Versión
libre de los amores de Alfonso VII rey de León y Castilla, llamado el
Emperador, y doña Gontrodo Petri, joven allerana hija del señor de la Torre de
Soto de Aller.
I
Ruinas de la Torre de Soto de Aller. |
Nevaba
en Asturias y de qué manera. Alfonso, rey emperador, cabalgaba a duras penas,
hundidas las patas del caballo hasta la rodilla, no iba a tener más remedio que
echar pie a tierra igual que habían hecho sus hombres; el temporal no respetaba
dignidades, ni cansancios, ni prisas.
__Maldita Asturias, hace más frío que en
ninguna otra parte del mundo.
“Si no ha estado en ninguna otra parte no se
para que afirma tal cosa. Un rey emperador debería ser más serio en sus
apreciaciones”, pensó Manrique su joven escudero, que descendía de astures y
por tanto amaba la tierra y le parecía buena entre las buenas.
__ ¿Falta mucho para la fortaleza?__
preguntó el rey antes de desmontar.
__Apenas media legua alteza__ respondió el
jefe de la guardia, un leonés del Páramo, recio y bruto como un buey__ estamos
llegando.
Alfonso rehusó ser llevado a hombros de sus
servidores. Todo el mundo estaba igual de cansado y él, en estas
circunstancias, era uno más: un soldado más regresando del frente.
La sublevación de Gonzalo Peláez, la
penúltima de ellas, había concluido. El conde había sido derrotado de nuevo,
aunque todos pensaban que no tardaría mucho en volver a sublevarse;
__No entiendo porqué Alfonso no lo expulsa
de sus tierras, las reparte entre sus nobles fieles y los monasterios y listo,
un problema menos.
__Alfonso le está agradecido por los leales
servicios que le prestó el conde durante la guerra con su padrastro El
Batallador. Si no fuera por su arrojo y su diplomacia tal vez el resultado no
hubiera sido tan favorable a Alfonso. El conde negoció la Tregua de Almazán y
siempre fue muy fiel a doña Urraca la madre del rey.
__Hasta que se cansó de tanta fidelidad y se
alzó en armas, pienso que el rey debería expulsarlo como poco, antes de que se
alíe de nuevo con los almorávides.
La
torre de la fortaleza de Soto de Aller se adivinó a lo lejos velada por los
copos. Su señor don Pedro Díaz, había participado en la reconquista del castillo
de Tudela, al lado de Ovetum y había tenido que retirarse herido antes de la
toma del de Gauzón. En su fortaleza alojaría al emperador de León hasta que el
tiempo escampara y pudiera continuar viaje. Iba a ser, con seguridad, una
estancia tediosa y aburrida, a no ser que cesara la nevada y se pudiera salir
de caza. Estos pensamientos rondaban en aquellos momentos la cabeza del rey. El
temor al tedio era mayor que su deseo de descansar y de comer como era debido.
El shofar[1]
elevó sus notas desafinadas por el
frio, anunciando al rey y el portón de entrada al gran patio se abrió para
dejar paso a la comitiva. La guardia estaba formada y el señor esperaba a pie
firme bajo la nieve. El noble, más alto de lo normal tenía el rostro pétreo
como su nombre, esculpido a cincel de batallas y penurias. Profundas arrugas
como surcos menguaban su frente y encogían sus mejillas. La boca era apenas una
raya y la nariz sobresalía ostensiblemente. Llevaba una venda sobre un ojo y la
pierna izquierda le dolía tanto, que a duras penas podía mantenerse en pie, no
obstante, se adelantó todo lo diligente que fue capaz, para besar la mano de su
rey.
__Gracias por la hospitalidad don Pedro.
__Mi casa, mi familia y mi hacienda son
vuestras, alteza.
Desde uno de los ventanales, doña Gontrodo,
la hija de don Pedro, contemplaba con sus tres hijos la llegada del rey de
León. Su esposo estaba regresando con las tropas victoriosas, seguramente
dentro de unos días estaría también en la fortaleza. Su pelo y sus trenzas
rubias casi blancas, centellearon como una luz en la semi penumbra nevosa de la
tarde. Alfonso levantó la mirada y quedó cegado por su brillo.
__ ¿Quién es?
__Es mi hija Gontrodo, alteza.
__Radiante y bella como una estrella__ pensó
Alfonso en voz alta.
Don Pedro escuchó el comentario y creyó
adivinar un desenlace prometedor para su litigio con el abad de Eslonza. Pero
tiempo al tiempo. De todos modos hablaría con Gontrodo.
Alfonso no quiso que la joven lo viera de
cerca en tan precaria condición física y prefirió retirarse a sus aposentos,
asearse y descansar; mañana sería otro día y los que vendrían, porque el tiempo
no tenía traza se escampar y el tampoco tenía prisa ahora mismo. Su esposa
Berenguela de Barcelona, que aun no le había dado hijos, podía esperar bordando
en su palacio de León y el reino estaba
donde estaba él.
Manrique ayudó al rey en su aseo, probó la
cena y el vino como era su obligación y le calentó el lecho con las brasas de
la chimenea rebosando en el calentador. Alfonso cenó con ansia y se quedó
dormido como un querube, tal vez soñando con la doncella albina que había
observado en el ventanal.
__Nadie diría viéndolo ahora tan vulnerable,
que sería capaz de matar a su propio padre, si el reino se viera amenazado.
Digno hijo de su noble madre Urraca “la Temeraria”, a la que no se le ponía
guerra por delante__ pensó Manrique acomodándose a los pies de la cama para
disponerse a dormir también.
Los nobles que acompañaban al rey cenaron
con don Pedro y su familia aquella noche. María de Ordóñez miraba a los
comensales con atención. Entre el cansancio por la guerra y el viaje, aquellos
leoneses más parecían siervos de la gleba que personas de la nobleza. Los
modales tampoco eran muy refinados aunque esto probablemente se debiera al
hambre acumulada. La señora de la torre de Soto confiaba que la estancia fuera
corta sobre manera después de haberlos visto comer. Su rebaño de ocas
desaparecería en un santiamén, y la misma suerte correrían los cerdos y todos
los animales. Sería bueno que se pudiera cazar porque un venado cada día no
vendría mal, de seguir así las cosas.
Gontrodo Petri[2], cenó
con los niños y se retiró a su habitación, porque su padre, viendo el efecto
que había causado en el rey, no quiso que ninguno de los demás caballeros la
conocieran antes que el monarca.
__Deberás reservarte__ le dijo a la joven,
que no entendió muy bien para qué.
En el refectorio, la sobremesa se prolongó
hasta bien entrada la madrugada, porque el ansia por comer y sobre todo por
beber, con la excusa de celebrar la victoria, era mayor aun que el cansancio.
Transcurridas las horas, algunos caballeros del rey se fueron retirando,
mientras los restantes se iban quedando dormidos sobre la mesa o donde quiera
que tuvieran apenas un punto de apoyo. Casi alboreando, se hizo el silencio en
la Torre.
__ ¡Por fin!__ exclamó don Pedro, que no
había podido pegar ojo con la algarabía.
Duró poco la calma. Apenas un rayo de sol,
abriéndose paso tenaz por entre las apretadas nubes, iluminó la Torre, unas
voces descomunales retumbaron por los corredores y alzaron hasta los más altos
aposentos su pregón de muerte.
__¡Lo han matado, lo han matado! Ha sido
envenenado. Traición, traición, el veneno era para el rey.
__ ¿Hablan de mi?
__Eso parece alteza.
__ ¿Han querido matarme?
El escudero se encogió de hombros. Eso
decían las voces, pero de haber querido envenenar al rey, el, Manrique, no
estaría vivo ahora mismo.
El jefe de la guardia irrumpió en la
estancia, como un toro.
__Han matado a Alonso de Camponegro;
envenenado; tenía la lengua negra como su apellido. Beleño, ese fue el veneno.
En una dosis alta. Lo ha confirmado el galeno.
__ ¿Motivo?__ preguntó el rey.
El toro del Páramo se encogió de hombros.
Luego, ante la mirada inquisidora del rey, reflexionó:
__Cuernos, rencores, venganzas…
__Alteza, don Pedro Díaz solicita audiencia.
__Que entre.
__Alteza, señor, estoy consternado,
abrumado… estoy…
Don Pedro no encontraba las palabras. Hubiera querido postrarse a los pies del rey, pero su pierna no le consentía veleidades. Que
mala suerte, nada más llegar el emperador y ya se producía un crimen contra sus
hombres. Su litigio con los frailes de Eslonza, no presagiaba buen desenlace
después de esto. El señor de Soto no había sabido velar por la seguridad del
rey. Gontrodo tendría que hilar muy fino y el no estaba nada seguro de las
filigranas de su hija. Siempre había sido muy sosa. Como su madre.
__No os preocupéis__ le dijo Alfonso con
suavidad.
__ ¿Eh? Ah sí, el crimen. Señor no es culpa
de la fortaleza.
__Desde luego que no. Estas cosas ocurren en
todas partes. Vamos a investigar los posibles motivos y luego veremos. No
obstante debemos extremar las precauciones, por si acaso. Venid conmigo, lo
hablaremos con mis consejeros y tomaremos una decisión.
__Alteza yo había pensado que desayunarais
conmigo y mi esposa y mi hija Gontrodo Petri. En familia. No sé si…
__Desde luego __dijo el rey, recordando la
belleza de la joven__ Daré ordenes a mis hombre para que recopilen toda la
información y luego vos y yo escucharemos el informe y tomaremos decisiones.
Vamos pues.
__Puede que todo no esté perdido__ se
esperanzó don Pedro.__ Espero que María haya hablado con la niña y que no se ponga
mojigata. Hay mucho en juego.
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