Al día siguiente era
Nochebuena, no podía esperar más. Tenía que pasar a la acción.
No había nada para
cenar.
Ayer se habían acabado
las patatas que sacara del contenedor de la basura y hoy habían comido col
hervida procedente del mismo sitio. El pan, sin embargo, nunca les faltaba,
porque su vecina que trabajaba en una panadería, les dejaba en la puerta pan
tierno a diario y muchas veces magdalenas o cualquier clase de bollería. De las
bolsas de alimentos que les pasaba cruz roja, sólo quedaba leche y cacao para
desayunar hasta la llegada de la última remesa. Era injusto que ella y las
niñas se quedaran sin cena cuando tanta comida se desperdiciaba en casa de los
ricos, en casa de los banqueros, en casa de su jefe, sin ir más lejos. Ese
cerdo que cenaría en familia con sus hijos como un patriarca modelo, como un
empresario modelo que había mantenido su negocio de supermercados contra viento
y marea y se había convertido en ejemplo para emprendedores presentes y
futuros. Ese empresario modelo que había despedido sin contemplaciones, a trece
trabajadoras, incluida ella, dejándolas en la calle.
Teresa trabajaba en
atención al cliente, tenía treinta y ocho años y una antigüedad de seis en la empresa, pero había cometido el
error de ponerse enferma, tres días en abril y siete en mayo a causa de una
fuerte afonía sobrevenida por los excesos del aire acondicionado y por tener
que hablar durante ocho horas cada día. En ese periodo tenía programados
cuarenta y dos días de trabajo, por eso, al alcanzar las bajas el 23,81% de las
jornadas laborales, la empresa la despidió, adeudándole, además, el salario de
seis meses. Encima había tenido que aguantar que el gerente le insinuara que
siendo amable con él podría hacer algo por ella, el muy baboso.
Los sindicatos recurrieron
ante los tribunales, dado que las ausencias se habían producido con
anterioridad a la aprobación de la nueva reforma. Dos despidos fueron
declarados nulos, uno de ellos por defecto de forma, pero el suyo fue declarado
procedente y aunque los sindicatos continúan recurriendo, ella sigue sin
trabajo.
Y además sin marido,
porque el muy cerdo, la dejó sola con las niñas y se fue a Sudamérica tras una
bailarina brasileña que meneaba el culo en la misma orquesta donde él tocaba el
saxo. Nunca más tuvo noticias y por supuesto nunca recibió ni un euro para
mantener a las hijas.
Como si no fueran
suyas.
Con estos pensamientos,
que nunca se sacaba de la cabeza, vistió
el abrigo que había estado adaptando, con esmero, para el robo que pensaba
perpetrar en el supermercado más cercano de la cadena para la que trabajó hasta
que las reformas anti crisis la dejaron en la calle. En realidad ella no lo
consideraba un robo, si no el cobro en especie de una parte del dinero que le
adeudaban. Un trueque desesperado y unilateral.
En la calle hacía menos
frío que en su casa. Cuando regresara saldría con las niñas al parque, para que
entraran en calor. Porque estaba segura de que iba a regresar con lo necesario.
No contemplaba, bajo ningún concepto, que pudiera sucederle algo como que la
descubrieran y avisaran a la policía. A ella no podía ocurrirle algo así, lo de
ella era justo y totalmente necesario. Era imprescindible si querían cenar como
Dios manda en la noche de Nochebuena.
Se encomendó
mentalmente a todos los santos conocidos
y atravesó la puerta con paso firme. Hay que aparentar normalidad, es
fundamental para que todo salga bien.
Nicolás, el vigilante,
la vio entrar y se alegró. Siempre la
había gustado Teresa. Era alegre y amable. Una buena tía. Además era guapa. Tenía
las piernas largas y un culo duro y respingón tras el que se iban los ojos de
los compañeros. Le hubiera gustado acercarse y saludarla, preguntarle cómo le iba la vida,
interesarse por las niñas…Pero era tan tímido que no se atrevió.
Al contemplar como
guardaba el pavo primero y los langostinos después bajo el abrigo, con la mayor desfachatez, se puso pálido.
Comprendió al momento lo que estaba pasando y sintió una rabia y una ternura
igual de intensas.
Miró a todas partes
para cercionarse de que ningún otro compañero la había visto y la siguió sin
que ella se apercibiera siquiera de que nadie la observaba.
__Podía poner un poco
mas de atención, caramba, que la van a descubrir.
Teresa se dirigió
resulta a por el turrón, después a por la tarta helada, y hasta guardó unas
servilletas de papel decoradas con
motivos navideños. Una cena completa.
__Falta algo__ pensó
Nicolás contagiado del espíritu navideño del papá Noel que interpretaba tras su
jornada, para el mismo supermercado.
Teresa se topó con el de
bruces. Hombre, el bueno de Nicolás. Tenía, como siempre, una sonrisa de oreja
a oreja, mas una botella de vino en la
mano derecha y otra de cava en la izquierda.
__Te faltaba esto. Anda
sígueme.
La acompañó hasta el
torno de salida y le dijo a la cajera mas próxima:__Jennifer, la señora no hizo
compra.
Lo cual era
absolutamente cierto.
Ya en la puerta, Teresa
se volvió y lo miró con gratitud.
__Gracias. Gracias.
Gracias.
__Ho, Ho, Ho__respondió
Nicolás.
Era la primera vez que
esos tres monosílabos le salían del corazón y no le parecían una gilipollez.
2 comentarios:
Me ha encantado el cuento Maria Jose, una tierna historia con todo el espiritu de la Navidad.
Aprovecho para desearte un muy feliz 2014, que venga cargado de éxitos literarios y personales para ti. Un besin,
Real como la vida misma...
Muchas gracias Nieves. Feliz año para ti también con salud y alegría.
La novela se vende bien, mejor de lo que esperaba y a la gente le gusta mucho, que es lo mas importante.
Muchos besinos.
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