La novia, desenlace

 





Pasaron dos semanas sin sobresaltos. Nadie le averió el coche, ni la llamó puta por las puertas, ni nada parecido. Continuó con su rutina de visitar a su madre los jueves y salir con Enrique y a veces con Clara cuando Enrique tenía algún compromiso familiar. Sus padres eran ya muy mayores,

Al tercer jueves, cuando volvía ya anochecido porque los días iban durando menos, y porque aquel día además había niebla y llovizna, de nuevo a la altura de la cantera ¡oh sorpresa! Ahi estaba otra vez la chica.

-No, no puede ser, que se haya vuelto a pelear con el novio en el mismo sitio.

Paró y la otra pareció alegrarse al reconocerla.

-Que suerte que seas tu otra vez.

-Pero ¿Y esto?¿Te ha vuelto a pasar lo mismo?

-Si, pero hoy es la última vez. Se acabó la historia. Fin de trayecto.

Al decirlo se giró hacia Irene y entonces ésta, se fijó en sus ojos. Tenía la mirada fría y un rictus amargo en la cara. Irene sintió un escalofrío, sintió incluso miedo. Le dio la impresión de que algo había pasado o estaba pasando. Algo malo.

-A ver si mató al novio- pensó.

No volvieron a hablar en el resto del viaje.

-¿Te dejo en el mismo sitio?

No hizo falta que la contestara. Paró delante de la farmacia y la chica se apeó.

-Gracias-le dijo al salir sin volver la cara.

-No hay de que.

En casa se lo contó todo a Clara que la notó muy nerviosa.

-Es que la conozco, conozco a esa chica de antes de ahora, y no se de qué. No me gustó su modo de hablar, ese rictus de mala que se le dibujó en la cara...Si me la vuelvo a encontrar no paro y aviso a la policía.

-Me parece bien. Ahora toma algo caliente que te voy a preparar. ¿Por qué no llamas a Enrique?

-Es que no lo quiero preocupar con mis cosas, porque ya sabes cómo está su padre estos días. Le pongo un whatsapp para que sepa que llegué y ya está.

No obstante, Enrique la llamó. Ella le dijo que había vuelto a encontrar a la chica, pero aunque a él le extrañó, no añadió nada más.

Esa noche no durmió bien, tuvo incluso pesadillas. Fue casi al despertarse, cuando cayó en la cuenta. No obstante no le dijo nada a Clara, porque no la quería preocupar. Tampoco quería que pensara que estaba obsesionada con las putas boticarias. Por qué si. Porque era ella. Porque la chica de la carretera, era la hija de doña Matilde. Ahora se daba cuenta de que la conocía: de verla en una foto que su madre tenía en la farmacia en un estante frente al mostrador donde tenía también, en otro marco, una foto de Franco.

Para que no le cupiera ninguna duda, esa mañana antes de ir a la oficina pasó por la farmacia. Por suerte, no estaba la doña. El empleado la atendió muy amablemente.

-¿Estás solo hoy?

-Si, doña Matilde tiene visita familiar.

-Claro, la niña- pensó Irene.

En efecto, la chica era la misma de la foto, con la misma edad y con la misma ropa. Exacta.

-No se como se lo voy a decir a Enrique sin preocuparlo, porque va a pensar que no estoy bien de la cabeza. Se lo diré antes a Clara.

Se lo dijo a los dos a la vez y los dos se preocuparon. Primero, no sabían muy bien que pensar y luego pensaron que era imposible, que no podía ser ella. Pensaron que no había chica, que Irene se lo había inventado o que había chica, pero era otra chica. Una chica viva. No la boticas que llevaba cinco años enterrada.

Discutieron con ella todas las posibilidades. Irene fue inflexible: Es ella, es la misma.

-Mira, no dudamos que hayas recogido a una chica, pero lo que ocurre es que, posiblemente, se parece a Matilde hija. Eso es todo y tu como estás molesta con la boticaria, con razón,-recalcó Enrique- con toda la razón, se te han cruzado un poco las imágenes. Eso es todo. Piénsalo bien. No puede ser la muerta. Otra cosa es que hubieras visto un fantasma con la cara de Matildita, pero tan real, subiendo al coche y hablando contigo...No puede ser. Cálmate.

Ni ella se calmó, ni ellos terminaron de creerse que hubiera visto a la niña de la boticaria. Y se preocuparon.

-El próximo jueves, yo te acompaño a ver a tu madre.

-Tu, no puedes dejar a tus padres solos. ¡No estoy loca! Por favor , no sigáis por ahí que me voy a enfadar.

-Nadie cree que estás loca-terció Clara-Pero es cierto que venir por esa carretera puede alterarte un poco. Es mejor que vaya alguien contigo. Puedo ir yo.

-Esperaremos al jueves, a ver cómo están mis padres y lo decidiremos. No te enfades, Irene, es por tu bien. No queremos que vayas sola. Nos preocupamos...

Pero Irene si, se enfadó y bastante, aunque lo disimuló porque de lo contrario, nunca se hubiera terminado la discusión. Por eso, porque se había enfadado y no quería que ninguno la acompañara, la siguiente semana en vez de ir el jueves fue el miércoles, sin decirla nada a nadie. Solo a su madre.

Volvió a la misma hora. Esta vez ya era noche cerrada. Noviembre avanzaba y los días eran ya mucho más cortos. Cuando estaba llegando a la curva anterior a la vieja cantera abandonada, el corazón le latía tan acelerado y tan fuerte, que podía oír los latidos y de pronto, al dar la curva la vio de nuevo. Allí estaba la niña. Esta vez no le hizo señas. Solo la miraba fijamente y... ¡reía a carcajadas! ¿Se estaba riendo, en serio se estaba riendo? Irene no paró el coche, la rebasó sin mirarla siquiera. Podía oírla reír. Podía escuchar sus carcajadas...Miró por el retrovisor y la vio en la orilla riendo como una loca, doblada sobre si misma. Voy a volver a ver de qué coño se ríe esta imbécil. Frenó el coche, pero el freno no obedeció. Pisó hasta el fondo, pero el coche no solo no paraba, si no que parecía coger velocidad por momentos. En cuestión de segundos, perdió por completo el control y en la última curva antes de la entrada del pueblo, el coche se fue ladera abajo, chocando a gran velocidad con todo lo que fue encontrando, hasta llegar a las vías del tren. Allí quedó volcado en mitad de la vía, con Irene dentro desangrándose. Una rama de un pino le había entrado por la sien izquierda y le había atravesado el cráneo.




Su madre tuvo razón después de todo: le habían cortado los frenos. Pero se los habían cortado en el pueblo de su madre.

No hubo detenidos, ni siquiera sospechosos, en los días posteriores.

Bueno si, hubo un detenido en relación con la muerte de Irene.

Enrique.

Si, Enrique.

A la mañana siguiente, una vez recuperado el cuerpo de Irene,  Enrique se fue directo a la farmacia, armado con viejo revolver de su padre, y le disparó a doña Matilde, sin mediar palabra. Estaba tan fuera de si, o el revólver era tan poco preciso, que ninguno de los dos tiros que le metió fueron mortales. Por una vez, los guardias llegaron antes y lo detuvieron. El empleado de doña Matilde los había avisado, al verlo venir armado en dirección a la botica.

Cuando los sanitarios sacaron a doña Matilde en la camilla, se reía a carcajadas, ante la extrañeza de todos. Miró a Enrique ya esposado, al pasar frente a el y le volvieron las carcajadas.

Cuando arrancó la ambulancia todavía se escuchaban sus gritos de risa. Enrique los estuvo oyendo durante mucho tiempo.

 

 


FIN

 

 

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