Lo lamento, pero hoy no toca la confesión del
conde. Se me había olvidado (ya conocéis mi poca cabeza), la venganza de Almanso. Recordareis que
Guzmán, el alguacil, ya conocía al marqués, sus destinos se habían cruzado
hacía años y no en Lepanto precisamente, y recordareis también que en sus años
de salteador en Madrid asesinó a un muchacho que acompañaba a don Nuño, siendo
perseguido por un gigante que casi lo mata…El gigante era el alférez de don
Nuño y el muchacho asesinado su hijo y ahora ha llegado el momento de hacer
justicia…
La
venganza, primera
Tras enterrar en su pueblo
natal al desafortunado muchacho, Almanso
Vivar, pese a sus graves problemas de salud, regresó a Madrid con la intención
de averiguar la filiación del otro asaltante de aquella desgraciada noche.
Aunque del asesino ya diera él cumplida cuenta, necesitaba conocer la identidad
y la suerte del otro, al que había malherido y que esperaba hubiera pasado a
peor vida, si cabe. Por si acaso hubiera tenido suerte, aquí estaba él
dispuesto a regalarle el viaje al más allá del mismo modo altruista que ellos
habían empleado con su único hijo.
No sería demasiado difícil encontrarle dado el carácter de las heridas
(un puñal en el ojo y casi un brazo colgando) aunque estaba seguro de que el
forajido no habría acudido a ningún hospital ni a ningún galeno, digamos legal,
por la cuenta que le traía; pero el tenia contactos en los bajos fondos-había
mucha gente de los tercios- y se enteraría de la identidad más temprano que
tarde, aunque se escondiera bajo tierra.
Sin embargo antes de que consiguiera averiguar nada interesante llegaron
sus parientes a buscarle con suma urgencia, puesto que su mujer parecía haber
perdido el juicio y no quería separarse de la tumba donde yacía el muchacho,
agarrándose como una liendre a la cruz cuando pretendían llevarla a casa a
pasar la noche, tras permanecer el día entero sin comer ni beber, haciendo
compañía al hijo al lado de la fosa.
En una ocasión unos cuadrilleros de
la Santa Hermandad vigilaban cerca del
Camposanto porque habían recibido un soplo de que un bandido de los
alrededores que asaltaba viajeros en la ruta de la plata, guardaba el botín en
una sepultura. Uno de ellos creyó ver movimiento dentro del cementerio bien
entrada ya la noche y mosquete en ristre avanzó medio agazapado entre las cruces hasta distinguir una negra
figura abrazada a la losa de piedra que cubría una tumba, el hombre se acercó
con todo sigilo a fin de hallar el sitio idóneo para no errar el tiro si fuera
necesario disparar, cuando escuchó un llanto desgarrador seguido de una sarta
de lamentos: __ay hijo por que te me has ido, ay hijo que va a ser de ti tan
solo, tan frío, tan pálido como te me has quedado, ay hijo…
__Señora ¿qué hace aquí a estas horas?
__Quieto, no os acerquéis al lecho de mi hijo, está enfermo, no le
despertéis.
El cuadrillero llamo a su compañero y entre los dos sacaron del recinto
a la mujer que se retorcía como una culebra, tratando de impedir que se la
llevaran y gritaba enloquecida llamando al muchacho rogándole por Dios que no tuviera miedo, que ella
volvería en cuanto estas gentes la dejaran en paz. En la puerta se tropezaron
con los familiares que venían a por ella al echarla de menos en la casa.
El antiguo alférez de don Nuño de las Asturias se fue de la bisoña
capital del reino dejando a un amigo muy amigo, encargado de continuar las
pesquisas. Ya sabían desde luego, quien era el muerto: un tal Joao el
portugués, bandido de ínfima monta, pero aun no habían averiguado quien era su
compinche del momento porque cambiaba de compañero más que de calzones. Les
informaron que se hacía acompañar a
menudo de un andaluz apodado “el plata”, pero cuando dieron con él llevaba
meses en la cárcel.
El amigo de Almanso, arcabucero en
la misma compañía, pudo averiguar que tras “el plata” al tal Joao se le pudo
ver con la banda de Juan el Cortijero, un bandido que atracaba en los
alrededores de la capital, ahora con muchísimo trajín diario de gentes y
mercancías, con lo cual los asaltos de diferentes bandas se convirtieron en
habituales, por lo provechosos.
Tras semanas de negociaciones hasta demostrar que no era un infiltrado
sino alguien que solo buscaba información, Juan el Cortijero accedió a que se
entrevistara con su segundo hombre de confianza quedando, además, el
intermediario como rehén por si se trataba de una felonía. El viejo arcabucero
confiaba en sacar algo interesante de la laboriosa cita. El bandolero le
refirió que a Joao lo habían echado de la banda y que él, molesto, había
proporcionado información a un confidente del sargento de los corchetes, por
ello estaba sentenciado a muerte y si no lo hubieran matado en aquel asalto, lo
hubieran hecho ellos.
__¿Quien os dijo que había muerto?
__Un amigo.
__¿Y ese amigo no os dijo por ventura que fue del otro asaltante?
__Si.
__Y bien…
__¿Y bien qué? Todo vale dinero ¿sabéis?
__Decidme lo que sepáis y yo veré lo que vale la información.
__Esto no funciona así__ corrigió el bandido escupiendo al suelo__ Nos
ponemos el precio y vos pagáis sin rechistar.
__¿Cuánto?
__Dos doblones.
__¡Treinta reales!
__Si lo preferís así…
__No los llevo encima, tendremos que volver a citarnos.
__Muy bien. Ya os avisaremos.
En el siguiente encuentro el lugarteniente le contó al amigo del
alférez, una vez comprobados los doblones, que el compinche de esa noche del
difunto portugués era un antiguo soldado llamado Guzmán Ibáñez, que se ganaba
la vida malamente como sicario, pero no
le hacía ascos a algún asalto si se terciaba como esa noche en la cual creyeron
que iban solos el caballero de la litera y el muchacho del mulo.
__Vive en una casa en la calle de
la Ventosa con una india medio bruja. Es
cuanto sabemos.
Cuando hallaron a la india, Guzmán ya se había ido con viento fresco y
ella no sabía ni quería saber nada de la vida del bandido de mala muerte ese,
que vuestro Dios confunda y los míos le aplasten como a una rata. Si, les dijo,
esta tuerto y tiene el brazo derecho todavía débil. Ojala le maten de una cuchillada dolorosa y se muera
lentamente en la calle en una noche fría para que se le congele la sangre y
tenga mayor agonía.
__Veo que le tenéis mucho cariño__ no pudo evitar comentar el
arcabucero.
Cuando ya se iban ella les gritó
desde la puerta.
__Venta de la andaluza. Quizá ande aun por allí.
Había estado allí un tiempo, si, pero ya se había ido y ella no había
vuelto a tener noticias.
__De verdad de la buena, señores. Como si se lo hubiera tragado el
infierno.
Almanso no pudo abandonar el pueblo donde vivía. Por un lado su mujer
había perdido por completo la razón y el sufría cada vez más problemas con su
extraña y dolorosa enfermedad que le impedía salir a la luz del día. Se
trasladaron a la que fuera antigua casa del enterrador al lado del Camposanto,
a la que hizo añadir una altura para que la loca viera desde su habitación la
tumba del hijo. Allí los dos, hacían compañía al muchacho, aunque ellos estaban
enterrados vivos y además debían sobrellevar la inmensa pena de la ausencia,
que era mucho peor que todo lo demás. Una sobrina les cuidaba, hermana de la
cocinera de su antiguo capitán y tan querido amigo don Nuño de las Asturias. El
hecho de conocer al fin la identidad del otro asesino, le ayudó a soportar la
pena, en la esperanza de encontrarlo algún día para hacerle pagar la deuda de
haber asesinado a su único hijo de aquel modo tan infame y cobarde. En
Hispatania junto al marqués, el mejor amigo del alférez y padrino del muchacho,
Cirilo Gomes, esperaba también que la vida le ofreciera algún día la
oportunidad de verse las caras con el tal Guzmán.
Por otro lado éste rezaba también para encontrar al gigante, pero quería
hallarlo en un calabozo, detenido por la inquisición, para poder utilizar con él
las muchas modalidades de tortura en las que tan diestro era, desde la
superioridad que proporcionaba su empleo en el Santo Oficio. Se le iba a caer
el pelo, si es que aún lo tuviera.
Tantos deseos de reunión por parte y parte tenían que cumplirse alguna
vez. Pero todos no podían salir bien parados, alguno tenía forzosamente que
morir en ese encuentro. Almanso ansiaba apartar
a Guzmán de este mundo de vivos y éste
soñaba con hacerle pagar todas
las calamidades que le había hecho vivir desde aquella noche.
Ibáñez
el tuerto, desde Saláceres, al día siguiente de descubrir la identidad del oso
que le cegara el ojo, gracias al criado del marqués, (que si hubiera sabido de
que iba el asunto se hubiera cortado la lengua), había mandado recado a otro familiar amigo suyo para que averiguara
en la provincia de Salamanca, el lugar donde moraba cercano tal vez a la
frontera de Hispatania, un hombre
corpulento, enorme, incapaz de pasar inadvertido, llamado Almanso Vivar, que
había sido soldado en los Tercios de Sicilia y que ahora andaba mal de salud
tras haber perdido al hijo en un incidente en Madrid. Creo que vive recluido en
su casa, que no puede salir a la calle. Alguien tiene que saber algo.
__Si no sale a la calle nadie lo habrá visto__
se dijo el familiar con cierta lógica.
Este hombre averiguó tras un tiempo no demasiado extenso, que en efecto, existía un sujeto de esas
características en un pueblo salmantino. El gigante vivía cuidando de su mujer que había perdido
la razón tras la muerte violenta del hijo. El antiguo camarada le pidió
instrucciones acerca de lo que debía hacer ahora que lo había encontrado. Si es
que había que hacer alguna cosa.
__Matadlo si podéis__ le respondió a vuelta de correo Guzmán__ Diez
doblones.
Eso está más que hecho, afirmó el otro de modo inocente y precipitado.
El antiguo familiar buscó la compañía de otro camarada con idéntica falta de
escrúpulos y ambos se encaminaron diligentes y codiciosos al pueblo donde
residía el alférez. Sin embargo el asesinato se conformaba como una ardua
tarea, porque el hombre no abandonaba la casa bajo ningún concepto.
Estuvieron en la fonda ideando el modo de hacerle salir. Pensaron en
asaltar a su sobrina delante de la casa, para que él los viera, se lanzara a
defenderla y entonces pegarle un tiro, con muchas probabilidades de acertar
puesto que ofrecía un blanco amplio. Pero también podía él dispararles desde la
casa o contar con ayuda sin que nadie lo supiera. No era buena idea pulular por
delante de la vivienda, aunque esta se hallara aislada del resto del pueblo. El
alférez había sido soldado y por ende conocería tácticas de sobra para
defenderse. El ataque tenía que ser por sorpresa.
Así que se decidieron por un método expeditivo: quemar la casa lanzando
contra ella por la noche-de día podían ser vistos con facilidad- dos flechas
incendiarias, una cada uno. La noche elegida para el ataque descargó una
tormenta tan impresionante que hasta ellos se atemorizaron, hubo que posponer
el incendio, no quedó más remedio. La siguiente noche dos impactos simultáneos
penetraron a través de los vidrios en la casa de Almanso uno en la planta baja
y otro en la de arriba. La flecha de la planta baja cayó en la tina llena de
agua donde la sobrina se disponía a
tomar un baño, una vez los demás acostados.
El de arriba prendió sobre la ropas de la cama donde dormía la esposa
del alférez quien alertado por el ruido de los cristales y los gritos de la
sobrina, sacó a la mujer de entre las llamas y exhibiendo su absoluta sangre
fría, lanzó por la ventana las ropas en
llamas con una mano, a la vez que con la derecha disparaba la pistola que
siempre dormía a su lado, contra una de las dos siluetas que salieron corriendo
y que se vieron iluminadas por el derroche de luz que provocaron las frazadas
ardientes durante su viaje a la oscuridad, atizadas por la brisa de la noche y
del vuelo.
El tiro hizo blanco en el atacante y aunque no llegó a causarle la
muerte, le dejó sin consciencia, como una mata de guisantes. No volvió a moverse
ni a decir ni pio el resto de su desgraciada e inane existencia. Los vecinos y
familiares de Almanso alarmados por el disparo salieron a la noche justo a tiempo para cercar y detener al otro
criminal, que en vez de rendirse trató de abrirse camino a mandobles, lo que
propició su muerte ensartado en una horca por un vecino que la manejaba con
habilidad.
Guzmán
tardó en tener noticias de lo acontecido y cuando le llegaron, no pudo menos
que alegrarse, porque no era conveniente
que lo asociaran con el sucedido de ninguna manera. Tras esta chapuza de
intento de asesinato, no le quedaron más
ganas de lanzar a nadie contra el alférez, considerando más pertinente
tomar precauciones tales como tener a mano una pistola y controlar los
visitantes de Saláceres, aunque pensara con buena lógica, que no iba a aparecer
así por las buenas llamando la atención. Tal vez ni viniera, quizá se sirviera
de alguien para vengarse o tal vez no lo asociara con el asesinato del hijo.
Esto último resultaba difícil de creer, aunque le conviniera.
En Saláceres, Cirilo había informado al marqués de la posibilidad de que el nuevo alguacil mayor
fuera el asesino del hijo de Almanso. Le habían perdido la pista en Madrid,
pero estaban convencidos de que Ibáñez el tuerto, era el otro bandido de
aquella noche.
__¿Pero no estaba con la inquisición?__ preguntó el marqués.
__Si, pero por alguna razón que desconocemos ha terminado aquí de
alguacil.
Cuando confirmaron la identidad sin lugar a dudas, Guzmán ya llevaba más de un año en la villa.
Don Nuño ordenó a su sirviente esperar para estudiar con calma el modo de
proceder contra él, además en este momento con el crimen no vamos a dejar a la
villa sin alguacil aunque no sirva para mucho. Esperaremos. Estaremos en
contacto con Almanso y ya decidiremos, las prisas no son buenas.
La espera terminó cuando Tadeo violó a la sobrina de la cocinera. En
casa del marqués, éste y don Gonzalo estudiaron el modo de hacer viajar al
alférez, una vez fallecida su esposa,
sin despertar sospechas y sin que corriera riesgos dado que ya no solo
le dañaba la luz del día, incluso la noche le producía dolorosas heridas.
Ideado el plan, lo pusieron en
práctica, pero aconteció que murió el rey, vino el diluvio y hubo que aguardar
al escampe en el palacio de don Nuño para tomar venganza.
Continuará...
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