Tras no mucho camino, llegaron con
alivio a un convento de monjes cistercienses quienes les dieron cobijo con
agrado y les permitieron lavarse.
El prior era un hombre de mediana
edad alto y bien parecido que enseguida hizo migas con Josefo, pese a la
antipatía de este por los hábitos.
__Me llamo Gerardo de Peñaflor y soy el prior. Soy asturiano de Grado, empleo
el tiempo libre en hacer traducciones de libros extranjeros. Tenemos una buena
biblioteca que tendré mucho gusto en mostraros.
Quizá fuera porque compartían la
afición por la literatura, por lo que el muchacho se sentía a gusto con el
monje y no tuvo inconveniente en referirle los pormenores del viaje, sin omitir
el episodio del cementerio en Galicia. Gerardo de Peñaflor se rió a gusto.
__¿No vais a reñirme?
__Hombre, no está bien codiciar, ni menos aun catar los bienes del
prójimo__ volvió a reírse__ pero las mujeres no son una mercancía y por
consiguiente tampoco propiedad de nadie ni siquiera del marido y si ella
consintió, no seré yo quien os enmiende la plana. Pero debemos poner celo en
evitar dañar los sentimientos de terceros, precisamente. Quiero decir que uno
puede enamorarse de otra persona, pero es preferible decir la verdad al marido
o a la esposa, lo que no está bien es engañar ¿comprendéis?
Josefo estaba perplejo, nunca hubiera esperado una respuesta así de un
clérigo. Para todos los que conocía el mayor pecado, casi el único, era la
fornicación. Que el monje antepusiera el engaño al fornicio era una novedad
agradable.
Continuó con el relato hasta llegar
a las monjas hospitalarias.
__Ah mi buen amigo. Habéis tropezado con Gaudiosa de Rentería “la
alavesa” y con su banda. Como ya habéis comprobado no son monjas sino todo lo
contrario. Son bandidas que asaltan a los viajeros, los conducen a su guarida,
un cenobio abandonado, y los matan para robarles.
Pero es una historia triste la de esa mujer. Era vascona como ya os
indiqué. Tenía tres hermanos varones y su padre la educó lo mismo que a ellos,
instruyéndola en el manejo de las armas y
la caza.
Eran gente adinerada, cristianos viejos buenos y temerosos de Dios, pero
las rencillas de un vecino envidioso de los éxitos económicos del padre, Juan de Rentería, propiciaron ya
sabéis como funciona esto, la denuncia al Santo Oficio, que cuando hay dinero
de por medio es muy proclive a creer cualquier cosa que se diga aunque el sentido común indique lo
contrario. Prendieron a toda la familia y para no cansaros os diré que la
sentencia fue: Para el padre,
confiscación de bienes y muerte en la hoguera, porque el viejo no quiso
arrepentirse y que le dieran garrote, muerte menos cruel, así que ardió vivo.
Los hermanos fueron condenados a muerte también incluso el más joven, casi un
niño y ella fue condenada a una pena simbólica: viaje al cadalso con sambenito
y vela y regreso a la cárcel para quedar
libre. El pueblo se alborotó, querían más espectáculo. Ver arder a una mujer
era siempre un añadido interesante al de por si encarnizado festín. Pero ese
día se les fastidió la orgía. Sin embargo para una mujer era una condena a
muerte. Desaparecida su familia, incautados sus bienes ¿Qué les quedaba?
Cualquier otra se hubiera rendido; pero no Gaudiosa. Se echó al monte como un
forajido y poco a poco fue ajusticiando a la familia del delator. Sin prisa,
tomándose su tiempo. Dejando que se confiara entre una muerte y la siguiente.
Cuando le tocó el turno a él, le descuartizó, confío en que ya muerto, y luego
esparció los restos por la plaza donde ardió su familia. Después desapareció de
la comarca. Al poco, comenzaron a tenerse noticias de una banda de mujeres que
campeaba a placer por los caminos de la cordillera. Ora aquí, ora mas allá,
pero siempre en la montaña para azote de viajeros confiados como vuestras
mercedes, atentos sólo a los peligros del viaje, que no podían más que
alegrarse si les salían al paso unas monjas indefensas y para mayor abundancia
jóvenes, guapas y hospitalarias.
__Pues posiblemente la he matado con mi honda__apuntó Jacinto que se
había acercado a escuchar la historia de Gaudiosa.
__Tenéis que enseñarme a usarla. Veo que es un arma eficaz y fácil de
fabricar, además.
__Con mucho gusto, padre. Empezamos cuando vos queráis.
Josefo se quedó pensativo, sentía pena por la mujer rubia. Si era cierta
la historia, la vida había sido muy cruel con ella. La habían obligado a ponerse al margen de la
ley. Era una injusticia terrible la que había cometido contra su familia el
Santo Oficio. Si le hubiera sucedido a él, quizá hubiera hecho lo mismo.
El prior había convocado a la comunidad y les había relatado el
encuentro de los viajeros con las bandidas y como habiendo matado a tres de
ellas, entre las cuales estaba Gaudiosa, era probable que las dos restantes
abandonaran el lugar y pasara bastante tiempo antes de que se tuvieran noticias
de nuevo de ellas, si es que se tenían.
__Felicitemos a nuestros huéspedes.
Mientras esperaban por la comida,
Jacinto mostró al prior como se manejaba el forquiau y prometió enviarle uno por medio de uno
de sus primos, el arriero de Lena, que visitaba León con frecuencia.
Comieron con gusto el modesto condumio de los frailes. Luego el prior
mostró a Josefo la biblioteca y aun hubo tiempo para charlar un buen rato de
literatura.
Josefo se sorprendió de la abundancia de textos del monasterio. Habría
casi 500 ejemplares encuadernados. Gerardo de Peñaflor le mostró los seis
volúmenes de la Biblia Poliglota
Complutense financiada por el cardenal Cisneros. Contaban también con varios
códices latinos, hebreos, árabes y griegos. Si no fuera por la premura de la
vuelta a casa se hubiera quedado con gusto algunos días con los frailes en
particular con el prior al que prometió visitar de nuevo en cuanto tuviera
ocasión para ello. Se acostaron temprano y partieron al alba. Les acompañó un
fraile que debía acudir a Oviedo para hacer llegar unos documentos al Obispado.
Era según el prior buen espadachín. Sería útil compañía. Gerardo de Peñaflor le
recordó la amenaza del empresario y le rogó tener prudencia una vez en Oviedo.
El resto del trayecto hasta la capital del antiguo reino astur
transcurrió sin incidencias a no ser por la lluvia que se desató el ultimo día
a modo de purificación antes de entrar
en la ciudad sin que hiciera falta fumigarles como se hacía con los peregrinos.
El agua los había dejado limpios y
pulcros, al menos por fuera. El fraile acompañante aconsejo a Josefo esperar,
mientras ellos llegaban a su casa y veían el panorama puesto que era más que
probable que el sicario estuviera acechando. Decidieron tras ello, que el
escritor esperara intramuros en la casa de los hijos del ayo, mientras Jacinto
se adelantaba con el fraile para comprobar in situ si había o no peligro. En la
casa del ayo recibió la noticia: Su padre ya estaba enterrado, no habían podido
esperar más.
El escritor lloró con sentimiento. Quería a su padre aunque no lo
demostrara y sintió de veras no haber estado a su lado en aquel último trance.
Le atormentaba la seguridad de que el progenitor hubiera muerto terriblemente
preocupado por su futuro, asunto que a él no le inquietaba en absoluto. Pero
los viejos temen al porvenir de los jóvenes porque es sinónimo de su propia inexistencia. Cuando el joven se va haciendo mayor, quien ya lo fue hace tiempo, está próximo a
terminar sus días en la tierra y sabe que no puede velar eternamente por los
intereses del hijo, como sería su voluntad.
Jacinto y el hermano Luis Mendoza con ropa de seglar llegaron a la casa
de Josefo a media tarde. Mientras se acercaban un personaje con perilla
puntiaguda y aspecto siniestro les salió al paso.
__¡Josefo Mallo!
__¿Quien lo requiere?__ preguntó Luis de Mendoza
__¡La muerte!__ respondió el otro con arrogancia.
El fraile sacó a pasear la tizona en menos que se parpadea y se aprestó
a entablar pelea con el forastero. Este se sorprendió por la destreza de quien
suponía era un espadachín mediocre. Las cosas igualadas en principio,
comenzaron a decantarse a favor del supuesto Josefo. Cuando en un rápido avance
adornado con varias fintas el monje arrinconó al sicario y a punto estuvo de
desarmarle mientras le propinaba un tajo en el brazo, otro elemento apreció en
la calle sin que Jacinto se hubiera percatado de donde salió, entretenido como
estaba en no perder de vista al rival del fraile. El recién aparecido sacó una
pistola y apuntó al supuesto Josefo, pero una providencial e imprevista piedra
le impactó en pleno rostro haciéndole caer de espaldas. El suceso despistó al
compañero en una distracción mortal puesto que Luis de Mendoza le atravesó sin
mayores problemas con el acero, que asomó un palmo por la espalda. A
continuación, comprobaron que el herido no había muerto aunque la pedrada le
destrozó la nariz y la sangre le manaba como si le hubieran cortado la cabeza.
Aunque la calle estaba desierta durante la pelea, aparecieron testigos por
todas partes que refirieron a los corchetes como Jacinto y su acompañante habían
sido asaltados sin miramientos y como el segundo malhechor portaba una pistola.
Este fue trasladado al hospital custodiado por la justicia.
__Todo acabó. Vete a buscar a Josefo. Yo vendré mañana a visitaros.
Cuando
el fraile regresó a la casa, Josefo le consultó sobre la conveniencia de
abandonar Asturias. Ya no tenía aliciente alguno para continuar aquí. Prefería
cambiar de aires. Tomaron la determinación de que Josefo regresara a León. Su
tío le había hecho una oferta por la hacienda bastante espléndida. Además había
recordado la herencia de Hispatania. Harían lo siguiente. Regresaría al
convento con fray Luis de Mendoza. Si el tiempo lo permitía seguiría viaje a
León y si no lo haría en primavera, pasaría el invierno con los monjes. Jacinto
permanecería en Oviedo preparando todo lo necesario para el viaje. Hizo una
lista de lo que deseaba llevarse, primordialmente los libros. Cuando estuviera
libre el camino Jacinto se trasladaría al cenobio y ambos desde allí a
León y tras cobrar la venta emprenderían
viaje a Hispatania.
Fueron unos fructíferos meses los que pasó en la compañía de Gerardo de
Peñaflor. Su espíritu se serenó y su cuerpo y su alma se fortalecieron al
unísono en la montaña. Leyó, escribió y sobre todo conversó con el prior sobre
literatura, filosofía, religión, política e incluso mujeres. Le sorprendió
descubrir que el fraile había estado casado y que al morir prematuramente su
esposa decidió consagrarse a la religión y al estudio. Su percepción sobre los
monjes cambió por completo. Con el comienzo de la primavera regresó Jacinto y
ambos partieron con todo el equipaje hacia León. Josefó lloró con la marcha y
Jacinto le acompañó, como en todo, para
no ser menos. El escritor miró hacia atrás varias veces hasta que el monasterio
dejó de verse por completo, como si nunca hubiera existido. Sintió entonces una
extraña sensación de orfandad que no había experimentado con la muerte de
ninguno de sus padres. El camino se hizo triste hasta la casa de su tío. Ni
siquiera el recuerdo del sorprendente encuentro con las bandidas le animó el
viaje.
Demoraron unos días en León. Desde la capital del Bernesga hasta la
frontera hispatana fueron ocho jornadas al ritmo de los bueyes porque
decidieron viajar acompañados; ya habían tenido demasiadas sorpresas e
imprevistos en los viajes anteriores y Josefo estaba además decidido a
redimirse. Se lo debía a su padre, iba a hacerlo en su memoria.
Continuará...
3 comentarios:
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Kevin Jonas
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Kevin
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