Los crímenes de las cuatro estaciones

A estas alturas del relato supongo que ya sabréis quien es el asesino, o por lo menos, tendréis una idea bastante aproximada. Por eso, haremos un alto para insertar en este punto la batalla de Lepanto, muy resumida, que en la novela lo está en la biografía del marqués, quien regresó de la batalla mal herido y mutilado, quedando por ello disminuida para siempre,  su capacidad amatoria que tanta fama y a la vez tantos problemas le había acarreado en el pasado, que se relatan en la novela pero que aquí hemos suprimido para no extendernos tanto…
En el siguiente capítulo escucharemos la confesión del conde del Páramo donde se desvela por completo la identidad del asesino

La gloria de Lepanto




Como supongo conocen de sobra vuestras mercedes-por ello no pienso extenderme- los turcos y los corsarios berberiscos incursionaban a su antojo por Europa y el Mediterráneo, en aquellos años de conquistas y expansiones, atacando y sitiando reinos y costas hasta que en 1529, los jenízaros fueron, al fin, detenidos a las puertas mismas de Viena, tras invadir media Europa del este. En los tiempos del sultán Solimán, la política de la Sublime Puerta tuvo como objetivo Italia, por lo cual más temprano que tarde iba a tropezar con los intereses españoles. En 1565 Solimán ataca Malta un lugar clave para controlar el paso por los estrechos del Mediterráneo Central y una plataforma excelente para campañas sobre Italia. En 1566 sube al trono de la Sublime Puerta el sultán Selim quien alienta la guerra santa con argumentos panislamistas parecidos a los contrarreformistas de Felipe II. Se veía venir el enfrentamiento más o menos pronto. A mayor abundamiento, Selim ayuda a Dragut, bey de Argel, en sus incursiones contra Túnez y La Goleta y a la vez prepara una ofensiva contra los puntos clave del comercio europeo en Oriente.
   En 1570 los turcos toman Chipre, clave de los intereses económicos de Venecia y el Papa convoca con urgencia una unión de escuadras cristianas que resulta un fracaso del que los jefes se culpan mutuamente. La armada  turca es considerada invencible por los cristianos desde entonces.
   Ante esta imparable expansión, en febrero de 1571 un pacto entre Venecia, la orden de Malta, el papa Pío V y España, da origen a la Liga Santa por un periodo de validez de tres años, con generalísimo español como no podía ser de otro modo y un capitán general por cada nación firmante.
   Se elige Mesina como puerto de reunión. Los primeros en llegar son los venecianos con cuarenta y ocho galeras y cinco galeazas. Más adelante se añaden unidades hasta completar ciento seis galeras, seis galeazas, dos naves y veinte fragatas. Poco después arriba la  flota del papa con doce  galeras. De Barcelona parten Juan de Austria y Sancho de Leiva con noventa galeras, veinticuatro naves y cincuenta fragatas y bergantines. Recogen en La Spezia tropas alemanas e italianas, llegando a Nápoles el nueve de agosto y a Mesina el veintitrés.
Galeaza

   Hasta Mesina se desplazó monseñor Odescalco portador de las indulgencias que el papa concedía a todos los embarcados junto con un relicario que contenía restos de la Vera Cruz a repartir entre los capitanes de la armada. La Liga recibió como insignia un estandarte azul, diseñado por Pio V, decorado con Cristo crucificado y la Virgen de Guadalupe más los escudos de España, el Papa y Venecia. La flota turca recibió como insignia un estandarte de seda verde elaborado en La Meca, adornado con la Media Luna y versículos del Corán.
   La flota partió el tres de octubre e hizo escala en la isla de Cefalonia donde hallaron un bergantín veneciano que informó que Famagusta en Chipre, se había rendido dos meses atrás. Los turcos habían hecho esclavos a los soldados, ejecutando a los oficiales, mientras que el comandante de la plaza, Marco Antonio Bragadino, había sido desollado vivo a fin de rellenar su piel de paja para ser colgada del palo mayor en la nave insignia turca. Consternados por las noticias, sobre todo Veniero el almirante veneciano amigo personal de Bragadino, se hacen a la mar de nuevo para arribar a Petala el sábado día seis de octubre.
Galera

   Álvaro de Bazán aconsejó presentar combate al día siguiente frente a Lepanto. Esta maniobra permitió cerrar el golfo y dio tiempo para una perfecta colocación de la armada.
  Don Juan de Austria, hermano de padre del rey Felipe, el segundo, y almirante de la Liga, con Luis de Requesens como consejero, constituyó una escuadra central en la que formaban sesenta galeras, flanqueadas por otras escuadras menores. A bordo iban cuatro tercios españoles: Lope de Figueroa, donde servía Guzmán Ibáñez, el alguacil de nuestra historia, Pedro de Padilla, Diego Enríquez y Miguel de Moncada. La infantería italiana era también de gran calidad. Sin embargo la veneciana provocaba en el almirante cierta desconfianza- las naves eran viejas y estaban descuidadas y la tropa era poco disciplinada- por ello don Juan repartió cuatro mil de los mejores soldados en las galeras de la Señoría y las hizo navegar mezcladas con las de España.
Fragata

  En el ala derecha de la formación se situó la escuadra de Gian Andrea Doria, en el ala izquierda Agostino Barbarigo y en el centro el mismo don Juan de Austria a bordo de La Real flanqueado por las capitanas de Venecia y del Papa y las galeras de los príncipes de Parma y de Urbino. Don Álvaro de Bazán, en una de cuyas galeras navegaba don Nuño de las Asturias con su compañía, tenía la misión de maniobrar con su escuadra de refuerzo hacia el sitio más débil, confiando a su experiencia el modo de mejor llevarlo a práctica. Las imponentes galeazas pasaban adelante para formar la línea de vanguardia. Al alba del día siete de octubre de 1571, la flota cristiana con doscientas treinta y una galeras se hallaba situada en la entrada del golfo de Patrás, impidiendo la salida a mar abierto.
   Al poco la flota turca, navegando con el viento a favor, fue divisada por los serviolas dirigiéndose a Lepanto. Ali  Pachá estaba al mando de doscientas sesenta galeras más las naves del corsario argelino Uluch Alí, antiguo fraile franciscano.  El despliegue de la armada turca era similar al de la Liga, con tres escuadras mas una de reserva. Del mando se encargaron, en el ala derecha, el virrey de Alejandría conocido por los cristianos como  Mehemet Sirocco, lo que le haría enfrentarse a Barbarigo. En el centro Ali Pachá, aconsejado por Mohamed Bey, a bordo de la nave capitana, La Sultana, y en el ala izquierda Uluch Ali, el renegado, con una dotación mayoritaria de corsarios berberiscos. La flota turca era superior a la cristiana, sin embargo la escuadra de reserva de Murat Dragut, sólo contaba con ocho galeras.
Nave, nao o carraca. Buque de carga, de vela redonda, muy
utilizado en los grandes descubrimientos. La Santa María
de Colón era una nao.

   A las siete de la mañana las dos escuadras se divisan. Un cañonazo turco desde La Sultana de Ali Pachá pide batalla que es aceptada por medio de otro cañonazo desde La Real de don Juan de Austria. Este comprueba el orden del ala derecha mientras Requesens hace lo mismo en la opuesta. Don Juan arengó a los venecianos comandados, la parte más débil de la flota, diciendo: Hoy es el día de vengar afrentas; en las manos tenéis el remedio a vuestros males. Por lo tanto menead con brío y cólera las espadas.  Luego se dirigió a los españoles con estas palabras: Hijos, a morir hemos venido o a vencer si el cielo lo dispone. No deis ocasión para que el enemigo os pregunte con arrogancia impía ¿Dónde está vuestro Dios? Pelead en su santo nombre, porque muertos o victoriosos, habréis de alcanzar la inmortalidad.
    En el otro bando, Ali Pacha se dirige de este modo a los cautivos cristianos: Si hoy es vuestro día, Dios os lo de, pero estad ciertos que si gano la jornada, os daré la  libertad. Por lo tanto, haced lo que debéis a las obras que de mi habéis recibido
   En el lado cristiano Barbarigo, al mando del flanco izquierdo, recibe órdenes de pegarse a la costa, para evitar que las galeras turcas le sobrepasen y efectúen una maniobra envolvente. El centro de la formación se coloca de inmediato a su lado, pero el cuerpo derecho comandado por Andrea Doria, tarda en incorporarse dejando un espacio libre entre el centro y el ala derecha.
   Don Juan envía a las galeazas una milla por delante. Allí esperan casi inmóviles a la flota turca. Los remeros cristianos describen a Ali Pachá las características de aquellas fortalezas flotantes. El almirante turco ordena aumentar la boga para pasar de largo cuanto antes, pero las galeazas logran hundir dos galeras, dañando muchas otras y desbaratando la formación que no logró recomponerse, dado que algunas naves comenzaron a hacer ciaboga. Al obedecer la orden de acelerar la boga, fustigando con los rebenques a los galeotes, el cuerno derecho de la media luna que formaba la escuadra,  se adelantó sobre el resto de la formación y entabló combate con el cuerpo izquierdo cristiano, logrando algunas galeras pasar entre las fuerzas de Barbarigo y la costa, mientras la capitana es atacada por varias galeras turcas, muriendo Barbarigo en pleno combate de un flechazo en un ojo. Cuando su nave está a punto de ser apresada, el resto de galeras acude en su auxilio, logrando que los turcos se retiren. Varias naves turcas varan en la costa y sus tripulaciones huyen por tierra.
   En el centro, la Sultana de Ali Pachá embiste proa con proa a la Real de don Juan de Austria. El choque es tan brutal que el largo espolón de la nave turca penetra hasta el cuarto banco de la cristiana, pero al embicar con el golpe, recibe en cubierta todo el fuego de artillería y fusilería de la Real, lo que produce un estrago terrible, pues a la segunda descarga no quedaba ni un alma turca sobre la crujía de la nao capitana. Ambas galeras se habían unido en un abrazo mortal que sólo podía terminar con la victoria o la derrota de una de ellas. La Sultana contaba con el apoyo de la galeras de Hodja y de Mohamed Bey, más otras siete y dos galeotas. Los jenízaros abordaban la Sultana por la popa y se unían al combate. La Real tenía trescientos soldados de los tercios a bordo quienes vaciaron sus arcabuces y saltaron a la capitana turca desde su cubierta más elevada, al tiempo que otros marineros les cubrían  con su fuego desde la arrumbada. La Real debería estar flanqueada por Requesens y Juan Bautista Cortés mas las capitanas de Veniero y Colonna, pero estas se habían enzarzado con otras turcas y solo podían ofrecer un fuego parcial de apoyo a la capitana cristiana. El  viejo almirante veneciano tenía un marinero recargándole arcabuces para disparar constantemente. Deseaba vengar la atroz muerte de su amigo Bragadino lo mejor que pudiera.
   Por fin Colonna, Veniero, el duque de Parma y Urbino se ponen al costado de la de don Juan formando una piña de galeras turcas y cristianas en las que se lucha cuerpo a cuerpo con una saña infinita. Álvaro de Bazán interviene cortando el paso al resto de galeras turcas y enviando doscientos hombres de apoyo a la Real.  En el fragor del combate un galeote español corta la cabeza de Ali Pacha, herido en cubierta, con su hacha  de abordaje y otro se la presenta a don Juan ensartada en una pica. Cuando el pabellón español es izado en el palo mayor de la Sultana, comienza la desbandada en el lado turco.
   Mientras esto sucede entre las naves capitanas, en el ala izquierda Uluch Ali, el antiguo fraile franciscano, ahora corsario como ya conocen vuestras mercedes, observa un hueco entre el centro y el flanco izquierdo cristiano y hace ademán de apartarse del centro turco para que Andrea Doria pique y le siga, haciendo más grande la brecha. Doria cae en la trampa y una vez que Ali considera que el hueco logrado es suficiente se lanza contra el costado derecho del centro cristiano, causando estragos a la capitana de Malta, a diez galeras venecianas, a dos del papa y a otra de Saboya. Acude Juan de Cardona con ocho galeras, pero es Álvaro de Bazán con la escuadra de reserva quien consigue detener el ímpetu del ataque turco que a punto estuvo de cambiar la suerte del combate. Uluch Ali al observar que todo el centro se dirige a atacarle y que las galeras de Doria están a punto de regresar, corta los remolques de las naves que había apresado y huye con dieciséis galeras.
   A esas alturas el caos es total. El combate se generaliza sin orden ni concierto y las galeras se persiguen y se confunden dándose el caso de naves turcas defendidas por españoles y corsarios berberiscos navegando con pabellón de Malta. Hay en la mar tantos muertos que las naves parecen haber encallado entre cadáveres. Se lucha sin tregua hasta el anochecer.  Cuando don Juan, herido en un pie, da la orden de refugiarse en Petala ante la llegada inminente de una tormenta, la galera donde combatía don Nuño pone rumbo a puerto, como el resto. Por el camino se cruzan con naves turcas rezagadas en las que no se ve un alma. Son como fantasmas a los que el viento compasivo empuja fuera del golfo rumbo a casa. A trechos se cruzan con  alguna galera cristiana que parece perseguirles, pero en la que navegan corsarios berberiscos tendidos sobre la crujía, moribundos. Los cristianos, que han ganado la batalla y se dirigen a puerto, no tienen mejor aspecto y los heridos en sus naves van desparramados también por donde buenamente pueden. Unos y otros se contemplan pasar en silencio y sin parpadear. No tienen fuerzas ni para mover los ojos. Es en el preciso momento en el que una galera de la Señoría se pone a babor de su nave, cuando el capitán, con dos heridas muy feas en una pierna y con un flechazo en el brazo izquierdo, recostado sobre el castillo de proa y ofreciendo un blanco tentador, recibe el fatídico disparo. Hubo quien afirmó que se trató de un tirador jenízaro revuelto entre los cristianos que fue descubierto, precisamente por un hispatano, y partido casi por la mitad de un mandoble por otro, que arrojó su cadáver al mar.

Esto se dijo, mas nadie lo vio. Lo cierto fue que la hegemonía de don Nuño en las alcobas del pequeño reino se perdió en Petala como la  del turco sobre el Mare Nostrum y que desde entonces don Felipe, el segundo, rey de España y Portugal y don Juan de Hispatania reinaron en sus dominios, que no eran los mismos, sin rival.


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