La condesa y el monasterio, capítulo III


Sucedía, que nuestra señora, estaba cansada de vivir como los montaraces- era una opinión harto subjetiva, porque los montaraces jamás tuvieron palacios- y una noche hastiada de predicar en tierra yerma agarró, como si dijéramos,  la cabra por los cuernos y en un arranque de valerosa audacia, dio un ultimátum al conde:
__O nos vamos a la capital o cierro con llave la puerta de mi alcoba.
Nuestro señor, aturdido, le hizo notar que tal actitud era faltar a las sagradas leyes del matrimonio santificado por la iglesia que les unía, como debe ser en estos casos en los que la nobleza, haciendo honor a su condición, tiene el deber de dar ejemplo al pueblo. Pero la condesa se parapetó tras su amenaza, aduciendo que tenerla allí encerrada entre cabras era también faltar al sagrado juramento que le hiciera en su día, cuando ella era aun joven e ingenua, y se casó con el convencida de que ciertamente viviría mejor que la reina. Tal vez a la  condesa se le hubiera olvidado, estas cosas ocurren con los años sin que concurra mala intención, que se casó con el conde, hombre de apariencia física mas bien discreta y de maneras nada pulcras para lo que se podía esperar de un noble,  con el propósito de ascender varios peldaños de golpe en el escalafón  puesto que su padre era un hidalgo adinerado pero nada mas.
Nuestro señor insistió con otros argumentos mas tangibles y mas materialistas: “ahora querida mía, en este momento puntual en el cual la villa  estaba cobrando auge no le parecía apropiado, ni a él ni a ninguno de sus consejeros, cambiar de residencia y abandonar la creciente bonanza económica en manos de terceros, tenidos por fieles pero que nunca se sabe”.
Apoyando el manifiesto, su señoría quiso dar ejemplo de resistencia haciendo alarde de una abstinencia espartana, aparentando no dar trascendencia alguna al hecho de permanecer a dos velas en asuntos de cama, porque era mucho mas importante y mas decisivo para el futuro de la villa y de sus arcas velar por el monto pecuniario que llevaba implícito el traslado pausado pero sin tregua de gentes, fortunas y negocios que abandonaban la capital y buscaban nuevos aires en Saláceres.
El se debía a su señorío, los demás asuntos eran cosas baladíes. Esta frase bien podía haber sido el lema en su escudo de armas.
Nuestra señora respondió que “muy bien, como vos queráis esposo”. Pero tras estas palabras sumisas en apariencia, la taimada condesa, lejos de conformarse se dirigió a las cocinas a disponer con la cocinera, a solas las dos, que a partir de ese preciso momento la comida de régimen severo que hacía el conde por orden de sus facultativos personales, fuera aderezada con unas hojas de Epimedium.
__Es vigorizante y vitamínica y levanta el ánimo que es justo lo que nuestro señor necesita. Los doctores saben de sanar el cuerpo, pero el alma precisa también remedio y este es el mejor. Me lo han dado los buenos frailes. Por ello tiene que constituir un secreto. Jamás debe salir de esta estancia. Debes jurarlo bajo pena de excomunión.
La cocinera juró azarada y nuestra señora se fue tan contenta creyéndose a salvo de posibles indiscreciones. En el fondo era bastante ingenua.
Teresa la guisandera, que había nacido en la Fortaleza donde su madre desempeñó antes el mismo oficio y conocía y apreciaba al conde desde niños, se aplicó con la hierba creyendo de muy buena fe que su señora obraba con tan recta intención como ella. Había tomado buena nota de la planta por si en el futuro se volvía a necesitar y ya no estaba la condesa, que nunca se sabe. Porque había jurado no contarlo, pero guardar unas hojas como recordatorio nadie se lo había prohibido.
 Fueron cayendo las semanas y el conde, espoleado por el Epimedium, comenzó a flaquear. Al no dar su noble esposa muestra alguna de avenirse, nuestro señor aventuró la posibilidad de amancebarse con alguna señora mas indulgente y a la que no le importara vivir alejada, era un decir, de la corte. Nuestra señora respondió que por ella como si se hacia traer un harén del Oriente, pero ella se iba y con ella los dineros de su padre, que una vez  separadas las camas, no hay porqué compartir las haciendas.
Oída esta peligrosa puntualización, el conde reunió su consejo privado y ante la perspectiva de ruptura conyugal y desgajamiento patrimonial, éste último de consecuencias gravísimas, se tomó el acuerdo de acceder y trasladarse en contra de lo que hubieran sido su deseos, a la capital dejando en la villa un Alcalde Mayor como representante en asuntos legales, pero sin ninguna competencia en asuntos económicos para los cuales permaneció un retén de hombres de su absoluta confianza.
Esta hubiera sido mas que  suficiente representación,  pero el rey, alerta a todo y siguiendo los pasos de sus primos los reyes españoles, decidió aprovechar la coyuntura y enviar su propio apoderado,  institucionalizando así de derecho en Hispatania la presencia activa de los oficiales regios en la gestión interna de los municipios, obstaculizando de paso los sueños de independencia que abrigaban los condes desde generaciones. Al oponerse nuestro señor con vehemencia y con todo tipo de argumentos mas o menos pertinentes, el rey, a quien sentaba muy mal que le llevaran la contraria, no solo nombró al Corregidor, faltaría mas,  sinó que convirtió el señorío solariego en behetría; de linaje eso si, no por hacerle favor al conde y su descendencia sino porque “mas vale lo malo conocido”. Así mismo se lo dijo el rey, con estas palabras. Además con la behetría creaba dos impuestos a su favor que pagaban sus nuevos súbditos: el de servicio, para hacer frente a gastos extraordinarios, como guerras por ejemplo, aunque luego acabaron por ser habituales, como sucede siempre y la fonsadera, un rescate que pagaba el campesino a cambio de no acudir al fonsado, es decir de no ser alistado en caso de guerra. Aunque debo referir a vuestras mercedes que los salacereños jamás hicieron uso de su derecho electivo y los condes se sucedieron como siempre lo habían hecho. En compensación los nobles pagaban, motu proprio, la fonsadera para que ninguno de sus campesinos fuera alistado en las múltiples guerras en las que Hispatania acompañaba a la vecina España.
 Favor por favor.
El último capítulo, la próxima semana...

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