago notar por lo que viene después. Si los hubiera habido, no estaría contando esto.

Llegamos por la tarde, la jura era pasado mañana, mi amiga llamó a su hermano, lo saludamos, nos cambiamos y salimos a dar una vuelta. Cuando regresamos, por el hall del hotel circulaba un tropel de gente variopinta y agitada, que se abalanzaba sobre los ascensores como buitres. Parecían del cine, por las pintas.

-Están rodando en el desierto de Tabernas una peli del oeste, un spaguetti western,- nos informó el chico de recepción, que no sabía donde quedaba Asturias y nos llamaba “las vascas”.

Esa tarde noche se había levantado viento de levante y resultaba bastante desagradable andar por la calle, así que decidimos cenar en el hotel y mañana ya se vería.

El comedor estaba mediado de gente, la mayoría extranjeros supusimos que del rodaje. En aquel tiempo aun no existía el turismo de masas que vino poco después. Tras la cena, nos fuimos a tomar algo a la “boite” del hotel donde en ese momento sonaba música de jazz. No nos interesaba mayormente el jazz, pero era muy temprano para irse a dormir.

Nos fuimos a donde vimos una mesa libre. Yo con mi despiste característico, no vi a nadie que me llamara la atención, es más, no vi a nadie. Como si estuviera sola. Tras un rato, alguien me tocó en el brazo y un tío mayor, o sea, de mas de cuarenta, medio rubio, con barba, un poco hortera para mi gusto, me preguntó: ¿Do you like jazz? Me encogí de hombros, porque tampoco tenía opinión sobre el jazz en ese momento.

Pensará que soy tonta, me dije, aunque tampoco me importaba mucho. Tras terminar el concierto pusieron música de baile, nos levantamos a bailar y ellos detrás. Eran cuatro. El guapo, el feo, el regular, y otro que hablaba italiano y no callaba. Hablaba como una cotorra.

El feo, para las demás, era el más atractivo para mi y era, nada más y nada menos, que Lee Van Cleef un gran actor y gran pintor, mucho más allá de sus personajes de malo en películas del oeste. Pero a mí me cayó en suerte, el alto de la barba, o sea, Clint Eastwood, al que no tenía el gusto de conocer en ese momento. Los otros dos no sé quiénes eran.



Bailamos y seguimos bailando...Yo andaba ya un poco molesta con el yanqui alto, que se había convertido en mi sombra. Al fin, cuando cerraron la boite, me acompañó hasta mi habitación. Ellos, los del cine, tenían para ellos solos toda la última planta del hotel. Nosotras estábamos en el segundo piso.

¿Dónde va este tío? Pensaba yo en el ascensor, supongo que continuará para su suite. Pero no, él también se quedó en mi planta. Cuando llegamos a mi puerta, le dije.

-Thank you, Clint. See you tomorrow...- por decir algo, porque no se me ocurrió otra cosa. No tenía intención alguna de volver a verlo.

Irene ya estaba en la habitación y de la otra amiga hacía ya rato que no se sabía nada. Os recuerdo que yo tenía veinte años, que creo eran diecinueve,  de los de entonces. Ahora lo cuento con mucho aplomo, pero me temblaban las piernas.

-Okey- me contestó, a la vez que me cogía por la cintura y me plantaba un beso en los labios.

Creo que me puse colorada como un ababol de la pradera, y no me desmayé porque no soy propensa a los desmayos. Entré y cerré la puerta en sus narices. Ya le había dicho adiós previamente.

Con los años, cuando las amigas recordamos aquello, pensamos que se habría descojonado en el ascensor de camino a su suite. Pero es lo mismo. En aquel momento una era como era, en aquel momento... y le tenía miedo a aquel tío tan alto y tan americano. A saber que me podía hacer...

Si, si, reíros todo lo que os de la gana.

-Se ha comportado como un caballero- dijo la otra amiga cuando llegó y se lo contamos.

-¿Como un caballero? ¿Que se supone que tenía que hacer, violarme en el pasillo? Por cierto, tu de donde vienes.

-Si, visto lo visto, a ti te lo voy a decir.

A la tarde siguiente, cuando regresé al hotel tras un día de playa, tenía en recepción un ramo de rosas espectacular, con una invitación para cenar del señor Eastwood.

No fui. Me excusé como pude. Creo que dije que había pillado una insolación. El llamó para interesarse y mi segunda amiga, de la que no digo nombre, porque ya no está entre los vivos, se entendió con el. Tenía mucho desparpajo y se echaba las manos a la cabeza de que no quisiera ir.

-Una oportunidad así no la vuelves a tener en la vida.

Tanto me atosigó, mi amiga digo, que terminé por echarme a llorar. Irene me daba la razón.

-¿Que va a hacer con este tío?

Si, que si, que os podéis reír todo lo que queráis.

Al día siguiente me fui a la jura, pese a haber puesto como condición para el viaje no ir, y cuando regresamos el cine ya se había ido. Yo, ya sabía que se iban ese día, a Dios gracias.

Mr. Eastwood me había dejado una nota, que conservo, en la que decía:

Dear María, As you know the shooting is over here. I loved meeting you. I hope that our paths will cross again.

Sincerely

 Y su firma.

Nunca me he arrepentido de aquello. Con el tiempo le he admirado como director, como actor me gusta menos, y como personaje no me gusta nada en absoluto. Republicano, votante de Trump, defensor de las armas de fuego, machista...que ha tratado a sus mujeres bastante mal, etc. etc.

Hoy en día, conociendo al personaje, tampoco me hubiera acostado con él.





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