Amistades peligrosas




La noticia llegó el día de los inocentes.
   Yo hasta me creí, en principio, que era una broma, desde luego de muy mal gusto, pero es que jamás se me hubiera pasado por la cabeza que una cosa así pudiera sucederle a alguien como Lola.
     Ni a mí ni a nadie.
  Había escuchado en la radio por la mañana noticias sobre la aparición del cadáver de una mujer asesinada de un tiro en su coche, pero solamente facilitaban las iniciales, de modo que no asocié el hecho con nadie conocido ni por lo más remoto. Otro crimen de la dichosa violencia machista, pensé. No sé cuándo va a terminar esta lacra. El tío la ejecutó de un tiro en la nuca como un terrorista, que es lo que son en realidad. Pobre mujer, no sé cuantas van ya este año…
   Me quedé de hielo cuando una de las cuñadas de Lola, que además es mi vecina, llamó a mi puerta a media tarde para ponerme al corriente.
   —Estaba en el área de descanso de la autovía del mar, dentro de un  coche que no era el suyo, con un tiro en la nuca desplomada sobre el volante. Tenía el bolso, la cartera, incluso bolsas con la compra. No parece que la mataran para robarle. La policía va a hablar contigo, quería advertirte. Parece ser que van a interrogar a todos los amigos dado lo extraño de la muerte. Siento que te vayan a molestar.
   Lola asesinada de un tiro dentro de un coche que no era el suyo. ¿Cómo ha podido ocurrir algo así? Qué extraño me parece todo.

   En efecto, a la mañana siguiente la policía habló conmigo. Vino a casa un subinspector al que conocía de vista, porque trabajo cerca de la comisaría y desayuno en el mismo bar donde lo hacen varios maderos, entre ellos éste, que me había puesto ojitos en más de una ocasión. Seguro que se sorprendió al verme, pero lo disimuló muy bien.
    —Pues no, no tengo ni idea. La verdad, el suceso me ha dejado perpleja, aparte de conmovida y triste, naturalmente. Yo le tenía afecto a Lola, aunque era difícil relacionarse bien con ella.
   —¿Y eso por qué?
   —Por nada en especial. Simplemente porque era muy suya. Muy para adentro ¿comprende?
   El policía, que tenía un aire a Lobezno, asintió.
   —Era viuda, si. Su marido falleció joven, hace tiempo. No lo recuerdo bien, creo que fue un accidente cuando regresaban de un viaje. Aquí se veía con tres amigas además de mí. Todas nacimos en el mismo barrio y aunque tenemos edades y estatus diferentes nos citamos a menudo para vernos. Nos gusta recordar cómo era nuestra vida entonces y a nuestras familias. Ya sabe.
   —¿Sabe si tenía más amigos?
   —Sí, tenía más amigos en un sitio de la costa donde, por lo visto, tiene un apartamento, pero los desconozco, porque ella era en exceso celosa de su intimidad y jamás hablaba con claridad de ellos y por supuesto nunca nos los presentó. Le gustaba referir como iba con sus otros amigos a un sitio y a otro, pero jamás coincidimos. Le repito que nadie  los vio. A mí no me importaba en absoluto, sin embargo a las otras sí; incluso les molestaba. Es que Lola tenía un extraño defecto: te hacía sentir inferior, le gustaba, se complacía en ello. Sí, me explico. Daba a entender que sus conocidos de la otra ciudad eran tan importantes, tan exigentes y tan discretos, que tu no estabas a su altura ni de lejos, por eso los ocultaba de nosotras, porque desmerecíamos. Eso es lo que daba a entender con total desparpajo.
   Ella era una mujer con pocos estudios y con una educación bastante elemental, resultaba raro que sus amigos fueran tan especiales. Tampoco su escasa familia conocía a sus amistades, ya se lo habrán dicho; lo sé porque ellos me lo han comentado en más de una ocasión.
   Curioso. Ese fue el comentario del madero.
   —Sí, dije yo, a mí siempre me pareció curioso este modo de proceder. Todas conocemos más o menos a las amistades del resto, incluso nos complace compartir a los amigos. Los de ella no aparecerían ni en su Facebook. ¿Algo que ocultar?...¿a qué se refiere? ¿a sus conocidos?, no creo, puede tener alguno extraño, pero todos.  Yo llegué a pensar que no existían tales amigos y que ella los había convertido en un misterio de los suyos. Era proclive a esas fantasías. Era una mujer que le gustaba alardear de haber tenido y tener una vida perfecta, llena de gente perfecta…las únicas excepciones éramos nosotras. Ya le digo que a las otras les sentaba mal.
                                                                                               


   
   
   Al día siguiente me enteré de que todas habíamos dicho lo mismo con ligeras variaciones. Sofía habló con el resto y me lo refirió punto por punto. El policía nos hizo a todas el mismo comentario: curioso.
   El día del entierro pensamos que al fin veríamos a sus importantes amistades. Estábamos expectantes. Pero para nuestra decepción solamente acudió su familia y nosotras, aparte de un par de vecinas de su calle. Gente común y corriente. Bastante corriente.
   Lo que yo digo: no existen.
   Dándole vueltas al asunto recordé varias cosas. Lola decía tener un apartamento en la costa que tampoco nadie conocía, ni siquiera su familia. Allí decía que se iba siempre que desaparecía de la circulación, que era bastante a menudo.  Cuando regresaba a la normalidad lo hacía de muy buen humor y bastante más relajada de lo que era habitualmente.
   —Tiene un maromo.
   —¿Y por qué no lo saca a la luz?, no tiene nada de extraño. Lleva años sola. Sería de lo más normal.
   —Ya sabes como es.
   —Da igual como seas, no se comprende. ¿Por qué iba a ocultar a un novio?
   — Tal vez porque sea el marido de alguna.
   —¿Qué quieres decir, que Lola se lía con nuestros maridos? No fastidies.
Las amigas casadas vivieron en alerta durante un tiempo. A veces cuando Lola desaparecía coincidía con un viaje del marido de alguna. Con el de Elisa lo hizo en más de una ocasión, tanto, que ella contrató un detective que descubrió que, en efecto, tenía una amiga, pero no era ni mucho menos Lola. Era una actriz porno de veinticinco años, rubia teñida, con las tetas de silicona y el culo operado. Patético de verdad. Mucho mejor si hubiera sido Lola. Desde ese día, descartamos que el culpable de las ausencias fuera algún  marido conocido  y dejamos de preocuparnos. Al fin y al cabo era su vida y nosotras ya teníamos bastante con las nuestras.
   —A lo mejor es espía— dijo Sofía totalmente en serio. Sofía era pura ingenuidad.
   —Sí, seguro. De la CIA.

   Una semanas después del entierro, mientras desayunaba en mi sitio habitual, entró el subinspector, se colocó a mi altura y me dijo casi al oído:
   —Ya sabemos quién mató a  tu amiga.
   —Ah sí. ¿Quién?
   —La mujer de su amante.
   —¿Queeeee?
   Giré en mi taburete y me quedé frente a él con los ojos abiertos como platos.
   —Bueno…verás. Esta mujer creyó que la persona que estaba en el coche era la amante de su marido, se acercó y le disparó en la nuca a quemarropa. Ni siquiera se dio cuenta de que no era ella.
   —Un momento. ¿Me estás diciendo que mataron a Lola por error? ¿Qué la confundieron con otra persona?
   El poli me hizo un gesto para que bajara la voz.
   —Si y no. Mira, te sugiero que nos sentemos en un sitio discreto y te lo contaré todo.
   Eso hicimos. Yo estaba llena de dudas. Amantes, esposas, errores.
   —Verás. Esta mujer, la asesina, hacía ya tiempo que siguiendo a su marido le veía entrar en casa de la mujer que tenía que ser la víctima.
  —De la dueña del coche, precisé.
  —Eso es. Entonces ella dio por supuesto que esa era la amante de su marido. Pero, sucede que esa señora era en realidad una alcahueta en cuya casa se veían diferentes personas buscando sexo discreto. Y curiosamente el marido de la asesina con quien follaba, perdón por ser tan directo, era con tu amiga Lola.
   Yo hacía rato que le miraba fijamente sin decir ni pío. ¿Acaso este elemento, guapito de cara, me está tomando el pelo? ¿Me está insultando por persona interpuesta por haberle ignorado hasta ahora? Los policías son muy retorcidos.
   —Oye, oye. Me estás diciendo que Lola era puta…y que en realidad la asesina acertó sin querer.
   —Más o menos, así es. Después de interrogar a la dueña del coche, al marido de la asesina y a todos los demás llegamos a esa certeza.
   —¿No me estarás tomando el pelo? Es que no tiene gracia.
   El hizo el mismo gesto con las manos, que  un cura cuando dice a los fieles:  dominus vobiscum.
   —No puedo entretenerme más — dije un tanto desabrida.
   —Si te parece quedamos luego cuando salgas del trabajo y te cuento el resto.
   Dudé, pero pudo más la curiosidad. Al fin y al cabo soy mujer. Y me gustan los gatos.
   —De acuerdo.





   Pasé el resto del día aturdida por completo. Todas creíamos que Lola era la reencarnación de Santa María Goretti. La pureza en persona. La última virgen. Incluso se había comentado en tiempos, que su marido era impotente y que ella no lo había abandonado por vergüenza, para que nada trascendiera. Con los años Lola se refería a su matrimonio como una unión perfecta. Su marido había sido ejemplar: educado, cariñoso, culto, bueno…

   —¿Era fogoso también?, le preguntaba Rosa, siempre tan directa.
   —Bueno, nena no lo estropees. No seas tan vulgar —respondía Lola que siempre se crispaba cuando salía el sexo a relucir.
   Teníamos que hacerle una seña a Rosa para que se callara o cortarla sin más, antes de que el asunto se nos fuera de las manos. Al fin y al cabo eran simples rumores. Nadie estuvo en la cama con ellos para comprobarlo.
No obstante, eran muchas voces las que  afirmaban que estaba aun por estrenar, como un auto recién salido de la cadena de montaje al que la crisis dejó olvidado en una esquina del concesionario; siempre reluciente, pero obsoleto y caduco. Y por lo visto, tenía una vida amorosa de lo más intenso. Claro, esos eran los amigos que no podía presentar. ¿Cómo iba a poder?
¡Qué hipócrita! ¿no?

   Llegué puntual a la cita. Había quedado con Lobezno en un lugar diferente, donde fuéramos menos conocidos y pasáramos más desapercibidos. El se retrasó unos minutos.
   —Para darse importancia —pensé. En el fondo no las tenía todas conmigo. Esperaba que en algún momento de la conversación el se pusiera a gritar: Inocente, inocente. Entonces, yo me levantaría muy digna y le tiraría a la cara lo que estuviera tomando. Un poco cinematográfico, lo reconozco. Pero es que me parecía imposible lo que estaba ocurriendo. Si alguno de vosotros hubiera conocido a Lola le sucedería lo mismo.
   Había tenido que tomarme un par de analgésicos porque me dolía la cabeza tras una tarde entera de darle al tarro con los asuntos de Lola.
El poli entró al fin, pidió una caña y se sentó frente a mí.
   —Bueno que ¿ya has asimilado la doble vida de tu amiga?
   —Tengo que reconocer que estoy sorprendida, muy sorprendida. Así que acudía a una casa de citas…Ese era el  gran misterio. No me explico cómo no trascendió en todo este tiempo.
   —Ten en cuenta que esto ocurría en otra ciudad donde ella tenía un apartamento en el que vivía sola y al que no llevaba a nadie. Lo hemos comprobado. Cuando acudía a sus citas era como si fuera a pasar la tarde con una amiga en una casa normal y discreta en un barrio recogido, donde se citaban un grupito de asiduos para acostarse y no todos el mismo día, como es obvio. Por lo visto tu amiga era amiga de hace tiempo de la dueña, viuda también, que es la querida  en este momento del secretario del delegado del gobierno. Los, digamos, ”clientes” son gente relacionada con la política, la judicatura, la medicina…
   —No lo comprendo Lola no era una persona culta, ni siquiera guapa…
   —No se reunían para conversar. Solamente necesitaba ser buena en la cama y discreta.
   —Discreta si lo era. Dime una cosa ¿desde cuándo follaba con el mismo, con el marido de la asesina,  desde siempre?
   —Hace dos años, más o menos. Antes tuvo otras parejas. El inmediatamente anterior había sido aquel entrenador de futbol que se mató en un accidente. ¿Recuerdas que lo arrolló el tren dentro de su coche  en un paso a nivel? Fue noticia de portada.
   —Si y ahora que lo dices, recuerdo también que comente el accidente con ella un día que pasamos por allí y no noté que se conmoviera ni nada parecido. Era la reina del disimulo…Dime otra cosa ¿cobran por esto?
   —Naturalmente. ¿Piensas acaso que la gente trabaja por amor al arte? Además consiguen buenas relaciones que siempre son útiles.
Se me quedó mirando como si no se atreviera a revelarme alguna otra cosa.
   —¿Qué? ¿QUE?
   —Ellas, de vez en cuando, también pagaban por tener sexo con jovencitos.
   —No fastidies. ¿Lola también?
   El madero asintió con la cabeza repetidas veces. ¡Qué barbaridad lo que puede engañar una persona! ¡Santa María Goretti!. Somos unas infelices. Somos tontas de remate.
   —Son jóvenes pero mayores de edad ¿eh? Tampoco pienses lo que no es. De veinte más o menos. Gigolós, ya sabes.
   —No está mal teniendo en cuenta que ellas son cincuentonas. Eso no es ningún delito —dije de pronto, defendiendo a Lola sin venir a cuento.
   —No, ni lo otro tampoco. El delito ha sido el asesinato, si no, no estaríamos aquí. Si no la hubieran matado nada de esto hubiera trascendido. Y tú y yo no estaríamos aquí charlando, dijo con suavidad, cogiéndome la mano.
   No la retiré. La verdad es que el tal Lobezno estaba muy bien y yo necesitaba compañía amable en estos momentos. Alguien para evadirme de tanto engaño y tanto disimulo.

   A la mañana siguiente, tras una noche bastante interesante, vi las cosas con más claridad. Era cierto que Lola era una farsante ladina y consumada, aunque solo fuera por el hecho de hacer sentir inferiores a las demás con sus absurdos misterios y sus evasivas tan poco afortunadas. Pero, no obstante,  pensé que nada debería de trascender. El crimen se había publicado como la crónica de un error lamentable. La victima utiliza el coche de su amiga porque al suyo le han dado un golpe y la mujer del amante de la verdadera dueña la asesina por error. ¡Qué mala suerte! ¡Qué pena! ¡Pobre Lola!, ella que era la pureza hecha mujer.
    Eso era lo que comentaba la gente en el barrio. Y así se iba a quedar. No iba a ser yo quien les enmendara la plana, ni quien desenmascarara a Lola. No me correspondía semejante honor. Además posiblemente mucha gente no lo hubiera creído y encima habría quedado como una amiga embustera y desleal a una persona tan integra como aquella santa.
Posiblemente trascendiera algo cuando se celebrara el juicio. Si ocurría así se conocería la verdad o parte de ella. Mucha gente se quedaría atónita, entonces. Pero hasta ese momento yo, tan muda como Belinda.
   —Date cuenta, me dijo Sofía —esta pobre que no hizo el amor ni de casada confundida al final con una fulana, que paradoja tan injusta. Lo que es la vida. Señor, Señor. Bueno, estará en el cielo.
   —Sí, y nosotras en el limbo, dije solo para mi, mientras continuaba asombrada por la gran capacidad de disimulo del ser humano y en especial de Lola. Cuanta hipocresía y cuanto cinismo. Después de todo hasta creo que le estuvo bien empleado, por embustera y por manipuladora;  por farsante y por hipócrita. Por soberbia y por cínica.
   Si, si y también por desviada y por sucia. Porque lo de los yogurines no terminaba de digerirlo.
Ni yo ni nadie en su sano juicio.


FIN


No hay comentarios: