Publiqué el relato en la revista para la que colaboraba en aquel momento Mujeres y Protagonistas, habiendo solicitado previamente opinión a la directora que le encantó la historia y dio el visto bueno.
Tras tantos miedos, este relato sirvió para que mucha gente se fijara en mi como escritora, me siguieran para verme crecer y me otorgaran oportunidades, aunque este mundo es muy difícil.
La granja tiene los fallos lógicos del principiante, las metáforas son, a veces, un poco forzadas y el lenguaje es un pelin rebuscado al principio. Luego me voy soltando y creo que el conjunto resulta bien en general. Alguna editorial me propuso publicar, pero yo francamente no me sentía preparada en aquel momento para iniciar una carrera literaria. ( Buscaré la carta del editor y la publicaré aquí al final del relato).
Utilizo para ilustrar los capítulos las mismas imágenes que puse en el Blog: los cuadros de mi amigo Viorel Sánchez, que le van como anillo al dedo.
Son nueve capítulos. Ya sabéis uno cada miércoles.
Capitulo I
Desde que le asaltara la duda, se repetía el mismo sueño: veía un
largo y rectilíneo camino de tierra encajado entre dos hileras de árboles
iguales. Aparecía primero, un trecho de senda a lo lejos, que se iba
aproximando, como si se desenrollara un tapiz. Quienquiera que fuera el
constructor de los sueños, estaba preparando el decorado. Luego, éste cobraba
vida; los árboles se movían con la brisa y un bulto borroso aparecía en el
fondo, avanzando. Poco a poco se iba dibujando hasta convertirse en un hombre
conduciendo por el ramal a una mula cargada con dos fardos, uno a cada lado,
que se balanceaban rítmicamente con el movimiento del animal.
Las primeras veces, una
vez visualizados con claridad los figurantes, despertaba. Pero esta vez pudo
ver algo más: A medida que el hombre iba desapareciendo por la izquierda, como
en una secuencia cinematográfica, la mula pasaba a ocupar el primer plano,
antes de perderse también. Entonces comprobó que los fardos del animal llevaban
algo que se movía, que se agitaba dentro. Despertó sudando con sobresalto, como
cada vez que se repetía el sueño.
__Tienen que tener
relación. Desde que empecé a sospechar, tengo esta misma visión. Algo quiere
decir ese camino y ese hombre con la dichosa mula. Cada día estoy más seguro.
Se levantó; total, ya no
iba a poder dormir. Fue a la cocina y puso la cafetera. Mientras se hacía el
café miró hacia fuera, igual que siempre. Era demasiado temprano y no había
gente aún por la calle. Comenzaban a encenderse luces en las ventanas. Dentro
de poco amanecería. Las nocturnas ráfagas de viento habían barrido las hojas
del suelo. Los barrenderos sólo tenían que recogerlas en la esquina donde
estaban amontonadas.
__No se quejarán, tienen
el trabajo hecho.
No le gustaba el viento.
Cuando vivía en la casa de sus padres los fuertes vientos del invierno le
aterraban. Parecía que la casa, aunque sólida, iba a salir volando en cualquier
momento. Además, siempre arreciaban por la noche. La luz se iba y cada aullido,
cada golpe y cada crujido, se le antojaban fantasmas arrastrando cadenas que
venían a buscarle aprovechando el fragor y la oscuridad. Sacudió la cabeza para
alejar los recuerdos.
Hoy era el día en el que
se iba para el campo. Marta no estaba para poder despedirse. Había tenido que
ir por unos días a la capital para resolver papeleo. Se sentó y recostó la
cabeza en la azulejada pared. No pudo evitar, tampoco puso interés en
impedirlo, recordar lo que fue su vida y soñar lo que podía haber sido si
hubiese nacido en otra familia. Últimamente lo hacía con mucha frecuencia. Su
existencia no había sido feliz; pocas veces había sido feliz, o casi feliz, y
esto era algo que con cuarenta años le parecía bastante injusto.
¿Por qué sus padres le
habrían tenido tan poco cariño?. Nunca le hicieron caricias y no recordaba
haber recibido un beso de su madre ni siquiera de niño. Como no lo conocía, no
lo había echado de menos hasta que vio a otras mujeres esperar a sus hijos a la
salida del colegio. Miraba con estupor como los niños corrían y se colgaban del
cuello de las madres. A él nunca fue la suya a recogerlo; se iba a casa solo
cada día. Todos los días.
Comenzó a sentirse
diferente y totalmente desgraciado.
Cuando llovía, caminaba
bajo los aleros y esperaba, guarecido bajo el último, que escampara para
recorrer el trecho sin casas hasta la suya. Si no dejaba de llover, corría
campo a través a toda la velocidad de que era capaz. Sin embargo, la lluvia lo
dejaba remojado lo mismo que los barquitos de pan que echaba en el café para
desayunar. Luisa, la vieja sirvienta, lo secaba con una toalla y le tenía las
zapatillas calientes cerca del fogón. Cuando estaba enfermo, también era Luisa
quien se ocupaba de cuidarlo. Los padres le demostraron siempre una
indiferencia absoluta. Le echaban en cara su poca salud y que fuera un niño
escuchimizado y tímido. Se avergonzaban de él sin disimulo.
Era verdad que no se
parecía físicamente a ninguno de los dos, ambos corpulentos y rollizos, con una
salud de hierro sobre todo el padre, en él que no hacían mella por lo menos en
apariencia, los excesos de todo tipo con los que se hacía la vida más
llevadera.
Creció en la gran cocina
de la casa, vigilado por la sirvienta. Allí comía, estudiaba, hacia los deberes
y jugaba con los perros. Tenía pocos amigos, porque nadie quería niños por la
casa. Luisa fue lo más parecido a una madre que tuvo en la niñez. Cuando
enfermó él fue quien se ocupó de cuidarla con apenas quince años. La madre no
apareció ni siquiera por la pequeña y mal ventilada habitación que había sido,
junto con la cocina, el espacio de la vieja durante cuarenta años. Él le daba
las gotas que le recetó el médico, le tomaba la fiebre y en las últimas noches,
se quedó a velarla en la habitación hasta que murió. Sugirió a su madre
trasladar a Luisa a otro cuarto más amplio y ventilado. Había de sobra en la
casa. Ella se escandalizó:
__¡ Como vamos a
trasladar a la sirvienta a la planta de arriba donde estamos nosotros! No sabes
lo que dices. Eres un patán. No hemos hecho una guerra para estar todos
revueltos. Cada clase social debe estar en su sitio. Métetelo en la cabeza.
Félix salió del salón
pensando que entendería su madre por clase social. El viejo caserón y sus
habitantes habían perdido la suya, si es que alguna vez la tuvieron. Con los
años, el abandono traducido en desconchones, falta de pintura, muebles rotos y
cortinajes sucios y raídos, se había ido apoderando de la vivienda, que no era
ni sombra de lo debió haber sido en otros tiempos. Los manteles estaban rotos y
deshilachados. Los platos eran todos diferentes, descascarillados y cuarteados.
La olla en la que cocinaban estaba negra y grasienta, a pesar de que él, cuando
Luisa ya no podía ni sostenerla en las manos, la fregaba con frecuencia
frotando con todas sus fuerzas.
Le extrañaba la limpieza
de las viviendas de los otros niños, a las que acudía muy de tarde en tarde,
cuando tenía que hacer con alguno las tareas del colegio. Fue en esa época
cuando comenzó a sospechar y apareció el sueño.
El caserón era frío,
solamente la cocina permanecía medianamente caldeada gracias a los fogones de
leña, pero el resto sobre todo en los meses de invierno, era gélido como un
iceberg. Le salían sabañones en las manos y los pies e incluso en las orejas;
Al templar el tiempo le picaban tanto, que se hacía sangre al rascarse.
El agua se cansó de subir
a los grifos del primer piso. A su madre se la llevaba Luisa caliente, para
llenar la bañera, pero él se bañaba en un barreño en la cocina. Lo hizo durante
toda su vida en la casa.
Entre los dos hacían que
todo funcionara a medias, pero cuando faltó la criada, la mugre se instaló
definitivamente en la casa y pese a los esfuerzos de Félix, creció y se
expandió a sus anchas; le ganó la batalla con absoluta facilidad. La suciedad
era obstinada como una acémila.
__Como la mula del sueño,
cada noche igual, erre que erre.
Cuando se marchó, la
mansión se convirtió en un enorme basurero, encerrado entre blasonadas paredes
de sillares, donde dos personas disminuidas mentalmente disputaban cada día el
sitio a la inmundicia.
A pesar de lo infeliz de
su infancia, o quizá por ello, había sido un buen estudiante al que los
profesores ponían como ejemplo. Sin embargo, su padre decidió que, una vez
finalizada la enseñanza obligatoria, no siguiera estudiando. Tenía otros planes
para él.
__Te irás a trabajar con
el dueño de la mueblería. Necesita un ayudante. Después de salir del trabajo,
estudiarás contabilidad. Precisará un contable cuando se jubile el que tienen.
Tu jefe te dejará para vivir la buhardilla de su casa. Las clases las pagarás
con tu sueldo. No hace falta que vuelvas por aquí. Ya hemos cumplido contigo.
Aunque se llevó una
decepción, porque tenía deseos de ir a la Universidad, por otro lado, se sintió
aliviado. Así perdería de vista a aquellos dos seres que solamente le habían
odiado y se habían esforzado en hacérselo sentir cada día de su vida. ¡ Que
diferentes del concepto que él tenía de unos padres! No entendía por qué
personas como aquellas formaban una familia, para luego destruirla. Tampoco le
cabía en la cabeza que, procediendo de gente acomodada y habiendo recibido una
buena educación, se hubieran ido degradando de aquel modo.
__Fue la guerra_ decía
siempre Luisa__ La guerra cambió a tu padre.
Físicamente, no eran muy
diferentes de los indigentes que se acercaban a veces a pedir limosna, con la
ropa sucia, el pelo convertido en greñas y la uñas con roña. Moralmente, habían
ido perdiendo cualquier resto de dignidad, aunque el sospechaba que nunca la
habían tenido. Así el padre lo mismo estafaba a quien podía, que entraba en una
finca y robaba lo que se le antojaba. Siempre gozó de impunidad, lo que
sorprendía a Félix. Últimamente, jugaba, bebía y traía a casa cualquier mujer
que encontraba por la calle dispuesta a acompañarlo y allí la instalaba hasta que
ella se largaba con viento fresco, harta de pasar hambre y vivir entre basura,
sin que a su madre pareciera importarle lo más mínimo. Esta se había instalado
prácticamente en su dormitorio y apenas salía de allí.
El abandono de la
hacienda corría paralelo al físico y moral. El patrimonio que habían juntado de
las dos familias, se había ido agotando. Su padre dejó de cultivar las tierras,
malvendió el ganado y cuando él se marchó las apreturas económicas eran más que
evidentes.
Continuará...
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