II
Su padre se lo advirtió: Es que
no solo tienes que estar tocado por un don, tienes que hacer algo muy grande,
muy, muy grande. Algo excelso. El listón esta altísimo. Imposible para alguien
mediocre como tú.
Mi primo Genaro, hacía méritos desde pequeño
para ser diferente, pero sólo había logrado que lo expulsaran del colegio y de
la universidad y el día que quiso incendiar el Congreso consiguió que lo
metieran en la cárcel, lo que no habían hecho cuando puso una bomba en el
metro, ni cuando voló el Pirulí de la radiotelevisión pública.
Le condeno por ineficaz, por inepto y por
incompetente, porque tres errores para ganarse el apodo ya son demasiado, le
había dicho el juez, que por cierto vivía en
el gueto, con el sobrenombre de Iniquus.
Se lo había ganado por inhabilitar a todo el
Poder Judicial del país que había votado a favor de reconsiderar la existencia
del barrio. Todos los jueces del sí, se tuvieron que ir al exilio para
continuar trabajando, y los compañeros que los apoyaron públicamente, también. La
judicatura se transformó completamente para peor. Como casi todo lo demás.
Haré una muy gorda, amenazó Genaro.
Cumplió, aunque transcurrieron años.
Mientras, en la ciudad una
incipiente resistencia iba tomando cada día más cuerpo, pese a la férrea
vigilancia. Jueces, policías y algún que otro político se ponían al frente de
la ciudadanía con sentido común que era poca, todo debe decirse, porque la
sinrazón se había instalado en las vidas de la gente como la cosa más natural
de este mundo. Tanto como respirar. Matar, robar, injuriar, estafar, delinquir
en una palabra, era visto como un rasgo de madurez social, el resto eran
apartados como gente pusilánime, incapaz, marginal, despreciable. Basura que no
merecía casi ni el honor de visitar el barrio y pasearse por él. Si no fuera
porque el ego de los residentes sufriría mucho, se les hubiera prohibido el
acceso.
Para las gentes de mirada anaranjada, la
vida transcurría feliz y la población aumentaba que daba gusto. A Genaro, el
inepto, como le apodaba su padre, la suya se le iba en discurrir modos y
maneras de ganarse la plaza en el gueto sin que lograra nada definitivo que lo
elevara por fin a la gloria. Había aprendido muchas cosas en la cárcel y
ninguna era buena, sin embargo eran de poca trascendencia para ganarse el
ansiado puesto. Prefirió no ponerlas en práctica para no irritar más a Iniquus.
Hasta aquella tarde en la cual el nuevo
alcalde, antiguo compañero de colegio, le ofreció el cargo vacante de concejal
de basuras.
Espero mucho de ti, le había dicho.
No te defraudaré. Llenaré de gloria este
ay-untamiento.
Para
ello, atiborró la ciudad de mierda hasta los topes. Basura sin recoger durante
meses, un olor insoportable que era perceptible desde kilómetros de distancia,
toneladas de porquería apilada en las calles visible desde el espacio exterior;
ratas y todo tipo de animales carroñeros invadieron las calles y las viviendas,
surgieron enfermedades cutáneas, alergias, infecciones, seguidas de muertes por
problemas respiratorios, por infartos, por asfixia, por asco. Los vecinos
desesperados se mataban entre sí por la mínima, se suicidaban arrojándose de
cabeza sobre los montones de basura. En fin, una nueva plaga bíblica.
Esta vez, si.
Pero no. Los ciudadanos normales, los
comunes, se echaron a las calles y sacaron la basura en sus propios vehículos,
atropellando a los empleados municipales que osaran oponerse y arrollando a los
policías locales a los que el alcalde ordenó disparar a discreción contra los
voluntarios. No contaba con que estos también iban armados y terminaron por
imponerse al ser bastantes más. De este modo se acabó la huelga: con cientos de
muertos de ambos bandos. Genaro no subió a los altares y se vio obligado a
tomarse unas largas vacaciones, puesto que la población se empeñó en lincharlo,
por cerdo. La gente común de la resistencia estaba perdiendo el miedo. Lo cual
era un problema.
Me voy a algún lugar exótico, pero volveré
con la solución.
¿Por qué no pruebas por el lado bueno?,
preguntó el padre ingenuamente.
Porque no me sale de los cojones. Seré el Carnifex Maximus. Lo tengo decidido.
Durante el tiempo de ausencia de Genaro,
ocurrieron en la ciudad problemas serios. Los resistentes se habían reunido y
habían acordado una disposición que en principio pareció excesiva y dolorosa:
disparar contra toda persona de ojos naranja. Muchos se opusieron dado que en
el barrio vivía también gente buena.
No comprendo cómo siendo buenos pueden vivir
allí rodeados de delincuentes de la peor calaña. Si muere alguno les está bien
empleado por cómplices.
No tienen otra opción. Si te ofrecen el
puesto debes ir, de lo contrario se toma como desobediencia civil y te vas a la
cárcel. El gueto es un mal menor.
Yo considero que el mal menor es la cárcel.
No se puede exigir heroísmo a nadie. Además
tienen familias que quedarían marcados para siempre. Lo que viene ocurriendo
desde hace mucho es que los buenos lo son en absoluto anonimato. Nadie bueno
realmente desea ser premiado con el barrio y esta gente nos está apoyando,
ahora, desde la sombra. Consideran que la verdadera bondad, la más prioritaria,
es convencer a la población del error que lleva decenios cometiendo.
Entonces, ¿disparamos indiscriminadamente?
Si.
Los primeros cayeron sin esfuerzo, como es
natural, pero rápidamente los naranjas se blindaron tras un muro de guardaespaldas
cada vez que salían a la calle. Sin embargo todo fue a peor: los residentes no
podían acudir al trabajo y los niños tuvieron que dejar de asistir al colegio.
Era complicado abandonar el gueto. Las provisiones comenzaron a escasear, dado
que la resistencia interceptaba los camiones de aprovisionamiento aunque fueran
defendidos por guardas armados hasta los dientes, incluso con ametralladoras.
En el último atentado, un coche cargado de explosivos conducido por un
resistente suicida, se estrelló contra el camión de víveres, provocando un
socavón que originó escapes de gas y dejó a oscuras y sin agua a media ciudad,
barrio incluido.
Algo tan simple como ir a la peluquería
resultó imposible, incluso lo fue asistir a los funerales de la gente asesinada.
Hubo que improvisar una capilla dentro del barrio e incluso habilitar un
columbario. Los muertos debían ser incinerados porque para construir un camposanto no había sitio dentro del recinto
y la resistencia había advertido que los cadáveres-caso de ser enterrados en el
cementerio municipal- serían exhumados y arrojados a los buitres como carroña.
Esto es la guerra, exclamó el alcalde. Vamos
a tener que quitar los microchips a la gente. Así no podemos continuar.
El sabio descubridor había muerto, lustros
atrás, atropellado por el tren; se dice
que alguien lo empujó a las vías cuando ya había traspasado los
saberes y no resultaba imprescindible. Los herederos de su ciencia, que también
moraban en el barrio, tuvieron que hacerse cargo de la extracción, comenzando
por ellos mismos. El proceso resultó algo más laborioso que el anterior y se
alargó demasiado en el tiempo. Tal vez hubiera un método más rápido que solo
conocía el inventor asesinado.
Es lo que trae consigo la petulancia.
Cuando andaban en todo esto, regresó Genaro
con la idea definitiva.
Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario