Los crímenes de las cuatro estaciones


 El crimen del otoño, primera


Se pusieron en marcha muy temprano, en el carruaje de don Nuño. Este y  Josefo dentro de la litera y Cirilo y Jacinto a lomos de las mulas delantera y trasera. Josefo nunca había visto una litera tan bonita como la del marqués. Era de encerado verde con las varas de madera oscura y brillante como el empedrado tras el chaparrón. El interior forrado de damasco igualmente verde tenía dos asientos con guarniciones y en cada vidriera  cortinas de la misma tela y el mismo color que el forrado. Así ya se puede viajar, pensó Josefo antes de probarla. Más tarde cambiaría de opinión.
   El día había despuntado tan radiante como la litera. Se notaba que el sol se había levantado trabajador esa mañana y había atizado el fuego a conciencia hasta el punto de casi  derretir a los planetas o por lo menos a este en el que moramos, porque alguien nos ha puesto aquí no porque nosotros lo hayamos decidido. Un día se le irá la mano y  nos freirá en nuestro propio jugo, pensaba Josefo que como buen norteño no estaba acostumbrado a estos excesos calóricos. Cuando tras una hora larga llegaron a la frontera, la temperatura era ya de auténtica injusticia.
   La  frontera con España  no existía como tal. Sin embargo al extremo del angosto paso entre montañas, había un puesto fronterizo hispatano con un funcionario mas cuatro soldados en una especie de fortín de piedra construido en tierra de nadie, y  una culebrina cuyo largo cañón asomaba por encima del muro, con un negro agujero siniestro y profundo como fauces de  dragón, capaz de succionarte la cabeza si tienes valor de  acercarte a mirar. La cureña tenía dos grandes ruedas para facilitar el transporte, por si había que salir corriendo detrás de algún invasor o de algún comerciante que tuviera la ocurrencia de negarse a  pagar la alcábala.
   En Hispatania las dos ciudades que había carecían de alhorís y los impuestos se cobraban en las fronteras con las dos naciones ibéricas. Era lo más práctico dada la corta extensión del país. Dos soldados inspeccionaban el género y efectuaban el recuento o el pesaje, mientras los otros dos montaban guardia al lado del cañón. El oficial anotaba fecha, nombre, dirección, procedencia, destino, volumen  y precio de la mercancía si la hubiere, echaba cuentas y cobraba. El cinco por ciento del valor de la mercadería y un tanto fijo por persona y animal. Al lado de cada nombre ponía una anotación: comerciante o viajero Así de sencillo. Casi nunca hubo problemas.
   Del lado español no había nadie. Era lo más sensato ¿para que se necesitaban guardias ni cañones en la frontera con un país de 5500 habitantes? Podría ser peor el remedio que la enfermedad. Si a los hispatanos les diera la ventolera de invadir España, serían  neutralizados por los ejércitos imperiales en un santiamén. Tampoco había peligro de invasión portuguesa a través de Hispatania, porque España y Portugal se fundían ahora en una sola corona sobre la dorada cabeza de Felipe II. Dos guarniciones vecinas,  teniendo poco o nada de qué hablar, puesto que todo lo que tendrían para decirse les llevaría unas horas el primer día, podían terminar por odiarse y acabar enfrentadas por cualquier nimiedad, cayendo en la tentación de utilizar la culebrina respectiva para dirimir sus disputas dando origen con su incuria  a un conflicto internacional, que era mejor evitar del modo que estamos comprobando: por omisión de puesto de guardia en la frontera del lado español.
Y ahora paz y después, gloria.

El camino que seguían nuestros viajeros tenía en la parte hispatana  buen firme y era cómodo a pesar de la angostura, del lado español, no  tanto. Abandonaron poco después de la frontera, el camino real y tomaron uno secundario de tierra, casi llano, que discurría paralelo al río por lo que se notaba y agradecía el frescor. Después de un buen rato de agradable viaje llegaron a la pequeña villa. Josefo estaba bastante mareado con el balanceo de la litera, el desayuno se le había puesto en el gaznate y tenía más ganas de vomitar que de iniciar una investigación. No lo hizo porque le daba pena desperdiciar de ese modo el chocolate y los pastelillos de la cocina del marqués. Tenía que reconocer que en la casa de don Nuño se comía bien.
   Se dirigieron a la taberna más grande de todas las que había y se aposentaron en el patio a la sombra de una parra lujuriosa que se exhibía sin ningún pudor a lo largo de la empalizada, dejando colgar tentadora sobre los parroquianos sus racimos de incipientes uvas, verdes y redondas, como pechos de zagala  impúdica y desvergonzada. Mientras les servían el vino, don Nuño charló animadamente con el ventero muy contento de recibir en su negocio gente principal.
   El marqués no se andaba con rodeos y fue directo al grano, con el pasmo del asturiano que aún no hablaba para no arrojar el desayuno por la boca.
   __Aquí mi amigo es escritor y anda documentándose sobre crímenes reales sucedidos en los pueblos y villas. Nos gustaría saber si ha habido aquí algún asesinato, sobre todo de mujeres, el invierno pasado.
   __¿Por qué en el invierno?__ El ventero respondía preguntando. Era una manía.
   Buena cuestión le pareció a Josefo, que miró a don Nuño a ver cómo salía del lance.
   __Porque la gente asesina de modo diferente según la estación ¿No lo sabía vuestra merced?
   El ventero negó con la cabeza.
   __Pues sí. Y ya tenemos noticias sobre crímenes primaverales y veraniegos. Nos faltan otoñales e invernales. ¿Ha muerto por desventura alguna mujer el pasado invierno?
   __¿Asesinada?
   __Naturalmente.
   __¿Y en invierno?
   __Si.
   __Pues no.
   Josefo volvió a mirar al marqués. Este no se daba por vencido. Iba a preguntar de otro modo cuando…
   __Pero si hubo un crimen en otoño__ dijo el ventero levantando el dedo índice hasta la frente__ Precisamente el día que comenzaba la estación. La sobrina del cura. Murió estrangulada. ¿Le sirve?
   A don Nuño se le alegró la mirada como solía antaño cuando veía una dama que le gustaba. Primero se alegraba la vista y acto seguido otras partes del cuerpo. Eran otros tiempos.
   __Claro. Siéntese con nosotros y cuéntelo todo.
   __Hay poco que contar__ dijo el ventero permaneciendo de pie y rascando la cabeza__ No cogieron al culpable, aunque la gente sospecha del sacristán que parece ser que la pretendía, pero ella no le echaba cuenta. Era muy religiosa. Dicen que iba para monja. Estuvo detenido, pero no encontraron pruebas suficientes contra él.
   __Salvó, que no estaba aquí Guzmán__ apuntó Josefo, que ya podía hablar.
   __No entiendo lo que me dice vuesa merced.
   __No se preocupe son cosas nuestras. Continúe, continúe por favor.
   __¿Nadie vio nada raro esa tarde. Algún hombre rondando por el lugar, alguien que no debería haber estado?—inquirió Josefo.
   __No.
   __¿Conoce vuestra merced a don Antero Marcos, el médico? En esa época estaba aquí según tengo entendido.
   __Si lo conozco.
   Don Nuño arqueó la ceja izquierda, mirando a Josefo.
   __Pero en esa época ya no estaba. Antes de irse para Hispatania, pasó un tiempo en Burgos con su familia. De aquí se fue para el norte. Partió a finales de agosto. No volvió por este lugar. Ya no le vimos más.
   Don Nuño arrugó el entrecejo visiblemente contrariado.
   __¿Hay frailes por aquí?__ preguntó de nuevo Josefo, que se había ido animando.
   __Hay un convento hospitalario entre el pueblo vecino y éste, pero apenas hay distancia está aquí mismo, al lado.
   __¿Vieron ese día algún benedictino por casualidad?
   __¿Quiere decir el día del crimen?
   Josefo asintió. El ventero hizo una larga pausa, tratando de recordar, mientras dibujaba palotes con el pie sobre la tierra.
   __No. No que yo recuerde.
   El escritor miró al marqués. Este se encogió de hombros.
   El buen hombre se quedó mirando a sus adinerados clientes, esperando la comanda, cuando de pronto recordó algo.
   __Pero…unos cuantos días antes pasó por aquí el boticario de San Vicente de Salamanca. La mula  se encabritó y lo tiró al suelo. Venía todo mojado el pobre. Se sentó al lado del fogón para secarse y calentarse un poco, antes de seguir viaje. Le dimos un buen tazón de caldo de verduras. Son buena gente los frailes y serviciales; todo el mundo les aprecia.
   __¿Que calzaba?
   __Abarcas de cuero, como todos ¿ qué otra cosa iba a calzar?__ respondió convencido__ Se las quitó y las dejó secar junto al fuego mientras tomaba el caldo que migó con una buena hogaza. Traía hambre el buen monje. Por cierto. ¿Preparo algo de comer a vuesas mercedes?
   __Si__dijo don Nuño__ tráiganos de comer, por lo menos sacaremos algo en limpio. No es nuestro fraile__ le dijo a Josefo.
   __Para comer puedo ofrecerles, cecina, ensalada de la huerta y carnero verde. De postre tengo naterones y por supuesto fruta variada también de la huerta.
   __Tráiganos de todo para los cuatro. Y unas jarras de vino.
   __¿Que es el carnero verde?__ preguntó Josefo, cuando el mesonero se fue a encargar la comida.
   __Pues que va a ser: carnero.
   Don Nuño resultaba áspero y cortante las más de las veces. Hoy sin embargo rectificó de buen grado para instruir a su nuevo amigo norteño que no tenía porqué conocer la gastronomía de lugares tan lejanos a los suyos y que además se había prestado de buen grado a ayudarle en la investigación.
   __Veréis, es carnero cortado en trozos, con mucho ajo, perejil, tocino y creo que le añaden pan mojado desleído con yemas de huevo y especias. Aquí lo acompañan con abundantes verduras puesto que tienen huertos. Le gustará. También la cecina es de calidad.
   El ventero regresó a poner el servicio y miró a Josefo con curiosidad.
__Así que el señor es escritor. Por aquí vino alguna vez un tal Lope de Vega, un poeta madrileño Se dedicaba a seguir a una actriz por todas partes. El día que estuvo aquí por última vez ella le había comunicado que se casaba con otro. Venía hecho polvo el hombre. No tuvo fuerzas para seguir a la compañía hasta Hispatania.
   A Josefo le interesó la historia del tal Lope, del que conocía alguna obra de teatro y más de una poesía, porque era semejante a su asunto con la actriz por el cual había tenido que huir a toda prisa de su tierra asturiana, aunque ella no iba a casarse, el problema devino porque ya lo estaba, como sabemos.
   __¿Era la compañía de Jerónimo Velázquez?__ preguntó el marqués.
   __Esa misma, si señor. Como le digo se detuvieron aquí de camino a Madisboa. Ella…__pensó un momento__ Elena, si Elena, era una mujer hermosísima. Yo nunca vi otra de igual belleza, ni creo que la vuelva a ver…__dijo rascándose la cabeza con resignación__El se quedó aquí. Apenas comió ni durmió. Luego se puso e escribir y me dejó unos versos, para pagarme la posada. No tenía dinero el pobre. Yo no le hubiera cobrado de todos modos, aunque no sé leer. Siempre que viene por aquí alguien principal le pido que me los lean ¿Quieren verlos vuesas mercedes?

   __Por supuesto__dijeron a dúo Josefo y el marqués.


Continuará...

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