El perro abandonado






 

Si, allí estaba, en el mismo sitio.

Pobre, pensó, seguro que está abandonado, porque ahí sigue, probablemente donde lo dejaron, esperando a que vuelvan esos miserables. Si no te gustan los animales no los tengas y si no tienes medios para mantenerlo en estos tiempos tan difíciles, tampoco.

Ya era el tercer día que lo veía. Aparcó el coche y se bajó.

Me iré acercando con cuidado. Estará asustado. Peligroso no puede ser, es muy pequeño. Puede estar algo agresivo...Toma...ven...anda guapo, ven...

Y vino. El perro que parecía abandonado, se bajó del montón de escombros sobre el que estaba sentado y se acercó a ella. No había nadie, aquella era una zona apenas transitada. Había sido un barrio de clase media, pero después de la crisis tan brutal que había traído la guerra, se había despoblado. La gente se quedó sin dinero y la mayoría no pudieron continuar pagando la hipoteca, ni el alquiler y las casas se fueron cerrando. Había habido muchos suicidios, y varias reyertas cuando la policía venía con el juzgado a desalojar a la gente de sus casas.

Últimamente, varios okupas se habían instalado en las casas menos ruinosas que eran las más cercanas al río. En la zona por la que ella circulaba, los edificios estaban muy dañados tras los incendios que habían seguido a los desahucios y a los tumultos derivados de la crisis. La gente había arremetido contra las oficinas de los bancos, incendiándolas, y antes de dejar su casa, muchos, le habían prendido fuego o la habían hecho explotar con una bombona de gas. 

Todo el mundo consideraba el barrio siniestro y peligroso, pero a ella le venía mejor ese camino, ahorraba un montón de tiempo ¿peligroso de que, si no hay nadie? Y con lo cara que está la gasolina...

El perro se dejó acariciar; en principio, cuando le tocó suavemente la cabeza, se quedó quieto con las orejas gachas y después, cuando le comenzó a pasar suavemente la mano a lo largo del cráneo y del lomo, el animal se relajó, incluso comenzó a menear el rabo.

Te voy a llevar conmigo, le dijo, porque esos cabrones que te dejaron solo no van a volver a buscarte, podían haberte abandonado en otra zona más transitada, donde te viera más gente, aunque bueno, lo mismo te hubieran atropellado. Además, aquí te he encontrado yo. Tengo otro perro en casa, os vais a llevar bien, ya verás...

El perro comenzó a caminar en dirección a los ruinosos edificios que un día fueran viviendas con gente, con familias, con perros y con gatos.

¿Adónde vas? No es por ahí, anda ven conmigo.

El perro apresuró el paso. Ella se quedó quieta sin entender por qué el animal no la obedecía. Vio como el perro se paraba y se volvía a mirarla con cara de circunstancias.

Parece que quiera decirme algo.

Cuando se fue hacia acercando, el animal volvió a ponerse en marcha.

Seguro que pasa algo. A ver si va a tener dueño y está teniendo problemas y el perro sale todos los días para avisar. Que listos y que nobles son.

Lo siguió por entre las ruinas hasta una zona de casas bajas que parecían no haber sufrido demasiados daños. Una de ellas, la segunda, tenía el portón abierto, el animal entró y ella lo siguió. Curiosamente no sentía miedo ninguno.

La casa parecía estar en buenas condiciones, el jardín estaba arreglado. En el porche había una mesa con dos sillas, nuevas y limpias.

Aquí pasa algo, desde luego.

Cuando accedió a la casa el perro la estaba esperando en el recibidor.

Al verla entrar pareció alegrarse y se dirigió a una puerta del final del pasillo, que estaba entreabierta; ella lo siguió para descubrir a un anciano echado en la cama en una habitación aseada y luminosa.

Para estar solo, está todo limpio, no debe hacer muchos días que está enfermo.

El hombre mayor, con bastante buen aspecto, la miraba sin sorprenderse.

Está un poco flaca, dijo dirigiéndose al perro.

Ella iba a hablar, cuando un fuerte golpe en la cabeza la dejó sin palabras, con la boca abierta durante los segundos que tardó en desplomarse. Cuando despertó estaba sobre la mesa de mármol de la cocina, desnuda, atada de pies y manos, y con una cinta de embalaje aprisionando su boca. No podía hablar ni moverse. Solo podía pensar. Su cerebro trabajaba a gran velocidad. Algo malo estaba ocurriendo, algo muy malo para ella. Sus ojos se fijaron primero en el techo pintado de azul,  donde había una lampara de neón justo sobre la mesa, y luego descendieron hasta la mujer que estaba frente a ella, con una jeringuilla en la mano. Del perro ni rastro.

Seguro que tenía cara de terror en ese momento. Notaba como los ojos se hacían grandes hasta sentir dolor, como si se fueran a salir de las cuencas. Trató de preguntar que hacía allí, y que estaba pasando, pero con la boca tapada, solo lograba  articular sonidos ininteligibles.

Fue entonces cuando la mujer le habló.

Creo que es de cortesía que sepas lo que va a pasar contigo, aunque algo te habrás imaginado.

En ese instante, aparecieron el hombre y el perro que se quedaron de espectadores en la puerta. La mujer prosiguió.

Voy a ponerte esta inyección para que duermas, cuando esto ocurra, mi marido te ahogará con una almohada y luego, una vez muerta, te trocearemos y te iremos comiendo ¿qué te parece? Está la vida muy cara, no podemos comprar apenas alimentos. Vivimos de lo que cultivamos en el huerto y de la carne que conseguimos así. Si no hubieran envenenado el río, se podría pescar, pero ni eso se puede. Hemos tenido que buscarnos la vida. Zar que es muy listo nos ayuda, como has podido comprobar. Así no levantamos sospechas.

Estaba cada vez más aterrorizada, quería pensar que todo era un sueño, inducido por las cosas que la gente decía del barrio aquel, que de pronto, se despertaría en su cama y todo habría pasado. Cerró los ojos, para volver a abrirlos y despertar. En ese breve intervalo sintió un pinchazo. Levantó los párpados lentamente, a lo mejor había sufrido un accidente y estaba en el hospital.

Aquella mujer tenía la cara muy próxima a la suya y la miraba expectante.

De pronto tuvo sueño. Vuelvo a dormirme, pensó...me duermo...todo es un sueño...todo...

Prepárate le dijo la mujer al hombre y tú puedes irte a dormir, le dijo al perro. Ya te daremos tu ración cuando esté lista. Aunque tendrás que volver a salir dentro de poco, la tía está muy flaca tiene pocas carnes. Esta dichosa crisis es mala para todo...

 

FIN

Érase una vez en Almería, historia real


 




Tendría yo veinte añitos, más o menos y el más de cuarenta, aunque a mí, con la mentalidad de la época,  me parecía viejísimo.

Habíamos ido a Almeria, dos amigas y yo, a la jura de bandera del hermano de una de ellas que estaba haciendo la mili en un sitio llamado San Viator, en medio del desierto.

  –Yo no dejo a mi hermano solo ese día, tenéis que venir conmigo.

Se apuntó Irene, no le importa que revele el nombre, y me estuvo dando la turra durante semanas, para que me añadiera yo, que accedí con la condición de no tener que ir a la susodicha jura, porque siempre he tenido alergia a los uniformes y a toda la parafernalia que los rodea. Llegadas a un acuerdo, allá que nos fuimos.

La hermana mayor de Irene y su marido, nos acercaron en coche a Madrid  y desde allí tomamos avión a Almería cuyo aeropuerto se llamaba entonces “de Almería” y ahora se llama “Antonio de Torres”, que no tengo el gusto. Íbamos a estar cinco días, con fin de semana a la vuelta en Madrid, que para mi iba a ser lo mejor.

Durante el vuelo desde Madrid, yo viajé sentada al lado de un cincuentón, viejo para mí, que dijo ser catedrático de Historia y que, por como se manifestaba, odiaba a Almanzor, o Al Mansur, llamado el victorioso.

-¿La Alcazaba de Almería? Fea, feísima como todo lo que hizo Almanzor. No pierdas tiempo en ir a verla...

La sobrevolamos antes de tomar tierra, y bueno, tampoco me pareció tan fea...

-No pierdas tiempo en visitar nada que hubiera hecho ese elemento funesto para la historia de este país.

Pues vale.

 


Nos alojamos en el Gran Hotel Almería, no se esfuerzan mucho en los nombres, de cuatro estrellas. En ese momento en la ciudad no había hoteles de cinco estrellas. Esto lo hago notar por lo que viene después. Si los hubiera habido, no estaría contando esto.

Llegamos por la tarde, la jura era pasado mañana, mi amiga llamó a su hermano, lo saludamos, nos cambiamos y salimos a dar una vuelta. Cuando regresamos, por el hall del hotel circulaba un tropel de gente variopinta y agitada, que se abalanzaba sobre los ascensores como buitres. Parecían del cine, por las pintas.

-Están rodando en el desierto de Tabernas una peli del oeste, un spaguetti western,- nos informó el chico de recepción, que no sabía donde quedaba Asturias y nos llamaba “las vascas”.

Esa tarde noche se había levantado viento de levante y resultaba bastante desagradable andar por la calle, así que decidimos cenar en el hotel y mañana ya se vería.

El comedor estaba mediado de gente, la mayoría extranjeros supusimos que del rodaje. En aquel tiempo aun no existía el turismo de masas que vino poco después. Tras la cena, nos fuimos a tomar algo a la “boite” del hotel donde en ese momento sonaba música de jazz. No nos interesaba mayormente el jazz, pero era muy temprano para irse a dormir.

Nos fuimos a donde vimos una mesa libre. Yo con mi despiste característico, no vi a nadie que me llamara la atención, es más, no vi a nadie. Como si estuviera sola. Tras un rato, alguien me tocó en el brazo y un tío mayor, o sea, de mas de cuarenta, medio rubio, con barba, un poco hortera para mi gusto, me preguntó: ¿Do you like jazz? Me encogí de hombros, porque tampoco tenía opinión sobre el jazz en ese momento.

Pensará que soy tonta, me dije, aunque tampoco me importaba mucho. Tras terminar el concierto pusieron música de baile, nos levantamos a bailar y ellos detrás. Eran cuatro. El guapo, el feo, el regular, y otro que hablaba italiano y no callaba. Hablaba como una cotorra.

El feo, para las demás, era el más atractivo para mi y era, nada más y nada menos, que Lee Van Cleef un gran actor y gran pintor, mucho más allá de sus personajes de malo en películas del oeste. Pero a mí me cayó en suerte, el alto de la barba, o sea, Clint Eastwood, al que no tenía el gusto de conocer en ese momento. Los otros dos no sé quiénes eran.



Bailamos y seguimos bailando...Yo andaba ya un poco molesta con el yanqui alto, que se había convertido en mi sombra. Al fin, cuando cerraron la boite, me acompañó hasta mi habitación. Ellos, los del cine, tenían para ellos solos toda la última planta del hotel. Nosotras estábamos en el segundo piso.

¿Dónde va este tío? Pensaba yo en el ascensor, supongo que continuará para su suite. Pero no, él también se quedó en mi planta. Cuando llegamos a mi puerta, le dije.

-Thank you, Clint. See you tomorrow...- por decir algo, porque no se me ocurrió otra cosa. No tenía intención alguna de volver a verlo.

Irene ya estaba en la habitación y de la otra amiga hacía ya rato que no se sabía nada. Os recuerdo que yo tenía veinte años, que creo eran diecinueve,  de los de entonces. Ahora lo cuento con mucho aplomo, pero me temblaban las piernas.

-Okey- me contestó, a la vez que me cogía por la cintura y me plantaba un beso en los labios.

Creo que me puse colorada como un ababol de la pradera, y no me desmayé porque no soy propensa a los desmayos. Entré y cerré la puerta en sus narices. Ya le había dicho adiós previamente.

Con los años, cuando las amigas recordamos aquello, pensamos que se habría descojonado en el ascensor de camino a su suite. Pero es lo mismo. En aquel momento una era como era, en aquel momento... y le tenía miedo a aquel tío tan alto y tan americano. A saber que me podía hacer...

Si, si, reíros todo lo que os de la gana.

-Se ha comportado como un caballero- dijo la otra amiga cuando llegó y se lo contamos.

-¿Como un caballero? ¿Que se supone que tenía que hacer, violarme en el pasillo? Por cierto, tu de donde vienes.

-Si, visto lo visto, a ti te lo voy a decir.

A la tarde siguiente, cuando regresé al hotel tras un día de playa, tenía en recepción un ramo de rosas espectacular, con una invitación para cenar del señor Eastwood.

No fui. Me excusé como pude. Creo que dije que había pillado una insolación. El llamó para interesarse y mi segunda amiga, de la que no digo nombre, porque ya no está entre los vivos, se entendió con el. Tenía mucho desparpajo y se echaba las manos a la cabeza de que no quisiera ir.

-Una oportunidad así no la vuelves a tener en la vida.

Tanto me atosigó, mi amiga digo, que terminé por echarme a llorar. Irene me daba la razón.

-¿Que va a hacer con este tío?

Si, que si, que os podéis reír todo lo que queráis.

Al día siguiente me fui a la jura, pese a haber puesto como condición para el viaje no ir, y cuando regresamos el cine ya se había ido. Yo, ya sabía que se iban ese día, a Dios gracias.

Mr. Eastwood me había dejado una nota, que conservo, en la que decía:

Dear María, As you know the shooting is over here. I loved meeting you. I hope that our paths will cross again.

Sincerely

 Y su firma.

Nunca me he arrepentido de aquello. Con el tiempo le he admirado como director, como actor me gusta menos, y como personaje no me gusta nada en absoluto. Republicano, votante de Trump, defensor de las armas de fuego, machista...que ha tratado a sus mujeres bastante mal, etc. etc.

Hoy en día, conociendo al personaje, tampoco me hubiera acostado con él.





La novia, desenlace

 





Pasaron dos semanas sin sobresaltos. Nadie le averió el coche, ni la llamó puta por las puertas, ni nada parecido. Continuó con su rutina de visitar a su madre los jueves y salir con Enrique y a veces con Clara cuando Enrique tenía algún compromiso familiar. Sus padres eran ya muy mayores,

Al tercer jueves, cuando volvía ya anochecido porque los días iban durando menos, y porque aquel día además había niebla y llovizna, de nuevo a la altura de la cantera ¡oh sorpresa! Ahi estaba otra vez la chica.

-No, no puede ser, que se haya vuelto a pelear con el novio en el mismo sitio.

Paró y la otra pareció alegrarse al reconocerla.

-Que suerte que seas tu otra vez.

-Pero ¿Y esto?¿Te ha vuelto a pasar lo mismo?

-Si, pero hoy es la última vez. Se acabó la historia. Fin de trayecto.

Al decirlo se giró hacia Irene y entonces ésta, se fijó en sus ojos. Tenía la mirada fría y un rictus amargo en la cara. Irene sintió un escalofrío, sintió incluso miedo. Le dio la impresión de que algo había pasado o estaba pasando. Algo malo.

-A ver si mató al novio- pensó.

No volvieron a hablar en el resto del viaje.

-¿Te dejo en el mismo sitio?

No hizo falta que la contestara. Paró delante de la farmacia y la chica se apeó.

-Gracias-le dijo al salir sin volver la cara.

-No hay de que.

En casa se lo contó todo a Clara que la notó muy nerviosa.

-Es que la conozco, conozco a esa chica de antes de ahora, y no se de qué. No me gustó su modo de hablar, ese rictus de mala que se le dibujó en la cara...Si me la vuelvo a encontrar no paro y aviso a la policía.

-Me parece bien. Ahora toma algo caliente que te voy a preparar. ¿Por qué no llamas a Enrique?

-Es que no lo quiero preocupar con mis cosas, porque ya sabes cómo está su padre estos días. Le pongo un whatsapp para que sepa que llegué y ya está.

No obstante, Enrique la llamó. Ella le dijo que había vuelto a encontrar a la chica, pero aunque a él le extrañó, no añadió nada más.

Esa noche no durmió bien, tuvo incluso pesadillas. Fue casi al despertarse, cuando cayó en la cuenta. No obstante no le dijo nada a Clara, porque no la quería preocupar. Tampoco quería que pensara que estaba obsesionada con las putas boticarias. Por qué si. Porque era ella. Porque la chica de la carretera, era la hija de doña Matilde. Ahora se daba cuenta de que la conocía: de verla en una foto que su madre tenía en la farmacia en un estante frente al mostrador donde tenía también, en otro marco, una foto de Franco.

Para que no le cupiera ninguna duda, esa mañana antes de ir a la oficina pasó por la farmacia. Por suerte, no estaba la doña. El empleado la atendió muy amablemente.

-¿Estás solo hoy?

-Si, doña Matilde tiene visita familiar.

-Claro, la niña- pensó Irene.

En efecto, la chica era la misma de la foto, con la misma edad y con la misma ropa. Exacta.

-No se como se lo voy a decir a Enrique sin preocuparlo, porque va a pensar que no estoy bien de la cabeza. Se lo diré antes a Clara.

Se lo dijo a los dos a la vez y los dos se preocuparon. Primero, no sabían muy bien que pensar y luego pensaron que era imposible, que no podía ser ella. Pensaron que no había chica, que Irene se lo había inventado o que había chica, pero era otra chica. Una chica viva. No la boticas que llevaba cinco años enterrada.

Discutieron con ella todas las posibilidades. Irene fue inflexible: Es ella, es la misma.

-Mira, no dudamos que hayas recogido a una chica, pero lo que ocurre es que, posiblemente, se parece a Matilde hija. Eso es todo y tu como estás molesta con la boticaria, con razón,-recalcó Enrique- con toda la razón, se te han cruzado un poco las imágenes. Eso es todo. Piénsalo bien. No puede ser la muerta. Otra cosa es que hubieras visto un fantasma con la cara de Matildita, pero tan real, subiendo al coche y hablando contigo...No puede ser. Cálmate.

Ni ella se calmó, ni ellos terminaron de creerse que hubiera visto a la niña de la boticaria. Y se preocuparon.

-El próximo jueves, yo te acompaño a ver a tu madre.

-Tu, no puedes dejar a tus padres solos. ¡No estoy loca! Por favor , no sigáis por ahí que me voy a enfadar.

-Nadie cree que estás loca-terció Clara-Pero es cierto que venir por esa carretera puede alterarte un poco. Es mejor que vaya alguien contigo. Puedo ir yo.

-Esperaremos al jueves, a ver cómo están mis padres y lo decidiremos. No te enfades, Irene, es por tu bien. No queremos que vayas sola. Nos preocupamos...

Pero Irene si, se enfadó y bastante, aunque lo disimuló porque de lo contrario, nunca se hubiera terminado la discusión. Por eso, porque se había enfadado y no quería que ninguno la acompañara, la siguiente semana en vez de ir el jueves fue el miércoles, sin decirla nada a nadie. Solo a su madre.

Volvió a la misma hora. Esta vez ya era noche cerrada. Noviembre avanzaba y los días eran ya mucho más cortos. Cuando estaba llegando a la curva anterior a la vieja cantera abandonada, el corazón le latía tan acelerado y tan fuerte, que podía oír los latidos y de pronto, al dar la curva la vio de nuevo. Allí estaba la niña. Esta vez no le hizo señas. Solo la miraba fijamente y... ¡reía a carcajadas! ¿Se estaba riendo, en serio se estaba riendo? Irene no paró el coche, la rebasó sin mirarla siquiera. Podía oírla reír. Podía escuchar sus carcajadas...Miró por el retrovisor y la vio en la orilla riendo como una loca, doblada sobre si misma. Voy a volver a ver de qué coño se ríe esta imbécil. Frenó el coche, pero el freno no obedeció. Pisó hasta el fondo, pero el coche no solo no paraba, si no que parecía coger velocidad por momentos. En cuestión de segundos, perdió por completo el control y en la última curva antes de la entrada del pueblo, el coche se fue ladera abajo, chocando a gran velocidad con todo lo que fue encontrando, hasta llegar a las vías del tren. Allí quedó volcado en mitad de la vía, con Irene dentro desangrándose. Una rama de un pino le había entrado por la sien izquierda y le había atravesado el cráneo.




Su madre tuvo razón después de todo: le habían cortado los frenos. Pero se los habían cortado en el pueblo de su madre.

No hubo detenidos, ni siquiera sospechosos, en los días posteriores.

Bueno si, hubo un detenido en relación con la muerte de Irene.

Enrique.

Si, Enrique.

A la mañana siguiente, una vez recuperado el cuerpo de Irene,  Enrique se fue directo a la farmacia, armado con viejo revolver de su padre, y le disparó a doña Matilde, sin mediar palabra. Estaba tan fuera de si, o el revólver era tan poco preciso, que ninguno de los dos tiros que le metió fueron mortales. Por una vez, los guardias llegaron antes y lo detuvieron. El empleado de doña Matilde los había avisado, al verlo venir armado en dirección a la botica.

Cuando los sanitarios sacaron a doña Matilde en la camilla, se reía a carcajadas, ante la extrañeza de todos. Miró a Enrique ya esposado, al pasar frente a el y le volvieron las carcajadas.

Cuando arrancó la ambulancia todavía se escuchaban sus gritos de risa. Enrique los estuvo oyendo durante mucho tiempo.

 

 


FIN

 

 

La novia, primera parte


 



 

Cada vez que iba a la farmacia le ocurría lo mismo: la boticaria pasaba de ella por completo; Cuando llegaba su turno, Irene agitaba ligeramente la mano con el dedo índice levantado, pero como si no. Algunas personas se lo hacían notar a doña Matilde:

-Va esta chica.

-¿Que chica? -preguntaba mirando a todos lados- Yo no veo a nadie. ¿Te despacho a ti o paso turno...?

Era entonces cuando salía el empleado y le preguntaba si estaba atendida, al verla arrinconada al fondo, con cara de circunstancias.

-Algo pasa aquí, porque a mi se me ve, soy bastante más alta que la media.

Fue su amiga Clara, la que le abrió los ojos.

-Pasa que te has ligado al novio de su hija.

-¿La muerta?

-La misma. No lo asimila. Piensa que Enrique tiene que ser el novio eterno de “la boticas” como la llamaba la gente.

-Pero si la niña hace más de cinco años que murió...

-Es igual. Antes que tú, Enrique salió con la directora del banco, ya lo sabes ¿no? Bueno pues la boticaria retiró la cuenta y amenazó con quitarles más clientela si no dejaba a Enrique. Fue un acoso en toda regla. Al final la directora le puso una denuncia y el banco, hizo que la retirara y la trasladó a otro pueblo, para no perder la cuenta de doña Matilde, ni ninguna otra. Ten cuidado, no vayas a la farmacia, dímelo a mi cuando necesites algo. No te enfrentes con ella.

-Esta mujer está loca. Se lo voy a decir a Enrique.

-Te va aconsejar lo mismo que yo.

En efecto Enrique le hizo la misma sugerencia, pero más en serio. El trabajo de Irene no tenía nada en común con la botica. Era funcionaria de correos y a llevar la correspondencia a la oficina iba el empleado, nunca la jefa. Por ese lado doña Matilde no podía intervenir, por eso, se lo hacía pagar cuando iba a comprar. Menos mal que tenía buena salud. Solo necesitaba, de vez en cuando, un colirio para la vista, que a partir de ya, fue a buscar a la farmacia del pueblo próximo, a la misma vez que iba a hacer la compra, porque el súper de allí le gustaba más. Asunto resuelto.

Irene había logrado la plaza en Correos bastante cerca, por fin, del pueblo donde vivía su madre ya viuda. De este modo, podía ir a visitarla a menudo. Desde que rompiera con su pareja, le costaba vivir sola. Por eso compartía piso con Clara.  Había alquilado una vivienda y luego, había puesto un anuncio en la oficina y en el supermercado realquilando habitación con baño. De todos los que se presentaron se quedó con Clara, que le cayó bien nada más verla. Clara era rubia con larga melena y ella morena con el pelo corto. La gente les decía Clara y Heidi. En los pueblos ya se sabe.




Clara era profesora en el Instituto, fue ella quien le presentó a Enrique, que no levantaba cabeza con la mujeres desde que la hija de la boticaria se había matado con el coche y doña Matilde se había empeñado en que fuera su yerno eterno. Al principio, todo iba bien. El pasaba a verla a menudo y los dos se consolaban mutuamente, pero pronto se dio cuenta de que doña Matilde quería acapararlo, lo había incorporado a su vida, y no le dejaba tener la suya propia. Desde que habían tomado caminos separados, la ex suegra, no le dejaba iniciar ninguna relación. Ya le había estropeado otros conatos de noviazgo, antes de la directora del banco. Cada vez se hacía más evidente la intromisión. Enrique había tratado de aclarar la situación con ella, pero doña Brujilde como la llamaba la gente, lo había ignorado por completo.

-No quiero que estropee lo nuestro. Si es necesario me enfrentaré con ella y le dejaré las cosas claras.

Poco tiempo después, a Irene comenzaron a ocurrirle cosas raras. Una mañana, las cuatro ruedas de su coche aparecieron pinchadas, precisamente el día que iba a visitar a su madre. Según la guardia civil, podía tratarse de una gamberrada, porque usted no tendrá enemigos declarados.

-Si, doña Matilde la boticaria.

-Señora, ¿estará de broma? No pensará que nos vamos a  creer que doña Matilde se dedica a pinchar ruedas. No levante falsos testimonios, se lo ruego. Investigaremos y ya le diremos algo.

Nunca le dijeron nada más.

Tuvo, ese día, que llamar a su madre y posponer la visita. Cuando volvió a verla y le contó lo ocurrido, su madre se preocupó:

-A ver si un día esos gamberros o lo que sean, te van a cortar los frenos.

-Mamá, ves demasiadas series de detectives.

A la semana siguiente, en la puerta de acceso a la oficina de correos apareció una pintada en letras rojas que decía: Aquí trabaja una puta robanovios.

-Es ella, la boticaria- les volvió a decir a los guardias que esta vez no eran los mismos de la otra vez, pero como si lo fueran.

-Señora, no invente. Piense lo que acaba de decir, y vera´que no tiene ningún sentido. ¿Tiene usted novio?

-Si.

-Puede ser alguna ex novia despechada.

-Seguro que no.

-No se puede descartar nada. Investigaremos y...

- Y ya le diremos-cortó Irene.

-Eso mismo, si-respondió el guardia.

-No se puede descartar nada, pero ellos descartan a doña Matilde, que no habrá venido en persona, pero que está detrás de todo esto, seguro.

-De todos modos-le dijo su amiga Clara-no vuelvas a señalar a la boticaria, porque van a pensar que le tienes manía o algo peor.

-Manía me la tiene ella a mi. Estos no deberían descartar la posibilidad de que ella tuviera algo que ver, máxime sabiendo lo que pasó con la directora del banco, que hasta le puso una denuncia...Ya van dos novias del ex de la niña que la señalan. Deberían atar cabos.

-A lo mejor lo hacen, quédate tranquila, pero no la acuses con nadie.


Una noche de jueves, Irene regresaba tarde de visitar a su madre. Había sido el cumpleaños a una amiga y ella la acompañó a la celebración. Solo había tomado una copa de cava, pero la tarta, de la que si había comido un buen trozo, no le había sentado del todo bien. Venía incómoda y a ratos, tenía un reflujo molesto. Por eso, conducía despacio, por eso, y porque la carretera era sinuosa y estrecha.

No se había cruzado con nadie, solamente la había adelantado un coche de modo un tanto temerario, en un tramo con linea continua.

-¡Gilipollas!

De pronto, a la altura de la vieja cantera, vio a una chica joven en la orilla que le hacía una seña sin mucho convencimiento. Irene detuvo el coche. La chica se aproximó sin prisa, como si recelara.

-Hola, ¿me puedes acercar al pueblo?

-Claro, sube.

-Gracias, no veía bien si eras hombre o mujer.

-Pues soy mujer.

Ambas rieron. Irene la miraba de soslayo, la joven parecía tranquila, pero a ella le gustaría saber qué hacía de noche en medio de aquella carretera tan poco transitada.

-Disculpa que te pregunte, pero, ¿que haces aquí a estas horas en mitad de la carretera? No veo que haya ningún coche averiado, ni nada...

-Viajaba con mi novio y tuvimos una pelea muy fuerte. Le dije que parara, que me apeaba. Paró y me bajé...Supongo que volverá a buscarme, pero no voy a esperar ahí sola.

-Desde luego que no.

-Gracias por parar.

-Faltaría más.

El resto del viaje lo hicieron en silencio. Irene no volvió a preguntar nada, por si resultaba molesta.

-Ya estamos llegando ¿donde quieres que te deje?

-Donde la farmacia me viene bien.

-¿Vives allí?

La joven no respondió, probablemente no la hubiera escuchado. Irene aparcó delante de la puerta de la  botica, que estaba cerrada ya y la chica se bajo.

-Gracias de nuevo por traerme.

-Vete a casa, no te quedes por aquí sola. Este es un pueblo tranquilo, pero por si acaso...

-Eso pienso hacer, gracias.

Irene le hizo un gesto de no se merecen y se fue.

-Hay que ver como son los jóvenes, riñe con el novio y se baja del coche en medio de la nada y de noche...

Ella nunca fue tan decidida, bueno, ni falta que le hizo.

-Lo cierto es que la cara de la chica me suena de algo. Tal vez la haya visto por ahí en algún momento.

 


 

 Continuará...