Manolito de la Vega de Avia y Torres de Campos, era un joven bien parecido para la época. Tenía un aspecto extrañamente aniñado. Era rubio, casi lampiño, con los ojos claros, hablaba poco y su cara exhibía una sonrisa cuasi permanente, como de idiota, aunque todo el mundo decía que era un lince para los negocios. Era hijo de los señores de Omedas, afamados terratenientes de las montañas del concejo, próximas ya al de Beriso. Según los avianos, siempre bien informados del dinero ajeno, como si se dedicaran a contarlo, poseía cientos y cientos de hectáreas de tierra, un palacio, algunos pueblos enteros, varios caseríos, montes y montes llenos de robles y castaños y cientos de miles de acciones de la Unión y el Fénix. Había bajado de sus dominios a residir a la villa, el mismo día que todo Avia buscaba por el cauce del río a mi tía bisabuela María Moran. No obstante, mi tatarabuelo don Patricio, se fijó en él como posible candidato para alguna de sus hijas, pero el recién venido no demostró interés alguno por las mujeres en bastante tiempo.
Sus padres habían fallecido. Su padre, que nunca salió de sus dominios, fue el único hijo de los señores Omedas, y su madre había sido, según se contaba, una mujer muy guapa, hija de unos terratenientes castellanos venidos a menos, que la dieron en matrimonio al rico hacendado para que continuara teniendo una vida cómoda, tras la debacle familiar. Otros dicen que la casaron con el heredero Omedas, un tipo raro y difícil, para alejarla de un novio que no le convenía y con el que estaba dispuesta a embarcarse para América. Sea como fuere, lo cierto es que fue una boda sin amor en absoluto, ya que ambos se conocieron el día antes del enlace cuando llegó la novia. Manolito, padre, había tenido suerte, porque la castellana era guapa y buena moza. El sin embargo, era un tipo más bien desagradable y no por su físico precisamente, sino más bien por su aire altanero de cacique, por su manera de mirar a la gente, cuando la miraba, ya que habitualmente hablaba sin ni siquiera mirar al interlocutor, y por su semblante de sátiro, que hacía empalidecer a las mujeres, que lo temían y lo rehuían sin disimulos, lo cual parecía causarle cierta satisfacción.
Cuando su futura esposa lo conoció, tuvo esa misma percepción, y no quiso ni imaginarse lo que podía ocurrir en la noche de bodas. No se equivocó. Fue la experiencia más insoportable de toda su vida. Esa noche y las que vinieron después, hasta que, una vez nacido su hijo, optó por huir con él, aprovechado la temporada de caza y la ausencia del marido perdido por los montes durante días con su fiel Aquilino y sus amigos o lo que fueran, porque amigos como tales, no tenía.
Calculó que tendría tiempo para llegar de sobra fuera de las lindes del señorío y alcanzar Beriso para descansar y poder viajar luego a Oviedo, donde tenía familiares. Huyó con apenas lo puesto y algunas joyas, en el coche de viga de la casa, manejable y ligero. El coche con su caballo y el niño, regresaron a los pocos días, en compañía de Manolito y Aquilino, pero a ella nunca más se la vio. Circularon todo tipo de rumores, pero a ciencia cierta nada se supo jamás de su paradero, viva o muerta. La casa contrató un ama de cría para Manolito, hijo, que creció encerrado como su padre, y desarrolló un carácter parecido, aunque a él le gustaba salir de vez en cuando de los dominios Omedas e incursionar por los aledaños, no se sabía bien para que, ya que no se le conocían amigos ni novias. Solamente le acompañaba Aquilino, como a su padre. Iban de caza, parece ser, pero las piezas que se decía que cobraban no tenían nada que ver con rebecos, ni lobos, ni zorros, ni osos.
En Avia se había instalado en la antigua morada de los condes de Lagares, venidos a menos, que rentaban el palacio. Al principio, iba y venía a sus dominios, pero más o menos en un año, se instaló definitivamente en la villa, compró el palacio de los condes por una cantidad muy generosa, al parecer, y se dedicó aparentemente, a sus negocios agrícolas y ganaderos. Se hizo socio del Casino, al que iba poco, y pensó en buscar esposa, por consejo del marqués de Casa Quirós, que le hizo ver la conveniencia de una buena unión con alguna joven de la villa, para evitar habladurías y malas interpretaciones.
Pasó tiempo antes de que Manolito se decidiera a cumplir los consejos del marqués, máxime porque este pretendió emparejarlo con su nieta mayor, un adefesio como su madre, a la que habían casado a macha martillo, con el hijo ciego de los marqueses de Riberas de Arriba. Tanto insistió el abuelo en las bondades de la nieta, que Aquilino le hizo notar la conveniencia de buscar esposa de una vez, antes de que el marqués se ofendiera por la negativa.
Mi bisabuelo Antonio y su hermano Manuel, tenían también una hermana, Estrella. Era solamente medio hermana. Su madre se había quedado sola con dos niños de corta edad, dado que su marido había emigrado a La Habana sin regresar jamás, como tantos otros. Ella joven y guapa, se buscó la vida. De esa búsqueda había nacido Estrella, que llevaba el apellido del marido de su madre, Arias, aunque con el tiempo pudo cambiarlo por el de su verdadero padre, Arturo Rivagodos, un hombre mayor, apuesto, rico, casado también, que decía tener un título nobiliario, aunque nunca se supo cual, y que había perdido la cabeza por Estrella madre.
Estrella Garcés nunca tuvo necesidades económicas, su marido le enviaba dinero religiosamente, para que nada les faltara. No fue por dinero que se lio con el supuesto noble. Tuvieron una tórrida relación que hizo correr torrentes de habladurias en Avia y que avergonzó a sus hijos mayores que soportaron durante años, toda clase de burlas soeces y mal intencionadas, hasta que tuvieron edad suficiente para escribir a su padre y rogarle que les reclamara para La Habana.
En la primera misiva le ponían al corriente de la situación de su madre y del nacimiento de su nueva hermana y de lo difícil que se hacía para ellos la vida en la villa. A Antonio padre, ya le habían llegado rumores de lo acontecido, pero teniendo en cuenta que él también se había emparejado y de esa unión había nacido otro medio hermano Arias, Jacinto, no consideró oportuno pedir cuentas de olvidos, ni infidelidades, que eran mutuos. Escribió a su mujer, para hacerle llegar el deseo de tener en La Habana con él a sus hijos, “porque ellos así lo han manifestado y tú ya no te quedas sola, y además con tu mercería, que yo he pagado, tienes de sobra para vivir. Yo te deseo lo mejor”.
Una vez que los chicos llegaron a la isla y todos supieron de todos, Antonio padre, mi otro tatarabuelo, pensó que ya era hora de legalizar la nueva situación familiar, y propuso a mi tatarabuela, solicitar el divorcio en La Habana, para así, el poder casarse con su mujer de hecho, Jacinta, asturiana de Tineo, emigrada de niña con su familia, y para que ella, hiciera lo que considerase oportuno. El divorcio era legal en La Habana, pero no en España, con lo cual Estrella Garcés, considerándolo oportuno o no, continuaba casada de por vida con Antonio.
Pero ocurrió que mientras duraron los trámites, Arturo Rivagodos enviudó, y entonces ambos decidieron por su cuenta, “matar” también a Antonio, comprando funcionarios, civiles y religiosos, falsificando actas de defunción y todos los papeles que necesitaron para justificar la viudez de Estrella, que pudo casarse con Arturo, muy discretamente, aunque ella hubiera preferido lo contrario, dar el apellido paterno verdadero a su hija, mudarse a vivir a la casona familiar de los Rivagodos, y disfrutar la fortuna que su flamante marido se había traído de Filipinas junto con su mujer, una tagala que no hablaba español, no le dio hijos y no se trataba con nadie, porque dicen las lenguas avianas, estuvo siempre enferma de melancolía.
Estrella Rivagodos y Garcés, hija de mi tatarabuela y del filipino, como le decían en Avia, era bastante agraciada. Mi bisabuelo y su hermano eran altos, morenos, de ojos verdes, como su padre. Ella era rubia como su madre, y tenía cierta innata distinción en los modos, como su padre don Arturo. Su madre se empeñó en darle una educación esmerada y, para evitar roces con el resto de niñas, por lo peculiar de la situación familiar, como les había pasado a sus hijos mayores, contrató a una institutriz madrileña, y la educó en casa.
Fue la tía lejana Gumersa, vieja perenne, casamentera, apaga fuegos, aviva otros, métomeentodo, pero con mucho predicamento en la familia y en la villa, en general, quien colocó a Manolito de la Vega, en la órbita de la joven casadera. Estrella madre había desempolvado el título nobiliario de don Arturo, que por lo visto era conde de Monteagudo, que podía ser tan falso como los papeles de su viudez, dado que ningún noble de los alrededores, que eran unos cuantos, tenían noticia de que constara en los registros semejante condado. Ella, no obstante, se hacía llamar señora condesa, y apenas tenía trato con las gentes de la villa, a las que consideraba plebe. Sentía fascinación por las irlandesas, tan rubias todas y tan elegantes, tan bien vestidas siempre y con tan buenos modales, que decidió que Estrella hija aprendiera inglés, pensando que el idioma traía consigo todo lo demás. Así pues, Estrella adquirió una buena educación, buenos modales y hablaba inglés con fluidez, cualidades que no iban a hacerle falta alguna casada con Manolito de la Vega, que era un sátiro y un patán, y que la iba a encerrar en casa, casi bajo llave.
Desconozco los pormenores de la relación de Estrella con Manolito, si es que la hubo, lo que oí referir siempre fue que la tía Gumersa se encargó de presentarlos y de convencer a Estrella madre de la conveniencia de la boda, ya que ésta, pese a la buena posición económica del novio, no estaba muy convencida. Don Arturo, el filipino, acababa de morirse y parece ser que su fortuna no era tan cuantiosa como se pensaba, eso también influyó para que madre e hija aceptaran a Manolito, que les daba miedo a las dos.
El primer hijo, Antonino, llegó pronto. Cuando la tía Gumersa le vio la cara, sentenció que iba a ser un desgraciado y no porque fuera feo, sino porque parecía tener escrito en el rostro un futuro que solo Gumersa con sus ocultos poderes, era capaz de interpretar. Luego vinieron una serie de abortos y algún parto con él bebe ya muerto; Entre los unos y los otros, hubo varios intentos de huir de la casa por parte de Estrella, que se saldaban con una paliza, cada vez más brutal, según contaba el servicio, y por fin, una tarde lluviosa nació Estrella de la Vega de Avia y Rivagodos. La tía Gumersa ya no vivía para entonces y no pudo aventurar el futuro.
Estrella abuela, tenía prohibida la entrada en el palacio desde hacía tiempo. No veía a su nieto Antonino y tampoco pudo conocer a su nueva nieta, que según le contaron era rubia y guapa, y estaba sana. Ese mismo año del nacimiento de Estrella mi bisabuelo Antonio y su hermano Manuel, regresaron de La Habana, con intenciones de establecerse en Avia. Las cosas no les habían ido mal y traían ambos una pequeña fortuna que, bien invertida, podía asegurarles el futuro. Además a Manuel, el menor de los dos, nunca le sentó del todo bien el clima de la isla, problema que se agudizó con los años. Por eso decidieron regresar.
Su madre Estrella se alegró infinito de la vuelta. Hacía tiempo que su salud se resentía y temía morir sin volver a ver a sus hijos mayores. En el fondo, se sentía culpable de su ausencia, le dolía la forma en la que tuvieron que irse, avergonzados por su situación sentimental. Fue lo primero que le dijo a mi bisabuelo tras abrazarlo y ver el hombre tan apuesto y distinguido en el que se había convertido.
–No fue usted madre, fueron la gente y las circunstancias. Usted tenía derecho a hacer su vida lo mismo que padre. No se torture por eso, ya no tiene importancia. Sé que no fue fácil para ninguno.
Estrella les fue contando la situación de Estrellita y lo desgraciada que era, y como su marido la tenía encerada en casa, prácticamente secuestrada, y les rogó que hicieran algo por ella.
–No sé qué vamos a poder nacer, madre, pero lo intentaremos.
Mi bisabuelo, le hizo llegar a Manolito, que para entonces era don Manuel, sus deseos de visitar a su hermana y conocer a sus sobrinos. Don Manuel de la Vega hizo caso omiso, pero Aquilino le convenció para actuar de otro modo más tolerante, aunque solamente fuera para disimular.
–Corren muchas habladurías.
–Y ¿Desde cuándo nos importa a nosotros lo que diga la gente?
–No nos importa, pero puede ser conveniente que ellos vean a su hermana, que la vean bien, sin marcas de golpes, quiero decir, y que conozcan a los niños. Estos dos no son tontos, vienen de otro ambiente, tienen otro talante. No se van a dejar intimidar. Ese no va a ser el camino.
–Bien. Aleccionaré a Estrella convenientemente, y después haré lo que me dices
–No tardes demasiado.
Y así ocurrió. Antonio y Manuel, primero y Estrella madre, después, pudieron visitar a Estrella y conocer a sus hijos, y continuar un cierto trato con ellos, lo que supuso gran alegría para las dos Estrellas, en particular para la joven, que vio aliviado su desamparo y dejó de recibir palizas a diario, aunque de vez en cuando, don Manuel le cruzaba la cara varias veces seguidas, para no perder la costumbre.
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