La novia, primera parte


 



 

Cada vez que iba a la farmacia le ocurría lo mismo: la boticaria pasaba de ella por completo; Cuando llegaba su turno, Irene agitaba ligeramente la mano con el dedo índice levantado, pero como si no. Algunas personas se lo hacían notar a doña Matilde:

-Va esta chica.

-¿Que chica? -preguntaba mirando a todos lados- Yo no veo a nadie. ¿Te despacho a ti o paso turno...?

Era entonces cuando salía el empleado y le preguntaba si estaba atendida, al verla arrinconada al fondo, con cara de circunstancias.

-Algo pasa aquí, porque a mi se me ve, soy bastante más alta que la media.

Fue su amiga Clara, la que le abrió los ojos.

-Pasa que te has ligado al novio de su hija.

-¿La muerta?

-La misma. No lo asimila. Piensa que Enrique tiene que ser el novio eterno de “la boticas” como la llamaba la gente.

-Pero si la niña hace más de cinco años que murió...

-Es igual. Antes que tú, Enrique salió con la directora del banco, ya lo sabes ¿no? Bueno pues la boticaria retiró la cuenta y amenazó con quitarles más clientela si no dejaba a Enrique. Fue un acoso en toda regla. Al final la directora le puso una denuncia y el banco, hizo que la retirara y la trasladó a otro pueblo, para no perder la cuenta de doña Matilde, ni ninguna otra. Ten cuidado, no vayas a la farmacia, dímelo a mi cuando necesites algo. No te enfrentes con ella.

-Esta mujer está loca. Se lo voy a decir a Enrique.

-Te va aconsejar lo mismo que yo.

En efecto Enrique le hizo la misma sugerencia, pero más en serio. El trabajo de Irene no tenía nada en común con la botica. Era funcionaria de correos y a llevar la correspondencia a la oficina iba el empleado, nunca la jefa. Por ese lado doña Matilde no podía intervenir, por eso, se lo hacía pagar cuando iba a comprar. Menos mal que tenía buena salud. Solo necesitaba, de vez en cuando, un colirio para la vista, que a partir de ya, fue a buscar a la farmacia del pueblo próximo, a la misma vez que iba a hacer la compra, porque el súper de allí le gustaba más. Asunto resuelto.

Irene había logrado la plaza en Correos bastante cerca, por fin, del pueblo donde vivía su madre ya viuda. De este modo, podía ir a visitarla a menudo. Desde que rompiera con su pareja, le costaba vivir sola. Por eso compartía piso con Clara.  Había alquilado una vivienda y luego, había puesto un anuncio en la oficina y en el supermercado realquilando habitación con baño. De todos los que se presentaron se quedó con Clara, que le cayó bien nada más verla. Clara era rubia con larga melena y ella morena con el pelo corto. La gente les decía Clara y Heidi. En los pueblos ya se sabe.




Clara era profesora en el Instituto, fue ella quien le presentó a Enrique, que no levantaba cabeza con la mujeres desde que la hija de la boticaria se había matado con el coche y doña Matilde se había empeñado en que fuera su yerno eterno. Al principio, todo iba bien. El pasaba a verla a menudo y los dos se consolaban mutuamente, pero pronto se dio cuenta de que doña Matilde quería acapararlo, lo había incorporado a su vida, y no le dejaba tener la suya propia. Desde que habían tomado caminos separados, la ex suegra, no le dejaba iniciar ninguna relación. Ya le había estropeado otros conatos de noviazgo, antes de la directora del banco. Cada vez se hacía más evidente la intromisión. Enrique había tratado de aclarar la situación con ella, pero doña Brujilde como la llamaba la gente, lo había ignorado por completo.

-No quiero que estropee lo nuestro. Si es necesario me enfrentaré con ella y le dejaré las cosas claras.

Poco tiempo después, a Irene comenzaron a ocurrirle cosas raras. Una mañana, las cuatro ruedas de su coche aparecieron pinchadas, precisamente el día que iba a visitar a su madre. Según la guardia civil, podía tratarse de una gamberrada, porque usted no tendrá enemigos declarados.

-Si, doña Matilde la boticaria.

-Señora, ¿estará de broma? No pensará que nos vamos a  creer que doña Matilde se dedica a pinchar ruedas. No levante falsos testimonios, se lo ruego. Investigaremos y ya le diremos algo.

Nunca le dijeron nada más.

Tuvo, ese día, que llamar a su madre y posponer la visita. Cuando volvió a verla y le contó lo ocurrido, su madre se preocupó:

-A ver si un día esos gamberros o lo que sean, te van a cortar los frenos.

-Mamá, ves demasiadas series de detectives.

A la semana siguiente, en la puerta de acceso a la oficina de correos apareció una pintada en letras rojas que decía: Aquí trabaja una puta robanovios.

-Es ella, la boticaria- les volvió a decir a los guardias que esta vez no eran los mismos de la otra vez, pero como si lo fueran.

-Señora, no invente. Piense lo que acaba de decir, y vera´que no tiene ningún sentido. ¿Tiene usted novio?

-Si.

-Puede ser alguna ex novia despechada.

-Seguro que no.

-No se puede descartar nada. Investigaremos y...

- Y ya le diremos-cortó Irene.

-Eso mismo, si-respondió el guardia.

-No se puede descartar nada, pero ellos descartan a doña Matilde, que no habrá venido en persona, pero que está detrás de todo esto, seguro.

-De todos modos-le dijo su amiga Clara-no vuelvas a señalar a la boticaria, porque van a pensar que le tienes manía o algo peor.

-Manía me la tiene ella a mi. Estos no deberían descartar la posibilidad de que ella tuviera algo que ver, máxime sabiendo lo que pasó con la directora del banco, que hasta le puso una denuncia...Ya van dos novias del ex de la niña que la señalan. Deberían atar cabos.

-A lo mejor lo hacen, quédate tranquila, pero no la acuses con nadie.


Una noche de jueves, Irene regresaba tarde de visitar a su madre. Había sido el cumpleaños a una amiga y ella la acompañó a la celebración. Solo había tomado una copa de cava, pero la tarta, de la que si había comido un buen trozo, no le había sentado del todo bien. Venía incómoda y a ratos, tenía un reflujo molesto. Por eso, conducía despacio, por eso, y porque la carretera era sinuosa y estrecha.

No se había cruzado con nadie, solamente la había adelantado un coche de modo un tanto temerario, en un tramo con linea continua.

-¡Gilipollas!

De pronto, a la altura de la vieja cantera, vio a una chica joven en la orilla que le hacía una seña sin mucho convencimiento. Irene detuvo el coche. La chica se aproximó sin prisa, como si recelara.

-Hola, ¿me puedes acercar al pueblo?

-Claro, sube.

-Gracias, no veía bien si eras hombre o mujer.

-Pues soy mujer.

Ambas rieron. Irene la miraba de soslayo, la joven parecía tranquila, pero a ella le gustaría saber qué hacía de noche en medio de aquella carretera tan poco transitada.

-Disculpa que te pregunte, pero, ¿que haces aquí a estas horas en mitad de la carretera? No veo que haya ningún coche averiado, ni nada...

-Viajaba con mi novio y tuvimos una pelea muy fuerte. Le dije que parara, que me apeaba. Paró y me bajé...Supongo que volverá a buscarme, pero no voy a esperar ahí sola.

-Desde luego que no.

-Gracias por parar.

-Faltaría más.

El resto del viaje lo hicieron en silencio. Irene no volvió a preguntar nada, por si resultaba molesta.

-Ya estamos llegando ¿donde quieres que te deje?

-Donde la farmacia me viene bien.

-¿Vives allí?

La joven no respondió, probablemente no la hubiera escuchado. Irene aparcó delante de la puerta de la  botica, que estaba cerrada ya y la chica se bajo.

-Gracias de nuevo por traerme.

-Vete a casa, no te quedes por aquí sola. Este es un pueblo tranquilo, pero por si acaso...

-Eso pienso hacer, gracias.

Irene le hizo un gesto de no se merecen y se fue.

-Hay que ver como son los jóvenes, riñe con el novio y se baja del coche en medio de la nada y de noche...

Ella nunca fue tan decidida, bueno, ni falta que le hizo.

-Lo cierto es que la cara de la chica me suena de algo. Tal vez la haya visto por ahí en algún momento.

 


 

 Continuará...

 

 

 

 

 

 

 

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