La granja

Este fue mi primer relato extenso. Está escrito en 2009 y publicado en este Blog en 2010. Dudé en publicarlo porque pensé que me había excedido en el retrato de varios psicópatas y que la realidad no podía ser tan sórdida. Luego unos hechos, que no desvelo para no hacer spoiler, pero que asociareis inmediatamente con la acción, me demostraron que la realidad puede superar a la ficción con creces.

Publiqué el relato en la revista para la que colaboraba en aquel momento Mujeres y Protagonistas, habiendo solicitado previamente opinión a la directora que le encantó la historia y dio el visto bueno.

Tras tantos miedos, este relato sirvió para que mucha gente se fijara en mi como escritora, me siguieran para verme crecer y me otorgaran oportunidades, aunque este mundo es muy difícil.

La granja tiene los fallos lógicos del principiante, las metáforas son, a veces, un poco forzadas y el lenguaje es un pelin rebuscado al principio. Luego me voy soltando y creo que el conjunto resulta bien en  general. Alguna editorial me propuso publicar, pero yo francamente no me sentía preparada en aquel momento para iniciar una carrera literaria. ( Buscaré la carta del editor y la publicaré aquí al final del relato).

Utilizo para ilustrar los capítulos las mismas imágenes que puse en el Blog: los cuadros de mi amigo Viorel Sánchez, que le van como anillo al dedo.


Son nueve capítulos. Ya sabéis uno cada miércoles.



 Capitulo I

 
La familia, Viorel Sánchez, 2008

Desde que le asaltara la duda, se repetía el mismo sueño: veía un largo y rectilíneo camino de tierra encajado entre dos hileras de árboles iguales. Aparecía primero, un trecho de senda a lo lejos, que se iba aproximando, como si se desenrollara un tapiz. Quienquiera que fuera el constructor de los sueños, estaba preparando el decorado. Luego, éste cobraba vida; los árboles se movían con la brisa y un bulto borroso aparecía en el fondo, avanzando. Poco a poco se iba dibujando hasta convertirse en un hombre conduciendo por el ramal a una mula cargada con dos fardos, uno a cada lado, que se balanceaban rítmicamente con el movimiento del animal.
   Las primeras veces, una vez visualizados con claridad los figurantes, despertaba. Pero esta vez pudo ver algo más: A medida que el hombre iba desapareciendo por la izquierda, como en una secuencia cinematográfica, la mula pasaba a ocupar el primer plano, antes de perderse también. Entonces comprobó que los fardos del animal llevaban algo que se movía, que se agitaba dentro. Despertó sudando con sobresalto, como cada vez que se repetía el sueño.
   __Tienen que tener relación. Desde que empecé a sospechar, tengo esta misma visión. Algo quiere decir ese camino y ese hombre con la dichosa mula. Cada día estoy más seguro.
   Se levantó; total, ya no iba a poder dormir. Fue a la cocina y puso la cafetera. Mientras se hacía el café miró hacia fuera, igual que siempre. Era demasiado temprano y no había gente aún por la calle. Comenzaban a encenderse luces en las ventanas. Dentro de poco amanecería. Las nocturnas ráfagas de viento habían barrido las hojas del suelo. Los barrenderos sólo tenían que recogerlas en la esquina donde estaban amontonadas.
   __No se quejarán, tienen el trabajo hecho.

   No le gustaba el viento. Cuando vivía en la casa de sus padres los fuertes vientos del invierno le aterraban. Parecía que la casa, aunque sólida, iba a salir volando en cualquier momento. Además, siempre arreciaban por la noche. La luz se iba y cada aullido, cada golpe y cada crujido, se le antojaban fantasmas arrastrando cadenas que venían a buscarle aprovechando el fragor y la oscuridad. Sacudió la cabeza para alejar los recuerdos.
   Hoy era el día en el que se iba para el campo. Marta no estaba para poder despedirse. Había tenido que ir por unos días a la capital para resolver papeleo. Se sentó y recostó la cabeza en la azulejada pared. No pudo evitar, tampoco puso interés en impedirlo, recordar lo que fue su vida y soñar lo que podía haber sido si hubiese nacido en otra familia. Últimamente lo hacía con mucha frecuencia. Su existencia no había sido feliz; pocas veces había sido feliz, o casi feliz, y esto era algo que con cuarenta años le parecía bastante injusto.

   ¿Por qué sus padres le habrían tenido tan poco cariño?. Nunca le hicieron caricias y no recordaba haber recibido un beso de su madre ni siquiera de niño. Como no lo conocía, no lo había echado de menos hasta que vio a otras mujeres esperar a sus hijos a la salida del colegio. Miraba con estupor como los niños corrían y se colgaban del cuello de las madres. A él nunca fue la suya a recogerlo; se iba a casa solo cada día. Todos los días.
   Comenzó a sentirse diferente y totalmente desgraciado.
   Cuando llovía, caminaba bajo los aleros y esperaba, guarecido bajo el último, que escampara para recorrer el trecho sin casas hasta la suya. Si no dejaba de llover, corría campo a través a toda la velocidad de que era capaz. Sin embargo, la lluvia lo dejaba remojado lo mismo que los barquitos de pan que echaba en el café para desayunar. Luisa, la vieja sirvienta, lo secaba con una toalla y le tenía las zapatillas calientes cerca del fogón. Cuando estaba enfermo, también era Luisa quien se ocupaba de cuidarlo. Los padres le demostraron siempre una indiferencia absoluta. Le echaban en cara su poca salud y que fuera un niño escuchimizado y tímido. Se avergonzaban de él sin disimulo.
   Era verdad que no se parecía físicamente a ninguno de los dos, ambos corpulentos y rollizos, con una salud de hierro sobre todo el padre, en él que no hacían mella por lo menos en apariencia, los excesos de todo tipo con los que se hacía la vida más llevadera.

   Creció en la gran cocina de la casa, vigilado por la sirvienta. Allí comía, estudiaba, hacia los deberes y jugaba con los perros. Tenía pocos amigos, porque nadie quería niños por la casa. Luisa fue lo más parecido a una madre que tuvo en la niñez. Cuando enfermó él fue quien se ocupó de cuidarla con apenas quince años. La madre no apareció ni siquiera por la pequeña y mal ventilada habitación que había sido, junto con la cocina, el espacio de la vieja durante cuarenta años. Él le daba las gotas que le recetó el médico, le tomaba la fiebre y en las últimas noches, se quedó a velarla en la habitación hasta que murió. Sugirió a su madre trasladar a Luisa a otro cuarto más amplio y ventilado. Había de sobra en la casa. Ella se escandalizó:
   __¡ Como vamos a trasladar a la sirvienta a la planta de arriba donde estamos nosotros! No sabes lo que dices. Eres un patán. No hemos hecho una guerra para estar todos revueltos. Cada clase social debe estar en su sitio. Métetelo en la cabeza.
   Félix salió del salón pensando que entendería su madre por clase social. El viejo caserón y sus habitantes habían perdido la suya, si es que alguna vez la tuvieron. Con los años, el abandono traducido en desconchones, falta de pintura, muebles rotos y cortinajes sucios y raídos, se había ido apoderando de la vivienda, que no era ni sombra de lo debió haber sido en otros tiempos. Los manteles estaban rotos y deshilachados. Los platos eran todos diferentes, descascarillados y cuarteados. La olla en la que cocinaban estaba negra y grasienta, a pesar de que él, cuando Luisa ya no podía ni sostenerla en las manos, la fregaba con frecuencia frotando con todas sus fuerzas.
   Le extrañaba la limpieza de las viviendas de los otros niños, a las que acudía muy de tarde en tarde, cuando tenía que hacer con alguno las tareas del colegio. Fue en esa época cuando comenzó a sospechar y apareció el sueño.
   El caserón era frío, solamente la cocina permanecía medianamente caldeada gracias a los fogones de leña, pero el resto sobre todo en los meses de invierno, era gélido como un iceberg. Le salían sabañones en las manos y los pies e incluso en las orejas; Al templar el tiempo le picaban tanto, que se hacía sangre al rascarse.
   El agua se cansó de subir a los grifos del primer piso. A su madre se la llevaba Luisa caliente, para llenar la bañera, pero él se bañaba en un barreño en la cocina. Lo hizo durante toda su vida en la casa.
   Entre los dos hacían que todo funcionara a medias, pero cuando faltó la criada, la mugre se instaló definitivamente en la casa y pese a los esfuerzos de Félix, creció y se expandió a sus anchas; le ganó la batalla con absoluta facilidad. La suciedad era obstinada como una acémila.
   __Como la mula del sueño, cada noche igual, erre que erre.
   Cuando se marchó, la mansión se convirtió en un enorme basurero, encerrado entre blasonadas paredes de sillares, donde dos personas disminuidas mentalmente disputaban cada día el sitio a la inmundicia.

   A pesar de lo infeliz de su infancia, o quizá por ello, había sido un buen estudiante al que los profesores ponían como ejemplo. Sin embargo, su padre decidió que, una vez finalizada la enseñanza obligatoria, no siguiera estudiando. Tenía otros planes para él.
   __Te irás a trabajar con el dueño de la mueblería. Necesita un ayudante. Después de salir del trabajo, estudiarás contabilidad. Precisará un contable cuando se jubile el que tienen. Tu jefe te dejará para vivir la buhardilla de su casa. Las clases las pagarás con tu sueldo. No hace falta que vuelvas por aquí. Ya hemos cumplido contigo.

   Aunque se llevó una decepción, porque tenía deseos de ir a la Universidad, por otro lado, se sintió aliviado. Así perdería de vista a aquellos dos seres que solamente le habían odiado y se habían esforzado en hacérselo sentir cada día de su vida. ¡ Que diferentes del concepto que él tenía de unos padres! No entendía por qué personas como aquellas formaban una familia, para luego destruirla. Tampoco le cabía en la cabeza que, procediendo de gente acomodada y habiendo recibido una buena educación, se hubieran ido degradando de aquel modo.
   __Fue la guerra_ decía siempre Luisa__ La guerra cambió a tu padre.
   Físicamente, no eran muy diferentes de los indigentes que se acercaban a veces a pedir limosna, con la ropa sucia, el pelo convertido en greñas y la uñas con roña. Moralmente, habían ido perdiendo cualquier resto de dignidad, aunque el sospechaba que nunca la habían tenido. Así el padre lo mismo estafaba a quien podía, que entraba en una finca y robaba lo que se le antojaba. Siempre gozó de impunidad, lo que sorprendía a Félix. Últimamente, jugaba, bebía y traía a casa cualquier mujer que encontraba por la calle dispuesta a acompañarlo y allí la instalaba hasta que ella se largaba con viento fresco, harta de pasar hambre y vivir entre basura, sin que a su madre pareciera importarle lo más mínimo. Esta se había instalado prácticamente en su dormitorio y apenas salía de allí.

   El abandono de la hacienda corría paralelo al físico y moral. El patrimonio que habían juntado de las dos familias, se había ido agotando. Su padre dejó de cultivar las tierras, malvendió el ganado y cuando él se marchó las apreturas económicas eran más que evidentes.



Continuará...

No hay comentarios: