Gabriel...




Muchos años después, un jueves santo tras las lluvias, la muerte anunciada regresó como cuando nuestra Úrsula la mandara venir hacía ya cien años por lo menos. Sobre Macondo se había instalado un fuerte olor a almendras amargas y una nube de mariposas amarillas llegó desde las plataneras de la Unit Fruit invadiéndolo todo. El, había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna y se sintió feliz. Siempre soñaba con árboles, me había confesado una vez Fermina Daza.

El doctor Juvenal se calló de la escalera, mientras los loros mangleros se encaramaban a lo más alto de la secuoya del jardín, a cuyo pie ya no estaba José Arcadio. El general, harto de su laberinto, se comió un canasto de guayabas maduras, el coronel se levantó al amanecer para dar de comer a su gallo y el nonagenario profesor de gramática y latín llamó por teléfono a Rosa Cabarcas para decir simplemente: Hoy si.                                                                                                                                                                   
Entretanto yo, llorona y desaforada como somos los Buendía desde la cuna, icé bandera amarilla en mi barco y decidí seguir recorriendo el río Magdalena, hasta que me vuelva a encontrar con mi sabio triste y me lleve ¡por fin! a conocer el hielo.




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