CINCO
“¿Por qué te has
muerto, hijo de puta? A ver de dónde consigo otro ahora de prisa y corriendo
cuando la Torre está llena de polis.” Pensó en echar mano de su ayudante “total
ya no lo necesito y me evito pegarle un tiro”, pero era demasiado vulgar, como
no lo disfrazara de Rafaela Aparicio y ni aun así. “Además los clientes
internacionales no saben quién es”. Se imaginaba la cara del jefe cuando viera
un esperpento semejante. “No se por qué me rio, no tiene gracia”. “Piensa,
piensa, cabeza y déjate ya de chorradas.”
Lo desató y sacudió
la silla para que cayera al suelo. Lo arrastró cogido por los pies hasta
sacarlo de escena. La muerte repentina del secuestrado le sacó de sus casillas.
No le gustaba que las cosas no salieran según lo previsto. Llamó a su ayudante
para que se deshiciera del muerto. Mientras llegaba se sirvió unas rayas. La
cocaína hacía milagros, siempre lo supo, sin ella no sería ni la mitad de
audaz. Tampoco esta vez le decepcionó: su cerebro comenzó a girar como el
tambor de una lavadora. Podía sentirlo. Por delante de sus ojos cerrados
pasaban imágenes a toda velocidad. De pronto el movimiento se detuvo y una
figura permaneció inmóvil en su retina: “El metro sexual maricón de la
veinticinco. Ahora mismo voy”.
Dentro del furgón
aparcado en el parquin de la Torre, se puso el mono de mantenimiento, cogió el
contenedor y subió por el ascensor de servicio. El ascensor se detuvo en el sótano dos y una
limpiadora rubia lo abordó. Iba a la
veinte. No estaba mal. Podría hacer una Marilyn perfecta, aunque era un poco
más alta…y era una tía. Necesitaba un tío.”No te distraigas.”
Buscó a su víctima,
fue fácil dar con él y más aun lograr que se viniera al lavabo sin ningún
esfuerzo. Sólo tuvo que hacerle una seña. “Cuanto vicio.” Atrancó la puerta de
acceso y colocó un cartel: “Cerrado por
desinfección”. Cuando llegó donde le esperaba, ya se había bajado los
pantalones. “Cuanta prisa.” Gimió de placer al ver las esposas. “Te vas a
divertir” le dijo mientras lo esposaba, le daba la vuelta y le arrancaba el
bóxer.
Capitulo
seis
Casimiro se alegró
cuando escuchó la voz de su amigo Jeremías. Hacía tiempo que no tenía noticias
y se imaginaba lo peor. Porque en este
caso la falta de noticias no sería una buena noticia, en este caso, sería la
única excepción que por lo visto tenía esta regla. Varias veces había pensado
en llamarlo, pero con el trabajo en la dichosa Torre no tenía tiempo para nada
_Ni
siquiera para cagar_ se lamentaba, con su habitual desenfado, dado su
estreñimiento crónico.
_ Tío_
la voz de Jeremías se escuchaba exultante _ ¡tengo una moto, tengo una moto!
_ ¿Te
has comprado una moto, con qué dinero?_ preguntó un sorprendido Casimiro, más
que por la moto en sí, porque su amigo no le llamara para pedirle dinero
precisamente.
_He
pillado mucha guita en el póquer anteanoche o ante anteanoche, no me acuerdo
bien.
_ ¿Y te
lo has gastado en una moto? No estabas mejor pagando lo que debes, a mí, por
ejemplo.
_Nooo,
tío. La moto se he ganado a un pardillo. He jugado en frente de tu torre en las
oficinas de un pez gordo que organiza timbas. Me ha llevado Anselmo. Qué, ¿te
recojo y la probamos?
_ ¡Qué
dices! ¿Tienes permiso para conducir motos?
_ ¿Es
que se necesita?
_Anda,
la virgen.
Casimiro conocía a
Jeremías del reformatorio en el que habían convivido: El Buen Pastor, que
ostentaba el record de antiguos pupilos delincuentes; el Jere era uno de los
más versátiles y escurridizos. Desgracia, que no se apellidaba así en realidad,
salió rebautizado del centro por su facilidad para arruinar todo lo que tocaba,
tenía debilidad por Jeremías. Le admiraba. Su inocencia y su osadía, su
debilidad y su valentía, su tristeza intrínseca y su facilidad para alegrarse
por cualquier cosa. Era un tipo muy peculiar el Jere y “muy buena gente.” En su
universo marginal servía lo mismo para un roto que para un descosido, tocaba
todos los palos.”Pero ni pegar, ni menos aun matar, eh. Ya he recibido yo
bastante leña”. Tampoco entró nunca por ser soplón de la pasma. “Policía ni de
coña.” Sin embargo a ellos sí les proporcionaba toda la información que podía
cada vez que lo requerían y se partía los cuernos por ayudar. Aníbal también lo
apreciaba.
Quedaron en bar del
Julián, otro egresado, a las cinco. “Como si fuéramos pa los toros, tío”. El Jere
no había olvidado su pasión juvenil por ser torero, ni sus noches de capeas
clandestinas alumbradas por la luna, en
los cercados de las ganaderías, ni los revolcones de los morlacos, ni los palos
inmisericordes de los mayorales. “Pobre Jeremías, cuanto había sufrido. Todos
los caminos rectos que iba eligiendo se le iban truncando. No tuvo otra que
delinquir para sobrevivir”. Por eso Casimiro lo quería tanto.
El había tenido mejor
suerte. Cuando regresó a casa, un hermano de su madre le empleó con él en su
frutería. El día que cumplió los diecinueve quiso hacerse un buen regalo y robó
un coche muy ostentoso que veía estacionado cerca y que le había gustado desde
el principio. Era del apoderado del banco al que llevaba su tío la recaudación
cada día y que les regalaba una agenda y un calendario por Navidad. “Ratas de
mierda, ya le enseñaré yo al baranda ese”. Como era bajito “de nacimiento” no
llegaba al volante y se le ocurrió utilizar como suplemento una caja de fruta
de las de la tienda de su tío que llevaba impreso el rótulo publicitario: “Frutas Devesa: del árbol a la mesa”. Le
detuvo el padre de Aníbal, conocido del barrio, al que saludaba a menudo por
las mañanas, cuando salía de dormir con la Paqui, la dueña del bar de al lado.
Casimiro le regalaba un plátano. “Pa reponer el potasio, jefe.”
_Voy a
hacer como que no se quien robó el coche. Lo encontramos sin huellas y sin
ningún indicio que nos lleve al ladrón. Lo encontramos y punto. No pongas tanta
cara de alegría. A cambio quiero algo. Quiero que por las tardes, una vez que
termines la jornada, vayas a una academia y te saques la EGB. No eres tonto
¿sabes? Y no se puede ir de ignorante por la vida. Primero eso y luego ya
veremos.
Eso le salvó de la
delincuencia. Aníbal padre se ocupó de que continuara estudiando y más adelante
le consiguió un empleo como pasante en el despacho de unos abogados amigos. De
paso, lo apartó del barrio y de las malas influencias y de la Paqui, de quien
Casimiro andaba enamorado desde niño.
Cuando nació el niño
de Paquita, Aníbal padre apenas tuvo tiempo para disfrutarlo. Un atracador le
pegó un tiro casi a bocajarro. Casimiro llegó corriendo desde el despacho a
tiempo para verlo morir. Agarrado a su mano lloró tanto que se quedó sin
lágrimas. En su fuero interno le juró sin que él se lo pidiera ni se le pasara,
siquiera, por la imaginación, cuidar de Aníbal como si fuera su hijo.
Y así lo hizo durante
toda su vida.
Cuando su madre no
podía, iba a recogerlo al colegio, no se perdía un cumpleaños, ni una función
del cole, ni un partido, ni la comunión, ni nada relacionado con el chico, sin
falta de que mediara invitación. Todos consideraban normal e imprescindible que
estuviera Casimiro. El vigilaba sus estudios y la daba los mismos consejos que Aníbal
padre le diera a él. El niño le escuchaba sin rechistar, incluso cuando hacía
alguna trastada esperaba en casa a que viniera Casimiro a reprenderlo. Sabía
que era como tenía que ser. Tenían una unión espiritual fuera de lo común.
Cuando Aníbal hijo entró
en la policía, Casimiro fue al cementerio a contárselo a Aníbal padre. La Paqui
ya se había muerto para entonces; y cuando abandonó el cuerpo por aquella
putada que le armaron y se hizo detective apareció una mañana por la oficina
con todos sus bártulos. No hicieron falta palabras. Aníbal le tenía un despacho
reservado y la puerta siempre abierta para verlo llegar.
“Se lo debo a tu
padre”, dijo y Aníbal asintió. No hizo falta más.
La moto era una
Harley Twin Cam 96_Las que usa la poli americana, tío, el baranda se puso
pálido cuando me la entregó. Un inglés muy estirao y muy mal jugador, je, je.
Casimiro se quedó sin
palabras. Se encajó el casco que le tendió Jere, que no paraba de reírse y de
asentir con su enorme cabezota embutida en aquel enorme casco, rojo intenso.
Parecía un robot averiado llamado a descabezarse en cualquier momento.
La Harley hacía un
ruido divino, según el Jere que se había vuelto un experto en motos de repente.
Casimiro se preguntaba que hacía él encima de una moto con el Jere como piloto
por el medio de la ciudad. Se agarró bien y cerró los ojos. De ese modo no pudo
ver el rumbo que tomó su amigo en dirección
a las afueras -quería llegarse al pueblo donde aún vivía su abuela nonagenaria-
y tampoco pudo observar por el retrovisor al coche rojo como el casco del
Jeremías que les venía siguiendo desde que habían arrancado.
Luego de un trecho,
Desgracia abrió un momento los ojos por simple curiosidad, para ver por dónde
iban; el viaje ya se le antojaba demasiado largo. Jere había evitado la
autopista y se dirigía a la primigenia carretera de circunvalación en dirección
oeste. ” ¿Adónde carajos va éste?” Casimiro sopesó la idea de que su amigo se
dirigiera al pueblo.”¿Pero, a que carajos va allí? No me digas que vive todavía
la yaya”.
En ese momento la
Harley y sus dos jinetes enfilaron el viejo puente sobre las vías del
ferrocarril. Afortunadamente la circulación era escasa a esa hora. Casimiro
abrió de nuevo los ojos, cuando un estruendo le forzó a ello, para ver un coche
que los adelantaba casi rozándolos.
_ ¿Sonó
un disparo? Hijo puta, échate a un lado, cabrón.
Jeremías pareció
inclinarse a un costado, como si perdiera el equilibrio.
_Jere,
¿Qué haces tío?, ¡que nos caemos!
La moto, zigzagueó nerviosa y ya sin rienda
atravesó la carretera en diagonal, se llevó por delante la barandilla y salto
al vacío con los dos motoristas.
Casimiro salió
lanzado por la izquierda, mientras Jeremías, todavía agarrado al manillar,
parecía un gallardete agitado por el viento.
Cuando recobró el
conocimiento, Casimiro sintió resquemores por todo el cuerpo. Al recuperar del
todo la consciencia, se dio cuenta que estaba desplomado sobre una inmenso
zarzal que le había amortiguado el golpe. Tras unos momentos de desconcierto,
pudo ver la moto en medio de las vías y a Jeremías unos metros más allá inmóvil
y en una postura imposible. Con mil apuros se dejó rodar sobre la maraña de
zarzas y arbustos hasta que cayó al suelo. Con tanta confusión como dolor, logró
ponerse en pie. Sabía que no debería, pero se quitó el casco y lo tiró al
suelo. Cojeando, trató de llegar hasta donde se encontraba su amigo del alma.
Un tren silbaba por su derecha. ¿Vendría por esta vía o por la otra? Medio
aturdido, trató de correr, pero sólo alcanzó una especie de trote ridículo. Le
daba la impresión de no avanzar, es más, parecía correr hacia atrás, dado lo
que tardaba en llegar. Comenzó a llamar a voces al Jere.
_
¡Quítate de la vía!... ¡Quítate de la vía pedazo cabrón! Dios, estará muerto.
Claro que está muerto, si parece un muñeco roto. ¡Jeremías, Jeremías!_ Casimiro
comenzó a sollozar.
El tren silbaba muy
cerca. No iba a poder llegar. Cuando se hallaba a unos quince metros del cuerpo
de su amigo, comenzó a notar la vibración de las vías. Las vías en las que se
hallaba inerte el Jere. Quiso correr más, pero no había manera. El cuerpo le
pesaba como una armadura. De pronto, mezclado con el ruido del tren se oyó otro
estruendo como si el convoy hubiera tropezado con algo.
_La puta
Harley. ¡Dios por qué nos haces esto! ¿Qué mal te había hecho Jeremías?
El tren lo rebasó
silbando, tratando inútilmente de frenar a tiempo de no partir por la mitad el
cuerpo tirado en las vías unos metros por delante. Casimiro empujado
violentamente por la estela del convoy cayó rodando por el terraplén hasta
estrellarse contra el paredón de piedra que cercaba el pasto de la dehesa donde
unos imponentes toros bravos, habían dejado de pastar para contemplar con
indolencia lo que estaba sucediendo.
Cuando abrió los ojos
en el hospital, Aníbal estaba a su lado junto a la cama y al fondo creyó
reconocer a Isabel. Parecía que la relación funcionaba. Miró a Aníbal en
silencio. Su jefe le puso una mano en el brazo y lo apretó con cariño.
_Ya
estaba muerto cuando el tren lo arroyó.
_La
caída lo mató- afirmó preguntando, Casimiro. Era un débil consuelo.
_ Lo
mató el disparo. Jere tenía un balazo con orificio de entrada y salida. Le
entró por la axila izquierda, atravesando el pulmón y reventándole el corazón.
Le dispararon casi a quemarropa, desde un coche que os adelantó. Muy
profesional. Te libraste por los pelos, la bala te rozó el brazo.
Casimiro cerró los
ojos. Aníbal vio como las lágrimas trazaban rayas por el rostro de su
compañero. Esperó un rato sin hablar.
_ ¿De
dónde habíais sacado la moto?
_Era
del Jere. Creo que la ganó en una timba. Me dijo que había jugado enfrente de la torre.
_
¿Cuándo?
_Hacía
dos o tres noches.
_Lo
investigaré. Ahora descansa y procura no pensar demasiado. Al Jere se lo
hubieran cargado igual.
_
¡Jefe!
Aníbal se volvió
cuando estaba abriéndole la puerta a
Isabel.
_El tipo de la moto era un inglés. Al Jere lo
llevó el Anselmo.
Continuará...
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