Capitulo IX
Por
una vez, a García le falló la intuición peliculera. Durante el funeral de don
Antonio, oficiado por el cardenal y concelebrado por otros ocho sacerdotes,
nadie intentó secuestrar ni matar al Inda; nadie merodeó por los alrededores,
ni nadie sospechoso o desconocido se acercó a la casa, que estaba casi en las
afueras y aunque rodeada por otras, estaba solitaria, puesto que esas otras
estaban vacías de gente en estos momentos y a través de alguna era fácil
acceder a la casa de Dolores. Aníbal y Casimiro pasaron allí la tarde para
nada.
Indalecio hacía como si no estuvieran y no
parecía afectado por el hecho de su presencia allí, ni por la de los guardias
delante de la casa.
__Mejor__ le dijo Aníbal a Dolores cuando se
lo hizo notar.
__Ahora que don Antonio ha muerto el
cardenal se volverá a Roma__ auguró Casimiro.
__ Sería bueno encontrar los dichosos
cuadernos por si acaso.
Apremiaron a García para que a su vez
apremiara a Elisa.
__Así no vamos a conseguir nada, esto va a
requerir su tiempo y si no conseguimos los dibujos habrá que ir pensando en
otra cosa, en otro modo de lograr comunicarnos con él.
__Lo veo muy difícil.
__También pudiera ser que el cardenal actué
antes de irse. No creo que después de intentar matar a la chica, se vaya a ir
así por las buenas dejando las cosas aun peor.
__ ¿Y?
__Podíamos tratar de actuar por ese lado,
trazando un plan. Lo estuve pensando mientras hacíamos guardia en casa del Inda
para nada.
__ ¿Y?
__¡Que poca imaginación! Démosle un motivo
para actuar, hagamos algo que le lleve a confiarse.
El cardenal, en efecto, pensaba ya en
regresar a Roma, pero no podía dejar los cabos sueltos como estuvieron desde
entonces hasta ahora. Solo que ahora estaban aun peor.
__Si no me rodeara de inútiles como tú ya
estaría todo resuelto. No debí perdonarte aquello.
__Tengo una idea para terminar el asunto.
__Miedo me dan tus ideas.
__Será fácil. Escuche. La niña que debería
estar muerta y no lo está, la que le vio aquella mañana…
__Siii, la Elisa, prosigue.
__Va todas las tardes a casa del muchacho a
la misma hora. Sigue una rutina como los tontos…
__A estas alturas dudo de que nadie en esta
historia sea tonto excepto nosotros, y me refiero a ti y a mí, sobre todo a ti.
__Vale, pues tengo ideado un plan. Es fácil,
no puede fallar.
__Eso permíteme que lo dude viniendo de ti.
Explícamelo bien con todo lujo de detalles, hasta los más nimios, y yo
decidiré.
Estaba anocheciendo; había transcurrido un
día más y todo continuaba igual. Los guardias vigilando en casa de Dolores,
Elisa yendo todas las tardes a ver al Inda, acompañada de Aníbal y de su madre,
que se había empeñado en agregarse; todos esperando y el cardenal sin irse,
saliendo de caza cada mañana escoltado por su secretario o guardaespaldas o
matón o lo que fuera.
Desesperante.
Elisa madre, después de que Isabel se
hubiera vuelto a la ciudad, había reanudado sus encuentros casuales y no tanto,
con Aníbal, que se dejaba encontrar sin ningún esfuerzo. Era el único aliciente
para él. Para los demás, sobre todo para García, era una molestia añadida,
porque no les parecía adecuado ni acertado que Aníbal se dejara querer por “esa
fresca”, en opinión de la abuela.
En la Casona, don Pedro se había quedado
solo y se movía por la oficina como un autómata en opinión de quienes le
observaban. No sabían bien si por la muerte de la hija o por la huida de su
mujer o por las burlas de su madre o por todo, que ya era más que suficiente.
Los viejos del tilo, bajo el tilo cada
mañana y cada tarde.
El sargento y García desesperando, Casimiro
comiendo y engordando y Aníbal flirteando con la Elisa.
Inesperadamente, aquella tarde, algo
sobresaltó la rutina de todos. De pronto, una explosión muy fuerte sacudió las
casas como un seísmo y una llamarada se elevó hacia el cielo, sobrepasando la
torre de la iglesia.
__ ¿Que ha sido eso?
Cuando salieron a la calle, la gente corría
hacia las afueras.
__Ha sido en el almacén de trigo. Algo ha
explotado.
La campana de la torre tocaba a rebato y
toda la gente corría en dirección al almacén como si fuera a haber un
bombardeo. Eso fue lo que rememoró la memoria asociada de la abuela.
__Dios santo, parece la guerra.
García y Casimiro, se cruzaron con el
sargento que regresaba al cuartel.
__Ha sido una explosión en el almacén. Había
gente dentro, posiblemente también don Pedro. Voy a avisar a Emergencias.
__ Vaya a ver qué ha sucedido. Yo voy a casa
de Dolores.
__ ¿Piensa que…?
__Seguro que sí.
Cuando llegaron, los guardias habían dejado
la vigilancia y se habían ido hacia el lugar de la catástrofe. Dolores salía
apresurada para ver qué había ocurrido.
__Mire que llamaradas.
__Ya está todo bajo control. Métase para
casa y no se separe de Elisa y del Inda. Pónganse a cubierto, enciérrense en el
sótano como habíamos acordado.
Aníbal y García cerraron la puerta en casa de
Dolores, apagaron la luz y se
dispusieron a esperar. Afuera el bullicio era continuo: idas y venidas, gritos
y carreras, sirenas de bomberos y de ambulancias; el crepitar del fuego era tan
violento que se oía desde allí con nitidez. Dentro, el silencio flotaba por la
casa suave, pero perseverante; se iba haciendo notar, orgulloso, a medida que
el tiempo transcurría.
Pasaron varios minutos interminables. Por
fin, un sonido casi imperceptible les puso sobre aviso: alguien estaba abriendo
la puerta que daba al corral. La puerta de la cocina. Quienquiera que fuese
había saltado la tapia y había venido por la trasera de la casa obviando,
lógicamente, la puerta de la calle. García apuntó con su arma hacia la puerta
desde su sitio inmóvil y Aníbal desde la escalera tenía una perspectiva
general.
Una sombra se recortó en el umbral de la
puerta entreabierta, insinuada apenas contra la débil luz de la tarde; mientras
García afianzaba la puntería, abajo en el sótano se escucho claramente la
rotura de cristales. Aníbal se sobresaltó.
__ ¿Qué cojones…?
Un fogonazo iluminó la cocina acompañado de
un alarido gutural, seguido del golpe de un cuerpo al caer y de una serie de
improperios solapados entre gritos de dolor.
__Hostia puta…aaaaaaaah…me cago en tus
muertos cabrón…
__No pensarías que te íbamos a recibir con
banderitas__ respondió García mientras recogía la escopeta del herido que se
revolcaba en el suelo__ cállate, no malgastes las energías. Por cierto ¿Quién
cojones eres?
__Soy Bernardo… el de la Josefita…Dolores me
conoce.
__ ¿Has venido a saludar?
__El italiano me contrató, me dijo que iba a
ser pan comido.
__ ¿Dónde está el?
__Ha entrado por el sótano.
__Por el sótano, imposible.
__Eso me ha dicho. ¡Llame a un médico!
__Están todos en el accidente. No te vas a
morir, no te preocupes.
Aníbal se había dirigido hacia la puerta del sótano con precaución y con
preocupación. Cuando la tenía a la
vista, se abrió con violencia y una humareda rala se extendió por el pasillo
como la neblina por los valles; mientras él apuntaba al tuntún, Dolores, Elisa
y el Inda aparecieron desorientados y tosiendo. Aníbal cerró con el pie,
mientras los ayudaba a encontrar un sitio seguro en el jonuco de la escalera.
__ ¿Están bien?
__Si…no se preocupe por nosotros. ¿Qué ha
ocurrido? ¿Está ardiendo también la casa?
__Ha sido solamente una bomba de humo,
manténgase aquí.
El espacio era muy reducido. Dolores acomodó
a los chicos al fondo, mientras ella permanecía mirando por detrás de la puerta
entreabierta. Padecía claustrofobia, por eso Aníbal, desechó el jonuco y los
llevó al sótano.
Mientras Aníbal los ocultaba, la puerta de
la calle se abrió con furia golpeando las dos hojas contra la pared y desde el
umbral, a través del oscilante hueco, alguien abrió fuego repetidamente contra
el detective.
__La Walther PPK__ reconoció García__ aquí
lo tenemos.
Aníbal se dobló sobre sí mismo y cayó de
rodillas antes de desplomarse inerte sobre el piso neblinoso todavía. Dolores,
Elisa y el Inda protegidos bajo el hueco de las escaleras escucharon el disparo
y el ruido de la caída. Dolores contempló los pies de Aníbal con sus mocasines
italianos inconfundibles y se persignó, mientras protegía con su cuerpo al
Inda, mudo como siempre. Elisa, pegada a la pared se había tapado los oídos y
lloraba en silencio.
__Padre nuestro que estás en el cielo…ten
misericordia de nosotros…acógelo en tu seno…ten piedad de todos…piensa en mi
nieto…
García movía la silla con la izquierda
mientras disparaba su Beretta con la diestra,
contra la oscuridad del recibidor. El italiano giró a su derecha para
hacer lo mismo. En décimas de segundo Aníbal se incorporó y disparó su Heckler USP contra la figura que
ya había comenzado a disparar, a su vez, contra García.
__
¡Jesús bendito! Ha resucitado como Lázaro. Gracias Señor, gracias__ exclamaba
Dolores totalmente excitada. Por fin había visto un milagro. ¡Por fin!
__
Chico listo__ pensó el Inda__ se había puesto un chaleco anti balas. Esto pinta
bien.
El sicario de la pistola a lo Jamesbon, yacía en el suelo cuan largo
era, que era bastante. Aníbal pensó con acierto, que iría protegido como él,
por eso le disparó a las piernas, mientras García lo mantenía entretenido por
la derecha. Uno de los disparos del italiano había rozado la sien del inspector
que sangraba exageradamente. “La sangre es vanidosa como una vedette. Cuando entra
en escena quiere todo el protagonismo”. Fue el comentario de la abuela cuando
lo vio chorreando por el cuello, como si lo hubiera mordido un vampiro.
Aníbal, recogió la Walther y la contempló
fugazmente, mientras encendía la luz, para ver los estragos de la batalla.
__No tengo nada, solo un rasguño__ le
tranquilizó García.
__ ¿Tú qué haces aquí? Es el hijo de la
Josefita__ explicaba Dolores sorprendida __ ¡Cabrón! ¿Has venido a matarnos?
¡Hijo de la gran puta! ¡Te vas a enterar! ¿Qué te hemos hecho nosotros?
Aníbal tuvo que impedir que Dolores lo
rematara con una sartén, mientras
García, conteniendo la hemorragia con un paño de cocina, apuntaba al
sicario torpe que estaba tratando de incorporarse.
__Aníbal, Aníbal, echa un ojo…
No fue necesario. Un bastón manejado con
destreza se había partido en dos sobre la cabeza del italiano.
__¡Ca-a-a-brón!__ dijo una voz desconocida
para ellos.
__¡Inda! __exclamó la abuela soltando la
sartén__ Mi niño querido.
Casimiro había escuchado los disparos cuando
venía de camino, y preocupado, comenzó a correr a todo lo que le daban sus
cortas piernas y la grasa de su cuerpo, que no era demasiado. Justo en frente
de la casa de Dolores, redujo la marcha. Una figura alta, escopeta en mano, se
dirigía hacia el mismo sitio. Cada zancada del cardenal era una carrera
esforzada de él.
__Cuanto poderío.
Se detuvieron uno frente a otro, y se
contemplaron. Casimiro estiró el cuello como un gallo de pelea osado y
desafiante, mientras al otro le bastaba mantener la compostura, para
impresionar. Las diferencias entre ellos eran notables, sobre todo la estatura.
Como un pigmeo congoleño y un jugador de la NBA. Pero los pigmeos son hábiles y
rápidos, les va en ello la supervivencia. Por eso, Casimiro, visto y no visto,
levantó la derecha con destreza, hacia la entrepierna del cardenal que,
sorprendido y dolorido, se dobló sobre la cintura escorándose a la diestra,
mientras el detective, esta vez con la izquierda, repetía la jugada. Alejandro
cayó de rodillas y miró de frente, a la cara a su agresor.
__David y Goliat__ le dijo el enano,
mientras le partía el mentón de un culatazo.
Los demás lo habían presenciado todo desde
el interior de la casa. Cuando Casimiro se dirigía hacia ellos con cara de
satisfacción, Indalecio salió corriendo y sin mediar palabra, como era su
costumbre, se abrazó al detective. Se abrazó de aquella manera. Digamos que lo
agarró por la cintura y apoyó la cabeza sobre su hombro. Casimiro, sorprendido sin
saber muy bien qué hacer, terminó por acariciarle la cabeza. Ninguno de los dos
era un experto en la materia.
Dolores y Elisa lloraban, García y Aníbal se
emocionaron también, mientras los dos heridos clamaban por un médico, aunque
llegó antes el sargento de la guardia civil.
__Todo en orden__ les dijo, mientras recogía
la pistola del italiano que Aníbal le entregó.
__ ¿Y el fuego?
__Alguien provocó una explosión en el
almacén para distraer nuestra atención. Hubo un muerto y algunos heridos de
diversa consideración, entre ellos el marqués. Ya está todo controlado. Han
hecho ustedes un buen trabajo.
__ Ite missa est__ remató García, para
después decirle a Elisa:__ eres libre. Por completo.
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