V
El monasterio de San Pedro de Eslonza crecía
sin parar. Compraba viñas, tierras y sobre todo pausatas[1]. El monasterio de
Sahagún que había tenido la hegemonía hasta ahora, pasaba por apuros debido a
las luchas que mantenía, en el momento presente, con sus vasallos; por ello
había puesto en venta las pausatas de Villafáfila, cercanas a la frontera con
los moros. Varios monasterios se las disputaban, pero Eslonza era el que
contaba con más opciones, aunque al rey Alfonso se le hubiera pasado por la
cabeza incorporarlas a la corona como regalías personales, pero en estos
momentos hubo de ocuparse en otros menesteres, como detener la sublevación de
Gonzalo Peláez en Asturias. Por todo esto, el rey emperador protegía ahora mismo
con todas sus fuerzas, a los benedictinos en general y sobre manera a los de
Eslonza frente a los monasterios de la orden de Cluny que se estaba extendiendo
y adquiriendo poder. Si las pausatas se iban al Cluny, adiós para siempre al
negocio de la sal.
Proyectos reales aparte, la sal
era de vital importancia en aquellos momentos de expansión y de guerras no solo
contra los moros, si no también intestinas ya que los conatos de secesión se
sucedían y poseer ganado y salazones era vital en la estrategia militar.
“Estómagos bien comidos son agradecidos” decía el rey y por ende era
conveniente que la explotación de los pozos de sal la hicieran gentes de
absoluta confianza. De todo esto era sabedor don Pedro Díaz, por ello daba por
perdido su litigio con don Pedro de Gradefes, el abad de Eslonza. Aunque el
monasterio en liza, San Juan de Berbio, no poseía pausatas, pero si
extensísimos pastos donde criar ganado en abundancia, montes llenos de caza y
ríos colmados de salmones. Además dadas las veleidades secesionistas del conde
Peláez era de lo más conveniente mantener monasterios poderosos y bien
defendidos dentro de las lindes de las Asturias Inferiores, donde estaban los
dominios del rebelde.
Por todo esto don Pedro depositó
en su hija todas sus esperanzas, las únicas posibles, ya que de otro modo se
veía sin opción alguna frente a Eslonza. Se mirara por donde se mirara el
señorío de Soto era como un rata de campo frente al águila poderosa de Eslonza,
cuya mirada abarcaba todo desde las alturas.
Sin poder arrodillarse frente al
crucifijo, le suplicaba derramara sobre su hija la gracia que nunca tuvo para
que supiera complacer al rey y para que se quedara preñada, porque la niña
tenía veinticuatro años y eso ya era una edad.
__No me digáis que vos no os
ocupáis de estos menesteres. No miréis para otro lado. Bueno mirad para que no
os incomode, pero no impidáis que la naturaleza siga su curso y si no pudiere,
ayudad un poco.
Doña María rezaba también a todas
horas para que cayeran piezas mayores en las trampas y para que su hija se
quedara preñada, o de lo contrario su esposo se lo recriminaría de por vida.
Doña Gontrodo por su parte, era
feliz como nunca lo había sido, amada sin descanso por el rey de León. Alfonso
no pensaba en otra cosa que en su novia albina, ardiente como pocas. La nevada
continuaba y propiciaba la pasión de los amantes encerrados en las habitaciones
del rey.
Entretanto Juan García había
averiguado cosas. El botánico del monasterio local era primo lejano del abad de
Eslonza y además de en plantas, era un experto en mujeres, sobre manera en la
hija del palafrenero principal de la Torre, casada y madre de dos hijos
pelirrojos como el botánico. Cuando el fraile científico salía al campo a
recoger plantas y bayas, se encontraba con su amada en la ermita del Santo
Mártir y allí, en tierra sacra, daban rienda suelta a su pasión; por ello su
adulterio, el de ella, estaba bien visto por Dios, según el fraile lascivo,
porque se realizaba en una de sus embajadas en la tierra y todo lo que dentro
de ellas se hiciere o tratare jamás molestaba al Señor. De lo contrario no lo
consentiría. De este modo tan simple justificaba el botánico sus amoríos y las
fechorías de otros de la misma o peor calaña.
Juan García no compartió este
hallazgo con el otro Juan, porque era demasiado impulsivo y podía dar al traste
con el secreto necesario para avanzar: no era bueno que el botánico notara que
conocían sus andanzas y se pusiera en guardia. No obstante rondó por las
cuadras para hablar un rato con los palafreneros y se enteró, sin pretenderlo,
de algo bastante decisivo para la investigación.
Los sirvientes, jóvenes la
mayoría, interrumpieron la animada cháchara entre ellos, mientras limpiaban las
bestias con las almohazas[2], para saludar respetuosamente a don Juan García.
Este les conminó a continuar con sus cosas como si él no estuviera presente.
__Solamente he venido para ver
los potros__ les informó, ante la expectación levantada.
Los muchachos tardaron un tiempo
en reanudar la conversación, mientras García contemplaba los potros como si
estuviera muy interesado en ellos. Ya iba a marcharse cuando algo le llamó la
atención. Alguien mencionaba una hambruna en algún punto del reino.
__ ¿Hambruna?__ preguntó.
__Si señor, e irá a más.
__ ¿Pero, donde?
__En los confines del reino, en
la frontera con los almohades. Allá por tierras de Jaén. No llueve desde hace
mucho tiempo. El ganado se va muriendo por falta de alimento. Los animales
salvajes devoran el poco que queda, las gentes no tienen para comer y las
guarniciones militares de la frontera, tampoco. Urge alimentarlas. El rey ha
ordenado enviar salazones y grano y sal para todos, hombres y caballos, pero el
alimento escasea, las trojes de Castilla están casi vacías. Sería necesario
ganado en abundancia y pescado, porque si se demora demasiado el envío, las
tropas sucumbirán. Lo bueno es que los moros del otro lado están igual, aunque
a ellos les envían por mar comida desde África. Sería bueno que a los nuestros
les llegaran también.
__Se necesitan con urgencia reses
y grano y peces.
__Si señor. Con mucha urgencia.
__Lo que abunda en Berbio__ pensó
García__ ¿Quién te ha informado muchacho?
El palafrenero dudó, mientras don
Juan le apremiaba con la mirada y con el gesto. El joven miró a sus compañeros
que le observaban mudos. Don Juan insistió:
__Es importante que me informes,
hijo; si lo que te han dicho es cierto, el reino se halla ante un problema
gravísimo. Debo informar a mi señor para que este hable con el rey.
__Mi madre me lo ha dicho, señor.
Ella lo sabe__ respondió el joven bajando la mirada.
El resto de palafreneros
sonrieron maliciosamente. Juan García reparó entonces en el color del pelo del
muchacho. No necesitó saber nada más. Salió apresuradamente haciéndose un
resumen de los hechos. Hambruna en las fronteras del sur. Eslonza apremia
porque necesita alimentos. Tiene salinas pero no hay mucho para conservar.
Berbio tiene escanda, ganado y peces. Necesitan el monasterio con todo y el
emperador está en la Torre con don Pedro y, lo que es peor para sus intereses,
con la hija de este; conociendo las veleidades del monarca están casi seguros
de cuál será el fallo de la Curia Regia. Hay que actuar.
Casi sin resuello llegó a la
Torre y buscó a don Pedro. El señor de Soto le escuchó atentamente.
__Supongo que el rey conocerá la
hambruna__ replicó.
__Supongo. Pero detenido aquí no
puede hacer gran cosa. Deberíais hablar con él.
__No sé como…
__Entiendo. Hablaré con don
Juan Tabarés y veremos el modo.
__En León habrán tomado medidas
en ausencia del rey.
__No estoy seguro de que conozcan
la situación.
__De acuerdo, hablad con don
Juan.
Los dos Juanes tuvieron una
charla prolongada. El berciano no conocía la noticia de la falta de alimentos
en la frontera del sur y teniendo en cuenta lo que nevaba aquí parecía
imposible que hubiera sequía en parte alguna.
Además se resistía a culpar a los
benedictinos y el color del pelo del palafrenero le parecía una prueba poco
consistente. No obstante, ante el apremio de Juan García se avino a informar al
rey.
__A la hora de la comida se lo
diré. Voy a hablar con Manrique para que disponga todo.
En ese momento preciso, dejó de
nevar y asomó un sol potente como si acabara de venir al mundo y precisara
brillar con furia para subsistir. De continuar así fundiría la nieve en un
pispás.
Doña María no daba crédito ¡por
fin! sus plegarias eran escuchadas. Don Pedro también se alegró porque ya no
soportaba el dolor de su pierna mordida por la humedad y el frío.
__Supongo que habrá habido tiempo
para la preñez. De todos modos esto no podía durar eternamente. Confiemos.
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