Los crímenes de las cuatro estaciones


La confesión, última




El último año de estudiante en Salamanca, coincidió con el inicio de una serie de crímenes en la ciudad en el comienzo de cada estación que trajo de cabeza  a las autoridades, porque además algunos testigos afirmaban haber visto un fraile negro por los alrededores más o menos a la hora del crimen, con lo cual la fantasía y la imaginación de la gente alcanzó cimas inimaginables.
  Don Nuño se agitó sentado en su frailero y don Julián hizo un pequeño alto, sorprendido.
  __Proseguid, proseguid, no os detengáis.
   Las muertes por asfixia, la fecha y el fraile despertaron mi inquietud.
   __Tal vez sea el mismo asesino que mato a tu verdadera madre__ comenté con Julián__ Sabe Dios donde estaría hasta ahora y cuantas mujeres más habrá asesinado.
  __ Yo también pensé lo mismo, señor. No he podido evitarlo. Mi pobre padre pagó con la vida y tal vez no fuera el culpable.
  __ Oh, Julián__ suplicó la condesa__ no sufráis os lo ruego. La justicia hará su trabajo, ya veréis como esto sirve para esclarecer la muerte de la pobre Lucía y para exonerar a tu padre, nuestro pobre pastor.
   Pero no fue así.
   Los crímenes continuaron. Cuando nuestro hijo terminó los estudios manifestó su deseo de establecerse en León y prestar allí sus servicios. Nos pareció bien, porque además yo deseaba que aprendiera a llevar la hacienda y que fuera conociendo todos los entresijos de una buena administración y en la capital estaba más cerca y podía pasar más tiempo en la casa con nosotros.
  Todo fue bien hasta que sucedieron dos cosas. Mi señora la condesa, casamentera como todas las mujeres, se empeño en buscarle novia a Julián. Este le hizo notar que todavía no se consideraba preparado para el matrimonio. Como ella insistió pese a que yo se lo había prohibido y se emperró en presentarle alguna muchacha  que ya le había seleccionado, el muchacho se molestó y dejó de venir a visitarnos. Al tiempo una serie de crímenes al comienzo de las estaciones inquietó a la capital y a la provincia. Con las mismas características, fraile incluido.
   Yo me preocupé por si el asesino seguía al muchacho. Incluso me dio por pensar en alguno de los hijos legítimos de su verdadero padre, que en aquellas fechas ya se había muerto. Tomé los servicios de un  investigador para que hiciera averiguaciones sobre los hijos del agricultor. Uno de ellos, el segundo, era un joven pendenciero, de riña fácil, vengativo, cruel, mujeriego como el padre y frecuentador de los bajos fondos donde parecía desenvolverse como trucha en el río. Algunas de las jóvenes muertas se habían cruzado con él en algún momento de sus vidas, por lo menos dos de ellas. Además viajaba por varias provincias, puesto que era el encargado de cobrar los envíos de cereal. Podía haber matado en Salamanca y posiblemente en otras capitales de cuyos crímenes no teníamos noticia puesto que no las frecuentábamos. Me convencí totalmente de que era el asesino y tomé una decisión: matarle. El mismo investigador se encargó y le descerrajó un tiro entre los ojos. Era un buen tirador.
   __Ya lo veo__ asintió don Nuño, convencido de que el muerto no era el asesino. Segurísimo.
   Es otro de mis muchos pecados padre, porque los crímenes continuaron, para mi consternación. Por aquella fechas nuestro hijo, quiero decir Julián, había hecho las paces con mi esposa consintiendo que esta le presentara una candidata, una joven bondadosa, no demasiado agraciada, todo debe ser dicho, pero muy rica, de familia de cristianos viejos nobles y temerosos de Dios. Juana creo que se llamaba. Al chico no le gustó, como me hubiera pasado a mí, pero se comportó de modo caballeroso como correspondía al apellido que ahora ostentaba. Estuvimos orgullosos de él. No hubo boda, pero la condesa casi se alegró con ello. Así podía seguir seleccionando jóvenes, algo que se había convertido en su pasatiempo favorito.
   Aquel otoño fue crudísimo. El frío se había instalado en la comarca dispuesto a hacernos la vida más difícil de lo que ya era. Enfermamos mi esposa y yo. Julián abandonó sus asuntos en la capital y permaneció en el castillo, ocupándose de nuestro cuidado y de que todo marchara como debía, lo mismo que si yo estuviera al frente. Mejor aun.
   Solamente hubo un contratiempo. El inicio del invierno, el día veintiuno de diciembre, la hija de nuestra nueva costurera apareció muerta. Alguien la había estrangulado. Pensamos que sería una coincidencia. Pero yo estaba convencido de que el asesino seguía a mi hijo. Los hechos no se esclarecieron, quiero decir que no se descubrió al culpable y a mí no me habían quedado ganas de volver a investigar dado el terrible error cometido. Mi pobre esposa murió en enero y yo estaba cada vez mas desolado por los crímenes que seguían a mi hijo allí donde fuera y por la soledad que iba a acompañarme de ahora en adelante. Julián decidió permanecer conmigo hasta que me fuera sintiendo mejor. Entonces ocurrió lo que nunca hubiera imaginado.
   Don Julián tornó a llorar de nuevo y don Nuño a aquellas alturas estaba sorprendido por la  ingenuidad del conde.
    Estaba convencido de que al inicio de la primavera el asesino volvería a actuar así que procuraba no perder de vista a mi hijo, por si le ocurría alguna cosa desagradable también a él. Era veintiuno de marzo de 1585; apenas había dormido esa noche. Me levanté al alba, pasé por la habitación de mi hijo que dormía todavía. Me dirigí a la capilla a rezar un rato por todos nosotros; cuando media hora después regresaba a mis aposentos advertí con horror como un fraile con la capucha subida para ocultar el rostro, entraba a toda prisa en la alcoba de mi hijo.
    __Por fin__ pensó don Nuño.
    Llegué todo lo rápido que pude, espada en mano, porque aun era hábil con ella y al abrir la puerta de una patada, creí morir de la sorpresa. No os lo vais a creer, padre. Mi hijo, mi hijo Julián. Ese era el fraile. Mi hijo, mi hijo con el hábito de un monje, venía de…No puedo continuar, padre. Venía de…Horas más tarde se supo que la mujer de uno de mis palafreneros había sido asesinada, estrangulada. ¿Qué iba a hacer yo? ¿Qué podía yo hacer?
   Don Julián se asfixiaba. Se había sentado en la cama para lograr respirar mejor, pero el llanto le ahogaba tanto o más que el asma.
 En ese momento lo comprendí todo, todo. El había sido el asesino de su madre y del boticario. El había dejado que su padre muriera en la horca, el había continuado asesinando mujeres. ¿Cuántas, cuantas has matado, dime, cuantas?
   __Hasta el momento veintiséis__ respondió con tranquilidad__ aparte mi madre y el boticario.
  __¿Que vamos a hacer?__ le pregunté.
  __Me iré del país. Pienso ir al Nuevo Mundo.
  __¿Para continuar matando?
  No me respondió. Pensé ensartarlo con la espada, pero no tuve valor. Todo se había venido abajo. Toda mi vida se había desmoronado en ese momento. Era como si todos estos años no hubieran servido para nada. Mi casa y mi hacienda sin heredero, mi título perdido. Me arrepentí al instante horrorizado por tener pensamientos tan egoístas y no acordarme de las veintiséis mujeres  asesinadas en plena juventud. Habíamos criado un monstruo que ni siquiera sentía remordimientos. Un joven que nos había embaucado fingiendo ser quien no era en absoluto y a quien nosotros quisimos como a nuestro verdadero hijo, alguien a quien yo quise proteger asesinando a un inocente. Se iba al Nuevo Mundo a seguir matando. ¿Qué podía yo hacer? Menos mal que se ha muerto la condesa, de lo contrario esto la mataría de pena.
   __ ¿Puedo saber cómo mataste a tu madre y por qué?
   __Si os place. La maté por puta. Yo no soy como era el pastor, que ya sé que no era mi verdadero padre.
   A aquellas alturas nada me sorprendía. No sé como lo supo, tal vez se lo dijo alguien del pueblo o quizá fuera ella, no quise saberlo. Me contó que aquella tarde había llegado a la casa en el momento en el que su madre estaba atada a la cama, con los brazos en cruz y la piernas abiertas. Ella le tenía prohibido acercarse a  verla cuando estuviera el fraile de visita, pero él pasó por alto la prohibición. El hábito del monje estaba tirado en el suelo, porque éste se había desnudado y había tenido una urgencia fisiológica saliendo a toda velocidad hacia el corral. Sin dudarlo, atrancó la puerta, se puso el hábito, se subió la capucha y entró en la habitación. Sin mediar palabra tomó la almohada, se subió sobre ella como si fuera el amante y la asfixió sin miramientos. A continuación se quitó el disfraz, abrió la puerta y aguardo con un hacha en las manos a que entrara el monje. Ya os podéis imaginar lo que aconteció. Me alegro de haberlo hecho, apostilló, y yo podría jurar sobre la Biblia que era cierto.
   En medio de la desesperación tuve un minuto de lucidez y recordé mi amistad con  Juan II de Hispatania, amistad que se remontaba a nuestra niñez, y le envié una misiva rogándole un puesto en el país para mi hijo, quien había tenido un problema de faldas y era menester alejarlo de aquí durante un tiempo; mentí sin contemplaciones. El rey me respondió con rapidez proponiéndole el puesto de Corregidor en Saláceres, pues precisaba un hombre inteligente como le constaba que era Julián y de total confianza. Y lo era. Era inteligente y para asuntos legales, de entera confianza. Se lo trasmití a Julián y le pareció bien. No tengo excesivas ganas de irme allende los mares. Me iba para no incomodaros. Gracias por la oportunidad. Luego se planto delante de mí, me tomó la mano y me miró a los ojos.
   __Me gustaría prometeros que no va a volver a suceder, pero no puedo. Es algo que no puedo controlar, creedme. Si pudiera dejaría de matar ahora mismo. Pero es imposible.
Le creí. Lo que sucedió desde entonces ya no fue asunto mío, aunque pienso que habrá continuado matando mujeres en el inicio de las estaciones vestido de fraile.
  __Ya lo creo__ se dijo para si don Nuño.
  Esto es todo lo que necesitaba contar para aligerar mi conciencia, padre. Si me decís que Dios no me va a perdonar lo entenderé. Moriré aliviado de todos modos.
  __ Los pecados son gravísimos pero Dios en su infinita misericordia te perdonará, hijo. ¿Por qué no iba a hacerlo si perdonó a quienes le habían matado a El? Descansad y no os preocupéis más por esto. Estáis perdonado. Ego te absolvo peccatis tuis in nomine Patris, Filii et Spiritus Sancti. O algo así__ dijo el marqués consternado por lo que acababa de escuchar.
   Se sentó un momento porque necesitaba poner un poco de orden en el caos mental que le había producido la confesión. Era el Corregidor. Él era el asesino. Y como no se dieran tiempo en regresar y en hacer algo, iba a volver a suceder. Lo difícil era conseguir que confesara, porque sin ello iba a ser imposible culparle, siendo como era protegido del rey. Tenían que idear alguna argucia y rápido, porque el tiempo jugaba en contra.
   __Padre__ volvió a llamarle el conde tras recobrar el resuello una vez más__ ¿No me imponéis penitencia?
   __Ya habéis penitenciado suficiente hijo mío. Cuando os llegue la hora idos en paz. Dios os acogerá en su seno.
  __Sois muy generoso padre y Dios es todo misericordia. Bendito sea.
   __Amen__ respondió don Nuño saliendo de la habitación y comenzando a llamar a Josefo a voz en grito.


 
                                                    

Continuará....

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